EPÍLOGO
Estaban de vacaciones en Lua Nova.
El pequeño Felício amaba la casa que fuera de su abuelo y que, ahora, era de la abuela Rute y de la madre Allegra.
Estaba con cinco años.
Pero ya sabía escribir y leer con facilidad.
Había en una habitación de la casa una biblioteca muy buena.
Él la adoraba. Adoraba más, todavía, cuando su madre se sentaba a su lado y ¡los dos leían historias fantásticas!
Se quedaba encantado con todo lo que su madre le contaba.
Los dos “viajaban”.
Monteiro Lobato, con el universo fantástico del “Sitio do Pica-Pau Amarelo”.
C.S.Lewis y sus crónicas encantadas.
Lewis Carroll con su “Alicia en el País de las Maravillas”.
Los cuentos brillantes de Hans Christian Andersen.
Julio Verne y sus sabrosas páginas.
El cielo de Lua Nova no tenía límites para la imaginación de los dos.
Allegra contó al hijo la alegría de ganar su primer libro de historias. Un libro solo de ella. Y cómo fue difícil elegir entre tantos. ¡Pero fue el primer de muchos!
Fue una decisión difícil y delicada, pero había escogido “Viajes de Gulliver”, de Jonathan Swift.
La historia de Lemuel Gulliver, un médico aventurero, que aporta en tierras desconocidas. Una hora él va a Liliput, donde las personas no miden más que quince centímetros. Otra hora llega a Brobdingnag, donde hombres tienen el tamaño de torres. Encantamiento y magia.
El niño arreglaba los ojitos y oía, atentamente, a su mamá.
-¿Y vosotros leyeron todos los viajes?
-¡Si, querido! Muchas veces. Hicimos de los viajes de Lemuel - ¡nuestros viajes!
-Nosotros, también, vamos a leer muchas veces, ¿no es, mamá?
-¡Sí, mi amor! Vamos a “viajar” también…
Una tarde, ella y Rute, presenciaron el pequeño jugando con los dos camioncitos hechos por el abuelo.
-Querido, el abuelo Felício fue quien hiso estos dos camiones.
-Ellos son bárbaros.
-Sí…
-Mamá, yo sé que uno es mío y el otro es tuyo. ¿Por qué el abuelo hiso uno para ti?
-Licito, según el abuelo era para que yo supiera el mejor camino a seguir. El camino seguro que nosotros dos iríamos.
-Caray…
-Y él dijo que en la carrocería estaba transportando mucho del amor de él por nosotros.
-¿Y el mío?
-Tu camión transporta un montón de coraje y mucha fuerza.
-¡Entonces, tengo que ser un niño corajoso y fuerte!
-¡Claro!
-¡Qué bárbaro!
Y Rute, emocionada, completó:
-Tú nunca te olvidaste de sus palabras…
-¡No, Rute! Yo las guardo en mi corazón. ¡Ah! E hijo…
-Sí, mamá.
-El abuelo pidió para recordarte que él siempre te amará. ¡Mucho!
Pero, uno de los divertimientos preferibles de Allegra y del hijo era, sin duda, soplar burbujas de jabón.
¡Cómo era divertido!
Se acordaba que, para ella, el padre era mágico. ¿Cómo él conseguía preparar la mezcla que resultaba en burbujas tan encantadoras? Grandes. Maravillosas.
Ahora Licito creía que las manos de la madre cargaban magia. ¿Cómo ella conseguía preparar la mezcla que resultaba burbujas tan encantadoras? Grandes. Maravillosas.
Al final de la tarde, madre e hijo, sentados en la escalera del balcón que daba para el patio, soltaban decenas y decenas de burbujas de jabón.
Momentos impares.
Divertidos.
Fascinantes.
Inolvidables.
Para el pequeño Felício la magia de las burbujas de jabón significaba mucho.
¡Cada burbuja formaba un sueño tan lindo! El viento ayudaba…
¡Y, un día, él viviría cada deseo soñado!
¡Ah, sí! ¡Viviría!
“Las burbujas de jabón que ese niño
Se entretiene a largar de una pajita
Son translúcidamente una filosofía toda.” - Alberto Caeiro (heterónimo de Fernando Pessoa)