Capítulo 28
«¿Lo habéis localizado, Raymond?».
«Marcos se está haciendo cargo. Conoce a Sonya, la amiga de Sin. Ha contactado con ella y vienen de camino».
«Encárgate de que vengan lo antes posible».
«¿De verdad quieres que ese tal Lucas se acerque a ella?».
«¿Estás de broma? Lo último que deseo es que su maldito novio esté rondando por aquí».
«Entonces por qué…».
«Ella me lo pidió».
«Es culpa mía».
«El único culpable es Edward».
«Pero, ¿por qué demonios la atacaría de esa manera? ¿Tanto me odiaba?».
«Tal vez Sin pueda darnos alguna explicación cuando despierte».
«Tal vez».
«Doctor, ¿tiene ya los resultados?».
«Tiene una conmoción cerebral fuerte, pero ningún hueso del cráneo fracturado. Además de las contusiones en la cara y el cuerpo, tiene fisuradas dos costillas, seguramente por el cinturón de seguridad».
«Entonces, ¿por qué no despierta?».
«Es cuestión de tiempo».
Recuerdo retazos de conversaciones que se sucedían a mi alrededor, palabras susurradas que conseguían abrirse camino en mi mente. Y entre todas las personas que parecían entrar y salir de mi habitación, una única incondicional: Noah. Velando por mí, sin moverse de mi lado. Sentía su cuerpo junto al mío en todo momento como un abrazo protector.
Volví en mí con el arrullo de sus palabras.
—Escúchame bien, preciosa, cuando ese novio tuyo aparezca no sé lo que va a pasar —murmuraba a mi lado—. Pero ten por seguro que no me voy a apartar a un lado y permitir que te separe de mí; porque voy a luchar por ti, seas quien seas. Ahora que te he encontrado no puedo perderte. Estás hecha para mí, lo supe desde la primera vez que te tuve entre mis brazos. Tal vez desde antes, desde el aeropuerto, cuando me tiraste de culo al suelo por reírme de ti. —Se rio de forma queda, recordando—. Creo que me enamoré de ti en aquel mismo instante. Eres mi otra mitad, mi alma gemela y…
—Y me quieres más que a tu vida —susurré con voz rasposa, todavía con los ojos cerrados, sintiendo una inmensa felicidad.
—Sí, te quiero más que… ¿Sin? ¿Estás despierta?
Abrí los ojos despacio y la luz que inundaba la habitación me hizo parpadear. Tardé unos segundo en poder enfocar la mirada en él, y cuando lo conseguí, no pude evitar hacer una mueca por lo que vi; y luego lancé un gemido por el dolor que me supuso hacer una mueca.
—Noah, no tienes buen aspecto —afirmé, viendo su rostro pálido y ojeroso.
Noah estalló en una carcajada ronca que pareció deshacer la tensión que había acumulado su cuerpo y devolvió la vivacidad a su semblante.
—¿Por qué te ríes?
—Porque no te has visto la cara —contestó, con una sonrisa ladeada, pero con un brillo de preocupación en la mirada.
—¿Cuánto llevo durmiendo?
—Parte de la noche y toda la mañana. Estaba empezando a ponerme nervioso —añadió, llevándose mi mano a los labios y depositando un beso suave en mis dedos.
—Me siento como si me hubiera pasado un camión por encima —susurré, sintiendo el cuerpo entumecido.
—Procura no moverte. Te han puesto un collarín para inmovilizarte el cuello y llevas las costillas vendadas —explicó Noah con los ojos nublados—. El choque contra el árbol debió ser brutal.
¿Choque? Como si de un destello de flash se tratase, todo lo acontecido la noche anterior volvió a mi mente. Traté de incorporarme de la cama, nerviosa, pero un ramalazo de dolor casi me hace perder el conocimiento, haciendo brotar de mis labios un gemido lastimero.
—Me duele…
Al instante Noah salió disparado a voz en grito en busca del médico. La siguiente hora la pasé bajo la atenta mirada del médico y las enfermeras, haciéndome toda clase de pruebas que parecieron dejarles satisfechos y a Noah con cara de alivio.
Cuando nos quedamos a solas de nuevo volvió a mi lado, como atraído por una fuerza irresistible. Ahora que estaba más lúcida y con una buena dosis de calmantes que mantenían a raya el dolor, había una cosa que me mantenía muy preocupada y que no podía posponer más.
—Noah, creí entender que habías mandado buscar a Lucas. ¿Es cierto?
Vi cómo se ponía rígido y que su mirada se oscurecía.
—No lo entiendes, él no es mi novio —expliqué, dispuesta a esclarecer el malentendido de una vez por todas—. Lucas es…
—¡Mamá!
En aquel mismo momento Lucas entró como una tromba en la habitación, seguido de cerca por mi abuela Catalina. Los dos, jadeantes por la carrera que se debían haber dado por el pasillo del hospital, se quedaron petrificados en la puerta, mirándome con horror.
—¿Tan mal estoy? —pregunté con una mueca.
Y la respuesta debía de ser afirmativa, porque los dos se acercaron a mí estallando en llanto. Lucas me abrazó con cautela, y aunque devolverle el abrazo me supuso un gran esfuerzo y un considerable dolor, no dejé de hacerlo. Su cuerpo delgado se estremecía en sollozos que me desgarraban el corazón, mientras yo le acariciaba el pelo con ternura y me llenaba de su familiar aroma, intentando tranquilizarlo con palabras suaves.
—Estoy bien, cariño, no pasa nada.
—Sonia nos dijo que habías tenido un accidente de coche —explicó mi abuela, recuperando la compostura al ver que parecía estar bien—. Nos tenías muy preocupados.
—Estoy bien, en serio —aseguré—. ¿Cómo habéis llegado hasta aquí? —pregunté, intentando desviar la atención de mí.
La cabeza de Lucas se levantó como un resorte, presa de un entusiasmo infantil que venció las lágrimas.
—No lo vas a adivinar nunca. Hemos venido en un avión. Pero no en un avión cualquiera —añadió levantando las cejas—. El señor Smith nos ha traído en un jet privado, de esos que salen en las pelis. Y luego hemos venido en limusina hasta aquí.
Mi mirada voló a Noah, que permanecía a un lado de la habitación, mirándonos en silencio. En sus ojos pude ver que no terminaba de comprender la situación.
—Creo que es el momento de las presentaciones —declaré con una sonrisa insegura—. Noah, este es mi hijo.
—Tu hijo —repitió Noah, sin entender todavía.
—Lucas —aclaré—. Al que quiero más que a mi vida —añadí, al ver que no reaccionaba.
La expresión de Noah pasó de la incredulidad al desconcierto, y finalmente a la comprensión. Sus ojos volaron de mi hijo a mí, una y otra vez, como buscando alguna similitud que diera veracidad a mis palabras, y debió encontrarla, porque el rostro se le demudó.
—¿Me estás diciendo que Lucas es tu hijo? —preguntó finalmente, con una voz que resultó amenazadora por su suavidad.
Asentí con cautela y pude ver, con fascinado horror, cómo empezaba a temblarle el párpado del ojo derecho. Apretó los puños, me miró con reproche y salió de la habitación con pasos rígidos.
Debería haber sentido pánico al ver cómo salía de la habitación, pero lo vi alejarse con una extraña serenidad —o tal vez eran los calmantes que corrían por mis venas los que me ayudaron a verlo en perspectiva—. Por fin las cartas estaban sobre la mesa y Noah ya sabía toda la verdad. Ahora faltaba saber si de verdad me quería lo suficiente para permanecer a mi lado.
Noté las miradas de curiosidad de mi abuela y de Lucas, esperando expectantes a que les diera alguna explicación.
—¿Quién es ese hombre, mamá? —preguntó con impaciencia Lucas, al ver que yo no habría la boca.
Estaba pensando en qué contestar cuando apareció por la puerta el señor Smith.
—¿Qué hace Noah dándose cabezazos contra la pared del pasillo? —preguntó, con su habitual rostro inexpresivo.
—Le acabo de decir que Lucas es mi hijo —expliqué, con un suspiro desmoralizado.
—Mierd… Quiero decir, vaya… —se corrigió al instante, mirando de soslayo a mi hijo—. No quería perderme ese momento —confesó, y un brillo de diversión diabólica iluminó su mirada.
—Raymond, disfrutas horrores viéndolo sufrir al pobre —reproché, con tristeza. Lo miré desolada—. Parecía muy enfadado, no sé si volverá.
—No sufras, ese chico no te dejará. Solo necesita un poco de tiempo para asimilarlo —aseguró con una mirada tranquilizadora—. Se moría de celos al pensar…
Una ronca carcajada nos llegó desde el pasillo. Noah. Se estaba riendo a mandíbula batiente. Raymond y yo nos miramos confundidos.
—¿Es ese el hombre del que me hablaste por teléfono? —preguntó mi abuela, tan confundida como nosotros.
—Mamá, en serio, ¿quién es ese hombre?
El hombre en cuestión se materializó en la puerta, todavía con los restos de una sonrisa bailando en sus labios, pero al ver cómo los cuatro clavábamos una mirada expectante en él se recompuso. Me miró con intensidad y su semblante se volvió serio. No supe leer su estado de ánimo, así que contuve el aliento, esperando su siguiente movimiento. Noah tomó aire de forma visible, movió el cuello de un lado a otro, estirándolo como para eliminar la tensión, y se adentró en la habitación con paso resuelto, directo hacia donde estaba mi hijo, hasta pararse frente a él.
Los dos se midieron en silencio durante un segundo, mi hijo mirándolo con desconfianza pero sin amedrentarse, parado al lado de mi cama en actitud protectora. Noah mirándolo con los ojos entrecerrados, tenso, y de repente, soltó el aire, como si acabara de tomar una decisión.
—Soy Noah Grayson —afirmó, tendiéndole la mano, de un modo formal y, para mi total devoción, aclaró—: el novio de tu madre.