Prólogo

El conservador dejó a un lado la vela y abrió el antiguo volumen encuadernado en cuero. Pasó cuidadosamente las páginas hasta encontrar el pasaje que buscaba.

... Se dice que se reúnen en secreto a altas horas de la noche para celebrar sus extrañas ceremonias. Corre el rumor de que los iniciados veneran a la Gorgona, de cabellos de serpiente. Otros afirman que se reúnen cuando los convoca su maestro, que cuenta con el poder de Medusa para convertir a los hombres en piedra.

Según se cuenta, el don del maestro consiste en una extraña y terrible especie de magia. Después de provocar un profundo trance en sus víctimas, les da órdenes. Cuando las libera del yugo, ellas cumplen esas órdenes sin vacilación.

El gran misterio estriba en que aquellos sobre los que se ejerce este arte no guardan memoria de las instrucciones que recibieron mientras estaban en trance. Se cree que las fuerzas de la extraña gema que lleva el maestro aumentan enormemente su poder.

La piedra muestra la espantosa imagen de Medusa. Hay un bastoncillo incrustado en la gema, debajo del cuello cercenado del monstruo. Se dice que este emblema representa la vara mágica empleada por el maestro del culto para sumir a su víctima en trance.

La gema tallada es similar a un ónice, salvo porque sus franjas alternan tonos sumamente extraños de azul, no de negro y blanco. La capa externa, oscura, tiene un color tan saturado que es casi negra y enmarca la imagen de Medusa, tallada en la capa de color claro de la piedra. El matiz azulado de esta segunda capa recuerda al fino y pálido zafiro.

El brazalete dorado en que está engarzada la piedra presenta muchas incisiones pequeñas que forman un dibujo de serpientes entrelazadas.

El maestro es muy temido en estas comarcas. Durante las ceremonias de la secta, oculta su identidad bajo una capa con capucha. Nadie conoce su nombre, pero la gema tallada con la cabeza de la Gorgona y el bastón son su emblema y su sello. También se cree que constituyen la fuente de su poder.

Por lo que he averiguado, la piedra es conocida como la Medusa Azul.

1

Tobias observó a Lavinia subir los escalones del número 7 de Claremont Lane y enseguida supo que algo iba muy mal. Bajo el ala caída de su elegante sombrero, su rostro, que para él siempre era una fuente de intensa fascinación, mostraba señales de una extraña y perturbadora inquietud.

A juzgar por lo poco que él sabía, Lavinia rara vez se dejaba abrumar por un problema o un contratiempo. Tenía tendencia a pasar inmediatamente a la acción, una tendencia demasiado marcada, en opinión de Tobias. Temeraria e impetuosa eran las primeras palabras que acudían a su mente.

La miró desde la ventana de la pequeña y acogedora sala, tensando cada músculo de su cuerpo como quien está a punto de entrar en batalla. Tobias no tenía paciencia para las premoniciones ni otras tonterías metafísicas, pero confiaba en sus propios pálpitos, sobre todo cuando se trataba de cuestiones relacionadas con su nueva socia y amante. Lavinia parecía verdaderamente agitada. Y él sabía muy bien que no perdía la compostura fácilmente.

-Aquí llega la señora Lake -dijo Tobias mirando al ama de llaves por encima del hombro.

-Ya era hora -suspiró la señora Chilton con enorme alivio; dejó la bandeja del té y se dirigió a toda prisa hacia la puerta-. Pensé que no llegaría nunca. Iré a ayudarla con el abrigo y los guantes. Estoy segura de que querrá servir el té a sus invitados. Y sin duda estará deseosa de tomar también ella una taza.

Cuando Tobias vio la expresión de Lavinia bajo el ala del sombrero, tuvo la impresión de que le sentaría mejor una saludable copa del jerez que guardaba en su estudio. Sin embargo, la dosis medicinal de vino tendría que esperar.

Lo primero era atender a los invitados que la esperaban en la sala.

Lavinia se detuvo en la puerta principal y buscó la llave en el ridículo. Entonces Tobias vio claramente las señales de tensión alrededor de sus ojos.

¿Qué demonios había ocurrido? Unas semanas antes, cuando trabajaban en el caso de asesinato en el museo de cera, pensó que había llegado a conocer a Lavinia bastante bien. No era fácil ponerla nerviosa, alterarla, ni asustarla. En realidad, a lo largo de su carrera de investigador, a veces peligrosa, había conocido a pocas personas que en circunstancias amenazadoras conservaran la frialdad como Lavinia Lake.

Tenía que haber ocurrido algo bastante grave para ensombrecer su mirada de ese modo. La sensación de incomodidad que lo invadió produjo un efecto negativo en su paciencia y en su humor, que en ese momento no eran especialmente buenos. Estudiaría esta nueva situación en cuanto estuviese a solas con Lavinia.

Lamentablemente, eso no ocurriría hasta unas horas más tarde. Los invitados parecían dispuestos a hablar largo y tendido. A Tobias no le interesaba ninguno de los dos. El doctor Howard Hudson, un caballero alto, elegantemente delgado y vestido a la moda, se había presentado como un viejo amigo de la familia.

Su esposa, Celeste, era una de esas mujeres extraordinariamente atractivas que son muy conscientes de la impresión que causan en los miembros masculinos de la especie y que no dudan un instante en recurrir a sus dones para manipularlos. Llevaba el brillante cabello rubio recogido en un moño, y sus ojos eran del color del cielo en verano. Tenía puesto un vestido de muselina vaporosa estampado con rosas diminutas y adornado con lazos de color rosa y verde, y de su ridículo colgaba un pequeño abanico. A Tobias le pareció que el vestido era demasiado escotado para un fresco día de primavera como aquél, pero estaba casi seguro de que ésa era una decisión que Celeste había tomado muy cuidadosamente.

Durante los veinte minutos que había pasado con la pareja había sacado dos conclusiones firmes. La primera, que el doctor Howard Hudson era un charlatán. La segunda, que Celeste era una aventurera consumada.

No obstante, suponía que más le valía guardarse sus opiniones. Dudaba que Lavinia las aceptara de buen grado.

-Estoy deseando volver a ver a Lavinia -comentó Hudson desde la silla en la que estaba reclinado con aire lánguido-. Hace varios años que no la veo. Estoy ansioso por presentarle a mi querida Celeste.

Hudson tenía la voz poderosa y sonora de un actor profesional, ese timbre profundo y vibrante que uno asocia con los instrumentos bien afinados. A Tobias le crispaba los nervios, pero debía admitir que se imponía de una manera casi asombrosa.

Hudson lucía una figura decididamente elegante con su chaqueta azul oscura, el chaleco a rayas y el pantalón con pliegues. Llevaba la corbata anudada de una manera tan elaborada y extravagante que Tobias pensó que a Anthony, su cuñado, le habría fascinado. Anthony, de veintiún años, estaba en la edad en que los jóvenes prestan mucha atención a esas cosas. Tampoco dudaría en aprobar los extraños sellos dorados que decoraban el reloj de Hudson.

Tobias calculó que el doctor tenía cuarenta y tantos años. Hudson poseía los rasgos distinguidos y bien definidos de un hombre que sin duda llamaba la atención de las mujeres al margen de su edad. Su abundante cabellera castaña oscura mostraba unas llamativas vetas plateadas, y llevaba la ropa con una autoridad y un aplomo que habrían hecho honor al propio Brummell en el apogeo de su reinado social.

-Howard. -La tensión se desvaneció de los ojos verdes de Lavinia en cuanto entró en la sala. Extendió las dos manos en un ademán de inconfundible y entusiasta bienvenida-. Perdonadme por llegar tarde. He ido de compras a Pall Mall y he calculado mal el tiempo. No contaba con el tráfico.

Tobias quedó fascinado por el cambio que se había operado en ella en pocos instantes. Si no hubiera advertido su expresión mientras ella subía la escalera, jamás habría adivinado que algo le preocupaba.

Le molestaba que la sola presencia del doctor Howard Hudson hubiera tenido un influjo tan estimulante sobre su humor.

-Lavinia, querida mía. -Howard se puso de pie y tomó las manos de Lavinia entre sus largos y cuidados dedos, presionándolas suavemente-. No tengo palabras para expresar lo maravilloso que me resulta verte después de tanto tiempo.

Tobias se sintió invadido por otra ola de inquietante aunque inexplicable incomodidad. El rasgo más deslumbrante de Hudson, aparte de su fascinante voz, eran sus ojos. La extraña combinación de dorado y pardo les confería una cualidad cautivadora.

Tanto la voz como la mirada eran sumamente importantes en su profesión, pensó Tobias. El doctor Howard Hudson practicaba la así llamada técnica del hipnotismo.

-Ayer me alegré mucho al recibir tu nota -dijo Lavinia-. No tenía ni idea de que estabas en Londres.

Hudson sonrió.

-Fui yo quien se alegró al descubrir que estabas en la ciudad. Imagina mi sorpresa, querida mía. Lo último que supe fue que tú y tu sobrina os habíais marchado a Italia acompañando a una dama, una tal señora Underwood.

-Nuestros planes cambiaron de manera inesperada -comentó Lavinia serenamente-. Emeline y yo nos vimos obligadas por las circunstancias a regresar a Inglaterra antes de lo previsto.

Tobias arqueó las cejas al oírla, pero tuvo el buen tino de guardar silencio.

-Bueno, te aseguro que, por lo que a mí respecta, eso es una suerte. -Howard le apretó de nuevo las manos en un gesto familiar, y luego la soltó-. Permíteme que te presente a Celeste, mi esposa.

-Encantada de conocerla, señora Lake -musitó Celeste en tono dulce-. Howard me ha hablado mucho de usted.

Por unos instantes, a Tobias le resultaron graciosos los modales de Celeste. La inclinación casi teatralmente cortés de su cabeza no logró ocultar la frialdad de sus bonitos ojos. La vio evaluar, examinar y juzgar. Fue evidente que enseguida catalogó mentalmente a Lavinia como una persona insignificante e inofensiva.

Por primera vez en toda esa tarde Tobias sonrió divertido: desestimar a Lavinia siempre era un error.

-Es un verdadero placer. -Lavinia se sentó en el sofá, se alisó la falda de su vestido color ciruela y levantó la tetera-. No sabía que Howard se había casado, pero me alegro de ello. Ha estado solo demasiado tiempo.

-No tuve más remedio -aseveró Howard-. Hace ya un año, un simple vistazo a mi hermosa Celeste bastó para sellar mi destino. Además de ser para mí una esposa y compañera encantadora, se ha revelado una experta en el manejo de mis cuentas y mi agenda. En realidad, no sé cómo me las arreglaría ahora sin ella.

-Me adula usted, señor. -Celeste bajó la vista y luego le sonrió a Lavinia-. Howard ha intentado enseñarme algunas de sus técnicas de hipnosis, pero me temo que no tengo demasiado talento para esa ciencia. -Aceptó una taza de té-. Tengo entendido que mi esposo era un buen amigo de sus padres.

-Claro que sí. -El rostro de Lavinia adoptó una expresión de nostalgia-. Era un asiduo visitante de nuestra casa en aquellos tiempos. Mis padres no sólo lo apreciaban mucho sino que se contaban entre sus más grandes admiradores. En muchas ocasiones mi padre me dijo que consideraba a Howard el profesional más talentoso que había conocido en el campo del hipnotismo.

-Eso me halaga mucho -dijo Howard con modestia-. Tus padres eran verdaderos expertos en ese arte. A mí me resultaba fascinante verlos trabajar. Cada uno cultivaba un estilo propio, pero los dos lograban resultados excelentes.

-Mi esposo me ha contado que sus padres murieron en el mar, hace casi diez años -murmuró Celeste-. Y que perdió a su esposo ese mismo año. Debió de ser una época terriblemente dura para usted.

-Así es. -Lavinia sirvió otras dos tazas de té-. Pero Emeline, mi sobrina, vino a vivir conmigo hace unos seis años, y nos llevamos muy bien. Lamento que no esté aquí en este momento para que vosotros podáis conocerla. Asiste con unos amigos a una conferencia sobre los monumentos y las fuentes de Roma.

Celeste la miró con cortés compasión.

-¿Usted y su sobrina están solas en el mundo?

-No considero que eso sea estar solas -repuso Lavinia resueltamente-. Nos tenemos la una a la otra.

-De todas maneras, están las dos solas. Dos mujeres solas en el mundo. -Celeste ojeó a Tobias con disimulo-. Puedo decirle por experiencia que estar sola, sin el consejo y la fuerza de un hombre, siempre es una situación desdichada para una mujer.

Tobias estuvo a punto de volcar la taza y el plato que Lavinia acababa de pasarle. No fue la errónea evaluación que hacia Celeste de los recursos y habilidades de Lavinia y Emeline lo que lo sobresaltó, sino la impresión de que aquella mujer coqueteaba deliberadamente con él.

-Emeline y yo nos las arreglamos muy bien, gracias -afirmó Lavinia en tono inesperadamente crispado-. Por favor, Tobias, ten cuidado o derramarás el té.

Él la observó y comprendió que, a pesar de sus buenos modales, estaba irritada. Se preguntó qué habría hecho él esta vez. La relación entre ambos parecía oscilar inopinadamente entre la irritabilidad y la pasión. Ninguno de los dos se sentía totalmente cómodo todavía con la ardiente aventura que estaban viviendo. Pero de algo estaba seguro con respecto a esa relación: jamás resultaba aburrida.

En su opinión, eso era una desgracia. En algunas ocasiones habría dado cualquier cosa por unos minutos de aburrimiento con Lavinia. Eso le habría proporcionado la oportunidad de recuperar el aliento.

-Perdóname, Lavinia -dijo Howard con el aire de alguien que está a punto de plantear un tema delicado-. He notado que no te dedicas a la práctica de tu profesión. ¿Abandonaste la técnica del hipnotismo porque no hay suficiente demanda en Londres? Sé que cuesta atraer la clase de clientela adecuada cuando uno carece de contactos sociales.

Para desconcierto de Tobias, la pregunta pareció tomar a Lavinia por sorpresa.. Dio un leve respingo que ocasionó que la taza le temblara entre las manos, pero enseguida se recuperó.

-Por diversas razones he emprendido otra carrera -explicó con aspereza-. Aunque la demanda de terapias relacionadas con la hipnosis parece tan grande como siempre, la competencia es absolutamente feroz, y, como tú mismo dices, no es tan fácil atraer a una clientela exclusiva a menos que uno tenga contactos y relaciones con gente de la alta sociedad.

-Comprendo. -Howard asintió con el semblante adusto-. En ese caso, Celeste y yo tendremos que buscar trabajos muy concretos. No me resultará fácil ejercer aquí mi profesión.

-¿Dónde trabajaba hasta ahora? -preguntó Tobias.

-Pasé varios años en Estados Unidos, viajando y dando conferencias sobre la técnica del hipnotismo. Sin embargo, hace poco más de un año empecé a sentir nostalgia y regresé a Inglaterra.

Celeste lo miró con expresión vivaz.

-Conocí a Howard el año pasado en Bath. Allí ejercía su profesión con mucho éxito, pero sentía que había llegado el momento de venir a Londres.

-Espero descubrir una variedad más amplia de casos interesantes y curiosos aquí, en la ciudad -comentó Howard muy serio-. La gran mayoría de mis pacientes de Bath y de Estados Unidos buscaban tratamiento para trastornos bastante corrientes. Reumatismo, histeria femenina, trastornos del sueño, esa clase de cosas. Todas molestas para los pacientes, pero bastante aburridas para mí.

-Howard tiene la intención de dirigir una investigación y realizar experimentos en el campo del hipnotismo -terció Celeste mirando a su esposo con adoración-. De hecho, se está dedicando a descubrir todos los usos y aplicaciones de esta técnica. Planea escribir un libro sobre el tema.

-Y para hacerlo con éxito, debo estar en condiciones de examinar a aquellos pacientes con trastornos nerviosos más exóticos de los que padecen quienes acuden normalmente a la consulta -concluyó Howard.

Los ojos de Lavinia se iluminaron de entusiasmo.

-Es un proyecto emocionante y admirable. Ya es hora de que se conceda al hipnotismo la importancia que merece. -Lanzó una elocuente mirada a Tobias-. Os aseguro que muchas personas mal informadas creen que los hipnotizadores son curanderos y charlatanes de la peor ralea.

Tobias pasó por alto la provocación y bebió un sorbo de té.

Hudson suspiró y sacudió la cabeza con gravedad.

-Lamentablemente, debo reconocer que en nuestra profesión existen muchos impostores.

-Lo único que desalentará a esa clase de personas son los avances de la ciencia -declaró Lavinia-. Lo que hace falta, precisamente, es investigación y experimentos.

Celeste contempló a Lavinia con curiosidad.

-Me gustaría saber en qué consiste su nueva carrera, señora Lake. Son muy pocas las profesiones adecuadas para una dama.

-Acepto encargos de personas que quieran contratarme para hacer pesquisas privadas. -Dejó la taza sobre el plato-. Creo que por aquí tengo algunas de mis tarjetas. -Se inclinó por encima del brazo del sillón y abrió un pequeño cajón de una mesa-. Ah, sí, aquí están.

Retiró dos tarjetas blancas del cajón y le entregó una a Howard y otra a Celeste. Tobias conocía muy bien el texto de las tarjetas.

INVESTIGACIONES PRIVADAS

DISCRECIÓN ASEGURADA

-Qué original -dijo Celeste, bastante perpleja.

-Fascinante -comentó Howard. Se guardó la tarjeta en el bolsillo y arrugó el entrecejo, evidentemente preocupado-. Pero debo decirte que me apena saber que has abandonado tu oficio. Tenías un gran talento para el hipnotismo, querida. Tu decisión de cambiar de carrera supone una gran pérdida para la profesión.

Celeste evaluó a Lavinia con la mirada.

-¿Fue sólo el miedo a la competencia lo que le hizo renunciar al hipnotismo?

Tobias pensó que, si no hubiera estado observando a Lavinia, le habría pasado inadvertida la enigmática expresión que asomó por un momento a sus ojos, y tampoco habría notado que se le tensaban los músculos del cuello. Estaba casi seguro de que antes de responder, Lavinia había tragado saliva.

-Hubo un... incidente desagradable con un cliente -contestó Lavinia en tono neutro-. Y los ingresos que me proporcionaba no eran ninguna maravilla. Como sin duda sabéis, en las afueras resulta difícil cobrar honorarios elevados. Además, tenía que pensar en el futuro de Emeline. Ya había terminado sus estudios, y era hora de que adquiriera cierto refinamiento, y soy de la opinión de que para ello no hay nada como viajar al extranjero. Así que, entre una cosa y otra, cuando la señora Underwood me ofreció pasar en Roma una temporada, decidí que lo mejor era aceptar.

-Comprendo. -Howard no apartó la vista del rostro de Lavinia-. Debo reconocer que me llegaron rumores de los sucesos deplorables que se registraron en esa pequeña población del norte. Confío en que no te hayan afectado demasiado.

-No, no, claro que no -se apresuró a decir Lavinia-. Sencillamente, cuando Emeline y yo regresamos de Italia me sentí estimulada a probar suerte en esta nueva empresa, y la he encontrado muy de mi agrado.

-No cabe duda de que es una ocupación extraña para una dama. -Celeste se volvió hacia Tobias con expresión inquisitiva-. Supongo que usted no desaprueba la nueva profesión de la señora Lake, ¿verdad, señor?

-Le aseguro que me asaltan dudas terribles y profundas incertidumbres -aseguró Tobias con sequedad-. Por no hablar de todas las noches que paso en vela.

-El señor March está bromeando. -Lavinia le clavó a Tobias una mirada represiva-. No es la persona más indicada para poner reparos a mis actividades. De hecho, de vez en cuando, trabaja conmigo como asistente.

-¿Cómo asistente suyo? -Celeste abrió desmesuradamente los ojos, sin dar crédito a sus oídos-. ¿Está diciendo que él es su empleado?

-No exactamente -aclaró Tobias en tono suave-. En realidad soy su socio.

Al parecer, ni Celeste ni Howard oyeron la corrección de Tobias. Ambos lo miraron fijamente, azorados.

Howard parpadeó.

-¿Has dicho asistente?

-Socio -repitió Tobías con especial énfasis.

-De vez en cuando contrato a Tobias, en alguno que otro caso -precisó Lavinia, moviendo la mano en un ademán displicente-, cada vez que necesito de su particular pericia. -Le sonrió con dulzura-. Creo que él estará encantado de recibir ese ingreso adicional, ¿no es así, señor?

Tobias empezaba a perder la paciencia. Era hora de recordarle a Lavinia que no era ella la única capaz de mostrar los dientes.

-No es sólo el dinero lo que me atrae de nuestra sociedad -aseveró-. Debo admitir que he descubierto una serie de ventajas adicionales y sumamente agradables.

Ella tuvo la elegancia de ruborizarse pero, como era de esperar, se negó a ceder terreno. Les dirigió a sus invitados una sonrisa benévola.

-Nuestro arreglo le permite al señor March ejercitar su capacidad para el razonamiento lógico y deductivo. El hecho de ser mi asistente le resulta bastante estimulante, ¿no es así, señor?

-Ya lo creo -respondió Tobias-. En realidad, creo que no me equivoco si digo que nuestra sociedad me ha permitido realizar el ejercicio más estimulante que he hecho en años, señora Lake.

Lavinia entrecerró los ojos en una expresión de muda advertencia. Él sonrió, satisfecho, y cogió una de las diminutas pastas con mermelada de grosellas que la señora Chilton había servido en la bandeja del té. La señora Chilton, pensó, hacía maravillas con las grosellas.

-Todo esto es absolutamente fascinante -comentó Celeste mientras escrutaba a Tobias por encima del borde de la taza de té-. ¿Y cuál es exactamente la naturaleza de su particular pericia, señor March?

-El señor March es muy hábil para sonsacar información a ciertas fuentes que a mí no me resultan fácilmente accesibles -dijo Lavinia sin darle tiempo a Tobias para responder-. Un caballero tiene la libertad de hacer averiguaciones en determinados lugares donde una dama no sería bien recibida, si entendéis lo que quiero decir.

El rostro de Howard se iluminó.

-Qué arreglo tan extraordinario. Creo entender que este nuevo rumbo ha resultado más lucrativo que el anterior, ¿me equivoco, Lavinia?

-Puede ser bastante provechoso... -Lavinia hizo una breve pausa-, en algunas ocasiones. Pero debo admitir que, por lo que a la remuneración financiera se refiere, es un poco imprevisible.

-Comprendo. -Howard volvió a poner cara de preocupación.

-Pero dejemos el tema de mi nueva carrera -propuso Lavinia en tono enérgico-. Dime, Howard, ¿cuándo piensas empezar los tratamientos terapéuticos en tu nuevo domicilio?

-Me llevará como mínimo un mes, o algo más, dejar listo el mobiliario -comentó-. Además, tengo que correr la voz en los lugares adecuados, para que se sepa que atenderé pacientes y que estoy interesado únicamente en los trastornos nerviosos menos frecuentes. Si uno no se anda con cuidado, puede terminar invadido por damas que buscan tratamiento para la histeria femenina, como te comenté, y no quiero perder el tiempo ocupándome de dolencias tan vulgares.

-Entiendo -dijo Lavinia mirándolo con verdadero interés-. ¿Publicarás anuncios en los periódicos? Yo también he estado pensando en hacerlo.

Tobias dejó de masticar y depositó en el plato el resto de la pasta de grosella.

-¿Qué demonios...? Nunca me mencionaste siquiera semejante idea.

-No te preocupes por eso. -Ella restó importancia a la pregunta con un breve gesto-. Te explicaré los detalles después. Sólo es una idea que he estado contemplando últimamente.

-Pues contempla otra cosa -le recomendó él, y se metió en la boca el último trozo de pasta.

Lavinia le dedicó otra mirada represiva, y él fingió no verla. Howard carraspeó.

-En realidad, lo más probable es que no ponga anuncios en los periódicos, porque temo que sólo sirvan para atraer a esa clase de pacientes con problemas nerviosos corrientes.

-Sí, supongo que se corre ese riesgo. -Lavinia adoptó un aire reflexivo-. De todas maneras, así son los negocios.

La conversación derivó hacia aspectos desconocidos y sumamente técnicos del hipnotismo. Tobias se acercó a la ventana y escuchó el animado intercambio de opiniones, pero no participó.

Albergaba serias dudas con respecto al hipnotismo. La verdad es que hasta el momento de conocer a Lavinia había estado convencido de que los resultados de las investigaciones realizadas en Francia sobre el tema eran acertados. Los responsables eran científicos tan eminentes como el doctor Franklin y Lavoisier, y habían llegado a conclusiones sencillas y claras: no existía nada remotamente parecido al magnetismo animal, y por lo tanto el hipnotismo carecía de base científica. Esa práctica era un verdadero fraude.

Él había aceptado sin reservas la teoría de que la inducción de un trance profundo era un acto de charlatanería que sólo servía para entretener a los crédulos. Como máximo estaba dispuesto a aceptar que un hipnotizador habilidoso podía ejercer cierta influencia sobre algunos retrasados mentales, pero en su opinión eso sólo daba un cariz aún más sospechoso a todo el asunto.

Sin embargo, era innegable que el interés del público en el hipnotismo aumentaba y no mostraba señales de disminuir, a pesar de la opinión de muchos médicos y de muchos científicos serios. A veces le resultaba perturbador que Lavinia estuviese iniciada en esa técnica.

Los Hudson se marcharon media hora más tarde. Lavinia los acompañó hasta la puerta principal. Tobias, desde la ventana, vio que Howard ayudaba a su esposa a subir a un coche de alquiler.

Lavinia esperó a que el carruaje se pusiera en marcha y entonces cerró la puerta. Un instante después, cuando entró de nuevo en la sala, parecía mucho más relajada que cuando había llegado a casa. Evidentemente, la visita de su viejo amigo había aliviado parte de la tensión. Tobias no estaba seguro de lo que sentía con respecto a la facultad de Hudson para levantarle el ánimo a Lavinia.

-¿Quieres otra taza de té, Tobias? -preguntó Lavinia mientras volvía a sentarse en el sofá y cogía la tetera-. Yo tomaré otra.

-No, gracias. -Él se llevó las manos a la espalda y la observó-. ¿Qué demonios te ha ocurrido esta tarde cuando estabas fuera?

Ella se sobresaltó al oír esa pregunta y derramó parte del té sobre la mesa.

-Santo cielo, mira lo que me has hecho hacer. -Empezó a secar las gotas con una servilleta-. ¿Qué diablos te hace pensar que me ha ocurrido algo?

-Sabías que tus invitados te estaban esperando. Tú misma los habías invitado.

Ella se concentró en limpiar la mesa.

-Ya te lo he dicho, he perdido la noción del tiempo, y el tráfico estaba imposible.

-Lavinia, no soy tan tonto.

-Basta. -Dejó la servilleta y lo fulminó con la mirada-. No estoy de humor para soportar tu interrogatorio. Además, no tienes derecho a entrometerte en mis asuntos personales. Vaya, últimamente empiezas a parecerte demasiado a un esposo.

Se impuso un profundo silencio. La palabra «esposo» quedó suspendida en el aire, como escrita en letras de fuego.

-Cuando, en realidad -dijo Tobías finalmente, en un tono monocorde-, no soy más que tu socio ocasional y, a veces, tu amante. ¿Adónde pretende llegar, señora?

Lavinia se sonrojó.

-Perdóname, no sé qué me ha pasado. Ha sido un comentario fuera de lugar. Mi única excusa es que en este momento estoy un poco irritada.

-Me he dado cuenta. En calidad de socio ocasional y preocupado, ¿puedo preguntarte por qué?

Lavinia apretó los labios.

-Ella coqueteaba contigo.

-¿Qué?

-Celeste. Coqueteaba contigo. No me digas que no. La he visto. No era especialmente sutil, ¿no?

Tobias estaba tan desconcertado que le llevó algunos segundos comprender de qué hablaba ella.

-¿Celeste Hudson? -preguntó. Las implicaciones de la acusación le daban vueltas en la cabeza-. Bueno, sí, he notado que hacía algunos esfuerzos tardíos en ese sentido, pero...

Lavinia se irguió en el asiento.

-Ha sido repugnante.

¿Lavinia estaba celosa? Esa fascinante posibilidad inyectó una agradable euforia en sus venas. Esbozó una sonrisa.

-Ha sido algo más bien estudiado y por lo tanto no muy halagador, pero yo no diría repugnante.

-Yo sí. Es una mujer casada. No tenía por qué mirarte así, con esa caída de ojos.

-Según mi experiencia, las mujeres con tendencia a coquetear no piensan si están casadas o no. Es una especie de compulsión innata, supongo.

-Qué horrible para el pobre y querido Howard. Si ella se comporta de esa manera con todos los hombres que se le cruzan por delante, él debe de sentirse humillado y desdichado la mayor parte del tiempo.

-Lo dudo.

-¿Qué quieres decir?

-Tengo la impresión de que al pobre y querido Howard el talento de su esposa para el coqueteo le resulta sumamente útil. -Tobias se inclinó sobre la bandeja del té y se sirvió otra pasta-. En realidad, no me sorprendería que se hubiese casado con ella precisamente por ese talento.

-Vamos, Tobias...

-Hablo en serio. No me cabe duda de que cuando Hudson ejercía su profesión en Bath, ella atraía a muchos hombres con la intención de convertirlos en pacientes de él.

Lavinia pareció impresionada por esa observación.

-No había pensado en esa posibilidad. ¿Supones que ella simplemente intentaba interesarte en una serie de tratamientos terapéuticos?

-Creo que podríamos decir que la caída de los ojos de la señora Hudson no es más que una forma de publicidad de la terapia hipnótica que aplica su esposo.

-Mmm.

-Ahora que hemos aclarado ese asunto -prosiguió él-, volvamos a mi pequeño interrogatorio. ¿Qué demonios ha sucedido hoy cuando estabas de compras?

Ella vaciló y exhaló un débil suspiro.

-Nada importante. Me ha parecido ver en la calle a alguien que conocía. -Hizo una pausa para beber un trago de té-. Alguien a quien no esperaba ver en Londres.

-¿Quién?

-Vaya -exclamó ella con un mohín-, jamás conocí a nadie que se las arreglara tan bien para retomar tantas veces un tema del que la otra persona ha dejado claro que no quiere hablar.

-Es uno de mis muchos talentos. Y sin duda una de las razones por las que sigues empleándome como asistente de vez en cuando.

Ella no dijo nada. Su actitud no le pareció rebelde ni terca a Tobias. Lo que le ocurría era que estaba absolutamente incómoda y, seguramente, no sabía cómo empezar su relato.

Él se levantó.

-Vamos, cariño. Cojamos los abrigos y los guantes, y demos un paseo por el parque.

2

-¿Y bien, Howard? -preguntó Celeste mientras lo observaba desde el asiento opuesto del coche-. Dijiste que sentías curiosidad por ver cómo vivía esta vieja amiga de la familia. ¿Estás satisfecho?

Él contemplaba la calle, mostrándole su bello perfil.

-Supongo que sí. Pero te confieso que me parece absolutamente increíble que Lavinia haya abandonado el hipnotismo para dedicarse a una actividad tan extraña.

-Tal vez el señor March sea el aliciente para dedicarse a esa otra carrera. Salta a la vista que son amantes.

-Es posible... -Howard hizo una pausa-. Pero me cuesta creer que ella renunciara a esa práctica por cualquier razón, incluso por un amante. Tenía verdadero talento para esa técnica. Durante mucho tiempo pensé que ella se convertiría en una profesional más hábil que su madre o su pare. Y te aseguro que los dos eran expertos.

-La pasión es una fuerza poderosa. -Celeste le dirigió una sonrisa de complicidad-. Puede hacer que una mujer cambie el rumbo de su vida. Piensa, por ejemplo, en nuestra relación y en cómo cambió mi vida.

La expresión de Howard se suavizó. Extendió el brazo para acariciar con sus largos y elegantes dedos la mano enguantada de Celeste.

-Eres tú quien cambió mi vida, cariño -dijo con esa voz sonora y aterciopelada-. Siempre te estaré agradecido por unir tu destino al mío.

Ambos mentían descaradamente, pensó Celeste. Pero lo hacían muy bien.

Howard volvió a observar el ajetreo de la calle.

-¿Qué opinas del socio de Lavinia, el señor March?

Ella se tomó un minuto para ponderar la impresión que le había causado Tobías March. Se consideraba una especie de autoridad en lo relativo a los hombres. Durante la mayor parte de su vida, su bienestar había dependido de la exactitud con la que evaluaba a los hombres y de la habilidad con que encaraba la tarea de manipularlos.

Siempre había poseído grandes aptitudes para ello, pero consideraba que su estudio serio del tema había comenzado con su primer esposo. Entonces ella contaba dieciséis años. Él era un comerciante viudo de setenta años que había fallecido oportunamente en medio de un fallido intento de cumplir con sus obligaciones maritales. Ella había heredado la tienda, pero dado que no tenía la menor intención de pasarse la vida detrás de un mostrador, la había vendido de inmediato por una suma bastante interesante.

El dinero de la venta de ese pequeño comercio le había permitido comprar los vestidos y fruslerías necesarios para ascender un par de peldaños en la escala social. Su siguiente conquista había sido un joven de pocas luces, hijo de un miembro de la alta burguesía local, que le había pagado el alquiler durante cuatro meses antes de que su familia se enterase de todo y le retirase la asignación. Después de eso había habido otros, incluido un clérigo que había insistido en que ella llevase puestas las vestiduras ceremoniales mientras él le hacía el amor encima del altar.

La aventura terminó cuando fueron descubiertos por una anciana perteneciente a la congregación. La mujer sufrió un desmayo al ver lo que ocurría en el altar. Celeste pensó que no todo estaba perdido. Mientras su amante agitaba un frasco de sales bajo la nariz de la espantada oveja de su rebaño, Celeste se escabulló por una puerta lateral llevándose un valioso par de candelabros; estaba segura de que, dada la enorme colección de objetos de plata de la iglesia, nadie los echaría en falta.

Los candelabros fueron la fuente de su sustento hasta que conoció a Howard, quien resultó ser su mayor triunfo hasta el momento. En cuanto lo conoció, supo que él tenía potenciales únicos. El hecho de que no sólo se sintiera personalmente atraído por ella sino que también apreciara su inteligencia había simplificado las cosas. Al fin y al cabo, estaba en deuda con él. Howard le había enseñado muchas cosas.

Meditó sobre la impresión que le había causado Tobías March. Lo primero que había observado era que, aunque poseía unos hombros magníficos y un físico estupendo, parecía poco interesado en la moda. El diseño de su abrigo y sus pantalones obedecía más a la comodidad y la libertad de movimientos que al estilo. El nudo de su corbata era sencillo y austero, y no elaborado, como dictaba la moda.

Pero Celeste, que se consideraba una sagaz observadora de los hombres, se había acostumbrado a pasar por alto esos detalles superficiales. Se había percatado enseguida de que Tobias March era muy diferente de los caballeros que había tratado a lo largo de su vida. Le resultó evidente que en lo más profundo de su ser había un corazón de acero que nada tenía que ver con el vigor físico. Lo había notado en las veladas profundidades de su fría y enigmática mirada.

-A pesar de los comentarios de la señora Lake en sentido contrario, no creo que él sea sólo su asistente -dijo finalmente-. Tengo serias dudas de que el señor March acepte órdenes de nadie, hombre o mujer, a menos que le convenga.

-Creo que coincido contigo -comentó Howard-. Al afirmar que de vez en cuando era socio de Lavinia tenía el aire de un hombre que está entrenándose con su rival sólo para divertirse.

-Sí. Desde luego, no se ha puesto furioso ni parecía humillado cuando la señora Lake ha dicho que trabajaba para ella. De hecho, estoy convencida de que la discusión acerca de quién da las órdenes es una especie de juego entre ellos.

Cosa que a su vez, en opinión de Celeste, apuntaba a una relación verdaderamente íntima entre Lavinia y Tobías. Ella había intentado poner a prueba esa relación coqueteando un poco, pero los resultados habían sido nulos. March la había mirado con esos ojos fríos e impenetrables, sin revelar nada.

En suma, Tobias March era un caballero muy interesante y, sin duda, bastante peligroso. Tal vez resultara útil en el nuevo futuro que ella estaba planeando. Primero tendría que alejarlo de Lavinia Lake, por supuesto, pero seguramente eso representaría un desafío menor para sus singulares talentos. Por lo que había podido ver, no cabía considerar a la señora Lake una verdadera rival.

Celeste jugueteó con el pequeño abanico que colgaba de su ridículo y esbozó una sonrisa. Jamás había conocido a un hombre al que no fuese capaz de manipular.

-¿Qué es lo que tanto te intriga de la señora Lake, Howard? -inquirió-. Caramba, si sigues comportándote de esta manera empezaré a preguntarme si debo ponerme celosa.

-Eso jamás, cariño. -Él se volvió y durante unos segundos la atravesó con la intensidad de sus penetrantes ojos. Su voz se hizo más profunda-. Te aseguro que eres tú quien inspira todas mis pasiones.

Celeste quedó casi sin aliento. Sabía que esto no era un arrebato de deseo o de excitación. Era el miedo lo que la había dejado sin respiración. Sin embargo, logró disimular esa sensación con otra sonrisa y una caída de ojos.

-Me tranquiliza saberlo -dijo débilmente.

Estaba segura de que su voz era normal, pero aún tenía el pulso acelerado. Le hizo falta toda su fuerza de voluntad para no estrujarse las manos. Howard siguió traspasándola con la mirada. Luego sonrió y se volvió hacia fuera.

-Dejemos tranquilos a Lavinia y al señor March. No cabe duda de que son una pareja poco corriente, pero su extraña profesión no es algo que nos concierna.

Cuando él centró de nuevo su atención en lo que ocurría en la calle, ella dejó escapar un suspiro. Era como si hubiera quedado liberada de un cepo invisible. Reunió sus dispersos pensamientos y se serenó.

A pesar de la actitud aparentemente despreocupada de Howard, a Celeste no le inspiraba confianza el modo en que él restaba importancia a la curiosidad que lo había impulsado a informar a Lavinia de su presencia en la ciudad.

Howard estaba absolutamente intrigado por la señora Lake. Celeste pensó que esa distracción no le vendría mal. Como mínimo, el interés de Howard por su vieja amiga serviría para que en esta coyuntura crítica no reparara en sus planes. De todas maneras, tenía la extraña sensación de que algo se le escapaba.

Lo observó atentamente, estudiando su expresión distante y pensativa. Le preocupaba. Esos extraños momentos de ausencia y silencio se volvían cada vez más frecuentes. Habían comenzado en el momento en que lo había atacado la obsesión de trascender la simple práctica del hipnotismo y se había entregado a una investigación exhaustiva del tema.

Y de pronto, su afinada e intuitiva comprensión del sexo masculino tropezó con la verdad. Lo vio todo con sorprendente claridad.

-Aceptaste la invitación de la señora Lake a tomar el té porque querías saber si ella había llegado a ser tan experta como tú en la práctica del hipnotismo -dijo en tono sereno-. De eso se trata, ¿verdad? Tenías que saber si, después de todos estos años, ella representaba un desafío para tu enorme talento o si de alguna manera había aprendido más de lo que tú has descubierto.

Howard se tensó de un modo apenas perceptible. Esa ligera reacción física confirmó la conclusión a la que había llegado Celeste. Luego, él se volvió hacia ella con sorprendente rapidez, y ella se hundió en las insondables profundidades de sus ojos.

Él no dijo nada. Pero Celeste sintió que se paralizaba en su asiento. Le parecía que no habría podido moverse aunque el coche hubiera quedado envuelto en llamas. El pánico se apoderó de ella. Desesperada, pensó que era impensable que él sospechase algo sobre sus planes. No había forma de que hubiera descubierto lo que estaba tramando. Había sido extremadamente cuidadosa.

Howard sonrió y así rompió el hechizo. La hipnótica intensidad de su mirada se desvaneció.

-Te felicito, querida -dijo-. Como siempre, eres de lo más perspicaz. ¿Sabes? No había comprendido plenamente mi curiosidad por Lavinia hasta hoy, al verla después de tantos años. Sólo entonces me he dado cuenta e que, en efecto, me había movido el deseo de descubrir si ella había alcanzado o no su potencial como hipnotizadora. Tenía un don natural para ese arte. Lo percibí hace años, cuando ella no era más que una niña. Estaba seguro de que lo único que necesitaba para perfeccionar su habilidad era tiempo y práctica.

Celeste respiró hondo y recuperó el aplomo.

-¿Tal vez te preguntabas si había superado tu talento?

Él vaciló.

-Tal vez.

-Eso sería imposible -afirmó Celeste con absoluta y auténtica convicción-. No hay nadie más experto. El propio Mesmer estaría impresionado por tu talento.

Howard hizo chasquear la lengua.

-Agradezco tus palabras de apoyo, cariño, pero, dadas las circunstancias, me temo que tenemos pocas posibilidades de descubrir el grado de admiración del señor Mesmer por mi talento.

-Es una pena que haya muerto hace tan pocos años sin llegar a conocer tu trabajo. Pero te aseguro que se habría sentido impresionado. No, lo más probable es que te envidiara. Y en cuanto a la señora Lake, no tienes por qué preocuparte. No representa ningún peligro para ti. Evidentemente, ha preferido dejar a un lado sus aptitudes naturales para dedicarse a otra profesión.

-Así parece. -Acarició la mano enguantada de ella-. Nunca dejas de levantarme el ánimo, cariño. Vaya, no sé qué haría sin ti.

Celeste sonrió y se permitió relajarse un poco. Pero no se atrevió a bajar la guardia totalmente. El asunto que se traía entre manos era demasiado importante para tomarlo a la ligera. Había corrido riesgos en otras ocasiones, pero esta empresa era, con mucho, la más peligrosa en la que se había embarcado jamás.

Valdría la pena, se dijo. Si todo salía como lo había planeado, los beneficios le permitirían modificar su destino una vez más. Estaría en condiciones de pasar a formar parte de la alta sociedad y por fin obtendría lo que tanto había deseado.

El único obstáculo que aparecía en su camino era Howard. Decidió no subestimarlo.

3

-No cabe duda de que hoy ha sido un día para rememorar el pasado -comentó Lavinia-. Primero, mi encuentro en Pall Mall, y luego la visita de Howard Hudson. Te aseguro que estos dos hombres ocupan lugares muy diferentes en mi estima.

Estaban sentados en el banco de piedra de la artística y artificial ruina gótica que Tobías había descubierto años atrás. El arquitecto sin duda había intentado diseñar una estructura elegante, con sus distinguidas columnas y sus muros encantadoramente derruidos, con la idea de crear un ambiente sereno e ideal para la contemplación. Pero había cometido el error de situarlo en un sector escondido y lleno de maleza del parque y, en consecuencia, nunca había despertado el interés de los paseantes. Después de todo, los que vivían pendientes de la moda iban al parque a mirar y a que los miraran. No acudían en busca de intimidad y aislamiento.

Tobias había descubierto la ruina mientras daba un largo paseo, y la había adoptado como refugio. Lavinia sabía que ella era la única persona con quien compartía ese lugar.

Allí él le había hecho el amor. El recuerdo la invadió y removió un volátil cúmulo de emociones que jamás se había creído capaz de experimentar hasta que conoció a Tobias. Pensó que en la sociedad que habían creado nada era simple ni sencillo. Por un lado, él era el hombre más exasperante que había conocido. Por otro, era también el más excitante. El solo hecho de estar sentada en esa ruina, junto a él, le hacía sentir vagos estremecimientos en todo el cuerpo.

Aún no sabía cómo encarar su insólita relación con él, con su compleja mezcla de profesionalidad y pasión. Pero lo que sí sabía era que, ahora que había creado un vínculo con Tobias March, la vida nunca volvería a ser la misma.

-¿Quién era él? -preguntó Tobias.

Ella jugueteó un instante con la falda de su vestido, para ganar tiempo y aclarar sus pensamientos.

-Es una larga historia -dijo por fin.

-No tengo prisa.

No sabía por dónde empezar. Y ahora que conocía bien a Tobias, era consciente de que él no cedería hasta que ella le diera una respuesta. Además de ser el hombre más exasperante y más excitante que había conocido, también era el más decidido, persistente y testarudo.

Más valía ofrecerle una explicación. Era la única manera de que ambos llegaran a casa antes del anochecer.

-Tal vez recuerdes que alguna vez mencioné un incidente lamentable acaecido en el norte.

-Sí.

-El caballero que he visto esta mañana en Pall Mall está relacionado con ese incidente. Se llama Oscar Pelling. La razón por la que he llegado tarde a casa es que me ha puesto bastante nerviosa ver a ese hombre espantoso. He hecho un alto en un salón de té para recuperar fuerzas y tranquilizarme.

-Háblame de Oscar Pelling.

-En pocas palabras, me acusó de ser la responsable de la muerte de su esposa. -Hizo una pausa-. Y tal vez tenga razón.

Se produjo un breve silencio mientras Tobias asimilaba esa cruda declaración.

Se inclinó hacia delante, apoyó los antebrazos en los muslos y juntó las manos entre las rodillas. Observó con fijeza los hierbajos altos que formaban una pantalla verde alrededor de la ruina.

-¿Culpó a tu tratamiento hipnótico? -preguntó.

-Sí.

-Ah.

Ella se tensó.

-Vaya, ¿qué significa ese comentario, señor?

-Eso explica por qué abandonaste la profesión hace dos años y te dedicaste a diversas ocupaciones para mantenerte y mantener a Emeline. Temías haber ocasionado algún daño con esa técnica.

Se produjo otro silencio, esta vez más prolongado. Lavinia exhaló un profundo suspiro.

-No me extraña que haya hecho usted carrera en el mundo de las investigaciones privadas, señor. Tiene usted un talento increíble para la lógica deductiva.

-Cuéntame toda la historia -pidió Tobias.

-Jessica, la esposa de Oscar Pelling, fue una de mis pacientes durante un breve período. Vino a verme porque padecía un trastorno nervioso. -Lavinia vaciló-. Jessica parecía una mujer muy agradable. Era muy bonita, un poco más alta que la media y elegante. Las damas acaudaladas refinadas de su clase social suelen ser muy delicadas de los nervios. Tienen propensión a los desmayos y también a los ataques leves de histeria femenina.

Tobias asintió.

-He oído hablar de eso -comentó.

-Pero enseguida advertí que el estado de Jessica era mucho más grave de lo que yo imaginaba. Sin embargo, se mostró muy reacia a permitirme que la hiciera entrar en trance.

-¿Y por qué vino a verte en busca de tratamiento si no deseaba entrar en trance?

-Tal vez porque consideraba que no tenía a nadie más a quien recurrir. Vino a verme sólo tres veces, siempre en un estado de agitación extrema. Durante las dos primeras visitas me hizo toda clase de preguntas acerca de la naturaleza exacta de un trance hipnótico.

-¿Tenía miedo de perder el control, de quedar bajo el control de otra persona?

-No exactamente. La señora Pelling parecía más preocupada por la posibilidad de revelar involuntariamente durante el trance información privada y personal, y no recordar más tarde lo que había dicho. Le aseguré que le repetiría exactamente las palabras que hubiera pronunciado, pero creo que no confiaba totalmente en mi discreción.

-No te conocía bien.

Lavinia sonrió.

-Gracias por el cumplido, Tobias.

Él se encogió de hombros.

-Es la pura verdad. Yo te confiaría mis más íntimos secretos. En realidad, lo he hecho en más de una ocasión.

-Y yo le confiaría a usted los míos, señor -respondió Lavinia mientras observaba los anchos hombros de él. Quizá Tobias fuese increíblemente terco y arrogante, pero uno podía poner su vida en sus manos-. Creo que incluso ahora lo estamos corroborando.

Él asintió.

-Adelante.

-Sí, bueno, como te decía, tuve la impresión de que, aunque Jessica Pelling estaba sumamente ansiosa por someterse a esa experiencia, creía que no le quedaban muchas alternativas.

-Era una mujer desesperada.

-Sí. -Lavinia recordó lo que había ocurrido en la última sesión y titubeó-. Y, en cambio, nunca habría imaginado que fuese una mujer abatida.

Tobias la miró con un brillo de sorpresa en los ojos.

-¿No padecía de melancolía, entonces?

-En ese momento no me lo pareció. Como te he dicho, durante las dos primeras visitas hablamos de la naturaleza terapéutica del hipnotismo. Se la describí con la máxima precisión posible mientras ella se paseaba de un lado al otro delante de mi escritorio.

Tobias separó las manos, se enderezó y empezó a masajearse distraídamente el muslo izquierdo.

-Da la impresión de que la señora Pelling ansiaba encontrar una cura para su problema nervioso, pero no cabe duda de que desconfiaba de todo ese asunto del hipnotismo. Comprendo su dilema.

-Sé muy bien que no estás interesado en esa técnica. Crees que quienes aplican tratamientos hipnóticos terapéuticos son charlatanes y curanderos, ¿verdad?

-Eso no es del todo cierto -replicó él en tono uniforme-. Creo que algunos débiles mentales pueden caer en un trance hipnótico. Pero no creo que un profesional sea capaz de imponer su voluntad a un hombre de mi carácter.

Lavinia lo contempló mientras se friccionaba el muslo y pensó en la bala que le había alcanzado la pierna varios meses atrás. Había rechazado categóricamente su ofrecimiento de utilizar un trance hipnótico para aliviar el dolor que lo acometía con tanta frecuencia.

-Tonterías -dijo ella enérgicamente-. La verdad es que la idea de que yo te induzca un trance te pone tan nervioso que prefieres sufrir la incomodidad de esa herida a probar ese procedimiento. Admítalo, señor.

-Cuando estoy cerca de ti, cariño, siempre me siento como si estuviera en trance.

-Vamos, no intentes engatusarme con esos cumplidos tan poco inspirados.

-¿Poco inspirados? -De repente dejó de frotarse el muslo-. Me deja desconsolado, señora. Creía que era una respuesta más bien encantadora, dadas las circunstancias. En cualquier caso, mi herida se ha curado bastante bien sin ayuda del hipnotismo.

-Te duele con frecuencia, sobre todo cuando hay mucha humedad. Te está molestando incluso en este momento, ¿verdad?

-Una o dos copas de brandy pueden obrar maravillas -dijo él-. Me las serviré en cuanto llegue a casa. Ahora dejemos este tema. Por favor, continúa con tu relato.

Ella se concentró en la abundante vegetación que crecía en el lugar.

-Cuando Jessica Pelling fue a verme por tercera y última vez, noté que estaba angustiada. No me hizo más preguntas; sencillamente me pidió que la hiciera entrar en trance terapéutico. No tuve dificultad para hacerlo. De hecho, era una paciente excelente. Empecé a interrogarla en un intento por descubrir la fuente de su ansiedad. Me llevé una enorme sorpresa cuando ella me reveló que su esposo le inspiraba un miedo terrible.

-¿Oscar Pelling?

-Sí. -Lavinia se estremeció-. Llevaban sólo un año casados, pero ella describió su existencia como una pesadilla. Lavinia evocó los detalles de la última sesión con Jessica Pelling:

-... Esta noche, otra vez, Oscar está enfadado. -Jessica hablaba con la artificial serenidad de quien está en trance-. Dice que he elegido mal los platos para la cena. Insiste en que lo he hecho deliberadamente para poner en tela de juicio su autoridad como señor de la casa. Me dice que soy desafiante. Tendrá que volver a castigarme...

Lavinia sintió que se le formaba un nudo en el estómago.

-Te hizo daño anoche, Jessica?

-Sí. Cada vez que me castiga, me hace daño. Dice que es por mi culpa que se ve obligado a propinarme esos golpes.

Qué ocurrió, Jessica?

-Despacha a los criados a sus aposentos. Luego me coge del brazo. Me arrastra hasta el dormitorio y me... me hace daño. Me golpea una vez, y otra, y otra más.

Lavinia estudió el atractivo rostro deJessica. No había rastro de marcas ni magulladuras.

Dónde te golpea, Jessica?

-En los pechos. En el estómago. Donde sea, salvo en la cara. Siempre tiene buen cuidado de no contusionarme la cara. Dice que no quiere que nadie sienta pena por mí. Soy tan mala esposa que seguramente me aprovecharía de un ojo morado o de un labio roto para tratar de granjearme la compasión de quienes no saben que merecía el castigo.

Lavinia la miró horrorizada.

-¿Te pega a menudo?

-Sus ataques de furia son cada vez más frecuentes. Es como si cada vez estuviera más cerca de perder el control por completo. Evidentemente, se casó conmigo sólo para heredar mi fortuna. Yo creo que no tardará en asesinarme.

Lavinia dejó a un lado los recuerdos de aquella espantosa sesión.

-Te aseguro que no soporté seguir escuchando su triste historia -comentó-. Interrumpí el trance y le repetí lo que acababa de decirme. -¿Y cómo reaccionó?

-Se sintió humillada. Al principio lo negó. Pero por la manera en que se comportaba me percaté de que su sufrimiento era psíquico y también físico. Cuando se lo dije, se vino abajo y se echó a llorar.

-¿Qué puedo hacer?-dijo Jessica deshecha en lágrimas.

-¿Que qué puede hacer? -Lavinia quedó sorprendida al oír esa sencilla pregunta-. Abandonarlo de inmediato, por supuesto.

-He soñado con hacerlo. -Jessica se secó las lágrimas con el pañuelo que Lavinia le había dado-. Pero él controla mi fortuna. No tengo ningún pariente cercano a quien pedirle ayuda. Ni siquiera puedo permitirme pagar un billete para viajar a Londres. Además, ¿qué haría si lograra escapar? No sé cómo ganarme la vida; terminaría en la calle. Y tengo miedo de que Oscar salga a buscarme. No soporta a las mujeres desafiantes. Si me encontrara, me castigaría cruelmente. Incluso podría matarme.

-Debería esconderse. Podría adoptar un nuevo nombre. Declararse viuda.

-Sin dinero no. -Jessica apretó con fuerza su ridículo-. No tengo escapatoria.

Lavinia miró el anillo que llevaba Jessica.

-Tal vez haya una manera...

-No me sorprende en absoluto que te involucraras en esa historia -dijo Tobias con sequedad-. ¿Qué hiciste?

-Jessica llevaba un anillo muy poco corriente. Era de oro, y tenía engarzadas varias piedras de colores y diamantes diminutos y brillantes que formaban una flor. Le pregunté por el anillo y me dijo que siempre había pertenecido a su familia y que ella lo usaba desde que había terminado sus estudios. Al menos parecía algo valioso.

Tobias asintió.

-Le aconsejaste a Jessica que usara el anillo para financiar su nueva vida. Lavinia se encogió de hombros.

-Parecía obvio que era lo que tenía que hacer. Aparte de eso, la única solución que se me ocurría para su problema era que se las arreglara para envenenar a Oscar Pelling. Pero algo me decía que se habría desmayado sólo de pensar en asesinar a su esposo.

Tobias torció ligeramente la boca hacia arriba.

-¿Y tú no?

-Sólo habría hecho algo así como último recurso -aseveró ella-. En cualquier caso, me pareció que el plan del anillo era el mejor. Sabía que si ella pudiese llegar a Londres con ese anillo, lograría venderlo por una suma razonable. No lo suficiente para vivir a lo grande durante mucho tiempo, por supuesto, pero sí lo necesario para sobrevivir hasta que encontrase un modo de ganarse la vida.

-Cariño, te has reinventado tantas veces que creo que pasas por alto el hecho de que no todo el mundo tiene tantos recursos ni es tan decidido como tú.

Ella suspiró.

-Tal vez tengas razón. Debo decirte que aunque yo consideraba que mi plan era fantástico, Jessica se mostró horrorizada cuando se lo expuse. Por lo visto la intimidaba la idea de adoptar una nueva identidad y buscar una forma de mantenerse. Siempre había tenido dinero, ¿comprendes? La idea de seguir viviendo sin su fortuna la aterrorizaba.

-Qué injusto -reflexionó Tobias-. Después de todo, el dinero era de ella.

-Sí, por supuesto. Entendí perfectamente sus reservas al respecto. Pero, en mi opinión, o se despedía de su fortuna y se cambiaba el nombre, o debía empezar a investigar el delicado arte de preparar veneno. Claro que, como te he dicho, no me parecía que le entusiasmara mucho esta última solución.

-Lavinia, a veces me haces sentir escalofríos.

-Tonterías. Estoy segura de que si hubieras estado en mi lugar le habrías dado el mismo consejo.

El se encogió de hombros y no hizo ningún comentario.

Lavinia arrugó el entrecejo y pensó en lo que acababa de decir.

-Lo retiro. Tú no le habrías aconsejado que se tomara el trabajo de adoptar una nueva identidad. Te las habrías arreglado para que Pelling sufriese un desagradable accidente.

-Como no estaba en tu lugar, no tiene mucho sentido hacer suposiciones.

-A veces me hace usted sentir escalofríos, señor.

Él sonrió al oír repetidas sus propias palabras, sin duda pensando que ella intentaba tomarle el pelo. Pero Lavinia no bromeaba. A veces él le hacía sentir escalofríos. En lo más recóndito de su ser, Tobias guardaba muchos misterios. De vez en cuando Lavinia tomaba conciencia clara de que aún había muchas cosas que no conocía de este hombre.

-¿Qué le ocurrió a Jessica Pelling? —preguntó él.

-Nunca volví a verla —susurró Lavinia-. Se suicidó al día siguiente.

-¿Cómo? ¿Con una sobredosis de láudano? ¿Bebió demasiada leche de amapolas?

-No. Eligió un método más drástico. Salió a cabalgar en medio de una violenta tormenta y se arrojó al río, que estaba crecido. El caballo regresó sin ella. Después una criada encontró en la habitación de la señora Pelling una nota en la que manifestaba su intención de ahogarse.

-Mmm.

Se impuso un breve silencio.

-Nunca encontraron el cadáver.

-Mmm.

-De vez en cuando ocurría. —Lavinia entrecruzó las manos sobre su regazo. Sus recuerdos de aquel espantoso día eran tan frescos y vívidos que tuvo que hacer un esfuerzo por respirar-. En algunos tramos, el río era muy profundo y traicionero. No era raro que algún desdichado cayera durante una riada y desapareciese para siempre.

-¿Oscar Pelling te culpó de la muerte de su esposa?

-Sí. Poco después de que la partida de rescate abandonase la búsqueda, él y yo nos cruzamos en la calle. Estaba tan furioso que casi... casi temí por mi seguridad.

Una enorme rigidez se apoderó de Tobias.

-¿Te tocó? ¿Te puso la mano encima? ¿Te hizo daño de alguna manera?

La expresión implacable de los ojos de Tobias la dejó casi sin respiración. Tragó saliva y se apresuró a continuar su relato.

-No -respondió enseguida-. De ningún modo se habría atrevido a agredirme delante de tantos testigos. Pero me acusó de empujar a Jessica a la muerte con mis tratamientos basados en la hipnosis.

-Entiendo.

-Se aseguró de que los rumores sobre mi incompetencia corrieran rápidamente por todo el lugar. Poco tiempo después, Oscar Pelling había echado mi reputación por tierra. Perdí a todos mis pacientes. -Vaciló-. En realidad, ya no estaba segura de querer continuar ejerciendo.

-Porque temías que Pelling tuviera razón. Que tu terapia hubiera tenido algo que ver con la muerte de Jessica.

-Sí.

Ya está, pensó Lavinia: le había revelado a Tobias su más oscuro secreto. De pronto se dio cuenta de que ésa era la verdadera razón por la que se había puesto a temblar al ver a Oscar Pelling. Su intuición le había dicho que, en cierto modo, aquel encuentro la llevaría a este espantoso momento en que Tobias descubriría que ella había estado involucrada en la muerte de una mujer inocente.

Sabía muy bien cuánto desconfiaba él del hipnotismo y qué pensaba de quienes practicaban ese arte. Se preparó para aceptar la reacción de Tobias, al tiempo que se preguntaba cuándo y cómo la opinión de él se había vuelto tan importante. ¿Por qué le importaba tanto lo que él pensara de ella?

-Escúchame bien, Lavinia. -Tobías se acercó a ella y le cubrió los dedos con su mano grande y poderosa-. Tú no tienes la culpa de lo que ocurrió. Lo único que intentaste fue ayudarla. Era una situación desesperada, que requería soluciones desesperadas. Tu idea de que Jessica usara el anillo para costearse su nueva vida con un nombre nuevo era un plan excelente. No es culpa tuya que a ella le faltaran el coraje y la voluntad necesarios para llevarlo adelante.

Al principio Lavinia creyó que no lo había oído bien. Tobias no la culpaba. El mundo pareció iluminarse un poco, el aire se volvió más límpido y perfumado. Respiró profundamente.

-Pero tal vez al animarla a correr ese riesgo la obligué a enfrentarse a su propia impotencia y la arrojé a una profunda desesperación. -Lavinia se apretó los dedos-. Tal vez le hice sentir que todo era inútil y que la única salida era el suicidio.

-Tú le mostraste una salida posible. Ponerla en práctica dependía de ella. -Tobias la acercó hacia él y la estrechó entre sus brazos-. Hiciste todo lo que estaba en tu mano.

Era increíble lo agradable que resultaba acurrucarse contra él, pensó Lavinia.

Él era un hombre sumamente difícil, pero de vez en cuando la fortaleza sólida e inquebrantable de Tobias producía un efecto decididamente tranquilizador sobre sus sentidos.

Él no le recriminaba lo que había sucedido.

-No habría debido permitir que ese encuentro con Pelling me alterara tanto -dijo ella un momento después-. Es perfectamente razonable que un caballero de su riqueza y posición venga de vez en cuando a la ciudad de compras y a atender sus asuntos.

-Por supuesto.

-Y no es nada raro que lo encontrara en Pall Mall. Después de todo, Londres es, en muchos sentidos, un mundo pequeño, sobre todo por lo que se refiere a la zona comercial.

-No fue la sorpresa de ver un rostro conocido en Pall Mall lo que te alteró los nervios -señaló Tobias-. Fue que Pelling despertó recuerdos del incidente que dio al traste con tu carrera como hipnotizadora.

-En parte.

«Aunque lo principal fue que intuí que tendría que confesarte todo a ti -agregó para sus adentros-. Fue por eso por lo que tuve que detenerme a tomar una taza de té. Por eso llegué tarde. No quería contarte esta historia.»

Pero ya todo había pasado. La verdad había salido a la luz y Tobias no la usaría en contra de ella. En realidad, él la había retratado como la heroína de aquel drama. Sorprendente.

-Ahora tienes una nueva profesión, Lavinia -dijo él para estimularla-. Lo que ocurrió en el pasado ya no importa. Ella se relajó un poco más y disfrutó del calor del cuerpo de él.

Un instante después Tobias le levantó suavemente la cabeza y acercó sus labios a los de ella.

-Aquí fuera hace un poco de frío para estas cosas -murmuró contra los labios de él.

-Yo te daré calor -prometió Tobias.

4

El pequeño grupo de ansiosos galanes que rodeaba a Emeline en los peldaños del instituto hizo que Anthony se sintiera incómodo. Esos jóvenes mostraban un enorme interés en hablar sobre la conferencia a la que acababan de asistir, pero Anthony sospechaba que la mayoría de ellos abrigaba intenciones ocultas.

Emeline, sin embargo, no parecía contemplar esa posibilidad. Estaba muy interesada en dar su opinión sobre la charla.

-Me parece que el señor Lexington no ha pasado mucho tiempo en Italia, si es que ha estado allí alguna vez -declaró la joven-. Su descripción de las fuentes y los monumentos romanos deja mucho que desear. Casualmente, hace poco mi tía y yo tuvimos la oportunidad de pasar algún tiempo en esa ciudad, y yo...

-Sin duda eso explica su distinguido sentido de la moda -afirmó uno de los caballeros-. El vestido que lleva puesto es de un exquisito matiz de ámbar. Del color del cielo durante el crepúsculo. Sólo lo supera el brillo de sus ojos, señorita Emeline.

Se oyó un murmullo de aprobación.

Emeline no titubeó.

-Gracias, señor. Bien, como estaba diciendo, mi tía y yo tuvimos la enorme suerte de pasar algunos meses en Roma, y les puedo asegurar que el señor Lexington no ha tratado este tema como se merece. No ha sabido expresar la auténtica elegancia de los monumentos. Precisamente mientras estábamos en Italia pude hacer varios bocetos y algunos dibujos...

-Me encantaría ver sus bocetos, señorita Emeline -dijo una voz entre la multitud.

-Lo mismo que a mí, señorita Emeline.

-Ningún monumento, por maravilloso que sea, puede compararse con su elegancia, señorita Emeline -añadió alguien más.

Anthony pensó que había llegado al límite de su paciencia. Con gran ostentación sacó el reloj de su bolsillo.

-Me temo que debo interrumpir, señorita Emeline. Se hace tarde. Le he prometido a tu tía que te llevaría a casa a las cinco en punto. Tendremos que darnos prisa.

-Sí, por supuesto. -Emeline dedicó una encantadora sonrisa al grupo-. El señor Sinclair tiene razón. Debemos irnos. Pero he disfrutado mucho con la conversación. Es realmente sorprendente. No tenía idea de que todos ustedes estuviesen interesados en las fuentes y en los monumentos romanos.

-Fascinados, señorita Emeline -dijo con una profunda reverencia un caballero vestido con una chaqueta tan ceñida que Anthony se preguntó cómo podía mover los brazos-. Le aseguro que estoy absolutamente embelesado por el tema y por los comentarios que usted hace al respecto.

-Extasiado -le aseguró otro.

Se inició así una acalorada competición en la que cada uno pretendía convencer a Emeline de que sus inquietudes intelectuales eran más elevadas que las de los demás.

Anthony, reprimiendo el impulso de mostrar los dientes, enlazó el brazo con el de Emeline y la ayudó a bajar rápidamente los escalones. Un coro de despedidas flotó en el aire tras ellos.

-No me había dado cuenta de que se había hecho tarde -musitó Emeline.

-No temas -dijo Anthony-. Estaremos de regreso antes de que tu tía empiece a inquietarse.

-¿Qué te ha parecido la conferencia del señor Lexington? -le preguntó. Él vaciló y se encogió de hombros.

-Para ser sincero, me ha aburrido bastante. Ella le dirigió una cálida sonrisa.

-Coincidimos en ese punto. De todas maneras, he disfrutado mucho de esta tarde.

-Yo también.

Anthony pensó que habría disfrutado mucho más si no se hubiera visto obligado a abrirse paso entre esa multitud de dandis que se había reunido en la sala de conferencias. Estaba seguro de que su presencia allí no se debía a su interés en las fuentes y en los monumentos romanos. El verdadero atractivo era Emeline. En cierto modo, ella se había puesto de moda después de una serie de apariciones triunfales en algunos de los salones más importantes de la alta sociedad.

Tenía plena conciencia de que el hecho de que Emeline careciese de herencia y de relaciones familiares no le permitiría moverse durante mucho tiempo en los círculos sociales más elevados, a pesar de las maquinaciones de Lavinia. Más aún, las prudentes madres casamenteras se asegurarían de que sus hijos no cortejasen muy seriamente a Emeline.

Por desgracia, eso no impedía que muchos jóvenes de la alta sociedad se sintieran intrigados por un ser tan encantador y poco común, y tampoco que los despiadados vividores y libertinos intentaran seducirla como una forma perversa de deporte.

Anthony se había asignado el papel de guardián de Emeline y consideraba que su deber era protegerla de atenciones no deseadas. Sin embargo, lo que más le preocupaba en ese momento era que ella decidiera aceptar alguna de esas atenciones.

Todo habría sido mucho más sencillo si él hubiera estado en condiciones de manifestar sus sentimientos y de ofrecer algo a cambio de su mano. Pero la realidad era que él no podía permitirse el lujo de ofrecerle el tren de vida al que ella merecía acostumbrarse.

Últimamente había dedicado mucho tiempo a analizar sus problemas y a concebir varias soluciones posibles. Todo se reducía a una cuestión clave: debía encontrar una manera de llevar una vida decente, y debía hacerlo rápidamente, antes de que alguno de los jóvenes que revoloteaban alrededor de Emeline desafiara a sus padres y la convenciera de que escapase con él.

Caminaron de regreso a la pequeña casa de Claremont Lane a paso vivo, no sólo por el hecho de que empezaba a anochecer, sino porque la amenaza de lluvia impregnaba el aire.

-¿Ocurre algo? -le preguntó Emeline cuando llegaron al pequeño parque y doblaron la esquina-. ¿Estás enfermo?

La pregunta lo arrancó de sus pensamientos. Le molestó que ella lo considerase un hombre enfermizo.

-No, no estoy enfermo. Estoy pensando.

-Oh. Por tu semblante creía que tal vez el helado que hemos tomado antes no te había sentado bien.

-Te aseguro que gozo de excelente salud, Emeline.

-Sólo estaba un poco preocupada.

-Emeline, tu tía ha dicho claramente que quiere que disfrutes de otra temporada de actos sociales antes de que pienses siquiera en aceptar una proposición de matrimonio.

-¿Y qué tiene que ver el matrimonio con esto?

Él hizo un esfuerzo por responderle.

-Es bastante probable que en cualquier momento alguno de esos... de esos caballeros que se han acercado a ti después de la conferencia de hoy decida pedir tu mano.

-Oh, lo dudo. Los padres de estos jóvenes no lo aprobarían. Todos ellos pueden aspirar a una esposa mejor, y estoy segura de que es eso lo que harán cuando llegue el momento.

-No es infrecuente que algún insensato se fugue con alguien a quien sus padres no consideren adecuado -dijo Anthony en tono sombrío.

-¿Tal como hacen siempre los caballeros en esos libros de poesía que tanto le gusta leer a tía Lavinia? -preguntó Emeline riendo entre dientes-. Qué romántico. Pero dudo que yo sea la clase de mujer que incita a contraer un matrimonio clandestino.

-Tú eres precisamente esa clase de mujer. -Anthony se interrumpió bruscamente y se volvió hacia ella-. Debes permanecer alerta, Emeline. Nunca se sabe cuándo un vividor puede aparecer en la ventana de tu dormitorio en plena noche y rogarte que subas con él al coche que tiene esperando en la calle. -Él mismo había imaginado que lo hacía en alguna de sus febriles fantasías.

-¿Una boda en secreto? -Emeline abrió los ojos desorbitadamente-. Tonterías. No me cabe en la cabeza que alguno de esos caballeros tenga el coraje de hacer algo tan emocionante.

A Anthony se le formó un nudo en el estómago.

-¿Estás diciendo que te parecería excitante huir con uno de esos dandis cabezas huecas?

-Sí, por supuesto.

A él se le heló la sangre.

Entonces Emeline sonrió.

-Y bastante imposible, por supuesto.

-Imposible. -Se aferró a esa palabra-. Sí, por supuesto. Absolutamente imposible.

-Por supuesto.

Pero no era imposible, y él lo sabía bien. Había sucedido al menos en una ocasión durante la última temporada de acontecimientos sociales, y sin duda ese año volvería a suceder. Tarde o temprano, alguna joven pareja a la que se le había prohibido casarse huiría en medio de la noche. Si sus frenéticos padres no los alcanzaban antes de que alcanzasen su objetivo, los jóvenes regresarían como recién casados. Los padres se verían obligados a aceptar el hecho consumado. Y la alta sociedad tendría otro chisme para saborear con el té.

Anthony pensó que si le quedaba un poco de sentido común más valía guardar silencio. En cambio, se aclaró la garganta.

-Bueno, ¿exactamente por qué dices que sería imposible fugarte con uno de esos caballeros? -preguntó con mucho tacto.

-Porque no estoy enamorada de ninguno de ellos, por supuesto. -Ella echó un vistazo al pequeño reloj que llevaba sujeto a la parte delantera de su pelliza-. Vamos, Anthony, debemos darnos prisa. No queremos que nos sorprenda la lluvia. Tía Lavinia se desmayará si arruino este vestido nuevo.

No estaba enamorada de ninguno de ellos.

Anthony se dijo que eso no significaba que estuviera enamorada de él, pero al menos no abrigaba sentimientos tiernos hacia nadie más.

Se sintió milagrosamente animado y sonrió.

-Calma, Emeline. Una dama capaz de aceptar a Tobias como socio difícilmente se desmayaría al ver un vestido arruinado.

Emeline se echó a reír.

-No sabes cuánto valora tía Lavinia los vestidos de madam Francesca. Los considera una inversión.

Por desgracia, Anthony sabía muy bien por qué Lavinia estaba invirtiendo últimamente tanto dinero en los vestidos de esa exclusiva modista.

Aún acariciaba el sueño de casar a Emeline con algún joven de la alta sociedad.

Mientras avanzaba por Claremont Lane avistó a Tobias y Lavinia, que subían los escalones del número 7.

-Parece que no somos los únicos que llegamos tarde a casa -señaló Emeline alegremente-. Lavinia y el señor March deben de haber salido a hacer un poco de ejercicio.

Anthony vio que Tobias se apoyaba contra la barandilla de hierro mientras esperaba que Lavinia sacara la llave de su ridículo. A pesar de la distancia, percibió el aire de profunda satisfacción de su cuñado. Tobias parecía un animal enorme que empezaba a relajarse después de una cacería provechosa.

-Un ejercicio bastante enérgico, si no me equivoco -murmuró Anthony.

-¿Cómo dices? -preguntó Emeline mirándolo con curiosidad.

Afortunadamente, él no tuvo que explicar su comentario. En ese momento Tobias se volvió y reparó en que los jóvenes se acercaban a la puerta.

-Buenas tardes, señorita Emeline -la saludó Tobias-. ¿Qué tal esa conferencia?

-No tan erudita como cabía esperar, pero de todas maneras Anthony y yo hemos pasado un día agradable -repuso Emeline con desenvoltura.

La señora Chilton abrió la puerta en el mismo momento en que Lavinia encontraba la llave.

-¿Querrás entrar a tomar un poco de té? -le dijo Lavinia a Anthony.

-No, gracias. -Lanzó una mirada significativa a Tobias-. He de hablar contigo, si no te importa.

Tobias enarcó una ceja y se apartó de la barandilla.

-¿No puede esperar?

-Creo que no. Es un asunto de cierta importancia.

-Muy bien. Podemos hablar mientras voy al club. -Tobias se volvió hacia Lavinia-. Que tenga un buen día, señora.

-Igualmente, señor.

Anthony quedó sorprendido por la inusitada suavidad de la despedida de Lavinia, pero a Tobias no pareció extrañarle.

Tobias y Anthony esperaron a que las damas estuviesen a salvo dentro de la casa y finalmente se dirigieron a la esquina. No tardaron en parar un coche. Una vez en el interior, Tobias se acomodó en uno de los asientos y observó fijamente a Anthony.

-¿Ocurre algo? Parece que acabaras de tragarte una cucharada de algún medicamento repugnante.

Era la segunda vez en una hora que alguien, al ver su expresión, suponía que estaba enfermo. Se sintió molesto.

-Necesito una fortuna -anunció.

-Como todos -dijo Tobias mientras estiraba la pierna izquierda-. Si la encuentras, házmelo saber. Estaré encantado de compartirla contigo.

-Hablo en serio. Quiero conseguir una suma de dinero que me permita casarme y ofrecerle a mi esposa un estilo de vida adecuado.

-Santo cielo. -Tobias lo miró a los ojos-. Estás enamorado de la señorita Emeline, ¿verdad?

-Sí.

-Maldición, me lo temía. ¿Le has declarado tus sentimientos?

-Claro que no. No estoy en condiciones de hacerlo porque no puedo pedirle que se case conmigo.

Tobias asintió con expresión resignada.

-Porque no tienes una fortuna.

Anthony tamborileó sobre el marco de la ventanilla con los dedos.

-He estado pensando en este asunto.

-Dios nos libre de los jóvenes que piensan demasiado.

-Estoy muy decidido.

-Sí, ya lo veo. ¿Debo entender que has ideado un plan para hacerte con esa fortuna que crees necesitar?

-Tengo talento para jugar a las cartas. Con un poco de práctica...

-No.

-De acuerdo, nunca he jugado con apuestas elevadas porque tú siempre te has opuesto a la idea de jugar por dinero, pero creo que podría hacer un buen papel en una mesa de juego.

-No.

-Déjame terminar. -Anthony se inclinó hacia delante, resuelto a convencer a Tobias-. La gran mayoría de los jugadores no enfoca su juego de una manera lógica. En realidad, suelen sentarse a jugar cuando ya están borrachos. No es de extrañar que casi todos esos caballeros pierdan grandes sumas. Yo, en cambio, tengo la intención de abordar las partidas desde el principio como si se tratara de un problema de matemáticas.

-Tu hermana se levantaría de la tumba para maldecirme si yo te permitiera caer en ese infierno. Sabes tan bien como yo que su mayor temor era que te convirtieras en un jugador.

-Sé muy bien que Ann tenía miedo de que yo terminara en la indigencia, como nuestro padre. Pero te aseguro que en este caso no ocurrirá.

-Santo cielo, lo que tanto le preocupaba no era el hecho de que tu padre hubiera perdido todo lo que poseía por no poder resistirse a las malditas mesas de juego, sino que durante una disputada partida, mientras intentaba recuperar lo perdido, fue asesinado. A la larga, esa carrera no da ninguna ganancia.

-Yo no soy mi padre.

-Lo sé.

Anthony se puso tenso. Desde el mismo momento en que había urdido su plan, había sabido perfectamente que surgiría el conflicto al que ahora se enfrentaba. La estrategia era complicada, pero se obligó a ceñirse a ella.

-No quiero discutir contigo sobre este tema —dijo-. Los dos sabemos que no podrás detenerme. Ya no soy un niño. Ésta es la decisión que he tomado.

Los ojos de Tobias se ensombrecieron al ver la tormenta que se avecinaba. Anthony pensó que en todos los años que había vivido con este hombre que había sido para él mejor tutor que su padre verdadero, rara vez había visto en su mirada una determinación tan fría e implacable. Sintió que un escalofrío recorría todo su cuerpo.

-Aclaremos este asunto -dijo Tobias con su tono de voz más suave y amenazador-. Si insistes en elegir el infierno, tendrás que vértelas conmigo. Tal vez creas que no está en mi mano detenerte, pero puedes estar seguro de que me encontrarás en tu camino cada vez que te des la vuelta. Debo hacerlo por la memoria de Ann. No creas que pasaré por alto la promesa que le hice.

Anthony recordó que se había hecho a la idea de que ésta sería una situación difícil. Respiró hondo y se enderezó.

-No tengo interés en discutir contigo este asunto —dijo-. Sabes muy bien que te respeto, y que respeto que seas un hombre fiel a su palabra. Pero estoy bastante desesperado y, por lo que veo, no me queda otra alternativa.

En lugar de soltarle otro sermón, Tobias centró su atención en la calle y se sumió en un profundo y perturbador silencio.

Anthony sobrellevó esa situación durante todo el tiempo que pudo. Luego intentó aliviar el horrible clima que reinaba en el interior del coche.

-Tobias, ¿tu intención es no volver a hablarme nunca más? -Esbozó una sonrisa forzada-. Eso no es propio de ti. Yo esperaba algo un poco más enérgico. La amenaza de suspender mi asignación trimestral, por ejemplo.

-Hace un momento te he dicho que no eres el único al que le gustaría hacerse con una fortuna.

Anthony quedó desconcertado por el repentino cambio de rumbo de la conversación.

-Suponía que bromeabas.

-Te aseguro que no bromeo.

Anthony cayó de pronto en la cuenta de lo que estaba diciendo Tobias.

-Por Dios, se trata de la señora Lake, ¿verdad? ¿Estás pensando en pedirle que se case contigo?

Tobias giró levemente la cabeza.

-No estoy en mejor posición para proponerle matrimonio que tú para pedir la mano de la señorita Emeline.

Jamás se le presentaría una oportunidad mejor que ésta, pensó Anthony. Era hora de pasar a la segunda fase de su plan cuidadosamente calculado.

-Al contrario -repuso en tono sereno-. La tuya no es una situación tan desesperada. En realidad, te envidio. Después de todo no careces totalmente de recursos. Durante tu carrera como investigador, de vez en cuando has recibido encargos importantes.

-Mi profesión es una manera muy irregular e imprevisible de ganarse la vida, y tú lo sabes bien.

-La señora Dove te pagó generosamente por las averiguaciones que hiciste en el asunto de los asesinatos en el museo de cera. Cobraste lo suficiente para invertir en uno de esos barcos de Crackenburne, ¿no?

-Pude permitirme el lujo de comprar una sola acción de esa empresa. Además, no tendré modo de saber si resulta rentable o no, y menos aún hasta qué punto, hasta que el maldito barco regrese de Oriente. Y eso no ocurrirá hasta dentro de varios meses.

-Y mientras tanto debes aguardar el momento adecuado y cruzar los dedos para que algún otro caballero capaz de mantener a una esposa no te arrebate a la señora Lake -puntualizó Anthony.

-Como puedes ver, no soy indiferente a la difícil situación en la que te encuentras.

Anthony se encogió de hombros.

-Si te sirve de consuelo, dudo mucho que la señora Lake se case por dinero.

Tobias no dijo nada. Siguió mirando por la ventanilla.

-Emeline me ha hablado de los sentimientos de su tía con respecto al matrimonio -comentó Anthony.

Esas palabras llamaron la atención de Tobias.

-¿Qué te ha dicho la señorita Emeline?

-Está bastante segura de que, aunque la señora Lake siempre está hablando de lo importantes que son las finanzas, en su fuero interno tiene un temperamento profundamente romántico.

-¿Lavinia romántica? ¿De dónde ha sacado Emeline semejante fábula.

-Supongo que la afición de la señora Lake a la poesía romántica le hecho pensar eso.

Tobías reflexionó por un instante. Luego sacudió la cabeza.

-Por todos los diablos, no me cabe duda de que a Lavinia le gusta mucho la poesía. Pero es demasiado pragmática para permitir que influya en sus decisiones personales.

Anthony suspiró en silencio. Recordó que, aunque Tobias poseía muchas cualidades excelentes, le faltaba paciencia para las actitudes románticas o sentimentales, y jamás se había molestado en practicar el delicado arte de cautivar a las damas.

-Emeline parece estar absolutamente segura de que, debido a su sensibilidad romántica, la señora Lake nunca sería capaz de entregarse a un matrimonio sin amor -dijo pacientemente-, al margen de la seguridad financiera que esa unión pudiera prometer.

-Mmm.

Anthony pensó que la expresión sombría de Tobias habría resulta casi divertida en otras circunstancias. Sin embargo, en ese momento se sintió bastante apenado por su cuñado.

Anthony recordó que en el pasado Tobías se había enredado en alguna que otra aventura, pero desde que Ann y la criatura los habían dejado, jamás había visto que su cuñado se interesara por una dama lo suficiente para desembocar en esta especie de callejón sin salida. Su asunto con la señora Lake iba en serio. Tobias necesitaba que alguien lo guiara.

Anthony carraspeó.

-Me parece que harías bien en adoptar un enfoque más romántico con la señora Lake. No he podido dejar de notar que a veces te muestras bastante brusco con ella.

-Sin duda porque ella insiste en discutir conmigo siempre que surge la ocasión. Jamás he conocido a una mujer más terca.

-Supongo que se cansa de que le des órdenes.

Tobias tensó los músculos de la mandíbula.

-Santo cielo, no se puede pretender que de la noche a la mañana me transforme en un imitador de Byron y los de su ralea. Por un lado, ya estoy viejo para hacer de poeta romántico. Por otro soy incapaz de escribir un verso que valga la pena.

-No te estoy sugiriendo que te transformes en poeta. Sólo que podrías tratar de expresarte de una manera poética.

Tobias entrecerró los ojos.

-¿Por ejemplo?

-Bueno, después de saludarla por la mañana podrías compararla con una diosa.

-¿Una diosa? ¿Te has vuelto loco?

-Sólo era una sugerencia.

Tobias empezó a masajearse el muslo izquierdo. Guardó silencio durante un largo rato.

-¿Qué diosa? -preguntó por fin.

-Bueno, uno nunca se equivoca si compara a una dama con Venus.

-Venus. Ésa es una perfecta estupidez. Lavinia se me reiría en la cara.

-No lo creo -replicó Anthony suavemente-. Creo que ninguna dama se reiría al oír que la comparan con Venus por la mañana.

-Mmm.

Anthony pensó que, por el momento, había hecho todo lo que estaba su alcance. Ya era hora de retomar el tema más apremiante.

-Si fuera lo bastante franco -dijo como de pasada-, tal vez Crackenburne me permitiría también a mí comprar una acción de uno de sus barcos.

-No encontrarás el dinero que necesitas para una inversión en esos clubes infernales donde los idiotas buscan fortuna en el riesgo y las cartas -dijo Tobias-. Por algo lo llaman infierno.

Las lúgubres sombras se alargaron sobre el coche. Tobias apretó los labios.

-Te he dicho con bastante frecuencia que serías un excelente hombre de negocios. Tienes cabeza para los números y los detalles. Crackenburne estaría feliz de recomendarte a uno de sus amigos.

-No me interesa esa profesión. Se produjo un silencio.

-Tengo otra sugerencia -dijo Anthony. Se mostró cauteloso, tanteando el camino a medida que se acercaba a su meta final.

Tobias lo ojeó con recelo.

-¿De qué se trata?

-Podrías contratarme como tu asistente.

-De vez en cuando desempeñas ese papel.

-Pero sólo de la manera más informal. -Anthony se entusiasmó con el tema. La idea había estado rondándole la cabeza toda la tarde-. Me refiero a desempeñar un cargo como asistente oficial. A convertirme en una especie de representante tuyo, por así decirlo. A cambio, tú me enseñarías los secretos de las pesquisas y las investigaciones privadas.

-¿Y cuánto esperas ganar?

-Un ingreso -dijo Anthony.

-¿Quieres decir en lugar de una asignación? -preguntó Tobias en tono seco.

-Precisamente. Y de vez en cuando alguna prima no estaría mal.

-Nada mal, ¿eh? Siempre digo que no hay como una prima de vez en cuando.

Anthony respiró profundamente.

-¿Pensarás al menos en mi proposición?

Tobias lo miró a los ojos.

-Hablas en serio ¿verdad?

-Nunca he hablado más en serio. Creo que tengo talento para esa profesión.

-No estoy seguro de que exista algo así como el talento para esta clase de trabajo -dijo Tobias-. Sé por experiencia que uno acaba por dedicarse a esto cuando otras alternativas más respetables no dan dinero suficiente para librarse del asilo de pobres. Es algo así como el oficio de prostituta.

5

Emeline miró a Lavinia desde el otro lado de la mesa de desayuno.

-¿Estás segura de que ver a Oscar Pelling ayer en la calle no te ha perturbado demasiado?

-Reconozco que en un primer momento quedé un poco impresionada. -Lavinia abrió el periódico-. Pero me he recuperado muy bien, gracias.

Gracias al hecho de que ya no tenía que ocultarle a Tobias su terrible secreto, añadió para sus adentros.

-Como siempre -comentó su sobrina.

-¿Siempre qué?

Emeline sonrió.

-Siempre te recuperas muy bien. En realidad, tienes talento para superar los problemas, querida tía.

-Sí, bueno, en realidad a uno no le queda otro remedio ¿no? -Lavinia tomó un trago de café-. Y como te decía, era probable que tarde o temprano me cruzara con Pelling ahora que hemos vuelto a Londres. Incluso los caballeros que prefieren vivir en sus fincas, como Pelling, deben venir a la ciudad de vez en cuando para atender sus negocios. Al menos no pareció reparar en mi presencia.

-Supongo que no. -Emeline hizo una mueca-. Qué hombre más espantoso. Espero que pronto regrese a su finca.

-Estoy segura de que lo hará. Por lo que recuerdo, no es una de esas personas que disfrutan de los placeres de la vida social. -Lavinia pasó la página del periódico. Y de todas manera, ¿a quién le importaba Pelling ahora que Tobias conocía la verdad y no la tenía en cuenta? Sin duda, aquella mañana la vida se presentaba un poco más agradable y brillante.

Emeline se sirvió un poco de mermelada del cuenco que había en el centro de la mesa.

-Quiero hablar contigo, si no tienes inconveniente.

-Ya estás hablando conmigo.

-Me refiero a que quiero hablar de algo importante. He estado pensando en mi carrera.

-¿Qué carrera? No tienes ninguna.

Lavinia no levantó la vista del periódico. En la mesa, junto a la taza de café, tenía una hoja de papel y un lápiz. Después de mucho pensarlo, había llegado a la conclusión de que antes de emprender la tarea de escribir un anuncio para el periódico, sería muy instructivo estudiar el tema.

Con ese fin había decidido elaborar una lista de palabras y frases especialmente eficaces que aparecían en los anuncios más atractivos. Su intención era desarrollar un vocabulario fascinante para emplearlo en los anuncios que ella misma redactaría para promocionar sus servicios como investigadora.

Los anuncios del periódico de esta mañana eran muy variados. En opinión de Lavinia, casi ninguno de ellos resultaba muy interesante. Había un anuncio de habitaciones disponibles para alquilar, con una magnífica vista al parque, y otro que alertaba a los caballeros modernos de la llegada de un algodón de calidad superior para camisas, cuyo uso evitaba la transpiración abundante.

El anuncio más interesante de todos estaba firmado por un tal doctor G. A. Darfield, que ofrecía tratamientos para viudas y damas casadas que sufrieran de los nervios y de histeria femenina. Prometía remedios singularmente efectivos y muy adecuados para la complexión femenina.

-Precisamente ésa es la cuestión -dijo Emeline-. No tengo ninguna carrera.

-Claro que no. -Lavinia evaluó el anuncio que ofrecía tratamientos para la histeria femenina-. ¿Qué opinas de la frase «remedios singularmente efectivos»?

-Parece demasiado medicinal. Lavinia, no estás escuchándome. Intento hablarte de mi futuro.

-¿Cuál es el problema con tu futuro? -Lavinia cogió el lápiz y anotó las palabras «singularmente» y «efectivos»-. Pensaba que era de lo más prometedor. Gracias a Joan Dove, tenemos invitaciones a dos de los actos sociales más importantes de la temporada: el baile de Stillwater, y el que la propia Joan está planeando. Eso me recuerda que tenemos una cita con madam Francesca para probarnos los vestidos.

-Sí, lo sé. Pero no quiero hablar de bailes ni de moda. -Emeline hizo una pausa-. Hablo de dedicarme a una profesión, Lavinia.

-Tonterías. -Lavinia frunció el ceño al ver el anuncio de un sombrerero..., «una excelente elección para personas exigentes que sólo están interesadas en los tocados y sombreros más modernos»-. Ningún caballero de la sociedad quiere una esposa que se dedique a una profesión. ¿Te parece que podría describir mis servicios como algo que está a la moda?

-No creo que hacer indagaciones confidenciales sea algo que esté a la moda.

-Pues te equivocas. Es evidente que si uno desea atraer a una clientela exclusiva, debe arreglárselas para parecer moderno, al margen de los servicios que ofrece. Ningún miembro de la alta sociedad puede soportar la idea de no estar a la moda.

-Lavinia, no tengo la intención de casarme con ningún caballero de alta sociedad. En realidad, no concibo un futuro más espantoso.

Lavinia escribió la expresión «a la moda».

-No pretenderás casarte con un campesino. A ninguna de las dos nos gusta demasiado lo rústico, que yo recuerde.

-No tengo la intención de casarme con un campesino. He decidido que me gustaría convertirme en tu socia.

-¿Qué quieres decir? Ya eres mi socia. De hecho nos asociamos todos días. ¿Qué opinas de la frase «recursos eficaces para caballeros enigmáticos, con garantía de confidencialidad y discreción»? Suena interesante, no te parece?

-Sí. -Emeline arrugó un poco el entrecejo-. Pero no tengo idea de qué significa.

-Yo tampoco. -Lavinia frunció los labios-. Es un problema, ¿no? Tal vez, si alterara un poco el vocabulario... -Se interrumpió al oír el ruido seco que hacía la puerta principal al abrirse-. Parece que tenemos visita. Es demasiado temprano para una visita social. Tal vez se trate de un cliente nuevo.

-Lo más probable es que se trate del señor March -dijo Emeline mientras se servía otro bizcocho caliente-. He notado que cuando viene a verte no se detiene en formalidades.

-Nunca lo ha hecho -susurró Lavinia-. No sé si lo recuerdas, pero la primera vez que se presentó estaba muy ocupado destrozando las estatuillas de nuestra pequeña tienda de Roma. En mi opinión, su cortesía no ha mejorado demasiado desde aquel primer encuentro.

Emeline sonrió y dio un delicado mordisco a su bizcocho.

Lavinia escuchó con cautela el sonido de las pisadas que se acercaban por el vestíbulo.

-En cierto modo, tal vez tengas razón cuando dices que sus modales parecen empeorar. Es la segunda vez en una semana que nos visita a la hora del desayuno.

A Emeline se le iluminaron los ojos.

-Tal vez Anthony haya decidido acompañarlo.

-No se moleste, señora Chilton. -La voz de Tobias resonó en las paredes de la sala-. Unos huevos con aquellas patatas tan deliciosas que prepara usted me vendrán de maravilla.

A pesar de su irritación, Lavinia no pudo evitar ponerse a escuchar atentamente, como hacía siempre, la leve cojera de Tobias. Una parte de ella se relajó al notar que hoy no forzaba excesivamente su pierna izquierda. Sin duda eso se debía a que era una mañana despejada. Sabía que la herida le molestaba más cuando llovía o cuando había mucha humedad.

Tobias se detuvo en la entrada.

-Buenos días, señoras.

-Señor March -dijo Emeline encantada-. Qué alegría verlo. ¿El señor Sinclair está con usted?

-No. Quería acompañarme, pero le he encargado algunos recados. -Tobias miró a Lavinia; en sus ojos brillaba una expresión decidida-. Vaya, hoy se la ve encantadora, señora. La personificación misma de Venus surgiendo del mar. En realidad, verla tan resplandeciente por la mañana eleva mi espíritu, aclara mis ideas y me inspira para la contemplación metafísica.

-¿Personificación de Venus? -Lavinia hizo una pausa con la taza en la mano, y arrugó la frente preocupada-. ¿Te encuentras mal, Tobias? No pareces el mismo de siempre.

-Gozo de excelente salud, gracias. -Miró con impaciencia la jarra esmaltada-. ¿Queda algo de café?

Emeline reaccionó antes de que Lavinia siguiera cuestionando su extraño saludo.

-Por supuesto. -Emeline cogió la cafetera-. Siéntese, por favor. Estaré encantada de servirle un poco. Tal vez el señor Sinclair nos haga una visita cuando haya terminado con sus asuntos.

-Lo dudo. Estará ocupado la mayor parte del día.

Sin más preámbulos, Tobias tomó asiento y se sirvió el último bizcocho.

Emeline vertió café en su taza.

-El señor Sinclair no me dijo que tuviese planes para hoy.

-Probablemente porque no tenía ninguno hasta que se le ocurrió contratarse como mi asistente.

Emeline levantó la vista bruscamente y depositó la cafetera en la mesa con un golpe sordo.

-¿Asistente?

Tobias se encogió de hombros y se estiró para coger la mantequilla y el cuenco de la mermelada.

-Me ha dicho que quiere dedicarse a la profesión de investigador. Quiere que yo le enseñe el oficio.

Emeline estaba fascinada.

-Vaya, eso es sorprendente.

-Personalmente, lo encuentro más bien deprimente. -Tobias terminó de untar la mantequilla y la mermelada en su bizcocho, y dio un enorme mordisco-. Como usted sabe, lo he estado apremiando para que elija una profesión más estable. Lo imaginaba convertido en un hombre de negocios. Pero, según Anthony la única carrera que le interesa, aparte de ésta, es la de jugador profesional.

-Qué coincidencia -comentó Emeline.

Tobias la miró con incredulidad.

-Espero que no me diga que siente usted inclinaciones parecidas, señorita Emeline.

-No tengo interés en convertirme en una jugadora, desde luego. -Emeline lanzó una rápida mirada a Lavinia y se aclaró la garganta con delicadeza-. Pero precisamente le estaba explicando a tía Lavinia que he decidido dedicarme a una carrera. Me gustaría empezar a prepararme de inmediato para mi nueva profesión.

-Y yo le estaba diciendo a Emeline que no debería pensar siquiera en semejante cosa. -Lavinia dobló el periódico-. Por unos días, su calendario social estará bastante ocupado. No le quedará tiempo para estudiar.

-Eso no es verdad -replicó Emeline-. Intento seguir tus pasos, Lavinia.

Se produjo un silencio breve y sumamente denso.

Finalmente Lavinia cayó en la cuenta de que tenía la boca abierta en un gesto muy poco atractivo. Con un ligero esfuerzo logró cerrarla.

-Eso es ridículo -dijo.

-Quiero convertirme en tu asistente, del mismo modo que Anthony trabaja para el señor March.

Lavinia la miró fijamente, paralizada en su silla por el horror de la situación.

-Eso es ridículo -repitió-. Tus padres se espeluznarían ante la sola idea de que su querida hija se dedicara a trabajar.

-Mis padres están muertos, tía Lavinia. Sus sentimientos no cuentan en este asunto.

-Pero sabes perfectamente bien lo que opinarían al respecto. Cuando quedaste a mi cuidado, asumí la responsabilidad de darte lo mismo que ellos habrían deseado para ti. Una dama no se embarca en este tipo de negocios.

Emeline sonrió.

-Tú estás en este negocio, y yo te considero una dama. -Se volvió hacia Tobias-. ¿Usted no considera a tía Lavinia una dama, señor?

-Sin lugar a dudas -respondió Tobias-. Y me enfrentaré a cualquier hombre que diga lo contrario.

-Esto es obra suya, señor -le espetó Lavinia-. Tú le has metido esta loca idea en la cabeza a Emeline, y también a Anthony.

-Me temo que no puedes culpar al señor March -intervino Emeline.

Tobias tragó el bocado de bizcocho y levantó ambas manos con las palmas hacia arriba.

-Te aseguro que no he incitado a ninguno de los dos en modo alguno.

Emeline sonrió contra el borde de su taza de café.

-Si quieres culpar a alguien, cúlpate a ti misma, tía Lavinia. Tú has sido mi mayor inspiración desde el día en que vine a vivir contigo.

-¿Yo? -Lavinia quedó momentáneamente sin habla por segunda vez. Se preguntó si estaba a punto de desvanecerse. Nunca había sufrido realmente un desmayo, pero sin duda esta sensación de terror y falta de aliento era el preludio de algo similar.

-Así es -continuó Emeline con firmeza-. Me has impresionado enormemente con tu increíble capacidad para salir adelante después de los reveses más devastadores, que habrían destrozado a la mayoría de las personas, hombres o mujeres. Realmente admiro tu extraordinaria capacidad de recuperación y tu inteligencia.

Tobias torció la boca.

-Por no hablar de tu ingeniosa habilidad para conseguir invitaciones en algunos de los acontecimientos sociales más importantes y exclusivos de la temporada, Lavinia. Ninguna otra persona que yo conozca se las habría arreglado para combinar la investigación de un asesinato con la triunfal presentación en sociedad de una joven dama, como hiciste tú hace algunas semanas. Fue una proeza a todas luces sorprendente.

Lavinia se acodó en la mesa y apoyó la cara entre las manos.

-Esto es un desastre.

-Emeline tiene razón al tenerte como modelo de conducta femenina. -Tobias cogió su taza de café-. En realidad, creo que lo mejor que puede hacer es inspirarse en ti.

Lavinia alzó la cabeza y lo fulminó con la mirada.

-Tenga la amabilidad de dejar de bromear, señor. No estoy de humor para eso.

Antes de que Tobias pudiera responder, la señora Chilton entró en la sala con un plato generosamente servido.

-Aquí tiene, señor. Huevos con patatas.

-Gracias, señora Chilton. Su talento para la cocina es notable. Si alguna vez se le ocurre dejar su empleo, espero que solicite un puesto en mi casa.

La señora Chilton rió entre dientes.

-Dudo que eso ocurra, señor. Pero le agradezco el ofrecimiento. ¿Desea algo más?

Tobias levantó el pequeño cuenco de mermelada y examinó el interior.

-Creo que no queda nada de su excelente mermelada de grosella, señora Chilton. Le aseguro que es la mejor que he probado en mi vida.

-Traeré un poco más.

La señora Chilton desapareció por la puerta que conducía a la cocina. Lavinia le dedicó a Tobias una mirada de desaprobación. Él no se dio por enterado. Estaba demasiado ocupado con los huevos y las patatas.

-Le agradeceré que no intente robarme el personal, señor -dijo ella.

Emeline soltó una breve y dramática exclamación y consultó ostensiblemente el reloj que llevaba sujeto al canesú de su vestido.

-¡Oh, cielos, tendrán que disculparme! -Dobló la servilleta y se puso de pie-. Debo ir a vestirme. Priscilla y su madre llegarán dentro de unos minutos. Prometí que esta mañana las acompañaría a hacer algunas compras.

-Emeline, espera -se apresuró a decir Lavinia-. Con respecto a esa idea de comenzar una carrera...

-Hablaremos de eso más tarde. -Emeline se despidió alegremente con un gesto de la mano desde la puerta-. Debo darme prisa. No querrás que haga esperar a lady Wortham, ¿verdad?

Se marchó por el pasillo abajo antes de que Lavinia intentase disuadirla.

En la sala se hizo el silencio.

Como no tenía ningún otro blanco para sus iras, Lavinia se volvió hacia Tobias. Dejó a un lado su plato y cruzó los brazos sobre la mesa.

-Este asunto de que Anthony quiera seguir tus pasos evidentemente ha hecho que a Emeline se le metan en la cabeza algunas ideas sumamente descabelladas.

Tobias dejó el cuchillo y el tenedor y la miró. Lavinia notó que en su semblante no había rastro de diversión. El regocijo había cedido el paso a una expresión mucho más seria pero no desprovista de comprensión.

-Lo creas o no, Lavinia, entiendo tu preocupación mejor de lo que te imaginas. La idea de que Anthony emprenda la carrera de investigador no me entusiasma más que a ti los planes de Emeline.

-¿Qué podemos hacer para que cambien de parecer?

-No se me ocurre absolutamente nada. -Tobías tomó un sorbo de café-. Y estoy llegando a la conclusión de que, en cualquier caso, este asunto no está en nuestras manos. Podemos orientarlos, pero no controlarlos.

-Esto es espantoso. Sencillamente espantoso. Ella arruinará su vida si no tiene cuidado.

-Vamos, Lavinia. Exageras. Comprendo que esta situación no te guste, pero no hace falta recurrir al drama. Esto no es ninguna tragedia.

-Tal vez a ti no te lo parezca, pero a mí sí. He esperado ansiosamente ver a Emeline establecida, con un hogar propio y un esposo que cuide de ella, un esposo que pueda mantenerla como es debido. Ningún caballero de la alta sociedad pensaría siquiera en casarse con una dama que trabajase en esto de las investigaciones.

Tobias la observó con expresión enigmática.

-¿Sueña con un matrimonio tan distinguido para usted misma, señora?

Lavinia quedó absolutamente desconcertada ante la inesperada pregunta. Por un instante no supo qué decir.

-Por supuesto que no -contestó por fin bastante bruscamente-. No tengo el menor interés en volver a casarme.

-¿Eso es porque amabas a tu primer esposo tan profundamente que puedes permitirte contemplar siquiera la posibilidad de un segundo matrimonio?

Un extraño pánico se apoderó de ella. Éste era un tema de discusión auténticamente peligroso. Ni siquiera quería empezar a pensar en ello, porque eso conduciría inevitablemente a una dolorosa especulación sobre la profundidad del amor de Tobias por la esposa que había muerto al dar a luz. Dudaba mucho que alguna vez pudiera llegar a competir con el bello y bondadoso fantasma de Ann. Anthony había descrito a su hermana como un ángel.

«Por muchas cualidades que yo tenga -pensó Lavinia-, incluso aunque sea un modelo de mujer capaz de vivir de su ingenio, no soy ningún ángel.»

-En realidad -dijo en tono enérgico-, de lo que estamos hablando no es de mi opinión acerca del matrimonio. Se trata del futuro de Emeline

-Y también del de Anthony.

Lavinia suspiró.

-Lo sé. Se han encariñado el uno del otro, ¿verdad?

-Sí.

-Emeline es tan joven...

-Anthony también.

-Creo que a tan tierna edad ninguno de los dos puede comprender su propio corazón.

-No debías de ser mayor que Emeline cuando te casaste. ¿No comprendías lo que sentía tu corazón?

Ella se enderezó en la silla.

-Claro que sí. No me habría casado con John si hubiera abrigado la más mínima duda acerca de mis sentimientos.

De hecho había estado muy segura de sí misma, pero ahora sabía que sus sentimientos hacia John habían sido los sentimientos dulces y moderados de una joven inocente y muy romántica. Si John no hubiera fallecido, sin duda su amor habría madurado hasta convertirse en algo más fuerte, más profundo y más sustancial. Sin embargo, tal como habían sucedido las cosas, no guardaba de su bonachón esposo más que recuerdos tenues y débiles encerrados en una caja rosa y blanca, en algún lugar de su corazón.

La boca de Tobías se curvó en una sonrisa irónica.

-Eres una mujer muy decidida y estás absolutamente convencida de tus opiniones, al margen de cuál sea el tema en cuestión, ¿verdad?

-Tengo una personalidad resuelta y enérgica, señor. Tal vez se debe a mi preparación como hipnotizadora.

-Parece, en todo caso, que usted nació con una voluntad de hierro, señora.

Ella entrecerró los ojos.

-Supongo que lo mismo podría decirse de usted, señor.

-¿No es interesante descubrir cuántas cosas tenemos -preguntó él, encantado.

6

La tarde siguiente, Tobías salió del club y sacó el reloj del bolsillo para mirar la hora. Sólo eran las dos. No tenía prisa y era un día maravilloso para caminar.

Dejó que un coche de alquiler pasara de largo y, con la seguridad de quien conoce hace tiempo la ciudad, se abrió paso por un laberinto de calles y callejuelas. Su meta final era la librería en la que había acordado encontrarse con Lavinia.

Tenía pensado invitarla a tomar un helado y luego, si la suerte lo acompañaba, convencerla de que se internara con él en el parque para hacer el amor en las ruinas bajo el sol de primavera.

Con esa última idea en mente alzó la vista al cielo. Brillaba el sol, pero el aire estaba bastante fresco, y a lo lejos empezaban a formarse nubes. Esperaba que la lluvia se retrasara hasta después de que él completase su visita al parque con Lavinia. Quince días atrás se habían visto interrumpidos en momento crítico por una fría lluvia que no había hecho nada para favorecer el clima de romanticismo.

La tarea de buscar lugares adecuados para sus encuentros empezaba a convertirse en una molestia, pensó. Se suponía que un hombre de su edad no tenía por qué ocultarse en zonas recónditas del parque ni moverse a tientas en un coche cerrado para disfrutar del cariño de su dama. Lo propio habría sido disfrutar de ese afecto en una cama adecuada.

Por desgracia era sumamente difícil conseguir una cama cuando uno estaba enredado en una aventura.

Se encontraba a una manzana de distancia de la librería, dando vueltas a la idea de llevar a Lavinia a alguna pensión durante uno o dos días cuando una imagen vestida de rosa primavera surgió de la tienda del sombrerero y estuvo a punto de chocar con él.

-Señor March. -Celeste Hudson le dedicó una brillante sonrisa desde debajo del ala de una encantadora creación de paja de color rosa pálido con cintas intrincadamente enlazadas-. Qué delicia volver a verlo tan pronto.

-Señora Hudson. -La tomó del brazo para que ella no perdiera equilibrio-. Es un placer. ¿Su esposo está por aquí?

-Cielos, no. Howard no tiene paciencia para ir de compras.

La señora Hudson prorrumpió en una risa alegre, casi burbujeante. Tobias le sonó como el borboteo de un arroyo, pero con un tono crispado y falso que le hizo pensar en flores artificiales de colores brillantes y en los espejos deformantes de los parques de diversiones. Se sintió agradecido en lo más hondo de que Lavinia nunca riera de ese modo.

-No puedo decir que ir de compras sea uno de mis deportes favoritos -dijo él.

Celeste abrió su pequeño abanico y lo observó por encima del borde con una coquetería que, estaba seguro, había ensayado varias veces.

Tobias advirtió que el abanico estaba exquisitamente pintado de una manera poco corriente, casi deslumbrante. Lo adornaban algunas cuentas brillantes, dispuestas de tal modo que formaban un dibujo intrigante que captaba la luz y que atrajo su mirada. El accesorio parecía más adecuado para un salón de baile que para la calle, pensó Tobias. Pero él tampoco era un experto en cuestiones de estilo femenino.

-¿Y la señora Lake? -preguntó Celeste con voz ronca-. ¿O acaso esta tarde está usted solo?

-Da la casualidad de que ahora voy a encontrarme con Lavinia.. -La forma en que Celeste agitó el abanico le molestó. Apartó la vista-. Está escogiendo un nuevo volumen de poesía en una librería que se encuentra cerca de aquí.

-Poesía. Qué bonito. Yo también soy bastante aficionada a esa clase de literatura. -Celeste hizo girar el abanico con un rápido movimiento que hizo que la luz del sol se reflejase en los adornos brillantes-. Tenía la intención de pasar por la librería. ¿Le importa si lo acompaño, señor March?

-Por supuesto que no.

Deslizó sus dedos enguantados bajo el brazo de Tobias con una graciosa habilidad que él no pudo por menos que admirar, y continuó creando un juego de luces con su abanico.

-Un día encantador, ¿verdad? -musitó Celeste.

-El buen tiempo no durará demasiado.

-Vamos, no sea pesimista, señor March.

-No se trata de pesimismo. -Tobías descubrió que le resultaba difícil evitar el maldito abanico. Celeste se las arreglaba para colocarlo en un ángulo que hacía que se le fuesen los ojos hacia él. Tobias sintió el repentino impulso de arrebatárselo de las manos y tirarlo a la alcantarilla-. Es una constatación de los hechos.

Celeste inclinó la cabeza de tal manera que el sombrero de paja rosa marcó sus bonitos rasgos favoreciéndolos aún más.

-Tengo la impresión de que es usted un hombre que prefiere afrontar las duras realidades de la vida. Que no se permite disfrutar de las fantasías ni de los sueños.

-Las fantasías y los sueños son para quienes desean engañarse.

-No estoy de acuerdo, señor. -De nuevo lo miró por encima del borde del abanico, y sus ojos parecieron tan resplandecientes y misteriosos cómo las rutilantes cuentas-. Algunas fantasías y algunos sueños pueden hacerse realidad. Pero sólo para quienes están dispuestos a pagar el precio.

-Creo que es mucho más probable que después de pagar lo que corresponde uno acabe descubriendo que sólo tiene un puñado de brillantes burbujas que pronto estallarán y desaparecerán.

Brillantes burbujas que se parecían demasiado a las refulgentes cuentas del abanico, pensó Tobias.

Ella le sonrió y, con un rápido giro de la mano, hizo que el abanico se abriera y se cerrara.

-Tal vez su problema es que nunca ha tenido la buena suerte de acariciar realmente una fantasía o un sueño. Mi consejo es que no juzgue el valor de las cosas hasta haber tenido la oportunidad de probarlas.

-Dado que no es muy probable que me ofrezcan muestras gratuitas, dudo que se me presente la ocasión de formarme alguna opinión de ellas.

-Ah, bueno, en eso se equivoca de medio a medio. -Celeste volvió reír y le apretó el brazo suavemente, con familiaridad-. Le aseguro que hay muestras gratuitas que pueden conseguirse si uno sabe en qué tienda buscarlas.

-Como le decía, no soy especialmente aficionado a salir de compres.

El abanico aleteó en la mano de Celeste, lanzando diminutos destellos.

-Puedo enseñarle dónde encontrar algunas muestras gratuitas excelentes, señor March -dijo con voz suave-. Más aún, puedo asegurarle que cuando haya probado la mercancía quedará absolutamente satisfecho.

Él la miró a los ojos.

-¿Le importaría apartar ese maldito abanico, señora Hudson? Me resulta irritante.

Ella parpadeó, evidentemente sorprendida. El abanico se detuvo con brusquedad en su mano. La incitación y la promesa desaparecieron de su semblante.

-Por supuesto, señor March. -Cerró el abanico de golpe-. Discúlpeme, no tenía idea de que le molestara.

-Señora Hudson -dijo en voz alta Lavinia, que se encontraba a algunos pasos de distancia-. Qué sorpresa. Imagínese, encontrarme con usted y con el señor March aquí, en medio de la calle.

Tobias sonrió al oír su voz. Era como un tónico, un potente antídoto para la empalagosa dulzura de Celeste.

Vio que Lavinia se acercaba resueltamente hacia ellos; en una mano llevaba un pequeño paquete que sin duda contenía el volumen de poesía recién comprado y, en la otra, una sombrilla verde brillante y blanca. Se había puesto un vestido de color verde esmeralda oscuro y una pelliza verde a rayas.

Otra de las creaciones de madam Francesca, pensó Tobias. Esos matices realzaban el tono rojizo del cabello de Lavinia, recogido debajo de un encantador sombrero verde.

Se detuvo delante de él y esbozó una fría sonrisa.

-Llegas tarde -anunció.

Tobias se percató enseguida de que ella no estaba de buen humor. Debajo del fino velo del sombrero, sus ojos brillaban amenazadores.

-Ha sido por mi culpa, lo siento -murmuró Celeste. No apartó la mano del brazo de Tobias-. Hemos tropezado en la calle y nos hemos puesto a conversar. Espero que me disculpe por entretener al señor March por un momento.

-Sé por experiencia que es raro que el señor March se entretenga, a menos que él lo desee. -Lavinia le dedicó a Tobias otra sonrisa gélida-. Tengo la impresión de que el tema de que hablaban era bastante fascinante.

-Creo que hablábamos del placer de ir de compras -repuso Tobias.

Con un leve pero decidido movimiento del brazo logró zafarse de las primorosas y pequeñas garras de Celeste.

-¿Ir de compras? -Lavinia arqueó las cejas-. Por lo que recuerdo, no es una de tus actividades preferidas. -Se volvió hacia Celeste-. Hablando de compras, he visto su abanico en el momento en que lo cerraba, señora Hudson. Es muy singular. ¿Puedo preguntarle dónde lo compró? Me gustaría encontrar uno parecido.

-Me temo que eso no será posible. -Celeste dejó caer el abanico dentro de su ridículo-. Lo hice yo misma.

-No me diga. -Lavinia abrió desorbitadamente los ojos-. Me deja sumamente impresionada. Por desgracia no poseo ningún talento artístico.

-Estoy segura de que tiene otros talentos, señora Lake.

Tobias notó ahora un deje diferente en la voz de Celeste. El efecto de arroyo borbollante se había desvanecido por completo.

-Me gusta pensar que poseo una o dos habilidades modestas -dijo Lavinia con evidente falsa humildad-. Por ejemplo, la de ir de compras. Considero que tengo un marcado talento para detectar de un vistazo mercancías baratas y de muy mala calidad.

-Sin duda. -Celeste se tensó, pero su sonrisa condescendiente permaneció dibujada en sus labios-. Yo, por mi parte, siempre he tenido un don para identificar a los farsantes y a los charlatanes. Supongo que esa clase de individuos supone un problema para su nuevo trabajo, ¿verdad?

-¿A qué se refiere?

Celeste levantó un hombro delicadamente.

-Es evidente que cualquiera puede hacerse llamar investigador y alardear de una pericia que no es posible verificar.

-¿Perdón?

-¿Cómo hace un posible cliente para saber si está tratando con un individuo realmente cualificado para hacer averiguaciones privadas? -preguntó Celeste con expresión inocente.

-Si uno es inteligente, elige un investigador de la misma forma que elige un hipnotizador -soltó Lavinia en voz baja-. Uno se guía por las referencias.

-¿Y usted puede proporcionar referencias, señora Lake? Me sorprende oír eso.

Tobias decidió que había llegado el momento de intervenir. No le gustaba la idea de meterse en medio de esta escaramuza, pero su obligación como socio ocasional de Lavinia era ineludible. No se atrevió a quedarse quieto viéndola montar una embarazosa escena en medio de la calle. Lavinia nunca le perdonaría que le permitiese humillarse de esa manera en público.

-Hablando de asuntos de negocios, señora Hudson -dijo en el momento en que Lavinia abría la boca para responder a la última provocación de Celeste-, supongo que usted y el doctor Hudson tienen muchas y muy buenas referencias de la época que pasaron en Bath.

-Sí, claro que sí. -Celeste no despegó los ojos de Lavinia-. Howard aplicó tratamientos terapéuticos sólo a pacientes muy exclusivos. Yo me aseguré de que así fuera.

-Dudo que sus clientes fueran más exclusivos que los nuestros -contraatacó Lavinia.

-¿De veras? -Celeste la miró con desdén-. Creo que es sumamente improbable que usted pueda contar entre sus clientes a caballeros tan distinguidos como lord Gunning y lord Northampton.

Lavinia se disponía a replicar cuando Tobias la tomó del brazo con firmeza y se lo apretó lo suficiente para llamarle la atención. Ella se volvió hacia él, contrariada, pero cerró la boca.

-Impresionante -se apresuró a decir Tobias-. Lamentablemente la señora Lake aún no tiene ningún cliente con título, pero con un poco de suerte tal vez consiga uno pronto. Entretanto, debe disculparnos. Tenemos una cita.

-No tenemos ninguna cita -repuso Lavinia.

-Sí, la tenemos -insistió Tobias-. Evidentemente, lo has olvidado -le sonrió a Celeste-. Buenos días, señora.

Celeste centró de nuevo su atención en él. Sus ojos recuperaron el brillo, y su voz se volvió cálida y ronca una vez más.

-Buenos días, señor March. Ha sido un placer encontrarme con usted. Confío en que volvamos a cruzarnos en un futuro cercano. Me gustaría mucho que prosiguiésemos nuestra conversación acerca de cómo obtener muestras gratuitas de ciertas mercancías muy especiales.

-Por supuesto -dijo Tobias.

Dio media vuelta y se alejó rápidamente, arrastrando a Lavinia consigo. Ambos se quedaron callados por unos instantes. Tobias notó en su brazo que Lavinia temblaba de rabia.

-Te das cuenta -dijo Lavinia-, de que con ese estúpido abanico intentaba ponerte en trance, ¿verdad?

-Sí, me ha pasado por la cabeza. Ha sido una experiencia interesante, sobre todo teniendo en cuenta que el otro día insistió en que no tenía talento para el hipnotismo.

Lavinia resopló con evidente desdén.

-Dudo que tenga realmente ese don. Pero ha estado trabajando con Howard durante un año, de modo que es posible que haya adquirido algunas habilidades rudimentarias.

-¿Y ha decidido practicarlas conmigo? Me pregunto por qué se tomaría esa molestia.

-No seas ridículo. Si quieres saber mi opinión, la respuesta es absolutamente obvia. Quería seducirte y ha intentado utilizar sus pobres técnicas como hipnotizadora para conseguirlo.

El sonrió.

-¿Realmente crees que ése era su objetivo?

-Estoy casi segura de ello. Salta a la vista que te considera fascinante, misterioso y una especie de desafío.

-Me sentiría halagado si no fuera porque me da la impresión de que Celeste clasifica a todos los hombres en una de dos categorías: útiles y no útiles. Tengo la desagradable sospecha de que ha decidido que encajo en la primera.

Lavinia inclinó la sombrilla para verlo mejor.

-¿Crees que ella piensa que de alguna manera puede utilizarte?

-Es un golpe para mi orgullo, por supuesto. Sin embargo, no me queda otro remedio que concluir que ésa es la explicación más probable de su interés por mí.

-¿Y cómo imagina usted que ella piensa utilizarle, señor?

-No tengo la menor idea -reconoció Tobias.

-Tonterías. -Lavinia apretó el brazo de Tobias-. Creo que ella se siente tremendamente atraída hacia ti y piensa que sería divertido tener una aventura contigo.

Él se sonrió.

-Como no soy la clase de hombre que cae en trance bajo el influjo de cualquier hipnotizador, es poco probable que alguna vez descubramos sus verdaderas intenciones.

-No me fío.

-¿Por casualidad estás celosa, Lavinia?

-¿De sus limitadísimas habilidades para el hipnotismo? Claro que no.

-No del talento de Celeste para el hipnotismo -aclaró bajando la voz-. De su interés por mí.

Ella mantuvo la vista al frente.

-¿Existe alguna razón por la que debería sentir celos?

-No.

Lavinia se animó.

-Entonces no hay por qué plantear el tema.

-El tema ya está planteado. Tú lo estás evitando.

-Vamos, Tobias. Eres un hombre honorable, un hombre de palabra. Claro que confío en ti.

-No es ésa precisamente la pregunta que te estoy haciendo.

-Esa tontería acerca de las muestras gratuitas... -Lavinia le dirigió una mirada suspicaz-. Se te estaba ofreciendo, ¿verdad?

-Ya me conoces, cariño. Nunca me he tomado el trabajo de dominar el arte del coqueteo y las insinuaciones, de modo que no puedo decirte cor certeza qué se proponía con esa cháchara.

-Santo cielo. -Lavinia se detuvo repentinamente y giró para mirarlo a la cara-. Eso es exactamente lo que estaba haciendo. Esa fresca te ofrecía una muestra gratuita de la baratísima mercancía que vende. ¡Que descaro!

-Estás celosa. -Por alguna razón esto lo alegraba.

-Digamos que no confío para nada en esa mujer.

-En ese punto estamos totalmente de acuerdo. -Tobías echó un vistazo por encima del hombro hacia donde había estado Celeste-. La mercancía debe de ser barata. Pero dudo mucho que el género que la señora Hudson ofrece, incluidas las muestras, sea gratuito.

7

La visión del almacén que se alzaba en la oscuridad, cerca del río, le infundió un terror momentáneo. Era la primera vez, desde que trabajaba en esto, que experimentaba auténtico pavor. Era una sensación helada y punzante que se había originado en las palmas de sus manos, y ahora le trepaba por los brazos y se esparcía por su pecho. De pronto le costaba respirar.

;Qué le ocurría? Estaba muy cerca de su objetivo. Había llegado demasiado lejos, y no podía perder el valor en este momento.

Aspiró a fondo, y la sensación perturbadora remitió. Volvía a ser dueña de sí misma. Un brillante futuro la aguardaba. Lo único que tenía que hacer era completar el trabajo de esta noche, y por fin tendría acceso a los fastuosos y elegantes salones de baile.

Levantó el farol, se acercó a la puerta del almacén y la abrió con mucho cuidado. Los goznes oxidados chirriaron.

Una vez dentro, hizo una pausa y recorrió con la vista el cavernoso interior del edificio. La titilante luz del farol arrojaba sombras definidas sobre un montón de cajones de embalaje y toneles vacíos. Por un terrible instante le parecieron monumentos y lápidas esparcidos en un cementerio abandonado. Se estremeció.

«Ahora es demasiado tarde para retroceder. Has ido demasiado lejos. Un largo camino desde aquella espantosa y pequeña tienda. Pronto entrarás en la alta sociedad.»

De repente sonó un correteo en un rincón, entre dos cajas grandes, y ella dio un respingo.

Ratas, pensó. Simplemente ratas que huían de la luz.

Oyó pisadas de botas a sus espaldas y otra ola de gélido temor recorrió su cuerpo.

Todo iba bien, se aseguró. Él había recibido su mensaje y había ido a encontrarse con ella tal como le había indicado. Harían lo que tenían que hacer, y todo habría terminado. Cuando todo hubiera pasado, ella estaría en condiciones de disfrutar de su dorado futuro.

-Mi querida Celeste -dijo el asesino en un tono de voz tan suave y bajo como el de un amante-. Te he estado esperando.

Entonces supo que algo había salido terriblemente mal. Otra descarga de helado horror la estremeció. Empezó a volverse, manipulando frenéticamente el pequeño abanico. Abrió la boca, dispuesta a negociar para salvar el pellejo. Por eso no había llevado el brazalete consigo. Su plan tenía un elemento de riesgo, de modo que había dejado la Medusa Azul a buen recaudo, como una garantía de vida mientras discutía el nuevo precio.

Pero era demasiado tarde para eso. Él ya le había puesto la corbata alrededor del cuello, silenciándola de tal manera de que no pudiera utilizar sus habilidades para salvarse. En esos últimos momentos, cuando la roja oscuridad nubló su cerebro, comprendió con terrible claridad que había cometido un error fatal. Siempre supo que él podía ser despiadado, que estaba obsesionado. Pero no reconoció la locura que había en él hasta ese instante.

Cuando todo terminó, él observó su obra y se sintió serenamente satisfecho. Aquella criatura nunca volvería a usar sus trucos con él ni con ningún otro hombre.

Cogió el ridículo de la mujer, lo abrió y lo vació. Contenía los objetos habituales: un pañuelo y algunas monedas para el coche de alquiler que ella nunca llamaría. Pero lo que buscaba no estaba allí.

Las primeras voces de alarma estallaron en su cabeza. Se detuvo junto al cuerpo y se arrodilló para revisar los pliegues y los bolsillos de la capa

Tampoco estaba allí.

Una desagradable sensación parecida al pánico se apoderó de él. No hizo caso, y palpó a toda prisa las ropas de la mujer. Nada.

Levantó bruscamente la falda para comprobar si lo había ocultado entre sus muslos.

Allí tampoco había nada.

Desesperado, se levantó y alzó el farol para examinar el suelo. Tal vez ella lo había soltado durante el forcejeo.

Sin embargo pocos minutos más tarde se vio obligado a aceptar la terrible verdad. La Medusa Azul había desaparecido. Y él acababa de asesinar a la única persona que sabía dónde estaba oculta.

8

-¿Queda algo de huevo con curry, señora Chilton? -Tobias pasó la página del periódico de la mañana que había traído consigo-. Está exquisito.

-Le pondré un poco más, señor -dijo la señora Chilton con una risita mientras atravesaba la puerta que conducía a la cocina.

-Y otro bizcocho de grosella combinaría a la perfección con los huevos -añadió él-. Tiene muy buena mano con las grosellas, señora Chilton.

-He preparado una buena cantidad extra -le aseguró ella-. Tenía el pálpito de que usted vendría esta mañana.

-En efecto. -Lavinia levantó la vista de su periódico y observó a Tobias desde el otro lado de la mesa-. Es la tercera vez en una semana que vienes a desayunar. Está usted adquiriendo hábitos previsibles, señor. Caramba, hemos llegado al punto en que podríamos poner el reloj en hora guiándonos por el momento en que apareces por aquí.

-He llegado a una edad en que un hombre debe cuidar su salud. Dicen que mantener costumbres regulares y tomar un desayuno adecuado son condiciones esenciales para la buena salud.

-Por eso has decidido combinar los dos principios vitales de la salud desayunando aquí todas las mañanas, ¿no es así?

-Esa rutina también me proporciona la oportunidad de dar una caminata diaria, otra actividad sumamente saludable.

-Esta mañana no has venido caminando, sino en coche. Te he visto.

-Me vigilas, ¿eh? -Dejó el periódico a un lado con aire complacido-. He tomado un coche porque anoche llovió, por si no lo habías notado, y aún hay mucha humedad en el ambiente.

-Oh, cielos. -Lavinia se mordió el labio, y la preocupación prevaleció temporalmente sobre su irritación-. ¿Te duele mucho la pierna?

-Nada que un buen desayuno no pueda remediar. -Tobías bebió un trago de café con la expresión de un hombre que está dispuesto a saborear la primera comida del día con verdadero entusiasmo-. A propósito, ¿te he dicho ya que esta mañana pareces una ninfa marina jugando con las olas de un mar austral, y que la luz del sol riela en tu cabello?

Ella le dedicó una mirada glacial.

-Es demasiado temprano para esa clase de bromas.

La puerta de la sala se abrió otra vez, y la señora Chilton entró cargada con una fuente de huevos con curry y dos bizcochos de grosella. -Aquí tiene, señor. Sírvase.

-Ah, señora Chilton, sus comidas son justo lo que un hombre necesita para enfrentarse a un nuevo día con fuerzas renovadas.

El pesado aldabón de la puerta sonó débilmente. Lavinia arrugó el entrecejo.

-Tal vez sea uno de los amigos de Emeline. Señora Chilton, por favor, dígale a quien sea que ella ha salido a dar un paseo con el señor Sinclair.

-Sí, señora.

La señora Chilton se alejó por el pasillo. Un momento más tarde, cuando se abrió la puerta principal, lo que Lavinia oyó no fue la voz de uno de los muchos conocidos de Emeline, sino los tonos graves y sonoros de Howard Hudson, que retumbaron en el pasillo.

-Hudson. -Tobías no parecía muy contento-. ¿Qué demonios hace aquí a una hora tan intempestiva?

-Debo recordarle, señor, que usted mismo ha tenido a bien pasar por aquí bastante temprano. -Lavinia dejó la servilleta y se levantó rápidamente-. Si me disculpas, iré a ver qué quiere.

-Voy contigo.

-No es necesario.

Tobias pasó por alto el comentario. Ya se había puesto de pie. Por la expresión de sus ojos ella supo que no iba a permitir que lo desterrara a la sala mientras ella recibía a Howard.

-Corrígeme si me equivoco -dijo Lavinia mientras avanzaba hacia la puerta-, pero tengo la impresión de que el doctor Hudson no te cae muy bien.

-Es un hipnotizador. No confió en los miembros de su profesión.

-Yo soy hipnotizadora, señor.

-Lo fuiste -puntualizó Tobias mientras la seguía por el pasillo-. Ahora has emprendido una nueva carrera, por si no lo recuerdas.

-Sí, en efecto, y recuerdo que tampoco apruebas demasiado mi nueva profesión.

-Ése es otro asunto.

En ese momento Lavinia llegó a la entrada de la sala y se ahorró el responder a esa observación.

Howard se paseaba delante de la ventana, con los hombros rígidos y encorvados a causa de la tensión. Tenía la ropa arrugada. No se había molestado en anudar con elegancia su corbata. Sus botas estaban deslustradas.

Aunque tenía el rostro apartado de tal manera que ella no podía verlo, Lavinia supo de inmediato que algo terrible había ocurrido.

-¿Howard? -avanzó rápidamente, consciente de que Tobias la seguía -. ¿De qué se trata? ¿Qué ha pasado?

Howard se volvió y clavó en ella su insondable mirada. Por un instante Lavinia tuvo la impresión de haber sido transportada a un extraño plano metafísico. La atmósfera que la rodeaba quedó repentinamente inmóvil. El traqueteo de un coche que pasaba por la calle sonó ahogado, como si llegara desde una enorme distancia.

Con un pequeño pero decidido esfuerzo, Lavinia se sacudió mentalmente la extraña sensación. Los sonidos volvieron a la normalidad y la sensación perturbadora pasó. Los ojos de Howard recuperaron su aspecto normal.

Miró a Tobias, que observaba a Howard atentamente pero, por lo demás, parecía totalmente ajeno a la breve pero extraña alteración de la atmósfera. Lavinia pensó que tal vez había sido un producto de su imaginación.

-Celeste está muerta-dijo Howard en tono apesadumbrado-. Anteanoche la asesinó un asaltante. O al menos eso es lo que me dicen. —Se llevó los dedos a las sienes-. Aún no puedo creerlo. Si ayer por la mañana no hubiera visto su cadáver con mis propios ojos, cuando las autoridades fueron a informarme, te aseguro que yo...

-Santo cielo. -Lavinia se acercó a él rápidamente-. Debes sentarte Howard. Le diré a la señora Chilton que te traiga un té.

-No. -Se dejó caer en el borde del sofá; parecía desconcertado-. Por favor, no te molestes. No podría beberlo.

Lavinia se sentó a su lado.

-Tengo jerez. Es excelente para superar los efectos de una fuerte impresión.

-No, gracias -susurró-. Tienes que ayudarme, Lavinia. Como ves, estoy realmente desesperado.

Tobias, de pie delante de la ventana, se volvió de manera que el sol de la mañana quedó a sus espaldas. Lavinia conocía este hábito suyo. Sabía que elegía esa posición porque sumía su rostro en sombra y le ofrecía una visión mejor de Howard.

-Cuéntenos lo que ocurrió -dijo Tobias sin emoción en la voz-. Comience por el principio.

-Sí. Sí, por supuesto. -Howard se masajeó las sienes con los dedos, como si intentara poner en orden sus agitados pensamientos. El miedo y la desesperación se reflejaban en su mirada-. Todavía está todo un poco confuso. Un golpe tras otro. Me temo que aún estoy tambaleándome. Primero la noticia de la muerte de ella, y ahora esta otra información.

Lavinia le tocó el brazo.

-Cálmate, Howard. Haz lo que sugiere Tobias. Comienza por el principio.

-El principio. -Howard bajó lentamente la mano y fijó la vista en la alfombra-. Debió de ser hace quince días cuando descubrí que Celeste tenía una aventura.

-Oh, Howard —dijo Lavinia con voz queda.

Echó un vistazo a Tobias. Él miraba a Howard con la actitud distante y concentrada que, según había aprendido, indicaba que estaba evaluando la situación y sopesando la información con frialdad. Su habilidad para penetrar en ese remoto reino la irritaba tanto como la intrigaba. Cuando estaba de ese humor, hacía caso omiso de las emociones y de los dictados de la sensibilidad que habrían sido naturales en una situación así.

-Ella es..., era... tan joven y hermosa... -se lamentó Howard un momento después-. Apenas podía creer mi buena suerte cuando estábamos en Bath y aceptó casarse conmigo. Creo que en el fondo siempre supe que corría el grave riesgo de perderla algún día. Sólo era cuestión de tiempo, supongo. Pero estaba enamorado. ¿Qué alternativa tenía?

-¿Está seguro de que tenía una aventura? -preguntó Tobias en tono neutro.

Howard asintió sin expresión en el rostro.

-No sé muy bien desde hacía cuánto tiempo, pero cuando me enfrenté a la verdad no pude negarla. Créame, hice un enorme esfuerzo.

-¿Habló con ella? -preguntó Tobias.

Lavinia se estremeció ante la crudeza con que Tobias interrogaba a Howard. Intentó hacerle una señal para que moderase su actitud, pero él no se dio por enterado.

-No soportaba la idea de hacerlo. Me dije que ella era muy joven, que esa relación no sería más que una aventura pasajera. Tenía la esperanza de que con el tiempo se aburriera de ese hombre.

Tobias lo escrutó con la mirada.

-¿Sabe quién es ese hombre?

-No.

-Debió de sentir curiosidad, como mínimo.

La franqueza de esas palabras hizo que Lavinia se sintiera tensa. Aunque su voz fuese perfectamente monocorde, la frialdad de sus ojos la dejó sin aliento. De pronto comprendió. Si alguna vez Tobias se encontraba en la situación de Howard, removería cielo y tierra hasta averiguar la identidad del amante. No quería pensar siquiera en lo que habría hecho después.

-Sospecho que anteanoche ella fue a encontrarse con él -murmuró Howard-. Yo ya conocía sus hábitos, su modo de actuar. Y percibía su emoción y su ansiedad cada vez que planeaba una escapada para estar con él. Esa noche pensábamos asistir a una exhibición de magnetismo animal por parte de un caballero llamado Cosgrove, quien afirma tener el poder de realizar curas asombrosas mediante la hipnosis. Pero en el último momento, simuló sentirse indispuesta y decidió que se quedaría en casa. E insistió en que yo fuera. Era muy consciente de que yo tenía muchas ganas de ver a Cosgrove en acción.

-¿Y tú asististe a la exhibición? -preguntó Lavinia, adoptando un tono suave y tranquilizador, como para compensar la aspereza del interrogatorio de Tobias.

-Sí. El hombre resultó ser un consumado charlatán. Me decepcionó de principio a fin. Cuando regresé a casa, descubrí que Celeste se había ido. Sabía que estaba con él, quienquiera que fuese. Me quedé despierto toda la noche esperando a que volviera. Pero no volvió. A la mañana siguiente las autoridades me notificaron que su cuerpo había sido encontrado en un almacén, cerca del río. Me he pasado el último día y medio aturdido, tratando de ocuparme del funeral.

-¿Fue apuñalada? -preguntó Tobías como de pasada-. ¿O le dispararon?

-Fue estrangulada, según dijeron. -Howard clavó la mirada ausente en la pared-. Me contaron que cuando la encontraron todavía llevaba en torno al cuello la corbata que utilizó ese hijo de perra.

-¡Dios mío! -Inconscientemente, Lavinia se llevó una mano al cuello y tragó saliva.

-¿Hubo algún testigo? -preguntó Tobias.

-Ninguno, que yo sepa -murmuró Howard-. Nadie se ha presentado, y no abrigo la menor esperanza de que se presente alguien. Como les he dicho, la policía cree que fue atacada por un asaltante.

-Son muy pocos los asaltantes que emplean una corbata para matar -comentó Tobias en tono neutro-. En general, ni siquiera usan corbata. Por lo que sé, a los asaltantes les trae sin cuidado la moda.

-Me dijeron que sospechan que el asesino le robó el fular a algún caballero al que asaltó esa misma noche, un poco antes -explicó Howard.

-Qué ladrón tan activo -farfulló Tobias.

Sonaba demasiado cruel, en opinión de Lavinia.

-Basta ya, señor.

Hubo una breve pausa.

Los ojos de Howard y Tobias se encontraron. Lavinia advirtió que se trataba de uno de esos intercambios de miradas silenciosos y en extremo irritantes que se dan entre hombres y de los que las mujeres presentes quedan completamente excluidas.

-¿Quién encontró el cuerpo? -preguntó Tobias. Howard sacudió la cabeza.

-¿Eso es importante?

-Podría serlo -replicó Tobias.

Howard volvió a friccionarse las sienes, como si aquel movimiento lo ayudara a concentrarse.

-Creo que el hombre que vino a informarme de la muerte de Celeste mencionó que fue uno de los golfillos que duermen en los edificios abandonados cerca del río quien condujo a las autoridades hasta el lugar. Pero hay algo más. Sucedió otra cosa de la que debo hablarte, Lavinia. Algo muy extraño.

Ella le posó una mano en el hombro.

-¿De qué se trata?

-Anoche, muy tarde, recibí una visita. -Howard la miró por entre los dedos desplegados como un abanico sobre su cara-. De hecho, ya era de madrugada cuando llegó. Yo le había pedido al ama de llaves que se fuera porque no soportaba que nadie estuviera rondando alrededor de mí mientras luchaba con mi dolor. El desconocido llamó a la puerta hasta que logró despertarme. Así que bajé a abrirle.

-¿Quién era? -preguntó Lavinia.