—Entonces no puedo darte medicación, aunque veo que tu pulso está acelerado.— Dijo mientras sacaba una linternita del bolsillo y me apuntaba con ella.— ¿Has tenido nauseas?

 

Asentí.

 

—¿Annabelle Rose Evans?— Interrumpió un policía.—Tenemos que hacerte un par de preguntas.

 

—Annabelle está sufriendo un estado de estrés postraumático, no creo que atosigarla con preguntas ahora, sea lo mejor para su salud.-Contestó el enfermero que me estaba examinando.

 

—Y yo creo que lo mejor es hacerle unas preguntas, chico.— Inquirió el policía.

 

—Se encuentra en estado de shock, no es buena idea que…

 

—Contestaré a sus preguntas agente.— Interrumpí mientras me levantaba de la camilla.

 

—Buena chica.— Dijo.—¿Dónde se encontraba durante el accidente?

 

—En el restaurante Tokio, junto al puerto, con unos amigos.— Contesté.

 

—¿Sabes si su madre tenía algún enemigo?— Preguntó.

 

—Por supuesto que no, que yo sepa nadie quería hacerle daño. Es… era…

 

—De acuerdo señorita, suficiente. ¿A dónde se dirigía su madre a estas horas?

 

—A casa de mi tía Margery, iba a pasar la noche allí.

 

—¿Porqué? ¿Habíais discutido?

 

—Yo…

 

—Los vecinos dicen que oyeron gritos en la casa hace un par de días.

 

—Era una pesadilla, creí que…

 

—Claro, una pesadilla… ¿Su madre aceptaba a tu novio?— Dijo señalando a Eric que se encontraba sentado en la ambulancia.

 

—Él y yo sólo…

 

—El amor hace que cometamos ciertas locuras sobre todo si…

 

—¿Qué está insinuando?— Pregunté al borde de las lágrimas.

 

—Es sólo que hoy en día la juventud…

 

—Annabelle no contestará a más preguntas agente.

 

Me di la vuelta. Jace miraba al hombre con cara de fría autoridad y pasó su brazo por mis hombros con aire protector.

 

—Si no necesita nada más, Annabelle necesita descansar. Como verá ha sido una noche muy larga. En cuanto tenga novedades comunícanoslas. No dudo que los agentes de la paz y el orden se desvivirán por este caso.— Contestó con ironía.

 

—Por supuesto, necesita descansar.— Repitió el agente sin quitar  los ojos de encima a Jace.

 

No quería ir a casa, lo último que deseaba era entrar a una casa vacía  llena de recuerdos. Me negaba a aceptar la realidad. La realidad daba asco. Nos dirigimos hacia la ambulancia donde estaba Eric.

 

—¿Sabes algo de Mia? No soportaría que ella también… ella también…

 

Rompí a llorar.

 

—No te preocupes pelirroja, todo va a estar bien, todo se arreglará.—Dijo Eric mientras me cogía de la mano.

 

—Mia está bien, se encuentra en casa de Spencer. Le ha podido curar a tiempo, la verdad es que lo ha hecho bastante bien.— Contestó Jace.

 

Suspiré aliviada.

 

—¿Qué te han dicho?—Preguntó Eric.

 

—La policía es una mierda. Han insinuado que fuisteis vosotros dos, en pareja.—Contestó Jace.

 

—¿Nosotros?— Dijo Eric sorprendido.

 

—Como un crimen pasional...

 

—¡Venga ya!— Exclamó indignado.

 

—¿Annabelle?— Interrumpió otro policía.— Hemos telefoneado a su tía, mañana estará aquí. ¿Tiene donde pasar la noche?

 

Me quedé dubitativa, no podía volver a casa y Tay no había dado señales de vida. Lo más seguro es que aún no se hubiese enterado de nada.

 

—Por supuesto agente, no se preocupe.— Contestó Jace.

 

Vimos como el policía se marchaba para intentar dispersar a los mirones. Un par de vecinas se llevaban la mano al pecho y murmuraban entre ellas y algunos sacaban fotos para el periódico. Deseaba echarles a patadas yo misma pero me encontraba sin ánimos y  sin fuerzas.

 

—Vamos Annabelle, no conseguirás nada quedándote aquí más tiempo.— Dijo Jace.— Eric, vete a casa, tu madre debe de estar preocupada.

 

—¿Preocupada? ¡Le va a dar un infarto cuando se entere!— Exclamó Eric. — Nos vemos mañana… y pelirroja…

 

—¿Sí?

 

—Sabes que no estás sola.

 

Me sonrió tristemente.

 

¡Oh no! Iba a comenzar a llorar otra vez.

 

—Gracias Eric.— Contesté.

 

—Venga, volvamos al aparcamiento.— Dijo Jace.

 

—¿De verdad decías que tengo un sitio donde pasar la noche o era para que los policías se fueran?— Pregunté.

 

—Sí. Vamos a mi casa.

 

 

 

La casa de Jace, resultó ser un bloque de apartamentos en el que un rótulo luminoso indicaba que "Apartamentos Paradise" estaba a tu disposición. Entramos al hall donde un anciano recepcionista nos miró de arriba abajo. Jace llevaba su pelo suelto y enmarañado, una camiseta de Batman que debía ser de Spencer y los pantalones deshilachados; Yo por mi parte, venía sin zapatos, con las medias rotas y el pelo aún un poco mojado por la lluvia. El anciano se quedó mirándome como un perro en época de celo. Noté como posaba su vista en el corto vestido y guiño un ojo a Jace.

 

—Que pasen buena noche.— Dijo antes de que se cerrara el ascensor.

 

Nos quedamos en silencio hasta que llegamos a la tercera planta, la última. Anduvimos por el pasillo lleno de humedades y música rock. ¿Quién ponía música a estas horas? Llegamos al número catorce y Jace abrió la puerta.

 

Era la primera vez que pasaba la noche fuera de casa.

 

Un dolor agudo me atravesó el pecho, sólo pensar en casa… Me sequé las lágrimas. La habitación se parecía a un pequeño estudio. Había un sofá nada más entrar y delante de éste una pequeña mesa de té con un taburete. Al otro lado se encontraba una pequeña encimera y una nevera, al fondo había una cama desecha  y un armarito lleno de ropa y libros apilados, donde se apoyaba una guitarra. Y enfrente una puerta, de lo que debí suponer, sería el baño.

 

—Yo dormiré en el sofá.— Dijo Jace cerrando la puerta con llave.

 

—Gracias.

 

—Puedes cambiarte en el baño, te dejaré algo de ropa. No vayas a creer que me agrada tener a una chica desnuda en mi cama.

 

Lo miré atónita.

 

—Era una broma pequeñaja, estate tranquila.

 

Fui al baño y Jace me dio una camiseta azul marino de algodón. Me cambié. Salí del baño estirándome la camiseta, sabía que no se veía nada pero por si acaso. Jace me esperaba sentado a los pies de la cama. Dejé el vestido en el armarito y me metí dentro. Él se levantó y me arropó con las sábanas negras.

 

—Qué tengas dulces sueños.— Dijo y se dio la vuelta para ir a tumbarse al sofá.

 

Cerré los ojos, pero no podía conciliar el sueño por más que quisiera.

 

Mi madre había muerto, la tía Margery vendría mañana y mi vida se derrumbaba en una sola noche. Escuché un ruido y entreabrí un poquito los ojos, Jace cogió su guitarra y echó un último vistazo a la cama. Se aseguraba de que estaba dormida. Después se sentó en el sofá y comenzó a tocar la melodía más triste que había escuchado nunca. Algo sobre una chica en su cama y tulipanes en su corazón.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
  1. fotografías antiguas
     

 

 

 

 

 

 

 

 

Alguien tocaba a la puerta. Quería seguir durmiendo, estaba soñando con el primer día de verano. Estábamos junto al lago Wicked. Tay y Eric jugaban como críos con pistolas de agua mientras nosotras tomábamos el sol. Pero seguían tocando a la puerta. Escuché un ruido sordo, seguramente Jace había tropezado con algo.

 

¡Oh dios! Estaba en su casa.

 

—¿Dónde está?— Escuché preguntar a Tay desde el umbral de la puerta.

 

—Todavía está dormida, no he querido despertarla.— Dijo Jace.

 

—Sin duda esto te divierte, ¿verdad?—Contestó Tay.

 

—Claro, Annabelle está pasando por un momento muy difícil y a mí me divierte. Muy maduro por tu parte Taylor.— Replicó Jace.

 

—Eres un imbécil. Si no fuera por ella ya te habría partido tú preciosa cara egocéntrica.— Escuché amenazar a Tay, enfurecido.

 

—Adelante, no te cortes.— Le retó Jace.

 

Era hora de despertar.

 

—¡Chicos!— Exclamé.

 

Ambos se giraron sorprendidos por mi repentina interrupción. Taylor apartó a Jace de un empujón y corrió hacia la cama.

 

—¿Cómo estás?— Preguntó.— Anoche estaba intentando localizarte, los policías habían acordonado la zona y no me dejaron pasar. Tu vecina estaba cotilleando como siempre, pero le dejé las cosas claras.

 

—¡Oh Tay!— Exclamé mientras le abrazaba.— Ha sido horrible, tenía la esperanza de despertar y ver que había sido todo un sueño…

 

El teléfono sonó asustándome. Di un respingo y lo cogí.

 

—¿Diga?

 

—Cariño, no me puedo creer lo que ha sucedido. Ha sido culpa mía.— La voz rota de mi tía llegaba tras el altavoz.— No debí permitir que saliera tan tarde de casa. Estoy llegando, voy en coche. ¿Estás en casa?

 

—No, no podía volver allí tan pronto, estoy en casa de un amigo.

 

Taylor bufó.

 

—No te preocupes mi cielo, verás como todo se arregla. Tu madre estaría orgullosa de ti.— Contestó Margery con voz temblorosa. Parecía estar viéndola a través del móvil, con los ojos rojos y la nariz moqueando.

 

El teléfono comenzó a pitar. Tenía otra llamada en espera.

 

—Tía me están llamando, quizás sea la policía, nos vemos ahora.— Dije.

 

—De acuerdo.— Contestó.

 

Colgué la llamada.

 

—¿Diga?

 

—¿Hablo con la hija de Nelissa Evans?— Preguntó una voz de hombre.

 

—Sí, soy yo.— Contesté desconcertada.

 

— Me llamo Percy Jenkins, era el notario de Nelissa. Puesto que ha fallecido, usted es la heredera de su testamento.— Aclaró el hombre, Percy.

 

—¿Testamento?

 

— Sí, testamento. Hay que proceder a su lectura lo más rápido posible para evitar inconvenientes. ¿Le viene bien esta tarde?

 

—Sí claro.— Respondí dubitativa.

 

—Nos vemos en mi despacho, en la calle Liberty a las seis. ¿Le parece bien?

 

—Por supuesto.

 

— Qué tenga un buen día señorita.— Y tras decir esto colgó.

 

Dejé el móvil encima de la cama. ¡Oh sí! Un día estupendo. ¿Qué era eso del testamento? Mi madre no tenía nada. Cuando murió mi padre nos dejó con la soga al cuello debido a sus numerosas deudas, era imposible que mi madre me hubiera dejado algo aparte de un gran vacío en mi vida.

 

—¿Qué pasa?—Preguntó Tay.

 

—Mi tía está de camino, tengo que volver a casa.

 

—¿Estás segura?— Preguntó Jace.

 

—Sí. Tengo que volver.— Contesté.

 

Mire a mi alrededor, el vestido de la noche anterior seguía sobre el pequeño armario. De pronto me acordé, de Jace tocando en mitad de la noche. La guitarra no estaba en su sitio.

 

—Te he dejado algo de ropa para que te cambies.— Dijo Jace señalando la puerta del baño.— Supuse que no querías volver descalza.

 

—¿Tienes ropa de mujer?— Preguntó Taylor claramente sarcástico.

 

Jace le dedicó una mirada de esas de te-mataré-mientras-duermes.

 

No pude evitar soltar una carcajada.

 

¡Dios! Hacía tanto tiempo que no reía. Ambos me miraron y sonrieron. De repente, la alegría que había sentido hace unos minutos se esfumó, me sentí mal por permitirme sonreír en un momento así. Me puse tensa y fui hasta el baño dejando a Jace y Taylor desconcertados por mis cambios de humor. A diferencia del resto del piso, el baño era considerablemente amplio y tenía un pequeño tragaluz arriba de la ducha. Jace me había dejado un montoncito de ropa plegado encima de una estantería de madera clara. Era un vestido rojo de vuelo con mangas largas de blonda. Aún tenía la etiqueta puesta. ¡Me lo había comprado! Y no sólo eso, también unas medias nuevas, unas bailarinas de encaje y… ¡Oh dios mío! un conjunto de lencería negra de satén. Estaba alucinando. Ni siquiera Taylor me había regalado nunca algo tan personal y… tan caro.

 

Me duché y me sequé el pelo con la toalla dejándolo suelto y ondulado. Después me vestí, me quedaba perfecto, como hecho a mi medida. Me sonrojé ante la idea de Jace en una tienda de lencería de mujer. Miré al espejo por última vez, ya parecía una persona.

 

 

 

*            *            *

 

 

 

Taylor me había acompañado hasta casa, Jace se había quedado en el apartamento. Quería que viniera también, pero sabía que estaba tentando demasiado a la suerte. Notaba como Taylor andaba tenso y malhumorado delante de mí. El callejón seguía con el cordón policial. Y había un par de reporteros filmando la zona. Nos acercamos a la puerta con sigilo y subimos en silencio las escaleras hasta llegar a mi planta. Estaba vacía. Escuché un ruido en la casa. Abrí la puerta y entré. Margery estaba de pie yendo de un lado hacia otro toqueteándolo todo. Por un momento la confundí con mi madre, pero eran muy distintas. Mi madre era alta y morena, con los ojos verdes iguales a los míos. Sin embargo Margery era bajita, con el pelo pelirrojo y corto hasta los hombros, de ojos castaños.

 

—Por fin has llegado, temía que te hubiera pasado algo.— Dijo mi tía al verme.

 

—Tía Margery estoy bien.— Contesté zafándome de su abrazo.

 

—Te he dicho mil veces que me digas Mar, Margery suena muy viejo y todavía soy joven.—Dijo.

 

Sonreí.

 

—¿Hay alguna novedad? ¿Quién te ha llamado?— Preguntó.

 

—Era el notario de mi madre, un tal Jenkins, ¿Te suena de algo?

 

— Que yo sepa tu madre nunca había ido al notario, por lo menos nunca me lo contó.— Contestó con tristeza.— Esas cosa de abogados y oficinas no se le daban muy bien. He hablado con el pastor Young, para los preparativos del funeral.

 

—¿Y qué te ha dicho?— Pregunté mientras me dejaba caer en el sofá.

 

—Oh, Taylor no te había visto.— Dijo Mar al percatarse de Tay.— Me alegro de que sigáis juntos. En estos momentos todos necesitamos de alguien.

 

Se quedó pensativa. Sin duda estaría pensando en Renly. Las desgracias no venían solas.

 

—Estoy buscando fotos antiguas para el funeral.— Dijo Mar.

 

—¿Para hacer un mural?— Preguntó Taylor.

 

—¿Qué te parece?— Preguntó mi tía.

 

—Me parece una idea estupenda.—Contesté.

 

 

 

Pasamos toda la mañana y parte de la tarde rebuscando en viejos cajones. Logramos encontrar una caja entera repleta de fotografías de su infancia. Vi a Margery y mi madre en la playa con un helado en cada mano. Eran fotografías llenas de alegrías, sueños y vida. También había un par de mi madre con mi padre cuando aún eran novios. No sé que vio ella en él. Nunca la trató bien. Desde el día de su boda en la mirada de Nelissa sólo cabía un sentimiento, el miedo.

 

—Son casi las seis, ¿no deberías irte ya?— Preguntó Margery.

 

—¿Tu no vienes? Pensaba que vendrías.— Dije dejando la fotografía que sostenía en la mano.

 

—A mí no me ha llamado.— Dijo Margery.— Seguramente sólo quiere que vayas tú. Yo me quedaré aquí con Taylor para seguir con lo de las fotos.

 

—¿No vienes tu tampoco?— Pregunté a Taylor.

 

Se encogió de hombros.

 

—Está bien.— Contesté—  De todas formas tengo que ir a visitar a Mia. Todavía no sé nada de ella.

 

Tras decir esto me marché cerrando la puerta de un portazo, enfadada. Para él era mi culpa que últimamente no fuésemos del todo bien en nuestra relación. Taylor debería de haberme acompañado. ¿Acaso no veía lo difícil que era para mí ir a ver el testamento de mi madre? ¿Acaso no significaba eso que estaba muerta? ¿Qué estaba pasando de verdad? ¿Qué no era una pesadilla? Como bien había dicho Mar "en estos momentos necesitamos a alguien", y yo sabía a quién necesitaba.

 

Cogí el móvil del bolso.

 

—Soy Annabelle, ¿podrías acompañarme al despacho de Jenkins? No quiero ir sola.— Dije.

 

—Te recojo en cinco minutos.— Contestó Jace.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
  1. el cyrano de bergerac
     

 

 

 

 

 

 

 

 

La calle Liberty estaba llena de oficinas, bufetes de abogados, Starbucks y restaurantes de comida rápida. La gente iba y venía cargada con maletines y corbatas demasiado apretadas como para sonreír. El cartel de Jenkins & Co. estaba escrito con letras doradas sobre la negra superficie de mármol en un edificio moderno y relativamente nuevo. La puerta principal era de cristal dejando ver un mostrador equipado con las últimas tendencias de Apple. Una secretaria de ojos verdes con un recogido rubio platino y vestido ceñido nos miró nada más cruzar el umbral.

 

—¿Deseáis algo?— Preguntó insinuantemente con los ojos clavados en Jace.

 

Me quedé atónita y puse los ojos en blanco. ¿Enserio? Jace se adelantó y puso su brazo con coquetería encima de un montón de papeles.

 

—¿Dónde podemos encontrar al señor Jenkins?— Preguntó.

 

—¿Tienen cita?— Contestó mirando en su agenda.

 

—Sí, a nombre de Annabelle Rose Evans.— Repliqué adelantándome a Jace.

 

La recepcionista me miró y de nuevo a su agenda, consultando. Después pulsó el botón rojo de su interfono y una voz desconocida saltó tras el amplificador.

 

—Nora ¿quieres algo? Ahora estoy muy ocupado.— Contestó la voz de un hombre.

 

—Aquí hay una señorita preguntando por usted, ¿la hago pasar?— Dijo Nora claramente susceptible.

 

—Por supuesto, será la señorita Evans.

 

Nora colgó y se levanto grácilmente del asiento. Sus tacones resonaban en el suelo. Nos guió hasta el ascensor y se llevó un dedo a los labios de manera pensativa.

 

—El despacho se encuentra en la segunda planta, en la notaría, el señor Jenkins os espera.— Contestó.

 

Las puertas del ascensor se cerraron y nos quedamos a solas. Podía notar la sonrisa sarcástica de Jace en mi nuca.

 

—¿Porqué sonríes?— Pregunté.

 

—Te has puesto celosa.— Dijo sonriendo.

 

Me puse roja ¡Claro que no! No me había puesto celosa de que una chica rubia de ojos claros y despampanantes se hubiera fijado en él. Solté un bufido indignado. Las puertas se abrieron y salimos al corredor vacío y silencioso.

 

—¿Seguro que es aquí?— Preguntó Jace mirando a ambos lados del pasillo.

 

De repente, una puerta del final se abrió de golpe. De ella salió un hombre corpulento, de ojos sagaces y pelo grasiento, intentando camuflar el olor a ambición con litros de colonia barata.

 

Debía de ser Jenkins.

 

—Por aquí señores.— Nos indicó con el brazo levantado.

 

Entramos en el pequeño despacho y ambos nos sentamos en los sillones de cuero negro que estaban frente al escritorio. En él había un marco con la foto de un joven graduado y numerosos envoltorios de puros junto a una pila de sobres amarillos.

 

—Perdón por el desorden, ¿puedo ofrecerles algo? Un café, un puro ¿quizás?

 

—Creí que se trataba de un asunto urgente.— Afirmé cortante. No quería permanecer junto a ese hombre más tiempo de lo necesario.

 

El señor Jenkins parecía confundido por la contestación. Sin duda no se había encontrado con clientes que olfatearan tan bien sus segundas intenciones. Comenzó a sudar.

 

—Por supuesto.— Dijo mientras sacaba un pañuelo de seda y se secaba el sudor de la frente.— Antes de nada, quería entregarle mis más sinceras condolencias. La señora Evans era una persona magnífica.

 

Sus ojos de falsa tristeza no me iban a conmover. Conocía a ese tipo de personas que cuando alguien fallecía le dedicaba maravillas pero cuando uno estaba vivo… sólo escupía veneno por la boca. Se quedó un minuto en silencio, seguramente esperando una respuesta agradecida que nunca llegó.

 

—La señora Evans acudió a mí para redactar su testamento.— Prosiguió Jenkins abriendo el contenido de uno de los sobres.-— ¿Podemos proceder a su lectura?

 

—Por supuesto.— Afirmé.

 

—Yo, Nelissa Evans, de forma voluntaria y en plenas facultades mentales, declaro que el día en que fallezca todo lo que tenga pase a nombre de mi hija Annabelle Rose Evans.— Leyó Jenkins— Tanto la cuentas bancarias de Rosmont y de York así como mis objetos personales y la propiedad de la familia Evans.

 

Me quedé confundida un segundo, sin saber reaccionar. Mi madre estaba arruinada, tenía el salario mínimo y un trabajo esporádico que ni siquiera nos permitía pagar al casero a tiempo. Además, ¿Qué era eso de la propiedad? Nuestro piso era alquilado, no me lo podía quedar.

 

—Perdone, con respecto a la propiedad, ¿de qué propiedad está hablando?— Pregunté.

 

—En Blossom Avenue, el número 713.— Dijo mientras volcaba el resto del sobre cayendo una llave de hierro en la mesa.

 

La cogí dubitativa.

 

—Por último, sólo queda la firma.— Continuó Jenkins.

 

—¿Dónde hay que firmar?— Pregunté cogiendo el bolígrafo que me ofrecía.

 

—Justo aquí, bajo la línea de puntos.— Respondió señalando en el papel arrugado.

 

 

 

Salimos del edificio en silencio y anduvimos en medio de la multitud y su ajetreada vida.

 

—¿Te apetece que vayamos al Starbucks? Podemos hablar sobre ese capullo de Jenkins.— Dijo Jace intentando animarme.

 

La cafeína me vendría bien.

 

Entramos en el primer Starbucks que vimos, suerte que en esta calle hubiese muchos donde elegir. El ambiente olía a café y chocolate. En una de las mesas, un joven escribía frenético en su portátil, en otra unas chicas coqueteaban con sus vecinos de al lado y en otra había una familia intentando comprar a los niños que berreaban, con dulces.

 

Nos pusimos en la cola.

 

La verdad es que no sabía que pedirme. Sólo había venido una vez antes con Mia porque era adicta a los rollitos de canela y me pedí un café que estaba asqueroso.

 

—¿Qué os pongo chicos?— Preguntó un joven con pecas y la camiseta verde de empleado.

 

—Nos pones dos frappuccinos caramel macchiato con un toque de canela y también una porción de tarta de queso. Dos cucharas.— Contestó Jace.

 

—¿Y si quería otra cosa?— Pregunté mientras cogía mi frappuccino y nos sentábamos en una mesa alejada de las demás.

 

—Hazme caso, esto te gustará más que cualquier otra cosa que fueras a pedir.— Dijo Jace mientras me daba a probar la tarta.

 

Estaba deliciosa.

 

Nos bebimos el café entre conversaciones banales y cotilleos. Le pregunté qué lugar le había gustado más de todos los que había visitado. Italia era su favorito. Me lo imaginé disfrazado como el Cyrano de Bergerac por las calles de Venecia a la luz de la luna, intentando conquistar a alguna condesa. Noté como el rubor empezaba a decorar mis mejillas pero creo que era el café. Estaba caliente.

 

—Deberíamos irnos si queremos visitar a Mia.—Dije.— Pero antes tengo que hacer una última cosa.

 

 

 

*              *            *

 

 

 

El olor a los rollitos de canela que había comprado impregnaba el vagón del metro. Jace se había ido, Eric le había llamado nada más salir de la cafetería. Me puse los cascos y la música a tope. Últimamente tenía poco tiempo para escribir así que abrí mi cuaderno y comencé a esbozar letras en el papel. Así pasé el tiempo hasta que el metro paró en Blossom Avenue. Mia seguía en casa de Spencer para que sus padres no vieran lo que le había ocurrido. Y yo era parte de su tapadera. Se supone que estaba en mi casa ayudándome con el funeral.

 

Toqué al timbre del piso y subí por el ascensor. El piso seguía como la última vez que lo vi, con sus posters de Nirvana en las paredes. Mia estaba tumbada en el sofá con la pierna en alto y Spencer estaba sentado junto a ella. Me paré en seco. Otra persona se encontraba sentada en frente de ambos charlando despreocupadamente.

 

—Annabelle pasa.— Dijo Luke.

 

Me adelanté y cogí una silla de madera de la cocina. Tuve que sentarme a su lado. Dejé la bolsa con los rollitos encima de la mesa de café y sonreí lo mejor que pude a Luke. No me caía mal la verdad, pero aún así había aspectos extraños en él. Había aparecido de repente, tan cordial, tan misterioso…

 

—¿Esos son rollitos de canela?— Preguntó Mia cogiendo la bolsa transparente.— Necesitaba un buen choque de azúcar.

 

—¿Y el bizcocho de esta mañana?— Replicó Spencer alzando una ceja.

 

Ambos sonrieron.

 

—A Spencer le gusta la repostería y ha intentado enseñarme.— Aclaró Mia.— A sido muy bueno porqué en vez de azúcar le hemos puesto sal, sabía asqueroso.

 

Me reí imaginándome a los dos, codo con codo, intentando arreglar el desastre culinario. Mia no había cocinado en su vida y cuando me quedaba en su casa, intentaba impresionarme con platos precalentados al microondas. Al final siempre acabábamos pidiendo pizza mientras asaltábamos la bodega de su padre.

 

—¿Qué es lo que te ha dicho el notario? Nos ha dicho Jace que te han llamado esta mañana.— Preguntó Spencer arrancándome de mis ensoñaciones.

 

Me iba a encender un cigarrillo, pero ya no me apetecían nada. Lo volví a guardar.

 

—Mi madre me ha dejado dinero y una propiedad.— Contesté.

 

—¿Una propiedad?— Preguntó Mia.

 

—A mí también me parece extraño.— Repliqué dando un mordisco a su rollito de canela.

 

—¿Te ha dejado alguna llave o algo?— Preguntó Luke a la vez que se enderezaba del asiento.

 

Saqué la llave del bolsillo.

 

—Parece un poco vieja, ¿no?— Dijo Mia al verla.

 

—No es vieja, es una antigüedad, diría de 1864.—Aclaró Luke mirando la llave ansioso.— Es preciosa. La rosa del mango conserva todos sus detalles.

 

Me fijé mejor. Tenía razón. El dibujo de una rosa abierta decoraba el mago de hierro.

 

—¿Te gustan las antigüedades?— Preguntó Spencer a Luke mientras daba un gran mordisco a uno de los rollitos de canela.

 

—Las colecciono.— Contestó Luke.— Algunos dirían que me gusta recrear el pasado.

 

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo al escucharlo. Ambos nos miramos fijamente.

 

—Es muy romántico.— Dijo Mia fascinada.

 

La melodía de un móvil rompió en mil pedazos el efecto que había producido Luke en el ambiente. Spencer buscó en su chaqueta y lo cogió.

 

—¿Diga?— Preguntó.— ¡Dios mío! Tranquilízate, habla más despacio… Eric ponme con Jace. ¡¿Cómo?! Vamos ahora… espéranos allí.

 

—¿Qué ha ocurrido?— Pregunté alarmada por la reacción de Spencer.

 

—Tenemos que ir a la Iglesia enseguida.— Contestó.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
  1. un corazón apuñalado
     

 

 

 

 

 

 

 

 

Spencer y yo íbamos de camino a la plaza Saint Paul, Mia se había quedado con Luke en la casa. Todavía no se encontraba tan recuperada como para salir. Aparcamos como pudimos y corrimos hacia la puerta de la iglesia. Entramos despacio sin levantar la sospecha de los feligreses. Algunos interrumpieron sus rezos para volver la atención hacia nosotros. Spencer saludó con un gesto de cabeza y éstos volvieron a sus oraciones. Nos acercamos en la oscuridad hacia la puerta que daba al sótano. Spencer abrió y descendimos al corazón de la iglesia. Un corazón que había sido apuñalado. Las estanterías estaban en el suelo, los libros destrozados sobre la roca, las colchonetas removidas… incluso las fuentes de iluminación estaban destrozadas. Cogí una vela que reposaba en el suelo y la encendí con mi mechero. Oculto entre las sombras estaba Jace. Vimos como removía los papeles frenéticamente y maldecía entre dientes.

 

—¿Qué ha pasado aquí?— Pregunté.

 

—Todo mi trabajo…todos estos años…— Balbuceó Jace.

 

—¿Qué ha ocurrido?— Preguntó Spencer.

 

—Ha desaparecido.— Escuchamos decir a Eric.

 

Alumbré con la llama a la esquina de dónde provenía la voz. Eric apareció en la oscuridad. Rubio y de ojos grises, parecía absorber la luz de la estancia. Dio unos pasos en dirección al lugar donde Jace estaba arrodillado y colocó su mano sobre su hombro.

 

—Jace, déjalo.— Dijo seriamente.

 

—¿No lo entendéis? Todo ha desaparecido.— Replicó Jace apartando a Eric de un empujón.— Las investigaciones de Dante… la profecía del oráculo de Delfos que anunciaba que las sombras volverían…todo.

 

—Ya no podemos hacer nada Jace.— Dijo Spencer.

 

—Sí tío, vámonos.— Añadió Eric.

 

Jace se quedó observando los papeles un minuto más antes de volverse hacia nosotros. La cera de la vela comenzaba a quemarme en la mano.

 

—Tenéis razón, vámonos.— Murmuró mientras cogía la vela que sostenía y la arrojaba hacia los papiros. Éstos empezaron a arder y vimos como las llamas lamían las paredes y arrasaban con todo a su paso. Ningún lugar era seguro.

 

 

 

*             *              *

 

 

 

Tía Margery preparaba beicon en una sartén. Había invitado a Tay a cenar, era lo mínimo que podía hacer después de haber estado toda la tarde ayudándola con la recogida de fotos antiguas. Habían seleccionado fotos de la infancia, su época en el instituto, su boda y la luna de miel. Tay había añadido fotos embarazada, conmigo en brazos, en las vacaciones en la playa, durante mi recital de poesía… era triste pensar que la vida de una persona se pudiera resumir en una veintena de fotos.

 

—Annabelle, ¿puedes subir el volumen?— Preguntó Mar desde la cocina.

 

La noticia del inesperado incendio de la Iglesia Bell se había extendido como la pólvora. En la televisión, un periodista trajeado con excesivo maquillaje le preguntaba al párroco cuál podía haber sido la causa. El sacerdote se encontraba confuso y desorientado, no sabía a ciencia cierta qué era lo que había ocurrido. Se creía que podían haber sido alguna de las velas que los devotos encendían durante sus rezos. Una desgracia sin duda obra del Demonio… o de Jace.

 

Sólo nosotros sabíamos que había ocurrido realmente.

 

Nos sentamos alrededor de la mesa. El beicon y las patatas en salsa hacían que se me hiciera la boca agua. Empezamos a comer en silencio, todavía no les había contado lo de Jenkins. Sin duda, estaban esperando a que yo sacara la conversación.

 

—El notario ha sido muy atento.— Comencé a decir.— La lectura del testamento ha sido bastante breve, mi madre me ha dejado sus cuentas de Rosmont y York, además de una casa en la avenida Blossom.

 

Tía Margery dejó sus cubiertos de golpe provocando un momento de incómoda tensión. Su expresión era de absoluto enfado.

 

—¿La casa de la avenida Blossom?—Murmuró-—Creí que ya no existía… y mi hermana lo sabía.

 

Se le veía claramente afectada.

 

—¿Estás bien?—Le pregunté.

 

—Sí.— Asintió levantándose y dejando su servilleta en la mesa.— No tengo más hambre y estoy cansada. Mañana es el funeral y hay que terminar de preparar las magdalenas. ¿Puedes encargarte de hacerlo?

 

—Claro.— Contesté.

 

—Buenas noches chicos.— Dijo mientras se encerraba en la habitación.

 

Seguimos comiendo en silencio.

 

Taylor y yo nos mirábamos sin decir ni una palabra. Parece que Margery se había enfadado al enterarse que la casa iba a ser mía. Si mi madre no le había dicho de su existencia por algo tenía que ser.

 

—Entonces, ¿te mudas?— Preguntó Taylor.

 

No lo había pensado.

 

—Supongo que sí.— Contesté.— Tendré que hablar con el casero mañana, debería recoger mis cosas ya.

 

—¿Tan pronto?— Preguntó.— Ni siquiera has visto la casa, a lo mejor no es habitable.

 

—Tampoco puedo volver después del funeral.— Contesté.— Si vuelvo no tendré el valor para irme pero tampoco puedo vivir en una casa donde todo me recuerda a mi madre.

 

Me levanté y comencé a recoger los platos. Taylor se levantó también y me abrazó por detrás. Intenté que los platos no se me cayeran.

 

—Taylor, ahora no es un buen momento.— Dije.

 

—Nunca es un buen momento.— Replicó.

 

Dejé los platos en el fregadero mientras Taylor se quedaba plantado en medio de la habitación. Tendría que decirle algo. Que le quería, que no se enfadara, que lo arreglaríamos cuando terminara el funeral… pero no podía, simplemente no podía. Escuché el portazo de Tay antes de irse. Me preparé un café y me encerré en la habitación. Iba a ser una noche muy larga y el día siguiente aún peor. Comencé por sacar toda la ropa del armario y meterla en la maleta roja que guardaba para las excursiones. Nunca imaginé que la usaría para mudarme. Después cogí al conejito de peluche Señor Nata y lo guardé también. Tampoco es que tuviera la habitación atestada de cosas, algunas fotos de Mia, Eric y yo que cogí con sumo cuidado y mis libros. Me senté en la cama y di un sorbo a mi café. Necesitaba más azúcar. Cogí el libro de Dorian Gray y lo observé con cariño. Acaricié las tapas y lo abrí por la página en la que lo había dejado.

 

“…De las sombras irreales de la noche regresa la verdadera vida que conocíamos. Hay que reanudarla allí, donde la habíamos dejado, y sentimos la necesidad de continuar alentando la energía con la fatigada repetición de los mismos hábitos estereotipados, o también, al abrir los ojos un día, con el deseo irracional de encontrar un mundo que ha renacido en la oscuridad para nuestro placer, un mundo en el que las cosas tendrían nuevas formas y colores, y serian distintas, o donde guardarían otros secretos, un mundo en el que el pasado no tendría lugar, o tendría uno pequeño, o sobreviviría de manera inconsciente, sin obligación o remordimiento, pues hasta el recuerdo de la alegría tiene su amargura y los recuerdos del placer su propio dolor…”

 

 

 

 

 

 

 
  1. orquídeas azules
     

 

 

 

 

 

 

 

 

La mañana amaneció lluviosa y gris al igual que mi estado de ánimo. Cuando desperté noté que faltaba algo. Todas mis cosas habían desaparecido siendo sustituidas por un par de maletas rojas. Mi tía no me había dirigido la palabra en toda la mañana salvo para decirme que las magdalenas debían ser colocadas en la mesa del salón. Después del funeral era costumbre que los asistentes acudieran a la casa de la familia para comer algo y compartir anécdotas sobre la persona perdida. Sinceramente lo veía una falsedad, la mitad de las personas que iban a ir llevaban años sin ver a mi madre o aún peor, la criticaban a las espaldas cuando estaba viva. Monté en el viejo coche de Margery, el funeral se llevaría a cabo en el Cementerio Phantom, el más bonito de la ciudad. Pude ver las verjas blancas desde la ventanilla. Aparcamos en la acera de enfrente y cruzamos la gigantesca puerta de hierro con nuestros paraguas negros desplegados. Vimos como el pastor Young se acercaba hacia nosotras corriendo, se estaba mojando la sotana. Tía Margery le dio un paraguas de repuesto y ambos se fueron hacía el claro dónde iba a ser enterrado el ataúd bajo la sombra de un sauce. Miré mi ramo de orquídeas azules, eran las preferidas de mi madre. Decidí deambular entre los laberintos de tumbas antes de que llegara más gente. Niños, ancianos, ricos y pobres, todos irían a acabar en el mismo lugar, eso sólo me hizo pensar en el poder igualatorio de la muerte. Cuántos sueños habrían quedado olvidados, cuántos amores destruidos, cuántas lágrimas derramadas…

 

El cementerio era un lugar frío y a la vez hermoso, estaba lleno de dolor pero también de historias, de momentos felices y amargos, en definitiva, se podría decir que vivía de recuerdos. Alcé la mirada del ramo hacia una figura que se encontraba de pie delante de una tumba vieja, llena de hiedra y maleza. Iba a seguir mi camino cuando la figura se giró. Era Mia. Llevaba un vestido negro de cuello alto y el pelo rubio recogido en un desordenado moño. Todavía llevaba restos de esmalte de uñas rosa fluorescente. Noté que cojeaba un poco. Me puse a su lado y observé la tumba al igual que ella. Ésta rezaba “Nathan Astor. Querido hijo y hermano. Ahora podrás jugar con los ángeles.”

 

—Sé que viste a mi hermano la noche que volviste del hospital.— Dijo Mia sin apartar la vista de la lápida.

 

—Pensé que me estaba volviendo loca.— Contesté.— No pude ver quién lo hizo.

 

—Yo sí.— Dijo volviendo la cabeza para mirarme.— Creí que se trataba de un monstruo, era muy pequeña, pero al ver a la sombra… en el callejón la otra noche… no fue una casualidad.

 

—¿A qué te refieres?—Pregunté.

 

—Creo que el ser oscuro, el rey de las sombras, busca a cualquiera que posea algo especial, cualquiera al que pueda usar para sus fines. A mí, a Eric, a Jace, a ti. A todos nosotros.— Contestó.

 

—Ojalá supiéramos que es lo que pretende.— Dije.

 

—No sé si quiero saberlo.— Contestó Mia a la vez que se giraba y  ponía camino hacia el rincón dónde esperaban los asistentes a la misa.

 

Observé la tumba una vez más, pensando en todo el daño que habían sufrido los padres al perder a una criatura tan inocente. Cogí una orquídea del ramo y la dejé bajo las letras doradas. Cualquiera que la viera ahora sabría que había una persona que se acordaba de aquella tumba, personas que lo habrían amado de seguir aún con vida.

 

Me dirigí al claro en silencio, dónde los vecinos y amigos se resguardaban tras los paraguas y los abrigos. El pastor Young comenzó a hablar y mucha gente quiso dedicar unas palabras, entre ellas mi tía. Dejé el ramo de flores encima del ataúd a la señal del sepulturero. Observé como la tierra iba cubriendo la madera de roble hasta no quedó ni un hueco visible. Miré la lápida, el diseño lo había elegido mi tía. La escultura de un ángel miraba al cielo con las manos en posición de perdón y las letras plateadas esculpidas en la roca refulgían con destellos grises, “Nelissa Evans. Amada esposa, madre y hermana. Siempre te recordaremos.”

 

Bajo la cortina de lluvia vi a Jace, apartado de los asistentes, calado hasta los huesos con medio rostro oculto debajo de la capucha de su sudadera. Nuestras miradas se cruzaron. ¿Cómo podía comprenderme de esa manera? ¿Cómo podía estar tan ciega? Le amaba. Nunca había dejado de quererle, de buscarle entre el gentío, de soñar con su regreso… Le amé desde el primer instante en que le vi, leyendo en el metro. Él sabía lo que estaba pensando porque sonrío, con su sonrisa torcida que hacía que el corazón se me saliera del pecho y los ojos le brillaron haciendo que todo él, refulgiera con un aura especial. Siguió mirándome fijamente con sus oscuros ojos negros e hizo un gesto para que lo siguiera. Lo que él no sabía era que estaba dispuesta a seguirle hasta al final del mundo si fuera necesario. Corrí hacía él con el corazón desbocado delante de las asombradas personas que me miraban como si me hubiera vuelto loca. Mis zapatos se estaban embarrando y dejé caer mi paraguas cuando casi tropiezo con una piedra. Me estaba mojando pero no me importaba. Jace me cogió de la cintura y me arrastró hacía él. Después nos besamos apasionadamente una y otra vez. Pasé mi mano por su melena quitándole la capucha negra mientras él pasaba su lengua por la comisura de mis labios y me besaba como nunca antes nadie lo había hecho. Con desesperación, con urgencia, con pasión… No quería separarme de él, nunca más.

 

 

 

*                   *                *

 

 

 

La Avenida Blossom estaba desierta, las calles habían sido cortadas por la lluvia. Menos mal que había amainado un poco. Jace y yo habíamos estado deambulando bajo la lluvia, cogidos de la mano buscando la casa de la herencia en el mapa. Me encontraba frente al número 713 pero creo que Jenkins se había equivocado con la dirección. Aquello no era una casa, era una mansión. Miré el número una vez más asegurándome de que fuera la dirección correcta. La mansión era de estilo victoriano, llena de columnas blancas y balcones de hierro negro con grandes ventanales en los que se podía observar las largas cortinas volátiles. Se notaba que había sido abandonada hace mucho por la oxidación de las puertas de hierro y el estado en que se encontraba el  jardín posterior. Estaba lleno de estatuas de piedra blanca ocultas tras la hiedra, las ramas y las flores marchitas. Antaño debería de haber sido el más hermoso. Miré a Jace por el rabillo del ojo, estaba inexpresivo observando una placa negra donde se podía leer “Mansión Hartford”. ¿Hartford? ¿No debería ser Evans? Si era de la familia…bueno…no sé.

 

Anduvimos entre las estatuas intentando que las ramas no nos arañaran. Las figuras representaban distintas escenas de la mitología griega, Apolo y Dafne, Perséfore sentada en el trono de Hades, Afrodita en todo su esplendor… Saqué la llave del bolsillo de mi pantalón y la encajé en la cerradura. Parecía que no me había equivocado, con un giro de muñeca la puerta cedió con un chirrido metálico.

 

El hall era impresionante, con un gran espejo ornamentado  que reflejaba la luz de los ventanales, el suelo era de mármol blanco y en el lado izquierdo se erguía una gran escalera con barandillas de bronce. Me quedé impresionada. A mi lado escuché como Jace dejaba caer las maletas. El móvil sonó rompiendo el encanto del lugar. Era Taylor.

 

Colgué.

 

Todavía no estaba preparada para hablar con él. ¿Qué le iba a decir? Taylor te quiero pero sólo como amigos, o mejor… no eres tú soy yo. Suspiré sintiendo como todo el peso del mundo caía sobre mis hombros.

 

—Jace…

 

—No. Ahora no.— Contestó él.

 

—Tenemos que hablar.— Dije.—De lo que ha pasado.

 

—¿Crees que ha sido un error?— Preguntó mirándome seriamente.— Si de verdad piensas eso creo que debería irme ahora mismo.

 

Me miró fríamente y dio media vuelta dispuesto a irse. Le cogí de la manga y lo arrastré hacia mí. Él sonrió. Un bufido se escuchó en la rendija de la puerta que estaba entreabierta. Un gato oscuro como la noche nos miró, con unos ojos tremendamente azules. Un escalofrío me recorrió la columna al acordarme de ese mismo gato, el día del accidente de moto.

 

—Annabelle, ¿ocurre algo?— Preguntó Jace colocándome un mechón de pelo detrás de la oreja.— Estás pálida.

 

—¿Que me dirías si te dijera que creo que un gato ha estado observándome?— Pregunté.

 

— Que tú no eres Alicia ni estás en el país de las Maravillas cómo para que un gato malvado te vigile.— Contestó.

 

El gato maulló y saltó hacía delante entrando en la mansión. Después miró con sus ojos felinos todo cuanto le rodeaba y se dirigió hacia la derecha. Quería que le siguiera, estaba segura.

 

Corrí detrás de él ante un Jace escéptico. Lo vi parado en medio de la sala relamiéndose las garras. Me resultaba extrañamente familiar. Los grandes ventanales con cortinas turquesa, la lámpara de araña justo en el centro… La música me mareaba, había demasiado ruido, demasiada gente desconocida. Me acerqué a la chimenea pasando mis dedos por los detalles esculpidos en el mármol… Las copas tintineaban haciendo que las burbujas del champán parecieran perlas a la luz de la lámpara de araña. Me llevé una mano a la cabeza, comencé a sentirme mareada. Alcé la vista hacia el techo dónde colgaba la lámpara que aún brillaba a pesar de los años…Quería salir de aquella habitación atestada de perfume y risas estridentes, pero mi vestido no me dejaba moverme. Recorrí la habitación con la mirada una vez más. Por mi mente no dejaban de pasar imágenes de otros tiempos…Un reflejo pelirrojo se acercaba entre la multitud. Una joven idéntica a mí salvo por su vestido azul enjoyado, trataba de ayudarme a salir. Cogí la foto que descansaba encima de la chimenea con las manos temblorosas. En ella aparecían los rostros de dos chicas que ya había visto con anterioridad. Dejé que el marco cayera al suelo provocando que el cristal se rompiera a añicos después de leer los nombres de las jóvenes a pie de foto, Amanda y Emily Hartford, 1864.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
  1. mirada de sangre
     

 

 

 

 

 

 

 

 

No conocía nada de cuánto me rodeaba. Todo estaba confuso, mucho más, si acaso era posible. No dejaba de mirar la fotografía. ¿Por qué? ¿Por qué todas esas visiones? ¿Todos estos sueños? ¿Por qué sobre ellas? No tenía nada que ver con estar marcada por el beso de Udriel, ¿entonces qué? Jace se acercó silencioso y puso su mano junto a la mía. Podía notar el efecto tranquilizador que ejercía en mí. Todos mis músculos se relajaron, incluso mis pensamientos dejaron de revolotear como mariposas en mi cabeza. Pero no duró mucho. Tía Margery me llamaba al móvil.

 

—¡¿TE HAS VUELTO LOCA?!— Gritó.— ¿Cómo se te ocurre irte así? Dejarme sola con toda esa gente preguntando por ti.

 

—Tía…

 

—Ni intentes disculparte.— Contestó.— Para colmo la casa estaba sin arreglar. Ya que habías entrado a coger tus maletas para largarte, que me he dado cuenta, podrías haber puesto las magdalenas en su sitio.

 

—Lo siento yo…

 

—Además Taylor se ha pasado por allí, para disculparse por no haber ido al funeral. Estaba destrozado, deberías haberlo visto.— Añadió.— Pero tranquila, no le he dicho que estabas con otro chico, el de las pintas de vagabundo. ¡¿Qué crees que estás haciendo?!

 

—Mira tú no sabes nada de…

 

—¡¿QUÉ NO SÉ NADA?!— Chilló.— Sé que eres mi sobrina y que te comportas como una estúpida ahora que tu madre no está, ya veo que no necesitas a nadie. No quiero saber nada de tus problemas, te estás metiendo en ellos tú solita. Hoy mismo me vuelvo con Renly, tú tía ya no te molestará más.

 

—Sí, ya has hecho suficiente.— Dije enrabietada con las lágrimas a punto de estallar.— POR TÚ CULPA, DE TI Y EL IMBÉCIL DE RENLY, MI MADRE ESTÁ MUERTA. SOIS TAL PARA CÚAL.

 

Colgué.

 

—¿Con que tengo pinta de vagabundo? ¿No crees que has sido muy dura?— Preguntó Jace.

 

—Ya no sé qué creer.— Contesté abatida.

 

—Voy a llamar a Spencer.— Dijo sacando su móvil del bolsillo del pantalón.— Encontraremos las respuestas, ya lo verás.

 

—Si tú lo dices…

 

 

 

Jace había llamado a Spencer para contarle las últimas noticias. No sé si vendría con los demás. De momento estaba explorando la casa. Mi nueva casa. Era increíble. Si el hall y el salón de baile eran impresionantes, no tenían nada que ver con la planta superior. El pasillo estaba lleno de retratos de personas con grandes vestidos y del techo colgaban pequeñas lámparas de estaño. Hay que decir que me había asustado que no tuviera luz eléctrica pero Jace había encontrado el generador y pronto la mansión volvió a iluminarse después de tantos años en la oscuridad, como el fénix que renace de las cenizas.

 

Me había instalado en la habitación principal. Ni siquiera la de Mia era tan grande y lujosa. La luz entraba a raudales desde el balcón de verjas negras a través de unas cortinas de seda de color marfil. Había una cómoda blanca pintada con motivos florales en tonos rosados, una gran alfombra beige que cubría todo el suelo y un armario del mismo diseño que la cómoda. En el centro se encontraba la cama con un edredón salmón y dosel blanco, delante de ella había un pequeño diván de patas doradas. Pero lo más bonito de todo era la chimenea que estaba en la pared de enfrente. Una pared que estaba empapelada con un diseño de flores pequeñitas. Dejé al Señor Nata encima de la cama y una fotografía en blanco y negro con mi madre junto a la cómoda.

 

Se escucharon ruidos en el piso de abajo.

 

Seguramente Spencer había llegado. Parecía que hacía una eternidad desde que fui a la Universidad con la intención de hablar con el profesor Hoit y lo conocí. Desde ese momento toda mi vida había cambiado radicalmente. Me dirigí hacía la puerta cuando vislumbré un destello azul en el balcón. Me detuve aún con la mano sobre el pomo. ¡Dichoso gato! Fui hasta la pequeña terraza dispuesta a echarle a patadas. No literalmente.

 

—Vamos minino, ¿quieres leche? ¿Tienes hambre?—Susurré agachándome y extendiendo los brazos para alcanzarle.

 

El gato levantó las zarpas y me arañó. ¡Hijo de…!

 

Me adelanté para cogerle y desapareció. Se esfumó por arte de magia entre volutas de humo negro. Pero ya había dado el primer paso. Me choqué contra los barrotes oxidados que cedieron bajo mi peso. La varilla de metal se desprendió haciendo que cayera hacia delante. ¡Oh No! Por favor, no…

 

Caía de espaldas al vacío, haciendo que mi cabello suelto se enmarañara, que la camisa negra se desgarrara al quedarse enganchada con una púa de hierro y que el miedo aflorara en mi piel por cada poro de mi cuerpo. Me sentí grácil mientras caía, libre de peso alguno.

 

Sólo fue un microsegundo.

 

Quedé suspendida a un palmo de la hiedra. Abrí los ojos preguntándome porque no estaba en el suelo. La luz violeta era cegadora, creando una película etérea sobre mí. El sol y la luna de mis muñecas reflejaban la luz de los destellos morados que emanaban de los tatuajes. Estaba suspendida en el aire.

 

—¡Annabelle!— Exclamó Spencer.

 

La luz se apagó y caí de bruces contra el suelo. Me levanté enseguida intentando cubrirme el sujetador que había quedado al descubierto debido al desgarrón de la camisa.

 

—Umm… ¿hola?

 

—¡Dios mío!— Volvió a exclamar.— ¡Es increíble! Jace ven aquí.

 

—¿Qué sucede?—Preguntó preocupado.

 

Sus ojos se clavaron directamente en mí y siguió mi mirada hasta el cielo. Los barrotes del balcón estaban desencajados. De ellos colgaba el trozo de tela negra de mi camisa ondeando como las alas de un cuervo. El color se murió en sus mejillas, se quedó pálido como un fantasma.

 

—Pero que…

 

—¡Es ella!— Interrumpió Spencer.— ¡Lo ha hecho ella! Pero ¿cómo?

 

—No lo sé.— Contesté.— Estaba cayendo, asustada, creí que iba a estrellarme y de pronto… no sé cómo explicarlo.

 

—Vamos Jace.— Dijo Spencer señalando el balcón.

 

—¿Te falta un tornillo?— Preguntó Jace.— ¿Qué quieres? ¿Qué salte desde ahí?

 

Sus ojos le brillaron con un reflejo de emoción.

 

—Venga adelante, ¡saltemos todos!— Exclamó irónico.

 

 

 

*                       *              *

 

 

 

Jace no había querido arriesgarse sin haberlo visto primero asique lo dejamos por imposible. En su lugar, habíamos estado buscando en la biblioteca de la casa alguna pista sobre la familia, algo que pudiera aclararnos que tenía en común con los Hartford. Sólo encontramos viejas fotografías de la casa y un montón de libros descoloridos con las páginas a medio comer por las polillas. Ahora caminábamos sin rumbo por la ciudad después de nuestra desastrosa búsqueda.

 

El cartel de la librería Clayton pasaba desapercibida entre los edificios y las grandes tiendas modernas con carteles de neón y escaparates de cristales coloridos.

 

—Voy a entrar.— Dije parándome en la puerta.— Quiero darle las gracias a Patrick por haber ido al funeral esta mañana.

 

—¿Quieres que entremos contigo?— Preguntó Spencer.

 

—No hace falta, será un momento.— Contesté.

 

La campanilla de la puerta tintineó con el dulce sonido de pequeños cristales chocando sobre la campana dorada. La librería estaba en absoluto silencio. Era algo normal el silencio, pero aquel era un silencio hueco, un silencio muerto, vacío de ecos, de pasos, de páginas desplegadas. Miré a ambos lados de la tienda. No había nadie en el mostrador, sin embargo, el cartel de la puerta y la misma puerta indicaban que estaba abierta. Paseé entre las estanterías posando mis manos en la cubierta de cuero de algunos de los libros más antiguos.

 

—Patrick.— Llamé esperando a que me escuchara desde el almacén. A lo mejor había dejado a Luke al mando.— ¿Luke?

 

Sólo el silencio contestó.

 

Entré al almacén y encendí la luz. Todo seguía tal y como lo recordaba. Las cajas de cartón a un lado de la habitación, el botiquín colgado del perchero y las montañas de libros y papeles que tenías que traspasar para llegar a la puerta de hierro que daba al callejón de atrás, dónde Patrick siempre almorzaba. Giré la manivela dejando entrar el viento que se concentraba en aquella parte del callejón.

 

—¿Patrick?— Pregunté.

 

El anciano se acercó a mí lentamente debido a su artritis. Todavía llevaba el traje de tweet negro inmaculado. Me miró con ojos cansados.

 

—¿Eres tú Annabelle?— Preguntó con voz temblorosa.

 

—Claro Patrick, ¿Quién…

 

Se abalanzó hacía mí con una rapidez impropia en una persona de su edad tirándome al frío suelo. Mi cabeza se golpeó debido al impacto y la sorpresa. Me quedé aturdida mientras notaba su peso encima de mi pecho. Patrick estaba a horcajadas encima mía con sus manos oprimiendo mi garganta. Tenía una fuerza descomunal. Los ojos me empezaron a llorar.

 

—Jace…— Susurré como pude.— Spencer…

 

Intenté tomar una bocanada de aire sin conseguirlo. Patrick apretaba más y más. Lo miré quedándome pálida. Sus ojos habían cambiado. Eran fieros, mortíferos, sin ningún rastro de humanidad. Rojos carmesí como la sangre.

 

—El amo te quiere sólo para él.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
  1. sherilyn bane
     

 

 

 

 

 

 

Las farolas parpadeaban al ritmo de mi corazón. Intenté soltarme, quitármelo de encima. Vi que a mi lado descansaba una piedra. El pensamiento fue fugaz y Patrick cayó al suelo inconsciente. Sin embargo, no había sido yo quién había cogido la piedra. Luke me miraba con una expresión de horror en su rostro. Los cabellos negros se adherían a su nuca debido a las perlas de sudor que decoraban su cuello y sus ojos azules como el hielo miraban fríamente en mi dirección.

 

—¿Estás bien?— Preguntó dándome la mano y ayudándome a levantarme.

 

Perdí fuerza y volví a caer al suelo. Ahora era a Luke a quién tenía encima mirándome con los ojos expectantes. Notaba su aliento en mi cara. Olía a menta, hierro y sudor. De pie enfrente de nosotros, dos figuras borrosas se acercaban a toda velocidad.

 

—¿Qué ha ocurrido aquí?— Preguntó Spencer agachándose de cuclillas junto al cuerpo del anciano.

 

Jace nos miró con una mirada fría que no sabía exactamente si era de enfado, sorpresa, rabia u odio. Quizás era un poco de todo. Nos levantamos con su ayuda y nos acercamos a Patrick con recelo. Por el rabillo del ojo vi a Luke preocupado, con la camiseta llena de sangre. Puede que me hubiera equivocado con él, no parecía ser mala persona. Spencer acunó el cuerpo que yacía en el asfalto con sus brazos.

 

—¿Se va a morir?— Pregunté, pensando en que si moría no soportaría otra muerte en mi conciencia.

 

—No.— Respondió Jace tajantemente.

 

—Está poseído.— Dije.— Una sombra sigue dentro de él.

 

Luke me miró asombrado con los ojos abiertos como platos.

 

¡Mierda! Me había olvidado de Luke. Él no debía saber nada de esto. De pronto, el cuerpo de Patrick comenzó a convulsionarse y sus párpados se abrieron al cielo nocturno. Spencer le sujetaba la cabeza y Jace los pies, mientras intentaban retenerlo, coloqué la palma de mi mano sobre su pecho. El cuerpo dio una sacudida más fuerte que la anterior. Apartado de nosotros, Luke no dejaba de observarnos atónito apoyado en la pared de ladrillos. Patrick abrió la boca varias veces con la intención de hablar. Dio otra sacudida de forma salvaje pegándole una patada a Jace en el estómago, haciendo que éste lo soltara. Sus ojos se tornaron rojos e iba a saltar hacía delante cuando Jace le devolvió el golpe, tumbándolo de nuevo debido al puñetazo.

 

—¡Jace!— Grité reprochándoselo.

 

Él me miró a través de la oscuridad, podía notar su mirada fija en mí, y escucharlo resoplar por encima del zumbido de los coches. Patrick continuaba en su lucha por liberarse y tuve que sujetarle los brazos. Él volteó su cuello hasta que su cara casi pudiera rozar la mía.

 

—Esto no os servirá de nada…

 

Todos nos quedamos petrificados al escuchar el sonido de su voz. Era una mezcla entre un lamento y un murmullo, parecía provenir de las mismas entrañas de su vientre.

 

—Estáis todos muertos… el amo os encontrará y ella volverá a la vida.

 

—¿De qué estás hablando?— Preguntó Spencer zarandeándolo.

 

-La prometida del Señor Oscuro, la reina de las sombras…Sherilyn Bane. Juntos, ni el mismísimo cielo se atrevería a enfrentarse a ellos.

 

El ambiente se congeló al pronunciar ese nombre, Sherilyn Bane… como si el tiempo se hubiese detenido y hubiésemos quedado atrapados en su red. Una cólera palpable se apoderó de mi cuerpo. Quería devolver a aquel ser que poseía a Patrick al mismo abismo de destrucción, donde no pudiera regresar jamás. Le agarré de las muñecas lo más fuerte posible y deseé con toda mi alma destruirlo. La sombra chilló desgarradoramente a la vez que salía expulsada del anciano y se fragmentaba dejando cenizas negras como el alquitrán que formaron una mancha oscura y pegajosa en el suelo.

 

Pero eso no fue todo.

 

Al igual que había pasado con la visión de Mia, me encontraba, sin previo aviso, de pie en un saloncito pequeño. Las paredes eran frías y blancas con grandes manchas de humedad. En el centro había una mesa redonda de madera con un mantel verde lima horroroso donde se encontraba un jarrón blanco con unas hortensias pochas. Se escucharon ruidos en el pasillo y por la puerta entró Patrick en bata, sin percatarse de mí, y como si fuera un fantasma me atravesó. Fue una sensación de lo más peculiar, me sentía entera, viva y aún así era como si no estuviera ahí, mi cuerpo seguiría en el callejón arrodillada junto a él. De golpe la escena cambió, estaba en la librería y el señor Clayton vestía el luto. Miré por el escaparate, comenzaba a anochecer. Me encontraba en el momento anterior de mi entrada en el establecimiento. Las luces dejaron de funcionar y una sombra salió de la estantería hasta abalanzarse sobre Patrick e introducirse en su cuerpo por las cuencas de los ojos. Primero éstos se volvieron negros y poco a poco adquirieron el color de la sangre. Alcé ambas manos irradiando una débil luz azulada debido a los símbolos de mi piel que ardían como el fuego. Como si le hubiera dado a un botón de alguna película, la escena dio marcha atrás a cámara lenta destruyendo a la sombra de su memoria. Estaba dentro de sus recuerdos y los había manipulado. Un potente silbido pareció cortar la imagen, el zumbido de los coches me devolvió a la realidad.

 

—Patrick, ¿estás bien?— Pregunté.

 

—Me duele… la cabeza…— Musitó sin apenas abrir los ojos.

 

—Llamaremos a una ambulancia— Contesté sacando mi móvil del bolsillo.

 

—¿Cómo piensas explicarlo?—Preguntó Spencer.

 

—No recuerda absolutamente nada.— Respondí alzando la cabeza para mirarle.— Podemos decir que fue un atraco.

 

—Llama entonces.— Dijo Jace levantándose del suelo y mirando a ambos lados del callejón, asegurándose de que nadie nos hubiera visto.

 

Marqué los números lo más rápido posible, mis dedos parecían danzar sobre las teclas. Al cabo de unos segundos, una voz femenina me atendió y le relaté brevemente lo que había sucedido. Pronto llegaría la ayuda.

 

—Estás cubierto de sangre.— Señaló Jace a Luke. Éste se miró la camiseta como si la viera por primera vez.— Será mejor que no te vean así o comenzarán a hacer preguntas incómodas.

 

Luke intercambió un par de miradas nerviosas con él hasta que por fin, abatido, comenzó a retorcerse un mechón de cabello. Soltó un suspiro de resignación y se giró hacia la puerta de hierro de la trastienda. Antes de que abriera la puerta, se me ocurrió una idea.

 

—¡Ey Luke! ¡Espera!— Exclamé mientras me bajaba la cremallera de la chaqueta deportiva.

 

Luke la cogió con cuidado y se cubrió con ella. Le estaba un poco ajustada pero sonrió agradecido.

 

—¿Ves? No soy un tipo tan malo.— Dijo a la vez que ocultaba su rostro con la capucha.

 

Ahora era yo la que sonreía.

 

 

 

 

 

Estuvimos esperando junto a Patrick por un largo tiempo mientras realizábamos nuestras propias conjeturas acerca de lo que había dicho la Sombra. Sherilyn Bane era la prometida del señor Oscuro, aquél que desafió al ángel Udriel en el cielo y quién pretendía capturar a todas la personas con “habilidades” mediante sus esbirros, las Sombras. “Ella volverá a la vida” ¿Acaso el rey de las sombras intentaba traerla de vuelta? Pero, ¿cómo? Y lo más importante, ¿en qué nos afectaba eso a nosotros? La Sombra había dicho que “ni el mismísimo cielo se atrevería a enfrentarse a ellos”.

 

Las luces rojas de la ambulancia nos sacaron de nuestra acalorada conversación. Les dejamos espacio a los enfermeros y vimos como subían al anciano con cuidado a una camilla. Lo cubrieron de mantas y le pusieron una mascarilla de oxigeno, acto seguido, lo trasladaron a la parte de atrás del vehículo y cerraron las puertas, poniéndose en marcha rumbo al hospital. En el tiempo en que esto sucedía, llegaron las luces intermitentes, azules y rojas, de la policía. Venían esperando arrestar al atracador. Un delincuente, que por supuesto, no existía. Conforme se iba acercando el policía, temía que fuera el mismo que el del caso de mi madre. Efectivamente, mis temores se hicieron realidad.

 

—¿Por qué será que cada vez que hay un cuerpo en un callejón te encuentro a ti?— Preguntó, llevándose una mano a la pistola que descansaba en el cinto.

 

Si pretendía intimidarme, no lo iba a permitir.

 

—¿No le parece el sitio idóneo para dar un paseo? Nunca sabes lo que te vas a encontrar, es como una caja sorpresa— Contesté irónica.— Además me encanta ayudar a los demás.

 

—Quizás debería darte mi placa y dejar que atraparás tu misma al atracador.— Contestó él acercándose sin quitar la mano de la pistola.

 

—Quizás.— Respondí sosteniéndole la mirada.

 

—Por suerte, ya lo hemos atrapado intentando huir.— Contestó.

 

—¡¿Qué?!-Exclamamos al unísono los tres.

 

—Parecéis sorprendidos.— Dijo el agente mientras hacía una seña al coche patrulla.

 

La puerta del vehículo se abrió y vimos como salía Luke del coche. Llevaba la cara al descubierto dónde se podía ver como un verdugón morado comenzaba a extenderse por su mejilla y tenía las manos esposadas. 

 

Esa misma escena me recordó a algo, se estaba disipando en mi mente, diluyéndose como la mantequilla derretida, para dar paso a nuevos recuerdos.

 

—¡NO!—Grite y caí de bruces contra el suelo, derrotada. Alguien intentó sujetarme del brazo.— NO TE PUEDEN ENCERRAR, NO ME DEJES. NO ME DEJES…

 

—¿Annabelle?— Jace se agachó hasta ponerse a la altura de mis ojos y fue a agárrame de la mano.— ¿Qué estás diciendo?

 

Pero yo ya no me encontraba junto a él. Era la Edad Media, había estado en la corte del rey Tudor cuando conocí a Lady Bane. Ella, tan distinta a las demás…ahora estaba en el bosque a media noche, intentando correr detrás del carruaje con barrotes que se llevaba a la joven.

 

—¡NO!— Grite y caí de bruces contra el suelo.— NO TE PUEDEN ENCERRAR, NO ME DEJES. NO ME DEJES…. ¡SHERILYN!

 

Lo único que Jace pudo distinguir durante ese momento, fue una lágrima cayendo de mis ojos. Unos ojos que se habían tornado del color de los rubíes, el rojo de los poseídos, antes de que volviera a la normalidad. Y mis ojos verdes, brillaran de nuevo, como el jade.

 

 

 

 

 
  1. cuentos de fantasmas
     

 

 

 

 

 

 

 

 

La noche  había sido un desastre, todo lo sucedido con Patrick me había agotado física y mentalmente. Jace me relató la escenita que había montado cuando se llevaron a Luke con la policía. No recordaba nada de eso. Spencer pensó que quizás, la energía demoníaca seguía en el ambiente cuando la Sombra quedó destruida, y me afectó de algún modo. De lo que podía estar segura mirándome al espejo, es que estaba como siempre. Mis pupilas seguían normales y nada llamaba excesivamente la atención, salvo las grandes ojeras oscuras de las que no me había percatado. Entre el funeral y lo sucedido en la librería, llevaba días sin dormir y cuando lo conseguía, me asaltaban las pesadillas. Era la primera noche que pasaba en la Mansión Hartford y estaba con los nervios a flor de piel. Cuando no pensaba en las hermanas que habían vívido aquí antes, me veía envuelta en sueños confusos. En ellos no dejaba de ver el bosque, los barrotes, una joven y la luna…sobre todo la luna llena, resplandeciente sobre el océano oscuro del cielo plagado de estrellas.

 

Miré el reloj de reojo, las tres de la mañana y estaba totalmente despierta. Me enrollé con la bata de algodón que tenía apoyada en la silla y abrí con cuidado la puerta de la habitación. El pasillo estaba completamente a oscuras. Busqué el interruptor con las manos hasta que di con un relieve que sobresalía de la pared empapelada. Accioné el botón y las lámparas de estaño se encendieron con una débil luz, como si todavía ellas estuvieran adormiladas. Baje al salón principal con la mirada atenta a cualquier anomalía. No me inspiraba seguridad el hecho de que hace unas horas intentaran matarme. La habitación estaba sumida en la penumbra, pero no quería correr más las cortinas, si permanecían cerradas estaría a salvo. A salvo de mis temores, de las pesadillas y de las criaturas que moraba en la oscuridad de la noche.

 

Encendí la chimenea y el fuego dibujó preciosas siluetas en las paredes. Bailarinas que danzaban hechas de luz y trasmitían la tranquilidad que hace unas horas me había abandonado. Cogí un libro de la estantería que había visto antes y me había llamado la atención. A Patrick le hubiese encantado esta edición de “La tienda de antigüedades”, era un enamorado de Dickens. Al sentarme en el sillón acolchado, un papel arrugado se deslizó del interior de mi bolsillo. Era una fotografía de Taylor y yo, durante un fin de semana en el lago. A simple vista parecería romántico pero nos pasamos todo el fin de semana intentando librarnos de los mosquitos y las familias domingueras. Desde la noche antes del funeral no había podido hablar con él, había intentado llamarle, explicarle lo sucedido el día del funeral. Sin duda, ya lo sabría y no había sido por mí. Me sentía la persona más horrible del mundo. Mañana sin falta iría a verle, aunque él no quisiera. Teníamos que hablar, no podía acabar así. Abrí el libro con sumo cuidado y pasé las páginas hasta llegar a la parte por la que lo había dejado.

 

“El lugar que atravesaba con paso lento era uno de esos almacenes de objetos antiguos y curiosos que parecen cobijarse en los rincones más viejos de esta ciudad y, por recelo y desconfianza, ocultan sus rancios tesoros al ojo público. Por aquí y por allá había armaduras que parecían fantasmas acorazados, fantásticos grabados traídos de monasterios, armas oxidadas de varios tipos, figuras contorsionadas de porcelana, madera, hierro y marfil; en fin, tapices y muebles extraños que parecían concebidos en sueños.”

 

 

 

Me desperté sobresaltada, todavía con el libro sobre las rodillas. En algún punto de la lectura debí de quedarme dormida. Sin embargo, seguía siendo de noche y la chimenea se había apagado, quedando las brasas aún calientes. Afuera se escuchaba el viento haciendo que los ventanales vibraran. Iba a subirme a la habitación cuando escuche algo más. Era imposible, tenía que ser el viento y yo seguía medio dormida. “Sabes que siempre estoy aquí”. No lo había escuchado, no lo había escuchado, no lo había escuchado… “Soy real, mírame” Me di la vuelta despacio y allí estaba ella. Tal y como la había visto la primera vez. Amanda Hartford.

 

—¿De verdad eres real?— Pregunté temerosa de moverme.

 

“¿Crees en los fantasmas?”

 

La pregunta quedó suspendida en el aire, como si no hubiera sido formulada, como si no mereciera una respuesta. Amanda se giró elegantemente y salió de la estancia. La seguí e incluso antes de que me diera cuenta de ello, estaba ya fuera de la mansión, en el jardín de atrás. Por un instante temí haberla perdido o aún peor, temía habérmelo imaginado. Sin embargo, volvía a estar frente a ella. Ambas bajo las estrellas, protegidas por la maleza que llegaba hasta las rodillas.

 

—¿Qué es lo que quieres? ¿Porqué las visiones acerca de tu familia?

 

“Nuestra familia. Sólo quiero ayudarte. Enseñarte nuestra historia… que sepas al peligro que te expones”

 

—¿A qué peligro te refieres?

 

El viento arremetió con furia levantando un torbellino de hojas secas y los grillos eran los únicos que respondieron a mi pregunta. Amanda permaneció mirándome durante unos instantes antes de echar la vista al suelo. El viento había dejado al descubierto una argolla oxidada. Me agaché con cuidado y estiré fuertemente del aro de metal. El suelo pareció resquebrajarse bajo mis pies dejando al descubierto una escalera de piedra que llevaba al subsuelo, como una especie de cripta. Me giré una vez más antes de decidirme a bajar. Amanda había desaparecido.

 

Estaba sola, completamente sola.

 

Bajé apoyándome en las paredes de piedra que surgían a mi lado. Estaba oscuro, casi podía sentir la espesa negrura devorándome. La luz de luna se filtraba por la abertura mostrando así, la estancia. Junto a la entrada subterránea había una mesa cuadrada de madera oscura con viejas velas en ella. Saqué mi mechero del interior de la bata y encendí unas cuantas. La habitación volvió a despertar después de años de olvido. El polvo cubría todo como una segunda piel y las telarañas brillaban como hilos de plata a la luz de las velas. Una gran alfombra cubría la mayor parte del suelo lleno de arenisca y en las paredes de piedra, se veía todavía  resplandecientes dagas, cuchillos, ballestas y espadas.

 

—¿Pero qué demonios…

 

“Allí, bajo el estante. El libro te dirá todo lo que necesites saber.”

 

Di media vuelta. La habitación estaba vacía.

 

—¿Amanda?

 

Se oyó un golpe seco y corrí hacia la entrada. La trampilla se había cerrado. La golpeé con fuerza, pero nada. Estaba atascada.

 

—¡¿Amanda?!—Grité.— ¡Amanda!

 

Detrás de mí algo se había caído, me giré lentamente colocándome un mechón detrás de la oreja. En el suelo descansaba un libro abierto. Me acerqué más a él. ¿Era eso lo que Amanda quería? ¿Qué lo leyera? Lo cogí, con mucho cuidado de no perder la pagina por la que se había abierto. Se trataba de un diario.

 

 

 

31 de Octubre de 1864.

 

Esta noche es el gran baile de nuestra familia. Al fin nos van a presentar en sociedad. Estoy deseando ponerme mi vestido nuevo e impresionar a Miles Evans, he estado enamorada de él desde que nos conocimos. Sin embargo, no puedo dejar de estar aterrada. No acostumbro a espiar detrás de las puertas, pero antes, en el despacho de mi padre…

 

Se podían oír los gritos en el pasillo. Estaban discutiendo acaloradamente. “Aléjate de mis hijas Sherylin, sé lo que eres.” Después vinieron los golpes y entreabrí un poco la puerta. Sherylin estaba en el suelo, rodeada de su propia sangre. “No te librarás de mí tan fácilmente Edward. Tú y tu familia estaréis malditos para siempre. La luna marcará vuestros destinos y regresaré en las personas que más amáis.” “Cállate, bruja.” Fui incapaz de mirar pero arrastré la puerta hacia dentro esperando que eso distrajera a mi padre. Estaba encolerizado y me echó de allí de malas maneras. Sherylin ya estaba muerta. Como no sabía qué hacer, acudí a su prometido, Luke. Lo que no podía ni imaginar era el error que estaba cometiendo.

 

Lo encontré en el jardín y le conté lo que había visto. Cuál fue mi desagradable sorpresa, al ver a Luke, convertido en un ser aterrador arrancando con sus garras la garganta de mi padre. No puedo dejar de temblar ante su amenaza, “Sigue con el baile y no le cuentes nada a tu hermana si no quieres acabar como tu querido padre.” Acto seguido, se marchó paseando tranquilamente con su traje cubierto de sangre. Ese fue el momento en el que me di cuenta de su verdadera naturaleza. Él encarnaba el mal. Había descubierto una cosa horrible sobre Luke, tenía que advertirle a Emily. Esta noche.”

 

 

 

Busqué en el resto del diario cualquier indicio de que no hablábamos del mismo Luke, que era una casualidad. En cambio, los ojos azules del joven que iba tras el collar de luna, en las visiones que había tenido del baile… No podía ser él.

 

Guardé el libro bajo el brazo y fui hacia la entrada. Estaba abierta. Ya había amanecido y salí corriendo, sin importar que fuera en bata. El tiempo apremiaba, si Luke era quién parecía ser… Tenía que llegar a comisaría lo antes posible. Si él no había pasado la noche en la celda significaría que no es quién dice ser y si seguía allí… seguiría siendo el chico del HappyBurguer.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
  1. el fantasma de la ópera
     

 

 

 

 

 

 

Corría con el corazón a punto de salírseme del pecho, las calles parecían extenderse a mí alrededor como un laberinto de hormigón. Tenía que llegar a comisaria antes de que fuera demasiado tarde. Pero ¿Demasiado tarde para qué? Ni si quiera lo sabía. El departamento de policía se encontraba en la zona norte de la ciudad, cerca del barrio bohemio. Tardaría alrededor de media hora en llegar. Al final de la calle, enganchada a una farola descansaba una bicicleta azul eléctrica. Lo sentía por el niño que se quedaría sin bici, pero esto era urgente. Forcé las cadenas que se soltaron con facilidad y pedaleé lo más deprisa posible calle abajo. Mientras mi cabello danzaba debido a la velocidad y al empuje del viento, pensaba en lo complicado que podía llegar a ser todo. ¿Realmente podíamos llegar a conocer a alguien? O ¿sólo conseguiríamos ver la superficie de un iceberg?

 

Uno, dos, tres, cuatro… uno, dos, tres, cuatro… mi respiración era rítmica. Como si contara un compás una vez, y otra, y otra vez más por calles desiertas, donde el amanecer no había tocado los edificios y todo adquiría un tono sombrío.

 

Conforme me acercaba podía ver como el cartel de la comisaría se hacía más y más grande hasta que tropecé con las escaleras de la entrada. Nada más ver la puerta supe que todo iba mal.

 

Dejé la bici tirada en medio del estropicio. Miles de cristales rotos cubrían las escaleras como una gran alfombra de diamantes, eso sí, afilados. La puerta antes de cristal, estaba hecha añicos, dejando ver el interior del hall revuelto. Entré con cuidado a través del cristal roto, aún así no pude evitar el corte en el brazo. Pronto surgió en la manga de mi bata una oscura mancha escarlata. Me la quité y separé un trozo de tela para envolverme el corte. Sólo pude estremecerme, lo que no sabía es si era de frío o de miedo.

 

La barra de recepción estaba volcada, las fotografías que colgaban de las paredes estaban rajadas y además de los cristales, se habían unido al suelo millones de papeles, panfletos, multas y todo tipo de documentación. Aquello era un desastre. Apreté más contra mi pecho el diario de Amanda y con la mano libre saqué mi móvil del bolsillo del pantalón. La voz del contestador saltó inmediatamente. “Hola soy Jace, ahora mismo estoy ocupado y…” El mensaje se interrumpió, parece que había cogido el teléfono porque al otro lado se escuchaba una respiración.

 

—¿Jace? ¿Me escuchas? Tienes que venir a la comisaría ahora mismo…

 

—¿Otra vez? ¿enserio? Acabo de salir por la puerta y estaba de lo más normal.— Contestó una voz familiar pero no era él, no era Jace.

 

Era Luke. Con el móvil de Jace.

 

—¡¿Qué has hecho con Jace?! ¡Dime donde está!— Exigí saber. Aquel monstruo lo tenía.

 

Una risa estridente se alzó a través del zumbido del teléfono.

 

—Veo que todavía no has visto mi regalo.— Y colgó.

 

Llamé otra vez. El móvil estaba desconectado.

 

¡Maldición! ¿Qué había querido decir con eso? Me giré en redondo. Toda la estancia era un completo desorden. Entonces me pareció verlo. Todavía estaba oscuro. Todas las bombillas habían sido reventadas. Me agaché y busqué algo con lo que poder iluminarme. Buscaba cerillas, lo que fuera. Encontré una linterna y alumbré a la puerta del pasillo donde me había parecido ver una marca. Media luna de sangre. Abrí la puerta que chirrió como si se tratase de un grito agudo.

 

El pasillo estaba cubierto de sangre, marcas de manos ensangrentadas corriendo por las paredes amarillentas. Caminé despacio, con cautela. ¿De quién demonios era toda esa sangre? Llegué a las celdas, donde vagabundos, vándalos y borrachos pasaban las noches. Enseguida me recordó a la zona del zoo donde tienen a los leones. Los barrotes de hierro refulgían con el brillo rojo de la sangre. Los cuerpos mutilados se amontonaban en una montaña de extremidades. Manos, piernas, cabezas, vísceras y carne humana. El león se había dado un buen festín. Alumbré la celda contigua. En comparación con el grotesco espectáculo que había a su alrededor, ésta estaba pulcramente limpia. Los barrotes parecían nuevos sin un mísero arañazo. El camastro estaba hecho, con las sábanas blancas impolutas y una manta doblada encima. Todo parecería normal, si no hubiera sido por el suelo. En él descansaba un paquete envuelto en cintas doradas. Lo abrí con sumo cuidado. Quite la tapa con las manos temblorosas. En el interior de la caja había un vestido perfectamente colocado. Lo cogí desplegándolo. Al principio pensé que se trataba de un vestido de novia, era como esos trajes que parecen sacados de una obra de Shakespeare. El corpiño estaba decorado de perlas y diamantes, la falda estaba hecha de capas y capas de tela, de seda y de tul. Las mangas eran recatadas y parecían ser ajustadas, como una segunda piel que irradiaba esplendor. Pero eso no era todo. Debajo del vestido había encontrado un joyero con una rosa tallada. Lo abrí. Había un collar que dejaba sin aliento. Era un gran rubí rojo que perfectamente podría ser del tamaño de un puño. Y una nota.

 

 

 

“Mi ángel, te espero en el baile. He guardado este vestido de novia desde hace siglos para una ocasión especial. Por si no decides aparecer he creado un pequeño incentivo. Tengo a Spencer Cross.

 

Firmado, El Fantasma.”

 

 

 

Unido a la nota había un panfleto de la Universidad anunciando el baile de Halloween. Calculé mentalmente en que día me encontraba. ¡Maldición! La fiesta de Halloween era dentro de dos días. Al menos Luke me había descubierto de qué iba a ir disfrazado en la nota. El Fantasma de la Ópera y yo era su ángel, Christine Daae.

 

Escuché un ruido, como si algo se hubiera caído. Quizás era la policía, no tardarían en llegar y no era conveniente que me vieran allí. ¿Qué iba a explicarles?

 

—Annabelle…

 

El susurro ahogado de mi nombre hizo que me estremeciera. Había alguien más ahí y estaba vivo. Enfoqué con la linterna a  todas las partes donde me había parecido oír el sonido. Detrás de la mesa sobresalía una mano ensangrentada. Me acerqué corriendo y la linterna se me resbaló de las manos cuando vi de quién se trataba.

 

Era Taylor.

 

 

 

*             *         *

 

 

 

La sala de urgencias estaba extrañamente brillante. Las luces me dañaban los ojos y el olor a antiséptico me mareaba. Taylor estaba en observaciones, alguien había intentado rajarle la garganta. Luke.

 

Los padres de Taylor no habían llegado todavía, al parecer estaban demasiado ocupados para preocuparse por su hijo. Nunca me habían caído bien Shara y Marcus. Shara era ama de casa, sin embargo tenía a la señora Montero para hacerle las tareas domésticas mientras ella se iba con sus amigas del club de costura. Y sólo había una palabra para definir a Marcus, amargado. Nunca le había gustado para su hijo, no aprobaba mis camisetas de grupos y mi defensa contra los animales, me veía como una delincuente en potencia y él se dedicaba a atraparlos. Marcus era policía, por eso Taylor estaba en comisaría cuando Luke escapó.

 

Suspiré, calentándome las manos con el vaso de plástico del café.

 

La espera me ponía irritante y nerviosa. Además de eso se sumaba el hecho de que Jace no contestaba a su teléfono y qué según la nota de Luke, Spencer había sido secuestrado. Nada más llamar a la ambulancia, había llamado a Eric para que se asegurara de que Jace estaba bien, y a Mia para que se pasará por casa de Spencer. Había que descartar la posibilidad de que Luke se estuviera echando un farol. No había tenido noticias de ninguno de los dos.

 

Las puertas de la habitación dónde tenían a Taylor se abrieron. De ellas salió una enfermera de pelo castaño. La reconocí enseguida. Era Leslie, la enfermera que me atendió cuando tuve el accidente de moto. Parecía que había pasado una eternidad desde aquel día. El día en que marcas extrañas aparecieron sobre mi piel. Un día donde mi madre todavía estaba a mi lado, igual que Taylor.

 

—Annabelle, pasa.— Dijo Leslie con su voz dulce.— Taylor está durmiendo.

 

—No sé si es buena idea.— Repliqué, bajando la mirada al suelo. Me sentía avergonzada.

 

—Ahora mismo necesita a alguien.— Contestó.— Acuérdate de cuando despertaste aquí, de lo confusa que estabas.

 

La miré, sorprendida de que se acordara de ese detalle. Leslie sonrió y se fue con sus tacones de vértigo sonando por todo el pasillo. Su figura no terminaba de cuadrar del todo con el lugar, parecía una modelo desfilando por la pasarela en vez de una enfermera yendo a recepción. Y dudaba mucho de que esos tacones estuvieran permitidos. Me quedé un instante así, en la puerta, pensando hasta que decidí entrar.

 

Taylor tenía la respiración tranquila y estaba tapado con las sábanas hasta el pecho. Se podía ver las vendas que rodeaban su cuello aún estando protegido con un collarín. Tenía un par de hematomas en los brazos y un corte muy feo en la ceja, pero dormía cómo un bebé. Como si el dolor no fuera lo suficientemente grave para mantenerlo despierto. Me senté a su lado y le cogí de la mano. Nunca había querido hacerle daño, nunca.

 

—Taylor…— Balbuceé, sabía que no podía oírme.— No sé por dónde empezar. Tengo tantas cosas de las que disculparme… no quería que acabáramos así. Hemos estado juntos tres años y no me arrepiento de nada. Lo que sentíamos era real. Cada beso, cada palabra, cada momento… eras una persona muy importante en mi vida y lo sigues siendo. Debí hablar contigo antes. Cuando te marchaste de mi casa la noche antes del funeral, debí haber ido tras de ti para disculparme. No lo hice y todo esto es por mi culpa. Ni siquiera llegamos a hablar de nuestros sentimientos. Cuando Jace volvió… no sé cómo explicarlo… lo que sentí… Taylor te quiero, pero nosotros… ya no… no había… discutíamos por todo. No te gustaban mis amigos, no te gustaban todas las partes de mi personalidad… Jace no era nuestro único problema. Yo ya no era la chica de la que te enamoraste. Ahora sólo me recordarás por ser el monstruo que te ha roto el corazón.

 

Suspiré otra vez.

 

Estaba temblando y mi boca sabía a sal. Lloraba. Con cada palabra que le había dicho, notaba como había ido rompiéndome por dentro. Me dolía. Me dolía todo esto. Noté como su mano apretaba la mía y le miré. Estaba despierto.

 

—Sigues siendo la chica de la que me enamoré. Estás aquí, ahora, conmigo, cuando nadie más lo está.

 

—Taylor, no…

 

—No Annabelle, déjame seguir.— Contestó con una mirada dura.— Tú no tienes la culpa de nada. He sido duro contigo, tienes razón. He tratado de cambiarte muchas veces y debería haberte conocido lo suficiente como para saber que esto no podría salir bien, pero te quiero.

 

—Y yo.— Susurré.

 

—Siempre nos quedará París.— Dijo con profunda voz de barítono.

 

Sonreí.

 

—Eres increíble. Te mereces a alguien mejor que yo.— Dije sonriendo y con los ojos llorosos.— ¿Sabes? He oído que a Hanna Mills le gustas.

 

Taylor me devolvió la mirada con los ojos brillantes.

 

—Entonces… ¿amigos?— Preguntó.

 

—No necesitabas preguntar eso.— Contesté mientras le abrazaba.

 

Permanecimos abrazados en completo silencio. Sentía cómo si una parte de mí me hubiera sido devuelta después de que me la hubiesen arrancado de forma violenta. Podía notar como los músculos de mi cuerpo se relajaban en un abrazo cargado de recuerdos.

 

— Cuidado con el cuello, vas a hacerle daño.

 

Jace.

 

Me deshice del abrazo y me giré hacia la puerta. Jace estaba apoyado en el marco con los brazos cruzados. Mi corazón se detuvo al verle.

 

—Contrario a lo que todo el mundo piensa, no disfruto viéndote así Taylor.— Añadió.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
  1. la historia de la bruja
     

 

 

 

 

Me apresuré a abrazar a Jace mientras éste me rodeaba la cintura con sus brazos y suavemente me pasaba su mano por el cabello colocándomelo detrás de mi oreja. Mientras permanecíamos abrazados, dos personas más entraron a la habitación, Mia y Eric. Ambos tenían la mirada triste y andaban cabizbajos. Jace se separó de mí al instante sin llegar a soltarme. Podía notar como sus manos presionaban las mías, como cada músculo de sus brazos se tensaban, siempre en estado de alerta. Esperando cualquier oportunidad para abalanzarse contra el peligro. Nuestras miradas se cruzaron, como tantas otras veces, y el frío que inundaba sus pupilas me dejó completamente paralizada.

 

—¿Y tú móvil?— Susurré bajando la mirada, aún sabiendo la respuesta.

 

—Luke.— Contestó Jace.— Ha sido él desde el principio.

 

—Fue él quien planeó el ataque en el callejón, quien mandó poseer a ese pobre hombre en el hospital y al señor Clayton.— Continuó Mia.—Fue él quien…

 

—Quien mató a mi madre porque quería protegerme.— Interrumpí.

 

El silencio se adueño de la estancia como un depredador se adueñaría de su presa. Un carraspeo deshizo el hechizo que nos mantenía atrapados, convertidos en estatuas. Nos giramos todos hacia la cama, donde Tay intentaba incorporarse.

 

—¿Qué es todo eso de Luke?— Preguntó.

 

—Es un poco largo de contar.— Comencé a decir.—Sabes lo que somos, así que no tengo que empezar por el principio…

 

—La cuestión es esta.— Dijo Eric.— Luke nos ha mentido a todos, no es quien dice ser.

 

—¿Y sabéis quién es?— Contestó Tay expectante.

 

—No exactamente pero tenemos nuestras sospechas.— Respondió Mia.

 

—Yo sé quién es y que quiere, Luke es el ángel caído a quien derrotó el ángel Udriel.— Dije en voz alta, mientras sacaba el diario de Amanda que había escondido debajo de la camiseta.

 

Mientras bajábamos el tono de voz y nos sentábamos alrededor de la cama, comencé a relatarles todo lo que había estado leyendo del diario de Amanda durante la espera, en la sala del hospital. Amanda, Emily Hartford y Sherilyn Bane eran las mejores amigas que se podían tener. Sólo la sangre unía a Emily y Amanda, pero las tres eran como hermanas. Amanda sabía que Sherilyn ocultaba un secreto y una noche la siguió hasta el jardín donde Emily la esperaba…

 

“Ambas estaban hablando acaloradamente y entre su conversación pude distinguir las palabras “bruja” y “luna”. Vi como Sherilyn le regalaba a Emily un collar dorado, un camafeo con una media luna en una de las caras. Desde la oscuridad surgió otra persona, un caballero alto, de cabello negro y ojos azules como el hielo. Besó a Sherilyn de la misma forma en que deseaba que algún dia Miles me besara a mí. Intenté acercarme más y me escondí detrás de la estatua de Diana…”

 

Seguí leyendo palabra por palabra, como Amanda abría su corazón y su sangre de tinta corría por el papel como un pétalo de flor movido por la brisa. Sherilyn era una bruja con cientos de años y desde aquella noche, Emily había sucumbido a las tinieblas, interesándose por las artes diabólicas que empañaban su juicio y nublaban sus sentidos.

 

Todos aguantamos la respiración conforme relataba el pasaje que había leído anteriormente en el sótano del jardín. Edward Hartford se había enterado por la sirvienta, de las prácticas que hacían Sherilyn y su hija Emily, prácticas entre las que se encontraban rituales con cuchillos, cuervos mutilados y oraciones paganas en honor a la Luna de Sangre, la Diosa de las brujas. El señor de la casa había mandado llamar a esta influencia maligna que asolaba su mansión. En un arrebato de furia, Edward Hartford había asesinado a Sherilyn en su despacho a ojos de Amanda que observaba por la mirilla de la puerta. Ese fue el mayor error que podía haber cometido, pues la bruja maldijo la línea de sangre de la familia Hartford, anunciando que algún día volvería en las personas que había intentado proteger. Poseería sus cuerpos al igual que una sombra atraviesa el alma humana. Asustada, Amanda había avisado a Luke del terrible accidente. Éste se volvió feroz, sus ojos se tornaron sangre y dejó ver su verdadera naturaleza, él era el demonio.

 

—¿Qué pasó después?— Interrumpió Tay con voz temblorosa.

 

—Después hubo una fiesta de máscaras, en la que el prometido de la señorita Bane irrumpió tratando de robar el collar de luna que Sherilyn antes había regalado a Emily.— Dije.— Asesinó a cada uno de los presentes, excepto a los que pudieron escapar.

 

—Déjame adivinar.— Dijo Jace pasándose la mano por su melena.— Una de esas personas que lograron escapar era Amanda Hartford.

 

—Amanda Evans.— Corregí, fulminando a Jace con la mirada.—Después de aquello, Amanda se fugó con Miles y no quiso saber nada de aquel asunto nunca más. Ambos se casaron y ella cambió su apellido por el de Evans.

 

—Como el tuyo.— Dijo Tay, con una clara expresión de entendimiento.

 

—Como el mío.

 

Sonreí con suficiencia.

 

—Todo encaja.— Susurró Mia.— Por eso tu madre te dejó la Mansión Hartford. Es tuya por derecho.

 

—Por eso he estado soñando con las hermanas Hartford.— Dije.— Por eso mi tía estaba tan alterada al saber que mi madre poseía la mansión. Es un secreto de familia. ¿Quién más creería las historias de brujas? Por eso… por eso apareció la marca de la luna… Sherilyn necesita un cuerpo para volver a la vida y está tratando de poseerme.

 

—Y creo saber porqué no lo ha conseguido aún.— Dijo Jace levantándose de la camilla y cogiendo mi brazo para mostrar el beso de Udriel.—Por esto.

 

Los rayos de un luminoso sol se entrelazaban en mi muñeca al igual que en la suya. Ambas familias, Evans y Chambers, habían sido bendecidas por el ángel Udriel junto con otras tres, tal y como constaban en los pergaminos de Dante que Jace había recogido en su larga ausencia. Y eso había ocurrido mucho antes de que Edward Hartford se hubiese interpuesto en el camino de Sherilyn Bane.

 

—Pero, ¿Qué fue de Emily?—Preguntó Mia intrigada.— ¿murió?

 

—¡Hijo mío!

 

La mayoría dimos un respingo y casi me caigo de la cama del susto. Los padres de Taylor habían aparecido en el momento menos oportuno. Shara corrió a abrazar a su hijo, mientras Marcus permanecía en el umbral de la puerta con cara de pocos amigos.

 

—Mamá tranquila, estoy bien, si no llega a ser por Annabelle…

 

Después de escuchar mi nombre pareció darse cuenta de mi presencia, dedicándome una de las miradas con más desprecio que me habían dirigido nunca. Claro… Taylor era su niñito, y yo era la especie de víbora que se había comido su corazón.

 

—¿No crees que le has hecho ya suficientemente daño?— Preguntó con voz afectada.

 

—¿Perdone?— Pregunté desprevenida ante tal muestra de desagrado.

 

—¡Qué descarada!— Exclamó indignada.— Presentarse así para ver sufrir a mi niño. Tendría que haberme fiado de mi instinto la primera vez que te vi poner las zarpas en mi hijo. Sólo eres una chica del montón que busca aprovecharse de él.

 

—Y usted es sólo una arpía amargada que cuando su querido hijo la necesita no sabe estar a su lado.— Contestó Jace antes de que pudiera decir palabra.— Tiene suerte de haber tenido a Annabelle en su vida.

 

Tras decir esto me miró, con sus profundos ojos negros centrados en mis labios. Podía notar cómo me desmoronaba al suelo como si estuviera hecha de chocolate derretido.

 

—Así que eres el hippie por el cual ha dejado a mi hijo.— Siguió dicendo Shara.—Melena desordenada, ojos fieros como los de un animal y actitud de príncipe. No me extrañaría que fueras uno de los vándalos que suele encarcelar mi marido.

 

—¡Shara!— La voz potente de Marcus resonó en toda la estancia.— Deja en paz a los chicos, ambos sabemos que tú eras de las que suspiraban por chicos como él.

 

Shara abrió la boca para protestar, pero Taylor la interrumpió.

 

—Nos vemos pronto.— Dijo Tay dirigiéndose a nosotros.— Gracias por la visita.

 

Nos fuimos tranquilamente de la habitación, no sin antes despedir a Shara con el mismo desprecio con el que me había recibido. Una vez en el pasillo, nos miramos unos a otros. Había otro tema con el que teníamos que lidiar… y urgente. La vida de Spencer dependía de ello.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
  1. a la luz de las velas
     

 

 

 

 

 

 

 

 

El salón de baile rebullía de vida y ajetreo. La chimenea estaba encendida y el fuego crepitaba con un suave sonido, únicamente amortiguado por el zumbido del acero cortando el aire. Tenía la frente impregnada de sudor y los brazos en tensión mientras Jace me daba órdenes de cómo colocar correctamente la muñeca para conseguir de la espada la fuerza precisa para hacer daño a un hombre. A mi espalda, Mia y Eric habían montado su propio rincón improvisado. Me habían asaltado la cocina en busca de tarros, botellas y mi hornillo portátil. Quien los viera en estos momentos pensaría que estaban haciendo algún proyecto de laboratorio o algo tremendamente ilegal. Sonreí para mis adentros. Jace me hizo un corte en la camiseta dejando a la vista la piel del hombro desnuda.

 

—¿Puedes concentrarte por un segundo?

 

—¡Estoy concentrada!— Repliqué.

 

—Ya lo veo…— Dijo Jace alzando una ceja en claro gesto irónico.

 

Suspiré abatida.

 

Dejé el arma en el suelo y me fui hasta el jardín en busca de otra solución. Después de horas y horas de entrenamiento no era capaz de manejarlo decentemente. La espada no era lo mío. Pensaba que sería una guerrera nata, una especie de Buffy Cazavampiros, ahora que mis poderes habían despertado. Me dirigí a la trampilla que daba a la cripta escondida donde había encontrado el diario de mí antepasada, Amanda. Eric había conectado la luz eléctrica de la casa a la cripta. Encendí el interruptor y paseé la mirada por las numerosas armas de aspecto siniestro que colgaban de las paredes. Tenía que haber alguna que fuera para mí. Estaba claro que el entrenamiento no estaba funcionando como deseaba. Me asusté cuando escuché pasos que no eran los míos. Jace estaba detrás de mí, alto, imponente, con una mirada inquisitoria.

 

—No voy a conseguir ser tan buena como tú en dos días, ni en un millón de años.— Dije suspirando.— No quiero que le pase nada a Spencer por mi culpa.

 

—¿Tu culpa?

 

—Ya sabes… si meto la pata y consigo que me maten, no ayudaría a nadie.— Dije lentamente mientras divagaba, pensando en lo que sería de todos nosotros llegada la fiesta de Halloween.

 

Una idea fugaz se había encendido de pronto en mi cabeza, cómo las llamas que lamían la chimenea.

 

Si moría… si en algún momento la vida llegará a escapárseme… no quedaría nada. No habría cuerpo al que Sherilyn Bane pudiera poseer. ¿Cómo no lo había pensado antes? Se terminaría todo. La maldición de luna moriría conmigo.

 

—¿En qué piensas?— Preguntó Jace, devolviéndome a la realidad.—Te has quedado un rato callada.

 

Esquivé la mirada y me encontré admirando una ballesta negra y plata, de líneas finas y elegantes.

 

—¿Te gusta?— Susurró Jace a mi oído mientras me sujetaba la cintura con sus brazos.

 

Giré, topándome cara a cara con él. Con la vista, ahora, fijamente en sus labios.

 

—Me encanta.— Contesté, antes de que pudiera interrumpirme con un beso. Un beso por el que merecía la pena luchar.

 

 

 

Resulta que la ballesta se me daba bien, extremadamente bien. Jace estaba admirado y boquiabierto, mientras miraba como disparaba a diestro y siniestro a cualquier objeto en movimiento que me tiraran. Ahora, rodaban por el suelo, manzanas, pelotas de goma y varios libros que en algún instante de mi época de instituto, había deseado arrancarles las páginas igual que desplumaría a una gallina.

 

—¡Increíble!— Exclamó Eric.

 

Mia se apresuró a pegarle un codazo para que éste volviera al libro que sujetaba. A la búsqueda de algo que pudiera impedir los planes de Luke. Me costaba pensar en él cómo en el rey de las sombras, el ser inmortal que en realidad era, un ángel caído con sed de venganza. Sujetado entre las manos de Eric se hallaba el grimorio de la familia Linton, de su familia. Aquel libro había pertenecido a varias generaciones de brujos antes que él, al igual que ocurría con la familia Astor. Cada grimorio familiar era único. Mia sujetaba el suyo entre sus piernas y con la cabeza inclinada hacia el libro hizo una mueca de disgusto.

 

—No me puedo creer la barbaridad de rituales que ponen aquí.— Dijo cerrando el libro de golpe, lo que produjo que se levantara una fina capa de polvo.

 

—He encontrado algo más.— Dijo Eric, levantando la cabeza de las páginas.

 

—¿Qué?— Pregunté dejando la ballesta a un lado y acercándome a ellos.

 

Eric alzó el libro desgastado para que todos pudiéramos verlo. Las páginas amarillentas y frágiles revelaban una serie de dibujos que describían alguna especie de conjuro. Los grabados eran increíblemente detallistas, en medio de lo que parecía ser una estrella de cinco puntas había un hombre de pie, con las palmas de las manos abiertas y los brazos desnudos. En una de sus muñecas había un símbolo, el beso de Udriel.

 

Miré a Eric con cara de desconcierto.

 

—Las sombras son instrumentos del caos.— Comenzó a leer.— Del mismo modo que el Guardián, quien trasmite su conocimiento a los elegidos y el Brujo son instrumentos del Marcado que ha sido bendecido por el Beso del ángel. En la búsqueda de la armonía, éstos harán todo lo necesario para ayudar a los marcados en la lucha contra las sombras. Este ritual permite, mediante la ofrenda de sangre, una mayor protección y fuerza en todo aquello que se desee.

 

Todo se volvió oscuro, las luces se apagaron de repente como si le hubieran dado a un interruptor. Afuera no había tormenta que pudiera haber interferido en la electricidad. Un escalofrío se extendió por todo mi cuerpo, el ambiente se había tornado más gélido y en la chimenea sólo quedaban las brasas ardientes donde antes reinaban las llamas.

 

—Busquemos velas, vamos a necesitar un montón.— Dijo Mia mientras veía como el recorte de su silueta se levantaba del suelo.

 

—Debe de haber sido el generador.— Dijo la voz de Eric tan cerca de mí que me asusté por un segundo.— Iré a mirar.

 

—De acuerdo, nosotros vamos a buscar las velas.— Escuché contestar a Jace.— Mia tú quédate aquí e intenta volver a encender la chimenea.

 

—Yo voy arriba, me pareció ver velas en las habitaciones.— Dije.

 

—Vale, yo iré a las cocinas y la biblioteca.— Contestó Jace.— Espero que Eric no tarde mucho en arreglarlo.

 

Tras decir esto escuché como el eco de sus pasos se alejaba hasta que el silencio volvió al salón.

 

—Mia ¿sigues ahí?— Pregunté.

 

—Sí.— Contestó.— Estoy junto a la estantería, creo.

 

—No tardaré mucho.— Dije.

 

—Eso espero.— Contestó con la voz rota.

 

Creo que a alguien le daba miedo la oscuridad.

 

 

 

Subí con cuidado las escaleras para no caerme palpando con la mano las paredes. Una vez en el largo pasillo podía notar cada imperfección, cada hueco en la pared, cada grieta en el papel. Al final del corredor ondeaba una cortina blanca y casi trasparente. Debía de haberme dejado la ventana abierta. Giré el pomo de la habitación que había junto a la ventana. Esperaba que chirriara la puerta como en una película de terror, de esas que a Mia y a mí nos gustaba ver en el cine, pero ésta se abrió suavemente. Sin producir sonido alguno. Por los grandes ventanales entraba aún un poco de luz, permitiéndome ver las siluetas mejor definidas. Imaginaba que habría una cama pero en su lugar se hallaba un escritorio, y donde deberían de haber habido armarios y retratos, había unas librerías enormes. Cada vez que entraba en el despacho de Edward Hartford, la muerte de Sherilyn Bane aparecía ante mis ojos. Dirigí mi mirada al suelo esperando ver el charco de sangre manchándome las converse negras.

 

Sólo había oscuridad.

 

Palpé el escritorio hasta que encontré el borde de una caja de mimbre, dentro estaba llena de velas. La cogí con los dos brazos y me dirigí hacia el salón donde estaba Mia esperando. La chimenea volvía a estar encendida y vi que Mia estaba sentada delante de ella en el raído sofá. Dejé la caja junto a ella y me ayudó a colocarlas por todo la estancia. Había velas encima de la repisa de la chimenea, junto al sofá, en las estanterías y apiladas en el suelo sin ningún orden lógico. Lo único que aprecié es que había dejado vacío un círculo perfecto bastante grande como para que ocupara todo el lado derecho del amplio salón.

 

Un gritó rompió el silencio.

 

Mia y yo nos miramos petrificadas. ¿Habíamos escuchado bien?

 

Un estruendo como el de una explosión retumbó en todas las paredes junto con un alarido de dolor aún más espelúznate que el anterior. Cogí la ballesta rápidamente y ambas corrimos hacia el sótano de donde provenía todo aquel alboroto.

 

Tropezamos con algo y caí al suelo. El cuerpo de Eric estaba tirado igual que si fuera una marioneta rota. Frente a nosotros una sombra se alzaba más fiera que nunca. Ésta rezumaba un olor putrefacto, su torso se dibujaba como el de un esqueleto hecho de niebla negra, sus ojos rojos brillaban en la oscuridad. Estaba sujetando algo. Vi cómo la silueta de Jace intentaba en vano luchar por liberarse de las garras que le sujetaban del cuello. A mi lado Mia había comenzado a murmurar y la sombra soltó de golpe a Jace con un aullido gutural. Apunté con la ballesta y disparé. Mia me había dado la oportunidad perfecta. La flecha brilló en su trayectoria debido a sus puntas de plata y fue a clavársele en un ojo. Volví a disparar una segunda vez, ésta se clavó en el otro ojo. La criatura ciega chilló y se revolvió antes de desaparecer como el humo. No había rastros de ceniza, líquido espeso, ni olor a azufre. No habíamos acabado con ella pero al menos se había ido.

 

Jace se puso en pie tambaleante y nos ayudó a llevar a Eric por las escaleras, a pesar de las protestas de éste.

 

—¡Estoy bien!— Exclamó antes de desplomarse en el sofá del salón.

 

—¿Crees que es buena idea que uses tu magia ahora?— Preguntó Mia dulcemente.— Sabes que practicar la brujería nos debilita.

 

—Estoy bien…— Volvió a repetir con gesto de cansancio.

 

Mia le cogió de las manos, ambos cerraron los ojos y las velas de todo el salón se encendieron en el mismo instante. Acto seguido se levantaron y se dirigieron al círculo que habían dejado vacío. Comenzaron a dibujar un pentagrama dentro de un círculo de sal.

 

—Poneos en el centro.— Nos ordenó Eric.

 

Jace y yo nos cogimos de la mano y nos colocamos en el centro del pentagrama. Ambos nos miramos a los ojos, decididos.

 

— In umbra invocavérimus te mihi angelus tueri caelum et sidera omnia in circuito— Recitaron al unísono con las palmas extendidas.— Umbrae redigit in cineres, quas uentus pulvis et osculati sumus per Udriel, manere in luce mundi[2].

 

Las velas se apagaron de golpe y noté dolor en el dedo anular. Estaba sangrando. Jace maldijo por lo bajo. Alguno de los dos se acercó y recogió nuestra sangre en un frasquito. Creo que era Mia, aunque no estaba segura.

 

—¿Está hecho?— Pregunté.

 

—Está hecho.— Respondió Eric.— Ahora solo debemos impregnar las armas y las flechas con vuestra sangre. Con sólo rozar a las sombras morirán.

 

—Salvaremos a Spencer.— Afirmé decidida.

 

—Nada podrá detenernos.— Replicó Jace con una mirada fría mientras apretaba mi mano con fuerza.

 

Y con el conjuro, la luz eléctrica regresó.

 

 

 

 
  1. nuestra última noche
     

 

 

 

 

 

 

No dejaba de dar vueltas sobre el colchón, por mi cabeza desfilaban innumerables pensamientos de forma vertiginosa. Sentía que estaba perdiendo un tiempo muy valioso. Me escabullí de la cama dejando a un Jace tremendamente sexy en ella. Estaba durmiendo sin camiseta con su mano enredada en la sábana y el cabello revuelto. Le aparté delicadamente un mechón que caía por su frente y fui a coger mi cuaderno que estaba encima de la mesita. Me senté en el suelo apoyando mi espalda contra la pared con las piernas cruzadas y decidí escribir. Hacía tiempo que no abría mi cuaderno y mucho más desde la última vez que había escrito nada, pero necesitaba aclarar mi cabeza, poner mis pensamientos en orden y sólo podía hacerlo cuando lo plasmaba en el papel. Quise recrearme en el dulce placer de la escritura pero mi mano ya estaba trazando palabras de forma descontrolada, no podía parar y me asusté.

 

“Reviviré en tu última noche, la luna se completa… Reviviré en tu última noche, la luna se completa…Reviviré en tu última noche, la luna se completa… Reviviré en tu última noche, la luna se completa… Eres mía.”

 

Quise tirar aquel cuaderno infernal lejos de mí pero mi cuerpo no respondía, como si se tratara de un títere guiado por cuerdas invisibles me levanté del suelo y anduve hasta el diván donde el vestido y el collar de Luke descansaban sobre él.

 

—Es un vestido precioso.— Dije. Me sorprendí. Aquella no era mi voz. El sonido de sus palabras era fiero marcado por un deje de locura, siseando como una serpiente seductora.— Este debía ser el de mi boda. He echado de menos ponerme vestidos. Sin un cuerpo tangible es bastante complicado.

 

—Annabelle…

 

Jace se había despertado y me miraba desde la cama, pronunciando mi nombre, pero yo ya no era yo, estaba bloqueada, encerrada dentro de mi propia mente. Sabía lo que estaba ocurriendo pero no esperaba que fuera tan de repente, ella se estaba haciendo fuerte. La ventana estaba abierta a su espalda y la luz de las estrellas junto con la blancura de las cortinas le daba un aspecto translúcido a su piel.

 

—Vaya, mi querida amiga no pierde el tiempo, aunque los prefiero menos jóvenes.— Dijo la voz que ocupaba mi cuerpo.— Tengo unos cientos de años más que tú, chico sexy.

 

Jace se puso en pie alertado por mi comportamiento y fue a coger el puñal que descansaba bajo la almohada de seda. No fue lo suficientemente rápido para mí. Me abalancé sobre él y rodamos por el suelo. Jace intentaba clavarme el puñal que había sido bendecido, como todas nuestras armas, con el conjuro de Mia y Eric. Se lo arranqué de las manos y lo mandé al otro extremo de la habitación. En revancha soltó una patada en mi estómago y me llevé las manos a él, haciendo que Jace se soltara y fuera directo hacia la puerta. Me dolía hacerle daño pero a ella parecía divertirle.

 

—No podrás huir de mí por mucho tiempo, chico sexy.— Dijo la voz de mis entrañas mientras veía como Jace se alejaba por el oscuro corredor a toda prisa.—Me encantan cuando huyen, es tan deliciosamente divertido.

 

Y acto seguido salí corriendo en pos de él. Intenté recuperar mi control, cortas las cuerdas invisibles que me obligaban a perseguir a Jace. Era en vano. Mi mente había sido encerrada, apresada como un ratón en una jaula, mientras el gato sacaba las garras y se lamía de satisfacción. Perseguí a Jace por el largo pasillo, mientras este no hacía más que interrumpir mi camino echando abajo todos los muebles que encontrara a su paso para que actuaran de barrera. No sirvió de mucho. Logré alcanzarle al principio de la escalera e intenté empujarle por la barandilla, pero Jace era fuerte. Estuvimos forcejeando un rato hasta que me agarró del cabello e hizo que girara mi cabeza bruscamente hacia el gran espejo que colgaba de la pared.

 

—¡Mírate!— Grito Jace sin dejar de forcejear.— Esta no eres tú. Annabelle sé que sigues ahí en alguna parte. Tú no quieres hacerme daño.

 

Observé mi reflejo, era una copia exacta de mí, como si se tratara de una gemela. Una hermana de ojos rojos, furiosa y con mirada asesina. Esa hermana de nombre Sherylin, quien anhelaba ocupar mi lugar para poder reunirse con Luke.

 

Sherilyn Bane rió con una risa estridente y lo siguiente que escuché fue el alarido de dolor que soltó Jace cuando Sherilyn hundió sus dientes en la mano que le agarraba. Noté el saber metálico de la sangre de Jace en mi boca. Después cogió el espejo con ambas manos y golpeó a Jace en el pecho con todas sus fuerzas. Mientras el cristal se hacía añicos pude ver como su cuerpo caía por las escaleras, no sin antes arrastrar a Sherilyn con él. Ambos rodamos sobre los escalones y antes de que mi cabeza fuera a golpearse contra el último escalón, supe que Sherilyn me había dejado libre, las cuerdas de la marioneta habían sido cortadas hasta que el titiritero decidiera volver.

 

—Jace…

 

—Ahora no Ann.— Susurró mientras me acunaba en el rellano de las escaleras.— Ahora no. Volvamos a la cama.

 

—No puedo.—  Dije al borde de las lágrimas.— Tenemos que pararlo. Prométeme que Spencer estará bien, que todo esto acabará pronto. Que tú estarás bien, que Mia estará bien, Eric… incluso Tay.

 

Él levantó la cabeza para mirarme, poniendo sus ojos fijos en mí, pronunciando una pregunta en ellos, ¿Y tú?

 

Sólo pudo responder el silencio.

 

Al cabo de un segundo Jace se inclinó hasta que estuvimos cara a cara. Los dos marcados por Udriel, los dos sin familia, los dos unidos por una misión, devolver a Luke a la misma boca del Infierno del que nunca debió salir. Dulcemente se inclinó un poco más y rozó mis labios con los suyos cada vez más fuerte, hasta que nos fundimos en un beso desesperado que sabía a sangre y óxido. 

 

 

 

Amaneció apenas sin darnos cuenta. Todavía estábamos abrazados en el suelo con una alfombra de cristales a nuestro alrededor. Cogí un trozo con cuidado de no cortarme y observé mi reflejo fragmentado, como miles de Annabelles pertenecientes a universos paralelos. Universos en los que era una chica despreocupada, con padres que me querían, con amigos íntimos…universos en donde me esperaban cientos de posibilidades de futuro, donde no fuera mi última noche de existencia, donde no tendría que despedirme de la vida. Nunca.

 

Como si mi vida hubiese llegado ya a su fin, una luz en la todavía oscuridad, surgió de la nada. Mia y Eric entraron por la puerta haciendo que los rayos de un sol naciente bañaran una escena algo grotesca. Lo primero que verían sería a Jace y a mí desplomados sobre las escaleras llenas de cristales, y si más tarde guiaran su vista hacia arriba, podría apreciar los signos de lucha y los muebles volcados como si de un robo se tratara.

 

—¿Qué demonios ha ocurrido aquí?— Preguntó preocupado Eric, mientras me tendía una mano para ayudarme a levantarme.

 

—Sherilyn nos ha mandado un mensaje.— Contestó Jace mientras se erguía.— La luna se completa. Es nuestra última noche.

 

—Pues hagamos que sea inolvidable.— Dijo Mia a la vez que levantaba las manos y convertía en ceniza los pedazos del espejo.

 

 

 

Estábamos preparados para esta noche. Habíamos cargado viejas bolsas de deporte llenas de armas mágicas. Ninguna sombra escaparía de nosotros, aunque nuestra prioridad era recuperar a Spencer y detener la posesión de Sherilyn, la maldición de la luna. Ahora mismo no quería pensar en la forma en que iba a romper la maldición. Sólo había una manera de hacerlo y no quería preocupar a los demás antes de hora o que intentaran detenerme. Había tomado una decisión que sólo yo sabía.

 

—Estás muy callada.— Dijo Mia mientras terminaba de meter unas pistolas en la bolsa.

 

—Estaba pensando en Spencer.— Dije.

 

Suspire.

 

—Voy a patear el culo de Luke por eso.— Contestó Mia.

 

La pillé infraganti ruborizándose.

 

—Noté que últimamente os llevabais muy bien.— Dije.

 

—Si…— Contestó agachando la cabeza para ocultar el sonrojo.

 

—Chicas, ya es casi la hora.— Interrumpió Jace entrando en el salón acompañado de Eric.

 

—La noche de las brujas está aquí.— Pronunció Eric poniendo voz de anciana.

 

Hubiese hecho gracia si no se tratara de la noche más importante de nuestras vidas.

 

—No tiene gracia Eric.— Replicó Jace adelantándose a coger una de las bolsas.— Hoy no es un día para hacer bromas.

 

—No.— Contestó Eric acercándose para ayudar a Jace.— Hoy es halloween, el día en el que puede que todos muramos, ¿mejor así?

 

El silencio se hizo presente.

 

—No seas agorero Eric.— Replicó Mia mientras levantaba la vista del folleto del baile de halloween que segundos antes había cogido.

 

Según la invitación sólo quedaba una hora para que comenzara. La tarde se nos había pasado entera en idear un plan para recuperar a Spencer. Íbamos a intentar conducir a Luke fuera de la fiesta para allí tenderle una emboscada. Por ello Eric iba a quedarse fuera vigilando y mandaría una señal cuando viera a Luke fuera de la Universidad.

 

—Está todo listo.— Anunció Jace echándose una de las bolsas al hombro.— Es mejor que nos encontremos ya en la Universidad. Será más fácil y discreto introducir las armas si vamos por separado, cada uno con una bolsa.

 

—¿Qué llevaréis puesto?— Preguntó Mia al ver que ambos, Jace y Eric se iban ya.

 

—Lo que ves.— Contestó Eric alisando las arrugas de su camiseta de los rolling stones.

 

—Esperad.— Murmuró Mia.— Sabía que no tendríais nada.

 

Fue hacia el sofá donde había dejado sus cosas y cogió dos perchas de las que colgaba un plástico enorme, envolviendo seguramente lo que serían sus disfraces.

 

—No queremos llamar la atención ¿no?— Dijo con los ojos expectantes a la vez que les daba a cada uno su respectiva percha.

 

Ambos cogieron sus trajes de mala gana y cruzaron el hall para marcharse no sin antes volverse hacia atrás y mirarnos sin necesidad de decir nada. Si algo malo nos ocurriera esta noche…

 

—Yo me marcho ya.— Dijo Mia cogiendo otra bolsa negra.

 

—Sabes que puedes quedarte.— Le dije cogiéndola de la mano con gesto cariñoso.

 

—Lo sé.— Dijo.

 

Acto seguido me abrazó fuertemente, antes de que desapareciera por la puerta principal. Y así, me quedé sola, plantada en medio del oscuro hall, con la última bolsa de armas a mis pies y con el vestido de Luke esperándome arriba. Que empiece la fiesta.

 

 

 
  1. fiesta de universidad
     

 

 

 

 

 

 

 

 

Las sombras se arremolinaban en un tormentoso y oscuro torbellino de humo y de dolor. Había fuego por todas partes, el resplandor de las llamas hacía resaltar con un brillo siniestro la sangre que se esparcía por el suelo mezclada con las cenizas aún humeantes. Frente a mí la imagen de Sherylin, con su cabello moreno y ondulado, vestida con un vestido rojo de seda brillante, más rojo incluso que mi propia sangre.

 

—¿Escuchas la música?— Preguntó Mia a mi lado, devolviéndome a la realidad, arrancándome de las visiones que me provocaban pesadillas.

 

Habíamos llegado a la entrada exterior de la Universidad, y esperábamos alguna señal por parte de Eric que estaba vigilando los alrededores. Todavía nada. Sólo nos quedaba esperar.

 

—Me gusta tu vestido.— Dije a Mia.

 

Ella me miró con los ojos más grandes y dulces que había visto en mi vida. Llevaba su pelo dorado recogido hacia un lado y vestía una túnica negra de terciopelo dejando su clavícula blanca al descubierto. Sonrió enseñando los colmillos.

 

—Mi madre me dijo que me disfrazara de bruja.— Contestó suspirando de forma casi divertida.—Imagina la ironía, le dije que no, no pensaba aguantar las bromas de Eric.

 

—Puedo imaginarme la cara de tu madre si supiera tu secretillo.— Dijo una voz tras nuestras espaldas.

 

Acto seguido se giró y ambas pudimos ver como una figura se acercaba hacia nosotras. Era Jace. Mi caballero de brillante armadura y literalmente. Iba cubierto de una cota de malla metalizada y un peto plateado donde lucía el blasón de un ciervo. Se me aceleró el corazón al ver que iba cargado de armas. Con un poco de suerte nadie tendría que utilizarlas, sólo usaría la pequeña daga que escondía en mi tobillo, sabía bien cierto a que había venido esta noche y no era únicamente para recuperar a Spencer. Esta noche había venido a morir.

 

—Estás realmente preciosa.— Dijo Jace rozando mi mejilla con sus dedos, sonriendo de medio lado.

 

—¿Enserio eso es lo primero que se te ocurre decir ahora mismo?—Preguntó Mia con un chasqueo de lengua.

 

—Todavía no hay ninguna señal de Eric.— Dije en cuanto se acerco más estrechando mi mano a la suya.

 

Él pareció no escucharme y colocó bien mi collar, que se me había desenganchado. Pude notar el roce de su piel en mi cuello, las palpitaciones de su corazón en mi pecho y sus ojos clavados en el suelo encerrado en sus pensamientos.

 

— Es hora de entrar, Eric ha hecho la señal.— Dijo Mia.— Luke todavía no ha llegado.

 

—O eso quiere hacernos creer.— Repliqué soltando lentamente la mano de Jace.

 

Ambos me miraron un segundo antes de cruzar la verja de hierro, los seguí por el exterior de la Universidad. Cruzamos el patio principal donde gran parte de la fiesta se realizaba. Ésta estaba decorada con numerosas filas de farolillos blancos colgados de manera que atravesaban el patio, donde también colgado de uno de los robles, se hallaba un esqueleto de plástico. Al lado del blanco esqueleto se encontraba Eric con una Keiko bastante sonriente agarrada a su brazo, eso peligraría el plan. Éste no paraba de mirarnos de forma angustiada.

 

—Deberíamos entrar adentro.— Dijo él dirigiéndose a su acompañante.

 

—Claro, ¿Por qué no?— Contestó Keiko apartándose su larga melena azabache de la cara.

 

Ambos se adelantaron y desaparecieron por la puerta principal. Mia nos miró antes de avanzar corriendo detrás de ellos. Jace y yo nos quedamos solos, escuchando el eco de las voces de los estudiantes que se agolpaban dentro del recinto. El mundo pareció pararse a nuestro alrededor cuando Jace se acercó buscando mis labios, así nos dimos un último beso cargado de sueños, antes de enfrentarnos a lo que se nos venía encima y abrir las puertas de la fiesta.

 

La voz de Florence and the machine cantando Drumming Song retumbaba por toda la sala, que habían acondicionado con unos grandes altavoces negros. De los rincones del techo colgaban telarañas, pequeñas guirnaldas de luces  y en un lateral, presidiéndolo todo, habían colocado un amplio escenario.

 

—Deberíamos buscar a los otros.— Dije acercándome al oído de Jace ya que sólo podía escucharse la música mientras intentaba hablar con él.

 

—Sí.— Contestó mirando con ojos calculadores toda la estancia.— Ahí viene Taylor, tenemos que hacer que salga de aquí, es demasiado peligroso. Luke puede aparecer en cualquier momento y no sabemos realmente que es lo que piensa hacer.

 

—¿Ahora te preocupas por Taylor?— Pregunté.

 

—Sé que te importa.— Afirmó dándose media vuelta para mirarme de cara.— Si a ti te importa a mi también.

 

—Hola chicos.— Saludó Tay al vernos mientras agitaba un vaso de plástico rojo.— Buena fiesta, ¿eh? Nada podría estropearla.

 

De pronto las luces se apagaron. Algunas personas chillaron del susto, otras simplemente se reía pensando que sería un truco de Halloween. Escuché a Jace murmurar la palabra “gafe” antes de volverse a encender las luces.

 

—¿Qué ha pasado? ¿Un cortocircuito?— Preguntó Tay mirando a ambos lados de la sala buscando qué lo había provocado.

 

—No lo sé pero esto me da mala espina.— Dije tirando a Jace de la manga.—Vamos a buscar a Eric y Mia, tienen que estar por aquí.

 

—Un momento de atención por favor.

 

Esa voz…

 

La masa de gente al igual que nosotros pusimos la vista en el escenario, donde había aparecido una figura de entre la oscuridad. La media máscara blanca que cubría su rostro, aún así, no lograba ocultar los ojos azules que observaban con frialdad tras ella. La figura se acercó más al micrófono con un gesto elegante y anticuado, observando con parsimonia a cada una de las personas que se encontraban ahí.

 

—Ahora que ya tengo vuestra atención, sólo quería decir una cosa a todos los presentes.— Pronunció Luke con voz calmada.— He venido esta noche aquí, buscando una persona y no me iré hasta encontrarla. Ella es muy especial para mí, asique pido por favor, que si alguien ve a la señorita Annabelle Rose Evans, la traiga ante mí. Mirad a vuestro alrededor.

 

Todos miraron alrededor suyo con expectación esperando alguna sorpresa. Sólo Jace y yo podíamos ver lo que se escondía en las paredes. Una sombra cubriendo cada esquina, cada recoveco de la entramada arquitectura gótica, vigilando con sus ojos rojos a todos los presentes en la fiesta, esperando una oportunidad para matar.

 

—No sé ve nada.— Dijo alguien que estaba por el final.

 

Nadie respondió.

 

Volvimos a poner la vista en el escenario pero ahora estaba completamente vacío y la música volvió a sonar a la misma vez que los invitados volvían a bailar y a divertirse.

 

—¡Taylor vete!— Ordenó Jace con mirada fiera.

 

—¡¿Pero qué haces Jace?!—Exclamé  mirando a Taylor, quién se marchó confuso.

 

—Pase lo que pase de aquí en adelante, quiero que sepas que te quiero y siempre te querré.—Dijo Jace imperturbable entre la marea de personas que iban y venían por nuestro lado.— Te quise desde el primer momento en que te vi e irme de tu lado fue una de las peores decisiones de mi vida. Nunca podré perdonarme por ello y por eso no puedo perderte otra vez.

 

Acto seguido me agarró por detrás del cuello y de la cintura con brusquedad. Intentaba soltarme de sus brazos pero él era más fuerte que yo. Apretaba una y otra vez un trapo contra mi nariz. Aspiré el olor del cloroformo. Mi cuerpo se convulsionaba con cada golpe de música. Ninguna persona de la sala de baile parecía darse cuenta de lo que estaba ocurriendo.

 

—¿Crees que soy idiota? ¿Qué no sé lo que pensabas hacer? No puedes sacrificarte a ti misma.—Vociferó furioso mientras caían lágrimas por su rostro.—Yo no soy un caballero de brillante armadura, soy egoísta. Y si para mantenerte a salvo de ti misma tengo que hacer esto, no dudes en que lo haré, esto y mucho más. No puedo perderte.

 

—Jace… no…

 

La gente seguía bailando mientras se me nublaba la vista, la oscuridad me embargaba y perdía el conocimiento con las últimas notas de una canción interminable.

 

 

 

 

 
  1. maldición de luna
     

 

 

 

 

 

 

 

 

Sólo existía la oscuridad, una pantalla completamente negra me envolvía, rasgada por la vibración del sonido. “Annabelle despierta”, era un eco vibrante, una voz lejana. “Annabelle despierta por favor”, un sonido que cada vez era más firme. “No queda nadie”, una súplica desesperada.

 

Desperté, y por un segundo llegué a creer que todavía estaba inconsciente puesto que la oscuridad seguía presente. Keiko estaba de cuclillas junto a mí y alargó su mano para ayudarme a levantarme. Estábamos las dos solas, en medio de la sala de baile, donde antes había estado abarrotada. Ahora no había nada, todo había sido destrozado, los adornos arrancados, las ventanas rotas, cristales en el suelo, rastros de sangre y humo en las paredes, y un único foco parpadeante colgaba peligrosamente del techo. A mi lado Keiko sollozaba.

 

—¿Qué ha ocurrido?— Pregunté alarmada, buscando cualquier rastro de Eric, Mia y Jace.

 

—Después de que aquel chico hablara en el escenario, vino la policía armada con sus pistolas.—Hizo una pausa pues aún se notaba la angustia en su voz.— Pensábamos que nos harían bajar la música, pero comenzaron a destrozar todo. No hacían más que decir “Es el momento”, “es el momento”… no nos dimos cuenta de que habían comenzado a atacar a la gente hasta que se oyó un grito, y ese siguió a otro y a otro…

 

—¿Dónde están?— Pregunté intentando parecer lo más serena posible

 

—¿Qué?

 

Saqué una de las pistolas que tenía sujetas a la pierna y apunté directamente sin vacilar al corazón de Keiko. Ésta se alejo un par de pasos y me miró con cara horrorizada.

 

—¡¿A dónde los has llevado?!

 

—¿Qué demonios estás diciendo?— Dijo Keiko— ¡Te he ayudado! Yo…

 

Disparé el gatillo antes de que terminara de hablar. Pude ver el impacto de la bala en la piel y como comenzaba a fluir un líquido negro y espeso por su corazón expandiéndose por todo su cuerpo, hasta que se convirtió en una sombra, diferente a las que había visto hasta entonces. Ésta seguía teniendo el aspecto de Keiko pero como si le hubieran echado alquitrán encima y con unos inconfundibles ojos rojos.

 

—Chica lista.— Dijo la sombra.— Al amo no le gustará saber que ha descubierto su truco.

 

—Tu amo puede irse al Infierno.

 

Disparé una segunda vez antes de que se abalanzara ante mí. Esta vez la sombra se convirtió en cenizas.

 

Por un segundo todo quedó en silencio.

 

Me pareció escuchar la voz de Jace y me giré corriendo, no había nadie. Sin embargo, la voz persistía. El origen provenía de las cenizas aún humeantes, las toqué con cuidado pues no sabía que iba a ocurrir. La sala comenzó a girar y girar a mí alrededor, mezclándose con unas voces familiares. Todo era un torbellino de colores y sonidos, me encontraba mareada y agarré con fuerza la pistola hasta que di a parar de bruces contra el suelo. De pronto estaba en el viejo embarcadero de la ciudad. Así que así era como viajaban las sombras, me dije. Pero no tenía tiempo de recrearme en estos pensamientos, tenía que detener a Luke y encontrar a los demás. Por suerte sabía exactamente donde estaban, Eric y Mia habían dejado un rastro de magia, un pequeño símbolo incandescente que parecía brillar en un viejo almacén. La fachada era completamente gris, con unas grandes persianas metálicas en lugar de puertas. Di un rodeo al edificio buscando la escalera de incendios. La había arrancado de ahí pero parte de las estructura se conservaba. Recordé las lecciones de Jace. Salté y me agarré firmemente a la estructura. Comencé a escalar sin hacer ruido, desgraciadamente la pistola se me resbaló de las manos y cuando me quedé sin apoyo salté todo lo grácilmente que me permitía el vestido, hasta colocarme ya en lo más alto del techo, sin nada más que la daga que guardaba en mi muslo. La saqué y me acerqué a la claraboya.

 

Allí estaba Luke que sujetaba a Mia de la cabeza, obligándola a mirar un libro. Ellos dos estaban rodeados por sombras impidiendo que Spencer rompiera el circulo. ¡Estaba vivo! La alegría sólo duró un instante pues el cristal sobre el que estaba apoyada se rajó. Noté el impacto de mi cuerpo al caer mientras los cristales se me clavaban en la piel. Los oídos comenzaron a zumbarme, un pitido agudo, chillón e insistente en mi cabeza. Alguien me agarró de los brazos y chillé por el dolor que no esperaba. Me zarandearon de golpe para ponerme en pie y allí por donde me habían cogido, comenzaba a quemarme dejando la piel de mis brazos en carne viva. Me saltaron las lágrimas del dolor. Alguien me estaba hablando pero no puse atención, a mí alrededor se alzaba la  visión misma de la muerte. Eric estaba en el suelo, con un charco de sangre rodeando su cabeza como una áurea sangrienta, si hubiese podido llevarme las manos a mis labios en señal de horror lo hubiese hecho. Dios mío, esperaba que sólo estuviese inconsciente. Spencer había sido golpeado en el momento de mi caída y ahora intentaba ponerse en pie pero la pierna, que parecía estar en un ángulo extraño, no le dejaba.

 

—Annabelle…— Murmuró antes de echar una mirada a su izquierda.

 

Allí estaba Jace, colgado del techo girando sobre sí mísmo por tiras de cuero que rodeaban su cuello y sus brazos, luchando por librarse de su encadenamiento.

 

—¡NO!— Grite.

 

—Traedla aquí.— Alzó la voz Luke rompiendo el círculo de sombras que lo protegían con Mia apresada aún bajo su brazo.

 

Conforme me acercaba la rabia fue apoderándose de mí y el dolor que antes tanto me angustiaba pasó a ser un cosquilleo. Todo mi cuerpo pareció resplandecer y como una onda expansiva se alejó convirtiendo en cenizas a las sombras que me apresaban y a parte del círculo de Luke.

 

—Traedla aquí rápido y que no escape.— Ordenó Luke para luego dirigirse a Mia.— Y tú sigue leyendo.

 

Acto seguido golpeó su cabeza contra el altar de piedra sobre el que estaban apoyados. Cuando Mia levantó la cabeza, un reguero de sangre comenzó a recorrerle la frente.

 

—Sanguinem luna appropinquat, deae Lunae diximus…[3]

 

Mientras Mia recitaba parte del conjuro de resurrección, me apresuré a recoger mi daga que había ido a parar a tres metros de mí. Las sombras comenzaron a arrinconarme, y empecé a atacar. Una detrás de otra, las sombras se convertían en ceniza mientras ellas me arañaban con sus garras e intentaban llevarme hasta su amo. Mi única oportunidad era liberar a Jace, por mucho que las matara seguían apareciendo y sola no podría con ellas.

 

—Te in hac potíssimum die Dilectae renatus Sherilyn tuae…[4]

 

Pero aquello parecía inútil, las sombras habían comenzado a rodearme.

 

—No te molestes querida.— Dijo Luke.— En cuanto mi brujita termine de recitar el conjuro del grimorio de Sherilyn, estarás muerta y ella en tu cuerpo, para siempre.

 

Un disparó se hizo con la atención en la sala. Spencer había cogido la pistola de Jace y apuntaba directamente a la cabeza de Luke.

 

Luke soltó una carcajada que hizo que se me congelara la sangre.

 

—¿Qué crees que haces con eso?—Preguntó.— ¿Crees que un disparo puede matarme? Eres tan estúpido como tu padre lo fue. Inténtalo, nos divertiremos.

 

Un segundo disparo se escuchó. Spencer había cambiado el rumbo y había disparado a las cuerdas que sujetaban a Jace, liberándolo.

 

Un rugido de rabia estalló en toda la sala. Aprovechando la distracción arrastré el cuerpo de Eric hacía la salida. Cuando volví a entrar Spencer estaba agachado detrás de unas cajas con la pierna cada vez más ensangrentada y Jace giraba y corría matando a las sombras espada en mano. Cogí a Spencer de las axilas y lo ayudé a llegar hasta la salida. Una sombra nos interceptó, levanté la mano con la palma extendida y la marca de Udriel arrojó luz sobre su oscuridad convirtiéndolo en polvo. Empujé a Spencer fuera del almacén antes de que otra sombra me agarrara de la cintura.

 

—¡Annabelle!— Jace miró horrorizado como me llevaban al altar, por un segundo se distrajo y una sombra le clavó las garras en la espalda haciendo que cayera de bruces contra el suelo.

 

Grité desesperada, viendo como Jace se desangraba poco a poco.

 

—Justo a tiempo para la última parte del conjuro.— Dijo Luke sonriendo de forma que se le vieron los dientes.

 

—Poenae signans corpore fatum Hartford familia sanguinem[5].

 

En cuanto Mia acabó de recitar, todo comenzó a temblar, las paredes del almacén se fueron desmoronando y el suelo se abrió ante nuestros pies, como si alguien hubiera abierto la boca del Infierno. Y exactamente eso era lo que había ocurrido. El fuego comenzó a extenderse a nuestro alrededor, las paredes habían sucumbido totalmente, en el suelo había aparecido una grieta entre los escombros.

 

Había llegado la hora, nadie iba a tener mi cuerpo salvo yo misma. Logré zafarme de las sombras que me sujetaban y clavé mi daga en mi pecho. El filo se hundió fácilmente en la carne como si estuviera hecha de mantequilla, saqué la hoja manchada de sangre y vi casi paralizada como mi vestido blanco se tintaba de rojo. Escupí sangre por mi boca.

 

Jace y Luke gritaron al unísono. Luke empujó a Mia con una increíble fuerza y corrió a sujetarme antes de que cayera al suelo.

 

—¡Estúpida! ¡Estúpida! ¿Qué has hecho?— Estaba furioso, sus ojos azules parecían tan congelados como mi cuerpo.

 

La visión que me había acechado anteriormente en sueños se iba haciendo nítida. Las sombras se arremolinaban en un tormentoso y oscuro torbellino de humo y de dolor. Había fuego por todas partes, el resplandor de las llamas hacía resaltar con un brillo siniestro la sangre que se esparcía por el suelo mezclada con las cenizas aún humeantes. Frente a mí la imagen de Sherylin, con su cabello moreno y ondulado, vestida con un vestido rojo de seda brillante, más rojo incluso que mi propia sangre.

 

—Amor mío…— Susurró Luke, acercándose a ella.

 

—Mi dulce Luke…— Respondió ella acariciándole la mejilla.

 

Ambos se besaron, y aunque cada uno podía estar lleno de maldad y oscuridad, ese beso fue el beso mismo del amor eterno.

 

Jace, quien había puesto a salvo a Mia del fuego, había vuelto a por mí. Pero ya era tarde. Supe que estaba muriendo en cuanto la imagen de Sherilyn desapareció entre volutas de humo antes de que terminara su beso. Jace me rodeó la cara con ambas manos, sus ojos estaban llenos de lágrimas y todo su cuerpo estaba temblando.

 

—Mi vida…Annabelle…—Sollozó.— Te amo, te amo… ¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué?

 

—Alguien tenía que salvaros.— Murmuré casi suspirando, no tenía fuerzas ni para hablar.

 

—¿Y quién te salva a ti? ¿Eh? ¿Quién te salva a ti?— Volvió a decir cada vez más despacio.

 

—No necesito un caballero, tenía que morir, era la única forma.— Le enseñe lentamente mi muñeca, donde el símbolo de la luna y su maldición habían desaparecido.— Te quiero y siempre te querré.

 

El suelo volvió a temblar con una fuerte sacudida haciendo que Jace cayera a mi lado. Pude oír los gritos de Luke mientras la fuerza de la grieta le arrastraba hacia ella. El Infierno se estaba cerrando y reclamaba a su rey. Casi no podía mantenerme despierta y me costaba respirar. Mi vestido ahora era completamente carmesí. Volví a toser sangre esta vez sin apenas aire. Jace se inclinó sobre mi cuerpo y me besó. Con el dulce sabor de su beso en mis labios, la vida se fue apagando, como quien apaga una luz. Fue lo último que vi antes de que me reclamara la muerte para siempre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

epílogo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Jace entró en la mansión Hartford, después de tres días sin volver a pisar aquel hall. Aún recordaba con un dolor que le oprimía el corazón, como habían enterrado el cuerpo de Annabelle junto con el diario de Amanda Hartford bajo la estatua de Diana, en el jardín, donde el origen de la maldición había comenzado. Todos creyeron que era lo mejor, la maldición nacería y moriría en el mismo lugar, junto a las paredes de la antigua mansión familiar. El secreto de su muerte quedaría oculto, a ojos de los demás había desaparecido para vivir la vida que siempre debía de haber tenido.

 

Hubiesen sido demasiadas preguntas acerca de lo que ocurrió aquella noche.

 

Sin embargo no pudieron parar el aluvión de periodistas y policías acordonando la Universidad y lo poco que quedaba del viejo almacén. Todos ellos abarcaron la noticia desde dos hechos aislados, creyeron que la masacre de la universidad se trató de un secta que actuaban en grupo, quienes lograron entrar disfrazándose de policías, y acerca del almacén dijeron que se trataba de una catástrofe natural, un terremoto que junto con los productos tóxicos que guardaban, había estallado en llamas.

 

Nadie salvo ellos cuatro sabía la verdad.

 

Jace siguió su camino por la casa, hasta llegar a la que había sido la habitación de Annabelle. Su vista paseó por todos los rincones de la estancia, una estancia llena de recuerdos dulces que ahora solo tenían el gusto de la amargura. Vio una foto de ellos en la mesita de la noche que cenaron en el Tokio y algo más le llamó la atención. No podía creerse que la hubiera guardado todos estos años, la caja de canciones. La cogió y se sentó en el borde de la cama. Comenzó a leer aquella canción que había dejado incompleta antes de marcharse, la letra inconfundible de Annabelle terminaba la canción, no pudo contener la emoción y se le escapó una lágrima. Leyó para sí, sintiendo como se desmoronaba por dentro.

 

Te conocí en aquel lugar,

 

Y aunque no era el ideal,

 

Me enamoré sin más.

 

No sé si sabes qué existo.

 

No sé si me ves a mí,

 

O sólo intentas huir de la realidad.

 

Dulce chica de cabellos rojos,

 

Ven a mí

 

Dulce chica de cabellos rojos,

 

Sin ti, no quiero vivir.

 

Dulce chico de ojos negros,

 

Siempre te quise a ti,

 

Dulce chico de ojos negros,

 

Nunca me dejes ir.

 

Fuiste el primero, en regalarme tu corazón

 

Ahora, me dices adiós,

 

Pero no te perderé,

 

Pues tengo tu recuerdo,

 

y aunque lejos estés,

 

Siempre te querré.

 

Aunque lejos estés,

 

Siempre te querré.

 

El joven de cabello oscuro y ojos negros se levantó, se enjugó las lágrimas con un suspiro y con sumo cuidado, volvió a dejar la caja de canciones donde estaba, a excepción de esa última, que la guardó en su bolsillo de la chaqueta, junto a su corazón. A cambio dejó un hermoso tulipán rojo con delicadeza encima de la cama. Aquella flor siempre le recordaría a ella, su único y eterno amor.

 

 

 

[1] Del latín, significa: Como hijo de la noche yo te ordeno, desaparece sombra del Infierno en las llamas, que sólo quede ceniza en tu lugar. Muere en silencio como lo que eres, nada, polvo en la oscuridad.

 

[2] Del latín, significa: A la luz de las velas yo te invoco ángel, protege el cielo, las estrellas y todo a tu alrededor. Reduce las sombras a ceniza, que el viento se lleve el polvo y nosotros besados por Udriel, sigamos vivos en la luz del mundo.

 

[3] Del latín, su traducción es: La luna de sangre se acerca, llamamos a la diosa de la luna.

 

[4] Del latín, su traducción es: que en este día glorioso renazca de tu luz tu adorada hija Sherilyn.

 

[5] Del latín, corresponde a la última frase del conjuro, su traducción es: en el cuerpo marcado de su venganza y destino, la sangre de la familia Hartford.