PRÓLOGO
El callejón estaba oscuro acorde con la noche, las farolas parpadeaban como luciérnagas a punto de morir y tenía una fuerte presión en el pecho, algo iba mal, lo sabía. No había tenido noticias de Jace en las últimas horas. Un relámpago cruzó el cielo, por un instante la calle se iluminó y comenzó a llover con fuerza. Mi corazón empezó a latir desbocado, a resonar en mis oídos, a gritar una palabra, una única orden… corre. Mis botas resonaban contra el pavimento mientras aceleraba el paso, intenté protegerme el pelo con la chaqueta de cuero, era inútil. Me detuve en seco a la altura de una puerta de metal ya oxidada, no había ni rastro de la moto de Jace, una harley davidson roja. Recogí la llave de debajo de un cenicero y abrí la puerta con un fuerte chasquido. El sonido del bajo de Jason Newsted llenaba el local, encendí las luces y vi que no había nadie… ¿Dónde estás Jace? Metallica seguía cantando "I cannot live, I cannot die, trapped in myself…" y yo solo podía pensar en él. Si hubiera visto este caos hace unos meses me habría escandalizado, pero Jace me mostró un mundo lleno de promesas dónde podía ser cualquier cosa y hacer todo lo que deseara sin temer a las consecuencias. Recuerdo el día en que le conocí.
El metro estaba a rebosar, había salido con la esperanza de una tarde alejada de mi familia pero al parecer me tocaba volver por dónde había venido. Por el rabillo del ojo vi un asiento vacío y sonreí. Me senté entre una anciana y un joven que estaba leyendo. Abrí mi cuaderno donde anotaba todo tipo de pensamientos y me puse a escribir frenéticamente. Noté que alguien me observaba y miré de reojo a mi izquierda, creo que me quedé boquiabierta. El joven estaba leyendo "El retrato de Dorian Gray" pero no me llamó la atención el hecho de que estuviera leyendo ese libro, si no él. Se podía ver que era alto hasta estando sentado, llevaba unos jeans desgastados, una camiseta blanca de algodón y una chaqueta de cuero negra. Su rostro parecía haber sido esculpido por algún artista de la talla de Miguel Ángel, tenía el pelo castaño cayendo graciosamente por detrás de la oreja y unos ojos grandes y negros que me miraban divertidos, ¡Oh no! Me había visto. Me sonrojé mientras volvía a mi cuaderno y comenzaba a escribir.
Lágrimas de escarcha, corazón de
hielo,
Separados por la nieve de tu alma
Sin dejar un instante en calma…
Tu corazón de hielo me observa y me desarma.
—Eres muy buena. — Oí decir a mi lado.
— ¿Perdón?—Pregunté nerviosa, no me gusta que fisgoneen en mis cosas.
—Las letras están muy bien. —Dijo otra vez arrastrando las palabras, ¡como si fuera idiota!- Me llamo Jace.
—Encantada, yo soy Annabelle. —Dije intentando ser cortante aunque las mejillas me ardían.
—Perdona no quiero molestarte pero…
El sonido de un móvil hizo que diera un respingo, Jace lo cogió extrañado mientras dejaba el libro en una bandolera llena de chapas en la que no había reparado antes.
— ¿Ahora? —Gritó Jace—Pero… no… sí ya… lo sé… creo que he encontrado algo… nos vemos ahora. —Colgó.
— ¿Ocurre algo malo?—Pregunté. ¡Oh mierda! ¡No preguntes!
—No, tengo un grupo de música y necesitamos un compositor, he visto que eres muy buena.-Dijo- ¿Te gustaría unirte?
¿Yo? ¿En un grupo? ¿Annabelle Evans?
—Estaría bien. — Sonreí.
—Esperaba que dijeras eso. —Dijo sonriendo. —Bajamos en la próxima parada.
— ¿Bajamos?—Pregunté algo reacia.
—Pensé que podrías venir al primer ensayo. —Dijo. —Pero, claro, tendrás que volver a casa, ¿Cuántos años tienes?
—Dieciséis. — Dije desafiante, ¡ni que fuera un bebé! ¿Tenía aspecto de bebé? Miré por el cristal de la ventanilla, llevaba puesta una camiseta de tirantes color lavanda, unos vaqueros y las uñas con restos de esmalte rosa. Sí, parecía una niña. Mis ojos verdes se encontraron con su reflejo y mi pelo recogido en una trenza pelirroja parecía burlarse de mí.
— ¿Y tú?—Pregunté.
— ¿Yo qué?—Respondió.
— ¿Cuántos años tienes?—Pregunte irritada.
—Diecinueve. —Dijo.
¡Oh mi madre! Bueno, la verdad es que los aparentaba. El metro paró y las puertas se abrieron.
— ¿Vienes?—Preguntó mientras me tendía una mano.
—Por supuesto. —Dije mientras me levantaba.
Apagué el equipo de música dejando un silencio fantasmal salvo por las gotas de lluvia que repiqueteaban en la ventana.
—¿Jace?— Dije en voz alta mientras esquivaba las botellas del suelo con las botas.
No había rastro de él.
Encima de la mesa junto a una caja de cartón vi una nota y la cogí. Iba dirigida a mí.
Para la pequeña Ann:
He tenido que marcharme, asuntos que no puedo decir. Lo siento, sé que nos conocemos desde hace muy poco pero mis amigos son tus amigos, supongo que sabes dónde está la llave y has encontrado mi nota. De no ser así, lo sentiría mucho.
Jace
P.D: Te he dejado una caja con las canciones que hicimos, siento haber dejado algunas a medias, sé que podrás con ello. Nos veremos pronto.
1. el paraíso perdido
3 Años después
La tarde había salido a pedir de boca, resultaron ser unos chicos majísimos, había enseñado un par de mis composiciones que de repente habían pasado a ser hermosas canciones y enseguida me vi sonriendo, charlando, escuchando música y dando mi primera calada a un cigarrillo.
—Nos vemos pronto— Se despidió Jace.
—Hasta luego. —Dijo Mia —Espero que vuelvas Ann.
—Y yo. —Dije sonriendo—Adiós.
Caminábamos por un callejón lleno de farolas débilmente iluminadas. Jace iba delante y de vez en cuando se volvía para ver si estaba bien. Mi madre me había llamado al móvil en mitad del ensayo, le había tenido que decir que estaba haciendo un trabajo con Taylor, para que se quedara tranquila. ¿Qué pensaría de mi nueva compañía?
—Sube. —Dijo Jace señalando una moto que había aparcada. Una harley davidson roja. Me temblaban las piernas. Le miré asustada.
— ¿Nunca has montado en moto?—Preguntó entre divertido y preocupado. Negué con la cabeza. — Bueno, será nuestra primera vez.
¿Nuestra primera vez? No pude evitar sonrojarme y Jace rió, con una risa cálida y cercana.
—Parece que mi pequeña no es tan inocente. —Dijo mientras me ayudaba a montar y ponía la moto en marcha.
¿Su pequeña? El motor rugió y tuve que agarrarme fuertemente a su cintura. Creo que podría acostumbrarme a ir en moto. De repente aceleró y sentí… ¿Cómo lo describiría? Libertad. Todas mis preocupaciones se desvanecieron, sólo éramos Jace y yo contra el frío viento de la noche. Cogimos una curva a gran velocidad y solté una risita. Realmente me gustaba.
— ¿Te gusta?—Oí decir a Jace por encima del ruido del motor.
—Sí. —Grité.
Como respuesta aceleró un poco más y reímos, reímos como nunca.
El despertador sonó y me desperecé con las sábanas. Me acordé de mi sueño. No, no ¡otra vez no! Una lágrima cayó por mi mejilla. Ahora era feliz, más feliz que nunca, bueno… no era del todo cierto, tenía que lidiar con una madre algo trastornada, con facturas y problemas amorosos. Me había enfadado con Taylor, no entendía porque tenía que seguir viendo a Mia y los demás… ¿Qué le iba a decir? ¿Que esperaba verlo después de tres años? ¿Qué de verdad eran muy buenos amigos y me encantaba salir con ellos? Él no los conocía como yo. Pero estaba enamorada de Tay, mi dulce Tay, habíamos empezado a salir hace dos años y la verdad es que me encontraba muy bien con él, me divertía, es tan gracioso…
Salté de la cama al ver la hora, eran las siete y cuarto y tenía que estar en el trabajo a las ocho en punto. Me di una ducha rápida y fui a vestirme, ¡mierda! Tenía casi todo sucio. Cogí una falda vaquera, mi camiseta de los Guns N' Roses y unas converse rojas, esto tendría que servir. Me dirigí a la cocina a desayunar algo y vi a mi madre de pie junto al fuego con una sartén en la mano parada como una estatua.
— ¿Mama?— Dije suavemente. Ella se giró y se quedó mirándome un rato como si no me conociera. Era como un cervatillo asustado.
—Ya no me acuerdo de cómo le gustaban los huevos. —Dijo— ¿Se ha levantado ya?
—Mama, papa ya no está. —Dije articulando bien cada palabra.
Mi madre, Lyssa, a veces estaba un poco retraída, se olvidaba fácilmente de las cosas, siempre había sido un poco pasiva pero ahora casi no podía dejarla sola, no podía valerse por sí misma. La había llevado a médicos que no podía permitirme y todos decían lo mismo, su madre está bien, con el tiempo se le pasará, ha sido un golpe duro, sólo está en estado de shock. Pero ya hacía tres años desde que mi padre nos dejó y verla así diariamente sólo hacía reforzar mi culpa. Había sido mi culpa.
Vi como se alejaba la moto de Jace mientras subía las escaleras del edificio, al llegar a mi planta escuché gritos. Abrí la puerta de casa y encendí las luces del pasillo.
— ¿Se puede saber dónde estabas?— Preguntó mi padre enfurecido.
—Estaba con Taylor, haciendo un trabajo, he avisado a mama. —Contesté confundida.
Mi padre me dio una bofetada.
— ¡Thomas!—Gritó mi madre horrorizada.
—Tú no te metas mujer a no ser que quieras también una. —Dijo con un brillo malicioso en los ojos. —Taylor ha venido a casa para devolverte el libro que le dejaste. ¿Te has creído que somos idiotas? ¿Quién era el de la moto?
—Nadie. — Dije mientras me dirigía a mi cuarto sollozando. Me cogió de la trenza arrastrándome por el pasillo.— Es un amigo, hemos estado escribiendo y hablando pero se nos ha hecho tarde y se ha ofrecido a traerme. —Grité atropelladamente mientras intentaba soltarme de su brazo.
Me soltó.
—¿Te has metido ya en su cama?—Dijo con una sonrisa repulsiva.— ¿Te ha gustado que te tocara?
—¡Nadie me ha tocado!— Chillé rabiosa.
—No tienes la culpa, has salido a tu madre, ¡las dos igual de putas!— Gritó mientras me levantaba la mano otra vez.
Cogí el jarrón que había encima de la mesita del recibidor y lo estallé contra su cabeza. Las rosas rojas cayeron al suelo mezclándose con la sangre y salí corriendo de casa mientras mi padre tambaleándose intentaba detenerme. Cerré la puerta en sus narices.
El aire nocturno me despejó la cabeza, ¿cómo se había torcido todo de esta manera? Empecé a temblar como una hoja de papel movida por el viento. Esa persona no era mi padre. Era el alcohol el que hablaba y no él. Me senté en un banco del parque intentando tranquilizarme, ¿A dónde iba ahora? No podía llamar a Taylor, no quería que se sintiera responsable, además a esas horas ya estaría durmiendo en la cama y Dios sabe que una vez dormido ni el fin del mundo lo despierta, sonreí con dulzura. Miré mi móvil pensando a quien acudir, no podía pasar la noche en el parque y mis dedos marcaron un número.
—Sí ¿Jace? Soy Annabelle.—Dije con la voz temblorosa.—yo… ¿podrías pasar a recogerme? Estoy en el parque Childhood…gracias.
Las calles estaban abarrotadas y llegaba tarde, abrí la puerta del garaje y levanté la lona que tapaba mi moto, una harley davidson de segunda mano. Me coloqué el casco y aceleré. Las avenidas estaban concurridas pero mi aparcamiento estaba vacío, estacioné enfrente de la librería Clayton.
La campanilla de la entrada tintineó con un musical sonido y vi luz en el almacén. Dejé el casco en el mostrador.
—¿Señor Clayton?— Pregunté.
—¡Ah! Estás aquí.— Dijo Patrick.
El señor Clayton o Patrick, su nombre de pila, era un anciano de pelo blanco, con gafas cuadradas y siempre llevaba su boina de golf, no había manera de quitársela aun estando en la tienda. Vino de Irlanda cuando era joven y montó la librería de sus sueños aunque hoy no era más que una librería de segunda, se mantenía por los pocos clientes fieles de toda la vida, como la señora Margaret que entraba por la puerta.
—Annabelle querida, ¿Ha llegado ya mi ejemplar de Cincuenta sombras de Grey?— Dijo en voz baja sonrojada. ¡Como si la librería estuviera a reventar!
Todos los lunes venía a hacerme la misma pregunta, y semana tras semana tenía que decirle que no, que probara en la librería del Centro Comercial. Patrick estaba absolutamente en contra de comprar los ejemplares a pesar de mi insistencia. Era número 1 de ventas en todo Estados Unidos y se negaba completamente a que los vendiéramos, no íbamos a rebajarnos a poner en nuestro escaparate un libro obsceno, como él los llamaba. En la tienda solo había clásicos, Austen, Dickens, las hermanas Brontë… ese tipo de cosas. Si alguien preguntaba por el último de Harry Potter o la saga Crepúsculo podía irse con viento fresco, porque la librería Clayton se especializaba en clásicos, ¡estábamos perdiendo el dinero! La señora Margaret se marchó bastante decepcionada, la miré mientras salía a la calle, se ajustaba el sombrero y se perdía entre la gente. Hoy iba a ser un día bastante aburrido.
—¿Cómo se encuentra tu madre?— Preguntó Patrick.
—Como siempre.—Dije.— Hay veces que está bien y otras en las que aun cree que mi padre está vivo.
—Pobre mujer, lo siento tanto…
—No se preocupe, saldremos adelante.— Dije mientras esbozaba una sonrisa y me mordía el labio, siempre me muerdo el labio cuando estoy mintiendo, gracias a Dios que sólo lo sé yo.— Vete a almorzar, estoy oliendo el sándwich de atún desde aquí.
—El atún es bueno para la memoria, recuérdalo para cuando llegues a mi edad.— Dijo mientras me guiñaba un ojo y desaparecía por la puerta trasera de la tienda.
Abrí mi cuaderno y me puse a escribir.
Ahora que no
estás aquí,
me encuentro
perdida en tu recuerdo. Luz.
Pienso
que quizás no volverás
No te veré como ayer
No podremos volar…
Seguirás sin mí
No podremos amar
No podremos… volar…
Ahora que no estás.
La voz de Keith Caputo me arrancó de las páginas y busqué mi móvil en el bolso deseando que no entrara ahora el señor Clayton mientras seguía sonando "What have you done", el tono que tenía para Taylor.
—¿Sí?—Pregunté.
—¿Te pillo en mal momento? —Preguntó Taylor.
—No, Patrick está almorzando fuera.—Contesté.
—¿Otra vez atún?—Dijo. Casi podía verle sonriendo.
Reí.
—Tengo que volver al trabajo, ¿Querías algo?—Pregunté.
—Había pensado que quizás podríamos comer juntos, han abierto una hamburguesería nueva en el Centro.—Contestó.
—Lo estoy deseando, te he echado de menos.—Dije.
—Paso a recogerte, ¿a qué hora sales?—Preguntó.
—A las dos pero he traído la moto, casi llego tarde está mañana asique mejor paso yo a por ti, ¿de acuerdo?— Contesté.
—Está bien pero lleva cuidado, te quiero.—Dijo.
—Y yo.
Colgué.
Las campanillas de la tienda tintinearon y de la puerta entró una joven rubia con mechas moradas de pelo largo y liso, vestía unos pantalones muy ajustados y una camiseta rosa de los Ramones. Sus ojos azules brillaron al verme.
—¡Ann!— Gritó saludándome con la mano.
—¡Mia!—Dije mientras salía del mostrador y la abrazaba.
—¿Trabajas aquí?—Preguntó confusa mientras sus largas pestañas parpadeaban atónitas.
—No te hagas la sorprendida conmigo.—Repliqué mientras hacia un mohín— No cuela.
Reímos como dos histéricas.
—Tengo que preguntarte una cosa.—Dijo poniéndose seria mientras jugueteaba con un mechón morado.— ¿Has estado en el local este fin de semana? No me importa si has estado pero has dejado todo revuelto, ¿Has hecho una fiesta y no me has invitado?
—¿Qué?—Dije perpleja.
—He llegado esta mañana con Eric y estaba todo desordenado, había mantas en el sofá, pizzas a medio comer y un montón de botellas esparcidas por el suelo.—Contestó.
Me quede horrorizada, ¿Quién podría haber entrado sin forzar la cerradura?
—¿Crees que ha vuelto?— Pregunté preocupada.
¡Di que no! ¡Di que no!
—No lo creo.—Dijo.—Mira Ann, sé que sin él nosotras no seriamos amigas y tal vez nunca nos hubiésemos conocido pero se fue, se fue hace mucho y no ha vuelto a dar señales de vida, ni siquiera a nosotros que lo conocíamos muy bien. No te ofendas, sólo estuviste con él un par de veces, no puedes entender esto pero si se fue es porque sería lo mejor.
—¿Lo mejor para quién?—Pregunté enfurruñada. No me importa que se fuera pero los amigos no están tres años sin llamarte, se cambian de número y se van sin dar una explicación.
¡Él no era tu amigo! Dijo una voz en mi cabeza.
—¿Te apetece que vayamos a comer juntas?—Preguntó.
—He quedado con Tay, vamos a ir al Centro.— Dije encogiéndome de hombros.
—Oh…—Dijo decepcionada.
—Sí quieres podemos quedar mañana.—Dije.
—Mañana empezamos la Universidad.—Dijo.
¡Mierda! Se me había olvidado, por eso Tay parecía tan triste, ya no íbamos a vernos en clase. Él se había matriculado en Bellas Artes para especializarse en Fotografía y yo me había matriculado en Literatura con Mia.
—Entonces podríamos ir juntas.—Propuse.— ¿Qué te parece?
—¿En esa chatarra?— Dijo señalando la moto aparcada que se veía desde el cristal.— Me niego, vamos en mi coche.
El coche de Mia era un Saab 93 blanco que tenía más pinta de niña de papá que de estrella del rock. Sus padres estaban forrados, su madre era la juez más respetada de los últimos años y su padre tenía algo así como un imperio de las finanzas. Resumiendo, dejaban hacer a Mia todo lo que quisiera y nunca estaban en casa. Algunos nacían con suerte.
—De acuerdo.— Dije.
—Annabelle, ¿has ordenado la estantería que te pedí?— Dijo Patrick que había entrado mientras hablábamos.— Margaret a veces se vuelve demasiado entusiasta y me deja todo como si hubiese pasado un pelotón hambriento.
—Me falta un poco.— Replique mirando a Mia con ojos acusadores.
—Nos vemos mañana Ann.— Se despidió mientras salía de la tienda ondeando su melena rubia.
Después de ver como su coche se alejaba fui a ordenar las estanterías del último pasillo bajo la atenta mirada del señor Clayton. Decidí empezar por ordenar de arriba abajo los estantes de la izquierda con la ayuda de un taburete. Mientras limpiaba divagaba debido a la visita de Mia, ¿es posible que Jace hubiera vuelto? ¿Y qué? Protestaba una voz en mi cabeza, ¿Qué cambiaría eso? Nada, absolutamente nada.
Se oyó un ruido sordo. Al final del pasillo un libro se había caído.
—¿Ocurre algo?— Escuché decir a Patrick.
—No, se ha caído un libro.—Contesté en voz muy alta.
Bajé del taburete y noté como mí alrededor comenzaba a girar y girar, llenándolo todo de colores y manchas difusas. Me pasé la mano por el pelo y esperé. Cogí el libro y eché un vistazo a la portada sin perder la página por la que se había abierto. Se trataba de El paraíso perdido de John Milton, comencé a leer:
" La potestad suprema le arrojó de cabeza, envuelto en llamas, desde la bóveda etérea, repugnante y ardiendo, cayó en el abismo sin fondo de la perdición, para permanecer allí cargado de cadenas de diamante, en el fuego que castiga; él, que había osado desafiar las armas del todopoderoso, permaneció tendido y revolcándose en el abismo ardiente, juntamente con su banda infernal, nueve veces el espacio de tiempo que miden el día y la noche entre los mortales, conservando, empero, su inmortalidad. Su sentencia, sin embargo, le tenía reservado mayor despecho, porque el doble pensamiento de la felicidad perdida y de un dolor perpetuo le atormentaba sin tregua. Pasea en torno suyo sus ojos funestos, en que se pintan la consternación y un inmenso dolor, juntamente con su arraigado orgullo y su odio inquebrantable. De una sola ojeada y atravesando con su mirada un espacio tan lejano como es dado a la penetración de los ángeles, vio aquel lugar triste, devastado y sombrío; aquel antro horrible y cercado, que ardía por todos lados como un gran horno. Aquellas llamas no despedían luz alguna; pero las tinieblas visibles servían tan sólo para descubrir cuadros de horror, regiones de pesares, oscuridad dolorosa, en donde la paz y el reposo no pueden habitar jamás, en donde no penetra ni aun la esperanza."
La muñeca me ardía, me quemaba, era un dolor lacerante que había llegado súbitamente, dejé que el libro se resbalará de entre mis dedos y volvió a caer, esta vez cerrado. Me llevé la mano derecha a mi muñeca que cada vez estaba peor. Se me estaba hinchando y poniéndose del color de la sangre, como una manzana envenenada.
—Patrick, ¡Patrick!— Llamé a gritos mientras notaba la voz estrangulada de dolor.
El señor Clayton llegó corriendo cogiéndose la boina para que no se le cayera, las mejillas se le habían puesto rojas y sus ojos estaban desorbitados.
—Mi niña, ¿Qué te ocurre?—Preguntó preocupado mientras me examinaba con la mirada.
—La muñeca —Musité— me duele mucho. Creo que me ha picado algo.
—Ven.—Dijo— Tiene muy mala pinta, acompáñame al almacén.
2. tatuajes
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El almacén estaba lleno de cajas desordenadas repletas de libros desgastados y pilas de dibujos se amontonaban encima de un pequeño escritorio de roble oscuro. El señor Clayton se dirigió al botiquín que colgaba de la pared y se puso a rebuscar mientras me sentaba con las piernas cruzadas encima del escritorio.
—Esta librería se cae a pedazos, no me extraña que te haya picado algo limpiando.—Dijo Patrick con un rollo de gasa en la mano.—Lo que más les gusta a los bichos es un buen trozo de madera vieja.
Mientras me vendaba, miré de reojo el reloj que llevaba el señor Clayton, ¡ya eran las dos! Taylor me estaría esperando. Me mordí el labio inferior, estaba impaciente por irme, hoy había sido un día de lo más extraño y sólo me apetecía ver a Tay. Patrick terminó de vendarme y me ofreció un caramelo de café que acepte con gusto. Estaba amargo. Hice una mueca y salté del escritorio.
—Patrick, ¿puedo irme ya?— Pregunté mientras cogía mi casco de debajo del mostrador.
—Pero, ¡que tarde es!—Exclamó Patrick mirando su reloj.— Por supuesto, si no estoy a la hora de la comida la señora Clayton me mata.
* * *
El nuevo centro comercial estaba a rebosar, familias enteras cruzaban sus puertas con la esperanza de encontrar un respiro a sus rutinas, mientras que, las parejas de enamorados paseaban junto a la fuente de la sirena, compartiendo algodón de azúcar con las manos entrelazadas.
Taylor y yo caminábamos observando los escaparates decorados con pomposos lazos, brillantina y colores pasteles, aquello parecía el mundo de Oz, sólo faltaba Dorothy y sus baldosas amarillas.
—He pensado que mañana podría pasar a recogerte.—Dijo Tay pensativo mientras me miraba con sus encantadores ojos marrones.
Se me cayó el mundo a los pies.
—Tay… Mia se ha pasado por la librería para ver si íbamos juntas mañana. No quiere ir sola.—Dije sabiendo que no había ido precisamente para eso.
Algo llamó mi atención por el rabillo del ojo y me detuve ante el cristal de OldBooks. Un seductor Dorian Gray me miraba tras el escaparate.
—¿Mia?— Dijo Tay irónicamente— Y ¿qué más quiere tu adorable Mia?
Su tono de sarcasmo me ponía de los nervios, siempre cuestionaba todo lo que hacía y con quien iba, creo que tenía miedo a perderme, pero eso no lo justificaba.
—¡Dios Tay!— Dije enfadada— Te molestas por nada, son mis amigos.
—¿Tus amigos?— Gritó Tay— Que yo sepa siempre he estado yo a tu lado y nunca he oído hablar de Mia y Eric hasta hace un par de años.
—Y Jace. —Dije tajantemente.
—¿Jace?— Dijo con voz estrangulada mientras su expresión pasaba de la ironía a la rabia— Es verdad, se me olvidaba tu antiguo novio. ¿Cuánto estuvisteis juntos? ¿Un mes? ¿Un par de días?
—Nunca fuimos nada. — Dije cortante.
— Pero tú le querías, ¿verdad?— Dijo sarcástico.
La bofetada sonó antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo. La gente se paraba a observarnos. Estaba harta y entré en la librería dejando a Taylor detrás. Después lo pensé fríamente, ¿Qué había hecho? Yo le quería pero a veces… era insufrible pero no podía volver para disculparme. Miré hacia la puerta. Tay no entraba y me dirigí al mostrador.
—Perdón, ¿Cuánto cuesta el libro del escaparate?—Pregunté.
Una mujer me miró analizándome tras unas gafas de estilo retro.
—¿El retrato de Dorian Gray?— Asentí— Quince dólares cielo— Dijo con un marcado acento sureño.— Pero si te lo llevas puedo hacerte un descuento.
Salí de la tienda con el libro bajo el regazo buscando a Tay con la mirada. Estuve deambulando largo rato hasta que me di por vencida. Taylor se había esfumado. Mi estomago rugía y decidí quedarme a comer. Subí a la segunda planta donde estaban los restaurantes y me puse en la cola de la nueva hamburguesería. Mi día no hacía más que empeorar.
—Aquí tiene.— Dijo una camarera sonriendo y observándome tras una gigantesca gorra del HappyBurguer.— Que tenga un buen día.
Sí… un buen día. Me senté en la mesa más alejada del restaurante y abrí el libro mientras picoteaba de las patatas. Comencé a leer:
"El intenso perfume de las rosas embalsamaba el estudio y, cuando la ligera brisa agitaba los árboles del jardín, entraba, por la puerta abierta, un intenso olor a lilas y el aroma más delicado de las flores rosadas de los espinos.
Lord Henry Wotton, que había consumido ya, según su costumbre, innumerables cigarrillos, vislumbraba, desde el extremo del sofá donde estaba tumbado -tapizado al estilo de las alfombras persas-, el resplandor de las floraciones de un codeso, de dulzura y color de miel, cuyas ramas…"
—Perdone.
Cerré el libro de golpe, alcé la mirada y me topé con la misma chica que me había atendido hace tan sólo un minuto.
—Te traigo esto. — Dijo mientras me dejaba un platito con una magdalena en forma de corazón.
—Yo… no he pedido nada.— Contesté extrañada, a la vez que guardaba el libro en la bandolera.
La chica se encogió de hombros y se marchó. Cogí la magdalena y le pegué un buen mordisco. Estaba deliciosa, con mermelada de frutos rojos en el centro, eran mis favoritas. Junto al platito había un pequeño papel doblado. Lo desplegué y leí la nota.
Tienes unos ojos preciosos, no te ocultes tras los libros.
L.B
¿L.B? ¿Quién era L.B? Paseé la mirada por la estancia y todo se volvió azul. Azul como el mar, azul como el cielo, azul como el hielo…
Sus ojos me congelaron, tenía una mirada penetrante y el pelo negro cayendo por su frente, me guiño un ojo y sonreí sintiéndome estúpida.
¡Por Dios! Acababa de discutir con Tay. Mi cabeza estaba hecha un lio y sólo deseaba marcharme. Me levanté de la silla y cogí la bandolera. Unos ojos azules me siguieron hasta la salida ¡Qué incómodo era!
Busqué las llaves de la moto mientras me dirigía al aparcamiento. ¡Mierda! Tay se había llevado mi casco. Arranqué. La velocidad, la brisa en mi rostro me hizo recordar la primera vez que monté en moto hacía tanto tiempo… ya iba siendo hora de borrar el recuerdo de Jace para siempre. De repente, sin previo aviso, un gato cruzó la avenida haciéndome perder el control del manillar. Un dolor agudo me atravesó la muñeca y miré asustada como me precipitaba al carril contrario. Los neumáticos chirriaron a la vez que tiraba del freno. Se bloquearon las ruedas de atrás. ¡Maldición! Un volvo plateado venía de frente.
Chillé.
No pude evitar el golpe. Salí propulsada del asiento dándome de bruces contra la carrocería. La moto fue a parar debajo del motor que estalló en una fuerte explosión. La gente gritaba y pedía ayuda. Rodé hasta el suelo notando como la cabeza me daba vueltas, mareándome y dejándome confusa. Un hombre con la ayuda de una palanca, logró sacar a rastras al conductor del vehículo. No podía moverme, sólo podía ver desde el suelo. Cada vez me costaba más permanecer despierta. Vi como las llamas crecían y el calor me abrasaba, escuché como alguien gritaba mi nombre, vi unas botas de cuero que se acercaban corriendo y me levantaban en brazos, vi un gato negro observándome desde el final de la calle con sus profundos ojos azules… después ya no vi nada.
La música me mareaba, había demasiado ruido, demasiada gente desconocida. Las copas tintineaban haciendo que las burbujas del champán parecieran perlas a la luz de la lámpara de araña. Quería salir de aquella habitación atestada de perfume y risas estridentes, pero mi vestido no me dejaba moverme. Un reflejo pelirrojo se acercaba entre la multitud. Una joven idéntica a mí salvo por su vestido azul enjoyado, trataba de ayudarme a salir.
—Emily, te he estado buscando.—Dijo la joven preocupada.— He descubierto una cosa sobre Luke, una cosa horrible.
De repente los cristales que rodeaban el salón estallaron y la música fue sustituida por los gritos de la multitud que huía al jardín. Alguien gritó el nombre de Amanda, la joven idéntica a mí se giró y salió despavorida. En un descuido, el collar de la joven se había soltado, lo recogí del suelo.
—¿Qué estás haciendo? Dame ese collar— Ordenó una voz profunda que surgió a mis espaldas.—Suéltalo.
Me giré y pude toparme con él, cara a cara, sus ojos azules llenos de dolor fueron lo último que vi, antes de notar como el dibujo del medallón se marcaba en mi piel, dejando la silueta de una luna en la palma de mi mano.
Desperté dolorida y lo primero que observé fue un techo blanco desgastado lleno de grietas y manchas de humedad, la cabeza me daba vueltas. Parpadeé un par de veces hasta que me acostumbré a la luz. Estaba conectada a un gotero y no podía moverme, ¡Dios! ¿Qué había ocurrido? De pronto recordé, la moto, el fuego, el gato y algo más… imágenes de un baile llegaron a mi memoria, las copas, las ventanas rotas… y el collar…
Miré temblorosa hacia la palma de mi mano, ahí donde el medallón se había marcado y vi asustada como la silueta de una luna en carne viva había aparecido de la noche a la mañana. Grité horrorizada mientras saltaba de la cama haciendo que la aguja intravenosa, que tenía en el brazo, se saliera dejando un fino hilo de sangre. Acto seguido se abrió la puerta entrando una enfermera seguida de mi madre echa un manojo de nervios. Al verme allí, de pie, descalzada, con el camisón, pálida y sangrando rompió a llorar. La enfermera se acercó y me puso un algodón tapándome la vía mientras llamaba al doctor por el telefonillo.
—Es un milagro que estés bien.— Dijo mi madre secándose las lágrimas que caían desbordadas.— Creía que nunca despertarías.
Me quedé paralizada. ¿Despertar?
—Has estado en coma cariño.— Dijo la enfermera.— Tres semanas para ser exactos.
¿Tres semanas?
—¿Y esto?— Pregunté dejando al descubierto la palma de mi mano.
Mi madre soltó un suspiro de indignación.
—¿No te acuerdas?— Dijo mi madre enfadada.
—Es posible que con la caída olvidaras algunas cosas, como hacerte ese tatuaje.— Dijo la enfermera mirándome con compasión.
—¿Tatuaje?—Repliqué extrañada.
—Y al parecer, te hiciste dos.— Dijo mi madre resignada.— ¿Porqué no pediste permiso? Sé que eres mayor de edad pero al menos podías habérmelo dicho.
—¿Dos?— Dije casi en un susurro.
La enfermera se acercó y fue quitándome las vendas de mi muñeca izquierda, unas vendas en las que no había reparado, serían las que me puso el señor Clayton cuando me picó aquel bicho. El último trozo de gasa cayó al suelo y dejo al descubierto una segunda marca, un sol con los rayos envolviendo el contorno de mi muñeca hasta juntarse en la palma de mi mano izquierda. Pero… ¡qué demonios! ¡¿Una luna en una mano y un sol en la otra?! ¿Seguiría soñando? ¿Qué medicamentos me habían dado?
Se escuchó un chasquido en la puerta y entró el doctor con su inconfundible bata blanca y una carpeta bajo el brazo.
—Aquí está nuestra paciente favorita.— Dijo sonriendo.— Seguro que Leslie ya le ha puesto al corriente verdad.
—Por supuesto doctor.— Dijo la enfermera.
Debía de ser Leslie.
—Tuviste un accidente con la moto.— Aclaró el genio del doctor que me estaba poniendo nerviosa con tanta sonrisita.— Ingresaste con un par de costillas rotas, la pierna derecha fracturada y una contusión en la cabeza. Esto último es lo que debió de provocar que no despertaras enseguida. Pero bueno, aquí estás, sana y salva, menos mal que te trajo aquel chico.
—¿Taylor?—Pregunté mientras me sentaba en la camilla.
—No hija.— Contestó mi madre— Ya le pregunte si había sido él cuando vino a verte, pero me dijo que no. Debió de ser el mismo desconocido que te trajo esas flores.
Señaló hacía un jarrón, en el que todavía no había reparado.
¡Oh no! No podía ser.
Me acerqué con cautela hacia el jarrón de tulipanes rojos, tulipanes rojos… era imposible que fuera él. Cogí la tarjeta, estaba temblando de la excitación.
Me debes una caja de canciones.
El mundo había desaparecido y sólo existían los trazos negros del grafito, esas palabras… "me debes una caja de canciones", hicieron que mi mente volara hacía recuerdos que creía enterrados.
Me desmayé.
3. tulipanes rojos
Paseábamos por el parque, como cualquier otro día después de un ensayo. Jace y Mia iban delante hablando sobre los nuevos grupos que querían escuchar, yo estaba más alejada al lado de Eric.
—Es increíble, ¿verdad?— Dijo él.
—¿Perdona?— Contesté.
—Jace.— Contestó Eric— Estando a su lado hace que te sientas importante, siempre lo he pensado, transmite una fuerza con la que los demás sólo pueden soñar.
Me quedé mirándolo fijamente, era cierto, Jace transmitía todo lo que a mí me gustaría ser, la vida que quería vivir. Decididamente estaba fascinada, incluso desde atrás llamaba la atención, la camiseta se marcaba a su espalda y su pelo castaño… pero sobretodo eran sus ojos los que hacían que me diera un vuelco el corazón. Fue en ese mismo instante cuando se dio la vuelta.
Despierta.
Nos miramos como siempre, como si fuera la primera vez que nos viéramos. Aparté la mirada, ¿Por qué jugaba conmigo? Acaso ¿era eso lo que le gustaba? Que me pusiera nerviosa, que mi respiración se acelerara cada vez que andaba cerca. ¿Le parecería divertido? Al fin y al cabo todavía era una niña, ¿ese era su juego?
Despierta.
Jace se acercaba a mí sonriendo, mientras escondía un mechón de su cabello tras su oreja, con paso dudoso, vacilante.
—¿Qué?— Preguntó.—¿Te está aburriendo mucho?
—Perdona no soy yo quien viene a molestar.—Dijo Eric.— Qué sepas que estábamos hablando de cosas que tú no entenderías.
Eric le guiño un ojo y con una sonrisa picara fue caminando hacia Mia, dejándonos solos.
—Vamos a coger mesa en Tokio, a estas alturas estará todo cogido.—Gritó Mia mientras arrastraba a Eric del brazo.
—Nos vemos ahora.—Gritó Eric.
Despierta, por favor.
La luna empezaba a salir y el parque fue quedándose cada vez más vacío. Jace andaba a mi lado sin decir una palabra, era una situación bastante incómoda.
—¿Cómo te encuentras?— Preguntó Jace.
—Bien.—Contesté encogiéndome de hombros.
—Ya sabes, con lo que pasó con tu padre, pensé que quizás quisieras hablar.—Dijo él.
—No.
Me quedé fijamente mirando las flores, unos narcisos preciosos.
—No creo que te gusten los narcisos de verdad, esas flores representan todo el egoísmo humano.—Susurró tan cerca de mi oído que podía notar sus labios en mi cuello.
Me aparté.
—¿Sabes el significado de las flores?— Reí.—No pensaba que fueras esa clase de chicos.
—Espera aquí.—Ordenó.
Volvió enseguida con una única flor en la mano.
—¿Qué haces?—Pregunté.
—Encontrarte una flor que se adecue más a ti.— Contestó.
—Y ¿es un tulipán rojo?— Dije mirándolo inquisitivamente.—¿Qué significa?
Jace levantó la cabeza mirándome mientras me tendía la flor.
—Amor eterno.
Annabelle, por favor despierta, te quiero.
Abrí los ojos. La luz me cegó por un instante, ¿Dónde estaba?
—Annabelle, Annabelle.— Escuché.
—¿Tay?
De pronto lo vi, inclinado encima de mí, con su mano en mi mejilla. Tenía los ojos rojos e hinchados de tanto llorar. Me abrazó tan fuerte que no podía respirar.
—Tay estoy bien.—Dije.
—¿Bien? ¿Bien?— Contestó con los ojos vidriosos— No sabes todo lo que he pasado, creía que nunca despertarías, me llamaron del hospital y vine corriendo, no sabes cómo fue verte sangrando en la camilla. Y lo único en lo que pensaba fue en cómo te traté, lo siento tanto.
—Tay, olvidémoslo.—Dije— También fue culpa mía, no tendría por qué haberme afectado tanto, me pasé, no debí abofetearte, no sé lo que me pasó.
—Mira.- Dijo sonriendo— Te he comprado algo.
Taylor se levantó, entonces pude apreciarlo mejor, en el tiempo que estaba en el hospital se había cortado el pelo dejando su nuca al descubierto y llevaba una camiseta verde lima desgastada, parecía derrotado. Cogió un paquete de su mochila y me lo tendió. El envoltorio estaba arrugado, seguramente lo tenía guardado desde hace tiempo.
—¿Y esto?— Pregunté.
—Ábrelo.— Contestó impaciente.
Era un conejito de peluche, blanco como la nieve, con la naricita rosada, me encantó. Le acaricié las orejitas y lo abracé con todas mis fuerzas.
—Te quiero.— Le dije mientras me levantaba y le abrazaba.
Me besó.
—Y yo a ti…—Dijo— Y al señor…
—Señor Nata.— Contesté sonriendo alzando al conejito.
De golpe se oyeron gritos en el pasillo, alguien estaba discutiendo. Dejé el peluche en la mesita y fuimos a ver qué pasaba. Un enfermo amenazaba a Leslie con un bisturí, las enfermeras salían corriendo a pedir ayuda pero nadie acudía. El enfermo empezó a gritar incoherencias.
—Necesita ayuda.— Supliqué a Tay.— Ve a buscar al doctor, yo no puedo deambular por ahí.
—Enseguida vuelvo, pero prométeme que vas a volver a la habitación y no vas a salir pase lo que pase. — Dijo muy serio, mirándome a los ojos.
—Si.— Asentí.
Salió corriendo por la escalera de emergencia.
—No quiero hacerlo, de verdad pero no tengo más remedio, me obligan a ello.—Dijo el enfermo.— ¡Cállate! Lo estas estropeando, claro que quieres hacerlo.
¡Oh no! Debía de ser algún paciente con esquizofrenia. El hombre llevó el bisturí al cuello de Leslie mientras la pobre enfermera sólo podía chillar y sollozar. ¿Es que nadie iba a hacer nada? Sin pensarlo, me adelanté con paso decidido y sólo se me ocurrió cogerle del brazo para apartarle. De pronto lo vi, una sombra negra como el carbón con los ojos inyectados en sangre y garras como las de un animal salió del cuerpo de aquel hombre marchito. La sombra se quedó mirándome y se abalanzó hacia mí. Chillé de terror y se evaporó, sin más, al acercarse. ¿Qué demonios había ocurrido? El hombre cayó al suelo, destrozado. Leslie temblorosa se llevó una mano a su cuello y cayó de rodillas junto al hombre. Se escucharon respiraciones aceleradas en la escalera. El doctor llegó hecho un mar de preocupación, Taylor iba tras él. Se abalanzó a por el enfermo y lo puso en una camilla.
—¿Estás bien?— Le oí preguntar al doctor a Leslie mientras la ayudaba a levantarse.
—Sí.—Contestó la enfermera.— Sólo es un arañazo superficial, pero no sabía que iba a pasar, estaba como poseído, si no llega a ser por Annabelle…
—¿Es eso cierto?— Me preguntó el doctor.
Asentí.
—Te dije que te metieras en la habitación.—Dijo Tay.
—Lo siento.—Dije mientras me acercaba a la camilla del hombre.
Parecía tan trastornado, tan asustado. Me dio pena. Abrió los ojos al notar que estaba cerca, me miró. No eran los ojos de un loco, sino de una persona bondadosa, intentó hablar pero le falló la voz. Me cogió de la mano y susurró "gracias". Vi como se lo llevaban a la habitación contigua. Se me partió el corazón.
—Annabelle Rose Evans.—Dijo el doctor mirándome fijamente y sonriendo.— Contigo quería yo hablar, entremos a la habitación por favor.
Entramos los tres, Taylor se sentó en el sillón de color mostaza, el doctor se quedó de pie y yo me senté en la camilla, impaciente por saber que quería decirme
—Los resultados de las últimas pruebas están en orden, hemos avisado a tu madre para que venga mañana a recogerte.—Prosiguió.— Te damos el alta, es tu última noche aquí.
Miré a Tay con alegría.
—¿Se puede quedar?— Pregunté al doctor señalando a Tay.—Necesitaré ayuda con mis cosas.
—Desgraciadamente las normas son las normas.—Dijo el doctor.— Las horas de visita acabaron hace veinte minutos. Mañana vendrá tu madre y te ayudará.
Miré a Tay de reojo, éste se encogió de hombros.
—No pasa nada, estás bien y vuelves a casa.—Dijo.— Eso es lo que importa. Nos vemos mañana, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.—Contesté y ambos salieron por la puerta, dejándome a solas para pensar en lo ocurrido.
¿Me había imaginado la sombra? ¿Leslie la habría visto? A lo mejor me estaba volviendo loca y yo no lo sabía, ¿y si el golpe en la cabeza me había afectado? Me miré las manos comprobando horrorizada que los símbolos seguían ahí, una luna y un sol, ¿Qué significaba todo esto? Necesitaba un cigarrillo ¿Cuánto hacia que no fumaba?
Me puse mi chaqueta encima del camisón y cogí mi cuaderno y un paquete de cigarrillos. Salí por la puerta intentando que no me vieran las cámaras, pasé por la habitación contigua y eché una ojeada, no había ni rastro de la persona loca que había atacado a Leslie, en su lugar pude ver la silueta de un hombre durmiendo plácidamente. Seguí mi camino por la maraña de laberintos en la que se componía la estructura del hospital y salí por la puerta. Que descanso. Las estrellas brillaban más que nunca y el ambiente estaba rodeado de silencio y tranquilidad, sólo rota por el sonido de los grillos. Me encendí un cigarro e inhalé disfrutando de un momento en calma. Abrí mi cuaderno y comencé a escribir:
Fuego, amor, Llamas de eterna pasión,
Olvidadas por el tiempo de una única voz.
Sombras nacen de nuestro amor.
Me olvidaste, te alejaste, me apartaste de tu lado
Esperando una respuesta que nunca llegó.
Eres una sombra en mi corazón…
Eres un recuerdo que nunca se borró…
Eres mi luna y yo tu sol.
4. el monstruo bajo la tormenta
A la mañana siguiente, me encontré sola en la habitación, todavía era temprano, tenía tiempo de arreglar las cosas. Por fin después de tantos días podía relajarme y echar una ojeada a los regalos que descansaban en la mesita de noche. Cogí la bandolera y metí al Señor Nata en un bolsillo. Patrick me había mandado un ejemplar de Jane Eyre que tenía a medio leer, dentro había una dedicatoria "La librería está muy aburrida sin nadie que ojee las estanterías. Mejórate." ¡Que dulce! Guardé el libro y pasé al siguiente, Eric y Mia me habían regalado un CD de Pink, había un pósit pegado a la tapa "La música revive a los muertos", sin duda era obra de Eric, ¡muy gracioso! Por último estaba ese regalo que había aparecido por arte de magia, como en un sueño. Los tulipanes seguían intactos, conservando su eterna frescura, toqué los pétalos con la yema de los dedos, eran tan suaves, tan delicados. Me llevé la carta que lo acompañaba a los labios imaginándome que estaba ahí, conmigo. Se oyó un golpe en el armario. Mi madre había entrado sigilosa y estaba recogiendo mi ropa.
—Tenemos que darnos prisa, he dejado el coche mal aparcado.—Dijo.
—Ya voy mama.—Contesté.— Sólo me falta guardar esto.
Cogí el jarrón, no lo podía meter en la bandolera e iba a irme cuando me fijé en un paquete que había estado oculto tras las flores. Le di el jarrón a mi madre y abrí la caja roja, el olor de la masa recién cocida y las fresas hicieron que se me abriera el apetito. El paquete estaba lleno de mis magdalenas preferidas. Leí la nota con la firma, debí de haberlo supuesto, mismas magdalenas mismo chico. L.B volvía a aparecer.
El viaje en coche fue aburridísimo, la radio dejó de funcionar a mitad de camino y conforme nos acercábamos a casa se producía un sutil cambio en mi madre. Durante mi estancia en el hospital había asumido su responsabilidad de cuidarme, parecía una persona más segura, ahora pequeñas barreras se iban derrumbando, vi como fruncía los labios.
—Mamá ¿te pasa algo—- Pregunté preocupada.
—Sólo estaba pensando—Dijo— Nada de lo que tengas que preocuparte.
Bajamos del coche en silencio, y subimos por las escaleras, como siempre el ascensor estaba averiado. Mi madre abrió y entré primero.
—¡Sorpresa!—Gritó Mia.
Me quedé paralizada, no me lo podía creer, estaban Tay, Eric y Mia con globos y un cartel de bienvenida. Era la primera vez que alguien me preparaba una fiesta. Rompí a llorar y mi madre me abrazó. Me sequé las lágrimas.
—¿Lo sabías?— Le pregunté a mi madre.
—Claro cielo, ¿Cómo crees que habrían entrado?—Dijo.— Tu amiga no paraba de insistir, al final tuve que dejarlos.
—Sabes que no acepto un no por respuesta.—Dijo Mia con cara de inocente.
—Lo sé.—Repliqué.
Eric me abrazó con todas sus fuerzas y me levantó en volandas. Incluso sin verlo sabía que Taylor estaría mirando con cara de pocos amigos. No lo entendía.
—Ay… nuestra kamikaze ha vuelto, ya te dije que no podías conducir borracha, ¿Qué habías bebido? ¿Whisky? —Preguntó Eric mofándose de mi— Tienes que darme un poco de lo mismo.
—Eres idiota.—Dije haciendo una mueca.
—Y tú pareces una encantadora damisela cuando haces esa cara.—Dijo riéndose.
Tay se acercó por detrás y me cogió de la cintura. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
—¿Cómo te encuentras?—Preguntó.
—Bien.—Contesté.—Sorprendida de que hayas participado en esto.
—No iba a perdérmelo.—Replicó sonriendo.
Tocaron a la puerta. Fui a abrir. Un chico joven de unos veinte años estaba de pie en el umbral de la puerta. Llevaba tres cajas cuadradas y en el letrero de su camisa se leía "Italian Pizza"
—Ya están aquí.—Gritó Eric.
Tay se acercó y me apartó de la puerta.
—¿Cuánto es?—Preguntó.
—Veinticinco dólares.—Dijo el chico de las pizzas.
Tay se llevó la mano a su bolsillo y sacó un fajo de billetes. Me quedé pálida, hasta donde yo sabía Tay ahorraba todo lo que podía, que no era mucho. ¿De dónde había sacado tanto dinero? El repartidor le dio las pizzas y se fue.
—¿De qué son?— Preguntó Mia.
—Una de pepperoni, una barbacoa y otra de queso.—Contestó Tay molesto.— ¿a la señora le gusta?
—Pues claro.—Contestó sonriendo de oreja a oreja mientras cogía una gran porción de barbacoa.
¿Por qué tenía la impresión de que acababan de coquetear? Nos sentamos a la mesa. Mi madre había sacado un par de Coca-Colas y parecía preocupada, más bien creo que estaba nerviosa, nunca habíamos tenido invitados y estaba haciendo un esfuerzo por ser agradable.
—¿Cómo te va el curso Taylor?— Preguntó mi madre.
—Muy bien señora Evans, aunque he de admitir que no tengo muchos trabajos ahora, casi siempre evalúan las practicas que hacemos allí directamente.— Contestó Tay con la boca llena de pizza.
—Me alegro mucho hijo.—Dijo mi madre intentando no reprenderle por su digamos, falta de educación. No pude evitar reírme. Mi madre me echó una mirada fulminante de esas que dicen cállate estás metiendo la pata.
Cuando ya hubimos acabado con los temas de conversación y la comida, hubo un silencio incomodo sólo perturbado por las miradas de soslayo que se echaban unos a otros.
—Decidlo ya, no quiero estar toda la noche así.— Dije.
—Es que no lo entiendo hija, ¿como ocurrió?—Preguntó mi madre.
—Pues…—Intenté recordar.— Me monté en la moto e iba normal hasta que… un gato se cruzó por en medio de la calle y perdí el control.
—¿Todo por un gato?—Preguntó Eric— Yo me hubiese hecho unos guantes con él.
—¡Eric! No tienes corazón— Dijo Mia escandalizada.
De pronto Taylor se levantó haciendo temblar la mesa.
—¿Qué te has hecho?— Dijo horrorizado.
—¿Cómo?— Pregunté confusa.
—Tus brazos, las muñecas, ¿Cuándo te has hecho eso?— Preguntó señalándome.
¡Oh dios! Me había visto las marcas, no me acordaba de ellas.
—La verdad es que no lo recuerdo.— Admití.
—La enfermera dijo que con el golpe podría haber olvidado algunas cosas.— Aclaró mi madre intentando poner orden.
—¡Me encantan!— Dijo Mia acercándose y poniendo su mano sobre mi muñeca.
Todo ocurrió muy deprisa. La estancia cambió sobresaltándome, me encontraba en un sitio oscuro y frio, y lo peor de todo era que no estaba sola. Una niña rubia de no más de cinco años lloraba y pedía ayuda. A su lado había otro niño tendido en el suelo con un charco de sangre alrededor. No se movía. Los padres entraron en la habitación ajenos a mi presencia. La madre corrió a socorrer al niño, pero ya estaba muerto.
—Mia, Mia, ¿Quién ha sido?—Preguntó su padre zarandeándola.
La niña señaló hacía la ventana donde se desataba la tormenta.
—El monstruo papi.
—Ann, ¿Te encuentras bien?—Preguntó Mia.
—Sólo necesito descansar, ha sido un día duro.—Dije.
—Vale, creo que pillamos la indirecta.—Dijo Eric.
—¿Nos vemos mañana?— Preguntó Tay.
—No lo sé, te llamo.—Dije.—Por cierto Mia, ¿Cuándo empiezo las clases?
—Tendrás que ir mañana a hablar con el profesor Hoit, creo que te ha quitado de sus clases— Dijo.
—¿Qué?— Contesté indignada.
—Como te perdiste el primer mes, creo que le han dado tu plaza a otra persona.—Dijo disculpándose.
—¿Y cuándo pensabas decírmelo?—Pregunté.
—Lo siento, no había visto el momento.— Contestó.
—Ahora sí que necesito descansar.— Dije.
—Nos vemos mañana, no te preocupes ahora por eso.— Se despidió Mia.
—Hasta mañana pelirroja— Dijo Eric.
—Que duermas bien, mañana te llamo cuando acabe las clases.— Dijo Tay y me dio un pequeño beso de despedida.
Cerré la puerta.
—Ha ido mejor de lo que pensaba.—Dijo mi madre desplomándose en el sofá verde oliva que estaba raído.
—Creo que ambas nos tendríamos que ir a dormir.—Repliqué viendo su cara. Parecía agotada.
—Buenas noches cielo.—Dijo.
—Buenas noches mamá.
Entré en mi cuarto, después de tanto tiempo, todo seguía igual, ni siquiera había limpiado. Abrí las ventanas para que corriera el aire. Me desvestí y me tumbé en la cama. ¡Dios! ¿Qué me estaba pasando? Esas sombras, esa visión… No dejaba de darle vueltas a lo mismo, ¿es posible que algo fallara dentro de mí? ¿Qué no estuviera del todo cuerda? Seguí haciéndome estás preguntas hasta que estuve demasiado cansada para pensar y me quedé dormida.
5. sólo una oportunidad
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Los rayos del sol anunciaban un nuevo día como sólo ellos sabían hacer, despertándome de mis ensoñaciones, arrancándome de las sábanas y poniéndome en pie. Hoy era la primera vez que iba a la Universidad, tenía que resolver el pequeño "problemilla" que me había mencionado Mia la noche anterior. Al pensar en ella, la imagen de un niño desangrado se formó en mi cabeza. Tenía que despejarme.
Me metí en la ducha sintiendo como los malos recuerdos iban resbalando por mi piel, liberándome de nuevas pesadillas. Me enrollé en la toalla y me sequé el pelo con el secador. Daba gusto estar de nuevo en casa, en el hospital sólo podía secármelo con una toalla y siempre estaba congelada. Elegí un vestido de vuelo blanco y me puse la cazadora de piel mientras cogía unas magdalenas de la cocina. Ya estaba lista para irme.
Como no tenía ya la moto, había quedado destrozada después del accidente, tardé más de lo que esperaba pero al fin, después de cruzar el semáforo, pude ver las verjas negras que rodeaban el campus.
La Universidad había sido en un primer momento una catedral de origen renacentista. Su estilo gótico se podía ver en los arcos ojivales que formaban las ventanas y en las columnas y capiteles. Aquello parecía sacado de otra época, de una obra de Shakespeare quizás. Me dirigí hacia recepción a toda prisa, la gente iba y venía con los brazos llenos de libros, algunos paseaban escuchando música, otros simplemente se limitaban a pasear cruzados de brazos. El recepcionista era un hombre de mediana edad y mandíbula cuadrada con aspecto de aburrimiento.
—Buenos días.— Saludé.
—Buenos días.—Contestó sin levantar la cabeza de los papeles.
—Me llamo Annabelle Evans, estoy buscando al profesor Hoit.— Dije.
—Segunda planta a la izquierda, junto a la biblioteca y las escaleras, puerta número tres.— Contestó automáticamente.
—Gracias.— Dije.
Me encaminé hacia las escaleras que se encontraban a mitad del corredor, una vez arriba me paré, no recordaba por donde me había dicho. ¿Izquierda o derecha?
De pronto lo vi, alto, de pelo castaño, ojos negros, Jace. Corrí hacia él gritando su nombre intentando alcanzarle. Creo que me llevé varios empujones. Le cogí del brazo y se dio la vuelta. No era él. Me quedé paralizada, muerta de la vergüenza y la rabia, lo había visto, sé que lo había visto.
—Perdona lo siento.— Tartamudee cohibida.— ¿Sabes dónde se encuentra el despacho del profesor Hoit?
El chico me miró alzando una ceja, con cara de incredulidad.
—Lo tienes justo enfrente.— Contestó señalando a una puerta de madera detrás de él y siguió su camino.
Tomé una bocanada de aire y me dirigí hacia la puerta. Toqué y entré. El despacho olía a desinfectante y estaba pulcramente ordenado. Las estanterías estaban llenas de libros y enciclopedias, los lápices recién afilados y ni un papel fuera de la papelera. En la mesa descansaba una taza de café recién hecha y un portátil abierto. Tras él se encontraba el profesor, sentado, mirando la pantalla fijamente con los brazos cruzados. Pude apreciar que se trataba de un hombre ya anciano, con una calva bastante pronunciada.
—¿Quién se atreve a molestarme en la hora de mi descanso?— Preguntó mientras cerraba la tapa del portátil.
No me esperaba esa reacción.
—Me llamo Annabelle Rose Evans, estoy matriculada en Literatura pero he estado en el hospital desde comienzos del curso y una amiga mía me dijo que podrían quitarme la plaza.
Se quedó mirándome de arriba abajo, como si considerara distintas opciones.
—Absolutamente eso es falso, una calumnia.— Dijo el profesor.
Suspiré aliviada.
—No te podríamos quitar la plaza, directamente no hay nada que pensar, ya no la tienes.
—¿Qué?— Pregunté consternada.
—Está universidad es muy prestigiosa, son muchas las personas que quieren entrar y no podemos permitir que haya un asiento vacío.— Dijo después de tomar un sorbo de su café.
—Pero no vine porque no quisiera estar aquí, mi sueño siempre ha sido estudiar en esta universidad, ¡tuve un accidente! ¡He estado en el hospital! ¡En coma!— Protesté enfadada e indignada.
—No es mi culpa que hayas estado durmiendo en una cama de hospital, en esta universidad no aceptamos a gente de mala calaña.— Dijo con una calma que rozaba la lentitud.— Seguro que ibas ebria al volante, la juventud cada vez está más salvaje, y el problema es de los padres. ¿Tu padre te enseño disciplina?
Le tiré el café por todo el portátil, hasta la última gotita. Empezó a echar pequeñas chispas azules y volví a dejar la taza con suma delicadeza.
—Mi padre está muerto.— Dije sonriendo.— Gracias por dedicarme su tiempo señor.
Después salí de la estancia pegando un portazo.
¿Qué se había creído ese vejestorio? ¿Qué podía venir e insultarme a la cara? ¿Insultar a mi familia? La adrenalina recorría todo mi cuerpo, si había alguna opción de entrar ya me la había cargado, pero me había puesto tan furiosa…
Me dirigí a la biblioteca, ya que era mi único día en la universidad no podía irme sin verla. Era impresionante, nada que ver con la vieja librería del señor Clayton. Las estanterías formaban pequeños laberintos donde podías perderte y había mesas alargadas de roble con pequeñas lámparas doradas y verdes para sentarte y estudiar. Pero lo más increíble de todo era el techo, estaba formado por una bóveda sexpartita y en el centro justo se erguía una gigantesca cúpula de cristal.
Paseé entre las filas de libros, buscando alguno que me llamará la atención. Un grupito de chicas reían tontamente al final del pasillo. Me acerqué. Estaban fumando hierba. Me miraron con cara de lárgate-de-aquí y me di la vuelta por donde había venido. Había gente estúpida en el mundo. Y pensar que ese grupito estaba en la Universidad y yo no, hacia que se me revolviera el estómago. Me dirigí hacia la letra de la A-L, esperaba encontrar "El cuervo" de Lord Byron.
Nada.
—Perdona, ¿necesitas ayuda?— Escuché preguntar a mis espaldas.
Era un chico joven, un poco más mayor que yo, de unos veintidos más o menos. Me miraba atento con sus ojos verdes tras unas gafas Ray-Ban de estilo antiguo, esperando sin duda una respuesta. Se pasó la mano por su cabello castaño claro.
—Sí, estoy buscando "El cuervo"…
—¿De Byron? No tenemos nada ahora mismo pero si me dejas tu carné de estudiante puedo avisarte la primera.
—Técnicamente no soy estudiante, estaba matriculada pero he tenido unos problemillas y ya no tengo plaza.— Dije a modo de disculpa mientras me remangaba las mangas de la cazadora. Aquí hacía mucho calor.
—¿Qué es eso?— Preguntó conmocionado, en un susurro, señalándome las marcas de mis muñecas. ¡Mierda! Tendría que ir toda la vida con pulseras o algo para tapármelas.— No hables aquí, vamos, conozco un sitio donde no nos escucharán.
¿Por qué tanto secretismo? Me cogió de la mano y me condujo por interminables filas de libros. Pasamos de la L a la Z, debíamos de estar ya cerca. De repente se paró en seco frente a la pared de piedra. ¿Se había equivocado de camino? Seguro que sí, tenía pinta de ir despistado. El chico, que todavía no se había presentado, miró a ambos lados antes de sacar un cordel que tenía atado al cuello. De un extremo colgaba una llave dorada, antigua y oxidada. Se acercó más a la pared. ¿Qué pretendía? Se escuchó un chasquido metálico y abrió una puerta que se encontraba oculta. Me quedé fascinada. Ahora que me fijaba bien, se podía observar el contorno de la puerta en la pared pero a simple vista pasaba desapercibido.
Entramos a la sala.
Era gigantesca y estaba iluminada por una lámpara de araña en el techo llena de velas blancas. Las paredes estaban llenas de escudos y repisas con libros polvorientos y tarros de cristal que olían a romero y lilas. Entraba luz por una ventana con vidrieras de colores que pintaban el suelo. Vi que había una alfombra enorme con estampados plateados.
—¿Qué es este lugar?— Pregunté curiosa.
—Mi estudio, aquí paso las horas muertas, nadie lo sabe y quiero que siga siendo así.—Confesó mientras me miraba.— Me llamo Spencer, soy el bibliotecario.
—Soy Annabelle, trabajo en una librería.— Contesté.— ¿Por qué no podemos hablar fuera?
—No sabes que son esos símbolos, ¿verdad?— Preguntó claramente emocionado.
—Aparecí así una mañana.— Dije.
Se puso a rebuscar por los libros frenéticamente. Mientras se llevaba una y otra vez la mano a la cabeza.
—Mis padres eran teólogos, creían en las profecías, las maldiciones, los ángeles y los demonios. Una vez cuando era pequeño, me contaron que cuando fuera mayor aparecerían los besados por el ángel ante mí para que los adiestrara en las artes.— Dijo emocionado.— No creí que fuera cierto hasta este momento.
—Y no creo que sea cierto ahora.— Dije algo escéptica.
Tocó el timbre.
—Dame una oportunidad.— Me miró suplicante.— Nos vemos a las seis en mi casa, en Blossom Avenue, el número 2.
Me quedé un momento pensativa, pero Spencer seguía mirándome con ojos de cordero degollado.
—De… de acuerdo.— Contesté, más confusa que nunca.
6. el beso de udriel
De camino al trabajo me encontré a mi misma considerando lo que había dicho Spencer, ¿era posible que fuera cierto? No, ni loca. Entonces, ¿Por qué tenía dudas? Sabía que algo me estaba pasando, las visiones, los sueños, la sombra… Al pensar en la sombra me recorrió un escalofrío por la columna. Miré hacia atrás. Me estaba volviendo loca, ya lo había pensado antes, pero ahora no tenía ninguna duda. Y había más gente loca de la que yo pensaba. Toda esa historia de Spencer sobre que se le aparecerían una especie de elegidos, parecía sacado de una secta e inculcar esas ideas a un niño…en fin, no sabía que pensar desde luego.
Sonó mi teléfono. Era Taylor.
—Dime.— Contesté.
—Quería saber qué tal te había ido, he oído por ahí que una alumna pelirroja había destrozado el portátil del profesor Hoit.— Se escuchó tras el telefonillo.
—Dile a tus amigos que los rumores son ciertos.— Contesté.
—Ann, ¿Por qué lo has hecho?— Preguntó Taylor.— Ahora sí que no te admitirán, ¿Qué vas a hacer?
Suspiré.
—Le diré a Patrick si puedo trabajar ahora también por la mañana, le dije que cuando empezara con el curso le echaría una mano por las tardes. Te dejo, estoy en la puerta.
—De acuerdo, ¿me paso por tu casa después?— Preguntó.
Se supone que a las seis tendría que estar en casa de Spencer, aunque aún no tenía decidido que hacer.
—Tengo que hacer unos recados.— Dije.— Te llamo esta noche.
—Vale.— Dijo.— Oye, ¿te pasa algo? ¿Estás enfadada?
—No, ¿Por qué?
—Siempre rechazas mis planes.— Dijo.
No podía mentirle. Esta vez no.
—Nos vemos a las cinco en la parada del metro.— Contesté.
Colgué y entré en la librería.
El señor Clayton no estaba en el mostrador. La librería estaba vacía. Me di la vuelta para comprobar el cartel de la puerta. Ponía "abierto", además había entrado, era imposible que no hubiera nadie.
—¿Hola? ¿Señor Clayton? ¿Patrick?— Pregunté al aire.
Se oyó un golpe bajo el mostrador y un fuerte quejido. Del suelo apareció un chico de espaldas, vestido con un jersey fino negro. Se llevó una mano ahí donde se había golpeado y dejo un libro encima del mostrador. Era él, el chico de las magdalenas, ¡L.B!
—¿Tú?— Pregunté.— ¿Qué haces aquí?
Más bien quería decir en mi mostrador pero no quería parecer grosera.
—Trabajar.— Dijo él.— Soy Luke Blackwell, pero creo que ya nos conocíamos, ¿cierto?
—Soy Annabelle Evans, mis amigos me dicen Ann.—Dije totalmente alucinada.— Eres el chico del HappyBurguer.
—Y tú la chica de ojos preciosos que leía a Oscar Wilde.— Contestó perspicaz.
Me ruboricé.
—Pero, querías algo, ¿no?— Pregunté.
— Buscaba a Patrick, no sabía que había contratado a nadie, esperaba volver al trabajo.— Dije intentando no notar decepcionada.
—Está fuera almorzando…
—un sándwich de atún.— Dijimos al unísono.
Nos quedamos mirándonos sin saber que más decir. La tensión que irradiaba la habitación era tan intensa que tenía miedo de que nos absorbiera, como un agujero negro en pleno espacio.
—Ann, hija.— Dijo Patrick en cuanto me vio mientras corría a darme un abrazo.— ¿Cómo estás mi niña?
—Bien señor Clayton, volví ayer a casa temprano, cuando me dieron el alta.— Contesté sonriendo amablemente.— Me preguntaba si podía volver al trabajo, pero veo que tiene un nuevo ayudante.
El señor Clayton miró a Luke de reojo.
—Entre tú y yo, esté no me cae nada bien.— Dijo.— Pero necesitaba a alguien en tu ausencia. Lo siento cielo.
—No pasa nada Patrick, te iré visitando por aquí y si necesitas ayuda llámame.— Le dije abriendo la puerta de la calle.— Ya nos veremos y dale recuerdos a la señora Clayton de mi parte.
—Adiós Annabelle.— Se despidió Luke desde la puerta del almacén.
* * *
Eran las cinco en punto y me encontraba en la parada de metro, ansiosa por visitar a Spencer. Busqué a Taylor con la mirada, todavía no había aparecido. ¿Se le habría olvidado? Saqué mi móvil del bolso para llamarle cuando lo vi aparecer corriendo por las escaleras. Me miré el reloj, ya habían pasado cinco minutos, esperaba que el metro no se hubiera ido.
—Llegas tarde.— Le dije con cara de desaprobación.
—¿A dónde vamos?— Preguntó él cogiéndome de la mano y llevándome a la taquilla.
—A Blossom Avenue.— Contesté.
—¿Qué tienes que hacer allí?— Me preguntó con curiosidad.
—Te lo cuento cuando estemos dentro.— Dije en un susurro.
Compramos los billetes, resulta que el metro pasaba a las cinco y cuarto, no tendríamos que esperar mucho tiempo. Por fin vimos acercarse las luces de los faros y nos acercamos a las vías. Las puertas correderas se abrieron y de ellas salió la muchedumbre más extraña que había visto nunca. Chicos llenos de tatuajes con la cabeza rapada y chicas con el pelo a punto de estallar de tantos colores y formas. Una vez el andén estuvo despejado, entramos y buscamos unos asientos que estuvieran un poco apartados.
—¿Y bien?— Me dijo Tay esperando una respuesta.
—Está mañana he conocido al bibliotecario de la Universidad, Spencer. Me ha intentado hablar sobre las marcas…
—¿Las marcas de las muñecas?— Preguntó extrañado.
—Sí. Me ha contado que llevaba tiempo esperando a que apareciera, que soy algo así como una elegida por luz. Ya sé que es una locura.— Dije viendo su cara.— Pero sé que sabe algo acerca de esto. Me dijo que me pasara hoy por su casa.
Taylor se quedó mirándome pensativo. Permanecimos un rato en silencio. Yo ya sabía lo que estaba pensando, que estaba loca. Miré a mi alrededor intentando pensar en otra cosa. Un hombre trajeado estaba sentado enfrente de nosotros leyendo el periódico, el titular rezaba "Hallado cadáver en un callejón", el mundo cada vez daba más asco. Había una foto del cuerpo en primera plana, me dieron ganas de vomitar.
—No crees que sean tatuajes, ¿verdad?— Preguntó Tay rompiendo el silencio.
—Nunca lo he creído. ¿Y tú?— Pregunté.
—No.
Se escuchó un pitido por megafonía seguido de "Próxima parada Blossom Avenue" Ya estábamos llegando. Las puertas se abrieron y salimos en tropel hacia afuera. Las piernas se me habían dormido durante el viaje. Subimos las escaleras cogidos de la mano.
—¿Y ahora por dónde? ¿Te dijo número?— Me preguntó consultando su GPS.
—El número 2.— Contesté.
—Aquí está, tenemos que seguir recto y doblar a la izquierda en la segunda calle.— Explicó.
Como teníamos tiempo de sobra, paseamos viendo las tiendas. Nunca habíamos estado en esta parte de la ciudad. Me llamó la atención los numerosos artistas callejeros que había en la avenida. Me quedé fascinada mirando a una joven que hacía malabares con fuego. Ojalá supiera hacer eso, aunque era bastante improbable que pudiera aprender, casi prendo fuego a m casa por culpa de la cocina de gas.
Llegamos a la segunda calle y giramos a la izquierda. Está calle era más estrecha y silenciosa, pero muy pintoresca. De los balcones crecían bosques y las ventanas eran amplias y redondas. Me fijé en el número 2. No sabía el timbre. Busqué la Spencer en los letreros pero salían sólo las iniciales. Encontré un tal S. Cross en el ático. Debía de ser él.
Toqué al timbre.
-—Quién es?— Se escuchó por el telefonillo.
—Annabelle Evans, nos conocimos esta mañana.— Aclaré.
La puerta se abrió. Taylor pasó primero y subimos por el ascensor hasta la última planta, el ático. La puerta de la casa estaba abierta. Miramos a ambos lados antes de entrar y cerrar.
—¿Spencer?—Pregunté.
—Pasa al salón, estoy en la cocina.— Se oyó desde dentro.
El piso era más bien pequeñito, aunque pensando en lo joven que era, ya me gustaría a mí tener una casa así, yo tenía que conformarme con vivir con mi madre. El salón consistía en un sofá de cuero marrón, una mesita de café, un televisor y en la pared colgaban estantes con libros. Además pude apreciar que tenía varios posters de Nirvana.
—Espero que te guste el bizcocho de frutas aunque sólo tenía fresas y…
Spencer se quedó rígido de momento al vernos. Ahora me asaltaban las dudas, quizás se había molestado por traer a Taylor. Hubiese sido mejor venir sola pero mi relación pendía de un hilo.
—El es mi novio, Taylor.— Dije enseguida.
—Encantado.— Dijo Tay estrechándole la mano.
—Igualmente.— Contestó Spencer.
Taylor y yo nos sentamos en el sofá.
—No sé muy bien por dónde empezar, estoy algo nervioso.— Dijo Spencer.
—Tal vez podría decirme que son estas marcas.— Sugerí.
Spencer dejó la bandeja en la mesa y cogió un libro de tapa roja. A continuación se sentó, suspiró y comenzó a relatar:
—Cuando nada existía y no había cielo ni estrellas, cuando no había universo y lo absoluto reposaba en la nada eterna, un rayo de luz quebró las tinieblas, de ahí nació Lucifer. Irradiaba más luz que cualquier otro ángel, y su belleza era como ninguna antes vista en el cielo. Desafortunadamente, Lucifer se convirtió en un ser ambicioso, a tal nivel que un día decidió que iba a demostrarle a todos cuán grande era su poder. Para probar esto, iba a elevar su trono a la altura de Dios. Sin embargo, otros ángeles no aprobaron las intenciones de Lucifer. Cuando Lucifer trató de llevar a cabo su plan, estalló la Primera Guerra en el Cielo, pues se abalanzaron todos los Ángeles a las órdenes de Udriel sobre los del bando de Lucifer. Esta guerra duró miles de millones de años, que tuvieron lugar durante el segundo día de la Creación, hasta que las dos terceras partes de los Ángeles lograron vencer a los rebeldes que fueron arrojados hacia los abismos. Muchos de estos ángeles, en el camino al abismo se aferraron al mundo de los humanos quedando sus sombras atrapadas a las ordenes de Lucifer, que erigió un castillo de tinieblas en la más profunda oscuridad del abismo. Para proteger a los humanos, el ángel Udriel dejó su bendición en unos pocos elegidos, vulgarmente llamados marcados. Tu marca se conoce como "el beso de Udriel", el sol representa el bien, la pureza y la luz.
Me tendió el libro para que lo viera. En él, había un dibujo de una mano femenina con un sol en la muñeca igual al mío.
—¿Has notado algo extraño estos últimos días?— Me preguntó Spencer.
Tenía que decirlo, ¿y si fuera verdad que había visto una de esas sombras?
—Vi como salía una sombra del cuerpo de un hombre en el hospital, cuando estuve ingresada.— Dije.
—¿Por qué no me lo dijiste?— Preguntó Taylor.
—¿Y qué te iba a decir exactamente? Hubieses pensado que estaba loca o algo por el estilo.— Repliqué dolida.— Además no fue lo único. Creo que vi un recuerdo reprimido de mi amiga, un secreto. Y la noche en que desperté del coma soñé que estaba en un baile antiguo, cogí un medallón con el símbolo de una luna y me desperté así.
Señale mi otra muñeca, dónde se encontraba el símbolo de la luna. Spencer me cogió del brazo y se quedó inspeccionándola con la mirada pero sin llegar a tocarla.
—Umm… si viste una sombra poseer a un hombre, es que algo malo está ocurriendo— Se quedó pensativo —Nunca había oído hablar de esté símbolo, el beso de Udriel se identifica con el sol, no con la luna.
—¿Y ahora que se supone que debería hacer? ¿Seguir con mi vida normal o qué?— Pregunté.
—Intentaré averiguar más cosas, de momento, te espero mañana por la mañana.—Ordenó Spencer.— Empezaremos con el entrenamiento lo antes posible.
—¿Entrenamiento?
—Si vas a luchar contra las sombras, deberás estar preparada.
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sueños en la penumbra
La habitación estaba a oscuras, pero sabía que estaba allí, cuando ella quería estar sola, este era su sitio favorito. La había buscado por toda la mansión, no era normal que desapareciera de su alcoba a medianoche. La oscuridad le daba terror. Escuché una respiración entrecortada. Emily estaba ahí seguro. Encendí las velas del candelabro que llevaba sujeto en la mano.
—Emily, ¿estás ahí?— Pregunté en la penumbra.
Nadie contestó.
Paseé por la estancia de forma sigilosa, no quería asustarla. De golpe las ventanas se abrieron con una ráfaga de aire que hizo que me sobresaltara. Me resguardé con la bata de seda. Un resplandor al final de la habitación llamó mi atención. Me acerqué al igual que la sombra. Sólo era un espejo. Suspiré aliviada. Se oyó un golpe seco, la puerta se había cerrado debido a otra ráfaga de aire y las velas se apagaron. Ahora estaba sumida en la más profunda oscuridad de la noche, salvo por una cosa. Dos ojos azules me miraban desde el alféizar del tragaluz. Cerré con brusquedad los postigos de las ventanas mientras el gato seguía mirándome fijamente con la luna llena saliendo detrás de él.
Desperté confusa en mitad de la noche, todo estaba oscuro, palpé mi mesa buscando el candelabro, tenía que volver a encender las velas. No lo encontré, en su lugar estaba una lamparita de noche. La encendí. Imágenes borrosas de una habitación antigua se mezclaban con mi actual habitación. Me levanté desorientada, ¿Dónde estaba? Cogí mi batín ahora de seda y me dirigí al pasillo, tenía que buscarla, corría peligro. Me balanceé de un lado a otro siguiendo un imaginario compás.
—¿Dónde estás?— Grité desesperada. Emily corría peligro.
Una luz se encendió al final del pasillo o ¿era una habitación? De ella salió mi madre desaliñada con el pijama puesto. ¿Qué hacía en mí mansión? Mi madre abrió la boca para hablar pero ya no era ella, era la señorita Rose, la criada.
—Amanda, ¿Qué haces fuera de tu alcoba?— Dijo la criada.— Annabelle, ¿Qué te ocurre?
Volvía a ser mi madre, asustada, mirándome tras sus ojos verdes o eran ¿negros?
—Rose, busco a mi hermana.— Dije notando como las lágrimas calientes brotaban como un río de desesperación y se me hacía un nudo en la garganta que no me dejaba respirar.
—Tú no tienes hermana.— Dijo la señorita Rose muy seria.— Es una pesadilla Annabelle.
No, no, no, buscaba a Emliy. Mi hermana, ¿Quién era Annabelle?
—Annabelle, Annabelle cariño.
Parpadeé y la mansión se esfumó. Miré a mi alrededor, el pasillo iluminado de velas dejó paso a una cocina llena de goteras en el techo, humedad y frío.
—¿Mama?— Pregunté confusa.
—Vete a dormir, son casi las siete.— Dijo soñolienta mientras cerraba la puerta de su habitación.
¿Las siete? No podía volver a dormirme, había quedado con Spencer a las ocho y media y tenía que coger el metro para llegar. Regresé a mi habitación pensando en la pesadilla. Otra vez esos nombres… Emily y Amanda. ¿Habría escuchado esos nombres en algún lugar? Eran tan reales… y el gato… los ojos azules… el mismo gato que vi antes del accidente, ¿sería casualidad? No lo creo.
Me di una ducha y salí con la mente más despejada, seguramente escuché esos nombre en el hospital cuando estaba en coma. Lo más probable es que la cotilla de la enfermera hablara sobre ellas con alguien y yo me hubiese montado mi propia película. Me encendí un cigarrillo todavía con la toalla puesta.
Tenía que dejar de fumar.
No pude evitar mirar de reojo los símbolos de mis muñecas. Ahora sabía lo que significaban, por lo menos en parte. El sol, el símbolo del beso de Udriel, aquél que desafió a Lucifer en defensa del cielo. Tenía su protección sobre mí pero también sus responsabilidades. Me había otorgado el poder de ver las sombras, las almas de ángeles caídos a las órdenes de Luzbel y sólo los marcados podrían derrotarlas, pero la luna… era un misterio, no sabía lo que significaba, de alguna manera tenía que ver con mis sueños, los sueños que atemorizaban mis noches. No… Aquellas hermanas tenían alguna conexión con la luna, había aparecido en el medallón de una de ellas. Tenía que preguntarle a Spencer si sabía algo sobre aquello. Apagué el cigarro y me puse en pie, ya había vagueado bastante. Me sequé el pelo dejándolo suelto y abrí el armario de la ropa de par en par. No creo que un vestido fuera lo ideal para entrenar, aunque no sabía exactamente en qué consistía ese "entrenar". Cerré el armario con un suspiro y me dirigí a la cómoda que había junto a la cama donde guarda la ropa de deporte. Me puse unas mayas de leopardo grises y una sudadera de los Rolling Stones. Miré el despertador, era hora de irme.
Todavía era de noche en la ciudad, las farolas estaban encendidas y sólo unos pocos osados se atrevían a perturbar la tranquilidad nocturna. El viaje en metro fue de todo menos tranquilo, una anciana estaba sujeta a su bolso como una garrapata y al ver que me sentaba a su lado, empezó a gritar como una histérica porque creía que le iba a robar el monedero. Salí de allí pitando. Anduve por el mismo recorrido que hice anteriormente, aunque sin Tay me sentía sola, desprotegida. "No hay nada que temer" me dije, pero últimamente había sido todo tan extraño…
Empezaba a amanecer. El cielo se tornó rosa y rojizo. Siempre me había gustado contemplar el amanecer pero al ver el color rojo tiñendo las estrellas, sólo pude pensar en la sangre, las sombras y el monstruo que acechaba el pasado de Mia. Llegué a casa de Spencer y vi que estaba esperando en la puerta hablando por teléfono. Me hizo una señal para que esperara. De mientras me retoqué el pelo y saqué la barra de labios color carmesí de mi mochila. Que fuera en mayas no significa que no pudiera ir guapa. Spencer colgó y se guardó el teléfono en un bolsillo de su chaqueta. Era la primera vez que lo veía con ropa deportiva, se veía como realmente era, un chico joven como yo o cualquiera que fuera a la Universidad.
—Hey, Annabelle.— Dijo sonriendo.
Pocas ganas tenía de sonreír yo. Quería dormir.
—¿Con quién hablabas?— Pregunté.—Si se puede saber, claro.
—Con un amigo, mi contacto.— Contestó.— Ha estado viajando por todo el mundo intentando recopilar más información acerca de la guerra del cielo y las sombras.
—-¿Y a conseguido averiguar más cosas?—Pregunté.
—No lo sé, pero ahora me lo dirá.— Dijo Spencer mientras señalaba su coche aparcado en la acera— Vamos, monta.
Me senté en el asiento del copiloto, estaba mullido y tenía la tentación de quedarme dormida.
Sólo cerré los ojos un instante.
El carruaje de caballos se detuvo enfrente del club para señoritas "Butterflies Garden", odiaba ese club con toda mi alma. Sólo acudían damas aburridas para hablar del hastío que inundaba sus casas de campo mientras hacían bordados y tomaban el té. Pero a Amanda le encantaba ir y cotillear acerca de la nueva moda que venía desde Francia. Sólo acudía por acompañarla, no me gustaba estar allí y dudo mucho que las señoritas no sintieran lo mismo hacía mí. Amanda se apeó del carruaje y yo tras ella. Al entrar, las distintas damas de la alta sociedad inclinaron la cabeza a modo de saludo a su paso. Sin embargo me miraron estupefactas, con recelo cada vez que yo pasaba cerca de ellas. No las culpaba, había algo oscuro creciendo dentro de mí, lo notaba cada vez que quería gritar a esas gallinas alocadas llamadas señoritas, lo notaba cuando no soportaba a padre, lo notaba cuando olía la sangre… La sonrisa de mi hermana gemela me sacó de aquellos pensamientos. Me quedé mirándola con dulzura hasta que mi vista llegó a su cuello. De pronto mi ira comenzó a aumentar pero me tranquilicé. Ella me había cogido el collar de la luna, pero la señorita Bane me lo había regalado a mí. Yo, Emily Hartford, era la única que poseía su inmenso poder.
—Annabelle ¿estás bien?— Preguntó Spencer sin dejar de mirar a la carretera.— Por un momento pensé que te habías desmayado.
—¿Sabes si el beso de Udriel provoca alucinaciones?— Pregunté preocupada.
—Los poderes o facultades que proporciona no están registrados en ningún sitio. Siempre he sabido que los marcados poseen una fuerza y agilidad mayor a la de cualquier humano corriente, se manifiesta cuando el símbolo es visible, varios estudios sostiene que…
—No. No es eso lo que quiero saber.— Interrumpí.
—¿Entonces?— Preguntó confuso sin apartar la vista del volante.
—Antes de despertar del coma tuve un sueño muy nítido. Me encontraba en un baile pero no era yo, era otra persona, una tal Amanda. Parecía una especie de recuerdo.
—Recuerdo, ¿dices?
Asentí.
—Sí, pero eso no es todo. Hubo un altercado en el baile y Emily, la hermana de Amanda, huyó haciendo caer su collar. Amanda, o sea yo, cogí el medallón. En él había una luna grabada, Amanda lo tocó y apareció la marca de la luna en su muñeca. Cuando desperté estaba en la mía.— Expliqué.
Hubo un momento incómodo perturbado sólo por la emisora de radio. Spencer la apagó.
—Cuando hablamos en mi casa, me dijiste que habías tenido un sueño de un baile y despertaste así, ¿por qué no me contaste todo lo demás? Los detalles. Si como bien dices crees que son recuerdos…
—Bueno… había estado en coma, pensaba que era un sueño normal mezclado con recuerdos del accidente. Pero esta noche ha vuelto a ocurrir… y ahora.— Contesté avergonzada.
—¿AHORA?— Gritó poniéndose cada vez más pálido.
—He visto que Amanda efectivamente poseía mi marca, o yo la de ella, la luna. Me ayudarás a saber que me está pasando, ¿verdad? Si realmente existieron aquellas personas y qué les pasó.— Dije suplicante.
—Sabes que sí, soy el encargado de instruiros, de enseñaros y de llevaros por el camino correcto.
—Hablas en plural.— Afirmé desconcertada.
—¡Oh, perdón! Qué tonto he sido, olvidé mencionarlo antes al entrar en el coche.—Dijo Spencer.— Mi contacto es cómo tú.
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luke blackbell
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Las palabras se agolparon en mi mente impidiéndome reaccionar. "Mi contacto es como tú", una y otra vez intentaba encontrar sentido a lo que había dicho Spencer. ¿Se refería a que también estaba marcado? ¿Tendría visiones? ¿Habría visto las sombras? Empecé a temblar, estaba nerviosa por conocer a alguien igual que yo. Ahora sí estaba segura, no estaba loca. Spencer me miró de reojo y me cogió de la mano sin dejar que la otra se soltara del volante. Aparcamos cerca de la plaza Saint Paul, en el centro de la ciudad. Se trataba de una plaza circular rodeada de edificios antiguos, llena de cafeterías de estilo parisino y presidiendo el escenario, se encontraba la Iglesia Sacred Bell. Era una catedral de estilo gótica con estatuas de arcángeles armados con espadas decorando las columnas.
—¿Qué hacemos aquí?— Pregunté.
Resultaba extraño que me hubiese traído al centro de la ciudad, en medio de una plaza concurrida. Creía que iríamos a las afueras, a alguna nave abandonada o algo por el estilo.
—Vamos.— Dijo señalando la Iglesia.
Atravesamos las puertas de hierro y la oscuridad nos devoró. La luz se filtraba por las cristaleras de colores que representaban distintas imágenes de la guerra del cielo. Me llamó especialmente la atención una gran vidriera en la que un ángel apuesto de cabello negro como la noche alzaba un brazo al cielo en señal de venganza. Me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo.
—Es por aquí.— Indicó Spencer mientras abría una puerta con llave oculta tras un pilar.
—¿Porqué tienes la llave de una puerta de la iglesia?— Susurré mientras bajamos las escaleras en dirección al sótano.
—Digamos que la Iglesia Bell nació en el siglo XVIII como tapadera para investigar las sombras.— Explicó.— Hoy en día, la iglesia no es más que un santuario normal y corriente pero mi padre me dejó las llaves antes de que… de que se lo llevaran.
Spencer se puso rígido y pálido, notaba como la rabia iba aumentando en él. Aunque tenía muchas ganas de saber que le había ocurrido a su padre no podía forzarle. Tenía que distraerle.
—¿Es aquí?— Pregunté.
El subsuelo de la iglesia era impresionante. No había palabras para describirlo. Las paredes de granito reflejaban la luz de los minerales, parecían destellos de diamantes.
A un lado había libros ordenados alfabéticamente, apilados en estanterías de madera negra. Al otro lado, también ordenados en estanterías, se podían ver artilugios extraños de origen medieval. Debajo de éstas se encontraba un gran armario blanco. La sala era inmensa, había colchonetas, trampolines, peldaños de escalada al fondo…
Una sombra cruzó el techo. Alcé la mirada. Un encapuchado saltaba y giraba, de viga en viga, a más de diez metros de altura. Era un espectáculo verdaderamente increíble. De pronto se lanzó al vacío haciendo una pirueta en el aire a la vez que sacaba una espada de su cinturón. Llegó al suelo con una delicadeza propia de un bailarín y arremetió contra cuatro maniquíes girando sobre sí mismo.
Las cuatro cabezas de madera rodaron por el suelo.
Noté su respiración entrecortada, se podía ver el sudor de duras horas de entrenamiento en su sudadera, dejó caer la espada al suelo, agotado. Se giró quitándose la capucha, nuestras miradas se buscaron desde la oscuridad. Me dio un vuelco el corazón.
—Annabelle este es…
—Jace.— Murmuré.
Nos quedamos paralizados, me acerqué poco a poco sin ser consciente, hacia él. Jace me tomó en sus brazos y hundí mi cara en su pecho, atrayéndolo hacia mí.
—Te odio.— Susurré.— ¿Por qué Jace? ¿Por qué lo hiciste?
—Veo que ya os conocéis, Annabelle él es mi contacto.— Aclaró Spencer.
Entonces caí en la cuenta, él era como yo, Jace estaba marcado. Me separé lentamente aunque lo único que deseaba era estar cerca de él. Cogí su brazo. Él se dejo llevar. Le arremangué la sudadera. El corazón me dio otro vuelco, un sol apareció en su muñeca. Miré la otra muñeca, ni rastro de la luna. Empecé a hiperventilar, tuve que sentarme encima de una colchoneta.
—¿Estás bien?— Preguntó Jace posando su mano en mi hombro. Lo aparté de un manotazo.
—¿Cómo crees que estoy?— Repliqué enfadada.— Te llamé todos los días desde que desapareciste, no deje de buscarte durante meses, sólo, sólo quería una explicación. "He tenido que marcharme, asuntos que no puedo decir" "Nos veremos pronto." ¿Qué clase de despedida era esa?
—Ninguna, sabía que iba a volver, pero no sabía cuando.—Dijo.
—Aaah… entonces problema arreglado.— Aclaré con sarcasmo.
—Creo que será mejor que te vayas Jace. — Dijo Spencer.—Hablamos más tarde.
—No.— Dije.
Me había hecho daño, pues al conocerlo creí que él había sentido algo por mí. Siempre había tenido la esperanza de que volviera, y tenerlo ahora lejos, sabiendo que estaba ahí… era lo más doloroso que podía imaginar. Pero nadie debía saberlo, ahora todo era demasiado confuso.
—¿Entonces qué?—Pregunté cruzándome de brazos.
—He estado viajando durante estos tres años recopilando información de viejas iglesias y bibliotecas acerca de las sombras.— Dijo Jace emocionado mientras sacaba distintos rollos de papiros de su bandolera.— He descubierto por qué han despertado ahora después de tanto tiempo.
—¡¿Enserio?!— Exclamó Spencer echando un vistazo a los papiros.
—Encontré esto en una cripta de Lucca, en Italia. Según los datos, los papiros formaban parte de una investigación comenzada por Dante Alighieri.— Dijo Jace.
—¿El escritor de la Divina Comedia?— Pregunté.
—Él mismo.— Dijo Jace.— Pero no debes de hacer mucho caso a tus libros de historia. Dante no fue expulsado de Florencia debido a sus problemas políticos si no porqué intentaba averiguar donde se hallaba la puerta del Infierno. En uno de los documentos, afirma que vio aparecerse a una sombra sanguinaria de ojos rojos durante sus sueños, qué le indicó el camino hasta la puerta y poseyó su cuerpo durante varios meses. Después de esto, Dante se obsesionó con el tema hasta morir en Rávena, el 14 de Septiembre en 1321 a mitad de un gran descubrimiento.
Hizo una pausa y buscó entre los rollos de papel antiguo.
—Aquí está.— Dijo Jace triunfante mientras cogía otro pergamino.
—¿El gran descubrimiento?—Preguntó Spencer con la emoción reflejada en su voz.
— Se trata de una profecía oculta por el oráculo de Delfos. El día de los muertos nacerá de la luna, la reina de las sombras que determinará el futuro del cielo y el infierno.—Leyó Jace.
—Pero eso no explica porqué las sombras han despertado.— Dijo Spencer confundido.
—Espera, hay más.— Contestó Jace.— Durante la víspera del equinoccio de otoño la brecha del Infierno se debilitará dejando entrar al mundo al rey de las sombras, aquél que cayó del cielo por las manos de Udriel.
—¿Quieres decir que Lucifer ha vuelto y con él las sombras han despertado?— Sugerí.
—Exactamente eso es lo que estoy diciendo.— Contestó Jace con una sonrisa de suficiencia.
Mi móvil sonó al ritmo de Avril Lavigne con "Girlfriend", era Mia. Busqué el móvil entre las miles de cosas que atestaban mi bandolera. "I don't like your girlfriend, No way, no way; I think you need a new one…"
— ¿Mia?— Contesté.
— Desaparecida, ni una noticia tuya.— Oí decir a Mia a través del auricular.— ¿Qué has hecho con mi mejor amiga? Tenemos que quedar para ponernos al día y no admito un no por respuesta.
—Claro.— Dije sonriendo.— Ahora mismo no puedo pero nos podemos ver esta noche en el restaurante Tokio, si quieres. Tengo una sorpresa.
Miré a Jace de reojo. Tanto si le gustaba como si no, vendría conmigo a ver a Mia. Estaba segura de que quien había estado en el local había sido él y no se había dignado a llamar ni una sola vez. Más que enfada, estaba triste. Creía que yo había significado algo en su vida.
—Yo también tengo un sorpresa.—Dijo Mia.— He conocido a un chico.
—¿A si? ¿A quién?— Pregunté intentando contener la risa. Hacia tanto tiempo que no hablaba con esta loca.
—Se llama Luke.— Contestó Mia.— Luke Blackbell.
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tokio
Otra vez ese dichoso chico, me había robado el trabajo y ahora pretendía quedarse con mis amigos. ¿Dónde habría conocido a Mia? No me daba buena espina. Spencer me llamó la atención con un gesto. Hora de volver a la realidad, sí se podía decir así, ya que el término normalidad estaba descartado. Spencer había creado una pista de obstáculos. Tenía que correr, saltar vallas, esquivar sacos llenos de serrín, escalar la pared… y todo ello con una espada afilada sujeta a la cintura que pesaba el doble que yo. Fue imposible. Acabé con moratones por todo el cuerpo y Jace tuvo que bajarme desde las vigas del techo en las que estaba atrapada. Por regla general, no tenía miedo a las alturas pero de ahí a tirarme al vacío había un trecho muy grande. Mi madre me había llamado un par de veces pero dejé que saltara el contestador. Odiaba mentirle, parecía que mi vida sólo estaba formada de secretos y mentiras, de farsas. "Tengo que ir a casa de tía Margery, Renly la ha dejado. Pasaré la noche con ella, lleva mucho cuidado hija. Te llamaré por la mañana." Estupendo. Una noche sola, sólo yo y mis pesadillas. Gracias mamá. Suspiré agotada.
—Lo dejamos por hoy, ¿verdad?— Pregunté.
—Sí, creo que ya ha sido suficiente por hoy. Para ser la primera vez, no has estado nada mal.— Dijo Spencer con su sonrisa tímida.
—Menos cuando he tenido que subir a por ti.— Replicó Jace.
—No te he pedido ayuda.— Protesté cogiendo mi bandolera y apagando el móvil.
—Parecías necesitarla allí arriba.— Contestó.
—Parecía, tú lo has dicho.— Dije tajantemente.
Ya estaba anocheciendo cuando salimos. Dentro del sótano y sin ventanas, perdías la noción del tiempo. Me moría de hambre. Estaba deseando llegar al restaurante pero antes tenía que pasar por casa. Llevaba todo el día fuera y apestaba a sudor. La plaza Saint Paul era preciosa pero de noche era impresionante. El gran árbol que se erguía en el centro estaba lleno de farolillos encendidos como si se tratara de pequeñas y hermosas luciérnagas. Las cafeterías antes plagadas de barullo y risas, ahora consistían en el escenario de románticas veladas. Las parejas cenaban a la luz de las velas mientras un vendedor de rosas se paseaba con la esperanza de que fuera una buena noche. Notaba la mirada de Jace clavada en mí, podía imaginar su sonrisa torcida, el sonido de sus pasos detrás de los míos. De pronto el sonido cesó y me giré, preguntándome si se habría ido. Jace estaba conversando con el vendedor de rosas. Le tendió un billete y fue tranquilo paso a paso hacía mí.
—Considéralo una disculpa.— Dijo a la vez que posaba en mis manos, la rosa más bella que había visto nunca. Fui a contestar “prefiero los tulipanes” pero Jace siguió andando sin mirar atrás. Spencer me miró sorprendido como diciendo no-me-lo-puedo-creer. Dirigí mi atención a la flor, avergonzada por la situación. Anduvimos hasta el coche aparcado junto a la plaza.
—¿Vienes conmigo?—Preguntó Jace. Spencer no va a Tokio, yo puedo llevarte.
—Perdona a Jace por su falta de consideración, puedes venir con nosotros a cenar.— Le dije a Spencer.
—No te preocupes, mañana tengo trabajo en la Universidad.— Dijo mientras montaba en el coche.— El deber me llama.
—¿Cuándo volvemos a entrenar?— Pregunté.
—Siempre que tú quieras, llámame al móvil.— Contestó mientras me daba su llave de la Iglesia.— Recuerda, un poder conlleva una gran responsabilidad.
—¿Eso es de Spiderman?— Pregunté divertida.
—Sólo te diré una cosa.— Dijo a la vez que cerraba la puerta y bajaba la ventanilla.— Me gustan los cómics.
Vimos como arrancaba y se alejaba por la carretera. Me guardé la llave en el bolsillo de la sudadera.
—¿Preparada?— Preguntó Jace mientras subía a su harley davidson roja.
Llegamos a casa en cuestión de minutos. Recordé la velocidad, la sensación de libertad, la adrenalina… Era la primera vez que montaba en moto desde el accidente. He de decir que tenía bastante miedo. Las piernas me temblaban mientras abría la puerta de casa.
—Creo que me has roto un par de costillas.— Se quejó Jace.
—Tengo que ducharme, quédate en el salón y no toques nada.— Dije.
—¿Así tratas a tus invitados?— Preguntó irónico mientras se sentaba el pequeño sofá.
"Sólo a ti"
—Repito, no toques nada.— Contesté.
—¿Tienes algo de beber?—Preguntó.— Estoy muerto de sed.
—Mira en la nevera.— Dije.— Me voy a la ducha.
Elegí la ropa, un vestido corto negro con estampado florales, unas medias del mismo color y zapatos con remaches. Dejé el modelito extendido encima de la cama y me metí en la ducha. El agua caliente se llevó toda la mugre y la sensación que producía sobre la piel dolorida era puramente de alivio. De pronto escuché que llamaban al timbre.
—¿Buscas a alguien?— Oí preguntar a Jace.
¡Mierda! ¿Por qué había abierto la puerta?
—Busco a Annabelle, mi novia.— Contestó la voz de Tay, haciendo énfasis en la palabra “novia”.
¡Oh no! Salí de la ducha corriendo mientras me envolvía con la toalla.
—Está en la ducha, estaba sudando después de tanto ejercicio…
—¿QUÉ HAS DICHO?— Gritó Tay.
—TAYLOR— Grité. Ambos se giraron.— Disculpa a Jace, es un idiota, no puede remediarlo. He estado entrenando, ya sabes haciendo ejercicio con Spencer y me lo he encontrado. Quiero darle una sorpresa a Mia y Eric, nos esperan para cenar.
Taylor me miró ofendido con los brazos cruzados. Le miré con cara de confía-en-mí.
Suspiró.
—Y no iras a salir así, ¿no?— Preguntó señalando la toalla.
—Claro que no.— Sonreí.— Bueno… podéis esperar juntos, todavía me falta un poco.
—Por supuesto preciosa.— Dijo Jace dulcemente.
Le miré estupefacta al tiempo que Tay le dirigía una mirada que rezumaba odio. Esperaba no encontrarme el cadáver de Jace cuando volviera. Me sequé el pelo con el secador y me hice una trenza algo despeinada. Me maquillé un poco para no parecer tan exhausta y me vestí. Ya sólo me quedaba coger el bolso que se encontraba en el salón. Cuando salí Jace se quedó mirándome fijamente sin decir una palabra.
—Ann ¡estás genial!— Exclamó Tay y me dio un beso suave pero largo en los labios.
Jace carraspeó.
—Creo que deberíamos irnos ya.— Dijo con una mirada indescifrable.
El restaurante Tokio estaba a las afueras de la ciudad, junto al puerto. El ambiente olía a salitre e incienso. La fachada estaba decorada con faroles rojos y dragones esmeraldas descansaban en las columnas de madera oscura. Entramos dentro donde nos esperaban en una mesa del reservado. Mia y Eric se quedaron de piedra al ver a Jace. Saltaron del suelo en cuestión de segundos y corrieron a abrazarle.
—Me estáis aplastando chicos— Dijo Jace.
—Te mereces que te matemos por presentarte así.— Contestó Mia.
—Tío, ¿dónde has estado?— Preguntó Eric.— Pensábamos que habías muerto o algo así.
—He estado…
—Bueno, ahora nos lo cuentas.— Interrumpió Mia.— Quiero presentaros a Luke.
Luke Blackbell o L.B, como yo lo conocía, se levantó formalmente y le estrechó la mano a Jace.
—Encantado de conocerte.— Dijo.
—Mia ¿de dónde te has sacado al pobre chaval? ¿Del siglo quince? — Se burló Jace, aunque extrañamente serio.
—¿Te tienes que meter con todo el mundo?— Interrumpí.
—Sólo era una broma.— Contestó.
—Annabelle, que alegría volver a verte.— Dijo Luke.
—¿Os conocíais?—Preguntó Mia con mirada felina.
La pregunta quedó suspendida en el aire.
Keiko, la camarera, se acercó a nosotros sonriente. De mediana estatura, delgada como una sílfide, melena negra y lisa, de ojos avellana y rasgos japoneses. Siempre quería atendernos ella. Supongo que era porque tenía nuestra misma edad y sospechaba que le gustaba Eric. Nos sentamos en los cojines y nos quitamos los zapatos.
—¿Es necesario?— Preguntó Tay a mi oído.
Asentí.
—¿Qué queréis chicos?— Preguntó amablemente abriendo su bloc de notas.
—Pedimos en conjunto, ¿no?— Pregunté a Mia.
—Sí, como siempre.— Contestó mientras hojeaba el menú.
—Nos pones pollo teriyaki.— Dijo Tay enseguida.— Es lo único medianamente normal aquí.
—Vale… pones también un plato de tempura y dos bandejas de sushis variados.— Dije.— ¿Algo más?
—Sí.— Contestó Eric.— Yo quiero…Ternera de Kyoto bañada en algas y o-sobu.
—¿Qué es el o-sobu?— Preguntó Luke dándole el menú a Keiko.
—Espaguetis de trigo con salsa de soja.— Aclaró Mia.
—¿Y de beber?— Preguntó Keiko.
—Creo que en eso estamos todos de acuerdo ¿no?.— Contestó Jace. — Tráenos un par de botellas de sake caliente.
La camarera terminó de apuntar y se fue directa a la cocina, no sin antes dedicar una mirada a Eric.
—Yo quería agua.— Contestó Tay.
La mesa estalló en carcajadas.
—Eres buenísimo, Taylor, no sé porqué no te has venido antes con nosotros.— Dijo Mia.
Taylor se encogió de hombros avergonzado seguramente por las cosas que siempre me decía de ella.
—Bueno Jace.— Dijo Eric.— Cuéntanos.
—¿Qué hay que contar? He estado tres años viajando con una mochila a cuestas intentando encontrarme a mí mismo.— Contestó.
—Muy propio de ti.— Dijo Mia.— Cambiando de tema, ¿Cómo conociste a Luke?
¡Dios! No se daba por vencida.
—En la librería donde trabajaba.— Contesté.— Fui para volver al trabajo pero Patrick ya había contratado a Luke.
—Técnicamente ese fue nuestro segundo encuentro.— Intervino Luke, mirándonos con esos enormes ojos azules.— La primera vez fue en el HappyBurguer del Centro Comercial. Estabas leyendo "El retrato de Dorian Grey" y te invité a una magdalena.
Cuando Luke pronunció que había estado leyendo "El retrato de Dorian Grey", Jace alzó la mirada. Sabía que no le había olvidado. Sin duda, ahora ambos estábamos recordando nuestro primer encuentro.
Keiko llegó taconeando con bandejas de comida que dejó encima de la mesa. Había traído palillos para los más valientes. Me cogí un par. Me encantaba jugar con la comida. Charlamos entre risas, gritos y fragmentos de canciones. Empezaba a notar como el sake teñía de rojo mis mejillas y el alcohol se me subía a la cabeza.
10. el callejón del infierno
La cena había sido perfecta excepto por las miradas incómodas de los chicos en algunos momentos. Sabía que Taylor y Jace no se llevaban bien. En algún instante me tocaría elegir entre el amor y la amistad, pero no sabía que era más fuerte. Odiaba pensar así, una parte loca e irresponsable de mí deseaba levantarse de la mesa y correr hacia los brazos de Jace. Una parte que creía que había comenzado a olvidar. Pagamos la cuenta y salimos del restaurante con Eric cantando a pleno pulmón la banda sonora de La bella y la bestia. Daba vergüenza ajena. Eric seguía cantando "Nace una ilusión, tiemblan de emoción, bella y bestia son…" mientras lo sacábamos a rastras. No se podía decir que los demás fuésemos un poco mejor. Me notaba mareada y con la boca pastosa.
Los tacones me estaban matando.
Vi que Mia se los quitaba y me guiño un ojo, me los quité también. Cayeron las primeras gotas, estaba comenzando a llover. Luke se tambaleaba de un lado a otro y me cogió del brazo para no caerse.
—Creo que debería volver a mi casa.— Dijo— Pediré un taxi.
—Oh… pero aún no hemos acabado.— Replicó Mia.
—Sí tío, quédate.— Dijo Eric interrumpiendo su canción.
—No, enserio, debería irme.— Dijo mientras sacaba un móvil del bolsillo.— Nos vemos otro día.
Vimos como su silueta se alejaba y se iba perdiendo entre la oscuridad nocturna. Empezó a llover con más fuerza. Corrimos riendo por todo el puerto hasta doblar en un callejón. El agua estaba helada y me notaba la cabeza más despejada. De repente Mia gritó y todos nos giramos para ver qué sucedía. La sangre se me congeló de terror. Al final de la calle entre niebla y oscuridad, una sombra se alzaba amenazadora. Sus garras afiladas estaban impregnadas de un líquido oscuro y espeso. Los ojos rojos de aquella criatura nos miraban fijamente.
—¿Qué pasa? ¿Porqué estáis ahí parados?— Preguntó Tay.
¡Claro! Él no podía verlas, pero entonces… ¿Cómo es que Mia se había asustado? ¿Ella las veía?
—No hagas ningún movimiento brusco.— Ordenó Jace a Taylor— Pero sal de aquí ahora.
—¿Me estáis tomando el pelo?— Sugirió Tay.
La sombra se movió hacia nosotros despacio. Escuché un ruido de fondo, como el zumbido de las abejas. Después se convirtieron en palabras. Unas palabras que deseaba no haber escuchado jamás.
"Sois míos"
—CORRE.— Grité.
La angustia en mi voz se debió reflejar porque Tay salió como alma que lleva al diablo, en dirección contraria.
La sombra se abalanzó a por nosotros y hundió sus garras en la pierna de Mia, haciéndola caer al suelo. Jace alzó los brazos y de él comenzó a manar un haz de luz que dejo ciega a la criatura. Ésta chilló de rabia, moviéndose desorientada. No sabía qué hacer. En el hospital sólo me bastó tocar a la sombra para que ésta se esfumara.
—¡Ahora Eric!— Ordenó Mia desde el suelo, con lágrimas en su rostro, el vestido roto y la pierna llena de sangre.
Me acerqué a ella e intenté tapar la herida para que dejara de borbotear. Eric se posicionó entre Jace y la sombra, aún aturdida.
—Quos ego mandavi tibi ut parvulus noctis umbra perit flammis inferni, est in loco effusorum cinerum. Sis moriturus in silentio, nihil in obscuro pulverem[1]—Gritó Eric.
Los chillidos agudos de la criatura se hicieron más fuertes y se revolvió dando aspavientos. Jace aprovechó la oportunidad y sacó una daga plateada que resplandecía en la noche. Un manotazo de la sombra casi se lleva a Eric por delante. Jace le apartó corriendo y lo estampó contra la pared de ladrillos. Sin embargo, no fue lo suficientemente rápido y recibió tres cortes en el pecho, no sin antes, clavarle la daga en la garra. La sombra soltó un último alarido antes de fragmentarse en miles de pedazos, de los que sólo quedó cenizas y el acre olor a azufre.
—¿Qué sois?— Gritamos al unísono.
Eric aún aturdido por el golpe contra la pared, se llevo la mano a la nuca. Estaba manchada de sangre.
—Oh dios mío, estas sangrando.— Dije horrorizada.
—No pasa nada, me recuperaré.— Contestó extrañado.— ¿Qué sois?
—Jace, ayúdame a parar la hemorragia, llama a una ambulancia, no deja de sangrar.—Repliqué— Nosotros hemos preguntado primero.
Jace llegó y se tiró al suelo, destrozado, junto a nosotras. Se rasgó la camiseta y cambió mi empapado pañuelo por él. Con la otra mano llamó por teléfono. Eric suspiró derrotado.
—Somos los hijos de la noche, brujos.— Contestó con aire majestuoso.— ¿Qué sois vosotros?
¿Brujos? ¿Enserio? ¿Acaso toda la magia, las criaturas de fantasía existían? Había vivido en un mundo que no conocía en absoluto.
—Estamos bendecidos por el ángel Udriel, quien expulsó al demonio, llevamos su marca.—Dije.— Las sombras saben que soy una marcada. Ya había visto a una durante mi estancia en el hospital. Creo que no se esfumó. Era la misma.
—Nosotros, Mia y yo, descubrimos que éramos brujos durante un campamento. Tendríamos diez u once años. Fue en el bosque.—Confesó Eric.— Nos perdimos. Teníamos frío y Mia encendió un fuego de la nada.
—Después de estar allí un buen rato, un lobo apareció pero Eric lo convirtió en piedra cuando se abalanzó a por nosotros. Aún está la estatua.— Continuó Mia.— Desde ese momento nunca más estuve sola, sabía que había alguien como yo.
La tormenta seguía cayendo y el pelo rubio se le pegaba a la cara. La sangre mezclada con la lluvia formaba charcos en el suelo. Estaba pálida y empezaba a tiritar. Me quité la chaqueta y le cubrí con ella. La ambulancia no llegaría a tiempo. Notaba como las primeras lágrimas comenzaban a aparecer en mi rostro. Eran lágrimas de rabia, de ignorancia e impotencia. A lo lejos se escuchó el estallido de un trueno y la calle se iluminó. Pero la luz no se iba. Una silueta bajó corriendo del coche hacia nosotros. Spencer llegó exhausto debido a la carrera.
—Ayudadme a subirla al coche.— Ordenó.— Enseguida.
Jace y Eric la cogieron de los brazos y de la cintura. Mia soltó un gemido de dolor cuando su pierna se apoyó en el suelo. Spencer abrió la puerta trasera del vehículo y la metieron dentro intentando que no se cayera.
—Creía que llamabas a la ambulancia.— Dije enfadada.
—No puede ayudarnos.— Dijo Jace seriamente.— ¿Qué crees que le diríamos cuando nos preguntaran como pasó?
—Deberías venir tú también Jace, estás sangrando.— Dijo Spencer señalando sus tres cortes del pecho.
Estaba enfada, quería gritar, necesitaba gritar. El móvil sonó en el momento menos indicado. Me habría gustado estamparlo contra la pared. ¿Quién llamaba a estas horas de la madrugada?
—¿Diga?— Contesté de mala manera.
—Soy Margery. ¿Se encuentra bien tu madre?—Preguntó mi tía.
—¿Perdón?
—Es que dijo que vendría y todavía no ha llegado, no quería irme a dormir sin antes preguntarte.— Contestó.
"Dijo que vendría y todavía no ha llegado"
—Tía, tengo que colgar.
—¿Ocurre algo malo?— Preguntó Jace acariciándome la mejilla.
—¿No ves lo que acaba de pasar? ¡Claro que ocurre algo malo!— Repliqué enfadada.
—¿Qué te han dicho? ¿Quién era?—Preguntó.
—Era mi tía.— Contesté.— Mi madre ha desaparecido.
—Jace tenemos que irnos ya.— Dijo Spencer mientras arrancaba el coche.— Mia no va a poder aguantar mucho más.
—Dame las llaves de tu moto.— Exigí.— Tengo que ir a buscarla.
—No vayas sola.— Suplicó.
—Yo la acompaño.— Interrumpió Eric— Pero iros ya, cuida de Mia.
—Cuida de Annabelle.— Dijo Jace cerrando la puerta del copiloto.
Eric asintió y el ruido del motor rasgó el silencio. No esperamos a verlos marchar, Eric y yo corrimos de nuevo hacia el restaurante donde estaba aparcada la moto de Jace. ¿Cómo era posible que mi madre no hubiera aparecido por casa de la tía Margery? Cuando llegué con Jace después del entrenamiento la casa estaba vacía. Pensé que habría salido ya.
Por fin vimos la moto aparcada con su inconfundible color rojo.
—Conduzco yo.— Dije mientras montaba y metía las llaves en el contacto.
Eric se agarró a mi cintura y arranqué volcando toda mi rabia en aquel trasto. El asfalto resbalaba en algunas partes y me obligaba a ir despacio. Pero el tiempo apremiaba. Aceleré saltándome el semáforo en rojo de la gran avenida.
—Más despacio pelirroja.— Escuché decir a Eric por encima del ruido.
Lo ignoré.
No era su madre quién había desaparecido. Aparqué de forma brusca enfrente de mi casa. A lo mejor había vuelto a casa después de comprar porqué no se había acordado de que Margery la estaba esperando. Corrí hacía la puerta mientras buscaba desesperadamente las llaves.
—Annabelle, mira.— Dijo Eric señalando el callejón de al lado de mi piso.
El coche de mi madre seguía aparcado.
Nos acercamos cautelosos y nos dimos cuenta de que la puerta del conductor estaba abierta y la ventanilla destrozada.
—¿Eso es sangre? — Preguntó Eric señalando un reguero color borgoña que salía del vehículo hasta perderse al final del callejón.
Me llevé una mano al pecho. ¡Era sangre! Dios mío, ¡era sangre! Un trueno cruzó el cielo y corrimos siguiendo el rastro de la sangre.
—¡Joder!— Exclamé. Me había clavado un cristal. Mis tacones habían desaparecido hace tiempo y ahora tenía un corte profundo en la planta del pie.
—¿Estás bien?—Preguntó Eric mientras veía como me quitaba el cristal con las manos y seguía corriendo.
—Estaré bien cuando encuentre a mi madre.— Contesté.
Pero me equivocaba, no estaría bien.
El cuerpo de mi madre yacía en el suelo, al final del callejón. Tirado sin vida, con los ojos abiertos expresando terror y marcas de garras en su cenicienta piel. Eric me cogió de la cintura pero eso no impidió que cayera de bruces contra el pavimento. Chillé, maldije al mundo, al cielo, mientras buscaba algún signo vital.
Nada.
Rompí a llorar mientras la abrazaba, manchando mis manos con su sangre. Yo la había matado. No había estado a su lado. Noté como Eric apoyaba su mano en mi hombro, dándome fuerzas, aunque él estaba temblando tanto como yo. Cerré los ojos y juré que sus asesinos no quedarían impunes. Acabaría con todas las sombras aunque yo misma quedará atrapada en su oscuridad.
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sabes que no estás sola
Me sentía como en una nube, todo a mí alrededor estaba distorsionado, las luces azules y rojas de la policía, el sonido de la sirena de la ambulancia, todo. Sólo tenía ojos para la sábana blanca que tapaba el cadáver. Los policías comenzaron a acordonar la zona que se estaba llenando de fisgones y periodistas. No era muy corriente encontrar a un ama de casa mutilada en un callejón sombrío junto a dos adolescentes borrachos. Alguien me tapó con una manta, no me había dado cuenta de que estaba temblando. Realmente no me daba cuenta de nada. Quería desconectar, que todo esto se pasara y ver que había sido una pesadilla. Que mi madre me iba a estar esperando en bata regañándome por llegar tan tarde.
—Tenemos que hacerte unas pruebas cielo.— Dijo un personal de la ambulancia.
Asentí.
—Es tu madre ¿cierto?
—Era.— Aclaré con voz ronca.
—Lo siento, ha sido muy estúpido por mi parte.— Se disculpó —Siéntate en la camilla.
Me senté.
—¿Has bebido mucho?— Preguntó.
—Un poco durante la cena.— Respondí.