CAPÍTULO 21

Me estaba quedando dormido sin mi voluntad cuando siento la voz de Dalia que me llama insistentemente.

—Oscar gracias a Dios que te puedo ver, no me siento bien, tenemos que escapar de aquí.

—Dalia, esto de dejarnos solos es una trampa, nos van a volver a drogar para que hablemos, eso significa que todavía no le hemos dicho lo que ellos quieren escuchar.

En ese instante abren la puerta y aparecen unos monjes que nos dicen que nos van a trasladar. Con unas enormes correas nos amarran a cada uno sobre nuestras camillas y nos sacan de la pieza con mucha prisa. La rapidez con la que nos trasladaban me hizo sospechar que nos estaban llevando a otro lugar del monasterio; es entonces cuando escucho decir:

—¡Rápido! ¡Policía! Hay que llevarlos a un hospital cercano, han tenido una descompensación.

—¡Abran paso rápido a la ambulancia!

Sin ningún tipo de cuidado por nuestra salud introdujeron las dos camillas a la ambulancia, mientras se abrían las puertas del monasterio, con la ayuda de un carro policial comenzó una loca carrera que por las veces que giraba en su loco recorrido me parecía que estábamos dando vuelta dentro de un pueblo cercano, al mismo tiempo la ambulancia dejó de tocar las sirenas, las mismas que me parecían escucharse de una escolta policial que se queda atrás de nosotros hasta no escucharse más.

—Señores, los estamos liberando y de ahora en adelante colaboren con nosotros. Por ahora no hagan preguntas. Estén atentos ya que en los próximos minutos nos vamos a cambiar de vehículo, me imagino que pueden caminar.

Nos soltaron de las correas que nos amarraban a la camilla y nos pidieron que nos sentáramos, en ese momento la ambulancia se detuvo, y abruptamente abrieron la puerta y muy rápido nos sacaron de su interior para introducirnos en un auto que sin esperar que se cerraran las puertas tomó gran velocidad. Sus ventanas estaban cubiertas por cortinas oscuras, de a poco me fui dando cuenta de que estaba en una limosina.

Había tres hombres frente a nosotros que nos miraban fijamente, uno de ellos que se encontraba sentado a un costado dijo:

—Nos pidieron que los rescatáramos, y los llevemos sanos y salvo a un destino acordado. Sólo les quiero pedir que colaboren, falta muy poco para que toda esta pesadilla por la cual han pasado termine. No hagan ningún tipo de preguntas, ahora están bien, y seguros. Nada malo les va a pasar. Sólo tenemos el riesgo natural que se vive en un rescate de esta naturaleza. Le voy a sacar una fotografía para dejar constancia en el estado que llegaron a este vehículo.

Nos pidió que nos juntáramos más y con su teléfono toma dicha fotografía, que al instante me pareció que la enviaba por e-mail.

Dalia miraba hacia su ventana, mientras colocaba su cabeza sobre las oscuras cortinas, cerró sus ojos como elevando una plegaria de agradecimiento a Dios. Volví mi mirada hacia los hombres que tenía al frente, los tres llevaban lentes oscuros y vestían con elegantes trajes. No tenía ninguna opción de saber por dónde transitábamos todo estaba cubierto. Lo que si se podía percibir con claridad era la gran velocidad con que el vehículo se desplazaba.

Después de un largo tiempo de silencio, Dalia me preguntó cómo estaba, le respondí que yo estaba bien, pero muy preocupado por ella.

—Estimados no pueden conversar, por favor colabórenos con su silencio.

Miré a Dalia y le hablé con mis ojos; como ella lo sabía hacer muy bien. Con una mirada le dije que todo mi amor estaba con ella. Recibí como respuesta una leve sonrisa.

Al mirar su cara casi desfigurada producto de los golpes, mi amor hacia ella se hacía más patente, era incomprensible como su propio esposo fue capaz de golpearla con tanta vehemencia. Todo producto de saciar los deseos de opulencia al negociar con los escritos sagrados.

Reflexionaba en la manera como había sido testigo de la valentía de una mujer por defender sus principios y el resguardo de la verdad. Por otra parte la fuerza y el poder de una persona muy ligada a ella pero con ambiciones personales distintas que desembocaban solo en la búsqueda de riquezas terrenales. Tanto tiempo ambos juntos pero con motivaciones tan diferentes. Ahora entendía el instinto que tuve en un comienzo cuando vi a Dalia por primera vez, ahora podía entender su mirada de aquel entonces, realmente no me había equivocado; su mirada transmitía un sufrimiento interior, que ahora a luces relucía una relación quebrada.

—Hey, tú. ¿De dónde eres?

—De Chile

—Y ¿Dónde está tu cabeza ahora?

—¿Es obligación que te responda?

—Oscar déjalo.

—No Dalia, los que tenemos que hacer las preguntas somos nosotros, estamos aquí sin usar nuestra voluntad, no sabemos quiénes son, y a donde nos llevan.

—Estimado. Señora, a nosotros únicamente se nos pidió que hiciéramos un trabajo; rescatarlos de donde se encontraban y llevarlos a un lugar fijado por nuestro cliente, sólo esa es nuestra responsabilidad, no estamos interesado en ninguna otra cosa en las cuales ustedes estén involucrados. Mi colega sólo quería saber de donde era, nada más, y no está obligado a responder si usted así lo desea. Aunque ya no alcanzaría porque ya llegamos a nuestro destino.

Ahora la adrenalina comenzaba a subir una vez más. Viendo la tranquilidad de Dalia, me hacía sentir más confiado.

—Oscar prepárate porque aquí no veo nada bueno, no tenemos a nadie que quisiera rescatarnos para llevarnos a nuestra casa, estamos saliendo de una para caer en otra, así simplemente. Tu sabes lo que tienes que hacer y yo se lo mío, mantengámonos así, no te preocupes por mí.

Esperamos en silencio unos minutos al interior del vehículo, los tres hombres estaban frente a nosotros sin quitarnos la vista en ningún momento. Escuchábamos que alguien hablaba con una de las personas que se encontraba en la parte delantera del vehículo. Mi mente estaba puesta en un estado constante de alerta, tramando una escapada a la primera oportunidad que tuviera. Sentimos que la puerta del auto se cerró y nuevamente estábamos en movimiento, sin saber nada de lo que estaba ocurriendo.

Miré a Dalia y le pregunté cómo podía estar tan tranquila.

—Tú sabes en quien confío, y creo que Dios está haciendo bien las cosas, no te preocupes, el hechos que tengamos que pasar por momentos de pruebas no significa en absoluto que Dios nos ha abandonado, él tiene un plan para cada uno de nosotros en esta tierra, y solo él sabe cuándo ese plan termina. Tranquilízate y confía en él.

Las palabras de Dalia me hicieron pensar con mayor atención en una escapada, ya que si se producía la oportunidad, para mí era una prueba de la ayuda de Dios. No porque Dalia fuera una mujer de mucha fe había que quedarse con los brazos cruzado esperando una salvación milagrosa, Dios también nos podía salvar poniéndonos por delante oportunidades para escapar; por lo menos era lo que yo creía.

Por la velocidad del vehículo parecía que estábamos dando vueltas en una ciudad. Por el tiempo transcurrido calculaba que ya era como medio día. En ese momento cuando me parece que el automóvil toma velocidad, escucho a Dalia decir que necesita un baño. Los hombres se miran y le dicen que por ahora es imposible, que espere unos minutos. Dalia les dice que no puede esperar, que por favor detengan el vehículo en una cafetería o estación de gasolina. Uno de los hombres toma un teléfono de la limosina y transmite el mensaje de Dalia. Después de colgar el teléfono nos dice que en la próxima estación de gasolina se va a detener.

—Ustedes las mujeres no pueden vivir sin un baño cerca.

Cierro mis ojos y comienzo a imaginarme la escena siguiente, pasan por mi mente muchas películas donde el rehén escapa después de ocupar el baño, me imagino la ventana trasera del baño, el vehículo que se encuentra al lado cargando combustible, un carro de la policía cerca, la cafetería donde se pide ayuda, etc. No hay carreteras sin estaciones de gasolina en el mundo que no se pueda describir lo que antes mencioné, todas son iguales.

Después de varios minutos de viaje por fin parecía que nos encontrábamos en una estación de servicios.

—La mujer se va a bajar conmigo, usted junto a mis compañeros permanecerá en el automóvil. Una vez que la mujer regrese podrá ir usted también al baño con mis dos compañeros. ¿Entendido? Señora, sólo cinco minutos en el interior del baño, cumplido ese tiempo entro a buscarla si no ha salido antes, lo mismo para usted.

El vehículo se detuvo y alguien abrió la puerta.

—Oh lo siento, la señora con esa cara va a levantar muchas sospechas. No hay baño. Seguimos.

Se cerró la puerta y enseguida el vehículo se puso en movimiento.

Después de unos minutos sonó el teléfono y se respondió la llamada sólo con una afirmación. Uno de los hombres que había atendido el teléfono mirando a Dalia dijo:

—Vamos a detener el vehículo en el próximo estacionamiento para descanso, allí hay baños y suele no haber gente... tenga paciencia.

Miraba a Dalia que a pesar de los golpes recibido en su cara, afloraba su belleza en su rostro, los hematomas comenzaban a desaparecer casi en forma milagrosa. Mientras la observaba, ella me mira regalándome de su perfil una linda sonrisa.

—Eres linda, la mujer más linda del mundo.

Su respuesta siguió siendo una sonrisa.

Ver el rostro golpeado de cualquier mujer, es sinónimo de grandes silencios de sufrimientos. Esos suelen vivirse acompañado sólo de una soledad que con el tiempo se va transformando en una de sus principales cómplices. Hay que romper esos tipos de silencios.

Los minutos transcurrían lentos mientras el vehículo que nos transportaba se dirigía a gran velocidad. La sensación de inseguridad al no saber qué era lo que estaba por suceder con nosotros hacía asomar con creces la dependencia divina. Esa fe no venía por palabras sino que por hechos. Esa experiencia era acompañada con una paz interior muy difícil de describir, pero que en mi caso lo veía continuamente en la actitud de la mujer que me acompañaba.

Por fin llegamos a un lugar de descanso para los conductores. El vehículo se estacionó muy cerca de uno de los baños químicos, allí se bajó Dalia en compañía de uno de los hombres. La puerta del vehículo se cerró de inmediato, y no tuve oportunidad de ver nada. En menos del tiempo que me imaginaba llegó Dalia. Con una mirada me dijo casi todo. Enseguida me tocó el turno a mí. Acompañado de dos hombres que me llevaron casi corriendo, cuando abrí la puerta del baño entendí la cara de Dalia, si para mi siendo hombre era desagradable me imagino para ella que era una dama.

Aparte del desagradable recuerdo de aquel baño quedó en mi retina el color del cielo de ese día; un cielo muy azulado, despejado con un sol muy poco frecuente en los días invernales europeos.

Una vez en el interior del automóvil todo parecía igual, le pregunté a Dalia si había podido ver algo que le indicara el lugar donde nos encontrábamos.

—Oscar la verdad es que no sé. No me fijé en nada.

Fue entonces cuando uno de los hombres intervino en nuestra conversación:

—No se preocupen por saber el lugar donde se encuentran, ya estamos por llegar. Les aseguro que es un lugar muy encantador.

Sonó el teléfono del vehículo. El hombre que lo contestó una vez más sólo se limitó a escuchar y responder con una afirmación.

Enseguida se dirigió a nosotros y dijo:

—Bien señores vamos a comenzar con el protocolo de entrega. Por favor junten sus dos manos para poder poner esto que los mantendrá con alguna capacidad reducida, a la vez nuestros clientes verán que esto no se trató de un viaje de placer, agradezcan que no hicieron todo el viaje así de amarrados.

Cuando aquellos hombres procedían a ponernos unas correas plásticas en nuestras manos, me percaté que ninguno de sus relojes tenían la misma hora, en uno su reloj marcaba la una, en el otro marcaba las dos y en el último marcaba las tres.

El auto comenzó a dar demasiadas vueltas, sintiendo que avanzábamos como subiendo por algunas calles muy estrechas, a tal punto que el vehículo no pudo continuar, quedando atascado en una de esas curvas.

—Estimados estamos muy cerca de nuestro destino, el siguiente trayecto lo vamos hacer a pie.

En ese instante se abre la puerta y un hombre corpulento desde afuera dice que salgamos rápido. Salimos del vehículo y enseguida nos introdujeron en un automóvil negro pequeño, Dalia quedó sentada al medio, y otro hombre quedó a su lado, apuntándola con un revólver y amenazándonos que no intentáramos hacer nada. En pocos minutos de recorrido, el vehículo entró por un portón, y continuó su recorrido por el interior de una zona de jardines hasta detenerse frente a una pileta que formaba una rotonda en la entrada principal de algo que parecía ser un gran hotel. Allí nos sacaron rápido del auto y nos hicieron pasar a un salón rodeado de ventanales con marcos de madera rústica, el lugar era al parecer bien acogedor a no ser por las circunstancias.

El hombre grandote y calvo que apareció con el último vehículo nos sostenía de los brazos. Se abrió una de las puertas del gran ventanal donde aparecieron cuatros hombres y una mujer.

—¡Rápido! Ustedes con la mujer y ustedes con el hombre.

Me llevaron a una habitación. En su interior me acompañaban dos hombres de aspecto muy rudo, y con acento de extranjeros. Me pidieron que en forma rápida me bañara, me entregaron algunas ropas y unos zapatos para que me cambiara. Uno de los hombres primero reviso bien el baño y luego me tiró una toalla y me dijo que me bañara en tres minutos.

Al entrar al baño comprobé que efectivamente estábamos en un hotel y de nombre Mistrá. “Mistrá Hotel”, eso decían las toallas. Recién me estaba sacando la ropa cuando me golpearon la puerta para que me apurara. Abrí la llave de la ducha y por fin pude sentir un chorro de agua caliente sobre mi cuerpo. Habían elegido un hotel muy acorde a las circunstancias, el baño no tenía ninguna ventana.

Fue una ducha que no duró más de 5 minutos. Una vez más me golpearon la puerta para que terminara. Me vestí lo más rápido que pude, y salí. De inmediato me condujeron a otras dependencias del hotel, sin antes decirme que por favor me peinara, alguien muy importante nos esperaba para una reunión.

Luego de caminar por unos lindos senderos al interior del hotel, y al tener más tiempo para mirar a mi alrededor, pude observar que era un lugar verdaderamente hermoso, un hotel que estaba rodeado de grandes montañas nevadas, el lugar interior del estaba todo diseñado con una mezcla de modernidad con sectores que lo hacían parecer a un castillo medieval. Llegamos a un salón de nombre Constantino. Todo el aire que rodeaba aquel momento era de mucha incertidumbre. Me sentaron en una mesa que parecía ser para muchas personas, en ese momento solo estaba los dos hombres que me acompañaban. Por una de las ventanas podía divisar como el sol se comenzaba a esconder detrás de una gran montaña. El lugar donde me encontraba estaba ubicado a cierta altura en relación con nivel del mar, ya que desde ahí se podía ver una linda pradera de un hermoso verdor que rodeaba aquel lugar privilegiado donde habían construido el hotel. Me llamaba la atención que en ningún momento me crucé con otros pasajeros, incluso todavía no veía a ningún miembro del personal del hotel. Uno de los hombres que me acompañaba me dijo que si quería me acercara a la chimenea para calentarme, pidiéndome que pusiera más troncos en su interior para que hubiera más combustión. Estaba haciendo lo que me habían indicado cuando se abre la puerta y entra Dalia acompañada con dos hombres. Éstos se quedan cerca de la puerta como punto fijo, mientras que los otros dos nos piden que nos sentemos uno al frente del otro. En una de las esquinas de la mesa. Miré a Dalia y se veía mejor. Vestía una falda negra tres cuartos, con un chaquetón del mismo color, que lo mantenía cerrado hasta su cuello, ambos vestíamos algo elegante acorde parece a la ocasión que se avecinaba.

El ambiente parecía algo relajado, a tal punto que pensé en decirle algunas palabras a Dalia, pero ella tomó la iniciativa diciéndome:

—Recuerda que estamos siendo instrumentos de Dios, eso no debes de olvidarlo nunca, tenemos una misión que hay que terminar bien, lo estamos haciendo todo para la gloria de Dios.

—Dalia, no sé, pero no puedo sentirme parte de ese plan, hay algo en mí que no me deja aceptar que yo pueda ser un instrumento de Dios, cuando mi motivación principal pasó de una investigación a un interés por una mujer, y esa mujer eres tú. Lo que hago ahora es solo para agradarte, que tu estés bien, aunque hasta el momento debo reconocer que no he sido un buen guardaespaldas.

—Oscar ya te dije que eso tienes que dejarlo para otro momento, estamos en una situación tan delicada, que tenemos que pensar en salir de esto primero, y salir bien. Yo he sentido también cosas por ti y me han hecho muy mal, el enemigo supo debilitarnos, encontró dos personas con mucha falta de afecto y cariño.

—Y ahora ¿Dónde estamos Dalia?

—Ahora estamos aquí, ésta es nuestra realidad, estamos cerca de Esparta, esto parece ser Mistrá19, un pueblo con una historia medieval.

Nuestra conversación fue interrumpida, por los aprontes de que la persona a la cual esperábamos estaba a punto de aparecer frente a nosotros. Se abre la puerta principal del salón y comienzan a entrar unos hombres vestidos todos de negro, que se confunden con la persona principal, que solo sabemos de quien se trata por el hecho de sentarse en una de las cabeceras de la mesa.

—No vamos a perder el tiempo con saludos, ustedes saben muy bien porque están aquí. Pónganse de pie. Frente a ustedes el obispo Isaac Rapti, miembro de la hermandad del santo sepulcro perteneciente a la Iglesia Ortodoxa griega de Jerusalén. La Santa y Gloriosa Sion, madre de todas las Iglesias.

Entra un hombre alto, muy blanco, vestido con una sotana negra, y un pelo largo tomado con una cola, me llama la atención de que se trate de un obispo a un hombre que parece ser muy joven para un cargo así. Nos mantenemos por algunos minutos todos de pie hasta que termina de ubicarse en la mesa el ultimo cura del séquito que lo acompaña. Nos piden que nos sentemos, y el obispo de inmediato comienza a hablar:

—En primer lugar quiero, en el nombre de la Santa Madre Iglesia de toda la cristiandad, fundada en el día santo del Pentecostés, ofrecerles las disculpas necesarias por el mal trato recibido por nuestros hermanos del patriarcado de Grecia. Con todos mis respetos les doy las más sentidas disculpas.

Personas como ustedes no se merecen un trato vejatorio, aunque tenemos la obligación de decir que con la presencia de la dama aquí presente en un lugar santo como lo es un monasterio ortodoxo ha quebrantado los cánones sagrados de la santidad. Solamente con su presencia en aquel lugar, un lugar donde está totalmente prohibido la presencia femenina, símbolo del primer pecado, causante de la desdicha de la recién terminada obra creadora de Dios. Su sola presencia causó una seguidilla de faltas eclesiásticas al patriarcado griego.

Creemos y estamos en una convicción absoluta que tratándose de escritos sagrados, no da lugar a persecuciones policiales ni mucho menos. Somos personas civilizadas, y que al parecer nos une el mismo sentir: El resguardo de la verdad; y por qué no decirlo, el privilegio de compartirla.

Creo en forma muy honesta que ha llegado una hora crucial para nuestra humanidad, aquí no se trata de religiones o iglesias, esto se relaciona solo con la verdad emanada de Dios a través del Apóstol Pablo, un mensaje divino que el mundo tiene que conocer.

El verdadero órgano eclesiástico responsable para la humanidad de la herencia del cristianismo, es la Santa Madre Iglesia ortodoxa de Jerusalén, que a través de los tiempos, y pasando por los diferentes concilios se ha sabido ubicar siempre bajo el amparo de la eran apostólica, comenzando su patriarcado con Santiago el justo, y llegando hasta los días de hoy con la sucesión santa de aquel patriarcado.

Heredera de los grandes cambios a favor del propio cristianismo a través de San Constantino, propulsor del avance de éste, para que la propia Roma se convirtiera a la verdad y se transformara en un pueblo cristiano de la mano del emperador Teodosio, quien a través de un bendito decreto unió las raíces judío-cristianas con la cultura greco-romana, declarando al cristianismo como religión de Estado. ¡Bendito aquel 27 de febrero de 380!

Por siglos hemos sido los encargado de resguardar los lugares más santos del planeta, hemos tenido el privilegio divino de crecer en tierra santa, en la misma Iglesia del Santo Sepulcro, cumpliendo fielmente el resguardo del tesoro más valioso del mundo cristiano. Nos corresponde a nosotros, por el alto nombre que la divinidad nos concede, dar cumplimiento para siempre al resguardo de la verdad santa, especialmente aquellas 7 páginas perdidas del papiro 46. Palabra de Dios viviente para esta humanidad. Por el amor a esa verdad, y el amor que dicen ustedes profesar a nuestro creador, nos llevaran a buscar aquella verdad velada a través de los tiempos, y compartirla como una herencia eterna para la cristiandad.

—Estimados llegó el momento de escucharlos, sin antes decirle que no pudieron caer en mejores manos, nadie, nadie le va a dar el trato que ustedes se merecen como la Santa Iglesia Ortodoxa de Jerusalén.

—Estimada dama le agradecemos en el nombre del mundo cristiano su celo por el resguardo de tan santa verdad, pero la voluntad de Dios ha querido que sea su pueblo, su único pueblo glorioso en la fe al que le corresponde ahora hacerse cargo de tal valioso mensaje.

Sabemos que ustedes dejaron en manos de un “monje” con el respeto que la palabra se merece, aquellos sagrados papiros. En el nombre de Dios le invoco a que nos digan la verdad, y terminemos con este sagrado trámite, como cumplimiento de la voluntad de Dios lo más antes posible.

Díganos de que persona se trata y donde lo podemos encontrar. La escuchamos.

Miro con asombro como el semblante de Dalia comienza a brillar, y en forma imponente se pone de pie y comienza hablar.

—Señores con el respeto que ustedes se merecen, les quiero decir algunas palabras que creo van hacer de mucha ayuda para la ubicación de los papiros sagrados, que con mucho celo lo hemos resguardado.

Nací en un hogar cristiano, de familia con descendencia directa de los primeros colaboradores del cristianismo aquí en Europa, familias que en su tiempo colaboraron en forma directa con el Apóstol Pablo, cuando estuvo desarrollando parte de su ministerio en Filipos. Fueron mis antepasados los Filipenses que contribuyeron de gran manera económicamente al ministerio de Pablo.

—Señora por favor... limítese a decirnos donde encontrar los papiros y punto, no nos va a dar usted clase de historia eclesiástica, y mucho menos atribuirse parentescos de índole santo cuando es sabido por todos, el tipo de mujer que es usted. Se lo digo con mucho respeto.

Me pareció un gran insulto hacia Dalia y no vacilé en hablar.

—¿Qué te crees tú para venir a juzgar a las personas? ¿A tirar la primera piedra cuando la historia a ustedes ya los sepultó con camionadas de piedras? Por corruptos, ladrones y mentirosos.

—¡Alto! No voy a permitir este tipo de improperios. Hay una gran diferencia entre lo santo y lo pagano. ¡Más respeto! Que continúe la mujer, y que se atenga estrictamente a lo que nos interesa.

Se produjo un silencio por algunos minutos, mientras Dalia miraba de una manera muy especial al cura que parecía ser el jefe, su mirada se clavó sobre el rostro de éste y continuó hablando de una manera tranquila y pausada.

—Dios a través del tiempo siempre ha tenido un pueblo, un pueblo que se ha caracterizado por tener la fe de Jesús y guardar sus mandamientos, un pueblo que no se ha doblegado ante nadie por defender la fe de los preceptos establecidos por Dios eternamente. Un pueblo que ha sido fiel como la brújula al polo, un pueblo heredero de la verdad. Sin cambiarle ni agregarle nada, un pueblo que no tranzó la verdad a costa de favores de Estado. El único pueblo fiel, observador de la palabra de Dios y no del hombre. Un pueblo asiduo de un escrito, está de parte de Dios y no de tradiciones impuestas por decretos paganos avalando los cambios del tiempo y la ley. Por eso y por mucho más no es casualidad que la voluntad de Dios haya permitido que sea este pueblo, su pueblo fiel, el encargado de guardar aquella verdad. En honor a esa verdad y por la sangre derramada por mártires que dieron su vida por defenderla, estoy dispuesta a dar mi vida antes de revelar el lugar donde se encuentran. Muy pronto aquel pueblo santo, dará a conocer el contenido de aquellas maravillosas paginas como el último mensaje de a amonestación al mundo...

—Gracias estimada señora por sus palabras, pero hay algo que me gustaría saber, ya que usted entró en este tema. ¿A qué se quiso referir cuando dijo al cambio del tiempo y la ley? No entendí esa aparte. ¿Sería tan amable de explicármelo?

—Me refería a los cambios de los preceptos divinos, especialmente al cambio de los mandamientos de Dios, la Ley y al tiempo, refiriéndome a cambiar el orden de los días de la semana, como lo pidiera Constantino para continuar con la adoración al Sol. El primer día pasó a ser el séptimo y el séptimo pasó a ser el sexto, contraviniendo los mandamientos de Dios, para seguir tradiciones paganas...

—Gracias señora, pero aquí no estamos en un concilio, y tampoco tenemos tiempo para entrar en abiertas discusiones, teológicas que ya nuestros primeros padres dejaron zanjadas. Deduzco de sus palabras que usted no va a decirnos donde están los papiros, o ¿Me equivoco?

—No, no les voy a decir.

—Perfecto, usted nos ha dicho que está dispuesta a dar su vida por esta causa, entonces vamos a buscar a su hija, para que usted vea como ella también está dispuesta a dar su vida y sea usted testigo privilegiado de su muerte. A no ser que aquí el hombre presente aun en cuerpo y alma, nos diga dónde están y evite el sufrimiento suyo y la muerte de su hija. Ambos tienen el tiempo hasta que llegue su hija aquí para cambiar de opinión y colaborar, de lo contrario su hija será la primera en morir.

Para no contribuir a que dicha espera sea tediosa, y ustedes comprueben que ya no están bajo el patriarcado griego, los vamos a dejar aquí en este salón para que disfruten de esta linda vista, y al igual como muchos turistas venidos de todo el mundo tengan el privilegio se ver el encendido de las luces del Castillo de Mistrá, les aseguro que es un espectáculo fascinante.

—Señores pidan lo que quieran, ya muy pronto le traeremos la cena.

Cuando aquel cura terminaba de hablar como uno de los mejores guías turísticos de por aquí cerca, entra un hombre con un papel en sus manos, que hace que su semblante en su rostro cambia abruptamente, y se retira del lugar.