CAPÍTULO 8

Después de hacer una vez más el recorrido hacia Pérama; el lugar donde se encontraba el yate, llegué con la excusa de ir a buscar mis cosas y también reconocer que no pude llegar al barco, tenía la esperanza de no volver a encontrar al hombre de edad, dueño de la lancha que había dejado abandona en el barco petrolero. Tenía que pensar en algo que permitiera que Fotis Lagopoulos tuviera confianza en mí y me ofreciera un trabajo y así poder continuar con mi plan y seguir la pista que me había entregado el hermano Georgios.

Era domingo, y lo más probable es que no me encontrara con Fotis. Al llegar a la puerta de los artilleros, un portero me detuvo, indicándome que el domingo estaba cerrado, le dije que venía a buscar unos documentos donde Fotis Lagopoulos. El hombre habla por radio y se comunica con alguien del yate, me permite pasar y me encamino hacia el lugar de aparcamiento, sin antes hacerle recuerdo que mi pasaporte está en su poder. Me dice que me lo devolverá al momento de retirarme de las instalaciones. Al llegar al lugar del yate me doy cuenta de que el Mercedes negro no está. Hay un joven con mi bolso en sus manos esperándome en la cubierta, desde allí me grita:

—¿Viene por sus cosas?

—Sí, por mis cosas y algo más. —le respondí.

—El “algo más” tiene que hablarlo con el capitán. —me contestó.

Mientras me indica que suba, en aquel momento, aparece el capitán.

—Lo siento pero ya no necesitamos un mecánico. Además, aquí en el yate no hay más trabajo, están todas las plazas ocupadas. —me dijo.

—Necesito un trabajo, en la Iglesia me dijeron que en Kalamata también me podían necesitar, ¿sabe usted algo al respecto? —le digo en medio de un leve silencio que se produce.

Con una mirada algo pensativa el capitán me contestó:

—Puede que necesite gente en Kalamata, están en plena cosecha de las aceitunas.

Diríjase a la estación de trenes del Pireo y tome el tren que va a Kalamata, todavía está a tiempo, yo voy a llamar a la fábrica para que lo estén esperando.

Sorprendido por la amabilidad, y sin siquiera hacer llamada para preguntar, volvía al punto de partida. No dudé en ningún instante, pues eso era lo que yo quería, lo que me interesaba comenzaba en Kalamata; siempre confiando de que lo que me había dicho el hermano Georgios fuera verdad.

Llegué a la estación del tren del Pireo que está al frente del puerto donde salen los ferries hacia las diferentes islas de Grecia. Compré mi boleto, y me embarqué en el primer vagón que estaba frente a mí. El tren tenía corridas de asientos de tres y dos filas, me habían dicho que el viaje duraría 6 horas. Vi el vagón casi vacío y me senté para el lado de la ventana con el propósito de poner mis piernas sobre los otros dos asientos.

Estoy sentado en la última corrida del vagón al lado izquierdo. Se suben más pasajeros; pero me llaman la atención tres hombres con túnicas blancas, también veo llegar una señorita que tiene toda la pinta de ser una estudiante, y detrás de ella una pareja, de matrimonio joven. Parece que nadie más opta por este vagón, y el tren ya está en movimiento rumbo a Kalamata.

Miraba por la ventana como se reflejaba mi rostro que dejaba ver señales de cansancio e incertidumbre, me imaginaba que aquel viaje iba a ser cómodo y tranquilo, tenía todas las intenciones de ponerme a dormir, pero en ningún momento veía que el tren saliera de la ciudad.

Anuncian la estación de Atenas, allí se subió más gente, la gran mayoría eran hombres con apariencia de ser trabajadores. Los otros vagones, se iban completando de gente; habían más hombres aún, pero también subían una que otra mujer, y parecían ser todos griegos; pero cuando puse atención en la gente que estaba a mi alrededor, me percaté que me había subido al en el vagón de los inmigrantes.

Salimos de la estación con rumbo a Corinto. Aquel trayecto fue más de una hora. Cuando llegamos a Corinto quise ver el famoso canal del mismo nombre; pero me dijeron que ya habíamos pasado sobre él. Subió al vagón una señora con un pequeño, había más asientos desocupados pero ella junto al niño quisieron sentarse a mi lado, de inmediato la señora me habló, era griega, una abuela que viajaba con su nieto a Trípoli. Me contó que la mama del niño, su hija, trabajó por mucho tiempo en un banco en Atenas, pero ahora con la crisis, ella y su marido estaban sin trabajo, el hombre había trabajado en una embotelladora de bebidas, me contaba que los trabajadores estaban en juicio ya que los dueños de un día para otro habían desaparecido. Su hija y su marido estaban trabajando por unas semanas en la cosecha de las aceitunas, había llevado al nieto a su casa en Atenas y ahora lo llevaba donde sus padres en Trípoli.

La señora era muy buena para hablar; así que, la traté de llevar a temas de mi interés. Le conté que iba a trabajar a la cosecha de las aceitunas a Kalamata, ella de inmediato encontró tema al respecto, entre las tantas cosas que me dijo hubo algo que no pasó desapercibido; que me cuidara de las mujeres de Kalamata, me dio a entender que de todas las mujeres de Grecia, aquellas eran las más fáciles de conquistar, eran de esas mujeres que no le importaban nada cuando su corazón era alcanzado por una flecha de Eros9. Aquella mujer me entretuvo por unas horas con diferentes historias mitológicas que según ella no están en ningún libro; sino que forman parte de la cultura griega transmitiéndose de generación en generación. Me habló cual tal erudita de la mitología, haciendo hincapié que muchas historias mitológicas griegas habían perdido su singular sentido cuando los romanos las hicieron parte de su cultura.

En medio de la conversación, se acercó un hombre y nos ofreció un pedazo de pan, lo habían comprado poco antes de embarcarse, se veía rico y fresco. Tomó un cuchillo; rebanó tres pedazos, y se presentó diciendo:

—Hola mi nombre es Gaspar y trabajo para una agencia de empleo de Atenas, ahora traigo algunos trabajadores a la cosecha de aceitunas.

Me mostró a cada trabajador que llevaba, eran todos extranjeros, me dijo que antes que comenzara la crisis este tipo trabajo solo lo hacían los emigrantes, y ahora solo éste es el único vagón donde van emigrantes, todos los demás están repletos de griegos, la mayoría cesante y que aprovechan ahora este tipo de trabajos.

Interrumpe la conversación la mujer, diciendo que lleva al niño al baño.

Gaspar se quedó conmigo diciéndome:

—Sabes dentro de los trabajadores hay tres talibanes. ¿Le tienes miedo? Estos tipos tienen fama de ser peligrosos, antes llegaban más, ahora se va para Inglaterra, estos tres que van aquí tienen papeles de refugiados, uno de ellos llegó como intercambio de rehenes; era extremista radical y estuvo detenido en una cárcel de Israel, después de una negociación quedo en libertad pero no podía quedarse ni en Palestina ni en Israel, Grecia le dio asilo.

El hombre con el cual hablaba, pensé en un momento que era griego, pero él se encargo de decirme que era polaco y que vivía muchos años en Grecia, aproveché para preguntarle si conocía a Fotis Lagopoulos, el hombre que me daría trabajo en Kalamata, cuando le dije eso, me miró con cara de extrañeza diciendo:

—¿Seguro? Tengo entendido que él sólo trabajaba con gente de su familia, lo conozco, es medio raro, no se relaciona mucho con la gente, es uno de los poderosos de Kalamata. Tiene mucho dinero, el circulo de personas que lo frecuenta es muy cerrado, por eso me extraña que traiga personas de Atenas a trabajar. Hace muchos años que trabajo para diferentes empresas de producción de aceite de oliva, los conozco a casi todos, solo Fotis Lagopoulos nunca ha pedido trabajadores, y no sé cómo ha conseguido los que tiene.

Al decirme eso, me hizo pensar que no iba por buen camino, por eso me aventuré al decirle que yo no lo conocía y que estaba ahí solo por una referencia de otro trabajador.

—Si es así entonces es seguro que me necesitarás. Toma, aquí está mi número de teléfono si te va mal con Fotis.

Me entregó una tarjeta y me ofreció alojamiento y comida, y una paga de 20 euros diarios. Insistió que era muy difícil que trabajara con Fotis ya que ellos tenían una tierra donde cosechan solo para la familia, no necesitan tantos trabajadores.

Casi al despedirse me dijo que a lo mejor Fotis me podía necesitar en la planta de aceite, ya que estos tenías una fábrica de aceite de oliva donde algunos agricultores pequeños llevaban sus aceitunas para que se las convirtieran en aceite.

Antes de retirarse a su asiento, me ofreció toda su ayuda para lo que fuera, aquel hombre me pareció sincero y se veía como un buen tipo.

Ya después de algunas horas de viaje y a medida que pasaba el tiempo seguíamos avanzando entre estaciones de pequeños pueblos. Por la ventana sólo se podía ver la oscuridad y los reflejos de luces de automóviles que parecían circular por una carretera adyacente. Como era de esperar ya me encontraba jugando con el pequeño mientras su abuela dormía, jugábamos al gato en un cuaderno que el pequeño tenía con algunos dibujos, en ese momento se me ocurrió que el niño me hiciera un dibujo de su familia. Le dije que me dibujará a su papá, a su mamá, los abuelos, y sus hermanos. El pequeño con mucho cuidado y detalles comenzó a dibujar, lo dejé solo para no influir en nada. Trataba de hacer un ejercicio de psicología para descubrir algo más de una familia griega con el único afán de que pasara el tiempo. Después de varios minutos el pequeño me despierta.

Kírie, kírie, íne étimo. —Señor, señor, está listo. Me dijo en griego.

Frente a mis ojos tenía un lindo dibujo de la familia del pequeño, me llamó la atención la que parecía ser su mamá. En ese preciso instante frena el tren de forma brusca, no se veía que estuviéramos en una estación, con el freno tan brusco le tomé la mano al niño para que no se cayera. De pronto veo el vagón lleno de policías. Estos comenzaron a bajar a todos los pasajeros del tren. Vi que la abuela despertó, mientras el policía me decía que bajara, lo hice con el niño tomado de la mano, a los hombres nos llevaron hacia atrás del tren y a las mujeres al otro extremo, fue una gran confusión, se escuchaban gritos de algunos griegos que insultaban a la policía, A todos nos pidieron los documentos, el niño me pedía que lo llevara donde su abuela, pero era imposible. La policía separó a los extranjeros de los griegos; estos últimos estaban muy molestos por el trato policial. Un policía se acerca hacia donde estoy y sin decirme nada me golpea con un palo en mi espalda diciéndome que me corra hacia una esquina, todo esto acompañado ahora con el llanto del niño.

Se acerca un policía de rango mayor y me pide mi pasaporte, y me habla en inglés.

—Que hace un turista con un niño griego, ¿Son familia? —me preguntó.

—No, el pequeño viaja con su abuela que esta con las mujeres, ellos venían en los asientos de al lado.

El policía llama a un subalterno y le pide que lleve al niño con su abuela. Me interroga, advirtiéndome que mi visa no es un permiso de trabajo, y que si me sorprenden trabajando me expulsarán del país. Me dio la orden de que subiera al tren, cuando llegué a mi asiento, me di cuenta de que solo estaba sentado el Polaco con el talibán que se creía que era un terrorista, a todos los demás se los llevó la policía por no tener papeles. El tren se pone en movimiento, y con rareza veo que la mujer con el pequeño no abordaron el mismo vagón.

Luego de pasar por la ciudad de Trípoli, y siendo ya más de la media noche llegamos a Kalamata. Al bajar del tren sentí un aire muy frío, el lugar donde estaba situada la estación era muy oscuro, no tenía mucha iluminación, poco se podía distinguir el paisaje que rodeaba aquel lugar; pero se sentía un olor a campo, me trajo al recuerdo de una estancia que tuve en un tiempo en la ciudad de Chillán en el sur de Chile. Pero mi realidad era otra, me encontraba en un lugar desconocido, y sin saber que iba a pasar allí conmigo. Había algunos hombres con unos papeles donde decía el nombre de las empresas donde los trabajadores tenían que dirigirse. Parecía que todo estaba organizado, sabían dónde tenían que ir. Fue transcurriendo el tiempo y fui quedando solo, pregunté por la persona que se suponía iba a mandar Fotis, pero nadie sabía nada. Me iba quedando solo en dicho lugar, miró la hora y eran pasadas la una de la madrugada. Todo estaba cerrando, incluso un café que estaba en la estación. Llegó a gran velocidad un auto de color rojo, por una de sus ventanas veo y escucho al amigo polaco.

—Que pasa amigo, ¿No lo vinieron a buscar? Suba, aquí queda un asiento. —me dijo con un tono muy amistoso.

Me subí en la parte de atrás, allí se encontraban dos hombres más que dijeron ser de Albania. El vehículo corría a gran velocidad por una carretera rodeada de pastizales. Hablaban un idioma que no conocía, y la verdad era que no sabía a dónde me llevaban. Después de una media hora de viaje llegamos a una casa que se encontraba a la orilla del camino, el polaco se bajó, y por lo que pude entender andaba buscando hospedaje para algunos de nosotros. En esa casa se quedaron los dos albaneses, y nosotros seguimos de viaje hasta llegar a un pueblo. El auto se estacionó frente a lo que parecía ser un restaurante, nos bajamos y el polaco me pidió que me quedara afuera. Al cabo de unos minutos llegó con otro hombre, un verdadero gigante, que se puso hacerme preguntas. Él no podía creer que yo era chileno. Aquel gigante dijo que se quedaría conmigo, que yo iba a trabajar para él, mi amigo polaco se despidió y se marchó del lugar. Este nuevo “personaje”; me hizo pasar a su restaurante, me dejó ubicado en una mesa y pidió que se me atendiera.

A pesar de lo avanzado de la noche había unas cuantas parejas cenando. En ese momento y viendo lo que me rodeaba, me daba cuenta de que ya no me encontraba en la Grecia turística. La apariencia de las personas era muy característica a gente que trabaja en el campo. Me seguía llamando la atención el tamaño de las personas, incluso el de las mujeres; eran todos muy altos. Tenía tanta hambre que cuando me preguntaron si me lo repetía dije inmediatamente que sí. Estaba comiendo no sé qué cosa, pero estaba exquisito. Era algo parecido a una carne al jugo con pasta. Luego supe que era jabalí.

Se acercó el gigante que no se cansaba de decirle a la gente que un chileno iba a trabajar para él, me llevó hacia un patio, donde al fondo había una pieza en construcción, allí mientras yo comía alguien instaló una cama de campaña con dos frazadas. Era el lugar donde iba a dormir, el hombre se excusó de no tener más comodidad, prometiendo que mañana iba a encontrar un mejor lugar para que yo durmiera, me lo repitió como cinco veces. Antes de retirarse me dijo que estuviera a las 7 en la puerta del restaurante para dirigirnos al lugar de trabajo.

Cuando quise cerrar la puerta, me di cuenta de que no había ninguna puerta. Miré por la ventana, veo por primera vez en Grecia un cielo estrellado, y comprobé que las ventanas no tenían vidrios. Así, con un frío aterrador, traté de quedarme dormido con el temor de que los perros que ladraban y se escuchaban alrededor, no se entraran donde yo me encontraba.

Me despertaron los cantos de los gallos. Me puse los zapatos y quedé vestido. Salí de aquella construcción en busca de un baño, estaba todo cerrado, en el restaurante no se encontraba nadie. En ese instante veo a una mujer de edad que le pregunto dónde queda el baño, y me envió al frontis del restaurante donde había una llave para regar, diciéndome que eso era todo lo que había. Cuando estaba por mojarme la cara, llegó un camión con algunas personas en su parte trasera, conducía el camión el gigante. Me subí, y comenzamos a movernos, con un viento frío a gran velocidad.

Llegamos después de una hora de viaje a unos olivares, allí me pasaron unas cañas muy largas con las cuales tenía que golpear las hojas de los olivos para hacer caer las aceitunas sobre una lona que estaba en el suelo rodeando el árbol. Tengo que reconocer que al principio fui torpe, pero cuando comencé a imaginar algunas caras de algún conocido en las hojas de aquel olivo, comencé a mejorar la puntería. Estaba en una cuadrilla de cuatro personas: tres hombres y una mujer. No debía quedar ninguna aceituna en el olivo, al principio parecía fácil pegarle a las hojas desde el suelo, pero después había que subir sobre el árbol para alcanzar los lugares más altos, ahí la cosa se ponía más peligrosa, algunos se encaramaban como verdaderos monos, a esa altura nos gritaban que lo hiciéramos más rápido. Esa historia se repitió durante toda la mañana, un árbol tras otro.

Al llegar la hora del almuerzo, se puso un género en el suelo y sobre él; pan y salame, nada más. En media hora se almorzó, si se puede llamar a eso almuerzo, y a continuar con otro olivo. El trabajo que parecía entretenido. Con el pasar de las horas, algunos se dieron cuenta que yo no tenía aguante, ni fuerza para trabajar al ritmo de esos gigantes. Me sacaron de los olivos y me llevaron donde había una maquina que podaba las aceitunas de las ramas, allí había gente que me traía las ramas cargadas con aceitunas y yo la hacía pasar por tal maquinita, dejando solo las ramas. Un hombre que era un rumano y que antes estaba haciendo el mismo trabajo, me miraba con cierta envidia, al parecer tramaba algo en contra mía; cada diez minutos me iba a increpar, me decía palabras no con la mejor educación. Eso lo entendía por el tono y la velocidad de su voz. Después de un tiempo ya me estaba cayendo mal y también comencé a increparlo porque a mi parecer no estaba haciendo bien su trabajo. Esto iba a terminar mal, me amenazó con golpearme una vez terminada la jornada. Comencé a prepararme mentalmente para la pelea, era más grande pero no tan astuto como yo, comencé a fijarme bien en él y ya podía imaginarme que iba ser yo el que saliera victorioso de tal pugilato.

La mujer que trabajaba con nosotros se acercó y me habló en griego, me hizo entender que el rumano era peligroso, que andaba armado y que siempre buscaba pelea, tenía amigos y yo estaba solo. Me trató de decir aquella mujer que me fuera antes, ese hombre era capaz de matarme. Cuando estaba trabajando ya como un experto en dicha maquinita, llega un señor de edad a buscarme, venía de parte de Fotis, me dice que deje todo y lo acompañe. Le pedí que me diera unos minutos para despedirme del gigante que me había ofrecido ese trabajo, lo busqué pero no se encontraba cerca, y la mujer griega me dijo que ella le daría mis saludos de despedida.