Capítulo 7
No podía influir, y desde que tuvo conciencia de ello, tomó la decisión de aprender, saberlo todo, aun lo más terrible.
¿Un instinto? Quizás, de alguna manera sabía estar en el lugar donde ocurriría algún evento decisivo, y ese llamado le llevaba ahora por un túnel abandonado, en Brooklyn, paralelo a la línea del tren F.
Allí estaba ella, acurrucada, durmiendo en plena oscuridad a las 2:30 de la madrugada, burlándose de las más elementales leyes de la supervivencia en el Subway, leyes que enseñan que solo se debe dormir de día, y que de noche hay que viajar en los trenes, siempre en movimiento, para evitar ser descubierto por los agentes de la MTA o ser agredido por otros mendigos.
El abandono de aquella adolescente era una apología a la vergüenza, era menuda y hermosa, ni aun las marcas de agujas en sus antebrazos afeaban su cuerpo, era además muy joven, casi una niña, y así sería siempre.
De la oscuridad llegaron dos sujetos, un hombre y una mujer que cruzaban los recovecos del subterráneo con sospechosa agilidad; iban de caza esa noche y la presa era ella. El Hombre Luz encontró un punto de observación entre dos balaustres oxidados, se sentó en el suelo grasoso y esperó a que sus ojos se acostumbraran a la penumbra… una mezcla de morbosidad y pena le invadió el espíritu.
A pocos pasos de él, una silueta vacía comenzó a moverse lentamente en la oscuridad, su ausencia de color era tan grande, que resultaba imposible no distinguirla aun en medio de la negrura más completa, era La Lobreguez, que se paseaba por entre las columnas del túnel, esta vez sin un cuerpo humano donde ocultar su verdadera naturaleza.
El vagabundo sintió una sacudida de terror, parecida a la que siente un condenado a muerte cuando se agotan todas las esperanzas de perdón. ¿Qué hacía La Lobreguez en aquel túnel abandonado? ¿Venía también a mirar, o era parte del espectáculo? Estuvo a punto de intervenir para salvar a aquella pobre muchacha, pero la silueta oscura se mantuvo en su sitio, como un segundo espectador en aquel teatro macabro.
La adolescente no presintió el peligro, despertó a medias cuando sus agresores ya le estaban quitando sus jeans a tirones violentos. Al comprender la situación en que se encontraba comenzó a gritar, pero pronto comprendió que era una pérdida de tiempo y fuerzas, pues nadie podría escucharla en aquel túnel abandonado, aun así, unas manos callosas y sucias le apretaron la boca para impedir cualquier intento.
Le obligaron a adoptar una postura irresistiblemente incómoda, con su cabeza forzada contra la pared, solo entonces tomó conciencia de que era agredida por dos personas, y que una de ellas era una mujer de notable corpulencia.
-Hija de pu.. ! - apenas alcanzó a decir.
La agresora le asestó un fuerte puñetazo en el riñón izquierdo y el terrible dolor le hizo perder el aliento. La joven comprendió que era inútil cualquier resistencia y se abandonó a la suerte... a su mala suerte, mientras su aura variaba entre los tonos de la angustia, el dolor y la vergüenza.
Torcieron su cuerpo hasta colocarla boca arriba, con un viejo cinturón le amarraron una de las piernas a la altura de la rodilla y la tensaron hasta dejarla sujeta a un saliente metálico de los rieles, el hombre tiró con fuerzas de las pantaletas de la muchacha, pero la inusual postura le impidió quitárselas completamente.
-¡Imbécil! - le dijo la mujer en un susurro - No tenías que amarrarla de esa forma.
-Cállate y terminemos de una vez, tengo la impresión de que alguien nos mira.
Ambos movieron sus cabezas en todas direcciones, pero luego continuaron los preparativos de su crimen en silencio, sin sospechar que dos peculiares observadores seguían cada movimiento, y que todo ser humano vive frente a un espejo en donde se vigila siempre a sí mismo.
La joven no oponía resistencia, estaba consciente de lo que sucedía, la rabia terminó por despejar cualquier vestigio de las drogas y ahora su razonamiento era completamente lúcido. Sabía que no podía enfrentar a sus agresores; la mujer ya había dado muestras de su fuerza y el otro individuo tampoco parecía ser un adversario fácil, así que prefirió mantenerse en silencio, rogando porque todo terminara pronto.
La separaron de la pared y su pierna atada quedó forzada al borde de las posibilidades de sus articulaciones, el dolor le hizo emitir un leve gemido. Alcanzó a ver la silueta robusta de la mujer en el momento en que se despojaba de su pantalón caqui, no pudo ver su rostro, pero algo de aquel breve reflejo le pareció familiar. Recordó entonces que días atrás, mientras vagaba por los túneles en busca de agua, había sido descubierta por una trabajadora social, que intentó convencerla de regresar al “buen camino”, quizás en su caso el intento hubiese servido de algo, pero sospechó de la mujer por la forma en que le miraba cuando se sentaron a conversar. Ahora era tarde, no estaba segura de haberle dado información sobre su escondite, pero de alguna manera la mujer estaba allí, y era mucho más peligrosa de lo que había imaginado.
Apenas tuvo tiempo de mover la cabeza cuando se sintió aplastada por el peso asfixiaste de su agresora, que se había sentado a horcajadas y desnuda sobre su cara. La desesperación provocada por la asfixia le obligó a defenderse de cualquier modo, trataba de escapar de su postura cuando sintió que le introducían un objeto romo en la vagina, que de ninguna manera podría ser un pene.
-¡Sácale esa cosa y demuestra que eres hombre! – gritó la mujer
-Es un cabo de martillo que estaba por ahí tirado… –respondió el otro – es que no puedo concentrarme.
-¡Eres una bola de mierda! – dijo con una risa nerviosa.
-Si la muy puta no se defiende no me voy a excitar
-¿Ah, necesitas más acción?
La mujer se irguió y la joven aspiró una bocanada de aire pútrido cuando ya estaba al borde de la asfixia, de un solo tirón le rompieron los botones de la blusa y dos pequeños pechos desnudos quedaron al aire. Los agresores se lanzaron sobre los senos apretándolos hasta provocar los gemidos de la joven, el hombre acercó su cara a la de ella y pasó la lengua lasciva sobre sus mejilla, el aliento descompuesto de su respiración le provocó nauseas.
-¡Cochino! - alcanzó a gritarle.
La mujer le golpeó de nuevo en el riñón izquierdo, como si tuviera una inclinación especial por esa parte del cuerpo humano, el hombre se abalanzó otra vez sobre sus pechos y mordió con fuerza uno de sus pezones. El dolor fue tan terrible que la muchacha se retorció sin aliento intentando encogerse, pero sus agresores le obligaron a adoptar una postura imposible, jalándole con fuerza la pierna libre. Esta vez sintió el miembro del hombre penetrándola violentamente, al tiempo en que la putrefacta vagina de la mujer se posaba de nuevo sobre su cara.
La energía se tornó de un color rojo intenso, El Hombre Luz, hechizado por el terror, se cubría los ojos ante los destellos que emanaban de aquella escena macabra, a pocos pasos de él, La lobreguez comenzó a retirarse lentamente, más oscura que nunca, como si su misión en aquel lugar ya hubiese terminado.
El agresor eyaculó dentro de su víctima en medio de movimientos espasmódicos, la mujer - en cambio - seguía moviendo su pelvis sobre la cara de la muchacha sin percatarse de que la joven ya había muerto de asfixia. Unos segundos después, y sin lograr el orgasmo, la mujer se incorporó enojada.
-¡Dame ese palo que tienes por ahí! – gritó furiosa.
-¿De qué me estás hablando?... - respondió el hombre.
-¡El cabo del martillo, imbécil!
-Déjala, que está casi muerta - el hombre se puso de pié aterrorizado por las consecuencias de sus palabras.
-¡Eso lo puedes decir tu porque ya terminaste, cabrón!
La mujer buscó a tientas hasta encontrar el pedazo de herramienta, separó las piernas flácidas de la joven e introdujo con fuerzas el madero en la vagina inerte.
La energía del hombre se tornaba oscura, a medida que el miedo y la culpa se apoderaban de él. La mujer, en cambio, llegaba a su máximo éxtasis lamiendo la sangre aun caliente que brotaba de la vulva adolescente mezclada con el semen del otro.
Dos horas después de que los criminales se hubiesen marchado, El Hombre Luz lloraba ovillado entre los dos balaustres que le sirvieran de platea improvisada.
¿Ves? ¡Esos son los hombres que tanto amas!
-También son luz…
Pero son luz dentro de un cuerpo imperfecto, algunos son más luz, otros apenas brillan más que insectos.
-¡También son energía!
Son energía que se pudre, todos morirán, es cuestión de tiempo.
-Tiempo… eso es lo que necesitan para aprender...
¡Ya basta de tonterías, el tiempo es inviolable!
-Pero...
Lo que debe pasar pasará, las cosas ocurrirán según el plan… ¡No puedes intervenir, a menos que se te pida, a menos que así lo quiera La Gran Energía!
La luz no se apaga nunca, pero palidece.