Capítulo 3

Los efectos de una contusión podían hacer aquellas cosas.

Se perdían funciones mentales, la habilidad de sumar dos y dos, de comprender el sentido de las palabras más simples. Shane había oído lo que ella acababa de decir, pero no podía creerlo.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó, estupefacto—. ¿ Cómo que me he equivocado de chica ?

—Yo no soy Milly.

—¡Claro que eres Milly!

—No, no lo soy. No sé por qué has pensado que lo era —sonrió ella—. Porque a quien querías secuestrar era a Milly, ¿no?

—¡Yo sé muy bien a quien quería secuestrar! —le gritó—. Y ya te he dicho que esto no es un secuestro.

—Perdón, quería decir requisar —corrigió ella. Shane asintió—. Bueno, pues estoy requisada, pero lo lamento mucho. Yo no soy Milly, soy Poppy.

—Pruébalo —dijo él mirándola fijamente.

Ella tomó la cazadora del sofá y sacó de la cartera el permiso de conducir.

—Mi permiso de conducir.

Era ella, desde luego, tuvo que reconocer Shane. Los mismos ojos brillantes, la misma preciosa sonrisa, el mismo pelo. Debía de ser la única persona en el mundo que salía guapa en esa clase de fotografía.

Y después miró el nombre. No decía Milly, pero tampoco decía Poppy.

—Aquí dice Georgia Winthrop Hamilton —dijo él, triunfante.

—Ese es mi verdadero nombre. Pero todo el mundo me llama Poppy.

—¿Y cómo sé yo que la gente no te llama Milly?

—Porque no —contestó ella, como si aquella respuesta fuera completamente lógica. Pero no lo era para Shane. De hecho, no entendía nada—. Mi madre empezó a llamarme Poppy cuando era pequeña por una muñeca que se llamaba así.

Shane intentaba recordar su conversación con Cash la noche anterior en El Barril.

—Pero él me dijo… —empezó a decir, intentando recordar. Cash le había dicho que era «la más guapa, con el pelo largo». En ese momento lanzó un gemido. Dos de las mujeres eran rubias y las otras morenas con el pelo largo. Pero sólo una de ellas era guapa. O, al menos, a él se lo había parecido. La otra era la chica que estaba con ella en la floristería, la que se había marchado con el tipo del Chevrolet. La otra chica era… ¿Milly?—. ¿Milly era la chica que iba en la furgoneta contigo?

—Sí. Milly es empleada mía.

Shane apretó tanto los dientes que casi se hacía daño. De un tirón, se quitó el sombrero y lo lanzó al otro lado de la habitación.

—¿Y por qué no me lo has dicho antes? —preguntó furioso a aquella señorita Georgia Hamilton—. ¿Por qué me has dejado… hacerlo?

—Ah, ¿ahora es culpa mía?

—¡Claro que sí! ¡Podrías habérmelo explicado en Livingston!

—¿Cómo? ¿Me hubieras creído si te hubiera dicho que yo no era Milly?

La verdad era que probablemente no la hubiera creído. Habría pensado que estaba tendiéndole una trampa.

Shane se pasó la mano por el pelo, maldiciendo en voz baja. Si su madre oyera lo que estaba diciendo le habría lavado la boca con jabón y Poppy lo miraba sorprendida.

—Perdón —susurró, dándose la vuelta hacia la ventana. La tormenta estaba en su apogeo y lo único que se veía a través del cristal era una masa blanca interminable

—. Maldita sea.

Cuando Poppy le puso la mano en el hombro, él dio un respingo.

—Lo hacías con buena intención —dijo ella suavemente.

—Ya —contestó él, apartándose.

—La verdad es que… ha sido un gesto muy noble por tu parte. Aunque tú no tenías nada que ver en el asunto, claro —siguió ella, intentando colocarse de forma que él la mirara, pero Shane seguía negándose a clavar los ojos en ella—. Era asunto de Cash, ¿sabes? Debería haber sido él el que hiciera algo, si quería hacerlo.

—¡Tenía que marcharse!

—Siempre tiene que ir a algún sitio —replicó Poppy, impaciente—. Milly ya estaba harta.

—¿Y se casa con otro sólo para que Cash se dé cuenta de que está harta?

—No, se casa con alguien que no está siempre fuera. Alguien que le demuestra que ella es para él más importante que un maldito caballo.

—Era Deliverance, no un simple caballo.

—¡Como si era Pegaso! Ninguna mujer quiere ser menos que un caballo.

—Sólo iba a ser hasta el martes.

—No lo entiendes, ¿verdad? Eres igual que Cash.

—Pues sí —replicó Shane, orgulloso—. Aún no he encontrado una mujer que me haga dejar un buen rodeo.

—Bueno, al menos eres sincero —suspiró Poppy—. Y si Cash piensa lo mismo que tú, ¿por qué va Milly a casarse con un hombre así?

—Porque él la quiere.

—Cash no tiene ni idea de lo que es el amor. Y, obviamente, tú tampoco.

—Yo no soy el que va a casarse —dijo él, ofendido.

—¿Y quién se casaría contigo?

—Te sorprenderías —contestó él, molesto.

La verdad era que no sabía si alguna de las chicas con las que había salido lo hubiera esperado para casarse con él. Pero daba igual, porque nunca se lo había pedido a ninguna.

—Sí, me sorprendería, desde luego. Pero, desde mañana, Cash puede asistir a todos los rodeos que quiera, porque Milly va a casarse y va a ser muy feliz con Mike

—lo desafió ella. Tenía razón. Si iban a ser felices o no, el tiempo lo diría. Pero, desde luego, Milly iba a casarse con Mike. Nadie podría impedírselo ya porque él se había equivocado de chica. Shane se dirigió hacia la puerta—. ¿Dónde vas?

—A intentar sacar la camioneta de la nieve. No vamos a quedarnos aquí.

—¡Pero si está atascada! Y está nevando.

—No me digas —replicó él entre dientes.

—¡Espera!

Pero Shane no esperó. Se puso la cazadora y salió de la cabaña aún abrochándose la cremallera. Cuando oyó que Poppy salía tras él, se volvió.

—No llevas botas.

—He encontrado éstas al lado del sillón —dijo ella, mostrándole un par.

Serían de alguno de los que habían pasado por allí, se dijo Shane. Poppy se las puso y lo siguió, pero las botas eran demasiado grandes para ella y caminaba torpemente.

—Vuelve a la cabaña. Yo vendré a buscarte cuando haya sacado la camioneta.

—No. Si vas a ponerte a hacer el idiota otra vez…

—¿Cómo que otra vez? —preguntó.

Pero ella no contestó. Simplemente, se colocó a su lado.

—Pero tendrás que prometerme no volver a intentar secuestrar a Milly —dijo ella por fin.

—Me parece que los secuestros se han terminado para mí por el momento —

asintió él entre dientes.

—Estupendo —sonrió ella. La camioneta estaba prácticamente cubierta de nieve y tuvo que apartarla para abrir las puertas y sacar una pala. Shane apenas podía quitar nieve y se daba cuenta de que Poppy lo estaba mirando—. ¿Quieres que te eche una mano?

—No —contestó, orgulloso. Pero el viento soplaba más que nunca y la nieve se acumulaba a pesar de sus esfuerzos. Cuanta más nieve quitaba, menos progresos hacía, hasta que por fin dejó de intentarlo—. Venga, entra. Vamos a intentar sacarlo.

Los dos se subieron a la camioneta y Shane puso en marcha el motor. Éste se encendió, las ruedas daban vueltas y aquello no se moría. Shane maldijo entre dientes.

Intentó dar marcha atrás, ponerlo en segunda, todo. Pero no había manera. En lugar de salir de aquel hoyo lo que hacía era meterse más en él. Las ruedas ya no pisaban la nieve, sino que hacían un agujero en la tierra y se hundía cada vez más.

Por fin, él paró el motor y le dio un puñetazo al volante.

—No pasa nada —dijo Poppy, poniéndole la mano sobre el brazo—. No te preocupes. Ya saldremos de aquí.

Cuando salieron del coche y se dirigían hacia la cabaña, Poppy tropezó en la nieve y Shane la sujetó para que no cayera.

—Ten cuidado.

—Gracias —sonrió ella. Shane volvió a sentir aquel aguijonazo en su interior.

Y entonces se dio cuenta de que Poppy no era la chica de Cash.

Fue como si le hubieran golpeado en la cabeza.

Volvió a mirarla, aquella vez de otra forma. Comprobando, descubriendo. Con esperanza. Ella lo miró a su vez… y Shane pudo ver lo mismo en sus ojos.

Shane empezó a sonreír en ese momento.

Daba igual lo que dijera Cash. La más guapa del grupo era ella.

De hecho, guapa era una palabra demasiado simple para describir a aquella chica. Su largo pelo oscuro era sólo parte de su atractivo. Tenía una piel de porcelana, pómulos altos, nariz recta y una boca generosa. Le gustaban las pequitas que tenía en la nariz porque le daban un aire infantil y alegre, cercano.

Le hubiera gustado tocarla, pero se limitó a tomarla del brazo y llevarla con él a la cabaña.

Cuando entraron, el calor los envolvió a los dos. Shane añadió otro tronco a la chimenea.

—¿Tienes hambre?

—No. La verdad es que he cenado mucho.

—¿Te importa si como algo? —preguntó. Lo que debería haber hecho aquella noche era cenar, en lugar de planear secuestros para los que no estaba preparado.

—No, claro que no. Si quieres te ayudo.

Shane tomó una lata de carne con chile de uno de los armarios, sacó un abridor del cajón y… se quedó parado.

—Me temo que tendrás que hacerlo tú.

Mientras Poppy abría la lata, Shane miraba sus dedos. Eran largos y bien formados y se los imaginó acariciando su cara.

—No te quedes ahí. Dame una cacerola.

Shane parpadeó y se puso colorado.

—Claro —dijo por fin, cuando pudo volver a la realidad.

Ella echó la carne en la cacerola y empezó a removerla.

—¿Por qué no vas poniendo la mesa?

—¿Cómo se te ocurrió abrir una floristería? —preguntó él, mientras sacaba los cubiertos.

—Es muy sencillo, me gustan las flores. Me gusta plantar cosas y ver cómo crecen y me gusta decir lo que quiero decir sin palabras —contestó ella con los ojos brillantes—. Trabajar con flores me permite todo eso. Me encanta.

—¿Llevas mucho tiempo haciéndolo?

—Tengo la tienda desde hace tres años. Trabajaba allí mientras estudiaba en la universidad y después se la compré al dueño —contestó ella, dándole el plato de carne.

—Veo que eres muy ambiciosa.

—Es lo que quería hacer —asintió ella con firmeza. La misma que había en sus ojos—. Y no me equivoqué —añadió.

—Pues parece que tienes mucho éxito.

—Sí, así es —sonrió ella, sentándose frente a él. Sus miradas se cruzaron de nuevo y aquella vez Shane siguió mirándola. Fue ella quien apartó la mirada.

—¿A qué universidad has ido?

—A la de Montana. ¿Y tú?

—Yo no fui a la universidad. Y estuve a punto de no terminar el instituto —

contestó él con franqueza—. No es que fuera un bruto, pero es que no me gustaba mucho estudiar. Lo que quería era vivir y estar en el instituto me parecía una pérdida de tiempo. Cuando le dije a mi familia que no quería estudiar… bueno, digamos que no se lo tomaron muy bien.

—Me lo imagino.

—Lo dudo —dijo él—. ¿Seguro que no quieres un poco? —preguntó señalando el plato.

—Pues, ahora que lo dices, sí. Voy a comer un poquito —contestó ella, yendo a tomar un plato. Shane se quedó sentado, mirándola. Le gustaba ver cómo se movían las mujeres. Había en ellas una sinuosidad, una gracia que lo dejaba hipnotizado.

Cuando caminaban, era como si estuvieran flotando. Y Poppy Hamilton no era una excepción. Tenía las piernas largas y el pantalón marcaba unas curvas deliciosas.

Shane se la imaginaba sin pantalón y enredando aquellas largas piernas en sus caderas. Una punzada de deseo lo asaltó en aquel momento con tal fuerza que estuvo a punto de tirar la silla y, cuando intentó sujetarla, casi tiró el plato de carne—. ¿Te encuentras bien?

—Sí. Perfectamente. Es que se me ha escurrido la silla —contestó él, avergonzado, colocando la silla de un golpe. Ella lo miró sorprendida y después se encogió de hombros—. ¿Te has criado en Livingston?

—Sí.

—¿Y cómo es que no te he visto antes? Yo siempre me fijo en las chicas guapas

—sonrió. Poppy se ruborizó y Shane no cabía de gozo.

—Es normal que no te hayas fijado en mí —dijo ella, acercándose a la mesa con un plato—. Eres mucho mayor que yo.

—¡Eso no es verdad!

—Yo tengo veinticinco años.

—Y yo treinta y dos.

—¿Lo ves? Eres mucho mayor.

Shane iba a contestar algo, pero se dio cuenta de que estaba bromeando.

—Desde luego, te portas como una niña —murmuró.

Poppy empezó a reírse en ese momento y Shane pensó que lo mejor sería que dejara de reírse así si no quería que él se la colocara al hombro y la llevara directamente al dormitorio.

—Bueno, treinta y dos no es muy mayor —dijo, después de un momento.

—Gracias.

—¿Tú también te has criado en Livingston?

—No, me crié en Elmer. Mi hermano tiene un rancho allí. La otra noche fui a Livingston porque me estaba ahogando en el rancho.

—¿Por tu dedo? Ahora no puedes ir a ningún lado, ¿verdad?

—No. Desde hace un mes —suspiró él—. Y estoy deseando hacer algo. Creo que por eso quería secuestrar a Milly. Para que veas lo idiota que soy.

—No —dijo Poppy suavemente. Cuando se miraron, la temperatura de la habitación pareció aumentar diez grados. Shane se apartó el cuello de la camisa, incómodo. Casi sin darse cuenta, alargó la mano y tomó la de ella a través de la mesa.

Las manos de Poppy eran mucho más pequeñas que sus manos, delicadas y capaces a la vez. Podía imaginarlas colocando flores. Y también podía imaginarlas acariciándolo—. Me vendría bien una taza de café. ¿Hay café por aquí? —preguntó ella, levantándose.

—Sí —contestó él. Que ella se levantara le daba la oportunidad de observarla a su gusto mientras buscaba en los armarios—. Si eres de Livingston, debes conocer a Billy Adcock. Es de tu edad —añadió. Billy, el hermano pequeño de uno de sus amigos, era un buen vaquero.

—Lo conocía, pero no íbamos juntos al colegio. Yo no estudié aquí, me enviaron a un internado.

¿Un internado?, se asombró Shane. ¿Sería aquella la hija de alguna estrella de Hollywood? Había varios actores famosos que tenían ranchos por allí.

—¿Tu padre es actor?

—¡No! —rió ella.

—Me alegro —suspiró él. No le hubiera gustado que fuera una de esas niñas ricas. El único Hamilton que conocía no era precisamente santo de su devoción. El juez Hamilton no tenía para él buenos recuerdos. De hecho, había sido el responsable de uno de los episodios más vergonzosos de su vida. Afortunadamente, el juez era demasiado viejo para tener una hija de la edad de Poppy—. ¿Conoces a Ray Setsma?

Setsma y yo solíamos ir a los rodeos juntos.

—Antes de que se hiciera mayor, ¿no?

—Antes de que lo cazaran —corrigió él. Aunque, le gustara o no, había algo de verdad en lo que ella había dicho. Ray parecía mucho mayor que él, aunque era un año menor. Se había casado cuando era muy joven y tenía tres hijos y eso envejecía a cualquiera, pensaba Shane.

—¿Desde cuándo te dedicas al rodeo?

—Toda mi vida. Creo que la primera vez que lo hice tenía trece años. Antes de montar caballos y toros salvajes lo que montaba eran ovejas y cabras. Cualquier cosa que tuviera cuatro patas. Pero en cuanto me subí a un toro… —dejó la frase sin terminar. La sola idea de volver a su vida normal, de volver a la carretera, al riesgo, hacia que le subiera la adrenalina.

Miró a Poppy en ese momento y cuando ella le devolvió la mirada entre ellos pareció pasar una corriente eléctrica.

Fuera de la cabaña el viento soplaba con fuerza y la nieve seguía cayendo. Pero dentro, el calor de la chimenea y el olor del café… Por la mañana, Milly iba a casarse con Mike y Cash estaría montando a Deliverance.

Y a Shane todo eso le daba igual.

Sólo le importaba estar allí. Sólo le importaba ella.

—¡El café! —exclamó Poppy dando un salto.

—Mientras lo sirves voy a prepararte la cama —dijo Shane, levantándose de la silla y yendo al dormitorio.

Sólo había una cama en la cabaña y no era muy grande. Estupenda para una sola persona. Maravillosamente estrecha para dos, pensaba sonriendo.

Cuando volvió al salón, Poppy estaba limpiando los platos, un poco inclinada sobre el fregadero. Sin poder evitarlo, se acercó a ella y la tomó por la cintura. Poppy se quedó quieta, pero no hizo nada para apartarlo. Shane podía sentir la tensión en ella, igual que podía sentirla en sí mismo y se acercó más, atraído por la calidez del cuerpo femenino. Cuando la besó suavemente en el cuello, ella empezó a temblar.

—La cama está hecha —dijo con voz ronca.

Durante un instante se quedaron allí, apretados el uno contra el otro, sin moverse y Shane podía sentir el efecto que el cuerpo de Poppy ejercía sobre él.

Finalmente, ella se volvió y él le pasó el brazo por los hombros.

—No te gustaría vértelas con mi padre.

—¿Es un tipo duro?

—El más duro.

—No será tan duro como un Hamilton que conozco.

—¿Quién es ese Hamilton?

—Un juez. Hace un siglo hubiera condenado a todo el mundo a la horca —

sonrió él—. Era más duro que una piedra. Terco, orgulloso y prepotente.

—Qué agradable —dijo ella burlona.

—No. Era un tipo malvado y me hacía la vida imposible.

—¿Qué pasó?

—Cosas de niños. Nada importante. Al menos eso era lo que yo creía, pero el juez era él.

—¿Qué hiciste?

—Nada. Era un chico un poco travieso.

—¿Y?

—Que ese Cara de palo Hamilton se cebó conmigo.

¿Cara de palo ? Nunca había oído que lo llamaran así.

Shane se sorprendió de que ella hubiera oído hablar de él en absoluto. Le parecía demasiado correcta para habérselas tenido que ver con un juez.

—¿Conoces a Cara de palo?

—Sí, es mi padre —contestó ella con una sonrisa.