Capítulo 2
A LA mañana siguiente, se marcharon de Lisboa. A Toni le hubiera agradado detenerse en algunos de los lugares por los que iban pasando, pero Paul, evidentemente, pensaba sólo en llegar a su destino, por lo cual ella decidió no hacer ningún comentario al respecto. Durante el viaje, bordearon la margen oeste del río Tajo, que fijaba el límite natural de la ciudad de Lisboa, y siguieron hacia el norte.
Paul le comentó que la quinta, como los portugueses llamaban a la propiedad, que incluía la casa donde vivía la familia y los terrenos cultivados que la rodeaban, ocupaba una ancha faja de terreno que bordeaba la costa y se extendía también hacia el interior, donde crecían las viñas, cerca del río Duero. Como él había mencionado a su familia, Toni se animó a preguntar:
—¿Tiene tu abuela algún administrador, o algo así que se encargue de sus propiedades?
Paul encogió los hombros un momento, como si resultara difícil responderle, y luego dijo:
—Un administrador maneja la propiedad, pero mi abuela no es la propietaria. Es costumbre de la familia que la herencia pase de padre a hijo.
—Creía que tu madre era la única heredera de tu abuela.
—No, me habrás entendido mal o no te lo habré dicho —añadió Paul rápidamente.
Toni se dio cuenta de que en realidad no sabía nada de la familia de Paul. —Mi madre, tiene un hermano, Joao. Ahora, la propiedad le pertenece a él.
—Ya entiendo. Pienso que sería mejor que me contaras aleo más acerca de tu familia.
Me sería útil saber todas las cosas que como tu novia debería conocer.
Paul buscó un paquete de tabaco en su bolsillo, lo sacó y le dijo a Toni:
—Por favor, enciéndeme uno —después de un momento, agregó—: no quería contarte cosas de ellos hasta que no te hubieras decidido a venir conmigo, hubiera sido una pérdida de tiempo… Además tampoco hay tantas cosas que contar…
Paul cogió el cigarrillo que ella le ofrecía, y continuó:
—Mi tío vive en la misma casa, por supuesto. Es viudo. Tiene una hija, Francesca, de trece años.
—Continúa. ¿Quién más vive en la quinta? —Su voz era serena, en tanto que Paul parecía molesto al verse obligado a hablar de su familia.
—¡Deja de preocuparte y de hacerme preguntas! —exclamó él—. Toni guardó silencio pero la actitud de Paul le pareció incomprensible. Primero la convenció de que le ayudara a salir de un apuro, a representar un absurdo papel delante de su familia y luego se enfadaba porque ella quería conocer mejor cuál sería la situación a la que tenía que enfrentarse. Se imaginaba desde luego, que la familia de Paul debía ser bastante estricta y anticuada, si no no se comprendía ese deseo obsesivo que tenían de ver casado al joven… pero por el momento lo único que iba a poder sacar de ellos sería lo que ella se imaginara. Paul no parecía dispuesto a darle más explicaciones.
Se detuvieron a comer en el camino. Mientras comían pescado, Paul comenzó a hablar nuevamente de Vila do Conde. Estaba cabizbajo y preocupado, se le notaba, parecía querer contarle algo pero no se atrevía. Toni entonces le preguntó:
—¿Qué te pasa? ¿Qué es lo que no me has contado?
—Ya te he dicho que no te preocupes, todo saldrá bien… —Lo sé, pero creo que hay algo que te inquieta y creo que deseas decírmelo.
—¡Qué! —exclamó Toni sin poder creerlo—Eso significa que tu tío…
—Sí mi tío es el Conde Joao Vimaranes.
—Entiendo… —Toni movió la cabeza—. ¿Y en realidad piensas que podremos llevar a cabo nuestros planes en estas circunstancias?
—¿Por qué no?—. Paul parecía enfadado al ver que Toni ponía de nuevo objeciones a su plan.
—Me imagino que siendo tu tío un conde y asumiendo el papel de cabeza de familia será muy exigente a la hora de juzgar a la futura esposa de su sobrino.
—¿Y?
—¡Yo no me creo capaz de soportar una prueba tan dura! Una cosa era presentarme a tu abuela como tu novia y que ella nos recibiese con los brazos abiertos pensando que por fin ibas a casarte y otra muy distinta tener que parecerle a tu familia, y sobre todo a tu tío, la esposa ideal. Creo, sinceramente, que esto no será nada fácil. Debieras haberme contado la verdad desde el principio, me has convencido de que todo era muy fácil y voy descubriendo cosas nuevas. Me has engañado para que no me negara y cuando hubiera aceptado no pudiera echarme atrás.
—Hubiese podido dejar que siguieras engañada y no haberte contado nada más —dijo él—. Pienso que estás comportándote de un modo ridículo. ¿Vas a venir o no?
—¡No! —exclamó Toni—. Sabes muy bien que yo no puedo llegar a casa de tu abuela sin saber la verdad. Supongo que no habías ahondado en el tema antes porque sabías muy bien cuál sería mi reacción. Sin embargo, cuando mencionaste que tu abuela conocía a la familia de Calle, me imagine que no era una mujer vulgar y corriente como pretendías hacerme creer.
—¿Y qué? ¿Qué ha cambiado? La quinta existe de verdad, mi abuela es la señora mayor que desea verme casado antes de que ella muera. No sé por qué te pones así.
—Tú tal vez no, pero yo sí. Mira Paul, no deseo pasar unas «agradables» vacaciones con la aristocracia y además teniendo que convencerles de que soy una joven maravillosa y exquisita que aspira a casarse contigo. Estaría en tensión continuamente.
—No tienes por qué preocuparte. Ellos, al saber que eres mi novia, te tratarían como si fueses una más de la familia.
—Sabes perfectamente que eso no es verdad. Trataran de descubrir si me merezco entrar o no en vuestra «noble» familia. Quizás si estuviera enamorada de ti y fuera tu novia de verdad me parecería que valía la pena intentar agradarles para conservar tu amor… Pero no olvides que si acepté fue por hacerte un favor, ya te dije que pensaba volver a Inglaterra.
—Entonces, volvamos a Lisboa…
—Creo que es lo mejor. Lo siento, Paul.
—También yo, y mucho… —murmuró él.
Toni se sentía incómoda. Le dolía tener que decepcionar a su amigo y negarse a ayudarle, pero desde el principio aquel plan le había parecido descabellado y absurdo… No se arriesgaría a llevarlo adelante ni siquiera por quedarse un poco tiempo más en Portugal.
—Paul… —empezó a decir Toni, pero él no pudo oírla porque precisamente en ese momento se había levantado de la mesa al ver acercarse hacia ellos a un hombre mayor.
—¡Tío Joachim! —exclamó él—. ¡Cuánto me alegro de verte!
El hombre sonrió, y Toni sintió que una ola de calor subía a sus mejillas. Era un tío de Paul, pero no su tío Joao. Toni tragó saliva, más tranquila. Sin embargo, su tranquilidad no duró mucho, se quedó atónita cuando escuchó las palabras de Paul:
—Tío Joachim, quiero presentarte a Janet, mi prometida. Janet, querida, éste es mi tío Joachim, el hermano menor de mi abuela.
Toni vaciló sólo un momento lanzando una mirada de odio a Paul y luego se levantó también, resignada a seguirle la corriente a su amigo. Respondió amablemente a las preguntas del tío de Paul, comportándose como ella se imaginaba que Janet West, la prometida de Paul, lo habría hecho.
Joachim Vallares no permaneció mucho tiempo con ellos. Se dirigía hacia Coimbra, aquella posada era el sitio donde él solía detenerse a comer cuando iba de viaje. El viejo no parecía tener excesiva curiosidad por los asuntos de su sobrino, circunstancia que le permitió a Toni contar con el tiempo suficiente para pensar la manera más adecuada de responder a sus preguntas. Cuando el tío de Paul le preguntó cuál era su trabajo le respondió que secretaria; ése era el empleo de Janet, según Paul le había contado. Lo demás resultó muy sencillo, sólo tenía que atender cuando la llamaban con el nombre de Janet.
Después de que el hombre se marchó, Paul la miró complacido mientras le decía, encendiendo un cigarro:
—Lo has hecho muy bien. Cuando apareció mi tío de esa forma tan inesperada tuve miedo de que no te diera tiempo a reaccionar, pero me has ayudado y te lo agradezco mucho.
Toni apretó los labios un momento y luego respondió:
—No tenía otra alternativa. A no ser que te hubiera dejado por mentiroso…
—No, no la tenías, por eso confiaba en que no me descubrirías —sonrió él—. Mi tío Joachim le hablará a mi abuela de ti, de que nos ha visto juntos, de que te ha conocido.
Ya se que de todas maneras podrías dejarme ahora y negarte como lo has hecho antes de ayudarme, pero puesto que has superado la primera dificultad tan bien ¿por qué no te animas y seguimos adelante con mi plan? Ya se que tú no tienes nada que perder, pero para mí significa mucho, Toni «¡por favor!».
—¡Lo sé! Está bien, Paul, tú ganas.
Llegaron a Vila do Conde ya avanzada la tarde. Atravesaron las tierras de la propiedad, aprovechando el camino de la costa. Toni no podía disimular el sentimiento de bienestar que la embargaba, ni el entusiasmo que le provocaba el encuentro con la anciana condesa.
Luego, cuando se iban aproximando hacia la casa de los Vimaranes, su corazón empezó a latir cada vez con más fuerza. Entre los pinos, divisó un pequeño castillo con torres almenadas, los muros de piedra gris tomaban un hermoso color rosado por el sol de la tarde.
—¡Paul! —exclamó Toni entusiasmada—. No puede ser, es impresionante…
—Sí, el castillo de los Vimaranes. ¿Te gusta?
—Nunca me habías dicho… —Su voz se quebró—. Supongo que debí imaginarme que me esperaba algo así al final de esta aventura…
Toni pensó, irónicamente, en Janet. Si era tan ambiciosa como Paul la había descrito, no debía saber que él procedía de una familia de tan rancio abolengo. De lo contrario hubiera sido más sumisa y complaciente con Paul y lo hubiera pensado dos veces antes de discutir con él. Luego agregó:
—Es una lástima que Janet no haya podido conocer este lugar. Si le hubieras contado quién era tu familia y dónde vivía, quizás siguiera a tu lado.
—Sí —respondió Paul, pensativo—. De cualquier manera, los lugares y cosas hermosas, tienen poca importancia para Janet, o para mí.
Toni le miró, mientras le preguntaba:
—¿Qué es lo que quieres decir?
—Seguro que no has pensado que el mantenimiento de un castillo como éste es bastante caro.
—Eso suena muy prosaico, Paul, como si sólo te interesara el dinero.
—Lo sé.
—¿Quieres decir que si el castillo fuera tuyo, lo venderías? —le preguntó incrédula.
—Tal vez no, si tuviera la fortuna que tiene mi tío Joao, pero lo haría si necesitara el dinero, eso no lo dudes. No soy ni un sentimental ni un romántico, Toni. Tú me conoces y sabes que me gusta vivir bien y para eso se necesita mucho dinero.
Ella no hizo ningún comentario. Cada vez se afirmaba más en la idea de que Paul era en muchos aspectos muy inmaduro. Para ella el dinero siempre sólo había sido algo necesario para vivir con más o menos comodidad y eso que nunca había tenido demasiado. Pero conocía a mucha gente que, como Paul, hubiera sido capaz de hacer cualquier cosa por poseer mucho dinero y luego derrocharlo de la manera más absurda. Desde luego, pensó tristemente, las ideas de Paul y las suyas no coincidían.
El castillo estaba situado en un lugar estratégico, rodeado de colinas; el mar se encontraba al frente.
El coche cruzó el puente que llevaba hasta el patio. Cuando el coche se detuvo, un momento después, Paul miró a Toni, entonces ella sintió que los nervios la traicionaban. Bajó del coche tratando de no pensar en nada. No había salido nadie a recibirles; Toni observó a Paul, pidiéndole con los ojos una explicación.
—Es la hora de la siesta —replicó él—. Por las tardes, todos se echan a dormir un rato.
—Ya entiendo —asintió Toni, y se inclinó para sacar su bolso del coche. Al hacerlo, descubrió que una joven que estaba apoyada en una enorme puerta les estaba observando. Como se encontraba casi oculta por la sombra era difícil verla bien, pero Toni calculó que debía tener alrededor de catorce años. Probablemente era Francesca, la hija del conde.
—Paul —murmuró Toni, mientras le miraba y movía la cabeza en dirección al lugar donde se encontraba la muchacha.
Él miró en la dirección que Toni le había indicado. Después, exclamó:
—¡Hola Francesca! ¿No vas a venir a darnos la bienvenida? La joven movió los hombros con indolencia, y salió de su escondite lentamente. Con la luz del sol, Toni pudo observar que era muy morena; tenía el pelo largo y negro recogido en una trenza.
Llevaba una falda corta, una blusa blanca y sandalias. Su aspecto y su forma de vestir le daban un gran parecido con las jóvenes muchachas campesinas que ellos habían visto al pasar por los pequeños pueblos en su camino desde Lisboa. Era muy guapa, pero había algo en su expresión que rompía su encanto; Toni no quería arriesgarse a formular un juicio precipitado de la adolescente, pero casi hubiera podido jurar que la miraba con hostilidad. Ya tenía suficiente con procurar agradar a la abuela de Paul como para empezar a preocuparse por la antipatía que pudiera sentir Francesca por ella. Desde luego el ser la persona más joven de la casa casi garantizaba que estaría muy mimada por los mayores. Podía ser para Toni un enemigo peligroso o por lo menos molesto.
Tratando de alejar de su mente aquellos pensamientos, Toni le sonrió, pero no recibió respuesta de la joven. En cambio, Francesca se puso las manos en las caderas y dijo con la mayor insolencia:
—Suponíamos que llegarías aquí ayer, primo Paul. Hablaba un inglés correcto. Toni observó a Paul, tratando de descubrir cuál sería su reacción.
—Mi abuela es la única persona con quien debo excusarme. Además, Francesca, creo que tus modales no son apropiados.
La chica arrugó la nariz, molesta, les dio la espalda y se marchó.
—¡Francesca! Por favor, dile a José que ya estamos aquí, y que venga a por el equipaje.
Podrías avisar también a Luisa, y antes de que me respondas con alguna otra insolencia, quiero advertirte que le informaré a tu padre de tu comportamiento, si continúas actuando de ese modo, ¿me has oído?
—Mi padre no está —comentó Francesca, como si no le importase las amenazas de Paul.
—Pero volverá. Ahora, haz lo que te he dicho.
—Una muchacha encantadora —comentó Toni, apenas Francesca desapareció—. Todos los miembros de tu familia tienen el mismo carácter que esa jovencita.
—No, por supuesto que no. Francesca está muy maleducada. Sólo tiene respeto a su padre, y como él está casi siempre de viaje, aprovecha para hacer de las suyas. Sabe que la abuela la quiere mucho y se las arregla para que ella le conceda todos los caprichos. Además, como nosotros dos somos sus únicos nietos, ella se siente un poco celosa cuando les visito. Es natural… teme dejar de ser el centro de atención.
—Ya entiendo —contestó Toni—. Supongo que cuando su padre está cerca, dejas de ser un estorbo para ella.
—Algo así… Cuando Joao está aquí, no existe nadie más para ella. Ella le adora y es terriblemente celosa. Creo que la causa de todo es que no ha disfrutado nunca del cariño y las atenciones de su madre.
—¿Por qué?
—Ella murió cuando Francesca tenía sólo tres años. Naturalmente, era muy pequeña para poder recordarla. Además, la niña tenía una niñera y sólo veía a su madre algunas horas del día. Las mujeres portuguesas de familia noble, no suelen dedicarse a cuidar a sus hijos, encargan su educación a otras personas.
Toni le miró sorprendida.
—No se dan cuenta de lo que se pierden. Cuando tenga niños, los cuidaré yo misma, cualesquiera que sean las circunstancias.
—Sabes que no a todas las mujeres les gustan los niños —rió Paul.
—Lo sé, pero no me parece responsable delegar las funciones de madre en otra persona, sobre todo cuando se hace por pura comodidad y egoísmo. Yo creo que merece la pena hacer el esfuerzo de dedicar parte de tu tiempo a jugar con ellos, a conocerles mejor. Lo que pasa es que hasta hace muy poco sólo era la mujer la que parecía estar obligada a ello, pero es una tarea también a la que debe comprometerse el hombre.
—Tal vez, —sonrió Paul—, tal vez tengas razón. Estoy seguro de que mi abuela también piensa que es responsabilidad de los padres cuidar y educar a sus hijos. Ella nunca coincidió con Elise.
—¿Elise? ¿La esposa de tu tío?
—Sí, era francesa. Pero mejor entremos, podemos hablar de todo esto en otra ocasión.
Ahora nos estarán esperando.
Entraron en la casa y Toni se encontró en un amplio vestíbulo. Varios tapices cubrían las paredes de piedra, y diferentes tipos de armas estaban ordenados encima de la chimenea. Todos los muebles eran de madera. La habitación no era lujosa, pero tenía un aspecto impresionante. Estaba iluminada por un candelabro con luz eléctrica, dándole un toque casi medieval. Toni pensó que al conde, al tío de Paul, le agradaría vivir en un sitio así, rodeado por su aristocrático pasado, sus antepasados y sus tradiciones.
—Un poco pasado de moda, ¿no es así? —comentó Paul burlándose de la expresión de sorpresa de Toni—. Pero no te preocupes, todo no es igual.
Enseguida, aparecieron dos personas, acompañadas por Francesca. Toni supuso que debían ser José y Luisa las personas a las que había dicho que avisara la joven. José era un hombre bastante mayor y, Luisa, aunque no debía tener tantos años como José también lo era, además iba vestida de negro y eso la envejecía.
Paul le comentó algo a José, y éste se dirigió hacia el coche en busca del resto del equipaje; luego saludó a Luisa efusivamente.
—Janet —dijo él—, ésta es Luisa. Una verdadera joya. No sólo supervisa la labor de los sirvientes, sino que también cocina como un ángel. Luisa, este a minha noiva, Janet West.
Luisa la saludó amablemente, mientras hacía una pequeña reverencia, después añadió:
—Es un placer conocerla, senhorita. Espero que disfrute de su estancia en el castelo. Si no le importa acompañarme, le mostraré su habitación. Senhor, ¿esperará a José? Él les llevará el equipaje a las habitaciones.
—Te veré más tarde, Janet —le dijo Paul a Toni, que todavía no se acostumbraba a atender a un nombre que no era el suyo—. Baja cuando estés lista. Luisa, antes de que te vayas con la señorita, cuéntame cómo está mi abuela.
Luisa encogió los hombros, elocuentemente.
—Tan bien como se puede esperar —replicó—. Ha tenido algún que otro problema con el corazón, también con el reuma, pero nada grave.
Toni sintió alivio. Si un sirviente podía hablar de la condesa con algo de simpatía en su voz, eso quería decir que no era tan desagradable como ella se había imaginado. Siguió a Luisa. Conforme recorría las estancias del castillo se daba cuenta de lo enorme que debía ser, miraba con curiosidad todo lo que veía. Una de las cosas que más le llamó la atención fue la colección de retratos de los anteriores condes Vimaranes que estaban colgados de los muros de una interminable galería. Toni los observó atentamente.
Atravesaron un corredor tras otro hasta llegar a una puerta blanca.
—Su habitación, senhorita —dijo Luisa. Toni entró y sintió la brisa fresca que llegaba del mar a través de las ventanas abiertas. Los muebles de la habitación eran de madera, un poco más modernos que los que había visto al llegar al castelo. Había una cama, un escritorio, un armario y una silla. Las cortinas de las ventanas y la colcha completaban la austera decoración.
—¡Es maravilloso! ¡Perfecto! —exclamó Toni, mientras observaba la habitación detenidamente.
Luisa la miró complacida. Cruzó la habitación y abrió una puerta, luego añadió:
—Aquí está el baño. Creo que tiene todo lo que necesita. José le traerá su equipaje, y si lo desea, yo misma la ayudaré a deshacer su maleta.
—No será necesario —respondió Toni rápidamente pensando que entre sus cosas podría haber algo que la identificara y que hiciera sospechar a la mujer que Janet West no era su verdadero nombre—. Muchas gracias. Y un último favor, podría indicarme cómo puedo regresar al vestíbulo.
—No, senhorita. En vez de volver al vestíbulo, tome el otro camino y encontrará una pequeña escalera que conduce hacia las demás habitaciones del castillo. Usted lo comprenderá, el castelo es tan grande que la familia no las ocupa todas. Si sigue mis indicaciones, encontrará al senhor rápidamente.
—Gracias —contestó Toni.
Cuando Luisa se retiró, ella miró a su alrededor. Le gustaba aquella habitación, era sencilla pero cómoda y agradable.
Una llamada en la puerta le anunció que José llegaba con su equipaje. Le dio las gracias y luego, ya sola, comenzó a ordenar sus cosas. Eran algo más de las seis cuando decidió darse un baño antes de cambiarse para la cena. Se desnudó y se contempló detenidamente en el espejo del armario. Era alta y delgada. Se consideraba atractiva, aunque no pensaba demasiado en gustar o no a los hombres. Después del baño, se puso una bata de seda. Se recogió el cabello atrás, y volvió a mirarse en el espejo. ¿Qué tipo de peinado le daría un aspecto más serio para presentarse ante la abuela de Paul y causarle una buena impresión? Lo descubriría cuando la conociera. Después de todo, esto era idea de Paul. Mientras él estuviera satisfecho, lo demás no tenía importancia.
Cuando estuvo arreglada salió de su habitación. Echó a andar por el corredor y al llegar al final, dobló hacia la izquierda y no a la derecha, como Luisa le había indicado.
Después buscó la pequeña escalera. Le daba la impresión de que se había equivocado en algo, le hubiera gustado encontrarse con alguien que le pudiera decir por donde tenía que ir para encontrarse con Toni. Desde luego no cabía duda, se había perdido.
Se detuvo y miró hacia atrás. Quizá estaba en la parte deshabitada del castelo, de la cual le había hablado Luisa. Trató de conservar la calma y pensar con serenidad en una solución. Con mucha decisión hizo lo primero que se le ocurrió, abrir la puerta que tenía más cerca y entrar en la habitación. De pronto, mientras miraba a su alrededor, oyó una voz que la hizo casi saltar de sorpresa.
—Boa noite, senhorita. Muito prazer em a ver. Entrar. Seja Benvindo.
Toni ahogó una exclamación y murmuró:
—Lo siento, pero no hablo portugués, senhora. La anciana sonrió.
—Ah, usted debe ser la senhorita West, la prometida de mi nieto —añadió, hablando ya en inglés.
—¡Ah, condesa! Siento haber entrado aquí de este modo. Sí, soy Janet West.
La anciana avanzó hacia ella, moviendo la cabeza, mientras le ofrecía la mano a la joven.
—No se preocupe, no tiene por qué disculparse, querida. Estoy contenta de tener la oportunidad de hablar con usted, sin que ninguna de las dos debamos soportar las formalidades absurdas e interminables de las presentaciones, y todo lo demás. Pero antes me gustaría saber si se ha perdido, o estaba buscándome.
—Estaba tratando de encontrar una pequeña escalera que conduce a las habitaciones que están ocupadas. Como creí que estaba en la parte del castelo deshabitada, pensé que si miraba en el interior de alguno de los cuartos… —Su voz se hizo suave, mientras apretaba, nerviosa, los dedos. Le había pasado lo que menos podía desear, encontrarse inesperadamente con la persona a quien más quería impresionar y sin la presencia protectora de Paul.
Pero la condesa no le parecía a Toni una persona que fuera capaz de inspirar miedo, ni tampoco tan severa como Paul se la había descrito. A menos que se estuviera equivocando al juzgarla por la primera impresión.
—¿Ha tenido un buen viaje? —le preguntó la condesa.
Toni se sentó tímidamente en el borde de una silla, observando la decoración del cuarto con interés. Aquella habitación era muy distinta a la suya, que tenía ciertas comodidades, ésta respetaba al máximo los detalles más arcaicos de la casa, bastante similares a los de la sala que daba entrada al castillo.
—Ya casi estoy lista para bajar —añadió la abuela de Paul—. Me echo un poco por las tardes para descansar, por eso no he podido recibirles cuando llegaron. Usted debió pensar que no era una actitud demasiado correcta.
—Lo comprendo perfectamente, no se preocupe. La prima de Paul, Francesca, nos recibió.
—Ah, Francesca. ¿Y qué piensa de ella, senhorita?
Toni no sabía qué clase de respuesta esperaba la anciana. Sabía que la condesa analizaría cada palabra que ella pronunciara.
—Ella… ella parece una muchacha algo solitaria.
—Puedo deducir por su forma de titubear que le ha parecido que Francesca es una jovencita maleducada e insolente —la anciana se rió.
—Ah, no, condesa… No he querido darle esa impresión. —No se alarme, senhorita, ¿o puedo llamarla Janet?—. Toni asintió y ella continuó. —Francesca es una muchacha difícil; su madre murió cuando ella sólo tenía tres años, y me temo que mi hijo no ha pasado demasiado tiempo a su lado, como debía. Él pasa muchas temporadas en Lisboa, ocupado con su trabajo. Tiene poco tiempo para ella, y como yo trato de compensarla procurando que tenga todo lo que desea, se ha convertido en una adolescente bastante mimada y consentida. Tuvo durante algún tiempo una institutriz, pero era una inútil. Entonces, tuvimos que prescindir de sus servicios.
—Ya entiendo. —Toni inclinó la cabeza—. ¿No sería mejor contratar a alguien que la cuidara, que pudiera ayudarla de una forma más «amistosa»?
—Por supuesto que sí, pero ¿quién? Nosotros vivimos un poco aislados, y en la actualidad la gente joven prefiere la vida de la ciudad. Joao no le da mucha importancia, dice que es una chica normal, con los problemas propios de su edad, pero lo que pasa es que, cuando él está aquí, su comportamiento mejora.
Toni estaba maravillada. Le parecía imperdonable que el padre de Francesca se tomara tan a la ligera el comportamiento de su hija. Seguramente, a él, como a la mayoría de los padres, le seguía pareciendo una niña, pasaba por alto algunos de sus defectos y, conforme iba creciendo, esos pequeños defectos se iban convirtiendo en graves problemas.
—Hábleme de usted —le pidió la condesa—. Tengo entendido que trabaja en la misma compañía que Paul.
—Sí… trabajo en las oficinas…
—¿Conoce a Paul desde hace mucho?
Aquella pregunta era más difícil. Paul no le había dicho nada acerca de ese tema.
—El tiempo suficiente para conocernos bien —señaló Toni, forzando una sonrisa. La anciana no parecía muy satisfecha con su respuesta.
—¿Y cuándo tienen pensado casarse? —Y la miró con curiosidad a la mano—. ¿No lleva anillo de compromiso?
¡El anillo! Toni sintió que sus mejillas ardían. A ellos no se les había ocurrido pensar que aquel detalle no pasaría desapercibido.
—Mi… Mi anillo. Era muy grande, tuvimos que llevarlo a arreglar.
—¡Ah! —Suspiró la condesa—. Pensé que tal vez lo había perdido. Da mala suerte perder el anillo de compromiso.
—Yo no lo he perdido —dijo Toni, en tono confidencial. Y desde luego era verdad.
—No me ha dicho todavía cuándo piensan casarse.
—No, supongo… estamos ahorrando dinero para poder hacerlo lo más pronto posible, pero todo está tan caro… —Su voz se quebró, esperaba que aquel comentario tan contundente disuadiera a la condesa de hacerle más preguntas.
La anciana le sonrió con un gesto de complicidad, y luego añadió:
—Por supuesto, querida, todos los gastos… Aunque, estoy segura de que Paul te lo habrá contado, estoy procurando aliviar la situación económica de mi sobrino para que no tengáis problemas a la hora de casaros.
—¿Qué? —Ella miró sin poder disimular su sorpresa—. Paul no me ha dicho nada al respecto.
Toni se quedó pensando un momento. ¿De qué le estaba hablando la anciana? ¿Qué había querido decir la condesa al mencionar que mejoraría la situación económica de Paul? Quizás él tenía tanto interés por hacer creer a su familia que pensaba casarse por esa razón…
Afortunadamente para Toni, la condesa cambió el tema de la conversación y volvió a preguntarle qué tal habían hecho el viaje desde Lisboa y qué le había parecido Portugal. En aquel aspecto Toni no tenía por qué mentir. Le confesó a la anciana que le gustaba mucho todo lo que conocía del país, y que estaba segura que disfrutaría de su estancia allí.
Momentos más tarde apareció una sirvienta algo mayor, a quien la condesa llamó Elena.
Comenzó a peinar a la anciana, mientras la ayudaba a elegir algunas joyas.
Cuando la condesa estuvo arreglada, cogió del brazo a Toni, mientras decía:
—Vamos Janet, bajaremos juntas y nos reuniremos con mi nieto.
Avanzaron juntas por el corredor y finalmente llegaron hasta donde se encontraba Paul. Se había puesto un traje oscuro y estaba muy elegante. Él miró sorprendido a Toni al verla aparecer junto a su abuela, y sus ojos se dirigieron hacia aquélla, como preguntándole con la mirada. Toni movió la cabeza una y otra vez, y él pareció tranquilizarse.
Paul saludó a su abuela afectuosamente.
—Ya he conocido a tu encantadora prometida, Paul —dijo ella, permitiéndole que la cogiera del brazo—. Nos hemos encontrado por casualidad, pero estoy segura de que este encuentro ha resultado mucho más agradable para ambas que las bienvenidas o las presentaciones formales, ¿no estás de acuerdo, Janet?
Toni inclinó la cabeza, mientras sonreía.
—Sé que podréis entenderos muy bien —contestó él entusiasmado—. A Janet le encantan los edificios antiguos y los lugares históricos.
Toni hubiera querido negar las afirmaciones que Paul estaba haciendo, a pesar de ser ciertas.
Sabía que todo aquello lo decía por halagar a su abuela.
—Paul es muy práctico, sólo le gusta lo que es moderno —comentó Toni con indiferencia, ignorando la expresión de fastidio de él al escucharla—. A él le gusta gastar el dinero, no se conforma sólo con mirarlo. Ante algo tan impresionante como este castillo ¡él sólo puede ver su valor monetario!
—Janet está bromeando, por supuesto. En realidad, a ella le gusta burlarse de mí. —Paul se sonrojó, aunque trataba de disimular su indignación hacia Toni.
La condesa pareció demostrar que ese tipo de juicio no era de su competencia y sonrió de un modo benevolente.
—¡Ah, la gente joven! —exclamó—. Cómo disfrutáis gastando bromas. En mi época, una joven no podía permitirse criticar de esa manera a su prometido, Janet. No aprecias la libertad que tienes, querida.
Toni le ofreció una sonrisa algo forzada, y luego les siguió por el corredor hasta que llegaron a una sala amplia, donde les iban a servir la cena.
Los cubiertos de plata habían sido ordenados meticulosamente alrededor de la mesa, mientras cada lugar contaba con un juego de copas de vino, de fino cristal. En el centro había un arreglo de flores con rosas y magnolias. Toni no podía disimular el sentimiento de placer que la embargaba. La condesa le sonreía satisfecha, y le indicó que se sentara a su izquierda. La anciana se sentó a la cabecera de la mesa y Paul a su derecha. Enseguida llamó a un criado.
—Dile a la senhorita Francesca que la estamos esperando.
—La senhorita Francesca ha pedido que la cena le sea servida en su habitación —le respondió el criado a la condesa.
—Dile a la senhorita Francesca que estamos esperándola, que venga y que se dejé de tonterías.
—Sim, senhora.
El criado se retiró, y un corto y tenso silencio invadió el salón, hasta que la insolente Francesca apareció, vestida con el mismo atuendo que llevaba por la tarde.
—Siéntate, Francesca —le pidió su abuela, suavemente y enseguida ordenó que los sirvientes comenzaran a servir la cena.
Nadie dijo una palabra hasta que la condesa rompió el silencio para hablarle a Paul acerca de sus parientes. Toni apenas escuchaba sus comentarios, ya que Francesca ocupaba toda su atención. La joven no dejaba de mirar con la mayor arrogancia que había visto Toni nunca a todos los presentes, y sobre todo a ella. Poco le importaba caerle mal o bien a aquella muchacha, pero la molestaba mucho que sin haber hecho nada para incomodarla la tratara con tanto desprecio. Francesca debía saberlo, y al parecer, había decidido tomar aquella desagradable actitud mientras ellos estuvieran allí.
Al acabar la cena, se trasladaron a la sala. Allí les sirvieron licor y un excelente café.
Después de que Paul, Toni y su abuela se sentaron, Francesca preguntó:
—¿Podrás excusarme ahora. Avó?
—No, todavía no —la condesa la miró fríamente—. Puedes sentarte junto a Janet y hablar con ella mientras converso con Paul.
—Ah, en realidad… —agregó Toni rápidamente.
—No te sientas incómoda, querida —añadió la condesa, sonriendo—. Francesca debe enmendar su comportamiento de esta tarde. ¿No es así, neta?
La chica la miró resentida, pero se aproximó a ellos y ya cerca de Toni, comentó:
—Muy bien, Avó.
Toni aceptó un cigarrillo que le ofrecía Paul, y después de haberlo encendido, miró a la jovencita pensativa.
—Cuéntame, Francesca ¿te agrada este lugar, Vila do Conde?
Francesca encogió los hombros con la intención de no darle otra respuesta, pero al ver que su abuela la miraba, respondió:
—Sí, me encanta, senhorita.
—Francesca —dijo la condesa— no es necesario que llames a la prometida de tu primo, senhorita. Puedes llamarla Janet, pronto será un miembro más de la familia.
Toni se ruborizó nuevamente, y Francesca comenzó a preguntarle:
—¿Y a usted? ¿Le gusta este lugar? Después de todo, supongo que usted no estará acostumbrada a vivir en castillos.
Sus palabras, evidentemente, tenían la intención de molestar a Toni, pero ella prefirió no darles demasiada importancia para no seguir el juego a Francesca.
—No, no suelo vivir en castillos. A pesar de eso, espero acostumbrarme.
—¿Cuántos días se quedarán aquí?
—Tal vez, el tiempo necesario para enseñarle a una joven insolente buenos modales —comentó Toni, fingiendo indiferencia—. Ya lo ves, también yo estoy aprendiendo.
¿Quizá sea éste el tipo de conversaciones que suele tener la gente que vive en un castillo en la actualidad?
Francesca la observó, sorprendida. La ironía brillaba en los ojos de Toni.
—Ahora —agregó Toni—, tal vez podamos mantener una conversación inteligente, sin necesidad de herirnos una a la otra continuamente.
Francesca encogió los hombros, indiferente y le preguntó:
—¿Acerca de qué?
—Háblame del mar. ¿Es tranquilo por aquí?
—Sí. Más allá del vástelo, en la costa, hay una especie de piscina natural donde se puede nadar cuando la corriente es favorable. El agua nunca es tan fría como en Inglaterra.
—¿Conoces Inglaterra? —le preguntó Toni con interés.
—He ido con mi padre. Estuvimos en Londres algunos días, y luego fuimos a un lugar situado al sur llamado, Bourne… Bourne —movió la cabeza, dudando.
—¿Bournemouth? —le preguntó Toni.
—Sí, Bournemouth. Un hermoso lugar, pero el agua es allí muy fría.
—En Inglaterra no disfrutamos del clima que tenéis aquí —le recordó Toni—. Y el agua del Canal de la Mancha no es tan tibia como la del Atlántico portugués.
—A mí me gusta el vástelo. Pero a mi padre le gusta más Inglaterra, supongo que algún día volveremos a ir allí juntos. Él va a Londres muy a menudo, por motivos de negocios, pero no me permite acompañarle.
Francesca pareció desanimada, y Toni sintió pena de ella. Se notaba que para la muchacha estar cerca de su padre era una de las cosas más importantes del mundo.
—¿Fuiste a ver el Palacio de Buckingham?
—¡Oh sí!, ¡y la Torre de Londres y la Corte de Hampton! Me lo pasé muy bien haciendo de turista con mi padre. ¡Fue algo maravilloso! —La chica no disimulaba su entusiasmo.
Toni sonrió. Enseguida, Francesca se sumió nuevamente en un profundo silencio.
Entonces, Toni decidió no insistir en volver a iniciar la conversación. Era evidente que la joven no sería la persona más indicada para entablar una amistad. Pero sí era posible romper el hielo si uno se lo proponía… Y Toni estaba dispuesta a intentarlo.
El resto de la noche transcurrió sin tropiezos. Francesca se retiró tarde. Toni desistió de poder hablar a solas con Paul y abandonó la sala para dirigirse a su habitación. De una cosa estaba segura: la invitación de Paul no sólo era para agradar a la anciana. Las razones que él tenía para conseguir rápidamente una futura esposa, eran también económicas. La idea le produjo un profundo resentimiento, no le agradaba ser utilizada de aquella manera.