Sherlock Holmes
se va a comprar tabaco
Otra reminiscencia de Watson
Una mañana de junio de 1895, poco después del desayuno, sorprendí a Sherlock Holmes poniendo patas arriba el salón de nuestras habitaciones de Baker Street.
—Watson, ¿ha visto usted mi babucha persa? —me preguntó.
En la punta hueca de esa babucha, de origen ciertamente ignoto, era donde mi buen amigo guardaba su discutible tabaco.
—No, Holmes.
En ese momento me lanzó una de esas características miradas suyas que vienen a decir “sé algo que usted no sabe”.
—¿Está seguro, Watson?
—Pues la verdad es que no, ya no estoy seguro —respondí.
—¿Y eso por qué?
—Porque si insiste usted, es porque tiene algún motivo.
Holmes sacó su pipa del bolsillo, se la puso entre los labios y sopló, soltando al aire (y al suelo) polvo de carbonilla apagado.
—Watson, ayer me pidió prestada mi babucha persa para tomar la última pipa de la noche, y se la llevó a su habitación.
—Hmmm —fue lo único que atiné a responder, porque era cierto. Me había olvidado por completo, pues había estado tomando notas sobre un caso reciente, el del repentino fallecimiento del cardenal Tosca.
—Entonces, Watson, dígame, ¿dónde la puso usted?
—Eeeeh… Sí… Sí, ahora lo recuerdo, Holmes. Si no me equivoco, la dejé (un poco descuidadamente, lo admito) en el cesto de la ropa sucia.
Holmes volvió a lanzarme esa mirada suya tan críptica y dijo:
—El cesto de la ropa sucia, ¿verdad?
—Sí, Holmes.
—El mismo cesto de la ropa sucia que la señora Hudson se llevó para lavar cuando trajo el desayuno, ¿verdad?
—Hmmmm… En efecto, Holmes. Lo siento.
Mi amigo dio una sonora chupada a su pipa vacía, la volvió a guardar en el bolsillo de su batín color ratón y entró en su cuarto.
Minutos después, se presentó de nuevo en el salón, ahora vestido con ropa de calle. Salió por la puerta sin decir palabra y escuché cómo sus pasos descendían por las escaleras y se iban alejando.
Sherlock Holmes se había ido a comprar tabaco.