DEJO DE COMER
Es demasiado tarde. Dejo de comer. No quiero pan ni ataques de nervios. Tampoco quiero el seno materno que se les ofrece a todos los recién nacidos en las centrales lecheras del dolor.
Desde que aprendí a vivir me alimentaron con maíz y judías.
A cada plato desconocido le erigía un santuario y robaba las pocas patatas que teníamos de los infinitos campos de mi país natal.
Ahora tengo mantel blanco, cristalería, objetos de plata, pero los salmones y los lomos de ciervo llegaron demasiado tarde.
Dejo de comer.
Con una sonrisa alzo mi copa, que contiene un vino singular, en honor a mis invitados por la cena de esta noche. Poso la copa vacía, mis dedos delgados y blancos acarician las flores bordadas del mantel.
Me viene un recuerdo…
Me río al ver cómo los comensales se inclinan con voracidad sobre el estofado de liebre que yo mismo conseguí en los exiguos campos de sus países de origen.
Y que, en realidad, no es más que su gato doméstico preferido.