AMOR PIRATA

 

 

 

 

 

 

 


                                  I

 


Sara se hallaba recostada sobre la ancha cama apoyada en los codos y leyendo una novela romántica que Laura, su doncella, le había conseguido. La lectura trataba de un apuesto bucanero y una hermosa esclava que él había rescatado de seres horribles y siniestros. Mientras leía pasó por su mente la imagen del hombre que el día anterior había conocido y trató de imaginarlo con el cabello negro suelto y no con la cola de caballo que parecía estar últimamente de moda. Si le ponía un arete en la oreja sería el pirata de sus sueños.
Sonrió para sí misma, desde Luego Alex Yaron podría haber sido el protagonista de esa novela perfectamente.
 Suspiró, el hombre era endemoniadamente guapo y terriblemente atractivo además de ingenioso, no sabía cómo  se las había apañado pero aquella mañana habían recibido una invitación para asistir a una reunión que ofrecía Andrew Yaron con la excusa de conocer a la familia Hamilton al completo, imaginó que el tal Andrew sería algún familiar cercano de Alex, de modo que esa noche volvería a verlo. La apetecía hablar con él y más después de haberlo dejado sin palabras el día anterior, posiblemente había sido tan franca que debió sorprenderlo.
Eric Hamilton, su padre, no la había regañado por encontrarla la noche anterior en el salón, claro que ella había jurado y perjurado que no acudiría al baile de presentación de Erika, su hermana, y en el último momento se dejó ver un poco, ahora él estaba feliz ya que de esa manera pensaba que su hija pequeña comenzaría atender a razones y confiaba en poder casarla con algún notable aristócrata.
Sara leía demasiados libros de amor como para sucumbir ante algún petimetre y orgulloso ingles que hiciera de su vida un infierno o a lo sumo un hastió total.
Eric no solo se había trasladado a la ciudad de Londres para encontrar un marido para Erika, su hija mayor que estaba en edad casadera, lo había hecho porque tenía la sensación que Sara se había encariñado por el hijo del Herrero que vivía junto a su propiedad en Escocia. Si la joven no quería casarse que no lo hiciera pero jamás iba a permitir que se uniera a un hombre bruto y falto de modales por demás de pobre.
Al principio Sara se había negado abandonar su hogar, todos sus amigos ahora estaban lejos de ella, y en cierto modo era verdad que se creía enamorada de Paul McTorton.
Ella y Paul habían sido amigos desde siempre, ambos conocedores de los secretos del otro. Quizá a la historia le faltara romanticismo pero Sara adoraba el musculoso cuerpo del muchacho rubio, su risa seductora y la forma en que la trataba, a veces demasiado rudo pero sin faltar.
Cuando Paul la besó unos días antes de viajar a Inglaterra no sintió aquello que decían en sus novelas, fue más bien como besar a un familiar, aún así un recuerdo más que atesorar.
Le prometió regresar y él juró esperarla.
Sara se levantó de la cama cerrando el libro con fuerza, la primavera se acercaba a pasos agigantados y quizá podría convencer a su padre de regresar a Escocia durante unas semanas para ver a sus amigos y decirle a Paul que no se había olvidado de él. Para ello debía fingir que estaba encantada con Londres y a lo mejor, con ayuda de su nuevo amigo Alex Yaron lograr su objetivo.
Había trazado un plan que no podía fallar, no haría ningún mal en simular una atracción repentina por este hombre, aunque en realidad no debía fingir demasiado ya que Alex la causaba cierta curiosidad.
Cuando Eric Hamilton pensara que se había enamorado de Yaron dejaría de vigilarla y hasta la permitiría ir a despedirse de sus amigos, claro que ya no volvería más a Londres y Yaron tampoco se sentiría engañado ya que pensaba viajar pronto hacía América, además el hombre estuvo de acuerdo con todo después de escuchar su plan.
La muchacha abrió el ropero, tenía hermosos y nuevos vestidos que Erika había elegido por ella. Paseó la mirada sobre las sedas y los rasos indecisa, fue Laura quien la ayudó a escoger un modelo en verde oscuro con un escote pronunciado. No la gustaban los escotes pero la moda era… la moda y no puso ningún impedimento al respecto.
La doncella trabajó con su cabello plateado recogiéndolo en la coronilla y dejando que gruesos bucles cayeran sobre su cuello adornados con cintas entrelazadas de satén verdes y negras.

Ya en el carruaje de los Hamilton, Eric advirtió a ambas hermanas sobre el comportamiento que debían tener, ella eran damas y no simples campesinas, prohibido hablar de política y de las necesidades que muchos escoceses padecían en aquellos tiempos. No podrían tocar el tema entre las diferencias sociales para lo que Sara nunca tenia pelos en la lengua, se habían criado muy cerca de gente humilde y compartido con ellos muchos sentimientos.
Eric habló con los ojos fijos en su hija pequeña, ella era la única que podía pasar todas sus advertencias por alto, también la miraba porque aquella noche estaba muy hermosa, no se había dado cuenta de lo que había crecido en los últimos meses.
¡Sara! ¡Cuántos problemas tendría el hombre que la desposara!
Llegaron ante una lujosa mansión rodeada de bellos y cuidados jardines, ya era de noche y varias farolas iluminaban la casa y las calles adyacentes. Tuvieron que esperar a que los carruajes que se hallaban ante la puerta abrieran la marcha para dejarlos entrar.
Por los vehículos se apreciaba que no serían muchos invitados y Sara se sintió feliz al saber que de ese modo no tendría que soportar a muchas personas, ni siquiera conocerlas. Era muy sociable pero aborrecía las conversaciones con los ingleses de la clase alta que no sabía hablar de otra cosa que no fuera sus increíbles fortunas y sus vidas aburridas.
Descendieron del coche y en la entrada fueron recibidos por Andrew Yaron y su esposa Rouse, un matrimonio de aspecto amable y que formaban una deliciosa pareja.
Un mayordomo recogió sus ropas de abrigo y los dirigió hacía el concurrido salón de baile donde la reunión se veía animada.
Sara tuvo que soportar, en contra de sus deseos, varias presentaciones además de saludar a personas que habían acudido la noche anterior a la presentación de Erika.
Se vio envuelta por tres galantes jóvenes que luchaban por llamar su atención con… tonterías. Debió concentrarse en su autocontrol para ser educada con los caballeros, que bien los había mandado a freír espárragos al poco de conocerlos.
Nunca había escuchado tantos elogios en tan pocos minutos y llegó un momento que no supo si dar las gracias o patearlos el trasero a todos.
Recordando las advertencias de su padre fingió sonreír, la dolía la mandíbula de mostrar los dientes continuamente. Imaginó a Paul riendo a mandíbula batiente viendo la serenidad que la joven estaba mostrando.
 - Me alegro de volver a verla señorita Hamilton – Alex se había acercado al grupo con dos copas de champan en la mano. Con mucho arte logró separar a la joven de los ansiosos caballeros para dirigirla hasta la chimenea.
La muchacha lo observó con admiración. Alexander Yaron era el hombre más guapo que había conocido.
Sara le arrebató el vidrio de las manos y lo bebió de un sorbo, nerviosa. El hombre la miró sorprendido.
 - Tenia sed – explicó la muchacha – pensé que vendría antes a rescatarme.
 - Pues pensé que se veía muy a gusto rodeada de tantos hombres.
 -¡Dios! ¡No puedo soportarlos! – Exclamó bajando la voz, no quería que nadie que no fuera Alex la escuchara – Si no llega a venir a tiempo los habría retado a todos a un duelo. – Se encogió de hombros con un sonrisa burlona – la culpa de hoy es suya por haber convencido a sus parientes para que nos invitara ¿o lo va a negar?
Alex soltó una carcajada divertida. Hacía tan solo unos minutos había sentido cierta rivalidad con los hombres que la rodeaban y ahora entendía porque. Esa joven era espontanea, vivaz.
 - Tiene razón, es culpa mía. Prometo no dejarla sola ni un solo minuto.
 - ¿Y si nos apartan? ¿Vendrá a rescatarme?
 - Lo prometo – Alex levantó la mano en forma de juramento haciéndola reír – Esta usted muy bella, pero supongo que ya habrá oído bastantes alabanzas hoy y no querrá escuchar más.
Sara lo observó fijamente tratando de averiguar si hablaba en serio o por el contrario bromeaba.
El hombre tenía los ojos de un color azul turquesa perfilado el iris en un tono mucho más oscuro. Impresionaba esa mirada, entre otras cosas porque era indescifrable.
 - ¿Es capaz de leer mis pensamientos? – susurró acercándose a él. – Siento como si nos conociéramos desde siempre ¿No habrá estado en Escocia?
Alex percibió como aquella voz recorría su cuerpo ¿Cómo podía excitarlo de esa manera? Sería el hermoso acento de las tierras altas - se dijo.
 - De haber sabido que vivía allí sin duda habría ido hace años.
Sara soltó una carcajada.

 

Sara soltó una carcajada.
 - Si hubiera ido hace años habría encontrado a una chiquilla de largas trenzas y el rostro cubierto de pecas. Lo mejor es que no haya ido.
 - Hubiera sido horrible enamorarme de una niña ¿Verdad?
Los ojos de Sara se abrieron sorprendidos. Lo miró y por vez primera descubrió que bromeaba. Con una sonrisa observó el salón.
 - Cuando hablamos ayer pensé que me invitaría a salir a un lugar menos público, a pasear por el parque o a conocer la ciudad.
 -¿Quiere salir mañana? Podríamos pasar el día fuera y hacer todo lo que dice.
 -¡Genial! – Apoyó la mano en el duro brazo del hombre sorprendiéndose de la fuerza que desprendía – Alex no soy rara, solo algo excéntrica. – Le soltó con un suspiro – Solo necesito un amigo a pesar de su reputación.
 - ¿Qué quiere decir?
 - He oído cosas de usted, bueno, más que oír he preguntado y que tampoco soy tan tonta, sé que tiene fama de mujeriego.
Alex se sorprendió. No porque los chismes no fueran ciertos pero nunca había tratado este tema con una mujer y por muy bonita que esta fuera tampoco le iba a confesar sus secretos más íntimos.
 - Si sabe todo esto de mí ¿Por qué desea salir conmigo?
 -¡Podría haberme dicho que los rumores eran exagerados! – respondió con una mueca infantil.
El hombre cruzó los brazos tras la espalda y fijó sus ojos azules en ella.
 - No me molestan lo que hablen de mí pero dígame, si vengo tan poco a Londres ¿Cómo es posible que la gente sepa eso de mí?
 - Buena respuesta – respondió Sara sin creerle lo más mínimo - ¿Qué vinculo tiene con los anfitriones? – Cambió de tema. Así era ella, cuando no sabía seguir una conversación, tomaba un sendero más fácil.
 - Andrew es mi hermano mayor.
 - Tiene una bonita casa y su cuñada parece encantadora.
 - ¿Quién Rouse? – Alex soltó una sonora risotada –No la conoce bien ¡tiene un genio de mil demonios!
Sara encontró a la mujer conversando tranquilamente con otros invitados, Erika incluida.
 - ¿y usted no ha pensado en casarse señor Yaron?
El hombre tomó la mano de la joven y la dirigió a la pista de baile, con una sonrisa traviesa la miró de reojo.
 - Hasta la fecha no había conocido a nadie que me interesara.
La joven le observó con seriedad, con el mentón ligeramente alzado.
 - Habla como si ahora la hubiese conocido y, déjeme decirle que si lo dice por mi está confundido. Lo que le dije ayer era cierto, no he venido aquí para casarme.
 - ¿Qué haría si el hombre de su vida se cruzase en su camino?
 - Difícilmente pueda ocurrir eso – la joven suspiró exageradamente -  Creo que el hombre que yo quiero no se encuentra en Londres.
Comenzaron a bailar al ritmo de una suave melodía perdiéndose entre las demás parejas.
 - Cuénteme de su vida señorita Hamilton ¿o Puedo llamarla Sara?
La joven pestañeó ligeramente, en aquel momento Alex la hacía girar ante el grupo de hombres que antes la habían retenido y ella les regaló una hermosa sonrisa antes de instar a su compañero a que se alejaran de allí, temiendo que los interrumpieran.
 - No tengo mucho que contar, mi padre se ocupó mi hermana Erika y de mí al morir mama de una pulmonía, como me negué a ir a una escuela me educaron unas cuantas institutrices y cuando mi hermana volvió de Europa donde estudiaba, se convirtió en mi profesora. He tenido una vida fácil y una infancia feliz – se encogió de hombros – no sé qué esperaba oír, pero mi historia es una de las más simples del mundo.
 - Ha debido ser toda una aventura el haber venido a Londres. – Comentó él entre risas.
 - ¡Habla como si mi vida fuera aburrida y no lo es! Si conociera mi país se daría cuenta… aquello no es como esto, allí las personas me tratan como a uno más sin importar mi condición social, sin mirarme sobre el hombro pensando que no soy más que una rica engreída. La verdad es que hay un poco de todo – sonrió sin despegar los labios y una brillante mirada llena de pasión – Llegan nuevos ricos continuamente y se creen seres superiores, llenándolo todo de lujos y de fiestas aburridas donde la comida sobrante se regala a los perros en vez de colaborar con las personas pobres que luchan por sobrevivir, que se preocupan por las cosechas y con los puestos de trabajo que comienzan a escasear – Menos mal que su padre no estaba escuchando si no, podría caerla la bronca del siglo mucho antes del amanecer – Gente que ve esta clase de reuniones con miradas condescendientes mientras piensa, esta noche nosotros tocaremos la gaitas, bailaremos y daremos palmas a la luz de las hogueras y… – tomó aire - dejaremos que esta gente vea como disfrutan los escoceses. ¿Ha bailado alguna vez bajo la luna? ¿Ha sentido como las risas se pierden en la noche mezclándose con el rumor de los grillos? ¿Se ha descalzado en medio de tanto alboroto dejando que la húmeda hierba acaricie sus pies? – Sara negó con una sonrisa ladeada ¡Como echaba de menos su gente!
No esperaba que Alex le contestara ninguna de sus preguntas.
 - Todo lo que dice es como un cuento – el hombre estaba serio, habían dejado de bailar y la observó absorto. Todo lo que había dicho, aquellas palabras apasionadas son las que él hubiera elegido para hablar de su país adoptivo, América.
Alexander Yaron tenía veintiocho años y huía del matrimonio como de la peste misma. Desde siempre había sido algo así como la oveja negra de la familia y acudía a unos pocos actos sociales para conformar a sus hermanos, pocas veces, pues casi nunca estaba en Inglaterra.
Poseía una flota de barcos mercantes que comerciaban con distintos países y tripulaba el Diábolo que hacía menos de un mes había arribado el puerto de Londres después de haber estado un año en Virginia, donde era dueño de una plantación de tabaco y algodón.
Cuando zarpaba en el Diábolo era un hombre totalmente diferente, libre y vivo. Amaba su barco y adoraba su país de adopción. Estaba seguro que el día que se retirara instalaría su residencia permanente en Virginia.
Tanto Andrew, como su hermano pequeño Philip, estaban felizmente casados y solo restaba su hermana Andrea, ese era el motivo por el que estaba en Londres, se había prometido al Conde Lareston y en breve celebrarían la boda.
Contaba con que la joven e ingenua Sara Hamilton le entretuviera y le hiciera olvidarse un poco de su bella y apasionada Kristin que le esperaba en Virginia.
  - ¿Por qué esta en Londres y no en su hogar? – preguntó curioso, volviendo a retomar el baile.
 - Ya se lo dije, mi hermana sí que quiere casarse y mi padre está seguro que yo me enamoraré también. Lo elegí a usted como compañero porque de ese modo podré rechazar a los… admiradores que pueda tener. – Contestó con las mejillas subidas de tono – Muy pronto la gente comenzara hablar de nosotros y cuando se quieran dar cuenta usted se habrá marchado y yo habré regresado a mi casa.
 - ¿Y por qué yo? – insistió el hombre sin saber qué es lo que realmente esperaba oír. Ya la joven le había dado algunas explicaciones el dia anterior y aunque no le importaba en absoluto escoltarla durante esos días, había pensado cobrarse alguna propina.
Sara se encogió de hombros y al girar, las faldas revolotearon en la pista.
 - Usted apareció primero. – la sinceridad de la joven era abrumadora. – eso y que no parece tan… ¿Cómo se dice…? ¿Presuntuoso?
El hombre arqueó las cejas estupefacto sin estar seguro de haber sido insultado.
 - ¿de modo que seremos amigos? –  preguntó en un susurró contra su oreja durante un un giro.
Ella asintió con rotundidad:
 - Solo amigos.
 - Será como usted quiera – respondió con una extraña sonrisa que Sara no supo interpretar.
A lo mejor su plan no había contado realmente con el hombre, a veces creía ver a un soso ingles muy guapo y otras le parecía un hombre extraño y hasta cierto punto peligroso.
Las habladurías comenzarían a correr por la ciudad y puede que ella no quedara muy bien parada después de todo, con un poco de suerte y si su padre era un poco avispado la mandaría de vuelta a casa para evitar cualquier posible escándalo. Una vez que regresara junto a Paul se casarían y todos olvidarían si hubo algo o no entre la señorita Hamilton y el señor Yaron.

2
Durante los días siguientes, Yaron cumplió con su palabra y de un modo muy caballeresco la mostró la ciudad paseando junto al Támesis, visitando la torre del reloj, la Abadía de Westminster, la catedral de Southwark, los palacios de Saint James y Hampton Court. Asistieron al Covent Garden y a varios de sus famosos museos.
En tan solo unos días los rumores sobre una posible relación, inundó las calles londinenses a marchas forzadas.
Los comentarios también llegaron a los oídos de Eric Hamilton pero no le preocuparon. Algo más intranquila se hallaba Erika pues la fama del hombre dejaba mucho que desear y mientras solo estuvieran fingiendo las cosas irían bien, pero ¿Y si Sara se enamoraba del hombre?
En esos días ni la propia Sara estaba segura de lo que sentía. Comparaba a Paul continuamente con Yaron, ambos eran muy guapos y diferentes, uno rubio de ojos verdes y otro moreno de bella mirada turquesa. Alex era un hombre muy divertido pero falto de pasión, como si pensara todo lo que tuviera que hacer, muy metódico y quizá estricto en algunas cosas. Paul por el contrario, era más bien expontaneo y decía las cosas como las sentía, pero también muy muy dulce.
 Yaron hasta la fecha se había portado como un verdadero caballero aun viendo en sus ojos que la deseaba. ¡Era un inglés como todos los demás! Sin una pizca de sangre en sus venas y viviendo una vida monótona, ¿o acaso en América el hombre era distinto? Lo dudaba.

 

La joven empezaba aburrirse con él o eso quería pensar, con mucha frecuencia una loca idea rondaba su cabeza. Algo que poco a poco se estaba convirtiendo en una obsesión. En las noches soñaba que Yaron se metía en su cama y la hacía el amor. Más de un día se había despertado jadeando de deseo y frustrada de regresar a la realidad  Si había algún hombre para escoger, con quien deseaba perder su virginidad, ese era Alex.  Pero… ¡Sería un completo desastre enamorarse de Yaron y lo sabía!
 - Te está esperando abajo – informó Erika entrando en su dormitorio y sentándose en la cama junto a ella.
Sara dejó el libro abierto sobre los cobertores y suspiró cansada.
 - ¿podrías decirle que no me encuentro muy bien?
 - ¿ha sucedido algo? – preguntó curiosa y asustada.
 - ¡No! – Sonrió a su hermana con tristeza – Es una pena que un hombre tan guapo como él sea tan… parado.
 - ¿no ha intentado besarte? – rio incrédula.
 - no – negó – Y lo he estado deseando desde el principio. No me mires así Erika -  estiró los músculos de su espalda, había estado en la misma posición un buen rato – Ya te he dicho que a mí no me importaría… ya sabes… antes de casarme con Paul. Pero no te preocupes que quiere enamorarme pero al estilo… Inglés.
 -¡Hay, no sé qué ves de malo a eso! ¡Ese hombre es guapísimo y cualquier mujer estaría dispuesta a enamorarse de él!
 - Clarooo, pero sería yo la que se enamorara y él se marcharía… sin mí.
 -Eso no lo puedes saber, además puede que él te ame. Y si no, siempre puedes enamorarlo – Erika agitó la cabeza – Mi amiga Jane me ha contado que si tú le dices a un hombre que no le quieres aunque estés con él, que se acaba rindiendo a tus pies.
 -¿Tú crees eso? –arqueó las cejas desconcertada. -Que yo prefiero a Paul y quiero regresar a casa – dijo con firmeza. La miró fijamente - ¿Sabías que Yaron es un hombre muy rico? Ayer mismo me estuvo hablando de sus barcos.
 -¿presumiendo?
 - No, él no presume de esas cosas, eso ya te lo he contado otras veces. Además creo que se marchará en seguida – se inclinó hacía Erika para susurrar – se marcha de aquí, ha discutido con  Andrew y no creo que se quede a la boda de su hermana.
 - ¿Y no te ha contado por qué? – preguntó curiosa.
 - Pues no – contestó pensativa, no la había picado el bichillo hasta ese momento.
 - Entonces ¿Por qué quieres evitarle si te queda muy poco para dejar de verle? Y además te encanta.
 - Me encanta su físico –respondió pensativa - Supongo que para no echarle de menos – contestó en un murmullo abatido del que pronto se recuperó – He visto cosas extrañas en él, no sé, es como si conmigo se comportara… muy bien, siendo el mejor hombre del mundo, que nada tiene que ver con los comentarios de libertino que caen sobre él y otras veces…
 - Sara estas mezclando la ilusión de tus novelas con la realidad. El señor Yaron es un hombre corriente como muchos otros – Erika acarició los cabellos de su hermana – No busques un héroe en cada hombre guapo que veas.
 - Lo sé – agitó las manos sobre la cabeza y sonrió tímida – no sé por qué pienso tantas estupideces. ¿Sabes? Si me pidiera que me acostara con él, creo que lo haría.
 -¡Sara! ¡Si padre te escuchara te enviaría ahora mismo a casa!
 -¡Ojala!
Erika sonrió y poniéndose en pie señaló la puerta.
 -Anda ve, disfruta.
Alex estaba esperando en el centro de la sala elegantemente vestido. Se encontraba de perfil y Sara lo observó fijamente durante unos minutos.
El hombre era alto, de hombros anchos que resaltaban firmes bajo la chaqueta. Llevaba el cabello atado en una cola baja que descansaba entre los omoplatos. Su rostro se veía hermoso de nariz recta y pómulos firmes.
Sara debió hacer algún ruido y él se giró de repente.
 - ¡Qué pena Yaron! Iba a enviarle a alguien para que le entregara un mensaje – se sonrojó ante su propia mentira y le tendió la mano con una sonrisa.
 - Ya no hace falta – respondió depositando un suave beso sobre el guante. -¿Qué era?
 - Pensaba salir de compras con mi doncella y estaba completamente segura que usted se aburriría de muerte si tiene que acompañarme.
El hombre se enderezó frunciendo el ceño por unas breves milésimas de segundo.
 - ¿de veras no quiere que vaya?
Sara sonrió fingiendo una alegría que no sentía.
 -Hoy le dejo libre por todo el día, sé que debí avisarle con tiempo y seguro que está molesto…
 - Exageras querida – Alex mostró una perfecta dentadura en una sonrisa fría. El hombre caminó hacia la puerta con paso firme y Sara lo siguió con la vista ¿había visto un destello de ira en sus ojos azules?
 -¡Espere Yaron! – anduvo hacía él sin mirarle a los ojos, él no era ningún tonto y no quería que pensara que lo estaba tratando como tal. - ¿Qué le parece si aplazo lo de las compras y salimos a pasear?
 - ¿Por qué ha cambiado de opinión? – se volvió a ella sin ninguna clase de emoción en su voz.
Sara se encogió de hombros sin saber que contestar. ¿Por qué lo había hecho? No tenía ni idea. O porque realmente deseaba su compañía.
 - ¿Rechazas mi oferta? – bromeó.
 - ¡Por supuesto que no! Siempre que esté lista para salir.
 - Lo estoy, solo aviso que nos vamos… y ya.

Los últimos rayos de sol morían perezosos tras los árboles del parque filtrándose entre las ramas que lentamente comenzaba a florecer.
 - Hoy me he dado cuenta que somos totalmente diferentes – comentó Alex agitando una pequeña rama entre sus dedos y se detuvo a mirarla – Sin embargo hay algo.
 - No comprendo… No…
 - Creo que si lo entiendes – Se rió entre dientes y muy despacio alzó la mano para trazar el contorno de la delgada mandíbula de la joven - ¿Cuándo piensas acabar con este juego? – retiró su mano como si nunca la hubiera tocado.
Todo había comenzado de forma inocente, cierto, pero la joven despertaba algo en él…
Sara dejó escapar el aire que inconscientemente había retenido al sentir aquel leve contacto, arqueó su bien delineada ceja, Alex acababa de tutearla.
 - No le entiendo.
 -Enamoras a los hombres hasta hacerlos sentir ridículos ¿no? – La dio la espalda y continuo caminando - ¿Qué es lo que buscas en un hombre?
Sara suspiró ruidosamente y anduvo hasta colocarse a su altura.
 - ¿De verdad quiere saberlo? – clavó su vista al frente y agitó sus cabellos platinos al tiempo que recogía sus faldas para poder seguir su paso– Busco un hombre que me quiera y me comprenda, y que tenga sangre caliente en las venas, que me respete y que me abrace con fuerza entre sus brazos cada poco tiempo – su mente la obligó a pensar en  Paul y hasta sonrió soñadora – El hombre que yo quiero será solo para mí –asintió con efusividad.- Te conozco Yaron – se encogió de hombros – ¡no estás enamorado de mí!
 -¿eso crees? – no la miró.
 - ¿Me pedirás que te espere mientras te vas a tu país? –  Sara soltó una carcajada algo cínica. No podía dejar ver que él… la importaba. No sabía hasta qué punto, pero sentía bastante simpatía por él y un fuerte deseo sexual.
 - ¿me impedirías que me marchara?
 - ¿Quieres convencerme de que mi opinión te importa? – respondió con otra pregunta. El corazón de Sara empezó a golpear con fuerza en su pecho. ¿Qué había pasado? ¡Yaron no podía estar enamorado de ella!
Alex suspiró profundamente.
 - Será mejor que olvidemos esta conversación.
Sara estuvo de acuerdo. ¡No se tragaba que se hubiera enamorado! Puede que le gustara y se sintiera atraído pero de eso al amor había un abismo. Yaron no era de los que se casan y si así fuera… ¿hasta cuándo? ¿Hasta que pasara otra muchacha a su lado?
Ambos siguieron caminando en silencio, se habían adentrado mucho en el parque y no se veía a nadie por allí.
 - Nunca me has dicho que es lo que haces en América, aparte de tener tantos barcos, claro – Sara sintió la necesidad de romper tanta tensión.
 - Me dedico a los negocios. – La miró de forma superficial – No quiero aburrirte con eso. ¿Te interesa de verdad?
Como Sara no respondió, el hombre soltó un juramento entre dientes dando un puntapié a un canto del camino.
 - Lo siento – musitó ella – Desde siempre te dije que solo quería amistad y creo…que podría enamorarme de ti.
 -¿eso es malo? – Yaron se detuvo observándola con interés.
Sara asintió y tomó aliento evitando su mirada turquesa.
 - Estoy enamorada de otro. – le confesó. – Es por eso que debo volver a mi casa – se pasó la mano enguantada por uno de sus ojos.
No iba a llorar delante de él. Ni siquiera sabía porque tenía esas repentinas ganas de llorar o más bien quería ocultar el hecho de que no sabía que es lo que quería, pero algo tenía muy claro, le iba a echar de menos mucho más de lo que podía pensar. ¡No volver a verlo nunca más!
Alex se tensó sin dejar de mirarla y con los puños apretados contra las caderas asintió comprendiendo. Ese detalle le había sido omitido y sintió una creciente rabia apoderándose de él.
Sin embargo le quedó la extraña sensación de que echaría mucho de menos la compañía de Sara. Había llegado apreciarla, si bien ahora descubría que no era tan honesta como había pensado o le había hecho creer. ¿Qué más le habría ocultado? ¡Engañado! Era así como se sentía.
Kristin se iba alegrar cuando supiera que por primera vez en su vida la había sido fiel y precisamente con la única mujer que lo había interesado de  un modo diferente.
 - Amigos entonces –  Dijo Alex, simulando restar importancia al asunto.
Sara se sintió culpable por lo sucedido y asintió.
 Yaron no parecía haberse tomado la noticia de su prometido mal, de modo que no era cierto que se hubiera enamorado de ella ¡Que mentiroso! ¡Casi le había creído!
 - Te llevaré a casa – la tomó del brazo para regresar por donde habían venido.
Aquello era la despedida y ambos lo supieron.

 

3
Sara despertó sobresaltada al sentir un fuerte golpe contra la pared. Al abrir los ojos sintió un escozor que la hizo lagrimear. El ambiente húmedo la confundió.
Desde luego no se encontraba en su dormitorio ni en otro sitio que ella pudiera reconocer. La luz era tenue, suficiente para iluminar el diminuto cuarto donde se hallaba.
Se incorporó un poco y una vieja manta de lana con olor a rancio de no haberla lavado en algún tiempo, se deslizó hasta su cintura. Observó las paredes de madera, sucias y descoloridas.
Se puso en pie asustada apoyándose en una silla rota y destartalada. El suelo cobró vida bajo sus pies y se sintió lanzada de un sitio a otro golpeando su hombro contra uno de los tabiques.
Recorrió el lugar con histeria. ¿Qué había pasado?
 Buscó en su mente algo que la hiciera recordar cómo había ido a parar allí pero tan solo logró que un ramalazo de dolor en su cabeza la obligara a dejarse caer nuevamente sobre la manta.
Sintió algo pegajoso entre su cabello e intentó retirarlo con fuerza, haciéndose daño. En cuanto sus dedos tocaron el golpe se quejó encogiéndose.
Recordó, de repente, haber salido de la fiesta de Lady Witney junto a su hermana. En el camino a la residencia habían sido asaltadas por unos hombres de muy mal aspecto, con ropas rotas y tan sucios como si acabaran de salir de una mina de carbón.
Ella se había negado a entregar las pocas joyas que llevaba encima, posiblemente fuera allí donde la golpearan, el resto era un negro pozo sin fondo.
 - ¿Erika? – llamó con voz temblorosa .No obtuvo repuesta de ningún tipo.
Durante unos minutos el suelo se estabilizó y horrorizada descubrió que se hallaba a bordo de un navío, las olas golpeaban el casco con fuerza. Sus fosas nasales se llenaron con el aroma del mar.
Volvió a levantarse, ayudándose de una pared para apoyar la mano y miró la puerta que había pasado antes por alto, era del mismo color que la pared y entre las sombras era difícil distinguirla.
El miedo debería haberla obligado a quedarse quieta y esperar, pero sus deseos de pisar tierra firme antes que fuera demasiado tarde, podían con ella. Era consciente de que el tiempo apremiaba y cuanto más lejos estuvieran de la costa peor para una posible salvación.
¡Esto no puede estar ocurriendo! – gritó su mente.
Apoyó un oído contra el panel de la entrada esperando escuchar algo que no fueran golpes y ruidos sordos que venían desde algún lugar del barco. La puerta estaba cerrada desde fuera y tiró del mango con fuerza, sin resultados.
 Tomó aire dispuesta a gritar lo más alto que pudiera. El bullicio del exterior se intensificó de tal manera que llegó a creer escuchar gritos de hombres. ¡Piratas! ¡Rendición!
Sara se llevó las manos a la cabeza y rezó por haberse confundido al entender. Lloró presa del pánico de saberse encerrada.
 Esto no era una novela pero sabía muy bien de lo que serían capaces de hacer con ella, si realemtente eran piratas, sin duda lo mejor de todo, la muerte. Pero una muerte dulce, sin dolor, algo que no duela gritaba su mente sin poder dejar de llorar y cubrirse los oídos evitando escuchar el follón del otro lado.
Quizá supieran que los Hamilton poseían una fortuna muy productiva y los malhechores habían pedido un rescate. De ser así no tenían por qué ser piratas, puede que escuchara otra cosa. ¿Y si en verdad lo eran? La violarían y la venderían o la matarían o la lanzarían a los tiburones…
El alboroto aumentó mucho más e imaginó que todo el escandalo se hallaba sobre su cabeza. Virutas de madera cayeron del techo junto a gran cantidad de polvo.
Se encogió en un rincón cubriéndose la cabeza con las manos, temblando su cuerpo de forma incontrolada.
El ruido fue cesando progresivamente y aunque escuchaba pasos y voces lejanas, nadie acudió a su cubículo. ¿Y si se marchaban todos y hundían la nave? Volvió a gemir, en aquel momento no apostaba ni un solo penique por su vida, pero tampoco quería hacer ruido para que olvidaran que ella estaba allí.
La puerta se abrió con violencia golpeando la pared con un gran estruendo.
Sara gritó y un hombre fornido cubrió la abertura y alargó la mano para cogerla de la muñeca.
 - Será mejor que salgamos de aquí antes que todo se vaya a pique. – Dijo el hombre tirando de ella.
Sara opuso resistencia y le empujó, estaba desprevenido y su cuerpo se venció hacía un lado dejándola el paso libre. Ella vio el largo pasillo y las escaleras de metal que ascendían a cubierta y se lanzó a la carrera. No se fijó que el marinero se había encogido de hombros, indiferente y caminaba detras con largas zancadas...
Cuando Sara llegó a cubierta miró con horror los cuerpos tendidos y ensangrentados esparcidos por el suelo. El piso estaba cubierto por barro y el oscuro liquido rojo tiñéndolo todo. Estuvo a punto de caer antes de sostenerse a una baranda y observar con ojos ávidos donde se hallaba la costa.
Sollozó al no descubrir rastro de tierra alguno y se giró, percatándose que el hombre estaba tras ella.
 - Debemos marcharnos, señorita – Esté señaló la nave apostada a estribor. – Es la única salida antes que se hunda.
De los altos mástiles caían bolas de fuego que prendían en cubierta provocando un humo espeso que ascendía al cielo.
 - ¡Piratas! – exclamó aterrada al divisar la oscura bandera y se aferró tan fuerte al pasamanos que los nudillos se volvieron blancos. – ¡Ustedes se confunden! – Gritó - ¡No puedo subir! ¡¡Yo no tenía que estar aquí!!
El hombre la tomó del brazo con firmeza y ella luchó con todas su fuerzas. Su objetivo era arañarle el rostro.
 - ¡No quiero hacerte daño! – advirtió él, furibundo.
 -Me secuestraron anoche y me subieron aquí – Sara habló velozmente - ¡Han pedido un rescate a mi padre! – mintió.
 - ¡Hable con el capitán! – Apremió tirando de ella – No tenemos tiempo… – el barco crujió con violencia y empezó a inclinarse de popa.
Sara soltó la barra y ante la seriedad del asunto se dejó arrastrar, saltando sobre los hombres caídos y evitando tropezar con las cuerdas que cruzaban el suelo. Por el rabillo del ojo distinguió a los piratas arrojando sus botines por la borda.
 - ¿Cómo se llama? – Se atrevió a preguntarle entre jadeos. Su falda, se enganchó en algo y el hombre tiro de la prenda desgarrándola.
 - Simón – gritó deteniéndose.
 Habían llegado al otro extremo y  Sara miró al otro barco con los ojos empequeñecidos de terror.
 - ¿Cómo haremos para llegar allí? – aulló reculando varios pasos hacia atrás.
¡Ese hombre estaba loco! No había pasarela ni nada con lo que alcanzar el otro lado. Le golpeó las manos cuando quiso volver a cogerla.
- Ven aquí señorita. ¡Allí estaremos a salvo y no pienso quedarme contigo para morir! Y a hora  vienes o te quedas – gritó furioso.
- Oh no, no, no. ¡Está loco! – Miró la distancia y creyó marearse – si caigo moriré y de un salto no llegamos – estaba al borde de la locura. Casi estaba deseando lanzarse al agua y  nadar. Estaba secuestrada e intentando llegar hasta un barco pirata… ¡No podía creerlo!

Simón sonrió levemente, el casco estaba a punto de quebrarse. Si algo le pasaba a la dama más le valía morirse antes de que el jefe le arrancara la cabeza.


Había pensado que la joven se resistiría a salir del cuarto donde estaba encerrada. Fue una sorpresa que ella no lo hubiera reconocido como a uno de los bandidos que la había secuestrado.
El hombretón se preguntaba porque a su jefe le gustaba esta arpía con lengua de víbora, bueno si la cubría la boca debía admitir que su belleza era exquisita, sobre todo los ojos dorados rodeados de espesas y rizadas pestañas

Desde el Diábolo, el Gitano observó la escena con los dientes apretados. Otra vez la mocosa estaba poniendo trabas, no sabía porque su hombre tenía tanta paciencia y no la noqueaba de una vez, él ya lo hubiera hecho.
Miró con preocupación el alto mástil del navío enemigo, su caída era inminente, el barco ya hacía aguas y las bodegas estarían inundadas.
De repente, atónito, clavó la vista en la damita que daba instrucciones a su hombre para saltar desde la soga.
 - Pensé que habías tomado a la mujer a la fuerza – le dijo Castor sobre su hombro.

 

Alex, sin apartar la vista de la escena asintió:
 - Habrá comprendido que la nave no quedara mucho tiempo a flote. – murmuró con los ojos entrecerrados.
 - ¿Quieres que te la llevemos ahora?
Alex hizo una mueca divertida al imaginar el rostro de la joven cuando supiera que había sido secuestrada por… él.
¡Se lo merecía! ¿Creía que lo podía mentir y luego fingir que no había pasado nada? ¡Estaba muy equivocada!
La manera en que se habían despedido hacía días no había sido la más normal.
Alex, ya podría llevar un buen trecho con rumbo a Virginia si no hubiera echo dar la vuelta al Diábolo para ver por última vez a la mujer.
Era obvio que no se había conformado solo con verla o saber de ella. Tampoco es que hubiera tenido mucha elección cuando uno de sus amigos, entre comillas, se la hubiera jugado en Londres poniendo a Sara en peligro.
 - No, primero quiero hablar con Simón, llevarla abajo.
Alex abandonó la cubierta en cuanto vio a la joven poner un pie a bordo del Diábolo.
En el camarote tenía una tina con la mitad de agua y se bañó a conciencia frotándose la sangre seca de algún pobre desalmado. No habían sufrido bajas y la damisela rubia se hallaba para su antojo. Suspiró satisfecho.
No deseaba hacerla daño, o quizá tan solo un poco, desde luego ninguna mujer se había burlado de él como ella lo hiciera. ¡Tanta honestidad se la pasaba por el forro de los cojones!
Se colocó unos amplios pantalones negros y se estaba colocando un chaleco cuando entro Simón con una sonrisa de oreja a oreja.
 - No te vas a creer nada de lo que te diga – le dijo.
Alex se frotó el cabello con una toalla y arrojó la prenda sobre la cama.
 - ¿Qué dice? – estaba deseando saber de ella. -¿está bien?
 - Si, eso parece porque no deja de hablar. En primer lugar quiere verte.
 - Lo imaginaba – tendió un cigarro a su primer oficial y se encendió él uno.
 - Necesita explicarte porque está aquí – se mofó divertido – No tiene ni idea que fuimos nosotros quien la apresamos.
Alex frunció el ceño extrañado.
 - No te entiendo – agitó la cabeza peinando sus largos cabellos negros hacía atrás.
 - Ha llegado a la conclusión de que hemos saqueado el barco, en el que por un casual ella estaba retenida en contra de su voluntad. ¡Vamos que cree que la hemos salvado!
Alex paseó por la recamara con una sonrisa maliciosa en su boca mientras su mente hilaba un excitante plan. ¡Era perfecto! Había pasado de maleante a héroe sin proponérselo. ¿Querría decir eso que no tendría que soportar los reclamos de la dama?
 - ¿Dónde está ella ahora? – estaba más animado.
 - Con Castor – Simón se rascó la cabeza – intenta convencerla de que se asee antes de traerla.
 - Acata sus órdenes. Dentro de lo razonable por supuesto. Esa mujer es muy lista. Y Simón… - detuvo al hombre antes de que abandonara el cuarto para cumplir sus órdenes – Quiero que siga creyendo eso. Avisa a Castor. Si alguien se va de la lengua lo rajo. Esto va a resultar la mar de divertido.
Si Sara no se enteraba de la verdad, se sentiría muy agradecida de haber sido él quien la salvara. Viajarían un poco juntos y luego la dejaría en manos de alguien que la regresara a Londres, de ese modo tampoco tendría que llevarla hasta Virginia, o a lo mejor sí. No había podido apartarse una vez de ella. ¿Quién diría que esta vez sí podría?
Rió ante su propia astucia, la suerte le acompañaba. Sara caería desmayada si supiera… o quizá no. Recordó como se había negado a entregar las joyas golpeando a Timmy, uno de sus hombres.
Esa mujer era un torbellino y la travesía prometía ser… divertida y bastante entretenida.
Ya se veía domando a la fierecilla.

 



4
Sara se pasó un paño húmedo por el rostro y el escote. El vestido estaba imposible de reparar, la falda se hallaba con jirones bastantes importantes que arrastraban el suelo a su paso. Una manga se había desgarrado y la llevaba en el codo mostrando el brazo desnudo.
Simón había conseguido un cepillo para ella, a pesar de lo bruto que parecía ser, la joven intuyó cierta delicadeza. El objeto era pesado, de plata maciza, sin duda robado. Su cabello se rizaba con la humedad y por mucho que cepillara no lograba peinarse en condiciones. Tampoco es que tuviera que estar perfecta. ¡Estaba en un barco pirata!
Miró la espalda de Castor que tapaba el hueco de la puerta. No la estaban tratando mal, de momento…
 El capitán comprendería que después de un secuestro no iba a estar lo suficientemente arreglada como para presentarse ante nadie y tampoco es que la importara mucho lo que pensara un capitán pirata de ella. Cuanto más fea la encontrara mejor.
Un dolor constante martilleaba su cabeza y el estómago revuelto amenazó un par de veces con echar hasta la última papilla.
El primer oficial la escoltó hasta el camarote del capitán. En el camino, Sara sintió la mirada de los marineros sobre ella y se tomó del brazo del hombre que la custodiaba observando con preocupación al resto.
¡No podía salir bien! Ni siquiera sabía cuántas posibilidades tenia de que el capitán, ese que llamaban Gitano, la creyera. Y de ser así. ¿La devolvería a Londres?
Tenía que tener fe, ese hombre era la única esperanza que tenía.
Se detuvieron ante una estrecha puerta de madera oscura, recién pulida y brillante. Castor golpeó dos veces y abrió sin esperar respuesta. Se apartó ligeramente y Sara se acercó deteniéndose en la entrada. Tomó aire como si se tratara de coraje.
Lo primero que vio fue una bonita cámara decorada con todo lujo de detalles y a la derecha, la ancha espalda de un hombre que parecía estar observando el exterior por una portilla pequeña.
Contuvo su respiración. El largo cabello del hombre caía sobre su espalda como una suave manta, llevaba un chaleco negro con adornos dorados y dejaba ver unos hombros musculosos de piel bronceada. Súbitamente recordó a Alex, desde el día del parque no le había vuelto a ver y los rumores decían que había regresado a su país.
Agitó la cabeza, no entendía porque no podía apartar aquel hombre de su mente, sobre todo en un momento como ese…. Quizá fuera porque el cabello negro de aquel hombre…
Se concentró en el capitán, su figura era temible, su altura, su corpulencia, la forma de vestir y aquel sable colgado del cinturón que rozaba sus caderas.
 -Gitano – llamó Castor – la señorita… está aquí.
Alex se volvió a mirarla.
 -¡Yaron! – exclamó pasmada, mirándolo boquiabierta. Al cabo de unos segundos la sorpresa dio paso al alivio. ¡Estaba salvada! Dejó escapar un sollozo y se lanzó a sus brazos.  - ¡Dios mío! ¡Gracias al cielo! Pensé que me iban a matar.

 

Sintió las manos del hombre acariciando su cabello. Consolándola de su desdicha.
El Gitano la observó con sus ojos azules, estudiando sus ropas rasgadas. La luz del sol entraba por la portilla haciendo que los cabellos plateados brillaran como una aureola semejándola a un Ángel. Le fascinaron aquellos hermosos ojos dorados, siempre lo hacían, sobre todo cuando expresaban todas las emociones de la joven, Miedo, sorpresa, confusión.
 - Espero que mis hombres te hayan tratado correctamente. ¿Te encuentras bien? – La invitó a terminar de pasar – Castor que suban algo de comer, seguro que Sara tendrá hambre.
 - Necesito tu ayuda – asintió la joven retirándose las lágrimas del rostro. – He pasado tanto miedo. ¡Ha sido horrible! ¡Toda esa gente muerta!
 -Pero tienes hambre ¿No?
 - Si claro – Sara pasó la mirada de Alex a Castor y volvió de nuevo al hombre. No estaba sorprendido de verla, ¿A qué se debía eso? Se apartó un poco de él - ¿Por qué navegas bajo bandera pirata? – le preguntó, recordando de  pronto donde se hallaban.
Yaron se encogió de hombros.
 - Primero hablemos de ti. ¿Es cierto lo que me ha contado Simón? ¿Te secuestraron?
 - Si, pero ¿Qué haces tú aquí? – preguntó nerviosa. Había algo que no encajaba y no la dejaba pensar en otra cosa.
Alex ignoró su pregunta.
 -¿y quienes te trajeron aquí? ¿Con que propósito?
Sara frunció el ceño pensativa. ¿Por qué él no contestaba sus preguntas?
 - Anoche nos asaltaron unos bandidos de camino a casa. Me debieron de golpear porque no recuerdo más. Cuando desperté estaba en un sitio asqueroso que olía mal. – No como ese lugar que desprendía aroma a limpio. Pensó. – Creo que pedirían rescate a mi padre  - observó una de las elegantes sillas deseosa de sentarse en algún lugar decente -¿puedo?
 - Sí, claro. ¡Vaya, que descortés! ¿Quieres un poco de vino? – ofreció Yaron.
 - Ya sabes que no bebo vino, excepto en la comida –Ella fingió una sonrisa que no llegó hasta sus ojos. Este no era el Alexander Yaron que ella conociera - ¿Estamos muy lejos de Londres?
El hombre ladeó la cabeza pensativo. Escogió una silla cercana a ella y tomó asiento:
 - Muy lejos no – contestó mirándola fijamente. – De hecho sería la primera costa que viéramos, si nos dirigiéramos allí.
Sara abrió los ojos como platos.
 -¿Y no vamos allí?
 -No. Este barco se dirige a Virginia, tengo mi casa allí, ya lo sabes – repitió en el  mismo tono que ella. Y se apresuró a explicar – Lamento no poder llevarte de vuelta a casa, pero yo mismo me encargaré de que regreses en cuanto sea posible.
 -¿y cuándo será eso? – preguntó dudosa, no confiaba en Yaron. Sus ropas, el cabello suelto, las armas… la bandera…
 - Cuando arribemos en alguna costa.
Sara se pasó la mano por la cabeza, tratando de aliviar el terrible dolor que sentía y que se acentuaba a cada momento.
 - ¿estás bien? – preguntó Alex poniéndose en pie. Cogió su mentón con delicadeza y estudió el golpe de la sien – Te atizaron bien.
 -Me lo busqué yo. No logro mantener la boca cerrada cuando debo. –  admitió. No vio la mueca divertida del hombre y dio un repentino saltó al acordarse de Erika – ¡Mi hermana! ¡No sé qué paso con ella! ¿Y si estaba en el barco…?
 - Allí no quedaba nadie y no había más mujeres a bordo. –respondió Yaron sirviéndose un vaso del rosado vino.
 No sabía hasta qué punto debía creer en Yaron, o en el Gitano.
Era incapaz de entender la casualidad del destino que la había llevado hasta él, pues no era muy dada a la existencia de milagros. Tenía los pies en la tierra y la cabeza perfectamente amueblada.
 Solo tenía que preguntarse hasta qué punto confiaba en el hombre. Viajaba bajo la marca de un pirata, la había rescatado de un traficante de esclavos y hasta él mismo vestía como tal. Y sin embargo, a pesar de todo eso, se encontraba agradecida de haber encontrado a Alex y no a otro.
Las dudas de que Yaron ocultaba algo, aquellos comentarios que la hiciera a Erika – No busques héroes donde no los hay- y la despedida… Después de todo eran amigos ¿no? Solo rezaba porque Erika se encontrara a salvo. Con toda seguridad su padre ya debía estar buscándolas.
Un muchacho llevó una bandeja al camarote y después de dejarla se marchó a buscar escarcha.

Poco más tarde, la joven ya había comido y se hallaba recostada en la ancha cama, mientras Alex trataba de bajarle la hinchazón del golpe con un trozo de hielo envuelto en un fino pañuelo de hilo.
 - ¿Por qué no has contestado alguna de mis preguntas? – Preguntó Sara con un cansado suspiro. - ¿Por qué viajas con bandera negra? ¿Por qué te llaman Gitano? ¿Por qué has atacado ese barco?
Alex  sentado junto a ella, apartó lo que tenía en la mano para dejarlo sobre un pequeño balde de metal y la miró fijamente.
 - Muchos utilizamos esta bandera para evitar otros navíos. – respondió con cuidado, eligiendo las palabras. Conocía a Sara y ella encontraba significados hasta donde no había – Nosotros no abordamos al “águila Blanca”, nos defendimos de su ataque. – Otra mentira - El Diábolo es mi mejor barco y el que mejor preparado esta para enfrentarlos.
 - ¿El águila Blanca? 
 - Traficantes de esclavos. – Se puso en pie frotándose las manos – Esa gente pretendía venderte.
Sara se medio incorporó y volvió a dejarse caer.
Yaron no mintió. Después de haberse hecho pasar por bandolero, había ordenado llevar a la joven a su barco, pero el capitán del Águila Blanca se la había reclamado en pago de una deuda inventada. Gerard Bells, un hombre traicionero que lo tenía ojeriza desde que se conocieran hacia un par de años, se la había llevado ante sus narices.
Jamás habría dejado que la trasportaran ellos, pero les habían tendido una emboscada en Londres. ¡Se había vuelto loco al saber que él mismo había puesto en peligro la vida de Sara! Tan solo por un  tonto capricho, por no querer alejarse aun de ella.
En todo momento el Diábolo los había seguido.
 El combate en mar abierto fue más sencillo que si hubiera iniciado la disputa en Londres, donde posiblemente hubieran acabado en la horca. Ahora Bells yacía en el fondo del océano junto a su barco y los pocos hombres fieles de su tripulación, el resto se había unido a sus propios hombres hasta llegar a puerto.
- Será mejor que descanses.
 - ¿Por qué te llaman Gitano?
Alex agitó la cabeza con una sonrisa traviesa.
 - Cuando aún vivía en Inglaterra teníamos unas tierras en Norfolk y los gitanos acampaban todos los veranos con su carretas en las lindes. Yo acudía a menudo y mis amistades mayormente fueron de esa raza. – Así como Lidia, la mujer que lo instruyó en el arte del amor con tan solo dieciséis años. Lidia fue muy importante para él que se había creído enamorado desde el principio. Pero la mujer, unos años mayor, no tenía intenciones de tener una relación seria por nadie y ofrecía sus favores por unas cuantas monedas. Murió en un accidente – Sé lo que es bailar al calor de las hogueras. – La dijo mirándola  fijamente.
Sara cerró los ojos cansada y se quedó dormida.
Alex la observó pensativo. Ya encontraría el modo de informarla que Erika se encontraba bien en su casa, sana y salva sin haber sufrido daño alguno.
Su intención inicial había sido partir hacia América.
 La idea de no volver a ver a la joven le había corroído las entrañas. Esos sentimientos que crecían en su interior eran nuevos y desconocidos. Habían iniciado una amistad que había creído sincera. Claro que de haber podido se la hubiera llevado a la cama en un principio en vez de hacerse el paciente, tal vez esperando que ella actuara como las demás mujeres y cayera rendida a sus encantos.

 

Sara no era como las demás. No solo había demostrado su indiferencia hacia él como hombre sino que además, le había ocultado que existía otro. Se había sentido herido en su ego y su sed de venganza obnubiló su mente.
El por qué se la había llevado no tenía una respuesta en concreto. Casi se estaba arrepintiendo de haberlo hecho. Pero la miraba y una sensación agradable llenaba su pecho. Era como si teniéndola cerca no pudiera pasarla nada. ¿Por qué se habría vuelto de repente tan protector?
La miró dormir durante unos minutos y dibujó con su dedo el contorno de una tersa mejilla. Sonrió con malicia. ¿Cómo sería hacer el amor con aquel hada escocesa de cabellos plateados?
La joven suspiró, entonces Yaron deslizó su mano hacia el esbelto cuello, su piel era aterciopelada y suave, caliente. Desabotonó el frente del vestido y sus dedos temblaron sobre el escote. Una camisola se apretaba contra los pechos turgentes, perfectos. Cubrió un seno con su mano sin llegar a presionar.
Sara estaba sumergida en un sueño profundo, ajena a sus caricias.
 Alex tomó aire con fuerza y se alejó de ella, excitado.
 - Pronto – susurró,  muy pronto la tendría no solo calentándole la cama, si no que acabaría locamente enamorada de él. ¿Acaso no era eso lo que su ego deseaba?

 



5
Sara pasó los dos días siguientes descansado y durmiendo, levantándose en las comidas y cuando sus necesidades físicas la avisaban.
Cada vez que abría los ojos veía a Yaron frente al escritorio absorto en sus cosas, pero apenas conversaban.
Alex salía todas las noches del camarote y regresaba a la mañana siguiente después de compartir la estrecha cámara de Castor. Sin embargo la tercera noche, cansado de dormir en la hamaca decidió ocupar su cama. La joven ya estaba recuperada y los días de caballero educado y galante quedaban atrás, por no decir que Sara le encendía la sangre cada vez que la tenía delante.
La encontró dormida, cubierta con una camisa que la había prestado. Se echó a su lado sin despertarla y cerró los ojos esperando que el sueño invadiera su cuerpo.
No supo el tiempo que estuvo recostado sin atreverse a mover y al final desistió en su empeño. No podía concentrarse con ella tan cerca a pesar de que estuviera dormida. Se aburrió. Se giró a observarla.
Como el primer día de haberla subido a bordo, desabotonó la camisa de la joven y miró absorto los pálidos senos. Subían y bajaban lentamente al ritmo de la suave respiración. Sabía que estaba actuando mal, ¡al menos despiértala! – le decía su conciencia.
Pellizcó con suavidad uno de los rosados pezones y esté vibró despertando al deseo.
Yaron descendió un poco sobre el colchón hasta que su cabeza se halló frente a los pechos .Eran como un imán que lo arrastraba sin opción. La deseaba.
Con miradas furtivas al rostro de la joven, lamió el pezón saboreando la dulzura del trozo de carne. Era deliciosa con sabor a miel. La escuchó suspirar y ella se giró ligeramente.
Alex se detuvo por unos segundos y como ella no despertara continuó golpeando el pezón con su lengua en toques cortos y lentos.
Con una mano bajó los cobertores y con lentitud levantó la camisa de la joven, se hallaba desnuda y él creyó enloquecer por momentos. Estaba duro, completamente excitado. No debería estar haciendo aquello y menos mientras ella durmiera – se repitió, él no era así. Tanto tiempo teniéndola cerca, oliendo su perfume natural, viendo su sonrisa, escuchando sus charlas sobre Escocia.
Si decía que no había estado con ninguna mujer desde que dejara a Kristin en Virginia mentiría, había calmado sus ansias en un burdel del puerto de Londres antes de iniciar su viaje hacía Virginia, antes de saber que regresaría más tarde a por ella. Tampoco había sido muy satisfactorio al no poderse quitar a la escocesa de su mente. No entendía que podía tener aquella mujer en especial. ¡Era imposible que le atrajera su forma de ser! ¡Odiaba a los mentirosos! ¿Entonces qué?
Observó el vientre pálido, la delgada cintura, sus caderas redondeadas. Sara era más hermosa de lo que había imaginado. Quizá el ideal de mujer si no tuviera la lengua afilada y supiera lo fácil que le resultaba mentir. Era valiente, espontanea, apasionada.
Después de todo él tampoco iba hacer mal a nadie. Probablemente Sara ya habría probado los placeres del acto con su prometido. Nadie tenía porque enterarse de aquello, si ella no quería.
Con ese pensamiento dejó su mente libre de culpa, acarició su pierna de arriba abajo para ascender por la cara interior de su muslo hasta enredar los dedos en el triángulo de vello dorado. Con un ligero movimiento la insto abrir las piernas y ella de modo inconsciente lo obedeció, embargada por las sensaciones que recorrían su cuerpo e imaginando que eran fruto de algún sueño placentero.
El hombre la encontró húmeda e irresistible. Sin avasallar introdujo un dedo con lentitud y ella se arqueó girando su rostro hacia un lado de la almohada.
Sara abrió entonces los ojos  topándose con su mirada y él vio la sorpresa reflejada en su bonito rostro.
Él movió sus dedos dentro de su cuerpo, presionando con suavidad, recorriendo cada centímetro de cada pliegue, sin apartar la vista de sus hermosos ojos dorados aun somnolientos.  La joven exclamó. Le aferró  la muñeca intentando apartar su mano de allí. ¡Había pensado que estaba soñando!
Yaron no quiso ceder  ni un milímetro y continuó con su tortura.
Sara lo miraba confusa, con los ojos entrecerrados. Hasta que la sintió rendirse dejando de luchar contra él y comenzó a gemir de placer, agitando la cabeza sobre la almohada.  Dejó caer la mano sobre el colchón y se arqueó entre jadeos.
Las mejillas femeninas adquirieron un tono rosado y sus ojos avergonzados, se negaron a mirarle.
Alex imaginó lo que cruzaba por la mente de Sara… ¡Era indecente! Pero a un tiempo tan delicioso…
Disfrutó con solo mirarla. Sus pantalones estaban a punto de estallar y aun así no aceleró las caricias hasta que sintió que la joven alcanzaba un orgasmo. La sintió temblar y deseó hundirse en ella. No tentó al destino.
No quiso pensar en el supuesto prometido de Sara, estaba molesto con él por el solo hecho de haberla conocido antes. Nunca se había fijado en si una joven era virgen o no, eso no había tenido importancia hasta ese momento ¡No debió mentirle con lo del prometido! – se dijo. ¿Era esa excusa suficiente para tener a Sara junto a él?

 

Sara rodó sobre el colchón arrastrando las sabanas y alejándose todo lo posible de él. Su espalda chocó contra la pared.
 -Necesito arreglar mis ropas – le dijo sin mirar. Estaba enfadada. No debía estarlo cuando desde un principio Yaron le había atraído hasta el punto de querer ofrecerle su virginidad. Aún seguía pensando que sería el hombre elegido, pero ni loca lo admitiría ante él.
Ese degenerado la había tocado mientras ella dormía, ¡sin su permiso! Dejando a un lado el hecho de que estaba encantada con las sensaciones que recién había descubierto, sentía que debía regañar al hombre por tomarse semejantes libertades.
La furia que trataba de ocultar tras los dientes apretados, martilleaba su cabeza sin compasión. ¿Qué pasaba con ese hombre? En Inglaterra no había sido capaz de robarla ni un solo beso, y aquí de buenas a primeras…
Las protagonistas de sus novelas ¿Qué hacían? ¿Arrojar objetos contra el hombre? Miró algo que pudiera lanzarle a la cabeza pero no encontró nada cerca.
También podría gritarle ¿de que serviría? Dijo una voz en su cabeza – había disfrutado mucho con sus caricias, tanto… que ya tenía ganas de él… otra vez.
Alex seguía allí, a los pies de la cama con los brazos cruzados sobre el pecho, estudiándola fijamente con una expresión indescifrable en su esculpido rostro.
Sara se deslizó sobre un lado de la cama y arrancó las sabanas cubriéndose, caminó hacía un biombo de estilo oriental que se hallaba en un rincón del camarote.
Pensó en Paul pero repentinamente lo echó de su cabeza sin tener ganas de analizar los verdaderos sentimientos que la unían a él. En cuanto a Yaron o el “Gitano” ¡que engañada la había tenido! De haber conocido su verdadera personalidad – algo que siempre intuyó de que algo la ocultaba – se habría lanzado a sus brazos hacía tiempo y sin miramientos.
Todavía quedaba viaje… y él era tan guapo… Quizá debía poner en funcionamiento el plan de Erika, fingir que solo la atraía sexualmente. ¿Sería capaz de enamorar al hombre y hacer que se casara con ella? ¡Erika! Rogaba a Dios porque se hallara bien.
Se escabulló tras el biombo y de repente cayó sobre ella una prenda blanca.
 -Sera mejor que te pongas esa camisa y estos calzones – la volvió arrojar otra prenda – La camisa que tienes es mía y te queda enorme.
 -¿y si no quiero?
 -Iras desnuda. A la gente del Diábolo le encantará la idea.
 -¿pero tú que te has creído? – Dijo por fin iracunda – que esté en tu barco no te da ningún derecho sobre mí. Lo que acabas de hacer conmigo es…
 -¿placentero?
Sara no podía verle la cara y a pesar de todo se estaba vistiendo con las ropas que él la había entregado.
 -¡Bochornoso! ¡No tienes ningún derecho…!
 -Vale, me ha quedado claro.
Una vez vestida, salió de su escondite, regañándole y acusándole de abusar de su cuerpo al tiempo que se recogía las mangas. La prenda era muy larga y ancha, pero por lo menos estaba limpia y olía de forma muy agradable.
Evitó en todo momento observar la cama y clavó la vista en él.
 -Lamento haberte excitado tanto Yaron. – Dijo ahora más calmada - Sé que debí haberte detenido pero mi curiosidad pudo más... Aun así no estuvo bien eso… que me hiciste – seguro que estaba roja como un tomate y posiblemente dejándolo con la boca abierta, pero llegados hasta ese punto quería dejarle intuir que si la pedía que se acostará con él, no lo iba a dudar ni un segundo, lo estaba deseando. Quería saber cómo era él y como sería el acto, claro que tampoco podría decírselo de una forma tan abierta… Ella no era ninguna furcia ni nada por el estilo, solo lo había elegido a él para tener su primera experiencia y con un poco de suerte… quedarse siempre entre sus brazos - ¡Vaya, Paul jamás…!
 -No me hables de él, por favor. No tengo ganas de comparaciones.
 -¡Si no lo iba hacer! – incomoda recogió las sabanas que había dejado sobre el suelo. Debía simular que todo aquello no tenía importancia para ella. En ese momento decidió que quería casarse con él. No sabía cómo, pero lo enamoraría.
Llenó dos copas con el vino que se hallaba sobre la mesa y le entregó una al hombre.
 -Entonces te ha gustado ¿No? – dijo él. No se reía y tampoco parecía sorprendido.
¡Cómo se atrevía a ser tan grosero y preguntarla eso! Estaba claro que no iba a responderle.
  -¡eres un prepotente! – siseó con los dientes apretados. ¿de verdad quería casarse con un hombre tan egocéntrico?
Escuchó las carcajadas de Yaron y sin pensarlo le arrojó la copa de vino a la cara con todo su contenido.
El líquido oscuro golpeó el rostro moreno y cayó sobre su chaleco oscuro goteando contra el suelo. Varias gotas  burdeos se quedaron colgando de la fuerte barbilla.
Yaron se abalanzó hacía ella sujetando sus manos con fuerza y empujándola contra la mesa. Sus ojos azules la miraron acerados y Sara supo que se había pasado, pero él también lo había echo. ¡Qué pensaba que no sabía defenderse! No le tenía miedo, no sabía porque, pero no le temía.
Alex no decía nada, su aliento daba de lleno en el rostro de Sara. Por un momento le vio luchar contra algo, como si quisiera pegarla o estrangularla, sin embargo no hizo nada de aquello. La soltó, rebuscó algo en un cajón, una camisa limpia y salió del camarote maldiciendo entre dientes.

 


6

Era de noche cuando Alex regresó al camarote seguido de su grumete.
La encontró acurrucada en el único sillón que adornaba la sala, con un libro entre las manos. Sobre la mesa había dejado algunos tomos que no se había molestado en devolver a la estantería.
Ella alzó los ojos al verlos. El grumete la observó furtivamente al colocar una bandeja plateada sobre la mesa.
 -Me quedé aquí esperándote porque no sabía dónde ir – dijo Sara mirando a Yaron.
El hombre, con una tranquilidad increíble, despidió al joven y se sentó ante la mesa fingiendo no haberla escuchado.
 -Acércate – su voz sonó suave – vamos a cenar algo.
Sara obedeció apartando el libro y dejándolo sobre los demás. Tomó asiento frente a él y observó la comida. Consomé de gallina y asado de cordero con guarnición de patatas y habas, finalizaba con un pastel de manzana.
 -¡No pensé que se comiera tan bien en un barco! – comentó sorprendida.
Alex sirvió la comida en los platos y sonrió divertido. La señorita listilla, sabelotodo se impresionaba con facilidad.
 -Yo siempre tengo lo mejor – se encogió de hombros – No todos pueden comer lo mismo. Creo que eres demasiado afortunada al estar aquí conmigo – como ella le miró intrigada el prosiguió – Veras, la tripulación piensa que da mala suerte tener a una mujer en el Diábolo…
 -¡Eso es una tonta superstición!
 -Llámalo como quieras, pero a veces pasan tanto tiempo sin ver una mujer que pueden sentirse… desesperados.
 - ¿y tú, Yaron? ¿También lo estás?
 - No querida, de ser así no me habría limitado solo a proporcionarte placer a ti – las mejillas de ella enrojecieron al recordarlo – Hay algo que debes saber – hizo una pausa para mirarla fijamente – Suelo hacer las cosas a cambio de algo.
 -¿Qué quieres decir? – preguntó intentando parecer confusa. ¡La iba a pedir que se casaran! No, ella no podía decir que sí tan rápido.
 -Vamos a ser sinceros ¿no? Después de todo somos… amigos. – Echó la silla un poco hacia atrás – No tengo ninguna necesidad de tenerte aquí. Es más… nada me impediría arrojarte por la borda.
 -¿estas bromeando?
 - No. Yo no te he invitado a que estés aquí, sin embargo te he salvado de un destino peor que la muerte, los hombres que te capturaron pensaban venderte. ¿Has oído hablar de la trata de blancos?
 -¡Claro! – Exclamó con los ojos abiertos como platos – Eso ya me lo dijiste. Me salvaste de esos… criminales.
 -Así es – asintió con total tranquilidad.
 -Pero somos amigos ¿verdad? – Sara sintió algo extraño en la boca del estómago. Yaron la había salvado… de lo más horrible que le puede pasar a una mujer. ¡Como en las novelas! Sin embargo no podia evitar la extraña sensación que recorrió su espalda e hizo que el vello de su cuerpo se erizara.
 - Bueno, nunca he creído mucho en que un hombre y una mujer puedan ser… ¿amigos? Me caes bien y eres preciosa – se encogió de hombros – Te perdono por haberme ocultado lo de tu prometido, pero creo… - carraspeó – Me gustaría que nos conociéramos un poco más… a fondo.
 -Vamos que te quieres casar conmigo ¿No? – preguntó ella pinchando una haba con el tenedor.
 -¡¿Qué?! ¡¡No!! – Yaron soltó una tremenda carcajada – Quizá cuando lleguemos… Pero aquí – extendió las manos – en un barco…
 -¿quieres que sea tu amante? – fingió no estar decepcionada. Ese era un juego donde podían hacer y deshacer los dos.
 - ¡No te extrañes! Estas prometida ¿no?
Sara deseó gruñir pero se contuvo. ¿Qué pensaba, que era una cobarde? ¡Ja! Entrelazó los dedos ante sí.
 -¿si te cansas de mi antes de acabar el viaje… que harías?
Ahora fue él el sorprendido. ¿Ella lo estaba considerando?
 En verdad que solo pretendía asustarla ya que sus dotes de seductor con ella no habían funcionado. ¡Qué demonios! Si ella se le entregaba no iba a desperdiciar más días en tratar de hacerla sucumbir. Posiblemente en cuanto la poseyera se rompería el hechizo que había vertido sobre él y cada uno podría continuar con su vida.
¿De verdad Sara pensaba que podría arrojarla a los tiburones?
 - Un trato es un trato – respondió intentando mostrarse sereno, de solo pensarlo su cuerpo reaccionó con una fuerte erección.
Sara lo acicateó más.
 -Supongo que sería imposible que mi padre se enterara de nuestro acuerdo. Mi familia no lo soportaría.
 -Difícilmente cualquier miembro del Diábolo irá con el chisme.
 -¡Me imagino! – se mofó nerviosa. Una vez que se acostara con él le echaría el lazo de por vida.
Alex dejó de comer y la miró con los brazos cruzados sobre el pecho, ella se mordía las uñas intranquila.
 - Si necesitas algo de tiempo… para pensar…
 -¿y si quedara embarazada? He oído que eso puede pasar.
El hombre se tensó. Se le cruzó por la imaginación que Sara pretendía engañarlo de alguna manera, quizá le quería llevar a un campo peligroso donde tuviera que tragarse sus propias palabras.
 -¿Qué querrías hacer? – la preguntó con otra pregunta tanteando el terreno. La joven era muy lista y avispada, con su palabrería intentaba confundirlo y él tenía plena conciencia de ello.
 -¡Yo no deseo un hijo! –  Contestó .Y era verdad. No estaba preparada para eso y decidió dar más énfasis a sus palabras – Paul aceptaría el hecho de que no fuera virgen, pero llevarle un crio…
 -¿Y entonces? – insistió él, comenzado a enfurecerse. ¡Estaba hasta el gorro de oír hablar de su… Paul! Si se quedaba embarazada… ella… ¡se casarían! ¡por supuesto!
 -Me tendría que quedar contigo hasta que naciera y luego me devolverías a mi casa – respondió ella fingiendo un desinterés total, cosa que no sentía en absoluto.
 -¿rechazarías a tu hijo? – preguntó atónito. Insensible y cruel eran adjetivos que en ese momento la definían con precisión.
Sara se encogió de hombros al percibir su tono frio. ¡Yaron se lo estaba tragando todo!
 -¿Qué sugieres que podría hacer? – Se inclinó hacia adelante cuando habló. “Podrías pedirme de una vez por todas que me casara contigo. Pensó.” Su plan no parecía estar funcionando.
Alex se incorporó tratando de controlar su enojo. ¿Realmente ella sentía lo que decía?
 -De acuerdo. En el supuesto caso de que hubiera un… hijo – las palabras se atragantaban en su garganta – Me haría cargo de él, pero me temo que habría que alimentarle los primeros meses y me niego a que lo haga una nodriza.
Sara también se puso en pie. Había perdido el apetito.
 -Supongo que podría vivir en tu plantación de Virginia – el hombre asintió – Me quedaré en tu casa hasta que el bebé  no me necesite – “para siempre “dijo su voz interna. ¿Estaría actuando correctamente? Eso era lo que decía Erika, fingir que no sentía nada por él -¡Seria mi hijo! ¿Qué clase de mujer crees que soy?-terminó de decir con gazmoñería.
 - Será mejor que terminemos la cena – Yaron se cansó del juego y de tanta cháchara. Para que iban a seguir discutiendo si él haría lo que le viniera en gana. ¿No estaba ella a bordo del Diábolo? Estuvo a punto de reír, ¡menuda conversación! Indudablemente esa mujer lo dejaba sin palabras.
¿Por qué debería tener alguna consideración con ella?
Y si amaba a otro hombre ¿Por qué se le iba a entregar con tanta facilidad?
 -No pareces muy enamorada de tu prometido. ¿No sientes lastima por él?
 - Paul es la única persona que me entiende y sabe perfectamente como soy y lo que siento. Jamás podrías entender eso Yaron. – ¿acaso el hombre ahora la quería hacer sentir culpable?
 -Le conoces muy bien.
 -Lo suficiente – Podía haberle dicho que era un hombre fuerte y noble de un corazón compresivo. Atractivo, no tanto como él pero si, muy agradable de ver - ¿Puedo pensarlo? Me refiero a lo que hablamos antes.
 -Espero que te baste hasta mañana. Hoy estoy muy cansado. – No era cierto, pero tras la conversación sus instintos sexuales habían decaído notablemente.
¡Un hijo! ¡Por Dios en lo que pensaba esta mujer!
 -¿y cuando llegaremos a alguna costa?
 -Tres o cuatro semanas a lo sumo – contestó apartando la silla de nuevo. Sacó la cabeza por la puerta y llamo a su grumete para que retirara el servicio. – Es hora de dormir, descansa lo que puedas.
Ella asintió. El dolor de cabeza había cesado casi en su totalidad, el golpe que había recibido había sido bastante superficial, aun así de vez en cuando sentía pequeños pinchazos.
 -¿tu…no te acuestas?
 -Debo hacer unas cuantas cosas. Habitualmente mi primer oficial se reúne aquí conmigo pero te dejaremos dormir.
 -Ah, bueno, te lo agradezco de veras.

 


7

 


La luz del sol llenaba la estancia reflejándose sobre un espejo ovalado de marco dorado, que se hallaba cerca de la estantería.
Sara despertó incomoda bajo la luz y trató de ocultar su cabeza bajo los cobertores, de pronto se acordó de Yaron y se incorporó buscándolo con la mirada.
Estaba sola. Aprovechó el tiempo en lavarse un poco con el agua de la jofaina de porcelana, dispuesta tras el biombo. Quería asearse antes que llegara el hombre.
Ese día estaba especialmente nerviosa, sobre todo esperando que llegara la noche. Su tonta mente se había convencido que aquella era la única manera de… atar al hombre, por otro lado, en un pequeño rinconcito de su cerebro algo le decía que no podía obligar a alguien a quererla. ¿O sí?
Intentaba estirar las sabanas cuando Alex entro en la alcoba con paso decidido. Se giró para observarle.
 -¿Nunca llamas a la puerta?
 -No cuando es mi cuarto –argumentó fríamente. Parecía cansado y su rostro no era de los más amables esa mañana.
 -Tienes razón – asintió – pero a mí me gustaría. – Le dio la espalda para continuar tendiendo la cama y le habló sobre el hombro -¿ya has tomado café?
 -Hace varias horas. Jamás había conocido a nadie tan perezosa.
Sara se irguió herida en su orgullo ¿perezosa ella? ¡Vale, pues si él lo decía!
 -Laura mi doncella siempre dice lo mismo – mintió como una cosaca. Por normal general siempre era la primera de la casa en levantarse, e incluso antes que el servicio. Salía a cabalgar y de esa manera se llenaba de energía. – Ya te hablé de Laura ¿verdad?
 - No me interesa.
 - Bueno, ¡si pareces enojado! ¿Tienes algún problema, Gitano? – uso su apodo adrede.
Alex se dejó caer sobre la cama todo lo grande que era, con las manos y las piernas extendidas, con el rostro girado hacia ella la observó con seriedad.
 -Mi problema ha sido una noche totalmente desvelado – protestó entre gemidos.
 - ¿Por qué? ¿No conseguiste dormir?
 -Lo intenté, pero parece ser que necesitas toda la cama para ti sola.
 -¿quisiste meterte en mi cama? – preguntó incrédula.
 -Miii cama – rectifico. – Sara, escúchame. ¿Has sido secuestrada con anterioridad?
 -No, es mi primera vez – le sonrió con dulzura. ¿Por qué la preguntaba tamaña tontería? ¡Este hombre era…!
 Que guapo se le veía con el cabello revuelto sobre la camisa blanca. Tenía que rasurarse la barba que le comenzaba a salir oscureciendo su mentón. Su cuerpo grande y escultural sobre la cama le llamaba la atención de una manera anormal. Era perfecto, y no solo por su físico como había podido pensar en un primer momento. Desde luego si aún no estaba enamorada de él, no podía descifrar los sentimientos que la unían a ese hombre. ¡Amigos! ¡Menuda farsa! Ella no sentía lo  mismo por Paul y ese, sí que era amigo de verdad.
 -¿crees en el amor, Gitano?
Él se giró en la cama y entrelazando los dedos bajo la nuca clavó los ojos en el techo con el ceño fruncido.
 -Sí, ¿Por qué no? – Suspiró – No estoy enamorado de ti Sara – sonrió sin mirarla – Solo me atraes.
Sara se mordió los labios, dolorida con sus palabras, pero consiguió ocultar sus sentimientos bajo una fría sonrisa.
 -Yo no creo en el amor – soltó. – Por lo menos en el amor verdadero que dura para toda la vida - ¿Por qué decía eso? Sus abuelos se habían querido mucho y sus padres hasta donde ella sabía, también. 
Sara continuó hablando hasta que un fuerte ronquido la avisó de su inútil conversación. Le observó en silencio durante un largo rato, pensando en cómo sería su futuro junto a ese hombre, preguntándose si algún día él llegaría amarla de verdad.  De momento la había dejado claro que no la quería, solo era deseo.
La joven se pasó casi toda la mañana, como las ultimas mañanas de esos días, sentada junto al mirador con un libro en las manos. No era las novelas a las que estaba acostumbrada pero a falta de pan, buenas eran tortas.
Desde su posición podía observar el timón y parte del navío. Disfrutaba mucho cuando Yaron manejaba el Diábolo. Veía los músculos de sus brazos tensarse hasta ponerse duros y su piel bronceada brillando en sudor. También, porque sentía las furtivas miradas de él, vigilando a ver si lo estaba observando.
Sara siempre se las apañaba para bajar sus ojos a la lectura justo en el momento preciso. Mientras le admiraba a él, no avanzaba en ningún renglón y sus ojos siempre volvían al mismo párrafo, sin enterarse de lo que había leído.
Por órdenes estrictas de Alex, no podía abandonar el camarote si no era con él o acompañada de Simón, con el que había hecho muy buenas migas. Sara comprendía que si los hombres estaban tan desesperados como Yaron decía, el encierro en si la beneficiaba, aunque ello consiguiera aburrirla de muerte.
 -¿Has viajado alguna vez en barco?
Sara se volvió a mirarlo, por un momento se había olvidado que el hombre estaba recostado sobre la cama. Cuando él se incorporó para quedarse sentado sobre el colchón, Sara advirtió el arete de oro que lucía en la oreja. ¿No se lo había imaginado hacia poco así? ¡Pues estaba muchísimo mejor que en sus sueños!
 -No, nunca.
 -Si te apetece saber algo, o… que te cuente algo, no tienes más que preguntar.
 -No necesito aprender nada – contestó indiferente – Lo importante es que sé nadar en caso de que este barco tuyo se hunda.
 -Imposible, conmigo no se hundirá.
 -Si, hay algo que tengo que preguntarte – dijo cambiando de opinión - ¿Por qué has fingido conmigo? Cuando estaba en Londres… te comportabas diferente. Todo cambio el día del parque ¿verdad?
 -No quiero hablar de eso. Recuerdo que no fuiste demasiado sincera conmigo.
 -¡Eso no es del todo cierto!
 -Ah, sí. Solo querías mi amistad y para dejármelo claro, me mirabas como si desearas que te tumbara sobre algún sitio y te hiciera mía. ¿Haces eso con tus amigos?
 -¡Claro que no! – gritó furiosa. Podía tolerar muchas cosas y otras tantas hacerse la ingenua y hasta simular darle la razón. Se detuvo en cuanto vio sus ojos burlones. ¡Estaba intentando provocarla!
Contó hasta diez respirando con rapidez. Había estado a punto de soltar toda la rabia contenida, en su mayor parte debido al aburrimiento de hallarse encerrada entre cuatro paredes con unos aburridos libros… ¡Si, muy aburridos! Unos tomos que hablaban de longitudes y latitudes y él más interesante trataba de cómo hacer nudos marineros.
 -Por qué atacaste al… ¿era el águila blanca? – preguntó cambiando nuevamente la conversación.
 -Nos defendimos – mintió.
 -¿y os suelen atacar con frecuencia?
 -No te preocupes por eso, junto a mi estarás segura.
 - ¡Ja! Ni que fuera una niña para creerme todo lo que digas – contestó. En el fondo, su respuesta la había llegado al corazón. ¡Cuánta razón tenía! Solo estaría segura junto a él.
 -Una niña precisamente no. – El hombre soltó una carcajada cuando ella bizqueó y le imitó con voz forzada y ronca.
  -¿Por qué no puedes devolverme a Londres? – preguntó Sara unos minutos después, cuando ya habían dejado de reír. – Es porque no quieres ¿verdad?
Yaron se pasó las manos por la cabeza y desapareció tras el biombo para utilizar la misma agua que usara ella en la mañana.
 -¿Qué te hace pensar que una vez que regrese a casa, no iré hablar con tu familia para denunciarte por… pirata?
La jofaina salió volando contra una pared y el biombo cayó golpeando el piso con fuerza.
Sara no supo cómo el hombre había llegado hasta ella tan rápidamente, pero si sabía que la estaba haciendo daño en los hombros al apretarla con fuerza. Su rostro era una terrible y fría mascara, mientras que sus ojos de puro hielo la taladraban.
 -Muérdete la lengua mujer o te juro que te la corto. – siseó peligrosamente.
Sara se asustó. ¡Esta vez se había pasado de verdad! ¿No era una especie de chantaje lo que le quería hacer?
Alex aflojó la presión al percatarse de las lágrimas que abnegaban los bellos ojos dorados. La lanzó sobre la cama.
Ella esperó lo peor y cerró los ojos. Suspiró aliviada al sentir que la puerta se abría y se cerraba con fuerza.

 

Alex apoyó la espalda sobre la puerta que acababa de cerrar y agitó la cabeza furioso. Escuchó los sollozos de Sara a través de la madera y rogó por que se calmara en seguida. No había pretendido asustarla de esa manera, pero la mujer lo volvía loco. En un momento se mostraba dulce y sumisa y cuando menos lo esperaba, sacaba los ojos de cualquiera.
Espero unos minutos, los llantos, lejos de cesar, adquirieron mucha más fuerza y maldiciéndose por ser tan débil y estúpido volvió a regresar al camarote.
Ella estaba tendida sobre la cama, con la cabeza hundida en el colchón. Alex se acostó junto a ella estrechándola contra su pecho.
Sara se apretó contra él buscando consuelo, aunque proviniera de ese hombre, no importaba.
Estaba lejos de su hogar, apartada de su familia, con rumbo a un país del que ignoraba todo y con un hombre que desconocía totalmente. Este, no era el Alexander Yaron que ella había conocido. Pero en ese momento lo único que tenía era él.
Yaron la dio una multitud de suaves besos en la sien y en el húmedo rostro hasta que la joven levantó la cabeza hacia él entregándole su boca. Sus labios se retorcieron en una comunión ardiente y silenciosa.
Aquel beso no tenía nada que ver con nada que ella hubiera conocido antes. Muy atrás fue quedando el recuerdo de su herrero escoces mientras se perdía en los fuertes brazos morenos que la estrechaban con ardor.
Sintió la lengua de Alex abriéndose paso en su boca, acariciando la suya propia como si la absorbiera, como si pudiera beber de ella y extraerla hasta la última gota de su alma.
Sara se aferró a él y a sus anchos hombros, le mordisqueó el labio inferior igual que hacía con ella.
La desnudó con lentitud, desabotonando la camisa despacio, sin despegar los labios de ella. Sara tiró de las ropas de él deseando sentir su cuerpo duro. Entregándose al hombre,  sin ni siquiera pensar que eso era lo que ella había querido desde el principio. Nunca, ni en sus más remotos sueños, se sintió como en aquel momento.
La acarició los pechos presionando, rodeando los senos con sus manos al tiempo que rozaba los pezones con sus pulgares.
Sara le miraba con los labios entreabiertos, deseando volver a recuperar su boca mientras su espalda se arqueaba reclamando más y más. El hombre la besó y deslizó una de sus manos hasta el triángulo dorado, estaba húmeda, excitada, preparada para él.
La lengua de Alex comenzó a recorrer su cuello, lamiendo todo lo que encontraba a su paso hasta llegar a uno de sus pechos, allí se demoró introduciéndose la pálida carne en la boca para jugar con el botón rosado e infringirla su particular castigo, quemándola con el fuego de su saliva.
Sara acarició su espalda y llevó las manos hacia el trasero del hombre que aceleró sus caricias al sentirse irremediablemente excitado, deseándola como jamás había deseado a ninguna otra mujer.
Penetró en ella con facilidad, deteniéndose tan solo un poco al topar con la barrera virginal. La sintió tensarse queriéndolo apartar de sí. Esta vez no podría obedecerla aunque quisiera, llevaba mucho tiempo soñando con ella, con su cuerpo.
La besó con suavidad, mirándola fijamente a los ojos cuando por fin se introdujo completamente en su interior. El húmedo túnel lo acogió con un calor abrasador y se hundió en ella una y otra vez hasta que la joven siguió los movimientos acompasados de sus caderas.
Ambos jadearon juntos, boca contra boca, no hablaban, tan solo se limitaban a besarse como si les fuera la vida en ello. Yaron la sintió estremecer bajo su cuerpo, la levantó las piernas para dar el último empellón llenándolos de un placer infinito. Ella gritó clavándole las uñas en el trasero y seguidamente alzó las manos para sostener el rostro del hombre entre sus palmas y besarlo apasionadamente.
Se abrazaron con fuerza durante varios minutos. El hombre se retiró ligeramente para no aplastarla con su peso y hundió sus labios en la suave curva de su cuello. Podían escuchar los alocados latidos de los corazones que parecían competir por quien se relajaba antes.
Alex cerró los ojos, satisfecho y confundido. Lo que sintió con Sara había sido increíble. Ni siquiera Kristin que era una fiera en la cama y fuera de la cama, le había hecho sentir de aquella manera y eso le asustó.
 -Supongo que ahora soy tu amate – susurró ella. Por una vez lo había dicho sin ánimo de ofender, sin ganas de causar ningún malentendido. Le amaba. Lo comprendía ahora, siempre supo que acabaría enamorada de ese hombre.
¡Un soso ingles! ¡No era cierto! Nunca lo había visto como tal. ¿Qué no buscara un héroe en cada hombre que viera? No lo había hecho, pero lo había encontrado.
 Haría que se retirara de pirata. Más de una vez le había preguntado cómo había acabado escogiendo esa profesión, pero él no se lo aclaró nunca. Ya tendría tiempo de eso, primero un paso y luego otro, era así como se empezaba andar.
Alex la miró, estaba tan hermosa con el cabello plateado revuelto sobre la sabana, las mejillas sonrosadas y los labios ligeramente hinchados de sus besos.
 -No ha sido tan malo ¿verdad?
 -No – musitó ella saliendo de sus pensamientos.
El hombre confundió su mirada y sus gestos.
 -¿estabas pensando en él? – la preguntó alzándose un poco. Su voz sonó acusadora, rayando de nuevo en frialdad.
Sara lo miró aturdida. ¡Paul! Ni siquiera se había acordado de él después que Alex la besara.
Tan solo por tener el valor de que él pensara así de ella volvió a enfurecerse.
 -¡No metas a Paul en esto! – Quiso girarse para darle la espalda, Alex la sostuvo de la cintura impidiéndola cualquier movimiento. Después de observarla largamente asintió:
 -Eres como las demás.
Salió de la cama sin mirarla ni una vez y Sara recordó el último día que había pasado en el parque.
Yaron se vistió enojado. ¡Sara deseaba regresar a su país! ¡Que así fuera! La dejaría volver antes que fuera demasiado tarde y acabara haciendo el ridículo ante esta mujer. ¡Nunca, jamás se rebajaría a ella! ¿Para qué iba a casarse cuando tenía tantas experiencias con mujeres infieles?
 -Te llevo de vuelta a tu preciosa casa – la miró sobre el hombro – como amante… - se encogió de hombros – como mujer… esperemos que madures en algún momento de tu vida.
 Salió del camarote antes de pedirla matrimonio y que acabara pisoteando su orgullo.
Descubrir que amaba a la joven lo enfureció más. Esta vez no regresó al escuchar su llanto.

 

8
 -Es una corbeta y se acerca rápido – dijo Castor pasando el catalejo a Yaron - ¿el Diablo?
 -El Diablo – confirmó. – Nuestro buen amigo Thomas viene a salvar a la damisela en apuros. Debí haberlo imaginado.
 -¿se la entregaras?
Alex no contestó y se pasó las manos por la cara en un  gesto cansado.
Thomas Alexander Cochrane X Conde de Dundonald, marqués de Maranhao era uno de los capitanes británicos más audaces. Cuando nació, la fortuna de la familia había sido gastada en su mayoría. Ese fue el motivo de abrirse camino a través de una carrera militar.
Al igual que Yaron, había sido alistado como tripulante en varios barcos de guerra británicos.
En Londres era conocido por Lord Cochrane y por su política radical. También le llamaban el lobo de los mares cuando participó en las guerras de la revolución francesa.
En la marina Británica se dio de baja y sirvió en las de Chile, Brasil y Grecia.
En contra de la voluntad de su familia se había casado recientemente con Catherine Celia Barnes, Kitty, como solía llamarla cariñosamente, una dama de madre española.
Ahora había perdido la herencia, pero no su lealtad al reino unido a pesar de residir en Jamaica. Y, seguramente por haber estado en Londres en ese momento, era por lo que el Diablo, como le llamaban ahora que comandaba la corbeta Speedy, le estaba persiguiendo.
Ambos eran muy buenos amigos y habían coincidido en múltiples ocasiones, aunque llevaban un tiempo sin verse.
Si Thomas iba en su busca por la mujer, no tendría otro remedio que devolverla, lo que para sus propósitos le venía de perlas. ¡No podía confiar en otro para eso!
Simón también la acompañaría, no quería que viajara entre gente desconocida y aunque Thomas era buena persona, su carácter a veces dejaba mucho que desear.
Viendo como la embarcación se acercaba, sentía como si algo le tirara desde el estómago hacia la boca, hacia la misma garganta. ¡Iba a dejar de verla!
Quizá eso era lo mejor para los dos.
Sara no merecía haber pasado por todo eso tan solo por un capricho suyo. Trataría de olvidarla y regresar junto a Kristin. No es que se fuera a casar ni nada por el estilo, ahora menos que nunca ya que su corazón  no le pertenecía.
Durante su vida había renunciado a muchas cosas y Sara era una más, esta vez tan doloroso que daba miedo.
 -¿Y si te niegas? – insistió Castor.
 -No – negó – su padre pertenece a la cámara de los Lores y puede que esto ayude un poco a Thomas – se encogió de hombros. No era capaz de decir que realmente se quería apartar de ella y del influjo que le causaba. No podía obligarla a quererlo si ya amaba a otro, y él… prefería alejarse. Hacer como si todo esto no hubiera ocurrido nunca, como si jamás hubiera conocido al hada de bellos ojos dorados y cabellos platinos. Olvidarse de sus sonrisas y de sus quejas, de sus accesos de sinceridad que a veces le divertían sobre manera, de su maravilloso cuerpo recién descubierto.
Tan solo un gesto de ella podría haberle hecho cambiar de parecer, pero ese gesto no llegó y Sara, fue trasladada junto con Simón al Speedy y Thomas inició su regreso a Londres.


Alex ni siquiera estuvo presente cuando la joven abandonó el Diábolo y eso produjo un terrible dolor en el pecho de Sara. Esta vez todo había acabado.
No podía arrepentirse de haber conocido a Yaron, de haber disfrutado de sus caricias.
¡Qué ilusa haber pensado que ella podría haberlo retenido cuando ninguna mujer lo había hecho!
Con cierta angustia tuvo que reconocer que su plan de conquistarlo había fallado. No podía decir que él la había engañado para llevarla a la cama cuando ella lo había deseado tanto, sin embargo decirla que no era lo suficientemente madura la había dejado muerta en vida. ¿Tan ridículo fue su acto de amor? ¿Su entrega?
¡Alex podía pensar lo que le viniera en gana! Para ella había sido magnifico, le había sentido suyo aunque fuera por poco tiempo, le había pertenecido como solo un hombre podía pertenecer a una mujer.
El viaje a Londres fue desolador a pesar de que Simón y el Diablo, un hombre muy atractivo, de ojos grandes y profundos y ondulado cabello castaño claro de largas patillas que llegaban hasta el inicio de sus mejillas, la tuvieron entretenida con anécdotas divertidas e historias de sus vivencias.
Ya había sido informada que Erika y la otra dama se hallaban bien y eso aflojó un poco el peso de su corazón, aún así no podía evitar recordar al hombre de ojos turquesas que… la había abandonado, apartándola de su vida sin siquiera una despedida.
 - Yaron me dijo que no era un pirata y que viajaba con esa bandera para evitar ser atacado – le dijo a Simón. La costa inglesa se dibujaba como una delgada línea divisora entre el cielo y el mar. Ya no debería importarla si era cierto o no sus sospechas, pero su curiosidad respecto al hombre de doble vida podía más que ella – No es cierto ¿verdad?
 -¿Lo denunciaría si supiera la verdad?
 -No – respondió con sinceridad.
 -El Gitano siempre deseó alzarse en la marina Británica como un gran capitán. No es tan fácil si no tienes buenos contactos, y aun teniéndolos como es el caso de Thomas. Yaron no fue ascendido y te puedo decir, señorita, que él lo merecía, por su esfuerzo, por su valor, por su constancia. En la armada no encontró futuro, no le abrieron puertas y nadie le dio nunca una oportunidad. Pero el Gitano no es un pirata, no señor. Me gustaría explicarla realmente que es lo que hace porque a mi entender es muy buena persona…
 -Pero lucha y asalta barcos ¿no?
Simón se encogió de hombros:
 -Por una buena causa.
 -¿Cuál? – insistió
 -No seré yo quien lo diga – contestó rotundamente – Y espero que tampoco trate de averiguarlo si no quiere ponernos en peligro a todos, incluyendo a usted misma y a su familia. Intente olvidar todo lo sucedido. Piense que el Gitano la salvo y punto.
 -Él sabía que yo estaba en el águila blanca ¿verdad?
Simón no la contestó y no volvieron hablar de Alex.

 


  9
Escocia.
El reloj del vestíbulo marcó las doce de la noche.
 El silencio se vio súbitamente interrumpido cuando tocaron las campanadas resonando por todos los rincones de la casa.
Sara se hundió más contra el colchón de pluma. Se hallaba doblada en dos bajo la fría sabana de hilo.
El fuego del hogar moría perezoso y la diminuta llama que quedaba danzaba de un lado a otro, amenazando con extinguirse en cualquier momento.
Con un juramento se puso en pie sobre la espesa alfombra castaña y con decisión atizó el fuego echando más troncos que devorar.
Su dormitorio estaba situado en la segunda planta y desde la ventana se divisaba la puerta principal iluminada por dos farolillos.
Apoyó la cara contra el frio cristal y cerró los ojos pensativa. Hacia tan solo dos días que había regresado a casa desde Londres, su padre mismo había insistido en que volviera al hogar con temor a que algo pudiera sucederla de nuevo. Ella sabía que no era así, aunque rezaba cada noche por que Alex… la secuestrara, la llevara a su mundo y la colmara de felicidad.
Debía sentirse feliz, estaba en Escocia, cerca de sus amigos… ¿Por qué no era así?
Se encontraba realmente dolorida, atormentada. Enamorada de un hombre sin escrúpulos, alguien que la había tachado de inmadura y de ser igual que el resto de las mujeres.
Abrió los ojos cuando sintió el frio que traspasaba el cristal y corrió a cobijarse bajo las sabanas.
A la mañana siguiente, Sara bajó temprano, como de costumbre y después de ensillar a Nerón, su caballo árabe de fuerte carácter, resistencia e inteligente por demás, atravesó los verdes campos hasta llegar al lago en una cabalgada descontrolada.
Se apeó del animal y hundió las manos en el agua helada y cristalina. Nerón bufó tras de sí agitando su cabeza cincelada y moviendo la cola que siempre llevaba en alto. Era hermoso con su pelaje gris y una ligera mancha oscura sobre uno de sus ojos. Nerón era tan noble y leal como podía haber sido un perro.
Regresó justo cuando la doncella servía un plato de huevos y bacón, el trote siempre conseguía abrirla el apetito.
 -Espero que haya dormido bien señorita – saludó Laura con una sonrisa jovial, ella no podía disimular que estaba encantada de haber regresado a casa. -¿Qué tal su paseo?
 - Muy satisfactorio, gracias.
 -Hoy habrá una fiesta en la aldea, celebran el día de Santa Margarita. Será divertido.
 -No insistas Laura. No me apetece.
 -¡pero estas fiestas la gustan tanto!
  -Ya habrá otra al año siguiente – miró a la doncella – Erika me dijo que había encontrado un admirador especial… ¿sabes quién es?
 - Es un Lord o un Conde, no lo sé a ciencia cierta. ¿No la contó nada su hermana?
Sara negó:
 -estaban más preocupados por todo lo ocurrido. – Y ella se sentía horriblemente mal después de haber mentido como una bellaca sobre lo ocurrido o más bien al contar la verdad a medias... No había nombrado más que al águila blanca ocultando la intervención del Gitano.
 -Quizás tengas razón – dijo sorprendiendo a la doncella – Voy a salir un rato. ¿Podrías decir que me preparen el coche?
Laura corrió a obedecer encantada con sus logros.
El clima allí era muy húmedo y frio, ese día sin embargo era apacible y el cielo se encontraba totalmente despejado, no había nubes que amenazaran tormenta.
El vehículo se deslizó por las empedradas calles de la aldea. No tenía en mente ningún lugar en especial, solo quería despejarse y pensar…
 Dejaron atrás la herrería sin que ella echara ni una sola mirada. Todavía no estaba preparada para ver a Paul. No sabría cómo mirarle a los ojos después de aquello.
Si Erika estuviera con ella… La necesitaba tanto. ¡No podía llorar! ¡Ya no la quedaban lágrimas!

Los días siguientes pasaron con lentitud y Sara volvió a sonreír de nuevo fingiendo haberse sacado la espinita que con fuerza se había adherido a su corazón. Había decidido continuar con su vida y mirar lo que venía con otra perspectiva.
Varias de sus amigas ya habían ido a visitarla y Paul, que no había podido abandonar su trabajo, la había enviado una carta muy divertida y cariñosa.
Acudió a su primera fiesta convencida por su gran amiga Francis Cupé. Ambas tenían la misma edad y sus padres era unos acaudalados terratenientes de la zona, sin embargo igual que los Hamilton, no presumían ni ostentaban sus riquezas.
La reunión se celebraba en la mansión de los Cupé, una hermosa casa blanca de líneas rectas y fachada de piedra gris que se alzaba con orgullo sobre una hermosa ladera de verdes praderas.
Toda la planta inferior estaba colmada de gigantescos ventanales que daban acceso tanto al exterior como al invernadero que se hallaba en el centro misma de la casa y por el que deambulaban los invitados, encantados de observar los frutos cultivados y las hermosas enredaderas que ascendían hacia el piso superior.
Cuando Sara acudió, ya habían llegado muchos invitados que tocaban las palmas al compás de varias gaitas,
 -¡Vaya, Francis te convenció! – la saludó la señora Cupé con una sonrisa amable.
La joven asintió y después de besar a la mujer corrió a buscar a su amiga entre el bullicio. En ese momento vio a Paul a tan solo unos pasos de ella.
Él la observó con ojos brillantes y Sara le sonrió con dulzura al tiempo que pasaba la mano sobre la falda del vestido, una prenda de satén en tono melocotón.
 -Tenía muchas ganas de verte, pequeña, que suerte que nos encontremos al fin. – Paul tomó sus manos con afecto.
 - Yo también te he extrañado mucho. Ven, vayamos a sentarnos en algún lugar, quiero que me cuentes todo lo que has hecho.
Buscaron un lugar apartado lejos del ajetreo.
 -¡Cuenta tú! ¿Ha sido interesante tu estancia en Londres?  Dímelo todo. Aquí sin ti todo ha sido un aburrimiento.
 -Bueno, la ciudad tiene cosas muy bonitas – le contó todos los lugares que Yaron la había mostrado luchando encarecidamente contra la nostalgia. -  Erika ya tiene un pretendiente serio y me ha obligado a comprarme mucha ropa, tanta que tardé varios días en meterla en el ropero.
Ambos rieron divertidos.
 -Sara ¿Has conocido a alguien?
Entre ellos no había secretos, aun así la tensión hizo que Sara apretara los puños tras las faldas.
 -Me hice amiga de un hombre, el mismo que me enseñó la ciudad. Era divertido cuando no se enfadaba –  casi no podía recordar su risa ni sus gestos amables, aquellos que la mostrara durante sus días en Londres.
 -¿Cómo se llama?
 -Alexander Yaron – respondió – pero él no vive en Londres, había acudido para la boda de su hermana.
Paul asintió observándola con fijeza.
 -¿Te gusta?
 -Lo amo – afirmó. – Siento tan diferente con él…
Paul la envolvió en un tierno abrazo.
 -¿Os habéis comprometido ya? Porque como digas que por mi… has esperado…
Sara sonrió aliviada y le acarició la espalda con su mano. ¡Paul! ¡Su amigo del alma!
 -El no siente nada por mí – se rió con cinismo – me dijo que era inmadura, holgazana… bueno estas cosas nunca llegan a buen fin – se tocó el ojo con la punta de un dedo para evitar que la lagrima fuese liberada – Lo siento Paul, no debería contarte esto…
 -¿Por qué? Sara mírame. Yo siempre supe que nuestro destino no era estar juntos, primero tu posición social y la mía, segundo, te quiero muchísimo pero eres como mi hermana. Luego está el hecho de que tu padre no nos dejaría ser feliz… - La hizo reír – y que nuestro amor no sería el verdadero.
 -¡Esa clase de amor no existe más que en las novelas y en las invenciones del escritor! Por ejemplo Jane Barker o Aphra Behn ¿lo que habían plasmado en sus novelas eran cosas reales?
 - Aphra fue espía, puede que sus relatos tuvieran más de cierto que lo que nos pensamos ¿no? De todas formas hay que estar muy ciego para no darse cuenta que lo que tú sientes es amor verdadero… - levantó la mano para hacerla callar antes que le interrumpiera – no correspondido.
 -Quiero odiarle.
Paul elevó las cejas pero no dijo nada, Sara se lo agradeció, después de todo Yaron no era ningún problema, ya no estaba en su vida.
 -¿Por qué no buscamos a Francis? ¿Te ha dicho que se va a Europa?

 


  10
Londres
El silencio se veía súbitamente interrumpido cuando llegaban suaves murmullos de la galería. Algunos invitados habían escogido aquel sitio para descansar y charlar sin tener que alzar la voz e intentar hacerse oír por encima de la animada música.
La luna flotaba sobre el satén de la noche bañando el jardín con un haz de plata.
Por un pequeño sendero de gravilla caminaba Erika envuelta en una mantilla y sumida en sus propios pensamientos. Accedió al camino principal llegando hasta un pequeño cenador adoquinado desde donde se veía el estanque.
La luz de la luna se filtraba por entre las ramas de los árboles formando lustrosos charcos de sombra y reflejándose en las aguas, como si fuera metal líquido.
Tras ella se produjo un leve ruido, como el suave siseo de una prenda. Erika aguzó los ojos con todos los sentidos en alerta. La brisa nocturna la envolvió y ella buscó curiosa, estaba segura de que había alguien más allí.
Sintió un escalofrío al recordar a los bandoleros y el secuestro de su hermana.
Un brazo robusto rodeó su cintura e instintivamente dejó de respirar.
 -No se asuste – susurró una voz ronca y masculina.
El temor se apoderó de Erika al no poder reconocer aquella entonación. Se maldijo por haber abandonado la casa ella sola, y más por haberse alejado tanto en la oscuridad y quietud del jardín.
El hombre la soltó y caminó hacia la luz de modo que ella pudiera identificarle.
 -¡Señor Yaron! – Exclamó aliviada -¡Me asustó! ¿Qué hace aquí? Tenía entendido que había regresado a su país.
 -Así fue –Alex rió complacido.
Erika tomó asiento en el borde del estanque e invitó al hombre a que él hiciera lo mismo.
 -¿se enteró usted de lo ocurrido? La noticia ha tenido que dar la vuelta a medio mundo – le informó la muchacha.
 -Si algo escuché – musitó Alex odiándose por mentir – Su… su hermana no delató a sus captores ¿Por qué?
 -No sabe quiénes eran, si no ya los habrían detenido. Cuando ella desapareció fui a buscarlo pero me dijeron que usted ya había abandonado el país. Su familia se portó muy bien con nosotros.
Alex soltó por fin la pregunta que tanto le quemaba en la garganta:
 -Sara, ¿se encuentra bien?
Erika afirmó con la cabeza, pero en las sombras imaginó que él no la veía bien.
 - Regresó a casa, es lo que siempre deseó.
 -Entonces debo suponer que está feliz en su tierra.
 -¿y usted? ¿Por qué está de nuevo en Londres? Yo pensaba que venía muy poco.
 -He terminado unos negocios y Andrew me comentó lo ocurrido, pensé que podría encontrar a Sara aquí – se encogió de hombros  - quería saber de su salud, eso esto todo. Usted ya ha disipado todas mis dudas. También he oído que usted se ha comprometido, enhorabuena.
Ella asintió con una deslumbrante sonrisa.
 -El Conde de Wakefield se declaró por fin. ¿Le conoce?
 -No, lo lamento.
Erika se puso en pie y Alex la imitó.
 -Ahora debo marcharme señor Yaron, salí un poco a pasear pero si mi padre se entera me mata. Cuando escriba a mi hermana le contaré sobre su preocupación.
El hombre asintió. Observó como ella desaparecía hacia la casa.
Respiró hondo y se encendió un cigarro. De modo que Sara había regresado junto a su prometido.

Sara y Francis habían estado toda la mañana haciendo compras, más Francis que se estaba preparando para su próximo viaje por Europa. Estaba completamente emocionada y deseosa. Roma, Paris, Madrid… lo conocería todo y recorrería lugares famosos en la historia.
Sara estaba contagiada por su amiga y la acompañó de un lado a otro sin dar una sola tregua a sus piernas cansadas de tanto ajetreo, pero llegó un momento, a última hora de la tarde, que sus pies se negaron a dar un solo paso más.
Convenció a Francis para que entrara sola en la tienda mientras ella esperaba el carruaje que no tardaría en aparecer.
Estaban en la ciudad de Dundee, una la más aproximas a sus hogares y también la más concurrida ya que el negocio había aflorado eso últimos años de manera esplendida.
Sara observó durante un rato a los niños que jugaban en una pequeña rotonda. Distraídamente apoyó su espalda en un ancho tronco de un sauce llorón que lucía orgulloso como un soberano al mando.
Muy cerca de ella, sobre un banco de madera al pie de un estrecho jardín, una pareja tomo asiento sin percatarse de lo cerca que estaba.
Un extraño acento, ligeramente meloso, llamó su atención.
La conversación no hubiera tenido nada de inusual si no hubieran nombrado al Gitano.
Con disimulo bajó la cabeza fingiendo interesarse en un hilo de su falda y con curiosidad prestó atención.
 -¿… y dices que fue a buscar marido a Londres? – decía el caballero que vestía un traje rayado y un ridículo bombín gris oscuro.
 - La hermana es la que buscaba esposo – dijo la dama en tono conspirador. Ella iba elegantemente vestida en tonos verdes con esmeraldas luciendo de sus orejas y cuello.
 -¿Pero ella está aquí o no? Esa mujer es la única que puede identificar al Gitano.
 -¿crees que te lo dirá así como así? Piensa un poco hombre. Si no ha querido delatarlo por algo será.
 -Querida… - dijo en tono tranquilizador – tenemos una ligera idea de que ese bastardo de Yaron y el Gitano son la misma persona. ¡Claro que no vamos a ir a preguntarla! Ella nos lo confirmara aunque tengamos que hacerla daño. Ella por mi estaría mejor muerta. ¡Es la culpable! ¡Morirá de todas formas!
Sara se apretó contra el árbol escabulléndose en silencio.
 -¿Y si no habla? – aún conseguía escucharlos aunque ahora no lograba verlos.
 -Avisaremos a Yaron que tenemos a la señorita Hamilton. Eso será lo primero que hagamos.
 -¿Y si no viene a buscarla?
 -Ya pensaremos en algo, deja de ser tan negativa. De momento vamos averiguar que saben de esa damita.
Sara suspiró aliviada cuando vio salir a Francis de la tienda, el coche también acababa de llegar. Corrió hasta su amiga y la obligó a meterse en el interior.
 - ¿pero qué pasa? ¿A quién has visto? ¿Ha venido ese hombre a buscarte? – Francis se inclinó tratando de mirar por la ventanilla pero Sara tiró de las cortinas en el momento que pasaban junto a la pareja.
 - Nada – suspiró - ¡Que cansada estoy! ¿Qué has comprado?
Francis frunció el ceño con una pequeña mueca de disgusto y la mostró una bonita pamela de encaje.
 -¿no piensas contarme lo que ocurre?
Sara la miró con los ojos muy abiertos.
 -Creo que tengo un problema – se humedeció los labios. Su corazón vibraba en su pecho como si fuera un caballito diminuto dando pequeños saltitos. – Francis… hay muchas cosas que no te he contado, pero créeme si te digo que es mejor así. – tomó las manos de su amiga sin importar que estuviera arrugando el bonito sombrero y las estrechó con fuerza.
 -Es grave ¿verdad?
 -Si no me he confundido al escuchar una conversación mientras te esperaba, diría que sí. Tiene que ver con los bandidos de Londres.
 -Dijiste que no sabías nada de ellos y que… no me acuerdo del nombre del capitán que te salvo…
 -Gitano. Si bueno, dije muchas cosas y otras tantas que omití – Yaron nunca sería delatado por ella. Con solo imaginar que él correría peligro, un frio sudor cubría su cuello y el vello de la piel se erizaba. -Confía en mí, Francis.
Ahora ella también estaba en peligro, tanto o más que él. ¿Pero quién podrían ser esas personas y porque la culpaban a ella?

 

 
11
Paul y Sara cabalgaban plácidamente en aquella húmeda tarde. El sol apenas se dejaba entrever sobre los nubarrones negros que amenazaban tormenta.
Trotaban más despacio de lo normal ajenos a cuanto les rodeaba y el motivo era que Sara le estaba contando a Paul todo lo ocurrido desde su viaje a Londres. Le habló de su secuestro por los hombres del Águila Blanca y de su rescate por un hombre llamado el Gitano, una cosa llevaba a la otra y confesarle que amaba a Yaron era lo mismo que decirle que adoraba al Gitano.
Con la seguridad que tenia de contar con Paul como amigo, también le relató de la extraña conversación escuchada en la ciudad de Dundee.
Lejos de sentirse aliviada, había trasmitido su preocupación al joven y ahora Paul trataba de convencerla de que regresara junto a su padre hasta que Erika se casara, ya que habían alargado su estancia en Londres hasta final de año.
Sara se había negado y al final de mala gana había hecho una concesión, se pondría en contacto con Yaron, bueno al menos sabia donde localizar a Simón.
 -¡Vayamos hasta la colina! ¡El último cae vestido en el lago! – dijo Sara incitando a Nerón en una loca carrera por las praderas.

Sara se despertó intranquila al no reconocer al hombre que se hallaba inclinado sobre ella, mirándola con atención.
Alguien apretó su mano y enseguida giró la cabeza para encontrarse con Laura. La preocupación era visible en su sonrosado rostro.
Sara, desconcertada, observó el lugar sin mover la cabeza. Estaba en su dormitorio ¿Cómo había llegado hasta allí?
Recordó brevemente el paseo a caballo, regresaban a casa después de ser buena y permitir que Paul no se bañara en las heladas aguas del lago.
Un ruido ensordecedor había dejado a Nerón fuera de sí y a pesar de haber luchado con las riendas, voló hacia atrás y ya no consiguió acordarse de más.
 -¡Qué susto nos dio, señorita Sara! ¿Se encuentra bien?
 -Me caí… - respondió en un murmullo.
 -De no ser por el señor Paul, no sé qué habría pasado.
 -¿Me trajo él? ¿Dónde está?
 -Ahora debe descansar – dijo el hombre – Se golpeó la cabeza al caer y ha tenido mucha suerte de no tener fracturas. La recomendaré que se quede unos días en reposo y por favor, cúmplalo.
 -Necesito hablar con Paul… -insistió.
El doctor la obligó a beber de un diminuto vaso. Se quedó dormida antes que los demás abandonaran la habitación.


Paul tenía la suficiente información para saber qué es lo que tenía que hacer. Se pondría contacto con el tal Simón y que llamara a su jefe. Desde luego deseaba poner las manos alrededor del cuello de ese hombre.
Quería a Sara como si fuera su propia hermana. Siempre habían estado juntos y aunque sabía que ella a veces podía ser un incordio, era un miembro más de su clan.
Alexander Yaron era el único culpable de que ella estuviera en peligro. No importaba que la hubiera rescatado del otro navío. ¡Era a él a quien buscaban! Y para lograrlo, utilizarían a Sara.
Cuando entró en Londres se halló completamente fascinado. Dundee era grande pero ni la mitad de comparable con aquello.
Nunca había visto tanta gente caminando por las calles, ni tantos vehículos que quedaban atascados en mitad de la vía.
Tenía una pequeña noción de donde hallar al hombre, ese Simón que tanto apreciaba la muchacha, las tabernas del puerto era el mejor lugar para empezar. Asombrado descubrió que no se trataba de uno o dos locales, había al menos tres largas calles con infinidad de tascas.
No fue fácil encontrar a Simón, se hallaba en una de las tabernas de la zona portuaria de Londres más alejada, casi perdida, junto a un oscuro almacén.
Le reconoció fácilmente por las explicaciones de Sara. Llevaba un desgastado pantalón bombacho introducido en altas botas de piel. La camisa, siempre abierta en toda su longitud, era completamente negra y sobre el cuello tenía varias cadenas de oro de diferentes tamaños y grosor.
Un pañuelo atado a la cabeza de color burdeos completaba su atuendo.
Estaba bebiendo una jarra de cerveza y escuchando atentó las bromas de un par de hombres.
Su entrevista fue breve pero Paul salió satisfecho cuando el hombre aceptó avisar a Yaron lo más pronto posible.
En cuanto regresara iría a ver a Sara. Necesitaba advertirla a ella misma de lo ocurrido.
El accidente sucedió de manera intencionada,  alguien había disparado a Nerón, hiriéndolo en el lomo.
Entre los árboles alcanzó a ver la forma de un hombre y por un momento había sentido el miedo penetrar en sus huesos al verse indefenso junto a Sara.
Tenía muy claro que hubiera dado la vida por ella, pero ambos hubieran sido puntos fáciles ya que iban sin armas.

Alex cerró la puerta del despacho con un  golpe seco y se sacó el impecable pañuelo del cuello de un solo tirón.
En un arrebato de ira, barrió el escritorio con su brazo, libros y documentos quedaron desperdigados sobre la alfombra.
Él los miró sin ver. No lograba apartar a Sara de su mente.
Una y otra vez había luchado por no ir a buscarla, sin embargo el temor al ridículo de ser rechazado no lo dejaban pensar con racionalidad.
Se frotó la cabeza con fuerza y caminó sobre el piso aplastando varios papeles.
El prometido de Sara en persona exigía su ayuda. ¿Es que ahora tendría que soportarlo a él?
No tenía ningunas ganas de conocerlo en absoluto. Durante todos esos días lo había maldecido miles de veces, lo había envidiado otras tantas.
Hacía varias horas que había anochecido y todo se hallaba en silencio, a excepción de un perro que ladraba a la luna desde algún lugar del callejón trasero.
Una infinidad de estrellas lucían como diamantes en el velo aterciopelado de la noche que cubría Londres.
Alex se sentó tras el escritorio y colocando las manos en las sienes se permitió descansar durante unos minutos.
De lo que Simón le contó, logró sacar a conclusión que alguien que lo buscaba, pensaba usar a Sara para conseguir su objetivo. ¿Pero quién y porque?
Jamás en su vida se había sentido tan confuso con respecto a algo. ¿Cuántas veces había hecho dar la vuelta al diábolo? ¡Hasta sus hombres estaban pensando que había enloquecido! pero siempre era Sara, Sara y Sara. ¡Dios esa mujer lo tenía loco!
Golpeó la mesa con el puño cerrado. ¡Si esto no era más que una triquiñuela para condenarle…!
 -¡Soberbia! –siseó entre dientes.
¿Porque se ponía en contacto con Simón si seguramente sabía que él no estaba lejos? Su hermana ya la habría ido con el chisme seguramente… ¿o no?

 


  12
Sara estaba ayudando a los sirvientes a recoger la ropa que colgaba de las cuerdas, antes de que rompiera a llover con fuerza.
A las primeras gotas, Cindy y Laura se habían apresurado hacia el patío exterior y ella, al verlas, corrió a por el saco donde guardaban las pinzas.
Se avecinaba una fuerte tormenta que posiblemente durara toda la noche.
Sara miró al portón de hierro. ¡Nadie! Solo el viento acariciaba los rosales de la entrada.
Albergaba la esperanza de que Simón acudiera. Habían pasado dos días desde el accidente y desde entonces no se atrevía a salir a los alrededores.
Por descontado no había obedecido al doctor, estaba algo dolorida pero se recuperaba con facilidad.
¡No soportaba estar ociosa en la cama!
Todas las novelas que tenía ya las habían leído y releído mil veces y tenía pensado enviar a su doncella a la librería en busca de más.
 -¡Vamos señorita Sara! – La voz impaciente de Laura la sacó de sus pensamientos – Esa es la última sabana ¡si se queda aquí se mojará!
La joven entró en la casa y enseguida Cindy la liberó de todas las prendas que tenía en sus brazos.
Creyó escuchar las ruedas de un carruaje en el momento que un sonoro trueno resonó en el firmamento.
Se giró de nuevo a la entrada.
No se había confundido, por el sendero se acercaba un vehículo evitando la cortina de agua que ahora caía con fuerza.
Yaron descendió del vehículo e ingresó en el porche sacudiéndose la humedad de sus hombros.
Llevaba el largo cabello negro recogido en la usual cola de caballo.
Otra vez tenía ante ella al señor Alexander Yaron que conociera en Londres por primera vez.
¡Que guapo estaba!
Sara se sobrepuso de la sorpresa. ¿Qué hacia Yaron allí y no en Virginia?
 -Hola Sara – la saludó con la voz  varonil que recordaba tan bien. – Lamento no haber podido llegar antes.
 -Hay caldo caliente. ¿Te apetece? – Podía haberle dicho cualquier otra cosa o incluso sonreírle pero con rabia recordó sus últimas palabras.
Alex no contestó y pasó junto a ella cuando se apartó para invitarlo a entrar. Se volvió a mirarla arqueando las cejas.
 -No sé qué decirte – Sara se encogió de hombros – no te esperaba a ti, pensé que Simón…
 -Pues aquí estoy – la apuntó con el dedo índice hasta casi rozar su nariz – espero que esto no sea ninguna jugarreta.
Sara respiró con fuerza, si no se controlaba volverían a discutir nuevamente. ¿Qué la pasaba con este hombre que  lograba enfadarla tanto?
 - ¡Ojala fuera eso! – Negó con la cabeza – me temo que esto es mucho más serio. – Ráfagas de lluvia golpearon la fachada con insistencia acompañada por fuertes golpes de viento – Le diré a Job que te muestre uno de los dormitorios. Como está el día es imposible que vayas a ningún otro lado.
 -¿Hay alguien más en la casa a parte de la servidumbre? – preguntó contrariado.
 -Solo usted señor – respondió el mayordomo que estaba situado tras él.
Sara se había girado para ir a la sala y Alex la retuvo del codo.
 -¿Te has vuelto loca? ¿Cómo puedes invitar a un hombre soltero a tu casa, sin la compañía de un familiar?
 Ella le miró sorprendida:
 -Lo que tenemos que hablar no podría hacerlo delante de mi padre – contestó – en cuanto al decoro me parece un poco tarde por tu parte para eso ¿no? Pero si tu prefieres invito a toda la aldea y les grito que eres un pirata ¿Qué prefieres?
Alex torció los labios divertido.
 -Te he echado de menos preciosa – agitó la cabeza  -¡qué demonios! Es tu casa ¡haz lo que quieras!
 -Es lo que pienso hacer.  – ella también sonrió pero giró la cara para que Yaron no la viera.
 -Sara, no me gusta perder el tiempo…
 -¿Te espera alguna dama ansiosa?
El hombre se pasó una mano por la cara a punto de desesperar.
 -¿Mas ansiosa que tú, querida?
 -No te confundas. Yo más bien diría que estoy ansiosa por que me saques del lio donde me has metido. Resulta que me preocupo por mi vida.
 -De acuerdo, hablemos primero.
Sara despidió a Job y dirigió a Yaron al estudio de su padre.
Pocas veces entraba allí ella sola. No la gustaba el oscuro decorado y la sobriedad de esa estancia.
 -¡No veo a tu prometido por aquí! No le molestará que este yo. ¿Verdad?
 -Es posible que con este temporal no venga – Sara sabía a ciencia cierta que era así, pues había quedado con Paul que ella se encargaría de avisar si acudía Simón, en este caso Alex. -¿quieres un Brandy, un whisky?
 -Todavía no.
 -¿Por qué te convertiste en pirata?
 -No esperaras que responda a eso ¿verdad?
Sara apretó los puños nerviosa.
 - Hay personas que saben de tu doble vida y no me refiero a mí…
 -¿tu escoces?
 -No.  – Como Alex la miró intrigado ella le relato todo, incluido su atentado.
 -¿Los habías visto alguna vez? – Sara vislumbró un brillo de preocupación en sus ojos turquesas y eso la gustó.
 - No los conozco pero estoy segura que hablaban de nosotros. Se han vuelto locos, piensan que reteniéndome te provocaran. – Se sentó en una silla alta – como yo sé que no es así, prefiero salir indemne de todo y por eso he preferido avisarte.
La expresión de Alex se endureció y su enojo se reflejó en el acerado brillo de sus ojos.
 -¡Claro que me provocarían! ¡Sería capaz de matarlos! – se apoyó en el escritorio y la miró fijamente. – Tengo que hacer algo. ¿Dices que era una pareja?
Sara asintió anonadada. ¿Había afirmado Yaron lo que creía que había afirmado?
 - No entiendo por qué piensan que yo tengo algo que ver…
 ¡Algo! ¡Tenía todo que ver! Con seguridad pertenecerían al Águila blanca, después de todo él había atacado al capitán Bells por llevar a Sara a bordo, no, él había acabado con el capitán dándole muerte por llevar a Sara a bordo – rectificó su mente.
 - Hasta que no averigüemos que buscan no lo sabremos.
Laura golpeó la puerta antes de abrirla, interrumpiendo así la conversación. Cargaba con una bandeja que dejó con cuidado sobre el escritorio.
Sara bebía pequeños sorbos de un vaso de vino y su postura, rígida como una tabla, delataba su nerviosismo.
Alex la encontró bellísima.
Agarró la otra silla que se hallaba tras el escritorio y la colocó junto a la de ella. Con cuidado retiró el vaso de la mano de la joven.
 -Sé que debes sentirte nerviosa, pero te va a sentar mal. –Alex sonrió burlón, como si no existiera ningún peligro - ¿Qué piensas hacer?
 -¿Qué? ¡Dímelo tú! ¡Por algo te llamé!
 -No fuiste tú – agitó una mano para restarle importancia al asunto – Podrías plantearte hacer un viaje o regresar con tu padre hasta que todo se calme.
 -¿Poner a  mi familia en peligro? No, no y no – agitó la cabeza tan enérgicamente que varios mechones  plateados cayeron de su cabello recogido y quedaron sobre uno de sus hombros.
 -Es cierto. Yo te sacaré de este lio, después de todo la culpa es mía.
Sara le miró atónita. La estaba dando la razón y se sintió un poco conmovida.
 -Hombre Yaron toda la culpa no es tuya. Bastante que me salvaste de esos tipos.
El hombre torció el gesto. Si ella supiera…
 -Al fin estas en Escocia – le dijo Sara intentando que la conversación no decayera.
 -Hace más frio de lo que pensaba.
  -La falta de costumbre, por cierto, Paul no es mi prometido – soltó – Nos hemos dado cuenta de que no existe amor verdadero entre nosotros.
Los ojos turquesas adquirieron un extraño y cálido tono.
Las piernas de Sara temblaron y volvió a tomar la copa de vino al sentir la boca seca de repente.
Allí mismo, en el despacho, comieron unos tiernos guisantes que acompañaban a un delicioso pastel de carne con crema de champiñones.
 -Esta riquísimo – dijo Alex con sinceridad.
 -Espera a probar las tartaletas de limón y fresa.
Los ojos de hombre brillaron divertidos.
 -Siempre me gustó el postre.
Azorada, Sara esquivó su mirada.

 


  13
En medio de la noche algo despertó a Sara.
 Al abrir los ojos vio la silueta masculina recortada en la oscuridad contra el fuego de la chimenea.
Ya había abierto la boca para gritar cuando una mano enorme la apretó los labios. Reconoció el aroma de Alex en el momento en que la ayudó a incorporarse.
 -Soy yo – susurró la voz junto a su oído – vienen varios hombre hacia aquí.
La soltó la boca y la llevó hasta la ventana. Desde allí observaron varias sombras que se movían entre los árboles y portaban parpadeantes linternas.
 -Corre apresúrate a recoger algo de ropa. Será mejor que salgamos de aquí. A los sirvientes no les harán nada.
Ella obedeció atravesando el dormitorio de un lado a otro sacando ropa del armario.
 -Vístete, no tenemos tiempo para eso.
Yaron llevaba un pequeño hatillo con prendas que ella había metido y la siguió por las escaleras.
Sara volaba con los zapatos en la mano y la parte de atrás del vestido sin abotonar.
 -Por aquí – avisó abalanzándose por la puerta trasera al tiempo que se colocaba una capa oscura.
La noche estaba cerrada y la lluvia, aunque no caía con fuerza, empapaba.
 -¿de quién es ese carro? – señaló el hombre al vehículo que estaba apostado junto a un muro exterior.
 -De la casa, podemos coger a Molly, la mula.
 -Iré yo, indícame.
Yaron se perdió tras las paredes del establo.
Sara se acomodó en el carro como pudo y colocó el bulto en la parte trasera, muy cerca de ella.
Agudizó los ojos prestando atención a cualquier cosa que rompiera aquella quietud.
Suspiró aliviada cuando el hombre regresó con Molly.
Al cabo de un rato salieron por un  camino embarrado, en el maltrecho carro, que crujía peligrosamente con cada movimiento, pareciendo que fuera a romperse.
 -¿Dónde vamos Yaron? – Sara se arrebujó bajo la capa. Sentía el fuerte cuerpo del hombre a su lado, guiando a Molly en la oscuridad.
 -¿Por dónde quedó la ciudad de Dundee? Con un poco de suerte encontramos un barco en el puerto.
 -¿Un barco? – Repitió – Otra vez vamos a ir en barco.
Yaron asintió. Tenía los ojos clavados en cada sombra del camino.
 -Iremos a mi casa. Allí estarás a salvo hasta que aclaremos todo. Enviaras una nota a tu padre explicándole lo que quieras.
 -A lo mejor sí que quiero poner en peligro a mi familia – musitó atemorizada.
Yaron la miró con pena. Ella se había colocado la capucha y miraba al frente de modo que no pudo ver más que su coronilla cabizbaja.
Sara le indicó la dirección que debía tomar y viajaron en silencio hasta entrar en la ciudad.
Dejaron el carro y la mula en unos establos y buscaron una posada.
Sara cerró la puerta con llave cuando Alex salió a recorrer el puerto.
La habitación no era más que un cuarto de paredes amarillentas, que poseía una cama con una mesilla y un viejo y endeble armario que tenía una de sus puertas colgando y arrastrando por el piso.
Se arrodilló ante la mesilla y sacó el papel con los accesorios para escribir, que el dueño de la posada les había proporcionado.
Las horas se arrastraron con lentitud y la luz del nuevo día penetró a través de las pesadas cortinas que cubrían una ventana alargada.
 Sara por fin escuchó como golpeaban a la puerta y después de descubrir que era Alex le dejo pasar.
 -¿Y bien? – preguntó ella observándole fijamente. Estaba empapado por la lluvia.
 -El Dover esta zarpado y sale en menos de una hora. Conozco al capitán y he hablado un poquito con él. La verdad es que le he contado que mi hermana y yo fuimos asaltados y tenemos que volver a casa.
 -¿Y que ha dicho?
 -No hay problema siempre que no nos retrasemos en llegar. El segundo de abordo compartirá su camarote conmigo. El navío lleva mucha mercancía por lo que no seremos muchos pasajeros. El capitán Fergus me dijo que llevaba a su tía hacia Jacksonville y que seguramente estaría encantada de compartir el camarote contigo.
 -¿Jacksonville? ¿Eso queda cerca de tu casa?
 - sí, posiblemente uno de los puntos más cercanos. Sara el capitán Fergus es un señor muy amable, por favor te pido que no hables del Gitano delante de él.
 -Puedes estar tranquilo. No pensaba hacerlo. ¿Le has dicho que somos hermanos? – se cruzó los brazos sobre el pecho - ¡Si no nos parecemos en nada!
 Yaron la miró medio divertido. Ella estaba ideando algo, la conocía bien.
 -Diremos que tuvimos diferentes padres. Tu padre se murió y mi madre se casó con el mío. – dijo convencida.
 -¿Por qué se murió el mío? – preguntó él arqueando las cejas.
 - Mejor decir eso, a que piensen que te abandono…
 -¿Cómo? Bueno, bueno, vale. ¿Has escrito la carta? – no estaba interesado en los detalles que Sara inventara.
Ella asintió entregándosela. La dejarían en la posada para que se la hicieran llegar al señor Hamilton en Londres.
 -¿Por qué estamos en Escocia? ¿Por qué tu acento es mucho más marcado que el mío? – insistió Sara buscándole los ojos. Tenían que ponerse de acuerdo a la hora de interpretar.
 -Tú has estudiado aquí y he venido a recogerte. Hace muchos años que no nos vemos y de hecho apenas conoces Virginia.
 -¿Apenas? ¡No conozco nada!
 -Inténtalo Sara. ¡Tiene que salir bien! – la tranquilizó con un guiñó.
 -No saldrá bien – negó con cabezonería - ¿si me preguntan por el robo?
 -Habla de la otra vez de los bandidos.
Ella suspiró y con un encogimiento de hombros siguió a Yaron que se abría paso hacia las escaleras que llevaban al salón.
Sara se había cambiado el vestido por uno limpio pero ya no tenía más ropa que ponerse, sin contar la bata, que por un descuido habría dejado caer junto a la ropa.
 -Hay un baúl con prendas de mujer a bordo – la avisó – no te sorprendas con lo que encuentres.
 -¿Has robado… ropa? – le cogió del brazo para poder seguir el ritmo del hombre.
 - Si te molesta usar prendas usadas no lo hagas. – La miró con una mueca divertida y apretó su brazo capturando la mano de la joven – todo va a salir bien, te lo prometo preciosa.
Sara tragó con dificultad y caminó con la espalda erguida junto al hombre hasta el mostrador de piedra con la base de baldosas de cerámica, un estilo bastante común por la zona.
Un hombre fuerte, con la cabeza completamente rasurada, entregó a Alex un pequeño bulto y esté le dio la carta de Sara. Se despidieron con un rapido apretón de manos.
 -¿Qué te ha dado? – preguntó la joven intrigada.
 -Algo de comer y fruta – metió la mano y sacó una manzana -¿quieres?
Sara negó con la cabeza. Era raro en ella pero no tenía nada de hambre, tan solo un nudo en la boca de su estómago. ¿Estaría haciendo lo correcto fiándose de Yaron, otra vez?