AMOR PIRATA
I
Sara se hallaba recostada sobre la
ancha cama apoyada en los codos y leyendo una novela romántica que
Laura, su doncella, le había conseguido. La lectura trataba de un
apuesto bucanero y una hermosa esclava que él había rescatado de
seres horribles y siniestros. Mientras leía pasó por su mente la
imagen del hombre que el día anterior había conocido y trató de
imaginarlo con el cabello negro suelto y no con la cola de caballo
que parecía estar últimamente de moda. Si le ponía un arete en la
oreja sería el pirata de sus sueños.
Sonrió para sí misma, desde Luego Alex
Yaron podría haber sido el protagonista de esa novela
perfectamente.
Suspiró, el hombre era
endemoniadamente guapo y terriblemente atractivo además de
ingenioso, no sabía cómo se las había apañado pero aquella
mañana habían recibido una invitación para asistir a una reunión
que ofrecía Andrew Yaron con la excusa de conocer a la familia
Hamilton al completo, imaginó que el tal Andrew sería algún
familiar cercano de Alex, de modo que esa noche volvería a verlo.
La apetecía hablar con él y más después de haberlo dejado sin
palabras el día anterior, posiblemente había sido tan franca que
debió sorprenderlo.
Eric Hamilton, su padre, no la había
regañado por encontrarla la noche anterior en el salón, claro que
ella había jurado y perjurado que no acudiría al baile de
presentación de Erika, su hermana, y en el último momento se dejó
ver un poco, ahora él estaba feliz ya que de esa manera pensaba que
su hija pequeña comenzaría atender a razones y confiaba en poder
casarla con algún notable aristócrata.
Sara leía demasiados libros de amor
como para sucumbir ante algún petimetre y orgulloso ingles que
hiciera de su vida un infierno o a lo sumo un hastió
total.
Eric no solo se había trasladado a la
ciudad de Londres para encontrar un marido para Erika, su hija
mayor que estaba en edad casadera, lo había hecho porque tenía la
sensación que Sara se había encariñado por el hijo del Herrero que
vivía junto a su propiedad en Escocia. Si la joven no quería
casarse que no lo hiciera pero jamás iba a permitir que se uniera a
un hombre bruto y falto de modales por demás de
pobre.
Al principio Sara se había negado
abandonar su hogar, todos sus amigos ahora estaban lejos de ella, y
en cierto modo era verdad que se creía enamorada de Paul
McTorton.
Ella y Paul habían sido amigos desde
siempre, ambos conocedores de los secretos del otro. Quizá a la
historia le faltara romanticismo pero Sara adoraba el musculoso
cuerpo del muchacho rubio, su risa seductora y la forma en que la
trataba, a veces demasiado rudo pero sin
faltar.
Cuando Paul la besó unos días antes de
viajar a Inglaterra no sintió aquello que decían en sus novelas,
fue más bien como besar a un familiar, aún así un recuerdo más que
atesorar.
Le prometió regresar y él juró
esperarla.
Sara se levantó de la cama cerrando el
libro con fuerza, la primavera se acercaba a pasos agigantados y
quizá podría convencer a su padre de regresar a Escocia durante
unas semanas para ver a sus amigos y decirle a Paul que no se había
olvidado de él. Para ello debía fingir que estaba encantada con
Londres y a lo mejor, con ayuda de su nuevo amigo Alex Yaron lograr
su objetivo.
Había trazado un plan que no podía
fallar, no haría ningún mal en simular una atracción repentina por
este hombre, aunque en realidad no debía fingir demasiado ya que
Alex la causaba cierta curiosidad.
Cuando Eric Hamilton pensara que se
había enamorado de Yaron dejaría de vigilarla y hasta la permitiría
ir a despedirse de sus amigos, claro que ya no volvería más a
Londres y Yaron tampoco se sentiría engañado ya que pensaba viajar
pronto hacía América, además el hombre estuvo de acuerdo con todo
después de escuchar su plan.
La muchacha abrió el ropero, tenía
hermosos y nuevos vestidos que Erika había elegido por ella. Paseó
la mirada sobre las sedas y los rasos indecisa, fue Laura quien la
ayudó a escoger un modelo en verde oscuro con un escote
pronunciado. No la gustaban los escotes pero la moda era… la moda y
no puso ningún impedimento al respecto.
La doncella trabajó con su cabello
plateado recogiéndolo en la coronilla y dejando que gruesos bucles
cayeran sobre su cuello adornados con cintas entrelazadas de satén
verdes y negras.
Ya en el carruaje de los Hamilton,
Eric advirtió a ambas hermanas sobre el comportamiento que debían
tener, ella eran damas y no simples campesinas, prohibido hablar de
política y de las necesidades que muchos escoceses padecían en
aquellos tiempos. No podrían tocar el tema entre las diferencias
sociales para lo que Sara nunca tenia pelos en la lengua, se habían
criado muy cerca de gente humilde y compartido con ellos muchos
sentimientos.
Eric habló con los ojos fijos en su
hija pequeña, ella era la única que podía pasar todas sus
advertencias por alto, también la miraba porque aquella noche
estaba muy hermosa, no se había dado cuenta de lo que había crecido
en los últimos meses.
¡Sara! ¡Cuántos problemas tendría el
hombre que la desposara!
Llegaron ante una lujosa mansión
rodeada de bellos y cuidados jardines, ya era de noche y varias
farolas iluminaban la casa y las calles adyacentes. Tuvieron que
esperar a que los carruajes que se hallaban ante la puerta abrieran
la marcha para dejarlos entrar.
Por los vehículos se apreciaba que no
serían muchos invitados y Sara se sintió feliz al saber que de ese
modo no tendría que soportar a muchas personas, ni siquiera
conocerlas. Era muy sociable pero aborrecía las conversaciones con
los ingleses de la clase alta que no sabía hablar de otra cosa que
no fuera sus increíbles fortunas y sus vidas
aburridas.
Descendieron del coche y en la entrada
fueron recibidos por Andrew Yaron y su esposa Rouse, un matrimonio
de aspecto amable y que formaban una deliciosa
pareja.
Un mayordomo recogió sus ropas de
abrigo y los dirigió hacía el concurrido salón de baile donde la
reunión se veía animada.
Sara tuvo que soportar, en contra de
sus deseos, varias presentaciones además de saludar a personas que
habían acudido la noche anterior a la presentación de
Erika.
Se vio envuelta por tres galantes
jóvenes que luchaban por llamar su atención con… tonterías. Debió
concentrarse en su autocontrol para ser educada con los caballeros,
que bien los había mandado a freír espárragos al poco de
conocerlos.
Nunca había escuchado tantos elogios
en tan pocos minutos y llegó un momento que no supo si dar las
gracias o patearlos el trasero a todos.
Recordando las advertencias de su
padre fingió sonreír, la dolía la mandíbula de mostrar los dientes
continuamente. Imaginó a Paul riendo a mandíbula batiente viendo la
serenidad que la joven estaba mostrando.
- Me alegro de volver a verla
señorita Hamilton – Alex se había acercado al grupo con dos copas
de champan en la mano. Con mucho arte logró separar a la joven de
los ansiosos caballeros para dirigirla hasta la
chimenea.
La muchacha lo observó con admiración.
Alexander Yaron era el hombre más guapo que había
conocido.
Sara le arrebató el vidrio de las
manos y lo bebió de un sorbo, nerviosa. El hombre la miró
sorprendido.
- Tenia sed – explicó la
muchacha – pensé que vendría antes a
rescatarme.
- Pues pensé que se veía muy a
gusto rodeada de tantos hombres.
-¡Dios! ¡No puedo soportarlos! –
Exclamó bajando la voz, no quería que nadie que no fuera Alex la
escuchara – Si no llega a venir a tiempo los habría retado a todos
a un duelo. – Se encogió de hombros con un sonrisa burlona – la
culpa de hoy es suya por haber convencido a sus parientes para que
nos invitara ¿o lo va a negar?
Alex soltó una carcajada divertida.
Hacía tan solo unos minutos había sentido cierta rivalidad con los
hombres que la rodeaban y ahora entendía porque. Esa joven era
espontanea, vivaz.
- Tiene razón, es culpa mía.
Prometo no dejarla sola ni un solo minuto.
- ¿Y si nos apartan? ¿Vendrá a
rescatarme?
- Lo prometo – Alex levantó la
mano en forma de juramento haciéndola reír – Esta usted muy bella,
pero supongo que ya habrá oído bastantes alabanzas hoy y no querrá
escuchar más.
Sara lo observó fijamente tratando de
averiguar si hablaba en serio o por el contrario
bromeaba.
El hombre tenía los ojos de un color
azul turquesa perfilado el iris en un tono mucho más oscuro.
Impresionaba esa mirada, entre otras cosas porque era
indescifrable.
- ¿Es capaz de leer mis
pensamientos? – susurró acercándose a él. – Siento como si nos
conociéramos desde siempre ¿No habrá estado en
Escocia?
Alex percibió como aquella voz
recorría su cuerpo ¿Cómo podía excitarlo de esa manera? Sería el
hermoso acento de las tierras altas - se
dijo.
- De haber sabido que vivía allí
sin duda habría ido hace años.
Sara soltó una
carcajada.
Sara soltó una
carcajada.
- Si hubiera ido hace años
habría encontrado a una chiquilla de largas trenzas y el rostro
cubierto de pecas. Lo mejor es que no haya
ido.
- Hubiera sido horrible
enamorarme de una niña ¿Verdad?
Los ojos de Sara se abrieron
sorprendidos. Lo miró y por vez primera descubrió que bromeaba. Con
una sonrisa observó el salón.
- Cuando hablamos ayer pensé que
me invitaría a salir a un lugar menos público, a pasear por el
parque o a conocer la ciudad.
-¿Quiere salir mañana? Podríamos
pasar el día fuera y hacer todo lo que
dice.
-¡Genial! – Apoyó la mano en el
duro brazo del hombre sorprendiéndose de la fuerza que desprendía –
Alex no soy rara, solo algo excéntrica. – Le soltó con un suspiro –
Solo necesito un amigo a pesar de su
reputación.
- ¿Qué quiere
decir?
- He oído cosas de usted, bueno,
más que oír he preguntado y que tampoco soy tan tonta, sé que tiene
fama de mujeriego.
Alex se sorprendió. No porque los
chismes no fueran ciertos pero nunca había tratado este tema con
una mujer y por muy bonita que esta fuera tampoco le iba a confesar
sus secretos más íntimos.
- Si sabe todo esto de mí ¿Por
qué desea salir conmigo?
-¡Podría haberme dicho que los
rumores eran exagerados! – respondió con una mueca
infantil.
El hombre cruzó los brazos tras la
espalda y fijó sus ojos azules en ella.
- No me molestan lo que hablen
de mí pero dígame, si vengo tan poco a Londres ¿Cómo es posible que
la gente sepa eso de mí?
- Buena respuesta – respondió
Sara sin creerle lo más mínimo - ¿Qué vinculo tiene con los
anfitriones? – Cambió de tema. Así era ella, cuando no sabía seguir
una conversación, tomaba un sendero más
fácil.
- Andrew es mi hermano
mayor.
- Tiene una bonita casa y su
cuñada parece encantadora.
- ¿Quién Rouse? – Alex soltó una
sonora risotada –No la conoce bien ¡tiene un genio de mil
demonios!
Sara encontró a la mujer conversando
tranquilamente con otros invitados, Erika
incluida.
- ¿y usted no ha pensado en
casarse señor Yaron?
El hombre tomó la mano de la joven y
la dirigió a la pista de baile, con una sonrisa traviesa la miró de
reojo.
- Hasta la fecha no había
conocido a nadie que me interesara.
La joven le observó con seriedad, con
el mentón ligeramente alzado.
- Habla como si ahora la hubiese
conocido y, déjeme decirle que si lo dice por mi está confundido.
Lo que le dije ayer era cierto, no he venido aquí para
casarme.
- ¿Qué haría si el hombre de su
vida se cruzase en su camino?
- Difícilmente pueda ocurrir eso
– la joven suspiró exageradamente - Creo que el hombre que yo
quiero no se encuentra en Londres.
Comenzaron a bailar al ritmo de una
suave melodía perdiéndose entre las demás
parejas.
- Cuénteme de su vida señorita
Hamilton ¿o Puedo llamarla Sara?
La joven pestañeó ligeramente, en
aquel momento Alex la hacía girar ante el grupo de hombres que
antes la habían retenido y ella les regaló una hermosa sonrisa
antes de instar a su compañero a que se alejaran de allí, temiendo
que los interrumpieran.
- No tengo mucho que contar, mi
padre se ocupó mi hermana Erika y de mí al morir mama de una
pulmonía, como me negué a ir a una escuela me educaron unas cuantas
institutrices y cuando mi hermana volvió de Europa donde estudiaba,
se convirtió en mi profesora. He tenido una vida fácil y una
infancia feliz – se encogió de hombros – no sé qué esperaba oír,
pero mi historia es una de las más simples del
mundo.
- Ha debido ser toda una
aventura el haber venido a Londres. – Comentó él entre
risas.
- ¡Habla como si mi vida fuera
aburrida y no lo es! Si conociera mi país se daría cuenta… aquello
no es como esto, allí las personas me tratan como a uno más sin
importar mi condición social, sin mirarme sobre el hombro pensando
que no soy más que una rica engreída. La verdad es que hay un poco
de todo – sonrió sin despegar los labios y una brillante mirada
llena de pasión – Llegan nuevos ricos continuamente y se creen
seres superiores, llenándolo todo de lujos y de fiestas aburridas
donde la comida sobrante se regala a los perros en vez de colaborar
con las personas pobres que luchan por sobrevivir, que se preocupan
por las cosechas y con los puestos de trabajo que comienzan a
escasear – Menos mal que su padre no estaba escuchando si no,
podría caerla la bronca del siglo mucho antes del amanecer – Gente
que ve esta clase de reuniones con miradas condescendientes
mientras piensa, esta noche nosotros tocaremos la gaitas,
bailaremos y daremos palmas a la luz de las hogueras y… – tomó aire
- dejaremos que esta gente vea como disfrutan los escoceses. ¿Ha
bailado alguna vez bajo la luna? ¿Ha sentido como las risas se
pierden en la noche mezclándose con el rumor de los grillos? ¿Se ha
descalzado en medio de tanto alboroto dejando que la húmeda hierba
acaricie sus pies? – Sara negó con una sonrisa ladeada ¡Como echaba
de menos su gente!
No esperaba que Alex le contestara
ninguna de sus preguntas.
- Todo lo que dice es como un
cuento – el hombre estaba serio, habían dejado de bailar y la
observó absorto. Todo lo que había dicho, aquellas palabras
apasionadas son las que él hubiera elegido para hablar de su país
adoptivo, América.
Alexander Yaron tenía veintiocho años
y huía del matrimonio como de la peste misma. Desde siempre había
sido algo así como la oveja negra de la familia y acudía a unos
pocos actos sociales para conformar a sus hermanos, pocas veces,
pues casi nunca estaba en Inglaterra.
Poseía una flota de barcos mercantes
que comerciaban con distintos países y tripulaba el Diábolo que
hacía menos de un mes había arribado el puerto de Londres después
de haber estado un año en Virginia, donde era dueño de una
plantación de tabaco y algodón.
Cuando zarpaba en el Diábolo era un
hombre totalmente diferente, libre y vivo. Amaba su barco y adoraba
su país de adopción. Estaba seguro que el día que se retirara
instalaría su residencia permanente en
Virginia.
Tanto Andrew, como su hermano pequeño
Philip, estaban felizmente casados y solo restaba su hermana
Andrea, ese era el motivo por el que estaba en Londres, se había
prometido al Conde Lareston y en breve celebrarían la
boda.
Contaba con que la joven e ingenua
Sara Hamilton le entretuviera y le hiciera olvidarse un poco de su
bella y apasionada Kristin que le esperaba en
Virginia.
- ¿Por qué esta en Londres y no
en su hogar? – preguntó curioso, volviendo a retomar el
baile.
- Ya se lo dije, mi hermana sí
que quiere casarse y mi padre está seguro que yo me enamoraré
también. Lo elegí a usted como compañero porque de ese modo podré
rechazar a los… admiradores que pueda tener. – Contestó con las
mejillas subidas de tono – Muy pronto la gente comenzara hablar de
nosotros y cuando se quieran dar cuenta usted se habrá marchado y
yo habré regresado a mi casa.
- ¿Y por qué yo? – insistió el
hombre sin saber qué es lo que realmente esperaba oír. Ya la joven
le había dado algunas explicaciones el dia anterior y aunque no le
importaba en absoluto escoltarla durante esos días, había pensado
cobrarse alguna propina.
Sara se encogió de hombros y al girar,
las faldas revolotearon en la pista.
- Usted apareció primero. – la
sinceridad de la joven era abrumadora. – eso y que no parece tan…
¿Cómo se dice…? ¿Presuntuoso?
El hombre arqueó las cejas estupefacto
sin estar seguro de haber sido insultado.
- ¿de modo que seremos amigos?
– preguntó en un susurró contra su oreja durante un un
giro.
Ella asintió con
rotundidad:
- Solo
amigos.
- Será como usted quiera –
respondió con una extraña sonrisa que Sara no supo
interpretar.
A lo mejor su plan no había contado
realmente con el hombre, a veces creía ver a un soso ingles muy
guapo y otras le parecía un hombre extraño y hasta cierto punto
peligroso.
Las habladurías comenzarían a correr
por la ciudad y puede que ella no quedara muy bien parada después
de todo, con un poco de suerte y si su padre era un poco avispado
la mandaría de vuelta a casa para evitar cualquier posible
escándalo. Una vez que regresara junto a Paul se casarían y todos
olvidarían si hubo algo o no entre la señorita Hamilton y el señor
Yaron.
2
Durante los días siguientes, Yaron
cumplió con su palabra y de un modo muy caballeresco la mostró la
ciudad paseando junto al Támesis, visitando la torre del reloj, la
Abadía de Westminster, la catedral de Southwark, los palacios de
Saint James y Hampton Court. Asistieron al Covent Garden y a varios
de sus famosos museos.
En tan solo unos días los rumores
sobre una posible relación, inundó las calles londinenses a marchas
forzadas.
Los comentarios también llegaron a los
oídos de Eric Hamilton pero no le preocuparon. Algo más intranquila
se hallaba Erika pues la fama del hombre dejaba mucho que desear y
mientras solo estuvieran fingiendo las cosas irían bien, pero ¿Y si
Sara se enamoraba del hombre?
En esos días ni la propia Sara estaba
segura de lo que sentía. Comparaba a Paul continuamente con Yaron,
ambos eran muy guapos y diferentes, uno rubio de ojos verdes y otro
moreno de bella mirada turquesa. Alex era un hombre muy divertido
pero falto de pasión, como si pensara todo lo que tuviera que
hacer, muy metódico y quizá estricto en algunas cosas. Paul por el
contrario, era más bien expontaneo y decía las cosas como las
sentía, pero también muy muy dulce.
Yaron hasta la fecha se había
portado como un verdadero caballero aun viendo en sus ojos que la
deseaba. ¡Era un inglés como todos los demás! Sin una pizca de
sangre en sus venas y viviendo una vida monótona, ¿o acaso en
América el hombre era distinto? Lo dudaba.
La joven empezaba
aburrirse con él o eso quería pensar, con mucha frecuencia una loca
idea rondaba su cabeza. Algo que poco a poco se estaba convirtiendo
en una obsesión. En las noches soñaba que Yaron se metía en su cama
y la hacía el amor. Más de un día se había despertado jadeando de
deseo y frustrada de regresar a la realidad Si había algún
hombre para escoger, con quien deseaba perder su virginidad, ese
era Alex. Pero… ¡Sería un completo desastre enamorarse de
Yaron y lo sabía!
- Te está esperando abajo –
informó Erika entrando en su dormitorio y sentándose en la cama
junto a ella.
Sara dejó el libro abierto sobre los
cobertores y suspiró cansada.
- ¿podrías decirle que no me
encuentro muy bien?
- ¿ha sucedido algo? – preguntó
curiosa y asustada.
- ¡No! – Sonrió a su hermana con
tristeza – Es una pena que un hombre tan guapo como él sea tan…
parado.
- ¿no ha intentado besarte? –
rio incrédula.
- no – negó – Y lo he estado
deseando desde el principio. No me mires así Erika - estiró
los músculos de su espalda, había estado en la misma posición un
buen rato – Ya te he dicho que a mí no me importaría… ya sabes…
antes de casarme con Paul. Pero no te preocupes que quiere
enamorarme pero al estilo… Inglés.
-¡Hay, no sé qué ves de malo a
eso! ¡Ese hombre es guapísimo y cualquier mujer estaría dispuesta a
enamorarse de él!
- Clarooo, pero sería yo la que
se enamorara y él se marcharía… sin mí.
-Eso no lo puedes saber, además
puede que él te ame. Y si no, siempre puedes enamorarlo – Erika
agitó la cabeza – Mi amiga Jane me ha contado que si tú le dices a
un hombre que no le quieres aunque estés con él, que se acaba
rindiendo a tus pies.
-¿Tú crees eso? –arqueó las
cejas desconcertada. -Que yo prefiero a Paul y quiero regresar a
casa – dijo con firmeza. La miró fijamente - ¿Sabías que Yaron es
un hombre muy rico? Ayer mismo me estuvo hablando de sus
barcos.
-¿presumiendo?
- No, él no presume de esas
cosas, eso ya te lo he contado otras veces. Además creo que se
marchará en seguida – se inclinó hacía Erika para susurrar – se
marcha de aquí, ha discutido con Andrew y no creo que se
quede a la boda de su hermana.
- ¿Y no te ha contado por qué? –
preguntó curiosa.
- Pues no – contestó pensativa,
no la había picado el bichillo hasta ese
momento.
- Entonces ¿Por qué quieres
evitarle si te queda muy poco para dejar de verle? Y además te
encanta.
- Me encanta su físico
–respondió pensativa - Supongo que para no echarle de menos –
contestó en un murmullo abatido del que pronto se recuperó – He
visto cosas extrañas en él, no sé, es como si conmigo se
comportara… muy bien, siendo el mejor hombre del mundo, que nada
tiene que ver con los comentarios de libertino que caen sobre él y
otras veces…
- Sara estas mezclando la
ilusión de tus novelas con la realidad. El señor Yaron es un hombre
corriente como muchos otros – Erika acarició los cabellos de su
hermana – No busques un héroe en cada hombre guapo que
veas.
- Lo sé – agitó las manos sobre
la cabeza y sonrió tímida – no sé por qué pienso tantas
estupideces. ¿Sabes? Si me pidiera que me acostara con él, creo que
lo haría.
-¡Sara! ¡Si padre te escuchara
te enviaría ahora mismo a casa!
-¡Ojala!
Erika sonrió y poniéndose en pie
señaló la puerta.
-Anda ve,
disfruta.
Alex estaba esperando en el centro de
la sala elegantemente vestido. Se encontraba de perfil y Sara lo
observó fijamente durante unos minutos.
El hombre era alto, de hombros anchos
que resaltaban firmes bajo la chaqueta. Llevaba el cabello atado en
una cola baja que descansaba entre los omoplatos. Su rostro se veía
hermoso de nariz recta y pómulos firmes.
Sara debió hacer algún ruido y él se
giró de repente.
- ¡Qué pena Yaron! Iba a
enviarle a alguien para que le entregara un mensaje – se sonrojó
ante su propia mentira y le tendió la mano con una
sonrisa.
- Ya no hace falta – respondió
depositando un suave beso sobre el guante. -¿Qué
era?
- Pensaba salir de compras con
mi doncella y estaba completamente segura que usted se aburriría de
muerte si tiene que acompañarme.
El hombre se enderezó frunciendo el
ceño por unas breves milésimas de segundo.
- ¿de veras no quiere que
vaya?
Sara sonrió fingiendo una alegría que
no sentía.
-Hoy le dejo libre por todo el
día, sé que debí avisarle con tiempo y seguro que está
molesto…
- Exageras querida – Alex mostró
una perfecta dentadura en una sonrisa fría. El hombre caminó hacia
la puerta con paso firme y Sara lo siguió con la vista ¿había visto
un destello de ira en sus ojos azules?
-¡Espere Yaron! – anduvo hacía
él sin mirarle a los ojos, él no era ningún tonto y no quería que
pensara que lo estaba tratando como tal. - ¿Qué le parece si aplazo
lo de las compras y salimos a pasear?
- ¿Por qué ha cambiado de
opinión? – se volvió a ella sin ninguna clase de emoción en su
voz.
Sara se encogió de hombros sin saber
que contestar. ¿Por qué lo había hecho? No tenía ni idea. O porque
realmente deseaba su compañía.
- ¿Rechazas mi oferta? –
bromeó.
- ¡Por supuesto que no! Siempre
que esté lista para salir.
- Lo estoy, solo aviso que nos
vamos… y ya.
Los últimos rayos de sol morían
perezosos tras los árboles del parque filtrándose entre las ramas
que lentamente comenzaba a florecer.
- Hoy me he dado cuenta que
somos totalmente diferentes – comentó Alex agitando una pequeña
rama entre sus dedos y se detuvo a mirarla – Sin embargo hay
algo.
- No comprendo…
No…
- Creo que si lo entiendes – Se
rió entre dientes y muy despacio alzó la mano para trazar el
contorno de la delgada mandíbula de la joven - ¿Cuándo piensas
acabar con este juego? – retiró su mano como si nunca la hubiera
tocado.
Todo había comenzado de forma
inocente, cierto, pero la joven despertaba algo en
él…
Sara dejó escapar el aire que
inconscientemente había retenido al sentir aquel leve contacto,
arqueó su bien delineada ceja, Alex acababa de
tutearla.
- No le
entiendo.
-Enamoras a los hombres hasta
hacerlos sentir ridículos ¿no? – La dio la espalda y continuo
caminando - ¿Qué es lo que buscas en un
hombre?
Sara suspiró ruidosamente y anduvo
hasta colocarse a su altura.
- ¿De verdad quiere saberlo? –
clavó su vista al frente y agitó sus cabellos platinos al tiempo
que recogía sus faldas para poder seguir su paso– Busco un hombre
que me quiera y me comprenda, y que tenga sangre caliente en las
venas, que me respete y que me abrace con fuerza entre sus brazos
cada poco tiempo – su mente la obligó a pensar en Paul y
hasta sonrió soñadora – El hombre que yo quiero será solo para mí
–asintió con efusividad.- Te conozco Yaron – se encogió de hombros
– ¡no estás enamorado de mí!
-¿eso crees? – no la
miró.
- ¿Me pedirás que te espere
mientras te vas a tu país? – Sara soltó una carcajada algo
cínica. No podía dejar ver que él… la importaba. No sabía hasta qué
punto, pero sentía bastante simpatía por él y un fuerte deseo
sexual.
- ¿me impedirías que me
marchara?
- ¿Quieres convencerme de que mi
opinión te importa? – respondió con otra pregunta. El corazón de
Sara empezó a golpear con fuerza en su pecho. ¿Qué había pasado?
¡Yaron no podía estar enamorado de ella!
Alex suspiró
profundamente.
- Será mejor que olvidemos esta
conversación.
Sara estuvo de acuerdo. ¡No se tragaba
que se hubiera enamorado! Puede que le gustara y se sintiera
atraído pero de eso al amor había un abismo. Yaron no era de los
que se casan y si así fuera… ¿hasta cuándo? ¿Hasta que pasara otra
muchacha a su lado?
Ambos siguieron caminando en silencio,
se habían adentrado mucho en el parque y no se veía a nadie por
allí.
- Nunca me has dicho que es lo
que haces en América, aparte de tener tantos barcos, claro – Sara
sintió la necesidad de romper tanta
tensión.
- Me dedico a los negocios. – La
miró de forma superficial – No quiero aburrirte con eso. ¿Te
interesa de verdad?
Como Sara no respondió, el hombre
soltó un juramento entre dientes dando un puntapié a un canto del
camino.
- Lo siento – musitó ella –
Desde siempre te dije que solo quería amistad y creo…que podría
enamorarme de ti.
-¿eso es malo? – Yaron se detuvo
observándola con interés.
Sara asintió y tomó aliento evitando
su mirada turquesa.
- Estoy enamorada de otro. – le
confesó. – Es por eso que debo volver a mi casa – se pasó la mano
enguantada por uno de sus ojos.
No iba a llorar delante de él. Ni
siquiera sabía porque tenía esas repentinas ganas de llorar o más
bien quería ocultar el hecho de que no sabía que es lo que quería,
pero algo tenía muy claro, le iba a echar de menos mucho más de lo
que podía pensar. ¡No volver a verlo nunca
más!
Alex se tensó sin dejar de mirarla y
con los puños apretados contra las caderas asintió comprendiendo.
Ese detalle le había sido omitido y sintió una creciente rabia
apoderándose de él.
Sin embargo le quedó la extraña
sensación de que echaría mucho de menos la compañía de Sara. Había
llegado apreciarla, si bien ahora descubría que no era tan honesta
como había pensado o le había hecho creer. ¿Qué más le habría
ocultado? ¡Engañado! Era así como se
sentía.
Kristin se iba alegrar cuando supiera
que por primera vez en su vida la había sido fiel y precisamente
con la única mujer que lo había interesado de un modo
diferente.
- Amigos entonces – Dijo
Alex, simulando restar importancia al
asunto.
Sara se sintió culpable por lo
sucedido y asintió.
Yaron no parecía haberse tomado
la noticia de su prometido mal, de modo que no era cierto que se
hubiera enamorado de ella ¡Que mentiroso! ¡Casi le había
creído!
- Te llevaré a casa – la tomó
del brazo para regresar por donde habían
venido.
Aquello era la despedida y ambos lo
supieron.
3
Sara despertó sobresaltada al sentir
un fuerte golpe contra la pared. Al abrir los ojos sintió un
escozor que la hizo lagrimear. El ambiente húmedo la
confundió.
Desde luego no se encontraba en su
dormitorio ni en otro sitio que ella pudiera reconocer. La luz era
tenue, suficiente para iluminar el diminuto cuarto donde se
hallaba.
Se incorporó un poco y una vieja manta
de lana con olor a rancio de no haberla lavado en algún tiempo, se
deslizó hasta su cintura. Observó las paredes de madera, sucias y
descoloridas.
Se puso en pie asustada apoyándose en
una silla rota y destartalada. El suelo cobró vida bajo sus pies y
se sintió lanzada de un sitio a otro golpeando su hombro contra uno
de los tabiques.
Recorrió el lugar con histeria. ¿Qué
había pasado?
Buscó en su mente algo que la
hiciera recordar cómo había ido a parar allí pero tan solo logró
que un ramalazo de dolor en su cabeza la obligara a dejarse caer
nuevamente sobre la manta.
Sintió algo pegajoso entre su cabello
e intentó retirarlo con fuerza, haciéndose daño. En cuanto sus
dedos tocaron el golpe se quejó
encogiéndose.
Recordó, de repente, haber salido de
la fiesta de Lady Witney junto a su hermana. En el camino a la
residencia habían sido asaltadas por unos hombres de muy mal
aspecto, con ropas rotas y tan sucios como si acabaran de salir de
una mina de carbón.
Ella se había negado a entregar las
pocas joyas que llevaba encima, posiblemente fuera allí donde la
golpearan, el resto era un negro pozo sin
fondo.
- ¿Erika? – llamó con voz
temblorosa .No obtuvo repuesta de ningún
tipo.
Durante unos minutos el suelo se
estabilizó y horrorizada descubrió que se hallaba a bordo de un
navío, las olas golpeaban el casco con fuerza. Sus fosas nasales se
llenaron con el aroma del mar.
Volvió a levantarse, ayudándose de una
pared para apoyar la mano y miró la puerta que había pasado antes
por alto, era del mismo color que la pared y entre las sombras era
difícil distinguirla.
El miedo debería haberla obligado a
quedarse quieta y esperar, pero sus deseos de pisar tierra firme
antes que fuera demasiado tarde, podían con ella. Era consciente de
que el tiempo apremiaba y cuanto más lejos estuvieran de la costa
peor para una posible salvación.
¡Esto no puede estar ocurriendo! –
gritó su mente.
Apoyó un oído contra el panel de la
entrada esperando escuchar algo que no fueran golpes y ruidos
sordos que venían desde algún lugar del barco. La puerta estaba
cerrada desde fuera y tiró del mango con fuerza, sin
resultados.
Tomó aire dispuesta a gritar lo
más alto que pudiera. El bullicio del exterior se intensificó de
tal manera que llegó a creer escuchar gritos de hombres. ¡Piratas!
¡Rendición!
Sara se llevó las manos a la cabeza y
rezó por haberse confundido al entender. Lloró presa del pánico de
saberse encerrada.
Esto no era una novela pero
sabía muy bien de lo que serían capaces de hacer con ella, si
realemtente eran piratas, sin duda lo mejor de todo, la muerte.
Pero una muerte dulce, sin dolor, algo que no duela gritaba su
mente sin poder dejar de llorar y cubrirse los oídos evitando
escuchar el follón del otro lado.
Quizá supieran que los Hamilton
poseían una fortuna muy productiva y los malhechores habían pedido
un rescate. De ser así no tenían por qué ser piratas, puede que
escuchara otra cosa. ¿Y si en verdad lo eran? La violarían y la
venderían o la matarían o la lanzarían a los
tiburones…
El alboroto aumentó mucho más e
imaginó que todo el escandalo se hallaba sobre su cabeza. Virutas
de madera cayeron del techo junto a gran cantidad de
polvo.
Se encogió en un rincón cubriéndose la
cabeza con las manos, temblando su cuerpo de forma
incontrolada.
El ruido fue cesando progresivamente y
aunque escuchaba pasos y voces lejanas, nadie acudió a su cubículo.
¿Y si se marchaban todos y hundían la nave? Volvió a gemir, en
aquel momento no apostaba ni un solo penique por su vida, pero
tampoco quería hacer ruido para que olvidaran que ella estaba
allí.
La puerta se abrió con violencia
golpeando la pared con un gran estruendo.
Sara gritó y un hombre fornido cubrió
la abertura y alargó la mano para cogerla de la
muñeca.
- Será mejor que salgamos de
aquí antes que todo se vaya a pique. – Dijo el hombre tirando de
ella.
Sara opuso resistencia y le empujó,
estaba desprevenido y su cuerpo se venció hacía un lado dejándola
el paso libre. Ella vio el largo pasillo y las escaleras de metal
que ascendían a cubierta y se lanzó a la carrera. No se fijó que el
marinero se había encogido de hombros, indiferente y caminaba
detras con largas zancadas...
Cuando Sara llegó a cubierta miró con
horror los cuerpos tendidos y ensangrentados esparcidos por el
suelo. El piso estaba cubierto por barro y el oscuro liquido rojo
tiñéndolo todo. Estuvo a punto de caer antes de sostenerse a una
baranda y observar con ojos ávidos donde se hallaba la
costa.
Sollozó al no descubrir rastro de
tierra alguno y se giró, percatándose que el hombre estaba tras
ella.
- Debemos marcharnos, señorita –
Esté señaló la nave apostada a estribor. – Es la única salida antes
que se hunda.
De los altos mástiles caían bolas de
fuego que prendían en cubierta provocando un humo espeso que
ascendía al cielo.
- ¡Piratas! – exclamó aterrada
al divisar la oscura bandera y se aferró tan fuerte al pasamanos
que los nudillos se volvieron blancos. – ¡Ustedes se confunden! –
Gritó - ¡No puedo subir! ¡¡Yo no tenía que estar
aquí!!
El hombre la tomó del brazo con
firmeza y ella luchó con todas su fuerzas. Su objetivo era arañarle
el rostro.
- ¡No quiero hacerte daño! –
advirtió él, furibundo.
-Me secuestraron anoche y me
subieron aquí – Sara habló velozmente - ¡Han pedido un rescate a mi
padre! – mintió.
- ¡Hable con el capitán! –
Apremió tirando de ella – No tenemos tiempo… – el barco crujió con
violencia y empezó a inclinarse de popa.
Sara soltó la barra y ante la seriedad
del asunto se dejó arrastrar, saltando sobre los hombres caídos y
evitando tropezar con las cuerdas que cruzaban el suelo. Por el
rabillo del ojo distinguió a los piratas arrojando sus botines por
la borda.
- ¿Cómo se llama? – Se atrevió a
preguntarle entre jadeos. Su falda, se enganchó en algo y el hombre
tiro de la prenda desgarrándola.
- Simón – gritó
deteniéndose.
Habían llegado al otro extremo
y Sara miró al otro barco con los ojos empequeñecidos de
terror.
- ¿Cómo haremos para llegar
allí? – aulló reculando varios pasos hacia
atrás.
¡Ese hombre estaba loco! No había
pasarela ni nada con lo que alcanzar el otro lado. Le golpeó las
manos cuando quiso volver a cogerla.
- Ven aquí señorita. ¡Allí estaremos a
salvo y no pienso quedarme contigo para morir! Y a hora
vienes o te quedas – gritó furioso.
- Oh no, no, no. ¡Está loco! – Miró la
distancia y creyó marearse – si caigo moriré y de un salto no
llegamos – estaba al borde de la locura. Casi estaba deseando
lanzarse al agua y nadar. Estaba secuestrada e intentando
llegar hasta un barco pirata… ¡No podía
creerlo!
Simón sonrió levemente, el casco
estaba a punto de quebrarse. Si algo le pasaba a la dama más le
valía morirse antes de que el jefe le arrancara la
cabeza.
Había pensado que la joven se
resistiría a salir del cuarto donde estaba encerrada. Fue una
sorpresa que ella no lo hubiera reconocido como a uno de los
bandidos que la había secuestrado.
El hombretón se preguntaba porque a su
jefe le gustaba esta arpía con lengua de víbora, bueno si la cubría
la boca debía admitir que su belleza era exquisita, sobre todo los
ojos dorados rodeados de espesas y rizadas
pestañas
Desde el Diábolo, el Gitano observó la
escena con los dientes apretados. Otra vez la mocosa estaba
poniendo trabas, no sabía porque su hombre tenía tanta paciencia y
no la noqueaba de una vez, él ya lo hubiera
hecho.
Miró con preocupación el alto mástil
del navío enemigo, su caída era inminente, el barco ya hacía aguas
y las bodegas estarían inundadas.
De repente, atónito, clavó la vista en
la damita que daba instrucciones a su hombre para saltar desde la
soga.
- Pensé que habías tomado a la
mujer a la fuerza – le dijo Castor sobre su
hombro.
Alex, sin apartar
la vista de la escena asintió:
- Habrá comprendido que la nave
no quedara mucho tiempo a flote. – murmuró con los ojos
entrecerrados.
- ¿Quieres que te la llevemos
ahora?
Alex hizo una mueca divertida al
imaginar el rostro de la joven cuando supiera que había sido
secuestrada por… él.
¡Se lo merecía! ¿Creía que lo podía
mentir y luego fingir que no había pasado nada? ¡Estaba muy
equivocada!
La manera en que se habían despedido
hacía días no había sido la más normal.
Alex, ya podría llevar un buen trecho
con rumbo a Virginia si no hubiera echo dar la vuelta al Diábolo
para ver por última vez a la mujer.
Era obvio que no se había conformado
solo con verla o saber de ella. Tampoco es que hubiera tenido mucha
elección cuando uno de sus amigos, entre comillas, se la hubiera
jugado en Londres poniendo a Sara en
peligro.
- No, primero quiero hablar con
Simón, llevarla abajo.
Alex abandonó la cubierta en cuanto
vio a la joven poner un pie a bordo del
Diábolo.
En el camarote tenía una tina con la
mitad de agua y se bañó a conciencia frotándose la sangre seca de
algún pobre desalmado. No habían sufrido bajas y la damisela rubia
se hallaba para su antojo. Suspiró
satisfecho.
No deseaba hacerla daño, o quizá tan
solo un poco, desde luego ninguna mujer se había burlado de él como
ella lo hiciera. ¡Tanta honestidad se la pasaba por el forro de los
cojones!
Se colocó unos amplios pantalones
negros y se estaba colocando un chaleco cuando entro Simón con una
sonrisa de oreja a oreja.
- No te vas a creer nada de lo
que te diga – le dijo.
Alex se frotó el cabello con una
toalla y arrojó la prenda sobre la cama.
- ¿Qué dice? – estaba deseando
saber de ella. -¿está bien?
- Si, eso parece porque no deja
de hablar. En primer lugar quiere verte.
- Lo imaginaba – tendió un
cigarro a su primer oficial y se encendió él
uno.
- Necesita explicarte porque
está aquí – se mofó divertido – No tiene ni idea que fuimos
nosotros quien la apresamos.
Alex frunció el ceño
extrañado.
- No te entiendo – agitó la
cabeza peinando sus largos cabellos negros hacía
atrás.
- Ha llegado a la conclusión de
que hemos saqueado el barco, en el que por un casual ella estaba
retenida en contra de su voluntad. ¡Vamos que cree que la hemos
salvado!
Alex paseó por la recamara con una
sonrisa maliciosa en su boca mientras su mente hilaba un excitante
plan. ¡Era perfecto! Había pasado de maleante a héroe sin
proponérselo. ¿Querría decir eso que no tendría que soportar los
reclamos de la dama?
- ¿Dónde está ella ahora? –
estaba más animado.
- Con Castor – Simón se rascó la
cabeza – intenta convencerla de que se asee antes de
traerla.
- Acata sus órdenes. Dentro de
lo razonable por supuesto. Esa mujer es muy lista. Y Simón… -
detuvo al hombre antes de que abandonara el cuarto para cumplir sus
órdenes – Quiero que siga creyendo eso. Avisa a Castor. Si alguien
se va de la lengua lo rajo. Esto va a resultar la mar de
divertido.
Si Sara no se enteraba de la verdad,
se sentiría muy agradecida de haber sido él quien la salvara.
Viajarían un poco juntos y luego la dejaría en manos de alguien que
la regresara a Londres, de ese modo tampoco tendría que llevarla
hasta Virginia, o a lo mejor sí. No había podido apartarse una vez
de ella. ¿Quién diría que esta vez sí
podría?
Rió ante su propia astucia, la suerte
le acompañaba. Sara caería desmayada si supiera… o quizá no.
Recordó como se había negado a entregar las joyas golpeando a
Timmy, uno de sus hombres.
Esa mujer era un torbellino y la
travesía prometía ser… divertida y bastante
entretenida.
Ya se veía domando a la
fierecilla.
4
Sara se pasó un paño húmedo por el
rostro y el escote. El vestido estaba imposible de reparar, la
falda se hallaba con jirones bastantes importantes que arrastraban
el suelo a su paso. Una manga se había desgarrado y la llevaba en
el codo mostrando el brazo desnudo.
Simón había conseguido un cepillo para
ella, a pesar de lo bruto que parecía ser, la joven intuyó cierta
delicadeza. El objeto era pesado, de plata maciza, sin duda robado.
Su cabello se rizaba con la humedad y por mucho que cepillara no
lograba peinarse en condiciones. Tampoco es que tuviera que estar
perfecta. ¡Estaba en un barco pirata!
Miró la espalda de Castor que tapaba
el hueco de la puerta. No la estaban tratando mal, de
momento…
El capitán comprendería que
después de un secuestro no iba a estar lo suficientemente arreglada
como para presentarse ante nadie y tampoco es que la importara
mucho lo que pensara un capitán pirata de ella. Cuanto más fea la
encontrara mejor.
Un dolor constante martilleaba su
cabeza y el estómago revuelto amenazó un par de veces con echar
hasta la última papilla.
El primer oficial la escoltó hasta el
camarote del capitán. En el camino, Sara sintió la mirada de los
marineros sobre ella y se tomó del brazo del hombre que la
custodiaba observando con preocupación al
resto.
¡No podía salir bien! Ni siquiera
sabía cuántas posibilidades tenia de que el capitán, ese que
llamaban Gitano, la creyera. Y de ser así. ¿La devolvería a
Londres?
Tenía que tener fe, ese hombre era la
única esperanza que tenía.
Se detuvieron ante una estrecha puerta
de madera oscura, recién pulida y brillante. Castor golpeó dos
veces y abrió sin esperar respuesta. Se apartó ligeramente y Sara
se acercó deteniéndose en la entrada. Tomó aire como si se tratara
de coraje.
Lo primero que vio fue una bonita
cámara decorada con todo lujo de detalles y a la derecha, la ancha
espalda de un hombre que parecía estar observando el exterior por
una portilla pequeña.
Contuvo su respiración. El largo
cabello del hombre caía sobre su espalda como una suave manta,
llevaba un chaleco negro con adornos dorados y dejaba ver unos
hombros musculosos de piel bronceada. Súbitamente recordó a Alex,
desde el día del parque no le había vuelto a ver y los rumores
decían que había regresado a su país.
Agitó la cabeza, no entendía porque no
podía apartar aquel hombre de su mente, sobre todo en un momento
como ese…. Quizá fuera porque el cabello negro de aquel
hombre…
Se concentró en el capitán, su figura
era temible, su altura, su corpulencia, la forma de vestir y aquel
sable colgado del cinturón que rozaba sus
caderas.
-Gitano – llamó Castor – la
señorita… está aquí.
Alex se volvió a
mirarla.
-¡Yaron! – exclamó pasmada,
mirándolo boquiabierta. Al cabo de unos segundos la sorpresa dio
paso al alivio. ¡Estaba salvada! Dejó escapar un sollozo y se lanzó
a sus brazos. - ¡Dios mío! ¡Gracias al cielo! Pensé que me
iban a matar.
Sintió las manos
del hombre acariciando su cabello. Consolándola de su
desdicha.
El Gitano la observó con sus ojos
azules, estudiando sus ropas rasgadas. La luz del sol entraba por
la portilla haciendo que los cabellos plateados brillaran como una
aureola semejándola a un Ángel. Le fascinaron aquellos hermosos
ojos dorados, siempre lo hacían, sobre todo cuando expresaban todas
las emociones de la joven, Miedo, sorpresa,
confusión.
- Espero que mis hombres te
hayan tratado correctamente. ¿Te encuentras bien? – La invitó a
terminar de pasar – Castor que suban algo de comer, seguro que Sara
tendrá hambre.
- Necesito tu ayuda – asintió la
joven retirándose las lágrimas del rostro. – He pasado tanto miedo.
¡Ha sido horrible! ¡Toda esa gente muerta!
-Pero tienes hambre
¿No?
- Si claro – Sara pasó la mirada
de Alex a Castor y volvió de nuevo al hombre. No estaba sorprendido
de verla, ¿A qué se debía eso? Se apartó un poco de él - ¿Por qué
navegas bajo bandera pirata? – le preguntó, recordando de
pronto donde se hallaban.
Yaron se encogió de
hombros.
- Primero hablemos de ti. ¿Es
cierto lo que me ha contado Simón? ¿Te
secuestraron?
- Si, pero ¿Qué haces tú aquí? –
preguntó nerviosa. Había algo que no encajaba y no la dejaba pensar
en otra cosa.
Alex ignoró su
pregunta.
-¿y quienes te trajeron aquí?
¿Con que propósito?
Sara frunció el ceño pensativa. ¿Por
qué él no contestaba sus preguntas?
- Anoche nos asaltaron unos
bandidos de camino a casa. Me debieron de golpear porque no
recuerdo más. Cuando desperté estaba en un sitio asqueroso que olía
mal. – No como ese lugar que desprendía aroma a limpio. Pensó. –
Creo que pedirían rescate a mi padre - observó una de las
elegantes sillas deseosa de sentarse en algún lugar decente
-¿puedo?
- Sí, claro. ¡Vaya, que
descortés! ¿Quieres un poco de vino? – ofreció
Yaron.
- Ya sabes que no bebo vino,
excepto en la comida –Ella fingió una sonrisa que no llegó hasta
sus ojos. Este no era el Alexander Yaron que ella conociera -
¿Estamos muy lejos de Londres?
El hombre ladeó la cabeza pensativo.
Escogió una silla cercana a ella y tomó
asiento:
- Muy lejos no – contestó
mirándola fijamente. – De hecho sería la primera costa que
viéramos, si nos dirigiéramos allí.
Sara abrió los ojos como
platos.
-¿Y no vamos
allí?
-No. Este barco se dirige a
Virginia, tengo mi casa allí, ya lo sabes – repitió en el
mismo tono que ella. Y se apresuró a explicar – Lamento no poder
llevarte de vuelta a casa, pero yo mismo me encargaré de que
regreses en cuanto sea posible.
-¿y cuándo será eso? – preguntó
dudosa, no confiaba en Yaron. Sus ropas, el cabello suelto, las
armas… la bandera…
- Cuando arribemos en alguna
costa.
Sara se pasó la mano por la cabeza,
tratando de aliviar el terrible dolor que sentía y que se acentuaba
a cada momento.
- ¿estás bien? – preguntó Alex
poniéndose en pie. Cogió su mentón con delicadeza y estudió el
golpe de la sien – Te atizaron bien.
-Me lo busqué yo. No logro
mantener la boca cerrada cuando debo. – admitió. No vio la
mueca divertida del hombre y dio un repentino saltó al acordarse de
Erika – ¡Mi hermana! ¡No sé qué paso con ella! ¿Y si estaba en el
barco…?
- Allí no quedaba nadie y no
había más mujeres a bordo. –respondió Yaron sirviéndose un vaso del
rosado vino.
No sabía hasta qué punto debía
creer en Yaron, o en el Gitano.
Era incapaz de entender la casualidad
del destino que la había llevado hasta él, pues no era muy dada a
la existencia de milagros. Tenía los pies en la tierra y la cabeza
perfectamente amueblada.
Solo tenía que preguntarse hasta
qué punto confiaba en el hombre. Viajaba bajo la marca de un
pirata, la había rescatado de un traficante de esclavos y hasta él
mismo vestía como tal. Y sin embargo, a pesar de todo eso, se
encontraba agradecida de haber encontrado a Alex y no a
otro.
Las dudas de que Yaron ocultaba algo,
aquellos comentarios que la hiciera a Erika – No busques héroes
donde no los hay- y la despedida… Después de todo eran amigos ¿no?
Solo rezaba porque Erika se encontrara a salvo. Con toda seguridad
su padre ya debía estar buscándolas.
Un muchacho llevó una bandeja al
camarote y después de dejarla se marchó a buscar
escarcha.
Poco más tarde, la joven ya había
comido y se hallaba recostada en la ancha cama, mientras Alex
trataba de bajarle la hinchazón del golpe con un trozo de hielo
envuelto en un fino pañuelo de hilo.
- ¿Por qué no has contestado
alguna de mis preguntas? – Preguntó Sara con un cansado suspiro. -
¿Por qué viajas con bandera negra? ¿Por qué te llaman Gitano? ¿Por
qué has atacado ese barco?
Alex sentado junto a ella,
apartó lo que tenía en la mano para dejarlo sobre un pequeño balde
de metal y la miró fijamente.
- Muchos utilizamos esta bandera
para evitar otros navíos. – respondió con cuidado, eligiendo las
palabras. Conocía a Sara y ella encontraba significados hasta donde
no había – Nosotros no abordamos al “águila Blanca”, nos defendimos
de su ataque. – Otra mentira - El Diábolo es mi mejor barco y el
que mejor preparado esta para enfrentarlos.
- ¿El águila
Blanca?
- Traficantes de esclavos. – Se
puso en pie frotándose las manos – Esa gente pretendía
venderte.
Sara se medio incorporó y volvió a
dejarse caer.
Yaron no mintió. Después de haberse
hecho pasar por bandolero, había ordenado llevar a la joven a su
barco, pero el capitán del Águila Blanca se la había reclamado en
pago de una deuda inventada. Gerard Bells, un hombre traicionero
que lo tenía ojeriza desde que se conocieran hacia un par de años,
se la había llevado ante sus narices.
Jamás habría dejado que la
trasportaran ellos, pero les habían tendido una emboscada en
Londres. ¡Se había vuelto loco al saber que él mismo había puesto
en peligro la vida de Sara! Tan solo por un tonto capricho,
por no querer alejarse aun de ella.
En todo momento el Diábolo los había
seguido.
El combate en mar abierto fue
más sencillo que si hubiera iniciado la disputa en Londres, donde
posiblemente hubieran acabado en la horca. Ahora Bells yacía en el
fondo del océano junto a su barco y los pocos hombres fieles de su
tripulación, el resto se había unido a sus propios hombres hasta
llegar a puerto.
- Será mejor que
descanses.
- ¿Por qué te llaman
Gitano?
Alex agitó la cabeza con una sonrisa
traviesa.
- Cuando aún vivía en Inglaterra
teníamos unas tierras en Norfolk y los gitanos acampaban todos los
veranos con su carretas en las lindes. Yo acudía a menudo y mis
amistades mayormente fueron de esa raza. – Así como Lidia, la mujer
que lo instruyó en el arte del amor con tan solo dieciséis años.
Lidia fue muy importante para él que se había creído enamorado
desde el principio. Pero la mujer, unos años mayor, no tenía
intenciones de tener una relación seria por nadie y ofrecía sus
favores por unas cuantas monedas. Murió en un accidente – Sé lo que
es bailar al calor de las hogueras. – La dijo mirándola
fijamente.
Sara cerró los ojos cansada y se quedó
dormida.
Alex la observó pensativo. Ya
encontraría el modo de informarla que Erika se encontraba bien en
su casa, sana y salva sin haber sufrido daño
alguno.
Su intención inicial había sido partir
hacia América.
La idea de no volver a ver a la
joven le había corroído las entrañas. Esos sentimientos que crecían
en su interior eran nuevos y desconocidos. Habían iniciado una
amistad que había creído sincera. Claro que de haber podido se la
hubiera llevado a la cama en un principio en vez de hacerse el
paciente, tal vez esperando que ella actuara como las demás mujeres
y cayera rendida a sus encantos.
Sara no era como
las demás. No solo había demostrado su indiferencia hacia él como
hombre sino que además, le había ocultado que existía otro. Se
había sentido herido en su ego y su sed de venganza obnubiló su
mente.
El por qué se la había llevado no
tenía una respuesta en concreto. Casi se estaba arrepintiendo de
haberlo hecho. Pero la miraba y una sensación agradable llenaba su
pecho. Era como si teniéndola cerca no pudiera pasarla nada. ¿Por
qué se habría vuelto de repente tan
protector?
La miró dormir durante unos minutos y
dibujó con su dedo el contorno de una tersa mejilla. Sonrió con
malicia. ¿Cómo sería hacer el amor con aquel hada escocesa de
cabellos plateados?
La joven suspiró, entonces Yaron
deslizó su mano hacia el esbelto cuello, su piel era aterciopelada
y suave, caliente. Desabotonó el frente del vestido y sus dedos
temblaron sobre el escote. Una camisola se apretaba contra los
pechos turgentes, perfectos. Cubrió un seno con su mano sin llegar
a presionar.
Sara estaba sumergida en un sueño
profundo, ajena a sus caricias.
Alex tomó aire con fuerza y se
alejó de ella, excitado.
- Pronto – susurró, muy
pronto la tendría no solo calentándole la cama, si no que acabaría
locamente enamorada de él. ¿Acaso no era eso lo que su ego
deseaba?
5
Sara pasó los dos días siguientes
descansado y durmiendo, levantándose en las comidas y cuando sus
necesidades físicas la avisaban.
Cada vez que abría los ojos veía a
Yaron frente al escritorio absorto en sus cosas, pero apenas
conversaban.
Alex salía todas las noches del
camarote y regresaba a la mañana siguiente después de compartir la
estrecha cámara de Castor. Sin embargo la tercera noche, cansado de
dormir en la hamaca decidió ocupar su cama. La joven ya estaba
recuperada y los días de caballero educado y galante quedaban
atrás, por no decir que Sara le encendía la sangre cada vez que la
tenía delante.
La encontró dormida, cubierta con una
camisa que la había prestado. Se echó a su lado sin despertarla y
cerró los ojos esperando que el sueño invadiera su
cuerpo.
No supo el tiempo que estuvo recostado
sin atreverse a mover y al final desistió en su empeño. No podía
concentrarse con ella tan cerca a pesar de que estuviera dormida.
Se aburrió. Se giró a observarla.
Como el primer día de haberla subido a
bordo, desabotonó la camisa de la joven y miró absorto los pálidos
senos. Subían y bajaban lentamente al ritmo de la suave
respiración. Sabía que estaba actuando mal, ¡al menos despiértala!
– le decía su conciencia.
Pellizcó con suavidad uno de los
rosados pezones y esté vibró despertando al
deseo.
Yaron descendió un poco sobre el
colchón hasta que su cabeza se halló frente a los pechos .Eran como
un imán que lo arrastraba sin opción. La
deseaba.
Con miradas furtivas al rostro de la
joven, lamió el pezón saboreando la dulzura del trozo de carne. Era
deliciosa con sabor a miel. La escuchó suspirar y ella se giró
ligeramente.
Alex se detuvo por unos segundos y
como ella no despertara continuó golpeando el pezón con su lengua
en toques cortos y lentos.
Con una mano bajó los cobertores y con
lentitud levantó la camisa de la joven, se hallaba desnuda y él
creyó enloquecer por momentos. Estaba duro, completamente excitado.
No debería estar haciendo aquello y menos mientras ella durmiera –
se repitió, él no era así. Tanto tiempo teniéndola cerca, oliendo
su perfume natural, viendo su sonrisa, escuchando sus charlas sobre
Escocia.
Si decía que no había estado con
ninguna mujer desde que dejara a Kristin en Virginia mentiría,
había calmado sus ansias en un burdel del puerto de Londres antes
de iniciar su viaje hacía Virginia, antes de saber que regresaría
más tarde a por ella. Tampoco había sido muy satisfactorio al no
poderse quitar a la escocesa de su mente. No entendía que podía
tener aquella mujer en especial. ¡Era imposible que le atrajera su
forma de ser! ¡Odiaba a los mentirosos! ¿Entonces
qué?
Observó el vientre pálido, la delgada
cintura, sus caderas redondeadas. Sara era más hermosa de lo que
había imaginado. Quizá el ideal de mujer si no tuviera la lengua
afilada y supiera lo fácil que le resultaba mentir. Era valiente,
espontanea, apasionada.
Después de todo él tampoco iba hacer
mal a nadie. Probablemente Sara ya habría probado los placeres del
acto con su prometido. Nadie tenía porque enterarse de aquello, si
ella no quería.
Con ese pensamiento dejó su mente
libre de culpa, acarició su pierna de arriba abajo para ascender
por la cara interior de su muslo hasta enredar los dedos en el
triángulo de vello dorado. Con un ligero movimiento la insto abrir
las piernas y ella de modo inconsciente lo obedeció, embargada por
las sensaciones que recorrían su cuerpo e imaginando que eran fruto
de algún sueño placentero.
El hombre la encontró húmeda e
irresistible. Sin avasallar introdujo un dedo con lentitud y ella
se arqueó girando su rostro hacia un lado de la
almohada.
Sara abrió entonces los ojos
topándose con su mirada y él vio la sorpresa reflejada en su bonito
rostro.
Él movió sus dedos dentro de su
cuerpo, presionando con suavidad, recorriendo cada centímetro de
cada pliegue, sin apartar la vista de sus hermosos ojos dorados aun
somnolientos. La joven exclamó. Le aferró la muñeca
intentando apartar su mano de allí. ¡Había pensado que estaba
soñando!
Yaron no quiso ceder ni un
milímetro y continuó con su tortura.
Sara lo miraba confusa, con los ojos
entrecerrados. Hasta que la sintió rendirse dejando de luchar
contra él y comenzó a gemir de placer, agitando la cabeza sobre la
almohada. Dejó caer la mano sobre el colchón y se arqueó
entre jadeos.
Las mejillas femeninas adquirieron un
tono rosado y sus ojos avergonzados, se negaron a
mirarle.
Alex imaginó lo que cruzaba por la
mente de Sara… ¡Era indecente! Pero a un tiempo tan
delicioso…
Disfrutó con solo mirarla. Sus
pantalones estaban a punto de estallar y aun así no aceleró las
caricias hasta que sintió que la joven alcanzaba un orgasmo. La
sintió temblar y deseó hundirse en ella. No tentó al
destino.
No quiso pensar en el supuesto
prometido de Sara, estaba molesto con él por el solo hecho de
haberla conocido antes. Nunca se había fijado en si una joven era
virgen o no, eso no había tenido importancia hasta ese momento ¡No
debió mentirle con lo del prometido! – se dijo. ¿Era esa excusa
suficiente para tener a Sara junto a él?
Sara rodó sobre el
colchón arrastrando las sabanas y alejándose todo lo posible de él.
Su espalda chocó contra la pared.
-Necesito arreglar mis ropas –
le dijo sin mirar. Estaba enfadada. No debía estarlo cuando desde
un principio Yaron le había atraído hasta el punto de querer
ofrecerle su virginidad. Aún seguía pensando que sería el hombre
elegido, pero ni loca lo admitiría ante él.
Ese degenerado la había tocado
mientras ella dormía, ¡sin su permiso! Dejando a un lado el hecho
de que estaba encantada con las sensaciones que recién había
descubierto, sentía que debía regañar al hombre por tomarse
semejantes libertades.
La furia que trataba de ocultar tras
los dientes apretados, martilleaba su cabeza sin compasión. ¿Qué
pasaba con ese hombre? En Inglaterra no había sido capaz de robarla
ni un solo beso, y aquí de buenas a
primeras…
Las protagonistas de sus novelas ¿Qué
hacían? ¿Arrojar objetos contra el hombre? Miró algo que pudiera
lanzarle a la cabeza pero no encontró nada
cerca.
También podría gritarle ¿de que
serviría? Dijo una voz en su cabeza – había disfrutado mucho con
sus caricias, tanto… que ya tenía ganas de él… otra
vez.
Alex seguía allí, a los pies de la
cama con los brazos cruzados sobre el pecho, estudiándola fijamente
con una expresión indescifrable en su esculpido
rostro.
Sara se deslizó sobre un lado de la
cama y arrancó las sabanas cubriéndose, caminó hacía un biombo de
estilo oriental que se hallaba en un rincón del
camarote.
Pensó en Paul pero repentinamente lo
echó de su cabeza sin tener ganas de analizar los verdaderos
sentimientos que la unían a él. En cuanto a Yaron o el “Gitano”
¡que engañada la había tenido! De haber conocido su verdadera
personalidad – algo que siempre intuyó de que algo la ocultaba – se
habría lanzado a sus brazos hacía tiempo y sin
miramientos.
Todavía quedaba viaje… y él era tan
guapo… Quizá debía poner en funcionamiento el plan de Erika, fingir
que solo la atraía sexualmente. ¿Sería capaz de enamorar al hombre
y hacer que se casara con ella? ¡Erika! Rogaba a Dios porque se
hallara bien.
Se escabulló tras el biombo y de
repente cayó sobre ella una prenda blanca.
-Sera mejor que te pongas esa
camisa y estos calzones – la volvió arrojar otra prenda – La camisa
que tienes es mía y te queda enorme.
-¿y si no
quiero?
-Iras desnuda. A la gente del
Diábolo le encantará la idea.
-¿pero tú que te has creído? –
Dijo por fin iracunda – que esté en tu barco no te da ningún
derecho sobre mí. Lo que acabas de hacer conmigo
es…
-¿placentero?
Sara no podía verle la cara y a pesar
de todo se estaba vistiendo con las ropas que él la había
entregado.
-¡Bochornoso! ¡No tienes ningún
derecho…!
-Vale, me ha quedado
claro.
Una vez vestida, salió de su
escondite, regañándole y acusándole de abusar de su cuerpo al
tiempo que se recogía las mangas. La prenda era muy larga y ancha,
pero por lo menos estaba limpia y olía de forma muy
agradable.
Evitó en todo momento observar la cama
y clavó la vista en él.
-Lamento haberte excitado tanto
Yaron. – Dijo ahora más calmada - Sé que debí haberte detenido pero
mi curiosidad pudo más... Aun así no estuvo bien eso… que me
hiciste – seguro que estaba roja como un tomate y posiblemente
dejándolo con la boca abierta, pero llegados hasta ese punto quería
dejarle intuir que si la pedía que se acostará con él, no lo iba a
dudar ni un segundo, lo estaba deseando. Quería saber cómo era él y
como sería el acto, claro que tampoco podría decírselo de una forma
tan abierta… Ella no era ninguna furcia ni nada por el estilo, solo
lo había elegido a él para tener su primera experiencia y con un
poco de suerte… quedarse siempre entre sus brazos - ¡Vaya, Paul
jamás…!
-No me hables de él, por favor.
No tengo ganas de comparaciones.
-¡Si no lo iba hacer! – incomoda
recogió las sabanas que había dejado sobre el suelo. Debía simular
que todo aquello no tenía importancia para ella. En ese momento
decidió que quería casarse con él. No sabía cómo, pero lo
enamoraría.
Llenó dos copas con el vino que se
hallaba sobre la mesa y le entregó una al
hombre.
-Entonces te ha gustado ¿No? –
dijo él. No se reía y tampoco parecía
sorprendido.
¡Cómo se atrevía a ser tan grosero y
preguntarla eso! Estaba claro que no iba a
responderle.
-¡eres un prepotente! – siseó
con los dientes apretados. ¿de verdad quería casarse con un hombre
tan egocéntrico?
Escuchó las carcajadas de Yaron y sin
pensarlo le arrojó la copa de vino a la cara con todo su
contenido.
El líquido oscuro golpeó el rostro
moreno y cayó sobre su chaleco oscuro goteando contra el suelo.
Varias gotas burdeos se quedaron colgando de la fuerte
barbilla.
Yaron se abalanzó hacía ella sujetando
sus manos con fuerza y empujándola contra la mesa. Sus ojos azules
la miraron acerados y Sara supo que se había pasado, pero él
también lo había echo. ¡Qué pensaba que no sabía defenderse! No le
tenía miedo, no sabía porque, pero no le
temía.
Alex no decía nada, su aliento daba de
lleno en el rostro de Sara. Por un momento le vio luchar contra
algo, como si quisiera pegarla o estrangularla, sin embargo no hizo
nada de aquello. La soltó, rebuscó algo en un cajón, una camisa
limpia y salió del camarote maldiciendo entre
dientes.
6
Era de noche cuando Alex regresó al
camarote seguido de su grumete.
La encontró acurrucada en el único
sillón que adornaba la sala, con un libro entre las manos. Sobre la
mesa había dejado algunos tomos que no se había molestado en
devolver a la estantería.
Ella alzó los ojos al verlos. El
grumete la observó furtivamente al colocar una bandeja plateada
sobre la mesa.
-Me quedé aquí esperándote
porque no sabía dónde ir – dijo Sara mirando a
Yaron.
El hombre, con una tranquilidad
increíble, despidió al joven y se sentó ante la mesa fingiendo no
haberla escuchado.
-Acércate – su voz sonó suave –
vamos a cenar algo.
Sara obedeció apartando el libro y
dejándolo sobre los demás. Tomó asiento frente a él y observó la
comida. Consomé de gallina y asado de cordero con guarnición de
patatas y habas, finalizaba con un pastel de
manzana.
-¡No pensé que se comiera tan
bien en un barco! – comentó sorprendida.
Alex sirvió la comida en los platos y
sonrió divertido. La señorita listilla, sabelotodo se impresionaba
con facilidad.
-Yo siempre tengo lo mejor – se
encogió de hombros – No todos pueden comer lo mismo. Creo que eres
demasiado afortunada al estar aquí conmigo – como ella le miró
intrigada el prosiguió – Veras, la tripulación piensa que da mala
suerte tener a una mujer en el Diábolo…
-¡Eso es una tonta
superstición!
-Llámalo como quieras, pero a
veces pasan tanto tiempo sin ver una mujer que pueden sentirse…
desesperados.
- ¿y tú, Yaron? ¿También lo
estás?
- No querida, de ser así no me
habría limitado solo a proporcionarte placer a ti – las mejillas de
ella enrojecieron al recordarlo – Hay algo que debes saber – hizo
una pausa para mirarla fijamente – Suelo hacer las cosas a cambio
de algo.
-¿Qué quieres decir? – preguntó
intentando parecer confusa. ¡La iba a pedir que se casaran! No,
ella no podía decir que sí tan rápido.
-Vamos a ser sinceros ¿no?
Después de todo somos… amigos. – Echó la silla un poco hacia atrás
– No tengo ninguna necesidad de tenerte aquí. Es más… nada me
impediría arrojarte por la borda.
-¿estas
bromeando?
- No. Yo no te he invitado a que
estés aquí, sin embargo te he salvado de un destino peor que la
muerte, los hombres que te capturaron pensaban venderte. ¿Has oído
hablar de la trata de blancos?
-¡Claro! – Exclamó con los ojos
abiertos como platos – Eso ya me lo dijiste. Me salvaste de esos…
criminales.
-Así es – asintió con total
tranquilidad.
-Pero somos amigos ¿verdad? –
Sara sintió algo extraño en la boca del estómago. Yaron la había
salvado… de lo más horrible que le puede pasar a una mujer. ¡Como
en las novelas! Sin embargo no podia evitar la extraña sensación
que recorrió su espalda e hizo que el vello de su cuerpo se
erizara.
- Bueno, nunca he creído mucho
en que un hombre y una mujer puedan ser… ¿amigos? Me caes bien y
eres preciosa – se encogió de hombros – Te perdono por haberme
ocultado lo de tu prometido, pero creo… - carraspeó – Me gustaría
que nos conociéramos un poco más… a fondo.
-Vamos que te quieres casar
conmigo ¿No? – preguntó ella pinchando una haba con el
tenedor.
-¡¿Qué?! ¡¡No!! – Yaron soltó
una tremenda carcajada – Quizá cuando lleguemos… Pero aquí –
extendió las manos – en un barco…
-¿quieres que sea tu amante? –
fingió no estar decepcionada. Ese era un juego donde podían hacer y
deshacer los dos.
- ¡No te extrañes! Estas
prometida ¿no?
Sara deseó gruñir pero se contuvo.
¿Qué pensaba, que era una cobarde? ¡Ja! Entrelazó los dedos ante
sí.
-¿si te cansas de mi antes de
acabar el viaje… que harías?
Ahora fue él el sorprendido. ¿Ella lo
estaba considerando?
En verdad que solo pretendía
asustarla ya que sus dotes de seductor con ella no habían
funcionado. ¡Qué demonios! Si ella se le entregaba no iba a
desperdiciar más días en tratar de hacerla sucumbir. Posiblemente
en cuanto la poseyera se rompería el hechizo que había vertido
sobre él y cada uno podría continuar con su
vida.
¿De verdad Sara pensaba que podría
arrojarla a los tiburones?
- Un trato es un trato –
respondió intentando mostrarse sereno, de solo pensarlo su cuerpo
reaccionó con una fuerte erección.
Sara lo acicateó
más.
-Supongo que sería imposible que
mi padre se enterara de nuestro acuerdo. Mi familia no lo
soportaría.
-Difícilmente cualquier miembro
del Diábolo irá con el chisme.
-¡Me imagino! – se mofó
nerviosa. Una vez que se acostara con él le echaría el lazo de por
vida.
Alex dejó de comer y la miró con los
brazos cruzados sobre el pecho, ella se mordía las uñas
intranquila.
- Si necesitas algo de tiempo…
para pensar…
-¿y si quedara embarazada? He
oído que eso puede pasar.
El hombre se tensó. Se le cruzó por la
imaginación que Sara pretendía engañarlo de alguna manera, quizá le
quería llevar a un campo peligroso donde tuviera que tragarse sus
propias palabras.
-¿Qué querrías hacer? – la
preguntó con otra pregunta tanteando el terreno. La joven era muy
lista y avispada, con su palabrería intentaba confundirlo y él
tenía plena conciencia de ello.
-¡Yo no deseo un hijo! –
Contestó .Y era verdad. No estaba preparada para eso y decidió dar
más énfasis a sus palabras – Paul aceptaría el hecho de que no
fuera virgen, pero llevarle un crio…
-¿Y entonces? – insistió él,
comenzado a enfurecerse. ¡Estaba hasta el gorro de oír hablar de
su… Paul! Si se quedaba embarazada… ella… ¡se casarían! ¡por
supuesto!
-Me tendría que quedar contigo
hasta que naciera y luego me devolverías a mi casa – respondió ella
fingiendo un desinterés total, cosa que no sentía en
absoluto.
-¿rechazarías a tu hijo? –
preguntó atónito. Insensible y cruel eran adjetivos que en ese
momento la definían con precisión.
Sara se encogió de hombros al percibir
su tono frio. ¡Yaron se lo estaba tragando
todo!
-¿Qué sugieres que podría hacer?
– Se inclinó hacia adelante cuando habló. “Podrías pedirme de una
vez por todas que me casara contigo. Pensó.” Su plan no parecía
estar funcionando.
Alex se incorporó tratando de
controlar su enojo. ¿Realmente ella sentía lo que
decía?
-De acuerdo. En el supuesto caso
de que hubiera un… hijo – las palabras se atragantaban en su
garganta – Me haría cargo de él, pero me temo que habría que
alimentarle los primeros meses y me niego a que lo haga una
nodriza.
Sara también se puso en pie. Había
perdido el apetito.
-Supongo que podría vivir en tu
plantación de Virginia – el hombre asintió – Me quedaré en tu casa
hasta que el bebé no me necesite – “para siempre “dijo su voz
interna. ¿Estaría actuando correctamente? Eso era lo que decía
Erika, fingir que no sentía nada por él -¡Seria mi hijo! ¿Qué clase
de mujer crees que soy?-terminó de decir con
gazmoñería.
- Será mejor que terminemos la
cena – Yaron se cansó del juego y de tanta cháchara. Para que iban
a seguir discutiendo si él haría lo que le viniera en gana. ¿No
estaba ella a bordo del Diábolo? Estuvo a punto de reír, ¡menuda
conversación! Indudablemente esa mujer lo dejaba sin
palabras.
¿Por qué debería tener alguna
consideración con ella?
Y si amaba a otro hombre ¿Por qué se
le iba a entregar con tanta facilidad?
-No pareces muy enamorada de tu
prometido. ¿No sientes lastima por él?
- Paul es la única persona que
me entiende y sabe perfectamente como soy y lo que siento. Jamás
podrías entender eso Yaron. – ¿acaso el hombre ahora la quería
hacer sentir culpable?
-Le conoces muy
bien.
-Lo suficiente – Podía haberle
dicho que era un hombre fuerte y noble de un corazón compresivo.
Atractivo, no tanto como él pero si, muy agradable de ver - ¿Puedo
pensarlo? Me refiero a lo que hablamos
antes.
-Espero que te baste hasta
mañana. Hoy estoy muy cansado. – No era cierto, pero tras la
conversación sus instintos sexuales habían decaído
notablemente.
¡Un hijo! ¡Por Dios en lo que pensaba
esta mujer!
-¿y cuando llegaremos a alguna
costa?
-Tres o cuatro semanas a lo sumo
– contestó apartando la silla de nuevo. Sacó la cabeza por la
puerta y llamo a su grumete para que retirara el servicio. – Es
hora de dormir, descansa lo que puedas.
Ella asintió. El dolor de cabeza había
cesado casi en su totalidad, el golpe que había recibido había sido
bastante superficial, aun así de vez en cuando sentía pequeños
pinchazos.
-¿tu…no te
acuestas?
-Debo hacer unas cuantas cosas.
Habitualmente mi primer oficial se reúne aquí conmigo pero te
dejaremos dormir.
-Ah, bueno, te lo agradezco de
veras.
7
La luz del sol llenaba la estancia
reflejándose sobre un espejo ovalado de marco dorado, que se
hallaba cerca de la estantería.
Sara despertó incomoda bajo la luz y
trató de ocultar su cabeza bajo los cobertores, de pronto se acordó
de Yaron y se incorporó buscándolo con la
mirada.
Estaba sola. Aprovechó el tiempo en
lavarse un poco con el agua de la jofaina de porcelana, dispuesta
tras el biombo. Quería asearse antes que llegara el
hombre.
Ese día estaba especialmente nerviosa,
sobre todo esperando que llegara la noche. Su tonta mente se había
convencido que aquella era la única manera de… atar al hombre, por
otro lado, en un pequeño rinconcito de su cerebro algo le decía que
no podía obligar a alguien a quererla. ¿O
sí?
Intentaba estirar las sabanas cuando
Alex entro en la alcoba con paso decidido. Se giró para
observarle.
-¿Nunca llamas a la
puerta?
-No cuando es mi cuarto
–argumentó fríamente. Parecía cansado y su rostro no era de los más
amables esa mañana.
-Tienes razón – asintió – pero a
mí me gustaría. – Le dio la espalda para continuar tendiendo la
cama y le habló sobre el hombro -¿ya has tomado
café?
-Hace varias horas. Jamás había
conocido a nadie tan perezosa.
Sara se irguió herida en su orgullo
¿perezosa ella? ¡Vale, pues si él lo decía!
-Laura mi doncella siempre dice
lo mismo – mintió como una cosaca. Por normal general siempre era
la primera de la casa en levantarse, e incluso antes que el
servicio. Salía a cabalgar y de esa manera se llenaba de energía. –
Ya te hablé de Laura ¿verdad?
- No me
interesa.
- Bueno, ¡si pareces enojado!
¿Tienes algún problema, Gitano? – uso su apodo
adrede.
Alex se dejó caer sobre la cama todo
lo grande que era, con las manos y las piernas extendidas, con el
rostro girado hacia ella la observó con
seriedad.
-Mi problema ha sido una noche
totalmente desvelado – protestó entre
gemidos.
- ¿Por qué? ¿No conseguiste
dormir?
-Lo intenté, pero parece ser que
necesitas toda la cama para ti sola.
-¿quisiste meterte en mi cama? –
preguntó incrédula.
-Miii cama – rectifico. – Sara,
escúchame. ¿Has sido secuestrada con
anterioridad?
-No, es mi primera vez – le
sonrió con dulzura. ¿Por qué la preguntaba tamaña tontería? ¡Este
hombre era…!
Que guapo se le veía con el
cabello revuelto sobre la camisa blanca. Tenía que rasurarse la
barba que le comenzaba a salir oscureciendo su mentón. Su cuerpo
grande y escultural sobre la cama le llamaba la atención de una
manera anormal. Era perfecto, y no solo por su físico como había
podido pensar en un primer momento. Desde luego si aún no estaba
enamorada de él, no podía descifrar los sentimientos que la unían a
ese hombre. ¡Amigos! ¡Menuda farsa! Ella no sentía lo mismo
por Paul y ese, sí que era amigo de verdad.
-¿crees en el amor,
Gitano?
Él se giró en la cama y entrelazando
los dedos bajo la nuca clavó los ojos en el techo con el ceño
fruncido.
-Sí, ¿Por qué no? – Suspiró – No
estoy enamorado de ti Sara – sonrió sin mirarla – Solo me
atraes.
Sara se mordió los labios, dolorida
con sus palabras, pero consiguió ocultar sus sentimientos bajo una
fría sonrisa.
-Yo no creo en el amor – soltó.
– Por lo menos en el amor verdadero que dura para toda la vida -
¿Por qué decía eso? Sus abuelos se habían querido mucho y sus
padres hasta donde ella sabía,
también.
Sara continuó hablando hasta que un
fuerte ronquido la avisó de su inútil conversación. Le observó en
silencio durante un largo rato, pensando en cómo sería su futuro
junto a ese hombre, preguntándose si algún día él llegaría amarla
de verdad. De momento la había dejado claro que no la quería,
solo era deseo.
La joven se pasó casi toda la mañana,
como las ultimas mañanas de esos días, sentada junto al mirador con
un libro en las manos. No era las novelas a las que estaba
acostumbrada pero a falta de pan, buenas eran
tortas.
Desde su posición podía observar el
timón y parte del navío. Disfrutaba mucho cuando Yaron manejaba el
Diábolo. Veía los músculos de sus brazos tensarse hasta ponerse
duros y su piel bronceada brillando en sudor. También, porque
sentía las furtivas miradas de él, vigilando a ver si lo estaba
observando.
Sara siempre se las apañaba para bajar
sus ojos a la lectura justo en el momento preciso. Mientras le
admiraba a él, no avanzaba en ningún renglón y sus ojos siempre
volvían al mismo párrafo, sin enterarse de lo que había
leído.
Por órdenes estrictas de Alex, no
podía abandonar el camarote si no era con él o acompañada de Simón,
con el que había hecho muy buenas migas. Sara comprendía que si los
hombres estaban tan desesperados como Yaron decía, el encierro en
si la beneficiaba, aunque ello consiguiera aburrirla de
muerte.
-¿Has viajado alguna vez en
barco?
Sara se volvió a mirarlo, por un
momento se había olvidado que el hombre estaba recostado sobre la
cama. Cuando él se incorporó para quedarse sentado sobre el
colchón, Sara advirtió el arete de oro que lucía en la oreja. ¿No
se lo había imaginado hacia poco así? ¡Pues estaba muchísimo mejor
que en sus sueños!
-No,
nunca.
-Si te apetece saber algo, o…
que te cuente algo, no tienes más que
preguntar.
-No necesito aprender nada –
contestó indiferente – Lo importante es que sé nadar en caso de que
este barco tuyo se hunda.
-Imposible, conmigo no se
hundirá.
-Si, hay algo que tengo que
preguntarte – dijo cambiando de opinión - ¿Por qué has fingido
conmigo? Cuando estaba en Londres… te comportabas diferente. Todo
cambio el día del parque ¿verdad?
-No quiero hablar de eso.
Recuerdo que no fuiste demasiado sincera
conmigo.
-¡Eso no es del todo
cierto!
-Ah, sí. Solo querías mi amistad
y para dejármelo claro, me mirabas como si desearas que te tumbara
sobre algún sitio y te hiciera mía. ¿Haces eso con tus
amigos?
-¡Claro que no! – gritó furiosa.
Podía tolerar muchas cosas y otras tantas hacerse la ingenua y
hasta simular darle la razón. Se detuvo en cuanto vio sus ojos
burlones. ¡Estaba intentando provocarla!
Contó hasta diez respirando con
rapidez. Había estado a punto de soltar toda la rabia contenida, en
su mayor parte debido al aburrimiento de hallarse encerrada entre
cuatro paredes con unos aburridos libros… ¡Si, muy aburridos! Unos
tomos que hablaban de longitudes y latitudes y él más interesante
trataba de cómo hacer nudos marineros.
-Por qué atacaste al… ¿era el
águila blanca? – preguntó cambiando nuevamente la
conversación.
-Nos defendimos –
mintió.
-¿y os suelen atacar con
frecuencia?
-No te preocupes por eso, junto
a mi estarás segura.
- ¡Ja! Ni que fuera una niña
para creerme todo lo que digas – contestó. En el fondo, su
respuesta la había llegado al corazón. ¡Cuánta razón tenía! Solo
estaría segura junto a él.
-Una niña precisamente no. – El
hombre soltó una carcajada cuando ella bizqueó y le imitó con voz
forzada y ronca.
-¿Por qué no puedes devolverme
a Londres? – preguntó Sara unos minutos después, cuando ya habían
dejado de reír. – Es porque no quieres
¿verdad?
Yaron se pasó las manos por la cabeza
y desapareció tras el biombo para utilizar la misma agua que usara
ella en la mañana.
-¿Qué te hace pensar que una vez
que regrese a casa, no iré hablar con tu familia para denunciarte
por… pirata?
La jofaina salió volando contra una
pared y el biombo cayó golpeando el piso con
fuerza.
Sara no supo cómo el hombre había
llegado hasta ella tan rápidamente, pero si sabía que la estaba
haciendo daño en los hombros al apretarla con fuerza. Su rostro era
una terrible y fría mascara, mientras que sus ojos de puro hielo la
taladraban.
-Muérdete la lengua mujer o te
juro que te la corto. – siseó
peligrosamente.
Sara se asustó. ¡Esta vez se había
pasado de verdad! ¿No era una especie de chantaje lo que le quería
hacer?
Alex aflojó la presión al percatarse
de las lágrimas que abnegaban los bellos ojos dorados. La lanzó
sobre la cama.
Ella esperó lo peor y cerró los ojos.
Suspiró aliviada al sentir que la puerta se abría y se cerraba con
fuerza.
Alex apoyó la
espalda sobre la puerta que acababa de cerrar y agitó la cabeza
furioso. Escuchó los sollozos de Sara a través de la madera y rogó
por que se calmara en seguida. No había pretendido asustarla de esa
manera, pero la mujer lo volvía loco. En un momento se mostraba
dulce y sumisa y cuando menos lo esperaba, sacaba los ojos de
cualquiera.
Espero unos minutos, los llantos,
lejos de cesar, adquirieron mucha más fuerza y maldiciéndose por
ser tan débil y estúpido volvió a regresar al
camarote.
Ella estaba tendida sobre la cama, con
la cabeza hundida en el colchón. Alex se acostó junto a ella
estrechándola contra su pecho.
Sara se apretó contra él buscando
consuelo, aunque proviniera de ese hombre, no
importaba.
Estaba lejos de su hogar, apartada de
su familia, con rumbo a un país del que ignoraba todo y con un
hombre que desconocía totalmente. Este, no era el Alexander Yaron
que ella había conocido. Pero en ese momento lo único que tenía era
él.
Yaron la dio una multitud de suaves
besos en la sien y en el húmedo rostro hasta que la joven levantó
la cabeza hacia él entregándole su boca. Sus labios se retorcieron
en una comunión ardiente y silenciosa.
Aquel beso no tenía nada que ver con
nada que ella hubiera conocido antes. Muy atrás fue quedando el
recuerdo de su herrero escoces mientras se perdía en los fuertes
brazos morenos que la estrechaban con
ardor.
Sintió la lengua de Alex abriéndose
paso en su boca, acariciando la suya propia como si la absorbiera,
como si pudiera beber de ella y extraerla hasta la última gota de
su alma.
Sara se aferró a él y a sus anchos
hombros, le mordisqueó el labio inferior igual que hacía con
ella.
La desnudó con lentitud, desabotonando
la camisa despacio, sin despegar los labios de ella. Sara tiró de
las ropas de él deseando sentir su cuerpo duro. Entregándose al
hombre, sin ni siquiera pensar que eso era lo que ella había
querido desde el principio. Nunca, ni en sus más remotos sueños, se
sintió como en aquel momento.
La acarició los pechos presionando,
rodeando los senos con sus manos al tiempo que rozaba los pezones
con sus pulgares.
Sara le miraba con los labios
entreabiertos, deseando volver a recuperar su boca mientras su
espalda se arqueaba reclamando más y más. El hombre la besó y
deslizó una de sus manos hasta el triángulo dorado, estaba húmeda,
excitada, preparada para él.
La lengua de Alex comenzó a recorrer
su cuello, lamiendo todo lo que encontraba a su paso hasta llegar a
uno de sus pechos, allí se demoró introduciéndose la pálida carne
en la boca para jugar con el botón rosado e infringirla su
particular castigo, quemándola con el fuego de su
saliva.
Sara acarició su espalda y llevó las
manos hacia el trasero del hombre que aceleró sus caricias al
sentirse irremediablemente excitado, deseándola como jamás había
deseado a ninguna otra mujer.
Penetró en ella con facilidad,
deteniéndose tan solo un poco al topar con la barrera virginal. La
sintió tensarse queriéndolo apartar de sí. Esta vez no podría
obedecerla aunque quisiera, llevaba mucho tiempo soñando con ella,
con su cuerpo.
La besó con suavidad, mirándola
fijamente a los ojos cuando por fin se introdujo completamente en
su interior. El húmedo túnel lo acogió con un calor abrasador y se
hundió en ella una y otra vez hasta que la joven siguió los
movimientos acompasados de sus caderas.
Ambos jadearon juntos, boca contra
boca, no hablaban, tan solo se limitaban a besarse como si les
fuera la vida en ello. Yaron la sintió estremecer bajo su cuerpo,
la levantó las piernas para dar el último empellón llenándolos de
un placer infinito. Ella gritó clavándole las uñas en el trasero y
seguidamente alzó las manos para sostener el rostro del hombre
entre sus palmas y besarlo apasionadamente.
Se abrazaron con fuerza durante varios
minutos. El hombre se retiró ligeramente para no aplastarla con su
peso y hundió sus labios en la suave curva de su cuello. Podían
escuchar los alocados latidos de los corazones que parecían
competir por quien se relajaba antes.
Alex cerró los ojos, satisfecho y
confundido. Lo que sintió con Sara había sido increíble. Ni
siquiera Kristin que era una fiera en la cama y fuera de la cama,
le había hecho sentir de aquella manera y eso le
asustó.
-Supongo que ahora soy tu amate
– susurró ella. Por una vez lo había dicho sin ánimo de ofender,
sin ganas de causar ningún malentendido. Le amaba. Lo comprendía
ahora, siempre supo que acabaría enamorada de ese
hombre.
¡Un soso ingles! ¡No era cierto! Nunca
lo había visto como tal. ¿Qué no buscara un héroe en cada hombre
que viera? No lo había hecho, pero lo había
encontrado.
Haría que se retirara de pirata.
Más de una vez le había preguntado cómo había acabado escogiendo
esa profesión, pero él no se lo aclaró nunca. Ya tendría tiempo de
eso, primero un paso y luego otro, era así como se empezaba
andar.
Alex la miró, estaba tan hermosa con
el cabello plateado revuelto sobre la sabana, las mejillas
sonrosadas y los labios ligeramente hinchados de sus
besos.
-No ha sido tan malo
¿verdad?
-No – musitó ella saliendo de
sus pensamientos.
El hombre confundió su mirada y sus
gestos.
-¿estabas pensando en él? – la
preguntó alzándose un poco. Su voz sonó acusadora, rayando de nuevo
en frialdad.
Sara lo miró aturdida. ¡Paul! Ni
siquiera se había acordado de él después que Alex la
besara.
Tan solo por tener el valor de que él
pensara así de ella volvió a enfurecerse.
-¡No metas a Paul en esto! –
Quiso girarse para darle la espalda, Alex la sostuvo de la cintura
impidiéndola cualquier movimiento. Después de observarla largamente
asintió:
-Eres como las
demás.
Salió de la cama sin mirarla ni una
vez y Sara recordó el último día que había pasado en el
parque.
Yaron se vistió enojado. ¡Sara deseaba
regresar a su país! ¡Que así fuera! La dejaría volver antes que
fuera demasiado tarde y acabara haciendo el ridículo ante esta
mujer. ¡Nunca, jamás se rebajaría a ella! ¿Para qué iba a casarse
cuando tenía tantas experiencias con mujeres
infieles?
-Te llevo de vuelta a tu
preciosa casa – la miró sobre el hombro – como amante… - se encogió
de hombros – como mujer… esperemos que madures en algún momento de
tu vida.
Salió del camarote antes de
pedirla matrimonio y que acabara pisoteando su
orgullo.
Descubrir que amaba a la joven lo
enfureció más. Esta vez no regresó al escuchar su
llanto.
8
-Es una corbeta y se acerca
rápido – dijo Castor pasando el catalejo a Yaron - ¿el
Diablo?
-El Diablo – confirmó. – Nuestro
buen amigo Thomas viene a salvar a la damisela en apuros. Debí
haberlo imaginado.
-¿se la
entregaras?
Alex no contestó y se pasó las manos
por la cara en un gesto cansado.
Thomas Alexander Cochrane X Conde de
Dundonald, marqués de Maranhao era uno de los capitanes británicos
más audaces. Cuando nació, la fortuna de la familia había sido
gastada en su mayoría. Ese fue el motivo de abrirse camino a través
de una carrera militar.
Al igual que Yaron, había sido
alistado como tripulante en varios barcos de guerra
británicos.
En Londres era conocido por Lord
Cochrane y por su política radical. También le llamaban el lobo de
los mares cuando participó en las guerras de la revolución
francesa.
En la marina Británica se dio de baja
y sirvió en las de Chile, Brasil y Grecia.
En contra de la voluntad de su familia
se había casado recientemente con Catherine Celia Barnes, Kitty,
como solía llamarla cariñosamente, una dama de madre
española.
Ahora había perdido la herencia, pero
no su lealtad al reino unido a pesar de residir en Jamaica. Y,
seguramente por haber estado en Londres en ese momento, era por lo
que el Diablo, como le llamaban ahora que comandaba la corbeta
Speedy, le estaba persiguiendo.
Ambos eran muy buenos amigos y habían
coincidido en múltiples ocasiones, aunque llevaban un tiempo sin
verse.
Si Thomas iba en su busca por la
mujer, no tendría otro remedio que devolverla, lo que para sus
propósitos le venía de perlas. ¡No podía confiar en otro para
eso!
Simón también la acompañaría, no
quería que viajara entre gente desconocida y aunque Thomas era
buena persona, su carácter a veces dejaba mucho que
desear.
Viendo como la embarcación se
acercaba, sentía como si algo le tirara desde el estómago hacia la
boca, hacia la misma garganta. ¡Iba a dejar de
verla!
Quizá eso era lo mejor para los
dos.
Sara no merecía haber pasado por todo
eso tan solo por un capricho suyo. Trataría de olvidarla y regresar
junto a Kristin. No es que se fuera a casar ni nada por el estilo,
ahora menos que nunca ya que su corazón no le
pertenecía.
Durante su vida había renunciado a
muchas cosas y Sara era una más, esta vez tan doloroso que daba
miedo.
-¿Y si te niegas? – insistió
Castor.
-No – negó – su padre pertenece
a la cámara de los Lores y puede que esto ayude un poco a Thomas –
se encogió de hombros. No era capaz de decir que realmente se
quería apartar de ella y del influjo que le causaba. No podía
obligarla a quererlo si ya amaba a otro, y él… prefería alejarse.
Hacer como si todo esto no hubiera ocurrido nunca, como si jamás
hubiera conocido al hada de bellos ojos dorados y cabellos
platinos. Olvidarse de sus sonrisas y de sus quejas, de sus accesos
de sinceridad que a veces le divertían sobre manera, de su
maravilloso cuerpo recién descubierto.
Tan solo un gesto de ella podría
haberle hecho cambiar de parecer, pero ese gesto no llegó y Sara,
fue trasladada junto con Simón al Speedy y Thomas inició su regreso
a Londres.
Alex ni siquiera estuvo presente
cuando la joven abandonó el Diábolo y eso produjo un terrible dolor
en el pecho de Sara. Esta vez todo había
acabado.
No podía arrepentirse de haber
conocido a Yaron, de haber disfrutado de sus
caricias.
¡Qué ilusa haber pensado que ella
podría haberlo retenido cuando ninguna mujer lo había
hecho!
Con cierta angustia tuvo que reconocer
que su plan de conquistarlo había fallado. No podía decir que él la
había engañado para llevarla a la cama cuando ella lo había deseado
tanto, sin embargo decirla que no era lo suficientemente madura la
había dejado muerta en vida. ¿Tan ridículo fue su acto de amor? ¿Su
entrega?
¡Alex podía pensar lo que le viniera
en gana! Para ella había sido magnifico, le había sentido suyo
aunque fuera por poco tiempo, le había pertenecido como solo un
hombre podía pertenecer a una mujer.
El viaje a Londres fue desolador a
pesar de que Simón y el Diablo, un hombre muy atractivo, de ojos
grandes y profundos y ondulado cabello castaño claro de largas
patillas que llegaban hasta el inicio de sus mejillas, la tuvieron
entretenida con anécdotas divertidas e historias de sus
vivencias.
Ya había sido informada que Erika y la
otra dama se hallaban bien y eso aflojó un poco el peso de su
corazón, aún así no podía evitar recordar al hombre de ojos
turquesas que… la había abandonado, apartándola de su vida sin
siquiera una despedida.
- Yaron me dijo que no era un
pirata y que viajaba con esa bandera para evitar ser atacado – le
dijo a Simón. La costa inglesa se dibujaba como una delgada línea
divisora entre el cielo y el mar. Ya no debería importarla si era
cierto o no sus sospechas, pero su curiosidad respecto al hombre de
doble vida podía más que ella – No es cierto
¿verdad?
-¿Lo denunciaría si supiera la
verdad?
-No – respondió con
sinceridad.
-El Gitano siempre deseó alzarse
en la marina Británica como un gran capitán. No es tan fácil si no
tienes buenos contactos, y aun teniéndolos como es el caso de
Thomas. Yaron no fue ascendido y te puedo decir, señorita, que él
lo merecía, por su esfuerzo, por su valor, por su constancia. En la
armada no encontró futuro, no le abrieron puertas y nadie le dio
nunca una oportunidad. Pero el Gitano no es un pirata, no señor. Me
gustaría explicarla realmente que es lo que hace porque a mi
entender es muy buena persona…
-Pero lucha y asalta barcos
¿no?
Simón se encogió de
hombros:
-Por una buena
causa.
-¿Cuál? –
insistió
-No seré yo quien lo diga –
contestó rotundamente – Y espero que tampoco trate de averiguarlo
si no quiere ponernos en peligro a todos, incluyendo a usted misma
y a su familia. Intente olvidar todo lo sucedido. Piense que el
Gitano la salvo y punto.
-Él sabía que yo estaba en el
águila blanca ¿verdad?
Simón no la contestó y no volvieron
hablar de Alex.
9
Escocia.
El reloj del vestíbulo marcó las doce
de la noche.
El silencio se vio súbitamente
interrumpido cuando tocaron las campanadas resonando por todos los
rincones de la casa.
Sara se hundió más contra el colchón
de pluma. Se hallaba doblada en dos bajo la fría sabana de
hilo.
El fuego del hogar moría perezoso y la
diminuta llama que quedaba danzaba de un lado a otro, amenazando
con extinguirse en cualquier momento.
Con un juramento se puso en pie sobre
la espesa alfombra castaña y con decisión atizó el fuego echando
más troncos que devorar.
Su dormitorio estaba situado en la
segunda planta y desde la ventana se divisaba la puerta principal
iluminada por dos farolillos.
Apoyó la cara contra el frio cristal y
cerró los ojos pensativa. Hacia tan solo dos días que había
regresado a casa desde Londres, su padre mismo había insistido en
que volviera al hogar con temor a que algo pudiera sucederla de
nuevo. Ella sabía que no era así, aunque rezaba cada noche por que
Alex… la secuestrara, la llevara a su mundo y la colmara de
felicidad.
Debía sentirse feliz, estaba en
Escocia, cerca de sus amigos… ¿Por qué no era
así?
Se encontraba realmente dolorida,
atormentada. Enamorada de un hombre sin escrúpulos, alguien que la
había tachado de inmadura y de ser igual que el resto de las
mujeres.
Abrió los ojos cuando sintió el frio
que traspasaba el cristal y corrió a cobijarse bajo las
sabanas.
A la mañana siguiente, Sara bajó
temprano, como de costumbre y después de ensillar a Nerón, su
caballo árabe de fuerte carácter, resistencia e inteligente por
demás, atravesó los verdes campos hasta llegar al lago en una
cabalgada descontrolada.
Se apeó del animal y hundió las manos
en el agua helada y cristalina. Nerón bufó tras de sí agitando su
cabeza cincelada y moviendo la cola que siempre llevaba en alto.
Era hermoso con su pelaje gris y una ligera mancha oscura sobre uno
de sus ojos. Nerón era tan noble y leal como podía haber sido un
perro.
Regresó justo cuando la doncella
servía un plato de huevos y bacón, el trote siempre conseguía
abrirla el apetito.
-Espero que haya dormido bien
señorita – saludó Laura con una sonrisa jovial, ella no podía
disimular que estaba encantada de haber regresado a casa. -¿Qué tal
su paseo?
- Muy satisfactorio,
gracias.
-Hoy habrá una fiesta en la
aldea, celebran el día de Santa Margarita. Será
divertido.
-No insistas Laura. No me
apetece.
-¡pero estas fiestas la gustan
tanto!
-Ya habrá otra al año siguiente
– miró a la doncella – Erika me dijo que había encontrado un
admirador especial… ¿sabes quién es?
- Es un Lord o un Conde, no lo
sé a ciencia cierta. ¿No la contó nada su
hermana?
Sara negó:
-estaban más preocupados por
todo lo ocurrido. – Y ella se sentía horriblemente mal después de
haber mentido como una bellaca sobre lo ocurrido o más bien al
contar la verdad a medias... No había nombrado más que al águila
blanca ocultando la intervención del
Gitano.
-Quizás tengas razón – dijo
sorprendiendo a la doncella – Voy a salir un rato. ¿Podrías decir
que me preparen el coche?
Laura corrió a obedecer encantada con
sus logros.
El clima allí era muy húmedo y frio,
ese día sin embargo era apacible y el cielo se encontraba
totalmente despejado, no había nubes que amenazaran
tormenta.
El vehículo se deslizó por las
empedradas calles de la aldea. No tenía en mente ningún lugar en
especial, solo quería despejarse y pensar…
Dejaron atrás la herrería sin
que ella echara ni una sola mirada. Todavía no estaba preparada
para ver a Paul. No sabría cómo mirarle a los ojos después de
aquello.
Si Erika estuviera con ella… La
necesitaba tanto. ¡No podía llorar! ¡Ya no la quedaban
lágrimas!
Los días siguientes pasaron con
lentitud y Sara volvió a sonreír de nuevo fingiendo haberse sacado
la espinita que con fuerza se había adherido a su corazón. Había
decidido continuar con su vida y mirar lo que venía con otra
perspectiva.
Varias de sus amigas ya habían ido a
visitarla y Paul, que no había podido abandonar su trabajo, la
había enviado una carta muy divertida y
cariñosa.
Acudió a su primera fiesta convencida
por su gran amiga Francis Cupé. Ambas tenían la misma edad y sus
padres era unos acaudalados terratenientes de la zona, sin embargo
igual que los Hamilton, no presumían ni ostentaban sus
riquezas.
La reunión se celebraba en la mansión
de los Cupé, una hermosa casa blanca de líneas rectas y fachada de
piedra gris que se alzaba con orgullo sobre una hermosa ladera de
verdes praderas.
Toda la planta inferior estaba colmada
de gigantescos ventanales que daban acceso tanto al exterior como
al invernadero que se hallaba en el centro misma de la casa y por
el que deambulaban los invitados, encantados de observar los frutos
cultivados y las hermosas enredaderas que ascendían hacia el piso
superior.
Cuando Sara acudió, ya habían llegado
muchos invitados que tocaban las palmas al compás de varias
gaitas,
-¡Vaya, Francis te convenció! –
la saludó la señora Cupé con una sonrisa
amable.
La joven asintió y después de besar a
la mujer corrió a buscar a su amiga entre el bullicio. En ese
momento vio a Paul a tan solo unos pasos de
ella.
Él la observó con ojos brillantes y
Sara le sonrió con dulzura al tiempo que pasaba la mano sobre la
falda del vestido, una prenda de satén en tono
melocotón.
-Tenía muchas ganas de verte,
pequeña, que suerte que nos encontremos al fin. – Paul tomó sus
manos con afecto.
- Yo también te he extrañado
mucho. Ven, vayamos a sentarnos en algún lugar, quiero que me
cuentes todo lo que has hecho.
Buscaron un lugar apartado lejos del
ajetreo.
-¡Cuenta tú! ¿Ha sido
interesante tu estancia en Londres? Dímelo todo. Aquí sin ti
todo ha sido un aburrimiento.
-Bueno, la ciudad tiene cosas
muy bonitas – le contó todos los lugares que Yaron la había
mostrado luchando encarecidamente contra la nostalgia. -
Erika ya tiene un pretendiente serio y me ha obligado a comprarme
mucha ropa, tanta que tardé varios días en meterla en el
ropero.
Ambos rieron
divertidos.
-Sara ¿Has conocido a
alguien?
Entre ellos no había secretos, aun así
la tensión hizo que Sara apretara los puños tras las
faldas.
-Me hice amiga de un hombre, el
mismo que me enseñó la ciudad. Era divertido cuando no se enfadaba
– casi no podía recordar su risa ni sus gestos amables,
aquellos que la mostrara durante sus días en
Londres.
-¿Cómo se
llama?
-Alexander Yaron – respondió –
pero él no vive en Londres, había acudido para la boda de su
hermana.
Paul asintió observándola con
fijeza.
-¿Te
gusta?
-Lo amo – afirmó. – Siento tan
diferente con él…
Paul la envolvió en un tierno
abrazo.
-¿Os habéis comprometido ya?
Porque como digas que por mi… has esperado…
Sara sonrió aliviada y le acarició la
espalda con su mano. ¡Paul! ¡Su amigo del
alma!
-El no siente nada por mí – se
rió con cinismo – me dijo que era inmadura, holgazana… bueno estas
cosas nunca llegan a buen fin – se tocó el ojo con la punta de un
dedo para evitar que la lagrima fuese liberada – Lo siento Paul, no
debería contarte esto…
-¿Por qué? Sara mírame. Yo
siempre supe que nuestro destino no era estar juntos, primero tu
posición social y la mía, segundo, te quiero muchísimo pero eres
como mi hermana. Luego está el hecho de que tu padre no nos dejaría
ser feliz… - La hizo reír – y que nuestro amor no sería el
verdadero.
-¡Esa clase de amor no existe
más que en las novelas y en las invenciones del escritor! Por
ejemplo Jane Barker o Aphra Behn ¿lo que habían plasmado en sus
novelas eran cosas reales?
- Aphra fue espía, puede que sus
relatos tuvieran más de cierto que lo que nos pensamos ¿no? De
todas formas hay que estar muy ciego para no darse cuenta que lo
que tú sientes es amor verdadero… - levantó la mano para hacerla
callar antes que le interrumpiera – no
correspondido.
-Quiero
odiarle.
Paul elevó las cejas pero no dijo
nada, Sara se lo agradeció, después de todo Yaron no era ningún
problema, ya no estaba en su vida.
-¿Por qué no buscamos a Francis?
¿Te ha dicho que se va a Europa?
10
Londres
El silencio se veía súbitamente
interrumpido cuando llegaban suaves murmullos de la galería.
Algunos invitados habían escogido aquel sitio para descansar y
charlar sin tener que alzar la voz e intentar hacerse oír por
encima de la animada música.
La luna flotaba sobre el satén de la
noche bañando el jardín con un haz de
plata.
Por un pequeño sendero de gravilla
caminaba Erika envuelta en una mantilla y sumida en sus propios
pensamientos. Accedió al camino principal llegando hasta un pequeño
cenador adoquinado desde donde se veía el
estanque.
La luz de la luna se filtraba por
entre las ramas de los árboles formando lustrosos charcos de sombra
y reflejándose en las aguas, como si fuera metal
líquido.
Tras ella se produjo un leve ruido,
como el suave siseo de una prenda. Erika aguzó los ojos con todos
los sentidos en alerta. La brisa nocturna la envolvió y ella buscó
curiosa, estaba segura de que había alguien más
allí.
Sintió un escalofrío al recordar a los
bandoleros y el secuestro de su hermana.
Un brazo robusto rodeó su cintura e
instintivamente dejó de respirar.
-No se asuste – susurró una voz
ronca y masculina.
El temor se apoderó de Erika al no
poder reconocer aquella entonación. Se maldijo por haber abandonado
la casa ella sola, y más por haberse alejado tanto en la oscuridad
y quietud del jardín.
El hombre la soltó y caminó hacia la
luz de modo que ella pudiera identificarle.
-¡Señor Yaron! – Exclamó
aliviada -¡Me asustó! ¿Qué hace aquí? Tenía entendido que había
regresado a su país.
-Así fue –Alex rió
complacido.
Erika tomó asiento en el borde del
estanque e invitó al hombre a que él hiciera lo
mismo.
-¿se enteró usted de lo
ocurrido? La noticia ha tenido que dar la vuelta a medio mundo – le
informó la muchacha.
-Si algo escuché – musitó Alex
odiándose por mentir – Su… su hermana no delató a sus captores ¿Por
qué?
-No sabe quiénes eran, si no ya
los habrían detenido. Cuando ella desapareció fui a buscarlo pero
me dijeron que usted ya había abandonado el país. Su familia se
portó muy bien con nosotros.
Alex soltó por fin la pregunta que
tanto le quemaba en la garganta:
-Sara, ¿se encuentra
bien?
Erika afirmó con la cabeza, pero en
las sombras imaginó que él no la veía bien.
- Regresó a casa, es lo que
siempre deseó.
-Entonces debo suponer que está
feliz en su tierra.
-¿y usted? ¿Por qué está de
nuevo en Londres? Yo pensaba que venía muy
poco.
-He terminado unos negocios y
Andrew me comentó lo ocurrido, pensé que podría encontrar a Sara
aquí – se encogió de hombros - quería saber de su salud, eso
esto todo. Usted ya ha disipado todas mis dudas. También he oído
que usted se ha comprometido, enhorabuena.
Ella asintió con una deslumbrante
sonrisa.
-El Conde de Wakefield se
declaró por fin. ¿Le conoce?
-No, lo
lamento.
Erika se puso en pie y Alex la
imitó.
-Ahora debo marcharme señor
Yaron, salí un poco a pasear pero si mi padre se entera me mata.
Cuando escriba a mi hermana le contaré sobre su
preocupación.
El hombre asintió. Observó como ella
desaparecía hacia la casa.
Respiró hondo y se encendió un
cigarro. De modo que Sara había regresado junto a su
prometido.
Sara y Francis habían estado toda la
mañana haciendo compras, más Francis que se estaba preparando para
su próximo viaje por Europa. Estaba completamente emocionada y
deseosa. Roma, Paris, Madrid… lo conocería todo y recorrería
lugares famosos en la historia.
Sara estaba contagiada por su amiga y
la acompañó de un lado a otro sin dar una sola tregua a sus piernas
cansadas de tanto ajetreo, pero llegó un momento, a última hora de
la tarde, que sus pies se negaron a dar un solo paso
más.
Convenció a Francis para que entrara
sola en la tienda mientras ella esperaba el carruaje que no
tardaría en aparecer.
Estaban en la ciudad de Dundee, una la
más aproximas a sus hogares y también la más concurrida ya que el
negocio había aflorado eso últimos años de manera
esplendida.
Sara observó durante un rato a los
niños que jugaban en una pequeña rotonda. Distraídamente apoyó su
espalda en un ancho tronco de un sauce llorón que lucía orgulloso
como un soberano al mando.
Muy cerca de ella, sobre un banco de
madera al pie de un estrecho jardín, una pareja tomo asiento sin
percatarse de lo cerca que estaba.
Un extraño acento, ligeramente meloso,
llamó su atención.
La conversación no hubiera tenido nada
de inusual si no hubieran nombrado al
Gitano.
Con disimulo bajó la cabeza fingiendo
interesarse en un hilo de su falda y con curiosidad prestó
atención.
-¿… y dices que fue a buscar
marido a Londres? – decía el caballero que vestía un traje rayado y
un ridículo bombín gris oscuro.
- La hermana es la que buscaba
esposo – dijo la dama en tono conspirador. Ella iba elegantemente
vestida en tonos verdes con esmeraldas luciendo de sus orejas y
cuello.
-¿Pero ella está aquí o no? Esa
mujer es la única que puede identificar al
Gitano.
-¿crees que te lo dirá así como
así? Piensa un poco hombre. Si no ha querido delatarlo por algo
será.
-Querida… - dijo en tono
tranquilizador – tenemos una ligera idea de que ese bastardo de
Yaron y el Gitano son la misma persona. ¡Claro que no vamos a ir a
preguntarla! Ella nos lo confirmara aunque tengamos que hacerla
daño. Ella por mi estaría mejor muerta. ¡Es la culpable! ¡Morirá de
todas formas!
Sara se apretó contra el árbol
escabulléndose en silencio.
-¿Y si no habla? – aún conseguía
escucharlos aunque ahora no lograba verlos.
-Avisaremos a Yaron que tenemos
a la señorita Hamilton. Eso será lo primero que
hagamos.
-¿Y si no viene a
buscarla?
-Ya pensaremos en algo, deja de
ser tan negativa. De momento vamos averiguar que saben de esa
damita.
Sara suspiró aliviada cuando vio salir
a Francis de la tienda, el coche también acababa de llegar. Corrió
hasta su amiga y la obligó a meterse en el
interior.
- ¿pero qué pasa? ¿A quién has
visto? ¿Ha venido ese hombre a buscarte? – Francis se inclinó
tratando de mirar por la ventanilla pero Sara tiró de las cortinas
en el momento que pasaban junto a la
pareja.
- Nada – suspiró - ¡Que cansada
estoy! ¿Qué has comprado?
Francis frunció el ceño con una
pequeña mueca de disgusto y la mostró una bonita pamela de
encaje.
-¿no piensas contarme lo que
ocurre?
Sara la miró con los ojos muy
abiertos.
-Creo que tengo un problema – se
humedeció los labios. Su corazón vibraba en su pecho como si fuera
un caballito diminuto dando pequeños saltitos. – Francis… hay
muchas cosas que no te he contado, pero créeme si te digo que es
mejor así. – tomó las manos de su amiga sin importar que estuviera
arrugando el bonito sombrero y las estrechó con
fuerza.
-Es grave
¿verdad?
-Si no me he confundido al
escuchar una conversación mientras te esperaba, diría que sí. Tiene
que ver con los bandidos de Londres.
-Dijiste que no sabías nada de
ellos y que… no me acuerdo del nombre del capitán que te
salvo…
-Gitano. Si bueno, dije muchas
cosas y otras tantas que omití – Yaron nunca sería delatado por
ella. Con solo imaginar que él correría peligro, un frio sudor
cubría su cuello y el vello de la piel se erizaba. -Confía en mí,
Francis.
Ahora ella también estaba en peligro,
tanto o más que él. ¿Pero quién podrían ser esas personas y porque
la culpaban a ella?
11
Paul y Sara cabalgaban plácidamente en
aquella húmeda tarde. El sol apenas se dejaba entrever sobre los
nubarrones negros que amenazaban tormenta.
Trotaban más despacio de lo normal
ajenos a cuanto les rodeaba y el motivo era que Sara le estaba
contando a Paul todo lo ocurrido desde su viaje a Londres. Le habló
de su secuestro por los hombres del Águila Blanca y de su rescate
por un hombre llamado el Gitano, una cosa llevaba a la otra y
confesarle que amaba a Yaron era lo mismo que decirle que adoraba
al Gitano.
Con la seguridad que tenia de contar
con Paul como amigo, también le relató de la extraña conversación
escuchada en la ciudad de Dundee.
Lejos de sentirse aliviada, había
trasmitido su preocupación al joven y ahora Paul trataba de
convencerla de que regresara junto a su padre hasta que Erika se
casara, ya que habían alargado su estancia en Londres hasta final
de año.
Sara se había negado y al final de
mala gana había hecho una concesión, se pondría en contacto con
Yaron, bueno al menos sabia donde localizar a
Simón.
-¡Vayamos hasta la colina! ¡El
último cae vestido en el lago! – dijo Sara incitando a Nerón en una
loca carrera por las praderas.
Sara se despertó intranquila al no
reconocer al hombre que se hallaba inclinado sobre ella, mirándola
con atención.
Alguien apretó su mano y enseguida
giró la cabeza para encontrarse con Laura. La preocupación era
visible en su sonrosado rostro.
Sara, desconcertada, observó el lugar
sin mover la cabeza. Estaba en su dormitorio ¿Cómo había llegado
hasta allí?
Recordó brevemente el paseo a caballo,
regresaban a casa después de ser buena y permitir que Paul no se
bañara en las heladas aguas del lago.
Un ruido ensordecedor había dejado a
Nerón fuera de sí y a pesar de haber luchado con las riendas, voló
hacia atrás y ya no consiguió acordarse de
más.
-¡Qué susto nos dio, señorita
Sara! ¿Se encuentra bien?
-Me caí… - respondió en un
murmullo.
-De no ser por el señor Paul, no
sé qué habría pasado.
-¿Me trajo él? ¿Dónde
está?
-Ahora debe descansar – dijo el
hombre – Se golpeó la cabeza al caer y ha tenido mucha suerte de no
tener fracturas. La recomendaré que se quede unos días en reposo y
por favor, cúmplalo.
-Necesito hablar con Paul…
-insistió.
El doctor la obligó a beber de un
diminuto vaso. Se quedó dormida antes que los demás abandonaran la
habitación.
Paul tenía la suficiente información
para saber qué es lo que tenía que hacer. Se pondría contacto con
el tal Simón y que llamara a su jefe. Desde luego deseaba poner las
manos alrededor del cuello de ese hombre.
Quería a Sara como si fuera su propia
hermana. Siempre habían estado juntos y aunque sabía que ella a
veces podía ser un incordio, era un miembro más de su
clan.
Alexander Yaron era el único culpable
de que ella estuviera en peligro. No importaba que la hubiera
rescatado del otro navío. ¡Era a él a quien buscaban! Y para
lograrlo, utilizarían a Sara.
Cuando entró en Londres se halló
completamente fascinado. Dundee era grande pero ni la mitad de
comparable con aquello.
Nunca había visto tanta gente
caminando por las calles, ni tantos vehículos que quedaban
atascados en mitad de la vía.
Tenía una pequeña noción de donde
hallar al hombre, ese Simón que tanto apreciaba la muchacha, las
tabernas del puerto era el mejor lugar para empezar. Asombrado
descubrió que no se trataba de uno o dos locales, había al menos
tres largas calles con infinidad de tascas.
No fue fácil encontrar a Simón, se
hallaba en una de las tabernas de la zona portuaria de Londres más
alejada, casi perdida, junto a un oscuro
almacén.
Le reconoció fácilmente por las
explicaciones de Sara. Llevaba un desgastado pantalón bombacho
introducido en altas botas de piel. La camisa, siempre abierta en
toda su longitud, era completamente negra y sobre el cuello tenía
varias cadenas de oro de diferentes tamaños y
grosor.
Un pañuelo atado a la cabeza de color
burdeos completaba su atuendo.
Estaba bebiendo una jarra de cerveza y
escuchando atentó las bromas de un par de
hombres.
Su entrevista fue breve pero Paul
salió satisfecho cuando el hombre aceptó avisar a Yaron lo más
pronto posible.
En cuanto regresara iría a ver a Sara.
Necesitaba advertirla a ella misma de lo
ocurrido.
El accidente sucedió de manera
intencionada, alguien había disparado a Nerón, hiriéndolo en
el lomo.
Entre los árboles alcanzó a ver la
forma de un hombre y por un momento había sentido el miedo penetrar
en sus huesos al verse indefenso junto a
Sara.
Tenía muy claro que hubiera dado la
vida por ella, pero ambos hubieran sido puntos fáciles ya que iban
sin armas.
Alex cerró la puerta del despacho con
un golpe seco y se sacó el impecable pañuelo del cuello de un
solo tirón.
En un arrebato de ira, barrió el
escritorio con su brazo, libros y documentos quedaron desperdigados
sobre la alfombra.
Él los miró sin ver. No lograba
apartar a Sara de su mente.
Una y otra vez había luchado por no ir
a buscarla, sin embargo el temor al ridículo de ser rechazado no lo
dejaban pensar con racionalidad.
Se frotó la cabeza con fuerza y caminó
sobre el piso aplastando varios papeles.
El prometido de Sara en persona exigía
su ayuda. ¿Es que ahora tendría que soportarlo a
él?
No tenía ningunas ganas de conocerlo
en absoluto. Durante todos esos días lo había maldecido miles de
veces, lo había envidiado otras tantas.
Hacía varias horas que había
anochecido y todo se hallaba en silencio, a excepción de un perro
que ladraba a la luna desde algún lugar del callejón
trasero.
Una infinidad de estrellas lucían como
diamantes en el velo aterciopelado de la noche que cubría
Londres.
Alex se sentó tras el escritorio y
colocando las manos en las sienes se permitió descansar durante
unos minutos.
De lo que Simón le contó, logró sacar
a conclusión que alguien que lo buscaba, pensaba usar a Sara para
conseguir su objetivo. ¿Pero quién y
porque?
Jamás en su vida se había sentido tan
confuso con respecto a algo. ¿Cuántas veces había hecho dar la
vuelta al diábolo? ¡Hasta sus hombres estaban pensando que había
enloquecido! pero siempre era Sara, Sara y Sara. ¡Dios esa mujer lo
tenía loco!
Golpeó la mesa con el puño cerrado.
¡Si esto no era más que una triquiñuela para
condenarle…!
-¡Soberbia! –siseó entre
dientes.
¿Porque se ponía en contacto con Simón
si seguramente sabía que él no estaba lejos? Su hermana ya la
habría ido con el chisme seguramente… ¿o no?
12
Sara estaba ayudando a los sirvientes
a recoger la ropa que colgaba de las cuerdas, antes de que rompiera
a llover con fuerza.
A las primeras gotas, Cindy y Laura se
habían apresurado hacia el patío exterior y ella, al verlas, corrió
a por el saco donde guardaban las pinzas.
Se avecinaba una fuerte tormenta que
posiblemente durara toda la noche.
Sara miró al portón de hierro. ¡Nadie!
Solo el viento acariciaba los rosales de la
entrada.
Albergaba la esperanza de que Simón
acudiera. Habían pasado dos días desde el accidente y desde
entonces no se atrevía a salir a los
alrededores.
Por descontado no había obedecido al
doctor, estaba algo dolorida pero se recuperaba con
facilidad.
¡No soportaba estar ociosa en la
cama!
Todas las novelas que tenía ya las
habían leído y releído mil veces y tenía pensado enviar a su
doncella a la librería en busca de más.
-¡Vamos señorita Sara! – La voz
impaciente de Laura la sacó de sus pensamientos – Esa es la última
sabana ¡si se queda aquí se mojará!
La joven entró en la casa y enseguida
Cindy la liberó de todas las prendas que tenía en sus
brazos.
Creyó escuchar las ruedas de un
carruaje en el momento que un sonoro trueno resonó en el
firmamento.
Se giró de nuevo a la
entrada.
No se había confundido, por el sendero
se acercaba un vehículo evitando la cortina de agua que ahora caía
con fuerza.
Yaron descendió del vehículo e ingresó
en el porche sacudiéndose la humedad de sus
hombros.
Llevaba el largo cabello negro
recogido en la usual cola de caballo.
Otra vez tenía ante ella al señor
Alexander Yaron que conociera en Londres por primera
vez.
¡Que guapo
estaba!
Sara se sobrepuso de la sorpresa. ¿Qué
hacia Yaron allí y no en Virginia?
-Hola Sara – la saludó con la
voz varonil que recordaba tan bien. – Lamento no haber podido
llegar antes.
-Hay caldo caliente. ¿Te
apetece? – Podía haberle dicho cualquier otra cosa o incluso
sonreírle pero con rabia recordó sus últimas
palabras.
Alex no contestó y pasó junto a ella
cuando se apartó para invitarlo a entrar. Se volvió a mirarla
arqueando las cejas.
-No sé qué decirte – Sara se
encogió de hombros – no te esperaba a ti, pensé que
Simón…
-Pues aquí estoy – la apuntó con
el dedo índice hasta casi rozar su nariz – espero que esto no sea
ninguna jugarreta.
Sara respiró con fuerza, si no se
controlaba volverían a discutir nuevamente. ¿Qué la pasaba con este
hombre que lograba enfadarla tanto?
- ¡Ojala fuera eso! – Negó con
la cabeza – me temo que esto es mucho más serio. – Ráfagas de
lluvia golpearon la fachada con insistencia acompañada por fuertes
golpes de viento – Le diré a Job que te muestre uno de los
dormitorios. Como está el día es imposible que vayas a ningún otro
lado.
-¿Hay alguien más en la casa a
parte de la servidumbre? – preguntó
contrariado.
-Solo usted señor – respondió el
mayordomo que estaba situado tras él.
Sara se había girado para ir a la sala
y Alex la retuvo del codo.
-¿Te has vuelto loca? ¿Cómo
puedes invitar a un hombre soltero a tu casa, sin la compañía de un
familiar?
Ella le miró
sorprendida:
-Lo que tenemos que hablar no
podría hacerlo delante de mi padre – contestó – en cuanto al decoro
me parece un poco tarde por tu parte para eso ¿no? Pero si tu
prefieres invito a toda la aldea y les grito que eres un pirata
¿Qué prefieres?
Alex torció los labios
divertido.
-Te he echado de menos preciosa
– agitó la cabeza -¡qué demonios! Es tu casa ¡haz lo que
quieras!
-Es lo que pienso hacer. –
ella también sonrió pero giró la cara para que Yaron no la
viera.
-Sara, no me gusta perder el
tiempo…
-¿Te espera alguna dama
ansiosa?
El hombre se pasó una mano por la cara
a punto de desesperar.
-¿Mas ansiosa que tú,
querida?
-No te confundas. Yo más bien
diría que estoy ansiosa por que me saques del lio donde me has
metido. Resulta que me preocupo por mi
vida.
-De acuerdo, hablemos
primero.
Sara despidió a Job y dirigió a Yaron
al estudio de su padre.
Pocas veces entraba allí ella sola. No
la gustaba el oscuro decorado y la sobriedad de esa
estancia.
-¡No veo a tu prometido por
aquí! No le molestará que este yo. ¿Verdad?
-Es posible que con este
temporal no venga – Sara sabía a ciencia cierta que era así, pues
había quedado con Paul que ella se encargaría de avisar si acudía
Simón, en este caso Alex. -¿quieres un Brandy, un
whisky?
-Todavía
no.
-¿Por qué te convertiste en
pirata?
-No esperaras que responda a eso
¿verdad?
Sara apretó los puños
nerviosa.
- Hay personas que saben de tu
doble vida y no me refiero a mí…
-¿tu
escoces?
-No. – Como Alex la miró
intrigado ella le relato todo, incluido su
atentado.
-¿Los habías visto alguna vez? –
Sara vislumbró un brillo de preocupación en sus ojos turquesas y
eso la gustó.
- No los conozco pero estoy
segura que hablaban de nosotros. Se han vuelto locos, piensan que
reteniéndome te provocaran. – Se sentó en una silla alta – como yo
sé que no es así, prefiero salir indemne de todo y por eso he
preferido avisarte.
La expresión de Alex se endureció y su
enojo se reflejó en el acerado brillo de sus
ojos.
-¡Claro que me provocarían!
¡Sería capaz de matarlos! – se apoyó en el escritorio y la miró
fijamente. – Tengo que hacer algo. ¿Dices que era una
pareja?
Sara asintió anonadada. ¿Había
afirmado Yaron lo que creía que había
afirmado?
- No entiendo por qué piensan
que yo tengo algo que ver…
¡Algo! ¡Tenía todo que ver! Con
seguridad pertenecerían al Águila blanca, después de todo él había
atacado al capitán Bells por llevar a Sara a bordo, no, él había
acabado con el capitán dándole muerte por llevar a Sara a bordo –
rectificó su mente.
- Hasta que no averigüemos que
buscan no lo sabremos.
Laura golpeó la puerta antes de
abrirla, interrumpiendo así la conversación. Cargaba con una
bandeja que dejó con cuidado sobre el
escritorio.
Sara bebía pequeños sorbos de un vaso
de vino y su postura, rígida como una tabla, delataba su
nerviosismo.
Alex la encontró
bellísima.
Agarró la otra silla que se hallaba
tras el escritorio y la colocó junto a la de ella. Con cuidado
retiró el vaso de la mano de la joven.
-Sé que debes sentirte nerviosa,
pero te va a sentar mal. –Alex sonrió burlón, como si no existiera
ningún peligro - ¿Qué piensas hacer?
-¿Qué? ¡Dímelo tú! ¡Por algo te
llamé!
-No fuiste tú – agitó una mano
para restarle importancia al asunto – Podrías plantearte hacer un
viaje o regresar con tu padre hasta que todo se
calme.
-¿Poner a mi familia en
peligro? No, no y no – agitó la cabeza tan enérgicamente que varios
mechones plateados cayeron de su cabello recogido y quedaron
sobre uno de sus hombros.
-Es cierto. Yo te sacaré de este
lio, después de todo la culpa es mía.
Sara le miró atónita. La estaba dando
la razón y se sintió un poco conmovida.
-Hombre Yaron toda la culpa no
es tuya. Bastante que me salvaste de esos
tipos.
El hombre torció el gesto. Si ella
supiera…
-Al fin estas en Escocia – le
dijo Sara intentando que la conversación no
decayera.
-Hace más frio de lo que
pensaba.
-La falta de costumbre, por
cierto, Paul no es mi prometido – soltó – Nos hemos dado cuenta de
que no existe amor verdadero entre
nosotros.
Los ojos turquesas adquirieron un
extraño y cálido tono.
Las piernas de Sara temblaron y volvió
a tomar la copa de vino al sentir la boca seca de
repente.
Allí mismo, en el despacho, comieron
unos tiernos guisantes que acompañaban a un delicioso pastel de
carne con crema de champiñones.
-Esta riquísimo – dijo Alex con
sinceridad.
-Espera a probar las tartaletas
de limón y fresa.
Los ojos de hombre brillaron
divertidos.
-Siempre me gustó el
postre.
Azorada, Sara esquivó su
mirada.
13
En medio de la noche algo despertó a
Sara.
Al abrir los ojos vio la silueta
masculina recortada en la oscuridad contra el fuego de la
chimenea.
Ya había abierto la boca para gritar
cuando una mano enorme la apretó los labios. Reconoció el aroma de
Alex en el momento en que la ayudó a
incorporarse.
-Soy yo – susurró la voz junto a
su oído – vienen varios hombre hacia aquí.
La soltó la boca y la llevó hasta la
ventana. Desde allí observaron varias sombras que se movían entre
los árboles y portaban parpadeantes
linternas.
-Corre apresúrate a recoger algo
de ropa. Será mejor que salgamos de aquí. A los sirvientes no les
harán nada.
Ella obedeció atravesando el
dormitorio de un lado a otro sacando ropa del
armario.
-Vístete, no tenemos tiempo para
eso.
Yaron llevaba un pequeño hatillo con
prendas que ella había metido y la siguió por las
escaleras.
Sara volaba con los zapatos en la mano
y la parte de atrás del vestido sin
abotonar.
-Por aquí – avisó abalanzándose
por la puerta trasera al tiempo que se colocaba una capa
oscura.
La noche estaba cerrada y la lluvia,
aunque no caía con fuerza, empapaba.
-¿de quién es ese carro? –
señaló el hombre al vehículo que estaba apostado junto a un muro
exterior.
-De la casa, podemos coger a
Molly, la mula.
-Iré yo,
indícame.
Yaron se perdió tras las paredes del
establo.
Sara se acomodó en el carro como pudo
y colocó el bulto en la parte trasera, muy cerca de
ella.
Agudizó los ojos prestando atención a
cualquier cosa que rompiera aquella
quietud.
Suspiró aliviada cuando el hombre
regresó con Molly.
Al cabo de un rato salieron por
un camino embarrado, en el maltrecho carro, que crujía
peligrosamente con cada movimiento, pareciendo que fuera a
romperse.
-¿Dónde vamos Yaron? – Sara se
arrebujó bajo la capa. Sentía el fuerte cuerpo del hombre a su
lado, guiando a Molly en la oscuridad.
-¿Por dónde quedó la ciudad de
Dundee? Con un poco de suerte encontramos un barco en el
puerto.
-¿Un barco? – Repitió – Otra vez
vamos a ir en barco.
Yaron asintió. Tenía los ojos clavados
en cada sombra del camino.
-Iremos a mi casa. Allí estarás
a salvo hasta que aclaremos todo. Enviaras una nota a tu padre
explicándole lo que quieras.
-A lo mejor sí que quiero poner
en peligro a mi familia – musitó
atemorizada.
Yaron la miró con pena. Ella se había
colocado la capucha y miraba al frente de modo que no pudo ver más
que su coronilla cabizbaja.
Sara le indicó la dirección que debía
tomar y viajaron en silencio hasta entrar en la
ciudad.
Dejaron el carro y la mula en unos
establos y buscaron una posada.
Sara cerró la puerta con llave cuando
Alex salió a recorrer el puerto.
La habitación no era más que un cuarto
de paredes amarillentas, que poseía una cama con una mesilla y un
viejo y endeble armario que tenía una de sus puertas colgando y
arrastrando por el piso.
Se arrodilló ante la mesilla y sacó el
papel con los accesorios para escribir, que el dueño de la posada
les había proporcionado.
Las horas se arrastraron con lentitud
y la luz del nuevo día penetró a través de las pesadas cortinas que
cubrían una ventana alargada.
Sara por fin escuchó como
golpeaban a la puerta y después de descubrir que era Alex le dejo
pasar.
-¿Y bien? – preguntó ella
observándole fijamente. Estaba empapado por la
lluvia.
-El Dover esta zarpado y sale en
menos de una hora. Conozco al capitán y he hablado un poquito con
él. La verdad es que le he contado que mi hermana y yo fuimos
asaltados y tenemos que volver a casa.
-¿Y que ha
dicho?
-No hay problema siempre que no
nos retrasemos en llegar. El segundo de abordo compartirá su
camarote conmigo. El navío lleva mucha mercancía por lo que no
seremos muchos pasajeros. El capitán Fergus me dijo que llevaba a
su tía hacia Jacksonville y que seguramente estaría encantada de
compartir el camarote contigo.
-¿Jacksonville? ¿Eso queda cerca
de tu casa?
- sí, posiblemente uno de los
puntos más cercanos. Sara el capitán Fergus es un señor muy amable,
por favor te pido que no hables del Gitano delante de
él.
-Puedes estar tranquilo. No
pensaba hacerlo. ¿Le has dicho que somos hermanos? – se cruzó los
brazos sobre el pecho - ¡Si no nos parecemos en
nada!
Yaron la miró medio divertido.
Ella estaba ideando algo, la conocía bien.
-Diremos que tuvimos diferentes
padres. Tu padre se murió y mi madre se casó con el mío. – dijo
convencida.
-¿Por qué se murió el mío? –
preguntó él arqueando las cejas.
- Mejor decir eso, a que piensen
que te abandono…
-¿Cómo? Bueno, bueno, vale. ¿Has
escrito la carta? – no estaba interesado en los detalles que Sara
inventara.
Ella asintió entregándosela. La
dejarían en la posada para que se la hicieran llegar al señor
Hamilton en Londres.
-¿Por qué estamos en Escocia?
¿Por qué tu acento es mucho más marcado que el mío? – insistió Sara
buscándole los ojos. Tenían que ponerse de acuerdo a la hora de
interpretar.
-Tú has estudiado aquí y he
venido a recogerte. Hace muchos años que no nos vemos y de hecho
apenas conoces Virginia.
-¿Apenas? ¡No conozco
nada!
-Inténtalo Sara. ¡Tiene que
salir bien! – la tranquilizó con un guiñó.
-No saldrá bien – negó con
cabezonería - ¿si me preguntan por el robo?
-Habla de la otra vez de los
bandidos.
Ella suspiró y con un encogimiento de
hombros siguió a Yaron que se abría paso hacia las escaleras que
llevaban al salón.
Sara se había cambiado el vestido por
uno limpio pero ya no tenía más ropa que ponerse, sin contar la
bata, que por un descuido habría dejado caer junto a la
ropa.
-Hay un baúl con prendas de
mujer a bordo – la avisó – no te sorprendas con lo que
encuentres.
-¿Has robado… ropa? – le cogió
del brazo para poder seguir el ritmo del
hombre.
- Si te molesta usar prendas
usadas no lo hagas. – La miró con una mueca divertida y apretó su
brazo capturando la mano de la joven – todo va a salir bien, te lo
prometo preciosa.
Sara tragó con dificultad y caminó con
la espalda erguida junto al hombre hasta el mostrador de piedra con
la base de baldosas de cerámica, un estilo bastante común por la
zona.
Un hombre fuerte, con la cabeza
completamente rasurada, entregó a Alex un pequeño bulto y esté le
dio la carta de Sara. Se despidieron con un rapido apretón de
manos.
-¿Qué te ha dado? – preguntó la
joven intrigada.
-Algo de comer y fruta – metió
la mano y sacó una manzana -¿quieres?
Sara negó con la cabeza. Era raro en
ella pero no tenía nada de hambre, tan solo un nudo en la boca de
su estómago. ¿Estaría haciendo lo correcto fiándose de Yaron, otra
vez?