31

Dejó la pluma sobre la mesa. Había intentado ser tan claro y conciso como pudo al explicar los sucesos de Leipzig y, más tarde, en Islandia. El relato ocupaba más de setenta páginas cuidadosamente manuscritas y le había llevado varios días redactarlo; aún no había terminado la conclusión. Había tomado una decisión y se había hecho a la idea. Se había hecho a la idea de lo que iba a hacer.

Había llegado en su relato al momento en el que iba él por Ægisída y vio a Lothar Weiser entrar en una casa. Reconoció a Lothar de inmediato, aunque no le había visto desde hacía muchos años. Había engordado con la edad y sus pasos eran más lentos y pesados, mientras caminaba enfrascado en sus cosas sin prestarle la menor atención. Su primera reacción, una vez pasado el asombro inicial, fue no dejarse ver, así que se volvió medio de espaldas y fue retrocediendo muy lentamente. Miró a Lothar entrar por la puerta del jardín y cerrar la puerta cuidadosamente, desapareciendo detrás del edificio. Imaginó que el alemán habría entrado por la puerta trasera. Se fijó en una pequeña placa que indicaba que allí estaba la sede de la misión comercial de la República Democrática Alemana.

Se quedó en la acera mirando el edificio como paralizado. Era mediodía y había dado un paseo para aprovechar el buen tiempo. La hora de que disponía a mediodía solía aprovecharla para irse a casa. Trabajaba en una agencia de seguros en el centro. Llevaba dos años trabajando allí y le gustaba, se sentía bien asegurando a las familias contra posibles incidentes desagradables. Miró su reloj y vio que ya era tarde.

A la hora de la cena fue a dar otro paseo, como hacía en ocasiones. Era hombre de costumbres y solía recorrer las mismas calles del barrio, y luego ir por Ægisída, bordeando la playa. Caminaba despacio y se dedicó a mirar atentamente las ventanas del edificio, con la esperanza de ver a Lothar, pero no vio nada. Solamente había luz en dos ventanas, y no vio a nadie en el interior. Iba a volver a casa cuando un Volga negro salió del patio marcha atrás y bajó por Ægisída, alejándose de él.

No sabía lo que estaba haciendo. No sabía lo que esperaba ver, o para qué. Aunque viera a Lothar salir del edificio, no sabía si le hablaría o se limitaría a seguirle. ¿Qué iba a decirle?

Los días que siguieron, cada tarde paseó de nuevo por Ægisída y cruzó despacio por delante del edificio, y una tarde vio a tres hombres que salían de él. Dos de ellos se metieron en un Volga negro y se marcharon, pero el tercero, que era Lothar, se despidió de ellos y subió por Hofsvallagata en dirección al centro. Eran casi las ocho, y le siguió disimuladamente. Lothar caminó tranquilamente por Túngata, siguió por Gardastræti hasta el extremo norte de Vesturgata, y entró en el restaurante Naustid.

Pasó dos horas delante del restaurante mientras Lothar cenaba. Era otoño y había empezado a refrescar mucho por las noches, pero iba bien abrigado, con un abrigo grueso, bufanda y gorra de orejeras. Se sentía como un idiota en aquel infantil juego de espías. Procuró mantenerse lo más cerca posible del cruce de Fischersund, intentando no perder de vista la puerta de Naustid. Cuando Lothar salió por fin, bajó por Vesturgata y Austurstræti en dirección a Thingholt. Se detuvo junto a una caseta que había en el patio trasero de una casa de Bergstadastræti, a no mucha distancia del Hotel Holt. La puerta de la caseta se abrió y alguien hizo entrar a Lothar. No pudo ver quién era.

No podía ni imaginar lo que estaba ocurriendo, y la curiosidad hizo que se dirigiera, aunque no muy seguro de sí mismo, hacia la caseta. La luz de las farolas no alcanzaba hasta allí y fue caminando despacio, con mucho cuidado, hasta quedar envuelto por la oscuridad. Se percató de que en la puerta había un candado. Se aproximó a una pequeña ventana que había en un lado de la caseta y se asomó por ella. Había una lámpara de sobremesa encendida, que derramaba su luz sobre la mesa, y bajo su resplandor vio a los dos hombres.

Uno de ellos se inclinó sobre la mesa y de pronto vio quién era y se apartó de la ventana como si hubiera recibido un puñetazo en el rostro.

Era un antiguo amigo suyo de la Universidad de Leipzig, a quien no había visto desde entonces.

Emil.

Se alejó de la caseta almacén, subió la calle otra vez y estuvo largo rato esperando hasta que Lothar volvió a salir con Emil, quien desapareció de nuevo en la oscuridad de la caseta, mientras Lothar volvía a dirigirse hacia la parte oeste de la ciudad. Siguió al alemán, sumergido en horribles pensamientos, intentando comprender lo que había visto. No era capaz de imaginar qué clase de relación podía existir entre Emil y Lothar. Creía que Emil vivía en el extranjero. Aparte de eso, no sabía mucho de sus compañeros de la Universidad de Leipzig.

Le dio vueltas y más vueltas sin conseguir llegar a ninguna conclusión. Finalmente, tomó la decisión de ir a ver a Hannes. Ya lo había hecho una vez, nada más llegar desde la RDA, para hablarle de lo sucedido a Ilona. Era posible que Hannes supiera algo de Emil y Lothar.

Lothar desapareció en el edificio de Ægisída. Esperó un rato a bastante distancia, antes de marcharse a su casa, y de repente llegó a su memoria aquella extraña e incomprensible frase del alemán la última vez que se vieron:

«Busca más cerca».