16

Ansias de viajar

Gemma llegó a un pueblo una media hora después de partir de la casa de Sawyer, pero estuvo un buen rato dando vueltas con el coche antes de parar. Necesitaba estar segura de que tenía la cabeza despejada y el hambre bajo control.

En realidad, eso fue lo que la hizo detenerse por fin. Supuso que comer comida de humanos le calmaría un poco el apetito.

Lo único que sabía Gemma acerca de la supuesta dieta de las sirenas era lo que Lexi le había dicho cuando estaban en la cabaña, en la isla de Bernie. Penn quiso que se comiera a Álex, y Lexi trató de convencerla de que comérselo sería delicioso.

Sin embargo, Gemma no estaba segura de cuánto habría de verdad en eso. A juzgar por lo que decían las sirenas, ella suponía que, de alguna manera, necesitaban alimentarse de humanos pero no estaba segura de qué significaba eso. Tal vez se limitaran a beber sangre como los vampiros. No creía que se tragaran a la persona entera de un bocado.

Lo único que sabía Gemma a ciencia cierta era que no quería averiguarlo. Todavía no había llegado al punto en que el canibalismo le pareciera apropiado, y esperaba no llegar nunca a él.

Aun así, tenía que comer algo, de modo que había aparcado detrás de un restaurante. Le habría gustado hacerlo en la parte delantera, pero estaba todo ocupado. Al igual que Capri, aquella era otra ciudad balnearia, sólo que mucho más grande. El restaurante era un asador, y por eso lo había elegido. Pensó que comerse un churrasco bien jugoso sería lo más parecido a comerse a una persona.

Antes de bajarse del coche, Gemma se miró en el espejo. Había conducido hasta allí con las ventanillas abiertas y, aunque había tenido el cabello al viento durante más de una hora, lo llevaba igualmente fantástico. Gemma tuvo que admitir que su aspecto era despampanante. El brillo que se había ido apagando en los últimos días había vuelto a relucir.

Se preguntaba si aquello tendría algo que ver con el hecho de que besara a Sawyer. A Gemma se le ocurrió que tal vez las sirenas se refirieran a aquello. Tal vez no se comieran a los muchachos en el sentido literal, sino en el figurado. Tal vez fueran una especie de súcubos que se alimentaban de sexo y lujuria.

A decir verdad, aquello tampoco le hacía demasiada ilusión. Bastante culpable se sentía por haber besado a Sawyer. No podía ni imaginarse lo mal que se sentiría si tuviese que acostarse con él. Estaba enamorada de Álex y, aunque no volviera a verlo nunca más, si se iba con otro siempre sentiría que lo había engañado.

Además de eso, ella siempre había imaginado que su primera vez sería romántica, con alguien a quien amara, y no porque se fuera a morir si no practicara sexo.

Pero si le daban a elegir entre matar a alguien o acostarse con alguien, Gemma se quedaba con lo último.

Por supuesto, no tenía ni idea de si todo se reduciría a eso. Ella había visto el tipo de monstruo en que se había convertido Penn, toda ella colmillos y garras. Dudaba de que esa apariencia fuera sólo por diversión. Esos dientes tal vez sirvieran a algún propósito, como por ejemplo devorar chicos.

A Gemma le sonaron las tripas, y eso la hizo entrar en acción. No se había puesto los zapatos, pero, al menos, llevaba una blusa encima del biquini. De lo contrario habría sido un verdadero problema conseguir una mesa en un restaurante.

Como Penn y Lexi estaban siempre de compras, Gemma decidió revisar el maletero del coche de Sawyer por si las sirenas hubieran olvidado algún par de zapatos sin querer. Cuando abrió el maletero, resultó mejor de lo que esperaba.

Había varias bolsas repletas de ropa. En seguida encontró un par de sandalias, y después halló el premio gordo: un monedero con algunos billetes de cien dólares y una de las tarjetas de crédito de Sawyer. Eso era fabuloso, ya que a Gemma ni se le había ocurrido llevar dinero cuando huyó.

El asador parecía bastante elegante, así que Gemma siguió buscando entre la ropa por si encontraba algún vestido más bonito que el que llevaba puesto. Tocó una tela con flores estampadas y, antes de tirar de ella lo suficiente como para saber si era una falda o un vestido, vio que estaba llena de manchas de color rojo oscuro.

Era inconfundible. La tela estaba manchada de sangre. El corazón le latía con un ruido sordo y apagado en el pecho. En cuanto se dio cuenta de lo que tenía en las manos, soltó la prenda porque no quería tocar la sangre. Se calzó las sandalias a toda prisa, buscó el monedero y cerró el maletero de un golpe.

Gemma se quedó mirando el maletero, tragando saliva e intentando disminuir el pánico que le invadía el pecho. Sabía que las sirenas eran monstruos. Tenía que asumir que hacían cosas malas. Pero no podía pensar en eso. No podía hacer nada al respecto. Al menos, no por ahora.

Lo mejor que podía hacer era controlarse, comer algo antes de perder la cordura y decidir cómo iba a lidiar con aquella situación.

Tuvo que atravesar el largo callejón que rodeaba el restaurante para llegar a la entrada principal y eso le dio tiempo para calmarse. Cuando entró, ya se sentía lo bastante normal como para sonreírle al maître.

Se le veían los tirantes del biquini, y quedaba claro que su ropa no era la apropiada para aquel lugar. No era un restaurante de lujo, pero era lo bastante refinado como para que no la dejaran entrar por el hecho de llevar sandalias y blusa. El maître la había mirado como si fuera a decirle exactamente eso, pero entonces ella le sonrió, y todo cambió.

Se disculpó efusivamente porque aún tardaría en encontrarle una mesa libre, y le pidió que esperase en la barra hasta que quedara libre alguna. Gemma le dijo que no corría prisa, por temor a que, literalmente, echara a alguien a patadas con tal de hacerle sitio a ella.

Se estaba poniendo el sol cuando llegó y, a juzgar por la cantidad de gente, supuso que había llegado justo en la hora punta. La gente se iba ya de las playas y entraba allí a comer.

Mientras cruzaba el restaurante hasta la barra, sentía que la gente la miraba. Le pareció que se hacía un silencio en la sala cuando ella pasaba caminando. Todavía no estaba acostumbrada al poder de las sirenas.

—¿Qué le sirvo? —le preguntó el barman sin que le diera tiempo ni a sentarse en el taburete.

—Hum, con una coca-cola Cherry me bastará —contestó Gemma.

—En seguida —dijo él, sonriendo alegremente antes de salir como un tiro a preparársela.

Había un tipo a dos taburetes de ella, con un té helado de Long Island en la mano. Gemma lo miró de soslayo y vio que la estaba mirando. Al parecer, él lo tomó como una invitación y se fue a sentar al lado de ella.

—Eh —dijo con acento sureño—. ¿Qué vas a tomar?

—Coca-cola Cherry. —Apenas habían salido esas palabras de su boca cuando apareció el barman frente a ella con la bebida.

—Te he puesto un par de cerezas extra. —El barman le guiñó el ojo y señaló las tres cerezas al marrasquino que flotaban arriba.

—Gracias —dijo Gemma.

Otro cliente llamó al barman desde la otra punta, y él se alejó de mala gana a hacer su trabajo.

—Y bien… —El tipo que estaba al lado de ella se reclinó sobre la barra y se le acercó más—. ¿Eres de por aquí?

—No. —Gemma miraba deliberadamente hacia delante y revolvía la bebida con la pajita. Quería comerse las cerezas, pero tenía miedo de que eso pudiera malinterpretarse como un gesto seductor por su parte, y no quería que el tipo que estaba junto a ella se hiciera una idea equivocada.

—Yo tampoco —continuó el tipo—. Aunque el pueblo es muy bonito.

—Sip.

—Sí. —Él le dio un largo trago a su bebida antes de volverse hacia ella—. A propósito, soy Jason.

Ella le sonrió apenas, intentando ser amable.

—Gemma.

—Encantado de conocerte. —Le tendió la mano, pero ella no se la estrechó.

Jason era bastante atractivo, pero parecía mucho mayor que ella. Y eso sin mencionar que ella no tenía ninguna intención de liarse con nadie. Había huido de Sawyer y de las sirenas para evitarlo. Además, Jason no era Álex.

—¿Estás aquí sola? —le preguntó.

—Estoy cenando sola —le aclaró Gemma—. Necesitaba un rato para mí.

—Ah. —Él se rascó el cabello rubio rojizo y, durante un momento glorioso, ella pensó que había captado el mensaje—. Una cosita tan guapa como tú no debería cenar sola. ¿Por qué no cenas conmigo?

—¿No crees que soy un poco joven para ti? —preguntó Gemma. El tipo tal vez le doblara la edad.

—¿Es eso lo que te preocupa? —Jason se rio jovialmente, como si hubiera resuelto un problema que Gemma ni siquiera sabía que necesitara resolver. Luego se inclinó más cerca de ella, casi susurrándole—. Cuanto más joven, mejor; eso es lo que digo siempre.

—Guau —dijo Gemma—. La verdad es que eso es repulsivo.

—Oh, vamos, bonita. —Le rozó el brazo con la mano de un modo que tal vez buscaba seducirla, pero que le puso los pelos de punta. Ella se apartó de su lado.

—¿Te está molestando? —le preguntó el barman, que se inclinó sobre la barra y le clavó la mirada a Jason.

—Sólo nos estamos divirtiendo un poco, eso es todo —rio Jason y se alejó de Gemma con la intención de parecer más inocente de lo que era en realidad.

—¿Te está molestando? —repitió el barman, esta vez con la mirada fija en Gemma.

Con el rabillo del ojo, Gemma había visto que el barman estaba revoloteando cerca de ella, olvidándose a veces de los otros clientes. Ahora, en el otro extremo de la barra, había un muchacho que no dejaba de mirarla con cara de baboso, lo que irritaba mucho a su acompañante. Y Jason estaba a su lado, intentando ponerle la mano en el muslo disimuladamente por debajo de la barra.

Gemma había albergado la esperanza de sentarse tranquila, cenar en paz y pensar en lo que debería hacer. Pero era obvio que ese no era el lugar más apropiado. Se hallaba demasiado lleno, y ella estaba llamando demasiado la atención.

—¿Sabes qué? Creo que me voy —dijo Gemma. Jason hizo un puchero, ella no le hizo caso y apartó bruscamente la pierna, alejándola de su mano.

—Ni siquiera te has terminado la coca-cola Cherry —dijo el barman—. Y si él te está molestando, puedo hacer que lo echen.

—¡Oh, vamos! —protestó Jason, levantando los brazos al aire—. ¡Yo no estaba molestando a nadie! ¡Sólo estábamos charlando!

—Siempre estás acosando a las señoritas —insistió el barman, que miraba furioso a Jason—. Deberíamos prohibirte la entrada.

—¿Cuánto le debo? —preguntó Gemma, interrumpiendo su discusión.

—Nada. —El barman le sonrió.

—Puedo invitarte —se ofreció Jason.

—De eso nada —dijo ella bruscamente—. ¿Cuánto es?

—Invita la casa —dijo el barman, suavizando el tono—. De todos modos, no has tomado nada.

Ella quería rebatirlo, pero sobre todo quería irse de allí.

—Gracias —se limitó a decir, y se bajó del taburete.

Gemma salió rápido del restaurante. Quería correr pero se obligó a caminar a una velocidad normal. Le rugían las tripas, y sabía que tendría que encontrar otro lugar donde comer. Ya casi había oscurecido, y ella no conocía el pueblo, así que quería darse prisa.

Ya estaba doblando la esquina cuando oyó unos pasos que retumbaban detrás de ella. Miró hacia atrás y vio que Jason corría a su encuentro.

—Has salido como un rayo, ¿eh? —Jason le lanzó una sonrisa arrebatadora cuando la alcanzó—. Discúlpame si ahí dentro he dicho algo ofensivo.

—No, no has hecho nada —le mintió, y meneó la cabeza—. Lo que pasa es que no había reparado en lo tarde que se ha hecho. Tengo que irme a casa.

—Todavía no has comido nada —le recordó Jason—. Déjame llevarte a algún lado. Te conseguiré algo especial de verdad.

—Tranquilo, estoy bien —insistió Gemma. Dobló el callejón que la llevaba al aparcamiento donde había dejado el coche y Jason no se apartó de su lado.

—Por favor, Gemma —le rogó—. He sido un estúpido allí dentro. Vuelve a entrar. Come algo conmigo. Déjame compensarte.

Ella se relajó un poco y aflojó el paso, pero de todos modos no quería regresar, ni comer con un extraño. Lo que más quería era irse de allí.

—Lo siento. —Ella levantó la vista y le sonrió—. Ya no tengo hambre. Debería irme.

—Espera. —La tomó del brazo cuando ella empezaba a alejarse y, si bien no le dolió la manera en que la sostuvo, no le gustó—. Si no tienes hambre, hay unas cuantas otras cosas que podríamos hacer.

—Tengo que irme a casa. —Ella intentó apartar el brazo, pero él la sostuvo con más fuerza.

—Sé que soy mayor, y eso te asusta, pero no es motivo para que seas tímida —le sonrió, pero había algo amenazante en aquella sonrisa que la hizo retroceder.

Se zafó de él gracias a su fuerza de sirena, pero entonces bajó la guardia y él la atrapó. La arrinconó contra una pared de ladrillo y puso un brazo a cada lado de ella, inmovilizándola con su cuerpo.

—Vete —insistió Gemma—. Jason. Por favor. Vete.

El hecho de que ella pudiera zafarse de él no significaba que quisiera hacerlo. Sería mucho más fácil, y evitaría montar una escena si él se limitara a irse por su propia voluntad. El callejón estaba desierto.

—¿Que me vaya? —Se rio de forma tenebrosa—. Amor mío, te voy a enseñar otras maneras de irse.

Él frotó su cuerpo contra el de ella, y algo estalló en su interior. No era el tipo de deseo que había sentido antes, en la casa de Sawyer. Al principio se acordó de cuando iba a nadar, cuando el océano le tocaba la carne y el cuerpo empezaba a transformársele. Ese era el tipo de cosquilleo que la recorría.

Pero en vez de sentir el cosquilleo en las piernas, lo sintió en los brazos y en la boca. Le temblaban los labios, y le cambió la visión. No era capaz de explicarlo, pero era casi como si le hubiesen cambiado los ojos y se le hubiesen dilatado las pupilas, de modo que podía ver mejor en la oscuridad.

Jason se estaba frotando contra ella e intentaba besarle el cuello; movía la boca bruscamente contra su piel, mientras le toqueteaba el pecho con torpeza. Alzó la vista, tal vez para comprobar si Gemma estaba disfrutando tanto como él, y puso los ojos como platos.

—¿Qué coj…? —murmuró, y esas fueron las últimas palabras que Gemma le oyó decir.