14
El ansia
Gemma se pasó toda la mañana en el océano, nadando con Thea, Penn y Lexi. Penn le dijo a Sawyer que se quedara porque quería nadar más lejos y más rápido de lo que él podía ir. Y aunque Gemma odiara admitirlo, eso la alegró.
Penn la guio más lejos de lo que ella nunca se había aventurado por su cuenta. Gemma se había puesto límites, porque temía disfrutar más de lo debido, pero con su nueva promesa de seguir los consejos de Penn se permitió disfrutar de la exploración.
Las cuatro nadaron juntas, aleteando entre sí como si estuvieran interpretando un ballet bajo el agua. Penn nadaba rápido, las hacía avanzar y ahora, seguramente, estaban a kilómetros de la orilla. No sólo eso, sino que también nadaron a más profundidad de lo que Gemma había hecho antes.
La luz del sol apenas atravesaba el agua, y estaba tan oscuro que Gemma casi no veía. Por suerte, las escamas iridiscentes de las colas de las sirenas brillaban incluso con la poca luz que había ahí abajo, así que Gemma pudo seguirles el rastro.
Cuando por fin salieron a la superficie después de nadar como flechas por el océano, persiguiéndose unas a otras y a todo tipo de vida marina que se les cruzara en el camino, Gemma se sintió aliviada. Cuanto más profundo iban, más fría se ponía el agua, hasta que Gemma estuvo a punto de temblar. Ahora el sol le calentaba la piel mientras ella contemplaba las olas a su alrededor.
—Ya te dije que era un día fabuloso para ir a nadar —le dijo Lexi con una ancha sonrisa, mientras nadaba a su lado.
—Todo es mucho más fácil cuando sigues el juego… —indicó Penn, con una mezcla de seda y desdén en su voz—. ¿No es así, Gemma?
—Así es —admitió ella, y se limpió el agua salada de los ojos—. Pero creo que voy a regresar a la orilla.
—Eres una verdadera aguafiestas.
Lexi fingió que hacía un puchero, pero Gemma no creía que le importase gran cosa si ella se quedaba o se marchaba.
—Perdonad, chicas. Ya he nadado bastante por hoy.
Penn la miró entornando los ojos, como si tratara de descifrar algo.
—No te estarás cansando, ¿verdad?
—No. —Gemma le dirigió una sonrisa forzada—. Tan sólo me ha entrado un poco de frío. Creo que necesito tumbarme en la playa.
Penn no pareció convencida, pero se encogió de hombros como si no le importara.
—Haz lo que quieras. Thea, vuelve con ella.
Thea suspiró y no discutió con Penn, pero a Gemma le pareció entrever un atisbo de decepción. Thea parecía haber estado disfrutando. Había perseguido una tortuga de mar durante un rato, y Gemma no quería hacer que Thea saliera si todavía se estaba divirtiendo.
—No, está bien —dijo Gemma—. Thea puede quedarse con vosotras, chicas. Conozco el camino de vuelta hasta la orilla.
Thea y Gemma miraron a Penn, esperando su respuesta; al rato, Penn asintió con la cabeza.
—Bueno —dijo Penn—. Nos vemos cuando volvamos.
Gemma se volvió y se encaminó de vuelta a la casa de la playa, un poco sorprendida de que Penn la hubiese dejado ir. Daba la impresión de que Gemma había dado pruebas suficientes de lealtad, de modo que Penn había empezado a confiar en ella. Tal vez fuera algo bueno.
Se quedó cerca de la superficie del agua mientras nadaba, para que el sol le calentara la espalda mientras volvía hacia la playa.
No mentía cuando dijo que tenía frío, pero esa no era la única razón por la que quería volver. Se estaba cansando. Le resultaba difícil seguirles el ritmo a las otras sirenas, y creía que eso tenía que ver con el hambre terrible que la atormentaba en la boca del estómago.
Las aletas tardaron en transformársele otra vez en piernas cuando llegó a la arena, y el estómago le dio un vuelco. Thea le había dicho que nadar todos los días sólo la ayudaría a aguantar su necesidad de alimentarse por un tiempo, pero Gemma estaba dispuesta a postergarlo todo lo que fuera posible.
Tragó saliva y se obligó a ponerse de pie, aunque debajo de ella sentía que las piernas le temblaban. Cuando se puso la parte de abajo del biquini que había dejado en la playa, estuvo a punto de desplomarse. Esperó un minuto, tratando de recuperar el equilibrio, antes de ponerse la blusa por la cabeza.
Cuando logró llegar a la casa ya se sentía un poco mejor. Parecía que le estaban volviendo las fuerzas, y las puntadas de hambre en el estómago se le habían calmado. Aquel día la transformación había sido extenuante hasta extremos inusitados. Eso era todo.
Gemma pensaba subir a su cuarto a tumbarse un rato, pero Sawyer la interceptó justo cuando llegaba a la escalera.
—Eh, Gemma.
Le sonrió de una manera que le habría pasado casi desapercibida unos días antes. Pero desde el día anterior no había podido liberarse del todo de la nueva y extraña atracción que sentía por él.
Para empeorar las cosas, él iba sin camisa y se acercaba a ella.
—Hola, Sawyer —murmuró Gemma, y miró hacia otro lado.
—¿Las otras chicas todavía están nadando? —preguntó el chico.
Ella asintió con la cabeza.
—Sip. Están allí fuera. Yo iba a subir a mi cuarto.
—Ah, genial. —Se acercó a ella, como si tuviera la intención de subir la escalera con ella—. Yo también iba para allá.
—¿Por qué? —le lanzó Gemma.
Sawyer estaba parado en el primer escalón, a su lado, y era imposible no mirarlo, ni pasar por alto lo cerca que estaba. Tenía los ojos tan increíblemente azules, y sus brazos parecían tan fuertes… Ella inspiró hondo. Hasta olía como el mar.
—Iba a subir a mi cuarto. —Sawyer inclinó la cabeza, tal vez porque notó el cambio que se estaba produciendo en Gemma—. ¿Querías venir conmigo?
—¡No! —Ella no había querido sonar tan contundente, pero de todos modos no dio la impresión de que él lo notara. Parecía tan embelesado con ella como ella lo estaba con él.
Aquello no era lujuria, ni hambre, sino una peligrosa combinación de ambas cosas. Ella lo deseaba de una manera en la que le habría parecido imposible desear a un ser humano. Tenía la mente repleta de los mismos pensamientos que el día anterior, de todas las cosas que quería hacerle a Sawyer, pero después todo se convirtió en una bruma borrosa. No podía pensar, y lo único que sentía era un calor abrasador que amenazaba con consumirla.
Reaccionó por instinto, haciendo lo que el cuerpo le pedía. Ni siquiera se dio cuenta de lo que estaba haciendo hasta que sintió los labios de Sawyer contra los suyos. Le había echado los brazos encima, rodeándolo, y apretaba su cuerpo todo lo que podía contra los contornos cálidos del de él, besándolo con ferocidad.
La única razón por la que dejó de besarlo fue que necesitaba respirar, y sintió sus labios en el cuello, bajándole por la clavícula. Le recorría todo el cuerpo un cálido cosquilleo, que le recordaba a cuando las piernas se le transformaban en cola de pez, y se preguntó, vagamente, si se estaría convirtiendo en otra cosa.
Entonces, de pronto, se le cruzó Álex por la mente. Al principio, cuando el hambre lujuriosa se apoderó de ella, lo bloqueó de sus pensamientos, pero en ese momento se acordó de él otra vez. Ella estaba enamorada de él, y todavía pensaba en él como su novio, aun cuando no estuviera segura de volver a verlo.
Así pues, lo que estaba haciendo con Sawyer era engañar a Álex. Tal vez, por un segundo, ella perdiera el control, y eso era perdonable. Pero ahora se acordaba y tenía que volver a controlarse, antes de hacer algo con Sawyer que fuera a lamentar para siempre.
—No —dijo Gemma. Empezó a empujarle el pecho, pero Sawyer no le hizo caso y siguió besándola, justo encima del corazón—. ¡Te he dicho que no!
Lo empujó con más fuerza, y él voló hacia atrás y se dio un fuerte golpe contra la barandilla.
—¿He hecho algo mal? —preguntó Sawyer, aturdido.
—¡Sí! —gritó Gemma, y después meneó la cabeza. Estaba luchando por no atacarlo otra vez—. No. No lo sé. Pero tengo que salir de aquí.
—Lo siento.
Se acercó a ella en un intento por disculparse, y Gemma saltó del escalón y se alejó de él antes de sucumbir a sus propios impulsos.
—¿Dónde están tus llaves? —preguntó Gemma, cuando se dio cuenta de que la casa era demasiado pequeña para poder mantenerse alejada de él. Sawyer la contemplaba con la mirada vacía, sin comprender—. ¡Tengo que salir de aquí! ¿Dónde están las llaves de tu coche?
—Están en un gancho al lado del garaje.
Ella retrocedió y corrió hacia el garaje, pero Sawyer la siguió, preguntándole adónde iba y disculpándose por haberla ofendido. Ella no se tomó la molestia de responder. Se limitó a coger las llaves del llavero y se zambulló en el descapotable de él.
Gemma salió a toda velocidad, sin saber hacia dónde se dirigía, ni cómo llegar, pero el viento que le golpeaba el cabello la ayudó a despejar la cabeza de la extraña lujuria que la consumía. No estaba segura de querer regresar a la casa, ni de si podría controlarse cuando volviera a estar junto a Sawyer. Todo lo que sabía era que tenía que largarse de esa casa tan pronto como pudiera.