14

De nuevo en el comedor de la clínica, Jack apuró con ansia una botella entera de agua. Había vuelto allí tras hablar por fin con el doctor Engels, poco después de ser testigo de la extraña conversación entre el médico, el enfermero jefe y aquellos hombres vestidos de negro de pies a cabeza, que Jack tomó en un primer momento por policías. Seguía deshidratado, aunque no hubiera dejado de beber agua desde entonces. No hay nada peor en el mundo que tener sed y no lograr saciarla. Si en verdad había un infierno, seguro que esa tortura estaba reservada a los pecadores más desalmados.

La macabra idea le trajo de nuevo a la mente la imagen de los cuerpos que agonizaban dentro del tornado. Acababa de contárselo al doctor, sin mencionar que le había escuchado hablar con los otros hombres. Sintió ciertas reticencias a hacerlo, pero se dijo que no estaban justificadas. Debía haber una explicación razonable para todo aquello. Su mente aún estaba muy frágil por el accidente. Eso, unido a la extrema tensión de encontrarse en peligro de muerte y ver morir a un hombre ante sus ojos, fue el detonante de aquella ilusión óptica. Así fue al menos como Engels lo justificó. No resultaban extraños episodios similares en casos como el suyo, le aseguró también el médico, con su voz siempre mesurada, siempre serena. En nada parecida a la que usó con aquellos policías que no eran policías.

¿También fue eso una ilusión generada por su mente? ¿Y el gruñido infrahumano que salió de la garganta de Kerber? Sí, fueron sólo ilusiones, quiso convencerse Jack. Aunque una incómoda voz en su interior no estuviera tan convencida. Quizá se trataba del antiguo Jack, hablándole desde el fondo de su memoria perdida. Puede que él hubiera advertido la expresión del doctor, al mencionar este nuevo Jack lo que había visto. Duró apenas una fracción de segundo, antes de que Engels recobrara su aire mesurado y sereno. Era una cólera profunda. Tan desmedida que no parecía humana, como el gruñido de Kerber. Más leña para la hoguera de la paranoia de Jack.

Abrió otra botella de agua y se la bebió con la misma avidez que las anteriores.

—Te vas a atragantar.

El sobresalto hizo a Jack derramarse encima parte del agua.

Y atragantarse. Al entrar le había parecido que el comedor se encontraba vacío, pero por lo visto no era así. Julia estaba sentada no muy lejos de él. ¿Cómo había podido no verla? Su perplejidad debía de ser muy elocuente, porque ella le dijo:

—No soy un fantasma.

—¿Cuánto llevas ahí?

Julia se encogió de hombros. Miraba a Jack con atención, como la primera vez que se encontraron. Lo escudriñaba. No dejó de hacerlo mientras se le acercaba. Se detuvo justo a su lado y él pudo ver de cerca sus ojos. Eran fascinantes: una insólita mezcla de azul, verde y castaño, que parecía cambiar continuamente al capricho de la luz.

—¿Qué piensas? —dijo ella.

Julia había bajado sus defensas por un instante después de que ambos se salvaran del tornado, pero allí estaban otra vez, casi intactas. No hablaban como dos personas que acabaran de salvar sus vidas de milagro.

—Yo no creo en fantasmas —dijo Jack, más que nada porque no se le ocurría qué otra cosa decir.

Julia se le acercó a un palmo de la cara. Y en un susurro le respondió:

—Eso es porque no llevas aquí mucho tiempo.

No, por favor, pensó Jack, ella también no. ¿Es que no había nadie cuerdo en toda la clínica? O tal vez era él, que atraía a los lunáticos. Se acordó de uno de los comentarios de Maxwell y soltó sin pensarlo:

—No me digas que tú también oyes susurros en los pasillos, por las noches.

Julia se quedó pensativa un instante. No estaba claro si porque intentaba recordar o porque le parecía una pregunta ridícula, o hasta ofensiva. Su gesto era impenetrable.

—No. No he oído nunca susurros en los pasillos.

—Me alegra oír eso.

Ella volvió a encogerse de hombros.

—Pero he visto cosas.

A Jack le dio un vuelco el corazón.

—¿Tú también has visto las caras?… En el tornado —añadió, aunque parecía evidente por su expresión que Julia no sabía de qué le hablaba—. Mejor olvídalo.

—Como quieras.

Jack se sintió repentinamente mejor. No tenía el menor sentido, pero le tranquilizó que Julia asumiera con tanta calma la locura que había compartido con ella y que estuviera dispuesta, sin el menor problema, a dejarla pasar. Que así sea, pensó Jack. Y se sorprendió a sí mismo al darse cuenta de que también él era capaz de dejar pasar un hecho tan inverosímil y terrorífico como ver cuerpos humanos retorciéndose dentro de un tornado que ha estado a punto de matarte.

Pero había algo más… Ignoraba si su accidente o la amnesia tendrían algo que ver con ello. Notaba que las cosas le afectaban menos de lo que sería de esperar. Como si sus emociones estuvieran amortiguadas. Aunque no, no era eso… Lo que tenía era la sensación de que estaba viviendo una especie de aventura. Metido en la piel del protagonista, que en lo más hondo sabe que hay algo, una fuerza superior, que ha trazado su destino.

Estuvo tentado de compartir con Julia estas reflexiones. ¿Por qué no, aunque fueran —lo más seguro— fruto de los daños cerebrales provocados por su accidente? Pero ella no le dio oportunidad de hacerlo.

—Te he visto hablando con Maxwell —le dijo—. No deberías relacionarte con él. Es un mal bicho, ¿sabes?

—¿Por qué lo dices?

—Porque su pesadilla es una de las peores…

Al oír eso, Jack sintió un nuevo estremecimiento. Su reciente paz de espíritu se tambaleó.

—Maxwell dice que todos en la clínica tienen una pesadilla recurrente. ¿Es verdad?

Julia asintió a modo de respuesta. Con cautela. De nuevo había levantado sus defensas. El doctor Engels le advirtió que el de ella era un caso muy difícil, aunque no entró en detalles. Jack no quería espantarla. Era bueno tener a alguien con quien hablar que no fuera un médico, un enfermero o Anthony Maxwell.

—Tranquila, no voy a pedirte que me cuentes tu sueño… ¿Nos sentamos? —Señaló hacia uno de los bancos corridos—. Te invito a un trago de agua.

—Preferiría una cerveza.

—¿Y quién no? Tú sólo dime a quién tengo que sobornar para conseguirla.

En la clínica estaba prohibido el alcohol. Ella sonrió. Sólo una media sonrisa, aunque completamente sincera. Jack vio cómo le brillaban sus preciosos ojos. Tomaron asiento uno frente al otro. Julia empezó a juguetear con el tapón de la botella.

—¿Cuánto tiempo llevas en la clínica? —le preguntó Jack.

—Un mes, seis meses, un año… No me acuerdo. Todos los días son iguales aquí.

Jack se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano. Seguía haciendo un calor insoportable. El mundo entero parecía sumido en una abrasadora calma. Sin un soplo de aire. Sin ni siquiera un sonido más alto que otro.

—Pues esperemos que el resto de días no sean como éste…

Otra media sonrisa se asomó a los labios de Julia.

—Gracias por intentar salvarme.

—Ya me las has dado antes. Y, además, yo sólo llegué corriendo hasta tu lado. Menudo héroe estoy hecho, ¿eh?

—Sí, es verdad.

Ahora fue Jack quien sonrió. Julia era una joven peculiar. Igual que el color de sus ojos.

—¿Cómo llegaste a la clínica? De eso sí te acordarás, ¿no?

Jack la notó vacilar. Imaginaba que debía de estar preguntándose si era prudente responder y hasta dónde podría llevarles hacerlo.

—Tuve un accidente —terminó por revelarle.

Un accidente. Igual que él. Igual que Maxwell. ¿Igual que todos los demás pacientes de la clínica? Eso no sería más inaudito que el hecho de que todos ellos sufrieran pesadillas que se repetían. Otra vez se sorprendió a sí mismo por la calma con la que aceptó esos hechos inverosímiles.

—¿Recuerdas cómo fue tu accidente? ¿O te lo han contado?

Julia bebió un trago de la botella de Jack. Lo hizo de un modo natural y espontáneo. Sin pedirle permiso ni limpiar antes la boca, o preocuparse demasiado en cómo beber de ella. Igual que lo haría si fuera su novia o su mujer. A Jack le agradó ese gesto.

—¿Tienes familia? —preguntó otra vez, sin dejar a Julia responder a su anterior pregunta.

—Tengo que irme…

Ella se levantó. Lo hizo con brusquedad y la botella acabó en el suelo. Julia se quedó mirando el agua que se derramaba por las baldosas. Sus ojos tenían una repentina expresión de pánico, y también de tristeza. Como si aquella simple mancha de agua fuera un charco de sangre.

—¿Pero qué…?

¿Qué había dicho él para que Julia reaccionara de esa manera? La vio salir del comedor a toda prisa. Las puertas batientes le dejaron vislumbrar instantes congelados de su carrera a través del hall, hasta que su figura despareció por un corredor. Jack se preguntó si debía ir tras ella. Decidió no hacerlo porque no sabría qué decirle cuando la alcanzara. Igual que no supo qué hacer cuando trató de rescatarla instintivamente del tornado.

Era frustrante no tener ni idea de si eso era o no normal en él. Si su verdadero yo —al que había olvidado por completo— se comportaría como estaba haciéndolo ahora. Jack recorrió con la mirada el comedor, de una punta a otra. No había nadie.

Ahora sí estaba solo.