CAPÍTULO 23
Jack
Miro el reloj. Las nueve de la mañana. Si no estoy equivocado, y sé que no lo estoy, está a punto de salir de casa para dirigirse a la cafetería a trabajar.
Cojo el teléfono americano, el desechable y marco el número de mi jefe.
—Ya estoy aquí. Pueden decirles a los de la vigilancia que se larguen.
—De acuerdo. Un momento.
Oigo como deja el teléfono y habla a lo lejos con alguien. Miro arriba y abajo de la calle pero soy incapaz de averiguar en qué coche está el agente de paisano haciendo el trabajo encomendado por Sean. De repente, veo pasar un coche por delante de mí y al rato oigo de nuevo la voz del subdirector del FBI.
—Ya está – me informa.
—Lo sé. ¿Cómo ha ido?
—Esto es enfermizo Jack. Deja a tu hija vivir su vida.
—No te he preguntado tu opinión Sean, te he preguntado cómo ha ido.
—No —suspira al otro lado de la línea—. No ha salido del apartamento. Ha pasado la noche con ella.
Aprieto los labios con fuerza y cierro el puño hasta que los nudillos se me vuelven blancos. Mis ojos se dirigen a la portería del edificio.
—Jack, es normal. Son jóvenes y tu nieto no está en casa. ¿Qué esperabas?
—¡No es normal! Él le oculta algo. No es de fiar. Está en tratamiento psiquiátrico.
—No me tires de la lengua porque creo que más de uno debería ir con ese chico a terapia… Jack, escúchame, ella te lo dijo. Ese chico es cierto que está en tratamiento, pero Kate lo sabe y aún así sigue con él. Puede que esté siendo sincero y se lo haya contado todo. Siento decirte esto, pero no todo el mundo es como nosotros… No todo el mundo tiene una doble vida…
—Lo sé… Pero si le hace daño a mi niña, le mato.
—Si ella le ha contado todo acerca de ti, puede que el que quiera matarte sea él… Y por cierto, te advierto, se acabaron tus pequeñas sesiones de acoso por el parque. ¿Entendido?
—Entendido. Pero tenía que asustarle… No lo pensé…
—Pues ya ves que ha servido de mucho…
Se produce un silencio entre los dos mientras sopeso sus palabras. Tiene razón. Lo único que he conseguido es un morado en el pómulo y un corte en el labio inferior.
—¿Cómo va la operación, Sean? —digo pasados unos segundos—. Necesito salir ya…
—Lo sé y casi lo tenemos. En cuanto se realice la entrega, les detenemos a todos y se acabó. Recuerda que te necesitamos dentro y tendremos que detenerte a ti también. Tienes que seguir como Igor hasta el final… Pero ya no queda nada.
—Tengo a uno de mis hombres con las armas. En cuanto vayan a hacer la entrega, me avisará.
—Perfecto. Entonces solo queda esperar.
—Lo sé —suelto un largo suspiro de resignación—. Pero por favor, te lo pido. Mantén la vigilancia sobre Kate, Cody y Maddie. Kolya sospecha algo y me da mucho miedo lo que les pueda llegar a hacer.
—Eso está hecho. Y tú vete de ahí y deja que Kate viva su vida al lado de quien ella quiera. Créeme, por mucho que les digas, ellos hacen lo que les da la real gana. Tengo un pelele anti sistema, tatuado y lleno de piercings por yerno. El tuyo al menos parece normalito…
Ambos reímos unos segundos tras el comentario de Sean. Saco un cigarrillo y me lo enciendo dando varias caladas profundas. Sí, la verdad es que parece decente, y capaz de protegerla si fuera necesario. El cabrón pega duro y bien… Pero el tema del loquero me escama y me tiene muy preocupado.
—Jack, te llamo en cuanto esté todo listo, ¿vale?
—Vale.
Colgamos el teléfono sin despedirnos. Es algo habitual entre nosotros, desde hace veinte años. Guardo el móvil en el bolsillo y me apoyo contra la pared del edificio mientras apuro el cigarrillo dando grandes caladas. Vuelvo a mirar el reloj. Maddie debe estar saliendo de casa también. Hemos vuelto a pasar la noche juntos en su apartamento, como cada noche desde que volvimos de nuestra pequeña escapada a mi casa. Me ha costado horrores separarme de ella esta mañana, pero siento la necesidad de comprobar con mis propios ojos que todos están bien. Además, sé que en mi ausencia, alguien la vigilará.
Entonces oigo un ruido procedente de la acera de enfrente. Es la puerta del edificio de Kate al cerrarse y ella saliendo con una gran sonrisa dibujada en su cara. La observo mientras levanta la vista hacia las ventanas de su apartamento y vuelve a centrarse en el móvil que lleva entre manos. Sonrío al verla tan feliz, aunque siento una punzada de envidia al darme cuenta que me encantaría ser yo el motivo de esa sonrisa.
Miro hacia el edificio antes de empezar a seguirla. ¿Le deja en su casa? ¿Tanto confía en él? ¿Por qué él no la acompaña a trabajar? Me hago todas esas preguntas mientras ella sigue concentrada en sus cosas. Al cabo de un rato, guarda el teléfono en su bolso, comprueba la hora y aumenta el ritmo para no llegar tarde.
Gira una esquina y entonces corro un poco para no perderla de vista. Y al girar, me encuentro de repente con sus ojos mirándome con rabia. Me estoy haciendo viejo y descuidado… Esto en mis buenos tiempos no me habría pasado. Aunque está claro que no puede negar que es mi hija, es muy inteligente y sabe perfectamente cuando alguien la sigue y como despistarle.
—¡¿Se puede saber qué cojones estás haciendo?! Pensaba que las cosas habían quedado claras ayer…
—Sí… Verás cariño, yo…
—¿Te duelen estos golpes en la cara? ¿Cómo te los hiciste papá? —dice caminando hacia mí mientras yo retrocedo.
Vale Jack, pregunta trampa porque ella sabe la respuesta, así que intenta suavizar tus palabras al máximo.
—Kate, solo me preocupo por ti. Necesito saber que estás bien y… solo quería…
—¿Querías qué? ¿Asustarle? ¿Alejar a Nathan de mi lado? ¿Alejar al hombre del que estoy enamorada? ¿Es que acaso quieres que no sea feliz nunca?
Me deja sin palabras y con la boca abierta. ¿Está enamorada de ese tipo? Rehúyo su mirada mientras mi cabeza procesa sus palabras. Está enamorada de él.
—Lo siento, cariño —digo dejando caer los brazos a ambos lados del cuerpo—. No era consciente de lo mucho que te importa ese tío.
—Pues sí me importa papá —responde ella ya en un tono más tranquilo aunque con lágrimas en los ojos—. Y yo también a él. Y ya sé que tiene problemas, pero juntos vamos a vencerlos todos.
—Vale…
Levanto mi mano para acariciar su brazo o incluso para abrazarla pero a medio camino me detengo. No hemos tenido contacto en veinte años, así que espero encontrar un momento más adecuado para tenerlo de nuevo… Un momento en el que ella no me esté echando la bronca y yo no esté arrinconado dándole explicaciones, por ejemplo.
—Entonces, ¿eres feliz con Nathan? —le pregunto agachando la cabeza.
—Mucho —contesta suspirando pasados unos segundos—. Y es genial con Cody también. Se adoran…
—Lo sé. Lo vi. No quiero hacer nada que te moleste. Solo me preocupo por ti y no quiero que nadie te haga daño…
El nudo que se me ha formado en la garganta me impide seguir hablando y en el fondo espero que ella se apiade de mí. Pero es dura como yo lo era en mis tiempos y, aunque su semblante se ha relajado considerablemente, no me da un segundo de respiro y se queda muda esperando a que siga hablando.
—Soy consciente de que el mayor daño te lo hice yo… Y por eso quiero volver a intentarlo. Escucha cariño —Me rasco la cabeza nervioso—. A lo mejor, si todo va bien, dentro de poco dejaré el trabajo… Si tú quieres, podríamos… volver a tener contacto… Recuperar el tiempo perdido…
—Pues hay mucho que recuperar… —su boca esboza una sonrisa muy leve, aunque suficiente para conseguir un cambio sustancial en mi ánimo.
—Lo sé… —sonrío—. Oye… Dile a Nathan que te cuide mucho, ¿vale?
—Ya lo hace, papá.
—Ya, pero… me gustaría que pasara mucho tiempo a tu lado…
—Espera. Primero intentas alejarle de mí y ahora quieres que pase conmigo el máximo de tiempo posible… ¿Qué pasa papá? ¿Hay algo que deba saber? ¿Estamos… en peligro?
—No lo sé cariño… No quiero mentirte. Ten cuidado, ¿vale?
—Papá, ¿y Cody? —me pregunta con los ojos muy abiertos—. Te juro que si algo le pasa…
—Tranquila. Ya he puesto medios en ello y esto acabará muy pronto.
—¿Que has puesto medios? ¿Qué tipo de medios? ¿Nos está siguiendo alguien? ¿Es eso? —busca mi mirada mientras yo la rehúyo.
Definitivamente, o estoy perdiendo facultades o mi talón de Aquiles son las dos mujeres de mi vida.
—Sí, el FBI ha puesto a un agente a seguiros y estar pendiente de los tres…
—De… ¿de los tres? ¿Qué tres papá?
—De ti, de Cody y… y de Maddie.
—¿Maddie? ¿Quién es Maddie?
—Una… persona que he conocido y con la que estoy empezando una… relación.
—¡Venga ya! ¿Estás enamorado? —dice riendo mientras mira de nuevo su reloj—. ¡Joder! Papá, tengo que irme o me echarán.
—Lo sé, lo entiendo —digo aliviado en parte para poder escapar de este interrogatorio del infierno al que me está sometiendo.
—Me gustaría poder continuar esta conversación y saber más de Maddie…
—Lo sé, pero sabes que es mejor que mantengamos la distancia.
—Pues últimamente no lo cumples mucho.
—Lo sé. Pero tengo que hacerlo. Por eso te pido que te mantengas todo lo cerca de Nathan que puedas. Sé que pega bien —digo tocándome inconscientemente el pómulo—. Así que podrá protegerte. A ti y a Cody.
—Me ha invitado a pasar el puente del 4 de julio con él.
—Eso es bueno. Tened cuidado, ¿vale?
—Lo mismo digo.
Se produce un silencio incómodo entre los dos, sin saber qué hacer a continuación, hasta que ella coge mi mano y me la estrecha con fuerza. Son solo unos segundos, pero me sirven para darme las fuerzas suficientes para seguir adelante, para seguir luchando ahora que queda tan poco para el final.
—Espero verte pronto papá. Pero no porque me estés espiando.
—Yo también mi vida —miro nuestras manos entrelazadas—. Dale muchos besos a Cody por mí y saluda a Nathan de mi parte. Dile que siento lo del parque.
—Papá, no le he contado nada acerca de ti…
—Ah, vale, como quieras… Pero quizá debería ser el momento, ¿no? Tú misma me dijiste que él estaba siendo sincero contigo y te lo había contado todo. No cometas los mismos errores que yo.
—Lo pensaré —dice arrugando la nariz y regalándome una sonrisa espectacular calcada a las que me daba su madre.
Me mira y se aleja poco a poco, echando vistazos hacia atrás, sonriéndome. No me muevo hasta que la veo entrar en la cafetería, justo después de decirme adiós con la mano. Levanto la mía y le sonrío como un bobo.
Este acercamiento me ha sabido a gloria, aunque hayan sido unos minutos, y son como una inyección de adrenalina para pasar el resto del día. Voy hacia el almacén, hago un par de llamadas a mi hombre para comprobar que el trayecto con las armas discurre con normalidad. También calmo los ánimos de nuestro cliente informándole de los progresos y firmo unos cuantos documentos. Además, puedo hacerlo tranquilo porque Kolya no se ha presentado y no tengo que soportar sus posibles indirectas. Cuando me doy cuenta, ya es media tarde. Maddie debe estar aún en la floristería así que decido ir a buscarla allí. Cojo la moto y al ir solo y no llevarla de paquete, puedo conducir haciendo zigzag entre los coches, como a mí me gusta, disparando mis niveles de adrenalina al máximo. Cuando aparco frente la floristería, enciendo mi teléfono americano y mando un mensaje a Sean para informarle que puede retirar la vigilancia de Maddie por hoy. No me muevo hasta recibir su visto bueno a modo de respuesta.
Entro y al verla tras el mostrador, se me agranda la sonrisa que se me dibujó en la cara esta mañana. Espero a que Maddie acabe de atender y me apoyo contra el escaparate. Ella me mira de vez en cuando y las comisuras de sus labios de curvan hacia arriba.
—Hola, Jack —dice Andrew saliendo de la trastienda.
—Hola —le contesto sin dejar de observar a Maddie que está atendiendo a la clienta más pesada del día, precisamente ahora que he llegado yo.
—Tienes mejor lo de la cara… —me dice Andrew mientras Maddie desvía su atención por un segundo de la clienta para lanzarle una mirada asesina.
—Sí, gracias. Fue solo un rasguño.
—¿Un rasguño? Pues a mí me han dicho que te dio bien.
—Andrew, por favor —dice Maddie de repente—. En la trastienda hay pedidos por preparar. ¿Por qué no adelantas un poco de faena? Gracias, cariño.
Se miran durante unos segundos en los que estoy seguro que mantienen un diálogo que solo ellos pueden entender. Finalmente, parece que la batalla la gana Maddie y Andrew se marcha hacia la trastienda.
—Entonces, Maddie querida, ¿crees que una kentia aguantará mejor en mi salón que un ficus? —suspiro ante la enésima pregunta que la señora pesada formula.
—Aguantarán igual. Su decisión debe depender en este caso del tamaño de la planta. La kentia puede llegar a ser alta y voluminosa… —responde ella con toda la paciencia del mundo.
Cuando la señora se gira, Maddie me mira y yo empiezo a hacerle gestos con las manos como si quisiera estrangularla. A ella se le escapa la risa y se encoge de hombros haciéndome ver que no puede hacer nada.
—Vale, ¡pues me llevo el ficus!
Alzo los brazos en señal de victoria y hago como si celebrara un tanto a cámara lenta.
—Fantástica elección —dice Maddie con una sonrisa provocada por mis gestos.
Cinco minutos después, cuando la señora sale por la puerta, echo el pestillo de la puerta y me acerco a Maddie sin perder un segundo. La agarro por la cintura y la atraigo a mi cuerpo mientras la beso con premura.
—Oye, que tampoco hace tanto que no nos vemos… —me dice despegándose los escasos cinco centímetros que le permito.
—Demasiado. Además, pensaba que esa mujer no se iba a ir nunca por Dios. ¡Por una puñetera planta la que ha liado!
—Pues es una de mis clientas VIP. Viene cada semana.
—Joder, si me quedo sin curro algún día, no te pediré que me contrates…
—Ni se me pasaría por la cabeza contratarte. No tienes mucho don de gentes que digamos…
La miro con las cejas levantadas, sorprendido ante su sinceridad y, por qué no decirlo, algo herido en mi orgullo.
—No me mires así. No me lo puedes negar. No tienes muchas dotes de conversación.
—Pues a ti no pareció importarte…
—Es que yo no he dicho que no me guste eso… Así me aseguro que no intentas hacerte el simpático con alguna fresca que intente pescarte.
Apoyo mi frente en la suya y acaricio su nariz con la mía. Agarro sus piernas y le obligo a ponerlas alrededor de mi cintura. Ella pone sus brazos en mis hombros y enreda sus dedos en el pelo de mi nuca. Mientras volvemos a besarnos, me dirijo hacia la trastienda. A tientas busco la mesa de trabajo y la siento en ella.
—Vale… Ahora supongo que quieres que vuelva al mostrador —dice Andrew, mientras yo le respondo con un movimiento de la mano, indicándole que se largue—. Me parece que no cobro lo suficiente para soportar este rechazo… ¡Me siento excluido!
—No, si te parece te invito a la fiesta —digo separando mis labios de Maddie lo justo para que se me entienda.
—Ah, y Andrew cariño, quita el pestillo por favor, que aún queda una hora para cerrar —añade Maddie.
—¡Y encima explotado!
Maddie le observa mientras él desaparece a través de la cortina que separa ambas estancias y hace una mueca con la boca.
—Tranquila, se le pasará el cabreo. Tú cuéntale luego con pelos y señales nuestro próximo escarceo amoroso y listo.
—Cómo le conoces ya…
Vuelvo a sellar nuestros labios hasta que aprovecho que ella abre la boca para dejar escapar un gemido y hundo mi lengua en ella. Ella me tira del pelo, pero en lugar de apartarme, aprieta mi boca contra la suya. Mis manos agarran su culo y lo acercan al borde de la mesa. Me coloco entre sus piernas y froto mi entrepierna contra ella para que note mi erección.
—Jack… que está Andrew… —jadea ella en mi oreja mientras mordisqueo su cuello.
—Dile que si entra le despides.
—Además, te recuerdo que no hay puerta, solo una simple cortina. Puede oírnos, él y todos los clientes.
—Pues tendré que amordazarte… —Mis manos tiran de la manga de su camiseta hasta dejar su hombro al descubierto lo suficiente como para que mis labios puedan acariciar su piel.
Poco a poco noto como su resistencia se hace añicos. Su cuerpo se relaja, su cabeza se empieza a ladear para darle a mis labios pleno acceso y su boca la delata emitiendo pequeños jadeos como respuesta a mis caricias. Entonces sus manos toman las riendas de la situación, me agarran de las solapas de la chaqueta tirando de ellas hacia abajo, deshaciéndose de la prenda y tirándola al suelo sin contemplaciones. Luego sus dedos se dirigen al bajo de mi camiseta y empieza a subírmela con rapidez. Cuando está a la altura del cuello, centra sus atenciones en mi pecho y sus dientes empiezan a darme pequeños mordiscos y sus labios succionan mi piel con la intención clara de marcarme. Y yo no me voy a quejar.
De repente, noto como sus labios se separan de mi piel y sus dedos dejan de tirar de mi camiseta. Abro los ojos y miro a Maddie extrañado. Ella tiene la mirada perdida, claramente poniendo sus cinco sentidos en lo que sucede al otro lado de la cortina.
—¿Qué pasa? —le pregunto extrañado.
—Shhh… Calla un momento —dice ella poniendo un dedo en mis labios.
—Vale guapetón, entonces has venido al sitio indicado. Empezamos a entendernos. Siguiente paso, ¿para quién son las flores? ¿Tu abuela? ¿Tu madre? ¿Tu… novio?
—Le mato. Yo le mato —dice mientras se recompone la ropa y hace ademán de bajarse de la mesa.
—¿A dónde vas? —le pregunto con cara de pánico agarrándole del brazo.
—A atender a ese cliente antes de que Andrew le espante —Y al ver mi cara de estupor, añade—: Cada vez que entra un hombre de su tipo, le acosa hasta tal punto, que se largan asustados antes de comprar nada y ya no vuelven más. Y créeme, últimamente el tipo de hombre de Andrew es cualquier varón que camine medianamente recto y sea lo suficientemente limpio… Así que a este paso, no se acercará ningún hombre a menos de cien metros de la puerta.
Cuando se aleja de mí, dejo caer la cabeza, resignado al ver que tendré que soportar este dolor de huevos al menos hasta llegar a su apartamento.
—Sal tú porque si lo hago yo, te juro que sí le mato —digo justo antes de que ella traspase la cortina.
Empiezo a recoger el lapicero, las tijeras y varios enseres que hemos tirado de la mesa durante nuestro arrebato pasional mientras la escucho hablar.
—Andrew, ya me ocupo yo. Ve tú a preparar los pedidos si quieres.
—¿Por qué? Solo estaba ayudando a decidirse a… ¿cómo me has dicho que te llamabas?
—No te lo he dicho… —contesta el pobre chico al cabo de unos segundos.
Suelto aire por la boca mientras niego con la cabeza. Tengo que reconocer que Andrew le pone empeño, pero es demasiado descarado.
—Bueno, pues estaba ayudándole a acotar un poquito su decisión. ¿No es cierto?
—Andrew… —repite Maddie.
—¡¿Qué?! Ha pedido unas flores y yo solo intentaba aconsejarle lo mejor posible. No le vas a regalar las mismas flores a tu abuela, que a tu madre, que a tu novio, ¿no?
—Andrew por favor… —insiste Maddie mostrando el mismo nivel de paciencia que tuvo antes con su clienta VIP.
—Son para mi… para mi novia… —se ve obligado a contestar el pobre chico.
—¿Contento?
Meneo la cabeza a un lado y a otro. Por el tono de voz de Maddie, sé que empieza a estar realmente enfadada y casi puedo imaginármela apretando la mandíbula mientras habla. Yo de ti, Andrew, huiría antes de que fuera demasiado tarde.
—Vale, ya está. Son para su novia. Ahí lo tienes —dice Andrew mientras empieza a venir hacia la trastienda—. Ahora ya te será más fácil aconsejarle sabiamente.
—Gracias por tu valiosa colaboración —oigo que le dice Maddie con algo de sorna.
Andrew traspasa la cortina y me encuentra mirándole fijamente.
—¡Mierda! ¿Qué? No me mires así. Ese tío de ahí fuera está tremendo. Tenía que intentarlo.
—Joder, Andrew, córtate un poco porque así les espantas, por muy maricas que sean. Además, la próxima vez que vuelvas a cortarme el rollo con Maddie, te agarro de los huevos y te convierto en eunuco en cuestión de minutos.
Me acerco hasta quedarme a su lado y echo un vistazo a través de la cortina. En cuanto veo al cliente en cuestión, rápidamente y de manera casi inconsciente, doy varios pasos hacia atrás. El gesto no pasa desapercibido para Andrew, y su expresión pasa del pánico por mis palabras al asombro por mi reacción.
—¿Qué pasa? —me pregunta—. Actúas como si hubieras visto a una tía vestida con chándal y botines.
Le miro sin entender nada de lo que me acaba de decir mientras sigo retrocediendo hasta que mi culo choca contra la mesa.
—Jack… ¿Estás bien?
Cuando reacciono, vuelvo a acercarme a la cortina y escucho la conversación procurando no ser visto. Andrew me sigue y se pone al otro lado de la puerta, sin dejar de interrogarme con los ojos aunque sin obtener respuesta por mi parte.
—La verdad es que no tengo ni idea de estas cosas y nunca antes he comprado flores para nadie. Perdone si soy tan torpe.
—Tranquilo. Aunque no lo crea, tengo muchos clientes en su situación y siempre acabamos encontrando justo lo que quiere.
Ni que lo jures…
—Su color favorito es el amarillo. ¿Sirve de algo? —dice él rascándose la cabeza.
—¡Claro! Veamos entonces algo en amarillo —dice Maddie moviéndose hacia un lateral de la tienda que no llego a ver desde la posición en la que estoy—. ¿Qué te parecen unas margaritas amarillas?
—Pues no sé… Son bonitas supongo…
Le entiendo, yo tampoco sería capaz de elegir las adecuadas. Dame a elegir un arma y enseguida sabré cuál escoger entre toda una variedad, pero pídeme que me decante por alguna de las flores de la tienda y me quedo con cara de tonto. Y creo que es justamente lo que le está pasando a él.
—¿Sabes qué significan? —le pregunta Maddie.
—¿Qué significan qué? ¿Las flores? —sonrío al escucharme hacer exactamente la misma pregunta en mi cabeza.
—Claro. Cada flor tiene su significado. Las margaritas son el perfecto equilibrio entre sencillez y la belleza. Están relacionadas con la poesía y la literatura y se dice que activa la concentración y el intelecto. Cuando son blancas, son un símbolo de amistad y sentimientos inocentes. Si son amarillas en cambio están preguntándote: “¿Me amas?”.
Se hace el silencio en ambas estancias. Andrew me mira a mí y yo tengo la vista fija en las dos personas detrás de la cortina. Él mira a Maddie con la boca abierta y ella le mira con una sonrisa franca en los labios, consciente de que, una vez más, ha conseguido ayudar a otro cliente indeciso.
—Sí, sí… Esto… Estas son perfectas… —contesta él pasados unos segundos, sonrojado hasta el punto que parece que la cara le va a arder y rascándose la cabeza avergonzado.
—Perfecto. Le van a encantar. ¿Se las das tú mismo o quieres que se las entreguemos nosotros donde nos digas?
—No… —dice él mirando su reloj—. Se las llevo yo. Me da tiempo de recogerla ahora cuando salga de trabajar.
—Perfecto. Aquí las tienes.
Observo cómo Maddie le entrega las flores y él paga con una sonrisa en la cara. Le miro cuando sale por la puerta e incluso me atrevo a salir de la trastienda y abrir la puerta de la calle para verle alejarse calle abajo. Y todo ello lo hago con el ceño fruncido, hasta que segundos más tarde y de manera irremediable, una sonrisa empieza a formarse en mis labios al darme cuenta de que lo que Kate me ha dicho esta mañana, es totalmente cierto. Este chico está enamorado de mi hija.
Cuando vuelvo a entrar, me encuentro a Maddie y a Andrew interrogándome con la mirada. Seguro que el marica cotilla la ha puesto al corriente de mi reacción al verle y están esperando una explicación.
—¿Estás bien? —me pregunta Maddie al ver que me he quedado plantado delante de ellos sin abrir la boca.