Capítulo 9

Tan breve como un soplo de brisa marina, seis meses se habían ido sin que ella lo notara. De aquel sentimiento de preocupación, que tuvo cuando conoció la noticia de la enfermedad de Viktor, quedaba muy poco; sólo un poco de miedo residual y la aprehensión ante lo inevitable de su situación.

En algún momento, sin haberse percatado de ello, había llegado a lidiar lo mejor que le era posible con aquella idea. Se decía a sí misma que la muerte era el único destino que todos los seres vivos compartían, y que no valía la pena entristecerse y malgastar todo el tiempo que les restaba entre nubes grises y sentimientos amargos. En vez de eso, aprovechar y atesorar cada instante era lo que ella había preferido hacer luego de pasarse el resto de los días del mes de diciembre en duelo.

Una noche se había aventurado hasta la suite de Viktor y se había deslizado entre las sábanas de la enorme cama dónde él se encontraba sumido en el más profundo sueño, agotado por el último de sus viajes, que duró casi dos semanas. Ella había tenido la oportunidad de deslizar sus dedos sobre todo el cuerpo de Viktor, rozando delicadamente la piel que cubría sus fuertes músculos, ligeramente cubierta a su vez por una fina capa de vello cobrizo.

Disfrutó cada segundo de su inadvertido recorrido, de cómo el cuerpo de Viktor reaccionaba ante los roces de sus dedos juguetones que, sin darle tregua, acariciaban sus muslos y, últimamente, el miembro de Viktor que poco a poco iba cobrando fuerza, ganando tamaño y grosor entre sus delicados dedos. Era un gozo tener a semejante hombre a su entera disposición, y cuando escuchó el mascullo ahogado de un gemido que salía involuntariamente de la boca del ahora semiinconsciente Viktor, no pudo ocultar su sonrisa mientras llevaba aquel miembro durísimo hasta sus labios.

 

* * * *

 

Otro día, Viktor había sido quien la había tomado por sorpresa, capturándola dentro de la “choza de playa” (como él solía llamarla). Se había infiltrado en la cabaña, una propiedad de cinco habitaciones y dos pisos cerca de la costa y donde siempre prefería ella cambiarse antes de sus clases de moto acuática. Él había llegado sigilosamente, ella nunca le escuchó entrar. Al primer momento Viktor sintió un atisbo de tensión en ella, la cual se disipó cuando él deslizó una de sus fuertes manos por el abdomen de Ana, subiendo lentamente, por debajo de su camiseta, hasta posarse en uno de sus pechos, apretando el pezón suavemente entre sus dedos mientras le besaba el cuello y presionaba firmemente su pelvis y su miembro erecto contra la espalda de Ana.

Odiaba que ella fuera tan baja, pero esa desventaja le permitía sacar ventaja en más de una forma de su propia fuerza. Puso su mano sobre el hombro de Ana y presionó hacia abajo. La chica no lo dudó, sedienta y apresurada se giró rápidamente en los brazos de su amante y se dejó caer de rodillas donde liberó la presión creciente de Viktor y comenzó a consentirlo con su boca.

Viktor no tardó demasiado en alzarla en peso, arrancándole con necesidad casi violenta los shorts y la ropa interior de encaje que llevaba, la tomó en brazos y la encajó en su miembro hasta que estuvieron fusionados pelvis contra pelvis, manteniéndola firmemente presionada contra él.

Ana dejó salir un aullido de placer apagado, intentando no hacer demasiado ruido pues fuera de la cabaña se encontraba Alejandro preparando todo para las clases y no quería que él la escuchara.

Viktor fue inclemente, alzándola y bajándola de golpe insistentemente contra su miembro rígido y causando que un montón de destellos negros y blancos nublaran la vista de la joven en un tren de éxtasis que amenazaba con terminar en una violenta colisión.

Justo antes de que ella llegara al orgasmo, Alejandro tocó la puerta, inocente de lo que sucedía allí dentro. Ana pronto cambió su expresión de éxtasis por preocupación, una que se acentuó cuando vio la sonrisa casi maquiavélica en el rostro de su amante. Él la dejó en el suelo y la acompañó hasta la puerta, deteniéndola cuando intentó colocarse su ropa de nuevo.

Se situó detrás de ella y le ordenó abrir la puerta, orden que finalmente siguió Ana con recelo entre preocupada y excitada. Justo en el momento en que su cara se asomó a la puerta sintió como Viktor la penetraba desde atrás nuevamente, ésta vez con un ritmo lento y continuo, sosteniendo sus caderas para que el movimiento no la sacara de balance ni tampoco delatara lo que estaba sucediendo.

Ana se sostuvo con ambas manos de la puerta, sus dedos su pusieron blancos por la fuerza con la que apretaba la madera, y su rostro, sudoroso y enrojecido por el placer, el morbo y la vergüenza le ofrecía una sonrisa tímida al instructor que, aún inocente de todo, le hablaba animadamente.

Viktor disfrutaba de aquello. Ana sabía que era un exhibicionista de primera y que le encantaba hacerlo delante de un público, pues él mismo se lo había comentado en una de aquellas charlas luego del sexo en sus habitaciones, pero era la primera vez que hacía algo así con ella.

Ana adoró cada segundo, llegando al clímax con una violencia tan grande que sus piernas sucumbieron y cayó de rodillas al suelo tan pronto cerró la puerta.

Habían vuelto a la calma habitual, y le habían dado un toque especial que antes no habían tenido. Estaba aquello de que pronto se acabaría “la comida”, por lo que había que satisfacer el hambre antes de que fuera demasiado tarde.

Era una analogía un tanto bizarra, aunque Ana no le prestó demasiada atención cuando, aquella noche, Viktor se encontraba sobre ella, con sus delgadas piernas alrededor de su cuello y pulsando firme y profundo dentro de ella.

Definitivamente, le gustaba demasiado para su propio bien estar con aquel hombre.

 

* * * *

 

Un par de golpes en la puerta la despertaron de golpe. La habitación se encontraba aún a oscuras, fuera de su ventanal no se escuchaba ni un ave, tan solo el sonido de grillos y sapos, aunado a las suaves olas del mar y la brisa que soplaba ligeramente. Revisó su teléfono, eran las tres de la mañana. Apenas tenía una hora durmiendo, pues había estado conversando con Viktor animadamente hasta muy avanzada la noche.

Sin esperar respuesta de parte de ella, Viktor entró a la habitación y cerró la puerta detrás de él, encendiendo la luz y caminando hasta el armario de Ana, sin decir una palabra. Ella comenzó a preocuparse, apenas logró decir un leve y confundido — ¿Viktor? — Cuando él ya volvía con un vestido blanco para ella. Lo dejó en la cama y le sonrió ampliamente.

— Te quiero en ese vestido en media hora. Vendrás conmigo. — Y sin decir otra palabra salió de la habitación.

Ana, confundida y desorientada se dejó caer en la cama y cerró los ojos. Casi cayó al suelo de golpe cuando la puerta se abrió de forma sonora, Viktor asomó la cabeza y le gritó: — ¡no te veo alistándote! ¡Apresúrate! ¡El avión nos espera! — De un golpe cerró la puerta y la dejó ahí, anonadada con sus palabras.

¿Avión? ¡Avión! Ana dio un salto, mas despierta de lo que habría creído posible, corrió a la ducha y se alistó en quince minutos. Diez minutos más tarde se encontraba corriendo fuera de su habitación, en busca de Viktor.

 

* * * *

 

Su corazón latía fuerte por la anticipación de lo que sucedería. ¿Irse de viaje con Viktor? Era algo que nunca había considerado posible. Y aunque se decepcionó un poco cuando Viktor trajo de vuelta aquel pequeño brazalete de goma, ésta vez de color blanco y a juego con su vestido, Ana no tuvo el coraje para protestar, y sin comentar nada se lo colocó en la muñeca izquierda. Viktor sonrió complacido, y le besó la sien antes de tomar su mano.

Se encontraban dentro de uno de los hidroaviones de Viktor, el más grande de todos los que tenía, su favorito, el Fat Billy, nombre inspirado por uno de esos primeros aviones que habían llevado bombas atómicas. Ambos se encontraban sentados en asientos de cuero rojo con tejidos en color dorado que le daban un toque muy asiático al interior del avión, de un prolijo color blanco y de acentos caoba. Ana estaba sentada junto al pasillo, y Viktor junto a la ventana. Frente a ellos estaba otro par de asientos, adornados de la misma forma que los suyos, sin embargo nadie los ocupaba.

— ¿Adónde vamos? — preguntó ella algo ansiosa. Él no respondió. — ¿Viktor?

— Ya lo verás, ten paciencia. — Respondió Viktor con tono relajado, sin mirarla, cautivado por el tono de niña quejumbrosa que había puesto la joven. Sus ojos se mantenían fijos en el agua que bamboleaba el avión fuera de la pequeña ventana.

— Vamos, — reclamó ella. — Debes darme algo mejor que esa respuesta tan vaga.

Viktor explotó en una risa jovial, lanzando su cabeza hacia atrás para reír con mas ganas. A Ana le pareció molesto, pero sólo se dedicó a torcer la boca en un gesto de desagrado que no pareció inmutar los ánimos del ruso.

— Iremos a que conozcas mi otra cara, la que no he tenido oportunidad de mostrarte. ¿Contenta?

Ana asintió, sintiendo un nudo en el estómago. ¿Su otra cara? ¿Se refería acaso a esos negocios “no tan sucios” de los que también se encargaba?

— ¿Iremos a una exposición de arte, o algo así?

Viktor negó con la cabeza, enfocándose nuevamente en el mar a través de aquella minúscula ventana. — O algo así. — Fue todo lo que dijo, y antes de que Ana pudiera replicar el avión cobró vida de un salto. Los motores se encendieron y comenzó a avanzar sobre el agua. La sensación fue tan extraña, tan distinta a un despegue desde tierra firme, que Ana contuvo el aliento, se aferró fuertemente a la mano de Viktor y no dijo nada más hasta que el avión tomó altura.

— Eso se sintió... extraño. — Viktor rió, ésta vez de forma un poco más modesta, asintió.

— Debes terminar de comprender que soy un hombre de ademanes poco convencionales. Lo común me aburre, lo extraordinario me encanta, — y se giró para ofrecerle a la chica una sonrisa. Quizás lo imaginó, pero esa última parte se sintió tan personal que no pudo ocultar su vergüenza. Su cara se enrojeció por un largo rato, y no volvió a emitir comentario alguno por el resto del viaje.