Capítulo 5

Una extraña y lejana melodía tropical la arrancó de golpe de su sueño. Era una sonido alienígena, estando en aquel lugar de secretos sombríos, sonaba alegre y divertida, electrónica. Disonante, como muchas de las cosas que sucedían en la isla.

¡El móvil! Ana recordó en aquel instante. Nunca antes había sonado, y su corazón latía de nerviosismo y anticipación. Viktor la estaba llamando a, ¿qué hora era? Manoteó acelerada entre la enorme pila de almohadas que se amontonaban en la cabecera de su cama hasta que finalmente dio con el endemoniado aparato. Vio que eran cerca de las cinco de la mañana antes de contestar rápidamente.

— ¿Hola? — pudo decir finalmente con la voz entrecortada después de un momento. Al otro lado de la línea se escuchaba la respiración de Viktor.

— ¿Te he despertado? Espero que no, — ofreció él rápidamente a modo de disculpa, ella negó con la cabeza inconscientemente antes de responder.

— No, no lo has hecho. Tranquilo.

Viktor soltó una carcajada jovial ante el repentino bostezo que negó la respuesta de Ana. Sonaba igual de extraña que el tono de aquel móvil. Era algo que no esperaba, pero era agradable.

— Tenía muchas ganas de escuchar tu voz de nuevo. Siempre me aburro un mogollón en mis viajes de negocios, como dicen ustedes los españoles. — Ana frunció el ceño ante aquella manera de definir lo que hacía. ¿Un mogollón?

— ¿Dónde te encuentras ahora? ¿Y cuándo partiste? No escuché tu avión salir. Y ¿desde cuando hablas con acento español, tío? Me has dejado impresionada.

Viktor rió alegremente ante aquel comentario, había sido lo necesario para que ambos rompieran el hielo y se sintieran mas a gusto. Al menos así se sentía Ana ahora. Aunque fuera un poco de mal gusto intentar imitar el acento de su tierra, no sintió que Viktor lo hiciera por burla.

— Salí hace un par de horas. Voy camino a Edimburgo a visitar a unos viejos amigos y cobrar un favor o dos. Tú sabes, negocios.

Claro, eso era lo que él hacía siempre. Pero era la ambigüedad de lo que decía lo que rompía un poco con aquella aura de hombre bueno y malentendido por la sociedad que ella tenía de él.

— Podrías ser un poco más específico, ¿sabes? Tanta ambigüedad le resta un poco a esa imagen que tengo de ti.

El silencio volvió de nuevo, y ésta vez no pudo evitar disculparse con él por sus palabras. No habían sonado groseras en su mente, aunque quizás si un tanto impulsivas e impresionantes. Viktor sólo dejó salir una pequeña risita que hizo cosas extrañas con el estómago de la chica.

— Eres valiente, muy valiente mi Ana. Me disculpo por ser precavido, pero no se llega a mi posición confiando en todo el mundo, y menos en las personas que podrían traicionarte cuando bajes la guardia. No eres mía, aún no. Aunque pensándolo un poco, sí lo eres, pero no te deseo mía por obligación, más bien por decisión propia. Quiero que quieras entregarte a mi, quiero que quieras que yo te posea. Que quieras ser parte de mi mundo. Eso es lo que más quiero. En éste momento. Quiero que seas mi señora, y que juntos velemos por los intereses del otro. Cuidar de ti y que tú, también, cuides de mi.

— ¿Quién eres, y qué has hecho con el Viktor que conozco?

Y aunque la pregunta salió en un tono relajado y jocoso que consiguió hacer reír a carcajadas a Viktor era la más honesta que había hecho durante aquella conversación. Aquella última parte no sonaba como aquel hombre de acento ruso, confidente y seguro de sí mismo, peligroso inclusive, que ella había conocido. Era mas bien lo contrario: tranquilo, abierto, cariñoso. Incluso vulnerable. Nunca pensó que aquella faceta fuera posible en un hombre como él.

Eso le gustaba.

— Eres distinto, nunca creí que fueras de ésta forma.

— Lo sé. Eso de andar jugando el papel de malo ante la sociedad te crea un estigma bastante difícil de disimular. Pero no todo en mi es malvado, aunque tampoco soy el rayo de sol que te gustaría creer que soy. Tengo un esqueleto o dos en mi closet. Hay cosas de mi que preferiría que no llegaras a conocer.

— ¿Tan malas son? — preguntó Ana luego de un momento de reflexión y silencio entre ambas partes.

— Disfruta mucho en mi ausencia mi hermosa Ana. Tengo que irme. Dejaré que continúes durmiendo. Espero puedas perdonarme por haberte despertado a las cinco de la mañana. Sebastian tiene algo preparado para ti ésta tarde y no podía esperar más para darte esa noticia. Espero que te guste. Nos veremos de nuevo la próxima semana.

Pero antes de que ella pudiera abrir su boca para decir algo más, él ya había colgado.

 

* * * *

 

Sebastian llegó más tarde esa mañana con un desayuno que incluía algunos platillos típico de su tierra (ella misma le había contado alguna que aunque vivía en Barcelona, era nativa de Tarragona), lo cual fue un deleite y un ligero dolor en el pecho por la nostalgia que sintió. Entre ellos habían carquiñoles, “menjar blanc”, “pastissets”, y para ponerle algo de salado a los platillos tenía un plato de pataco. Nunca los había comido todos juntos a la vez, y aunque tampoco era muy fanática de los pastissets, o casquetes como ella les conocía, habían sido lo mas delicioso que había comido hasta entonces. Se encontraba sorprendida.

Sebastian la observaba con una expresión de orgullo en su rostro, por haber sido capaz de entregarle un poquito de alegría con algo de comida como la que ella recordaba. Aquel pensamiento la hizo sentirse un poco nostálgica. Aunque la misma duró muy poco, porque la sorpresa que traía Sebastian era una que nunca se habría imaginado.

— Por favor, encuéntrame en la entrada principal en una hora. Tenemos que quitar esa expresión de nostalgia de tu rostro antes del regreso del amo Viktor.

Ana terminó su comida sintiendo una extraña mezcla de emoción, nerviosismo y nostalgia. Decidió que ya sería hora de ir acostumbrándose a los mimos que recibía a diario en aquel lugar, y de las emociones que los mismos incitaban en ella.

 

* * * *

 

— ¿Estás seguro de que estaré bien?

— No te preocupes. No te sucederá nada malo. No es tan difícil como parece, solo debes dejarte fluir con el movimiento y sentirte una con ella. ¿Está bien?

— Bien, lo haré.

Su expresión era de concentración extrema, y aunque por su mente pasó la idea de aprovechar la situación para escapar creyó, después, que no sería tan buena idea hacerlo. Así que sólo se dejó llevar y giró el puño de la moto de agua, la cual aceleró violentamente y casi la arroja de espaldas contra el agua. La adrenalina comenzó a fluir cuando por fin sintió el poder de la máquina que estaba debajo de ella, el pasar tan rápido del agua a su lado y las olas que rompían contra la nariz de moto. Fue una de las sensaciones más excitantes que había tenido la oportunidad de vivir.

Su instructor iba justo detrás de ella. No parecía ser uno de los matones de Viktor, era amable y bien parecido, con un acento español que la hacía sentir como en casa. Sólo se aseguró de disfrutar de un largo paseo en la costa alrededor de la isla.

La isla en la que se encontraban le hacía recordar mucho a la isla Pitcairn, la única habitada de aquel archipiélago que recordaba le llamó tanto la atención en esas clases de geografía en el colegio, con una costa de arenas casi blancas e inmaculadas que recorrían la totalidad de orilla, para después darle paso a la roca y un espeso bosque que hacía las veces de patio trasero a la enorme propiedad similar a un castillo que se alzaba en una de las colinas de la isla.

Era una vista impresionante, casi como una construcción de colonos españoles del siglo quince, con la exquisita definición por el detalle del estilo Barroco europeo pero a su vez era como si de un nicho de piratas se tratase.

A pesar de esos toques distintivos, la ostentosidad no dejaba de cubrir cada milímetro de la propiedad. Desde aquella distancia se notaba que el color de las paredes y columnas que bordeaban el camino de piedras hacia la entrada principal era de un color marfil o granito claro. No se extrañaría si, en efecto, estuviesen hechas de alguno de esos dos materiales. Algunos destellos aquí y allá le hacían creer que era oro o incluso algún otro tipo de mineral o roca preciosa.

Casi del otro lado de la isla se encontraba un embarcadero enorme, y un poco más allá estaba una enorme zona donde, ella creía, amerizaba normalmente el hidroavión anfibio de Viktor. Un poco más allá se encontraban al menos unos seis hidroaviones posados sobre la superficie del mar, meciéndose suavemente en las olas. Era increíble ver todo aquello. Descubrir algunos de los rincones de la que, día tras día, se estaba convirtiendo en su casa era algo magnifico.

— ¡Ana, creo que es momento de regresar a la costa al frente de la propiedad! — Era la voz de su instructor quien se encontraba a pocos metros de ella. Una leve nota de nerviosismo se encontraba mezclada con su tono, lo cual le hizo sentir algo de empatía con él.

— Quiero dar la vuelta a la isla. No pasará nada. Estás conmigo Alejandro, — y aunque su tono apuntaba al confort notó que el asentimiento de Alejandro era un tanto cauteloso. No estaría en problemas si ella no lo permitía.

El resto del viaje lo pasó observando la belleza natural de aquel paisaje. En un punto, un grupo de delfines pasaron a su lado, y la escoltaron mientras observaba la espesa jungla que cubría la parte trasera (¿o era en realidad el frente?) de la isla. Desde ese punto se veía totalmente desabitada. No se veían mas que aves tropicales de hermosos colores revolotear entre las palmeras. Pequeños mamíferos, que no logró distinguir, trepaban por la copa de los árboles en lo más profundo, totalmente ajenos a los horrores que habrían de vivir las personas que llegaban a aquel lugar.

Intentó darle un nombre a la isla en aquel momento, pero no se le ocurrió nada bueno para tal fin. Era un paraíso engañoso, de vastas bellezas e inmensurables ostentosidades, pero todo dependía de quién lo observara. Ella había sido quizás la única afortunada de ver ambas partes, así que no podía permitirse olvidar la parte fea de toda aquella belleza.

Al llegar a la costa frente a la mansión, Sebastian la estaba esperando con una bandeja en la mano y una sonrisa en el rostro.

Alejandro ayudó a Ana a quitarse el chaleco salvavidas, le ofreció una cálida sonrisa y la dejó nadar hasta la orilla mientras él se disponía a llevarse las motos a su lugar de almacenamiento.

— ¿Qué tal te ha parecido la sorpresa del amo Viktor? — Sin responder nada, ella se lanzó sobre el joven y le dio un fuerte abrazo.

— Me ha encantado. Muchas gracias, Sebas.

— Je je, no tienes porqué agradecerme a mi joven Ana. El amo estará muy complacido con tu alegría. A fin de cuentas, es lo que espera de ti, que estés feliz de estar aquí. — Ana sonrió de una manera agridulce. En cierto modo si estaba contenta, aunque no era por el hecho de estar en la isla prisión, sino por las libertades que poco a poco estaba ganando. — Hay otra sorpresa para ti, aunque ésta podría ser un tanto menos agradable, joven Ana.

Abrió un pequeño cofre de madera ornamentado que llevaba sobre la bandeja, y dentro se encontraba un brazalete de color negro, hecho de un material similar a la goma. Ana sintió un pequeño vuelco en el estómago. Miró a Sebastian a los ojos.

— El amo me ha pedido que te coloque éste brazalete. A partir de ahora tendrás acceso a todas las zonas de la propiedad, con ciertas restricciones, claro está.

— ¿Eso es una especie de rastreador?

— Hace más que eso, joven Ana. Pero sí, es un rastreador. Si te alejas a más de cinco kilómetros de la isla, bueno, sabrás qué es lo que hace. — Ese pequeño detalle no le gustaba. Aunque claro, los límites estaban más allá de la costa. Si se mantenía dentro de los límites que había explorado hoy, no le sucedería nada malo. — No debes temer. El amo tiene la confianza de que el brazalete nunca se activará. Es sólo una medida de precaución mientras termina de tenerte confianza.

Aquella aclaratoria no hizo más que reforzar las esperanzas de Ana. Se estaba ganando la confianza de aquel hombre. Su plan estaba dando resultados, y más pronto de lo esperado.

Sin pensarlo, tomó el brazalete y lo pasó a través de su mano izquierda hasta colocarlo en su muñeca donde colgaba un tanto flojo.

— Lo usaré sin problemas. No intento escapar y lo sabes, Sebas. Creo que él también lo sabe. No tengo nada que esconder. — Sebas asintió con alivio y nuevamente sonrió para ella.

— El almuerzo estará listo en el lounge a la una de la tarde. Eres libre para recorrer la costa y pasar otro tiempo disfrutando del sol. — Sebas se giró para marcharse pero se detuvo, dando media vuelta sobre la punta de uno de sus zapatos relucientes. — ¡Oh! Casi lo olvido. Sólo es necesario que uses el brazalete cuando estés fuera de tu habitación. Poco a poco irás ganando acceso a otras estancias sin necesidad de utilizar el brazalete. Deberás entregármelo todas las noches para recargarlo y que puedas usarlo sin problemas al día siguiente, donde lo recibirás junto con tu desayuno. Si no lo entregas por el motivo que sea, se te entregará otro completamente funcional en la mañana.

Ana sonrió ante aquella demostración de charlatanería de ricachones. Asintió. No era una niña pequeña, y no hacía falta que le estuviesen recordando lo que debía hacer cada día. Entendió el mensaje y lo cumpliría a cabalidad. Tenía mucho por ganar e igualmente mucho por perder si no obedecía.

— Gracias mi querido amigo, — la expresión sorprendió al joven sirviente, el cual se marchó de la playa con una expresión de impresión en su rostro. Poco a poco lo estaba consiguiendo, se estaba convirtiendo en parte de aquella extraña familia de personajes sombríos y con un par de esqueletos de más en el closet, pero con buenas intenciones.