17 - PRESERVATIVO

I

MIRE usté por dónde, que venía yo días pasados pensando en la profilaxis y las prevenciones sanitarias y cómo sirven para acabar de destrozar la vida, y andaba ya tramándole una noticia de abajo en que descubriéramos a medias cómo aquello de «Más vale prevenir que curar» era mentira o se había hecho mentira flagrante con el Progreso Progresado; y hasta, entrevistándome con unos chicos de Sístole, la revista para médicos, les había adelantado algo de esa cuenta: que, si es verdad que con la prevención se salva un cierto número de vidas (esto es, se evitan algunas muertes prospectivas, ex-futuras, por emplear el término de Unamuno: las que, si no, podían haberse producido, que son las que sólo sabe Dios y los empleados de Sus estadísticas), lo que, en todo caso, nunca se mete en cuenta es lo que se paga a cambio: que se paga que, no un cierto número, sino miles de millones, la Mayoría (y en el Ideal del Progreso Divino, todos), se pasen la vida en chequeos periódicos, en profilaxis de embolias y de cánceres, y de todo bicho con nombre greco-médico lo bastante publicitado, en prácticas de higienes y de gimnasias preventivas de accidentes fisiológicos y de síntomas de vejez, y hasta, los más animosos, operándose preventivamente de un órgano o del otro (porque, en la duda, ¡mete mano, cirujano!), en fin, dedicando la vida a prevenir la muerte; y eso día a día y hora a hora, al menudeo, disponiendo cada cual de los cachos de su cuerpo, que para eso es suyo, pendientes cada cual —y todos— del Futuro amenazante, sacrificándose y jorobándose en clínicas o gimnasios... ¿por qué?: por el Mañana; que es lo que al Señor le gusta y lo que ordena: que no se nos ocurra dejarnos vencer un rato de la tentación de vivir (ni de pensar, claro, que lo uno va con lo otro), sino que sepamos bien que, así como el salario se gana con trabajos y la Gloria Eterna con cilicios y mortificaciones, así también la salud segura y la Vida Plena (de mañana) se consiguen haciéndonos la puñeta por lo pronto con las prácticas profilácticas y la preocupación constante de la enfermedad.

O sea, ya ve usté, que no basta la muerte siempre-futura que le está a cada uno prometida, sino que tiene cada vez más la muerte que meterse en el seno y los resquicios de la vida cotidiana; así se impone por momentos el Imperio Progresivo del Futuro, que es la forma progresada de la Gloria Eterna.

Pues ahí está la cuenta: puede usted repasarla, lo mismo en lo tocante a usté mismo y solito que referido a las poblaciones en general, y deduzca usted si valía más prevenir, y cuánto se gana y cuánto se paga con la profilaxis.

Bueno, pues en éstas, he aquí que me sale al paso la campaña del Preservativo, orquestada nada menos que por el Poder Constituido y progresado; lo cual tiene por fuerza que significar mucho.

Ya de años atrás, desde la invención del S.I.D.A. y cuando estaba en pleno florecimiento, que no se habían hecho aún distingos entre casos, ‘muerto de necesidad’, ‘moribundo resistente’, mero ‘contaminado portador’, ya entonces se empezó consiguientemente a resucitar el viejo Preservativo, que creíamos enterrado para siempre, ¿se acuerda usted?: porque, por descuido, se habían inventado medicamentos que curaban hasta la sífilis famosa y todas las purgaciones con que los supuestos placeres tenían por entonces que purgarse, y con la pilula se había acabado el miedo del embarazo, al menos si no era una tan gilipollas como para creerse (o tener un médico tan siniestro que le ayudara a creérselo) lo de los peligros de la pilula que enseguida, como siempre, para joder el invento se inventaron.

Pero ahora la cosa ha pasado a más; y una vez que el nuevo Azote de la Juventud (y más si folladora, y más si maricona) ha quedado asumido gozosamente por el Poder (¿qué mejor quiere El que el miedo de la plaga para imponer su propio terror como cuidado paternal?), el caso es que la tripita ha llegado a sacar su hocico inmundo con toda desvergüenza; y, acordes, como siempre, Capital y Estado, las fábricas de condones, que tantos años yoguieran arruinadas y enmohecidas, vuelven a resurgir pujantes y a proporcionar miles de Puestos de Trabajo a muchas chupeteras en paro y a muchos ejecutivos del plástico de Dios.

Y ¿no lo ve usted cómo en los anuncios murales reluce áureo como una corona ducal o como una hostia con cenefa? Y ¿no ve cómo su propaganda cultiva congruentemente las instituciones sexuales fijas y de confianza?: porque «Pónselo» sólo puede el Poder ordenárselo a las prostitutas y a las emparejadas, en modo alguno a aquélla que está a punto de que la violen en el ascensor; ni «Póntelo» puede mandárselo más que al buen súbdito obediente que sabe lo que hace y cuál es su plan y adonde su verga se dirige, en modo alguno al desgraciado que anda a salto de mata a ver si le salta la liebre cuando menos se lo espere y que tiene la picha hecha, como es normal, un lío.

El Preservativo y su campaña significa la intervención suprema del Poder en lo más, supuestamente, íntimo (o sea, en verdad, en lo más impersonal), y la imposición del plan, de la intención y del Futuro en el trance justo en que más corría peligro la gente de perderse y olvidarse y vivir un poco.

He visto ya que algunos muchachos (nunca la Mayoría, ciertamente: la Mayoría es, como usted sabe, democráticamente idiota, y también la Mayoría Joven), algunos al menos han recibido esa orden del Poder como lo que es, como un insulto. Pero, por si acaso, hará usted bien en comunicarles a sus sobrinos y sobrinas lo que todavía voy a decirle sobre el asunto, por si ello les ayuda a clarificar su sensación de afrenta, y con ello la rebeldía consiguiente.

Dígales, porque usted lo sabe, que el Preservativo, aparte de ser una guarrada higiénica, es un atraso; como es un atraso el Automóvil, y como lo es la Informática y la Automatización, que sólo en la Ciencia-Ficción funciona bien, en vez de originar, como en la realidad, un embrollo progresivo; y que, así como la peste y plaga de ciudades y de campos, que resulta de haber Estado y Capital impuesto los medios de transporte más imbéciles, tratan luego Ellos de remediarlas con sus medidas impotentes de ordenación de tráfico, nuevos destrozos de excavaciones y desviaciones, multas disuasorias y memeces por el estilo, así los miedos que Ellos han sembrado en eso que Ellos llaman la Juventud, con la invención del S.I.D.A. y el desprestigio de los anticonceptivos útiles, tratan ahora de hacer como que van a remediarlos con campañas estúpidas como ésa que lleva por bandera la gomita preservativa.

Pero esa estupidez es lo de menos: importa sobre todo aprovechar ese símbolo ilustre que con el rollito de tripa plástica de sus carteles Ellos mismos nos ofrecen y tratar de entender lo que esa boquita gominosa nos farfulla. A ello voy, y así se lo seguiré contando mañana mismo, si Dios no se opone mucho y la clemencia de este honesto Rotativo lo permite.

II

Íbamos ayer diciendo lo funesto y significativo del condón y su propaganda. Que es que, en primer lugar, como usted, lector un tanto carrocilla, bien recuerda, y hasta acaso se lo habrá contado a sus sobrinos (¿y también a esa sobrinilla suya que le trae a usté tan inquieto?), el Preservativo es, efectivamente, todo aquello de la coraza para el placer (telaraña para el peligro) que ahora he visto que se atribuye a Marañón, pero que, cuando era yo muchacho, se nos daba como frase de Madame de Staél, cuando era mocita, o sea ¡a fines del XVIII!

Lo cual usted, que acaso presuma de materialista y todo, a lo mejor se creerá que se refería a la interposición de la tripita entre piel y piel, entre tú y yo, que así impedía el gozo de los refriegues y los amorosos zumos o qué sé yo qué lúbricas delicias que se le imaginen. Pero que no era eso, hombre; que le digo que eso era sólo un símbolo (se dieran o no cuenta de ello Madame de Staél y Marañón), que lo que simbolizaba era el entremetimiento de la prevención y previsión, la profilaxis y el futuro, en el trance mismo en que más peligro había de que alguien se librara de todo eso y se perdiera (en el otro, que ya no es nadie, en el sintiempo); y como usted ya sabe, el Futuro es el arma principal de la mentira del Poder y de su imperio.

Porque dígame usté si no es íntima y devastadora la intervención del Futuro en semejante trance.

Porque, a ver, pongámonos en el trance: ¿cómo me lo pone usté?; o (bueno, no se ofenda, hombre) ¿cómo se lo pone a usted su parejita? Venga, dígame cómo se hace eso, que no tengo ni idea: quizá se lo coloca usted en frío, antes de empezar los ejercicios de calentamiento preparativos al coito que los Manuales de Sexualidad le recomiendan... Pero el ponérselo así, a verga floja o medio floja, debe de ser un engorro técnico, que me da sudores ni pensarlo. O bien, por medio de sabias caricias y meneos, se la ponen a usted en orden antes de empezar con la operación... Pero entonces, con ese ajetreo, ¿no habrá peligro de que se crea, la pobre, cuando llegue el momento triunfal del encapuchamiento, que con eso ya ha cumplido con sus fines y se desentienda de la prosecución? O bien, bueno, supongamos que usted se entrega a ciegas al juego y la deja usté encargada a su sobrina, o a quien sea su contrincante, de que esté atenta a los síntomas de su progresivo enarbolamiento, de manera que, cuando lo vea a usté bien a modo y lanzándose a ello como un torito, antes de que pase a mayores, ¡zas!, se la agarre y le calce la gomita... Pero entonces, hija de mis entrañas, ¿qué lugar le va a quedar a ella para el embeleso y el arrobo, con toda esa fijación feroz de la atención y la fría mente necesaria para la debida realización del manejo sanitario en su momento?; y no será usté tan bruto como para creer que, sin el arrobo y embeleso de ella, va a pasarle a usted nada que merezca siquiera las penas del encapuchamiento.

En fin, usted me dirá la técnica que prefiere, pero lo que no puede negarme, en cualquier caso, es que de lo que se trata, con el pretexto de la tripita, es de procurar una intromisión decisiva de la intención, el propósito y el futuro en el trance que menos hacían falta, de modo que consiga sin más el estropicio de cualquier peligro de olvido y de deleite que pudiera haber en ello.

¡Como si ya de por sí no fuera tan difícil y tan raro eso de follar bien y como Dios no manda, por alguna maravillosa imperfección y descuido del Poder que deja por ventura, sin Pareja ni Prostitución, sin Amor ni Sexo mayúsculo ni hostias, escurrirse por debajo y descubrir algo de eso por lo que todos y todas nos pasamos la vida suspirando! Improbable y casi milagroso es de por sí, amigo, usted lo sabe; pero, con el Preservativo, se vuelve prácticamente imposible; que es de lo que se trataba: que no haya ni tal peligro lejano de olvido y vida; que, ya que hay que dejar que se folie, que se folie todo lo mal que se pueda: ésa es la Ley.

Lo curioso del caso (pero normal en tales trances: pues los restos de las formas arcaicas de Poder permanecen bajo el Orden Nuevo cumpliendo su misión complementaria, que es que, al competir con la Fe triunfante, contribuyan a reforzarla), lo curioso es que los residuos persistentes de la Iglesia Católica y sus jerarquías no han sido capaces siquiera de darse cuenta de eso: de que esa misma función funesta de machacar las escasas posibilidades de amor, placer, olvido y descubrimiento, las están realizando las formas nuevas de Poder de una manera incomparablemente más eficaz que los procedimientos con que ellos procuraban lo mismo antaño, ya sea con esta campaña del Preservativo, ya con la Educación Sexual en las escuelas, ya con la ingente industria pornográfica que Capital promueve y Estado tecnocrático condona.

Y como estos Prelados, en su decadencia, no alcanzan a darse cuenta de eso (no son como el Jesuíta ideal y maquiavélico de los tiempos de imperio de la Iglesia, que hubiera atisbado la potencia de mortificación de amor y entendimiento que la Nueva Iglesia, Banca y Ministerio, con la incitación al follaje profiláctico, traía de relevo), como no diquelan, se dedican a clamar contra la inmoralidad (válganos Dios) de campaña semejante, la más casta, disciplinar y mortífera de las campañas, ésta que tiene por cilicio y por pendón el Preservativo. Y ¿no era de eso, padres carísimos, de lo que se trataba, de que no se folgara, por si acaso pasaba algo, y que, de folgar, se folgara bajo el miedo, la preocupación, la prevención y cálculo de la paga y la condena?

No se dan cuenta de que lo que ellos hacían antaño con el terror de confesionario y la castidad a látigo, lo hacen mucho mejor estos Ejecutivos de Dios con su ideación y reglamentación del Sexo, sea en pareja formal o en prostitución de alto standing, pero siempre con la goma del Futuro entre uno y otra, como entre Isolda y Tristán la espada glacial del Rey. Porque todavía aquella represión eclesiástica al viejo estilo a muchos les proporcionaba la incitación secundaria del Pecado mismo; pero ¿cuáles habrá tan degenerados que, por obediencia extrema, le cojan gusto al preservativo y, adictos ya y adictas al artículo farmacéutico, lleguen a no sentir nada de piel ni pelo si no es con esa interposición? Extrañas aberraciones ha conocido la Historia, y aquéllas de la libido peccandi y el sacrilegio eran notorias, pero hay que reconocer que ésa del gusto del condón tendría que ser la última.

Claro que también notable es lo que les ha pasado, por lo que oigo, a la mayoría de los hombres liberales y de izquierdas, intelectuales, políticos y demás, y que a usted mismo, lector de este democrático Rotativo, por menos de nada le habrá pasado: que, como suele sucederles siempre, han confundido el Poder actual con los residuos del Poder de antaño, y engañados por los aspavientos de la vieja Fe, que son lo que a ellos les gusta y lo que perciben claro (porque ¿no sufrieron muchos de ellos en sus carnes jóvenes las disciplinas y terrores de la Moral arcaica?), se han dedicado a zaherir y hacer sarcasmo de la vieja Iglesia, y hasta, puestos en el brete, a preferir como progresista y aperturista la campaña del condón que Estado y Capital entusiásticamente predicaban.

No se apercibían de que ésta es la Iglesia verdadera y el relevo potente de la vieja: que el Señor sólo cambia para seguir El Mismo; y las formas actuales y vigentes de la Moral son las únicas que merecen atención y rebelión y crítica, como representantes que son justamente de la Eterna. La cual consiste, ya sea por vía de represión o por vía de reglamentación de coños y corazones, en la administración de muerte de cualquier amor sin profilaxis y cualquier pensamiento sin futuro.