—Hola, hija —dijo mi madre y besó mi frente—. Te noto un poco caliente, ¿estás bien?
—Eh… —Me mordí los labios para no reír.
—¿Cómo fue el viaje? —preguntó Raúl detrás de nosotros—. Espero que bien.
—Bastante bien —contestó mi padre—. ¿Qué pasó con tu cara, Raúl? ¿Te peleaste con alguien?
—Eh...
—Lo que pasó fue que intentó rescatar a una señora —mentí—. Le estaban robando y él huyó detrás de los ladrones. Los atrapó, pero...
—Pero tuve que pelearme con ellos —dijo Raúl y besó mi frente—. Gracias —susurró.
—¿Estás preparada para la operación, hija? —preguntó mi madre y me agarró por el brazo—. Cuéntame qué tal estás.
—Estoy bien, mamá, pero tengo un poco de miedo —admití—. ¿Y si la operación no sale bien?
—No digas eso, hija. —Acarició mi mejilla—. Ay, veo que encontraste el crucifijo —dijo ella y me tensé al momento—. Lleva años perdido y...
—Sí, te dije que se había roto la cadena...
—Me dijiste que lo habías perdido —comentó ella y escuché a Raúl carraspeando.
—Escuchaste mal, mamá —dije rápidamente—. ¿Cómo están los demás?
—¡Aquí estoy! —gritó Elisa—. ¿Me habéis echado de menos? Ya tengo mi vestido de novia.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Raúl molesto—. Dijiste que estarías fuera unos días.
—Ah, cambio de planes. Me quedo aquí. —Escuché pisadas de tacón—. Veo que tenemos visita. Hola a todos —dijo alargando las palabras—. ¿Queréis ver el vestido de novia? Lo tengo en el coche.
—¿Te vas a casar? —preguntó mi padre.
Justo en ese momento el timbre de la puerta sonó y respiré con alivio.
—Ya voy —dijo Elisa.
—¿Estás bien, hija? —preguntó mi madre y apretó mis manos—. Estás temblando.
—Estoy bien...
—Hola a todos —dijo Mateo con cuidado, y en ese momento dejé de temblar.
—Él es mi mejor amigo, Mateo —dije rápidamente y estiré una mano.
Enseguida sentí como él la tomó y luego besó mi mejilla.
—¿Pasa algo? —preguntó susurrando—. Hay cierta tensión en el aire.
—Luego te lo cuento...
—Eres muy guapo —dijo mi madre—. Encantada de conocerte. Mi hija me habló muy bien de ti.
Raúl tiró suavemente de mi cuerpo hacia atrás y colocó la cabeza en mi cuello.
—Gracias, señora. Quiero mucho a su hija —contestó Mateo.
—¿Tanto como para casarte con ella? —preguntó mi padre y Raúl gruñó.
—Tanto no —contestó riendo Mateo—. Es mi mejor amiga, señor.
—No veo por qué no —dijo mi padre.
—Papá, por favor...
—Lo que pasa es que nuestro querido Mateo es gay —soltó Elisa, y mi padre empezó a toser.
—¿Es verdad? —preguntó mi madre.
—Sí..., señora.
—Qué pena...
—¿Quién tiene hambre? —preguntó Raúl intentando llamar la atención.
—Yo… —contesté y sentí un ligero apretón de manos en mi cintura.
—Ven conmigo a la cocina —dijo tirando ligeramente de mi brazo derecho—. Ahora volvemos ―avisó.
—¿Crees que es prudente dejarlos solos? —pregunté, pero no recibí respuesta—. ¿Pasa algo? —pregunté bajito y en cuanto escuché la puerta cerrarse, sentí como sus dedos agarraron mi barbilla.
—Pasa que nosotros dos tenemos que hablar, ángel —dijo, y tragué saliva.
—Si es por Mateo, le diré que...
—¿Por qué me has mentido? —Sus dedos empezaron a hacerme daño—. Yo entendí que el crucifijo te lo quitaste porque te habías cansado de verlo, pero parece que tu madre sabe otra historia.
—Ella se confundió...
—Angélica, ¿quiero la verdad? —Dejó de tocarme.
—¿Puedo pasar? —preguntó Mateo, y escuché un ruido a mi lado.
—No puedes pasar —dijo molesto Raúl—. ¿No ves que estamos hablando?
—Me da igual. —Sentí la mano de Mateo en mi brazo—. Me la llevo.
—Ni se te ocurra, Mateo —advirtió Raúl.
—¿O qué?
—No quiero que os peleéis —dije yo levantando el tono.
—Pues dile que se vaya —ordenó Raúl.
—Lo siento, pero no lo haré.
Nadie contestó, y eso no me gustaba para nada. En ese momento, solo quería desaparecer, no me gustaba el tono de Raúl, ya que me pareció demasiado posesivo.
No quería decirle la verdad porque a David le tenía mucho cariño. Fue el único que me ayudó a salir a la superficie y volver a sonreír de nuevo.
Escuché la puerta de la cocina cerrarse y el cuerpo de Mateo acercándose al mío.
—Se fue, Angélica —dijo—. Pero se fue bastante enfadado. No me gusta...
—Yo...
—Y creo que deberías ir detrás de él —sugirió—. Lo que averigüé te impactará bastante. Temo que hará una tontería.
—No me asustes, Mateo. —Apreté su brazo—. ¿Qué averiguaste?
—Ve detrás de él y luego hablamos. Y dile la verdad.