CAPÍTULO 18

—Deseo ver tus ojos, Raúl… —Deslicé mis dedos a través de su rostro—. Tu mirada siempre me ponía nerviosa.

—Ahora mismo estoy mirando fijamente tus labios, ángel. —Agarró el borde de mi camiseta con sus dedos.

—Yo intentaré verte mientras te toco. —Dejé de acariciar su rostro y me aferré a su cuello, pasando mis dedos por su cabello sedoso.

—Estoy mirando con deseo tus pechos firmes… —susurró y sonreí.

—Ya estoy un poco nerviosa y no sé qué hacer —admití y dejé de jugar con su cabello.

—Tan solo tienes que dejarte llevar. Déjame hacerte el amor, déjame mostrarte cuánto te quiero.

—¿Me quieres? —pregunté sorprendida y dejé de moverme.

—Por supuesto que te quiero y creo que es mejor contarte antes la verdad. —Me tomó en brazos.

Me depositó con cuidado encima de la cama y se sentó a mi lado.

—Siempre te amé. Me enamoré de tu sonrisa cuando te vi por primera vez. Me enamoré de tus travesuras cada día. —Acarició mi mejilla con sus dedos—. Me enamoré de tus hermosas palabras y de tu inocencia.

—No lo sabía...

—Te trataba mal, pero no me abandonaste. Estuviste a mi lado cuidándome una vida entera. Cuando te fuiste, perdí el rumbo y me arrepentí de no haberte dicho todo lo que sentía por ti, lo que significabas para mí, Angélica.

—¿Por qué no lo hiciste? No sabes cuánto esperé estas palabras...

—Lo sé y cada día que pasaba me sentía peor.

—¿Por qué me tratabas mal? —pregunté y él dejó de tocarme.

—Todo empezó cuando tenía diez años. —Me agarró por los hombros y se recostó conmigo de modo que mi cabeza descansaba en su pecho—. Salí al recreo contento con mi bocadillo en la mano. Me senté debajo del único árbol que había y empecé a comerlo. Cuando una sombra se acercó por detrás, agarré con fuerza el bocadillo y giré la cabeza. Ese fue mi primer encuentro con Matías.

—Lo recuerdo. No paraba de molestar a los niños y siempre me empujaba —comenté.

—Sus acosos empezaron poco a poco. Los primeros días me robaba la comida, luego me quitaba las tareas y acabó con pegarme y grabarme con el móvil.

—Raúl...

—Nadie lo sabía, tuve vergüenza de hablar y, cuando cumplí los dieciséis años, me junté con Jacinto. Él me enseñó a pelear y me sentía poderoso cuando los dejaba a todos tumbados en el suelo. No quería arrastrarte hacia ese mundo, Angélica. Eras tan inocente y me amabas tanto… —Tragó saliva duro—. Intentaba mantenerte a distancia y te hablaba mal para que me olvidaras, para que dejaras de amarme. Pero cada palabra mía que te hacía daño y cada lágrima que derramabas me dejaron como un muerto viviente.

—¿Tus padres lo saben?

—Nadie lo sabe —confesó—. No se lo conté a nadie más.

—¿Todas esas peleas, todas esas salidas por las noches y todas esas borracheras fueron por esto? —pregunté—. Yo pensé que me odiabas...

—No, Angélica… Te amaba y te sigo amando.

—Te abandoné. —Levanté la cabeza—. Te dejé solo... Lo siento mucho. —Busqué su rostro con mis manos.

—No, soy yo quien tiene que pedir perdón. —Besó mis palmas—. Te hice daño.

—Tú también sufriste, Raúl. —Me estiré y le di un beso casto—. No te abandonaré nunca más.

—Y yo te diré todos los días cuánto te amo. —Me devolvió el beso y rodó conmigo en la cama.

Quedé atrapada debajo de su cuerpo y mi nerviosismo empezó a crecer. Era la primera vez que alguien me tocaba de esa manera y mi poca experiencia me echaba un poco hacia atrás.

Siempre había soñado y fantaseando con ese momento, pero nunca había llegado.

—Estás muy nerviosa, y es normal, Angélica. Es tu primera vez, ¿verdad? —Presionó su dureza contra mi sexo y gemí de placer.

—Mhm...

—Intentaré hacerlo con mucho cuidado, ángel. Relájate y déjame desnudarte —susurró y asentí con la cabeza.