6

 

Roberto tardó unos días en llamarla, pero al final lo hizo y Lucía se atrevió a soñar que podrían arreglar las cosas.

La primera conversación empezó algo tensa pero en seguida los dos recordaron lo mucho que se querían, aunque ninguno lo verbalizó, y se contaron todo lo que les había sucedido durante el tiempo en que no se habían visto. Lucía le explicó que había ido a ver a Berta para decirle que estaba completamente equivocada con respecto a él y que si no era capaz de disculparse no quería volver a verla. Las dos amigas se habían discutido pero en medio de gritos y algún que otro insulto se dijeron cuatro verdades. Lucía confiaba en poder recuperar la amistad de Berta algún día, pero por el momento seguían sin hablarse. Roberto le contó que estaba disfrutando de unos días de vacaciones y que, por desgracia, en Oviedo seguía hablándose del dichoso calendario, aunque al parecer el mes que estaba más de moda era julio.

Dos días después él volvió a llamarla y se pasaron una hora entera al teléfono contándose cosas; algunas importantes y otras completamente absurdas.

Antes de colgar, Lucía se atrevió a volver a abrir su corazón: -Buenas noches, Roberto, te echo mucho de menos.

-Y yo a ti, Lucía –respondió él en voz baja.

La siguiente conversación no se produjo hasta tres días más tarde.

-Estoy muy cansada. Mañana vienen a entregarme las macetas, y pasado colocan el cartel.

-Seguro que la floristería está quedando preciosa.

-Eso espero.

Se hizo un silencio y él fue el primero en romperlo.

-¿Ya te acuerdas de dar de comer a Roberto y a Clotilde?

-Sí, pero te echan mucho de menos. –Igual que yo, pensó, pero como él no dijo nada no lo verbalizó-. ¿Has empezado a trabajar?

-No, todavía no. –La verdad era que Roberto todavía no había decidido si quedarse en Oviedo o regresar a Barcelona.

-Bueno, me alegro de que al menos uno de los dos pueda tomarse unas vacaciones.

Esa noche se despidieron sin más y Lucía se durmió con lágrimas en los ojos. Por la mañana cuando se despertó supo que no podía continuar así.

 

Faltaba un día para la apertura de la floristería. Si Roberto no se hubiera ido seguramente habría organizado algo especial, pero estando sola como estaba Lucía decidió que abriría la tienda sin más y colocaría una pequeña cesta con diminutos ramos de mimosa para regalar a sus primeros clientes a modo de agradecimiento.

Eran las cinco de la tarde y echaba mucho de menos a Roberto; sus sonrisas, las conversaciones antes de irse a la cama, sus besos sabor canela, sus caricias, sus comentarios sobre las camisetas que ella llevaba, todo. Llegó a su casa y vio el maldito calendario y de repente se dio cuenta de que ni siquiera lo había abierto y corrió a buscar el teléfono.

Dos timbres, tres, por fin contestó.

-No lo he abierto –dijo al escuchar la voz de Roberto al otro extremo.

-¿No has abierto el qué? –preguntó él sin entender nada.

-El calendario, ni siquiera lo he abierto –le explicó ella-. Desde que te fuiste no he dejado de echarte de menos. Te echo de menos a todas horas pero ni una sola vez he abierto el calendario. Me importa un rábano que tengas el cuerpo de un Adonis, y ni siquiera sé cuántas abdominales tienes, pero te quiero. Te amo, Roberto, a ti, y te amaré toda la vida, incluso cuando dejes de parecer sacado de una peli de Disney.

-Lucía –dijo él emocionado.

-Eso no es todo. Confío en ti, sé que eres incapaz de besar a otra como me besas a mí, sé que eres incapaz de tirarle los tejos a nadie que no sea yo, y sé que siempre tratarás de hacerme feliz.

-¿Y cómo lo sabes? –De lo feliz que era a Roberto le latía el corazón contra el pecho pero necesitaba estar seguro-.Hace días que no nos vemos, ¿cómo sabes que no me he acostado con la mitad de Oviedo?

-Porque tú no eres así. Tú eres dulce, cariñoso, tus besos saben a canela, tus ojos me han dicho millones de veces que me amas, y tus manos tiemblan cada vez que me tocas. –Respiró hondo para tratar de no llorar-. No sé cómo pude estar tan ciega como para no darme cuenta antes, Roberto. Lo único que puedo decir en mi defensa es que no sabía que un hombre podía llegar a amar a una mujer de ese modo.

-¿Estás segura? –dijo él sin ocultar que también trataba de no llorar.

-Segurísima. Te amo, y necesito que estés en mi vida, para siempre. –Saltó el último precipicio que le quedaba convencida de que él la cogería al vuelo-. Así que, ¿te importaría mucho regresar a Barcelona?

-Para nada, tesoro. No sabes las ganas que tengo de besarte. Te amo, Lucía.

-Lo sé.

 

Y con eso colgó el teléfono.

 

EPÍLOGO

 

Guillermo Martí entró en una floristería para comprar un ramo de flores para su esposa, hoy hacía seis meses de su boda y le apetecía hacerle un regalo.

Las campanillas del local anunciaron su entrada y del fondo se escuchó una voz.

-En seguida salgo.

Unos segundos más tarde, Lucía, con delantal a cuadritos verdes incluido, salió al mostrador y se quedó boquiabierta.

-¿Guillermo?

Él también la reconoció en seguida.

-Lucía, qué alegría verte. –Se acercó a ella y se dieron dos besos-. ¿Qué haces aquí?

-Trabajo aquí, bueno, digamos que casi vivo aquí. La floristería es mía –le dijo orgullosa.

-Vaya, es fantástico. Mis hermanas me la han recomendado, al parecer tus ramos son famosísimos.

-Sí, no me puedo quejar. ¿Y tú qué tal? ¿Cómo te va lo de ser empresario? A mí me parece agotador –dijo con una sonrisa.

-Y que lo digas, pero me encanta.

-¿Has venido a por un ramo? ¿Para Emma? –Lucía recordaba también el nombre de la mujer que había roto el corazón a Guillermo.

-Sí, para Emma –dijo él con una sonrisa de oreja a oreja-. Nos casamos hace seis meses.

-¡Felicidades!

-Gracias, la verdad es que aún no termino de creerme lo feliz que soy.

-Ya, el amor te convierte en una especie de adicto a la felicidad.

-¿Tú y Daniel?

-¡No! –respondió ella con cara de asco-. ¡Qué va! Al final me di cuenta de que nunca había estado enamorada de él –le explicó mientras iba cogiendo flores para el ramo.

-¿Y quién es el afortunado?

-Ése voy a ser yo –respondió Roberto que entraba entonces por la puerta con un impresionante cesto de flores.

-Guillermo –dijo Lucía, que todavía no había levantado la vista del ramo que tenía a medias-, te presento a Roberto, mi marido.

-Encantado. –Guillermo le estrechó la mano-. Vaya, veo que mis hermanas no exageraban Lucía, es un ramo precioso.

-Espero que le guste a Emma.

-Seguro –respondió él-. ¿Cuánto te debo?

-Nada, y no insistas, me alegro mucho de que seas tan feliz, se te ve en la cara.

-Y a ti –dijo Guillermo aceptando el ramo-. Ha sido un placer conocerte Roberto.

-Igualmente.

Guillermo salió de allí ansioso por darle el ramo a su esposa y celebrar con ella su medio año de casados.

-Así que ése es el tal Guillermo que te dejó escapar –dijo Roberto tras darle uno de sus besos-. He estado a punto de darle las gracias.

-No seas bobo. –Lucía le dio otro beso y entonces se fijó en el cesto de flores-. ¿Para quién son todas esas flores?

-Para ti, Lucía. –Le dio otro beso y la cogió en brazos-. Esta mañana se me ha ocurrido que desde que abriste la tienda hace tres meses no te había vuelto a regalar flores, así que he ido a comparte un ramo y deja que te diga que no tienes competencia. –Caminó hasta la puerta y colgó el cartel de «cerrado»-. En resumen, que me he pasado horas dando vueltas por Barcelona buscando un ramo que me gustara y como no he dado con ninguno he optado por comprarte un montón de flores.

-Ya lo veo –susurró ella besándole el cuello.

-Te amo, Lucía –dijo él caminando hacia la parte trasera de la tienda para demostrarle cuánto.

-Lo sé, y yo a ti, Roberto.

Y entre pétalos de flores de la competencia, para no estropear las de su preciosa floristería, hicieron el amor.