Capítulo 9
Novena regla del fútbol americano:
El objetivo del equipo atacante es avanzar la mayor cantidad de yardas para llegar a la zona de anotación y conseguir puntos. Hay dos maneras de avanzar: mediante el pase (lanzando el balón a otro jugador) y mediante la carrera (correr con el balón).
¿Quién diablos estaba llamando a la puerta de su casa un viernes a las tres de la madrugada? Fuera quien fuese no parecía estar dispuesto a dejar de insistir y Mac se planteó la posibilidad de llamar directamente a la policía. Pero se abstuvo porque vivía en las afueras, en una casa que había pertenecido a su abuela y que estaba lejos de las carreteras principales y cerca del bosque. En más de una ocasión había tenido que auxiliar a algún excursionista, y también hubo esa vez que se averió un camión allí cerca y el conductor le pidió ayuda porque no le funcionaba el móvil. La cara de todas esas personas cuando veían que la persona que les abría la puerta era el capitán de los Patriots solía pasar de reflejar sorpresa a incredulidad, para terminar con vergüenza y gratitud. Él siempre insistía en que no tenía importancia y, aunque se había resignado a que la gente no lo mirase con normalidad, a veces lo echaba de menos, especialmente en situaciones como ésa.
Salió de la cama. Se había acostado sólo con los pantalones del pijama y cogió la camiseta de camino a la puerta para ponérsela al vuelo.
El timbre volvió a sonar.
—Voy. Un momento. —Se pasó las manos por la cara para despertarse del todo y abrió la puerta—. ¿En qué…? —Se quedó sin habla al verla.
Susana le golpeó el pecho con la caja de bombones y por el peso Mac notó que estaba completamente vacía.
—Me los he comido todos —dijo ella apartándolo de la puerta para poder entrar—. Son mis preferidos.
Mac cerró la puerta y se dio la vuelta despacio convencido de que la aparición de Susan era fruto de su imaginación y que cuando volviese a girarse descubriría que estaba solo en el salón.
No, ella seguía allí, ¿balanceándose? Susan estaba de pie frente a la chimenea y en una mano sujetaba una foto en la que aparecía Mac con uno de sus hermanos y con Tim. Tendrían unos diez u once años y se la habían sacado en un campamento de verano.
—Tim no lo sabe —dijo Susana sin darse la vuelta, y Mac pensó que ella arrastraba un poco las palabras.
¿Estaba borracha? ¿Susan había bebido y había cogido un taxi para plantarse en su casa? ¿Por qué?
—¿El qué? —preguntó tras carraspear y sin acercarse a ella mientras intentaba encontrarle sentido a aquella visita.
Susan se giró de golpe y lo miró a los ojos un segundo que a Mac le pareció eterno y después, sin ningún disimulo, le recorrió el cuerpo con la mirada. Deslizó los ojos por el torso, los detuvo un segundo en la cintura y luego siguió con las piernas. Cuando terminó, volvió a mirarlo directamente a los ojos. A Mac le costaba respirar.
No, Susan no estaba borracha, ésos no eran los ojos de una mujer que no sabía lo que hacía, pero tampoco eran los ojos de la mujer sensata y contenida que solía ser Susana Lobato.
—¿Qué es lo que no sabe Tim? —repitió Mac tras pasarse la lengua por el labio inferior. Gesto que no escapó a la mirada de Susan.
—Que mis bombones preferidos son los de chocolate y menta. De hecho, creo que mi exprometido ni siquiera sabe que sufro de una leve adicción al chocolate.
—¿Leve? Pero si siempre pides postres de chocolate. Seguro que Tim también lo sabe —añadió al darse cuenta de lo que implicaban sus palabras; que se había fijado en ella.
—Sí, Tim sabe que me gusta el chocolate, pero no sabe que estos bombones de esta pastelería en concreto son mis preferidos. —Movió la cabeza de un lado al otro—. No lo sabe.
Susan bajó entonces la cabeza y desvió la mirada hacia el dedo donde había llevado el anillo de compromiso que Tim le había regalado. Mac no sabía qué había pasado con ese anillo, probablemente ella se lo había devuelto a Tim el día que él le dijo que se iba, o quizá lo tenía guardado en una cajita en su casa. O tal vez lo había tirado por el retrete. A él le daba completamente igual. Lo único que sabía en aquel preciso instante era que Susana ya no lo llevaba, y que no quería que ella pensara ni en el anillo ni en el hombre que se lo había regalado.
—Da igual, eso no tiene importancia —señaló Mac con la voz ronca volviendo al tema de los bombones.
—Sí que la tiene —insistió Susana levantando por fin la cabeza—. ¿Cómo lo sabías? ¿O sencillamente los compraste allí por casualidad? —Se acercó a él y no se detuvo hasta que quedó a escasos centímetros de su torso.
«Di que los compraste por casualidad —pensó Mac—. Tiene que apartarse de ti o notará lo que te está pasando dentro del pijama».
—En la boda de Quin dijiste que eran tus preferidos —confesó desoyendo sus propios consejos y sintió que el corazón le subía por la garganta.
—De eso hace más de ocho meses —aclaró Susana rememorando la ocasión a la que se había referido Mac— y tú ni siquiera estabas en esa conversación.
—Debí de escucharlo por casualidad. ¿Por qué le estás dando tanta importancia? —Se cruzó de brazos y enarcó una ceja—. ¿Has bebido?
—Sí, Pamela y dos botellas de tequila han venido a visitarme esta noche, pero no estoy borracha, si es eso lo que te preocupa.
Pues claro que le preocupaba, no iba a tener esa conversación con ella, ni ninguna otra, en ese estado.
—Deberías irte de aquí, Susana. —Mac se apartó un poco de la puerta y se giró dispuesto a abrirla—. Seguro que mañana te arrepentirás de haber venido y no quiero que los comentaristas deportivos de tu cadena empiecen a destrozarme en sus programas —dijo él en un intento de recuperar la normalidad entre los dos.
—En la boda de Quin llevabas un traje negro con una corbata gris y tenías un morado en el pómulo izquierdo recuerdo del último partido —habló rápido, sin respirar. Sin darse tiempo a cuestionarse el riesgo que estaba corriendo sincerándose así delante de él—. Durante la cena le contaste a Mike que no veías bien y que probablemente ibas a tener que llevar gafas. Tu vino preferido es el syrah y odias las ostras, pero finges que te gustan. Tu postre preferido es la piña. Y, aunque eres zurdo, utilizas los cubiertos como si fueras diestro. Y tienes un tic, siempre que estás nervioso te rascas detrás de la oreja derecha.
Mac apartó la mano con la que estaba haciendo justamente eso.
—¿Cómo sabes todo eso? —le preguntó mirándola a los ojos y con el corazón golpeándole tan fuerte que tuvo que sujetarse para no caer al suelo.
—No lo sé —confesó ella con los ojos brillantes—. No lo sé.
—Tú no me soportas —le recordó Mac.
—Y tú a mí tampoco, y, sin embargo, sabes cuáles son mis bombones preferidos y me has comprado una caja. ¿Por qué viniste a verme al trabajo?
—Ya te lo dije —masculló. Tenía que sacarla de su casa cuanto antes.
—Ah, sí, porque Tim te lo pidió. Podrías haberle dicho que no, él está en París y no puede obligarte a hacer nada que no quieras hacer.
Susan no le creía. La explicación que le había dado tenía lógica y si ellos dos hubieran tenido una relación cordial le habría parecido de lo más normal. Pero no la habían tenido.
Los dos llevaban más de un año lanzándose al cuello del otro a la menor oportunidad.
Aunque esa noche, en ese salón, ninguno de los dos era capaz de recordar por qué.
Susana dio otro paso y se pegó a Mac, y él se echó hacia atrás hasta que se golpeó la espalda con la puerta.
—¿Qué estás haciendo, Susana?
—Comprobando una cosa. —Levantó la mano y le tocó la herida que se le había infectado en la ceja semanas atrás. Mac cerró los ojos y dejó escapar el aire entre los dientes. Tenía las palmas de las manos apoyadas en la pared y Susan se quedó un segundo fascinada por la fuerza que desprendía su cuerpo—. Siempre hueles a menta.
—Basta Susana. —En un último acto desesperado apartó las manos de la pared y la sujetó por los hombros—. ¿A qué estás jugando? ¿Qué diablos pretendes demostrarme con todo esto?
—Cállate y bésame, Kev.
—¿Kev? —Su propio nombre le resultó prácticamente impronunciable.
—Sí, Kev. Bésame. —La mano que tenía todavía cerca del rostro de él se movió y le apartó un mechón de pelo de la frente—. Bésame, quizá así podré dejar de pensar en ti.
Los pulmones de Mac no cogían suficiente aire, el corazón se le había detenido un segundo y ahora latía frenético, las manos le quemaban al notar debajo la piel de Susan. Su olor lo estaba volviendo loco y estaba a punto de perderse en su mirada. Negó con la cabeza, pero ella se puso de puntillas y le dio un beso en el cuello.
«Dios».
Mac perdió el control.
En un movimiento que parecía sacado directamente de un partido de fútbol, la giró e intercambiaron posiciones. Ella quedó pegada a la puerta y él le levantó los brazos, que seguía reteniendo en sus manos, por encima de la cabeza.
Sujetó ambas muñecas con una mano y apoyó la palma de la otra al lado del cuello de Susana. Pegó el torso al de ella y ni la camiseta de él ni el vestido de ella sirvieron de barrera. Desde allí podía oler el tequila que Susana se había bebido, y también el chocolate y la menta de los bombones. Se le hizo la boca agua y dejó de preguntarse por qué tenía tantas ganas de besarla.
Mañana lo odiaría, a pesar de que había sido la que le había pedido que la besara. Se lo había ordenado.
Sí, lo odiaría, pero no se imaginaba pasar un segundo más sin conocer el sabor de sus labios.
La besó.
En cuanto los labios de Mac la tocaron, Susan sintió que se le paraba el corazón un instante, y cuando volvió a ponérsele en marcha latió de un modo distinto. Del modo opuesto al que había latido hasta ahora. No era eso lo que se suponía que iba a suceder. Él no iba a besarla, y si lo hacía, ella se quedaría indiferente. Pero lo único que probablemente no había sentido desde que lo había visto en pijama era indiferencia.
La lengua de él exigió poseerla y notó que le arañaba el labio con los dientes. No, definitivamente no sentía indiferencia. Decir que se le derritieron las rodillas sería una estupidez, el beso de Mac le fundió todo el cuerpo y lo único que pudo hacer fue besarlo de la misma manera.
Ella nunca había besado así a nadie. Y se puso furiosa. ¿Por qué había llegado a los treinta sin sentir eso? ¿Y por qué se lo hacia sentir Kev MacMurray?
Él movió la mano que tenía en la pared y la colocó en la mejilla de Susan para poder separarle los labios y besarla con más fuerza. No iba a darle tregua. Le recorrió el interior de la boca sin hacerle ninguna concesión y Susan movió nerviosa las manos e intentó soltarse. Mac pensó que quería apartarse de él y le apretó las muñecas con más fuerza y las pegó contra la puerta. Susan, aunque le costó, apartó los labios de los de él.
—Quiero tocarte —le dijo con una voz tan ronca que le costó reconocerse—. Kev, quiero tocarte —repitió mirándolo a los ojos.
En los de él brilló algo salvaje y primitivo, y volvió a devorarla con la boca sin contestarle y sin soltarla. Ella lo notó respirar por la nariz al mismo tiempo que con la lengua conseguía que le hirviese la sangre y le corriese con sensual lentitud por las venas. A Susan le molestaba la ropa, el vestido la oprimía, y la ropa de él la molestaba todavía más. Le había dicho que quería tocarlo, pero necesitaba hacerle mucho más. Ahora que había empezado, necesitaba saberlo todo de él. Y tenía que averiguarlo antes de que fuera demasiado tarde.
«Sólo sucederá una vez». El pensamiento le retorció las entrañas con crueldad y lo besó para negarlo.
Quería saber qué tacto tenía su piel, de qué color eran exactamente las pecas que tenía. Dónde. Cuántas. Quería besarlo por todas partes. Descubrir su sabor. Lo necesitaba, pero él no parecía tener intención de soltarla, así que hizo algo que no había hecho nunca (una cosa más) y le mordió el labio inferior.
Mac no sabía cómo había sido capaz de estar tantas veces en la misma habitación que Susan sin poseerla allí mismo. ¿Cómo diablos había podido estar tan ciego? Su boca encajaba a la perfección con la suya, podría pasarse horas aprendiéndose su sabor. Los delicados gemidos que Susan tanto se esforzaba por contener eran el sonido más erótico y sensual que había oído nunca, y el modo en que movía las caderas podría hacerle sucumbir a cualquier pecado. Y cuando ella le mordió el labio inferior, un escalofrío le recorrió la espalda y abrió los ojos para mirarla. Se dijo que si le pedía que se apartase, se apartaría, que si veía repulsión en sus ojos, sabría entenderlo. Pero lo que vio fue deseo y una pasión que no había visto nunca en ninguna mujer. ¿Y él la había tildado de fría? Durante una milésima de segundo su mente cometió la crueldad de recordarle que Susan había sido la prometida de Tim, y algo debió de notar ella porque le soltó el labio que seguía reteniendo entre los dientes y volvió a besarlo.
Era el primer beso que empezaba ella, y cuando Mac notó su lengua recorriéndole el interior de la boca como si le perteneciese por derecho, se olvidó de todo lo demás y gimió desde lo más profundo de su garganta.
Susan necesitaba tocarlo, necesitaba seguir descubriendo qué le estaba pasando, y necesitaba hacerlo en ese preciso instante, antes de que creyese que estaba cometiendo un error. Volvió a intentar soltarse y él volvió a pegarle los brazos a la puerta.
—Kev, por favor.
Él la soltó entonces y Susan deslizó sus manos por debajo de la camiseta de él antes de que éste pudiese cambiar de opinión. Lo notó temblar y le pasó las uñas por los abdominales para ver que otra clase de reacción conseguía arrancarle.
Mac la sujetó por la cintura unos segundos y después le buscó el pecho con una mano. Lo tocó por encima del vestido y ella arqueó la espalda en busca de una caricia más intensa. Susan no podía contener lo que estaba sintiendo y tampoco quería. Todo el cuerpo le quemaba, era como si Mac si hubiese metido dentro de ella y a pesar de eso no le bastase. Notaba su sabor en los labios, sentía su piel bajo la suya, el olor a menta la envolvía y, sin embargo, quería más. Quizá una parte de su cerebro se negaba a comprender lo que eso significaba, pero sus manos lo tenían muy claro y se metieron por dentro del pantalón del pijama de Mac y no se detuvieron hasta encontrar sus nalgas y apretarlo contra ella.
Mac iba a correrse allí mismo y a quedar en ridículo delante de Susan. Tenía que dejar de besarla, y durante el instante en que lo consiguió la miró a los ojos. Ella le aguantó la mirada, se humedeció el labio inferior y lo acarició por encima del pantalón. Mac volvió a humedecerse el labio, esta vez para decir algo, como por ejemplo si estaba segura de lo que estaba haciendo, pero Susan lo besó y lo mantuvo en silencio. Mac le devolvió el beso y se rindió al deseo imparable que había despertado con sus caricias.
Susan llevaba un vestido de lana verde y Mac empezó a levantárselo con la mano que hasta entonces había mantenido en su cintura. Después, la metió debajo y le acarició la silueta de la ropa interior.
El poco control que ambos habían retenido hasta entonces se desvaneció en cuanto Mac posó la palma de la mano en el sexo de Susana. Ella tiró de los pantalones de él hasta debajo de sus nalgas y él le arrancó las braguitas con un único movimiento y la levantó en brazos. Susan lo rodeó por el cuello con los suyos y Mac la penetró empujándola contra la puerta que por suerte era de madera maciza.
—Susana —gimió entre dientes al sentir el calor de ella envolviéndolo—. Susana.
—Kev. —No podía parar de decir su nombre.
Mac empezó a moverse sin evidenciar la destreza que se le suponía a un seductor, sino con la desesperación de un hombre que sabe que por fin ha encontrado a la mujer que le pertenece.
—Dios santo, Susana.
Mac tenía la frente y la espalda empapadas de sudor, y su miembro, que antes ya estaba completamente erecto, seguía excitándose con las respuestas de Susan. Ella gemía y le clavaba las uñas en la nuca y lo besaba como si necesitase su sabor.
—Kev… más. Por favor —suspiró mordiéndose el labio inferior cuando se separó de él un instante y Mac vio que se sonrojaba al darse cuenta de que había hablado en voz alta.
—No —le pidió él—, me gusta oírte.
Susan le sonrió y volvió a besarlo con una inocencia que no encajaba con la mujer que acababa de clavarle las uñas en la espalda y el contraste logró que un gemido sacudiera el torso de Kev.
—Más —susurró ella.
—Sí, más, por favor —murmuró él retirándose hasta casi salir del cuerpo de ella para volver a entrar con un movimiento certero—. Más.
Mac no sabía qué era lo que estaba sucediendo exactamente con ella, aparte de ser el mejor encuentro sexual de toda su vida, pero sabía que quería más. Mucho más. Y que le daba un miedo atroz que ella fuese a negárselo. Tenía la horrible sensación de que ésa sería la única oportunidad que tendría de convencerla y estaba dispuesto a utilizar todas y cada una de las respuestas de su cuerpo para convertirla en adicta a él, porque la opción de no volver a verla era sencillamente insoportable. Movió la mano que tenía encima del pecho de ella y lo acarició. Aminoró el ritmo de sus caderas hasta encontrar una cadencia que los hizo enloquecer a ambos, llevándolos al límite sin dejarlos terminar. Él tenía la camiseta completamente empapada y ella también estaba sudada. Susan le rodeaba la cintura con las piernas y el cuello con los brazos, y estaba prisionera entre él y la puerta de su casa.
—Kev —gimió interrumpiendo otro de esos besos eternos y apoyó la cabeza en la pared con los ojos cerrados.
Oírla decir su nombre le resultaba tremendamente erótico. Hacía tantos años que lo llamaban Mac o Huracán que casi se había olvidado de que ese no era su nombre. Pero Susana no.
—Kev —repitió acariciándole los cabellos de la nuca—, por favor…
Él tampoco podía más, nunca había estado tan al límite del orgasmo. Tan impaciente por alcanzarlo al mismo tiempo que la mujer que estaba con él.
Más, había dicho ella. Él dudaba de que pudiese darle más, pero estaba dispuesto a intentarlo. Levantó la mano que tenía bajo las nalgas de ella y apoyó todo el peso de Susana contra la puerta. El ligero cambio de postura hizo que la penetrase hasta el final y en aquel preciso instante notó los primeros espasmos del sexo de Susana. Y sucumbió a su propio orgasmo. Jamás había eyaculado con tanta fuerza, el gemido de placer que salió de su garganta amenazó con dejarlo ronco y para contenerlo ocultó el rostro en el cuello de Susan y la mordió.
Al notar el mordisco, Susan también gimió y el primer orgasmo, que empezaba a retroceder dio paso a un segundo. Mac la sostuvo durante todo el rato, con las piernas clavadas en el suelo a pesar de los temblores que le sacudían el cuerpo.
Se quedaron así hasta que él consiguió recuperar el aliento y la depositó en el suelo con cuidado. Ella seguía con la cabeza girada hacía un lado, pero Mac pensó que sencillamente estaba cansada, él lo estaba, y tras subirse los pantalones se dispuso a darle un beso. Quería besarla, después de poseerla de esa manera era lo que más necesitaba, y quería cogerla en brazos y meterla en su cama. Dormirían un rato y cuando se despertasen…
Susan lo miró y a Mac se le hizo un nudo en el estómago. Los ojos que lo estaban mirando no eran los de esa mujer que le había exigido que se callase y le diese un beso, eran los de Pantalones de Acero repletos de remordimientos. «¡No!», gritó una voz en su mente. No podía permitir que Susan se arrepintiese de lo que acababa de suceder entre ellos.
—Susana… —le dolió decir su nombre porque sabía que ella empezaría a huir cuando lo oyese.
—No digas nada —levantó una mano para detenerlo y con la otra buscó el picaporte de la puerta a su espalda—. No digas nada. Adiós, Mac.
Abrió la puerta con movimientos torpes y salió de allí antes de que Mac pudiese reaccionar.