Prólogo

Reyes, nobles, grandes guerreros, prohombres, dioses… La mayoría de las veces que leemos una novela histórica, alguno, si no la totalidad de estos personajes, suelen ser protagonistas directos de ella. Nada nuevo, sin duda, pues ya en los albores de nuestra civilización grandes poemas épicos cantaron las gestas de los héroes inmortalizándolos.

Habitualmente es inusual encontrar obras de este género en las que los protagonistas pertenezcan a los estratos más bajos de la sociedad de su tiempo. Indudablemente, cuando se trata de novelas ambientadas en el Antiguo Egipto, ocurre lo mismo. El lector está acostumbrado a los relatos acerca de los faraones que gobernaron esa tierra o de los notables que en ella vivieron; sin embargo, muy pocas veces tenemos ocasión de conocer cómo era la vida del pueblo llano, o la de las clases más bajas.

Sin pretender emular a Hesíodo, éste fue el motivo que me animó a escribir esta novela, eligiendo para ella actores que pertenecieran a la peor condición social posible; parias entre los parias.

Ésta es la historia de Shepsenuré, el ladrón de tumbas, hijo y nieto de ladrones, y la de su hijo Nemenhat, digno vástago de tan principal estirpe, quienes arrastraron su azarosa vida por los caminos de un Egipto muy diferente al que estamos acostumbrados a conocer, en los que la miseria y el instinto de supervivencia les empujaron a perpetrar el peor crimen que un hombre podía cometer en aquella tierra, saquear tumbas.

En ningún caso esta obra pretende ser un tratado de historia sobre el Antiguo Egipto, aunque trate de plasmar lo más fielmente posible el tipo de vida y las costumbres de aquel pueblo. Por ello, el libro tiene profusión de términos escritos tal y como los expresaban los antiguos egipcios, y que son convenientemente explicados en notas a pie de página. Para aquellos nombres conocidos actualmente por su traducción griega, me he limitado a transcribirlos en su forma original egipcia, sólo como una mera curiosidad, empleando después el nombre con el que, generalmente, se conocen hoy en día.

La historia que aquí se cuenta es ficticia, aunque el marco en el que se desarrolla la acción, primeros años del reinado del faraón Ramsés III, es verídico.

Asimismo, la mayoría de los protagonistas de esta novela son imaginarios; no así los personajes históricos, que sí existieron. Ramsés III, obviamente, gobernó Egipto en aquel tiempo, y su hijo, el príncipe Parahirenemef, fue leal servidor de su padre y le acompañó a las guerras, que emprendió éste, como auriga; tal y como se cuenta en esta obra.

Todos los sucesos históricos que acompañan a la trama son igualmente ciertos, y hasta donde este autor alcanza, han sido relatados lo más fielmente posible a como realmente debieron ocurrir.

Como expliqué con anterioridad, los actores de esta trama son ficticios, aunque no ocurra igual con sus nombres. La mayoría de ellos son reales y pertenecieron alguna vez a alguien en la dilatada historia de la civilización egipcia.

Para las mujeres, me he tomado la libertad de bautizarlas con nombres de reinas, princesas, o… diosas.

ANTONIO CABANAS HURTADO

Madrid, noviembre, 2002