Capítulo 3
Jared se fue a su casa preguntándose cuándo se despertaría de esa pesadilla. Empezaba a sentirse acorralado y lo sabía, pero no podía hacer nada por el momento.
La realidad era que la familia Crenshaw no podía permitirse tener como enemigo al senador Russell. El agua era un bien indispensable para todos los propietarios de tierras de esa zona, sobre todo para los grandes ganaderos. La pregunta era si el senador sería capaz de imputar a toda la familia el comportamiento de Jared. El senador sabía muy bien que tenía mucho peso en la lucha por el agua.
¿Qué podía hacer él? ¿Podía volver a hablar con el senador? Le había explicado de todas las maneras posibles que él no se había acostado con su hija intencionadamente. Sin embargo, sus explicaciones no habían servido de nada. Tenía que reconocer que, al no acordarse de nada, no podía convencer a nadie de sus intenciones. Era verdad que Lindsey lo había cautivado, aunque ni él mismo lo entendiera. Quizá fuera su erotismo sutil. Ella no llamaba la atención por la forma de vestirse; era distinguida. Lo supo desde la primera vez que la vio.
Esa noche se fue a la cama como si llevara un peso insoportable a sus espaldas. No le gustaba la idea, pero tenía que convencer a Lindsey, como fuera, de que el matrimonio podría ser la mejor solución a sus problemas. ¿Acaso sería tan horrible casarse con ella? Naturalmente, ella tendría que entender que no se trataba de un verdadero matrimonio. Ella podría aceptar el matrimonio para apaciguar a su padre y así él ayudar a su familia a salir del aprieto.
Como había dicho su padre, el matrimonio seguramente no duraría mucho. Sin embargo, eso tampoco importaba. Dentro de una semana le dirían su próximo destino, que lo más probable era que fuese en el extranjero. No tendrían que vivir juntos. Bueno, para complacer al senador, podrían fingir que vivían juntos. En su casa cabían los dos perfectamente. Tenía dos dormitorios con cuartos de baño independientes.
Lindsey se iría a Nueva York a las pocas semanas. Al menos, ella se quitaría la presión de su padre. Como mujer casada no tendría que dar explicaciones a su padre ni a nadie más. Una vez que él hubiera cumplido su misión, volvería a Estados Unidos y se divorciarían discretamente.
Se lo explicaría a Lindsey al día siguiente. Esperaba que ella comprendiera las ventajas para los dos y aceptara resolverlo con una ceremonia rápida. Cerró los ojos y se quedó dormido con la tranquilidad de haber encontrado una solución.
A la mañana siguiente, Jared se despertó antes del amanecer y se preparó una cafetera.
Luego, se sentó en una de las mecedoras del porche para ver la salida del sol. Miró el reloj y se dijo que esperaría una hora antes de llamarla.
Cuando decidió que ya podía llamarla, sacó el teléfono inalámbrico y apoyó los pies en la barandilla. El teléfono sonó un par de veces antes de que ella contestara.
—¿Dígame?
Le encantaba aquella voz grave y apacible.
—Hola, Lindsey —esperó a que ella respondiera, pero no lo hizo—. Soy, Jared Crenshaw.
—Dime.
Ella no estaba muy contenta de oírlo. No se lo reprochaba, pero esa actitud no iba a facilitar las cosas. Se aclaró la garganta.
—Me gustaría verte hoy si tienes tiempo.
—¿Para qué? —le preguntó ella sin rodeos.
—Quiero comentar algunas cosas contigo.
—Sinceramente, Jared, no se me ocurre nada que tengamos que comentar. Ayer ya tuve que oír los exabruptos de mi padre por tu culpa y no sé qué puedes añadir que me apetezca oír.
—Vamos, Lindsey, dame una oportunidad. No soy tu enemigo. ¿Por qué no quedamos a desayunar en New Eden?
Ella no respondió.
—Por favor...
—¿Seguro que no eres familia de mi padre? Ninguno de los dos aceptáis un no por respuesta.
—Si lo fuera —Jared se rió—, entonces sí que estaríamos metidos en un buen lío, ¿no?
—Me alegro de que te parezca divertido.
—No te enfades. De verdad, tengo que hablar contigo y me gustaría hacerlo cara a cara.
—Muy bien —replicó ella sin ganas.
—Gracias. ¿Has estado en El Café de Sally en la plaza de New Eden?
—No.
—No tiene pérdida. Podemos quedar a las nueve y desayunar juntos.
Ella dejó escapar un largo suspiro.
—Nos veremos a las nueve.
Jared colgó y sonrió. No se conocían mucho, pero su relación había dado sus frutos. No creía que ella estuviera tan enfadada con él como desesperada por las peroratas de su padre.
Como él era el problema, podía entender que Lindsey no estuviera encantada de verlo. Sin embargo, por lo menos tendría la ocasión de convencerla de que su idea sería buena para los dos. Vio a Jake cuando pasó por la zona de los establos y se paró.
—¿Qué tal, hermano?
Jake se acercó a la camioneta y apoyó el codo en la ventanilla abierta.
—Eso digo yo, cuánto tiempo sin verte...
—Qué gracioso. Me tomo un día libre y me regañas. Si tenemos en cuenta que te ayudo sin recibir nada a cambio, podrías ser un poco más considerado.
—No te falta razón —replicó Jake con cierto tono burlón—. Por lo que veo, hoy tampoco estás vestido para trabajar.
—No recuerdo que fueras tan pesado cuando éramos niños... —Jared suspiró.
—Lo era, puedes estar seguro.
Los dos se echaron a reír cuando recordaron algunas cosas de la infancia.
—Tengo que ir al pueblo —le explicó Jared—. Si quieres, puedo hacer algo allí.
—Hice un pedido en el almacén y seguramente ya puedas recogerlo.
—Muy bien. Volveré dentro de una hora o así. Puedo trabajar unas horas si me necesitas.
Jake se bajó el ala del sombrero sobre los ojos.
—Bueno, si vuelves a tiempo, puedes acompañarme. Uno de los hombres me ha dicho que ha visto huellas de neumáticos en uno de los cañones. Ya sabes que el sheriff encontró a unos ladrones de coches hace unas semanas y no quiero que nadie piense que puede utilizar estas tierras para actividades ilegales.
—Me encantaría. Hace mucho que no salgo del rancho.
Jake lo miró con gesto serio.
—No voy a ir en camioneta, voy a ir a caballo.
—¿Crees que no puedo mantenerme encima de un caballo?
Jake se rió y le dio un puñetazo en el hombro.
—Digamos que también hace mucho que no montas a caballo y no es fácil llegar hasta allí.
Tendrás que ponerte linimento en el trasero antes de acostarte.
—Todavía tengo mucho callo de haberme criado entre caballos. Creo que lo aguantaré.
—Entonces, nos veremos cuando vengas.
Lindsey entró en el vestidor y echó una ojeada. Quería parecer tranquila cuando viera a Jared. No sabía si ponerse un vestido o pantalones. Quizá lo mejor fuera ponerse una falda informal. Estaba hecha un lío. No podía dejar de pensar en lo que podría haber pasado el día anterior si hubieran estado solos cuando se despertaron. Pero eso era una tontería. Él, naturalmente, habría tenido la misma resaca y ella se habría llevado el mismo sobresalto.
Aunque no habrían tenido que aguantar a su padre y su reacción casi histérica. Miró el reloj. Si no se decidía rápidamente, llegaría tarde. Cerró los ojos y sacó lo primero que encontró.
En cuanto aparcó cerca del café vio a Jared en su camioneta. El se bajó y le abrió la puerta antes de que ella pudiera soltarse el cinturón de seguridad. La falda se le había subido y ella se la bajó apresuradamente.
—Buenos días, señora —la saludó él arrastrando las palabras.
—Buenos días.
Cerró el coche y fueron hacia el café. Cuando llegaron, él también le abrió la puerta. Olía a café y bollos con canela y estaba casi lleno.
—Buenos días, Jared —le saludaron varios hombres aunque miraban a Lindsey.
Ella nunca había estado allí, pero reconoció a algunos de ellos que habían ido a la fiesta de los Crenshaw.
—Vamos a aquella mesa antes de que se siente alguien —le dijo Jared.
Ante la sorpresa de ella, la agarró de la cintura y la llevó hasta el fondo del café. Todo el mundo era muy simpático y saludaba a Jared como si no lo hubieran visto desde hacía mucho tiempo. Se sentaron y cuando lo miró se quedó perpleja por su expresión.
—¿Te pasa algo? —le preguntó ella.
—Es este pueblo —Jared esbozó una sonrisa forzada—. La gente no tiene nada mejor que hacer que meterse en los asuntos de los demás.
Llegó una camarera, limpió la mesa y les sirvió dos tazas de café.
—Me parece que no entiendo qué quieres decir —comentó ella cuando se fue la camarera.
A lo mejor te habías preguntado por qué te llevaba a pueblos más grandes cuando salíamos juntos. Era porque no quería someterte a todas estas conjeturas. A lo mejor algunos te reconocen de la fiesta, pero todos los hombres que hay aquí quieren que yo sepa que se han dado cuenta de que estoy con una joven muy guapa.
Ella se sonrojó.
—Creía que estaban siendo amables.
—Lo son... Ya verás. Casi todos encontrarán algún motivo para venir aquí y que te presente —a él no parecía hacerle mucha gracia—. Naturalmente, tú estarás acostumbrada á que te traten así en todos lados.
Lindsey iba a dar un sorbo de café cuando él dijo eso, pero dejó la taza en la mesa y lo miró fijamente.
—Lo dirás en broma...
Él cruzó los brazos sobre la mesa y se inclinó hacia delante.
—Lo digo completamente en serio. Impresionas allí donde vas.
—Eso lo dirás tú —Lindsey dio un sorbo de café—. No me di cuenta de que nadie me mirara en Austin ni en Kerrville.
—Sería porque no te fijaste.
La camarera volvió para tomar nota y Lindsey tuvo un respiro, pero se dio cuenta de que no había mirado el menú. Le echó una ojeada, pidió y escuchó con asombro la cantidad de comida que pedía Jared.
—Me dijiste que querías hablar conmigo de algo —le recordó ella cuando estuvieron solos.
—Sí, efectivamente.
Ella lo miró con la cejas arqueadas.
—Creo que tengo un plan que resolverá las cosas.
—No puedo imaginármelo —replicó ella.
—Creo que tendríamos que plantearnos el matrimonio.
Ella se quedó paralizada y lo miró sin poder creerse lo que estaba oyendo.
—Ni hablar. Creo que ayer lo dejamos claro.
—No me refiero a un verdadero matrimonio.
—¿Quieres fingir que estamos casados?
—No. Sería legal y todo eso, pero no diremos a nadie el verdadero motivo para casarnos.
—¿Te refieres a la escopeta en la espalda?
El se pellizcó el lóbulo de la oreja.
—Lo he pensado mucho desde todos los puntos de vista y creo que podríamos solucionarlo. Quiero decir, no viviríamos mucho tiempo juntos. Tú te irás a Nueva York y a mí me mandarán a un nuevo destino por esas fechas. Podrías quedarte en mi casa, tiene dos dormitorios. Nos casamos, trabajamos en sitios distintos y luego nos divorciamos o lo que sea.
—Teniendo en cuenta lo que piensas del matrimonio, te admiro por llegar a esa conclusión. Estás haciéndote responsable de lo que hiciste y quieres resolverlo.
—Entonces, ¿trato hecho?
—De eso nada.
La miró desconcertado. ¿Cómo podía ser tan cerril? Ella se inclinó hacia él.
—Me niego a que nadie nos obligue a casarnos cuando no queremos sólo por apaciguar a mi padre. Me sorprende que tú lo admitas.
—Lindsey, desde que empezamos a salir juntos, los dos pasamos por alto que tu padre es un hombre muy poderoso. Tiene mucha influencia y los Crenshaw no queremos tenerlo de enemigo.
—No está enfadado con los Crenshaw, está furioso contigo.
—De acuerdo, pero no quiero que descargue su furia sobre mi familia.
La camarera apareció con los platos y durante los minutos siguientes casi no hablaron. Ella observó a Jared que se comió tres huevos, tres tortitas, cuatro lonchas de beicon y cuatro salchichas.
—¿Siempre desayunas así? —le preguntó ella sin poder contenerse.
El la miró perplejo por la pregunta.
—Claro. Si me hubiera tomado un huevo y dos tostadas, como tú, volvería a tener hambre dentro de una hora.
—No puedo imaginarme cómo se apañaba tu madre para daros de desayunar cuando estabais todos en casa.
Él se encogió de hombros.
—Siempre tuvo mucha ayuda con la cocina y las tareas de la casa, pero papá siempre decía que con lo que comíamos se podría alimentar a un país hambriento.
Él sonrió y ella no pudo evitar hacer lo mismo. Él le gustaba mucho. La verdad era que le atraía un poco demasiado. Era muy tentador aceptar su oferta, pero eso lo dictaban sus absurdos sentimientos. El matrimonio no saldría bien. Había llegado a conocerlo y sabía cuál era la realidad. A ella le encantaba el Este y él era texano hasta la médula; a ella le gustaba el arte y a él los deportes... Había miles de motivos.
—Mi padre no es vengativo o rencoroso, Jared. Es ecuánime en sus juicios, al menos como político. Es verdad que me protege demasiado, eso ya lo sabes. Cuando se haya tranquilizado, sé que entrará en razón. Dale un poco de tiempo.
A Jared no se le ocurrió nada para que ella cambiara de idea. Ella se negaba a casarse y eso debería ser un gran alivio para él. Entonces, ¿por qué se devanaba los sesos para convencerla de que estaba equivocada?
—Me he enterado de algunas cosas sobre la otra noche.
—¿Qué más cosas quieres saber, Jared?
—Alguien me tendió una trampa.
—¿Una trampa? —ella frunció el ceño—. ¿Qué quieres decir?
—Hablé con el amigo con el que jugué al billar. Yo me indispuse de repente. Según él, me fui con un desconocido que se ofreció a llevarme a casa. Es evidente que en vez de eso me llevó a tu casa.
—Eso no tiene sentido. ¿Por qué iba a hacer algo así?
—No tengo ni idea, pero cuando encuentre a ese tipo, voy a hacer que me conteste algunas cosas. Una es cómo llevó mi camioneta hasta allí. Matt me dijo que yo no estaba en condiciones de conducir, estaba seguro de eso. Creo que ese tipo echó algo en mi bebida.
—¿No estás un poco paranoico? Es posible que tú, por lo que sea, le dijeras que vivías en nuestra casa. Si no era de aquí, pudo creérselo.
—Bueno, si yo estaba tan mal como dice Matt, me habría tropezado, me habría chocado con las paredes y habría hecho mucho ruido. Como tú dijiste, no podrías haber seguido dormida con tanto estruendo. Evidentemente, no lo hice. Alguien me metió en la cama; alguien que sabía muy bien que dormirías como un tronco.
—Es el mayor disparate que he oído en mi vida.
Él estaba empezando a ponerse nervioso. ¿Por qué ella no quería ver lo que era evidente?
Entrecerró un poco los ojos.
—Sólo sé que ese desconocido se llama Ted. ¿Te suena de algo?
Ella se puso muy tensa.
—¿Qué insinúas? ¿Crees que yo maquiné para que te metieran en mi cama? —ella levantó un poco la voz y Jared miró alrededor.
—Quizá no fueras tú —replicó él en voz baja—, pero está claro que alguien lo hizo.
—¿Quizá no fuera yo? —repitió ella en un tono gélido.
—Bueno, es posible que tu padre tuviera algo que ver...
—Cuidado con lo que dices, Jared Crenshaw. Resulta que mi padre es uno de los hombres más honrados y respetables que he conocido. Tú, sin embargo, estás acusándolo de tramar una venganza contra los Crenshaw y de tenderte une trampa por algún motivo desconocido. Mi padre me quiere y nunca haría algo que me hiciera daño o me abochornara. Por si no te ha quedado claro, eres el último hombre de la tierra con el que me casaría. Estoy atónita por tu arrogancia sin límites —Lindsey se levantó—. Si me disculpas...
Lindsey salió del café todo lo tranquilamente que pudo, incluso sonrió a alguno de los hombres, pero por dentro estaba bullendo de ira. ¿Cómo se atrevía a insinuar eso? Primero le propone casarse con él y acto seguido les acusa, a ella o a su padre, de la situación en la que se encuentran.
¡Pensar que le había gustado hasta ese momento! Debajo de tanto encanto y amabilidad se ocultaba un canalla miserable y arrogante.
Jared pagó la cuenta, salió del café y se quedó mirando la plaza. Pensó en lo decepcionado que estaba su padre. Pensó en el senador y en la ira que descargaría pronto sobre su familia.
Pensó en Lindsey. Podría haber sido más diplomático, pero alguien sabía qué había detrás de todo aquello.
Hablaría con el senador y encontraría una forma de saber algo de ese hombre llamado Ted.
Lo que era más importante, se olvidaría de que había conocido a Lindsey Russell.