CAPÍTULO II
Era la víspera de Navidad y Lance me había acompañado a recoger a mi madre al aeropuerto de Glasgow. Hacía un mes que nos habíamos separado y el rencuentro fue muy emotivo, la había echado mucho de menos. Sin embargo mi independencia me estaba haciendo mucho bien, me había hecho madurar y ganar seguridad en mí misma, sin contar con la libertad de la que ahora disfrutaba para vivir mi vida sin dar cuentas a nadie. Pero cuando mi madre me acogió entre sus brazos me sentí de nuevo como una niña y comprendí que también amaba esa sensación y saber que alguien continuaría amándome y protegiéndome por muy mayor que me hiciera.
De camino al poblado me hizo contarle con todo detalle lo que había hecho durante el tiempo que habíamos estado separadas, a pesar de que habíamos hablado por Skype al menos un par de veces todas las semanas. Volví a hablarle acerca de mis quehaceres en el poblado y también le aseguré que seguía estudiando para graduarme ese curso, tema que ella no quería que descuidara, pero se relajó cuando le aseguré que acababa de pasar sin problema los exámenes de fin de trimestre.
Habíamos pensado que mi madre no se encontraría cómoda viviendo en el poblado, de modo que preparamos una casita para las dos en el pueblo mientras durara su estancia, pero cuando se lo dijimos insistió en que quería alojarse con el clan y como parecía decirlo en serio cambiamos de planes sobre la marcha. Flynn había comprado unos cuantos caballos y así resultaba más fácil trasladarnos del poblado al pueblo, especialmente en invierno cuando el tiempo nos era adverso, como hoy, que barruntaba nieve. Mi madre no era muy buena amazona, cuando era niña fue mi padre quien me enseñó a montar a caballo, pero se manejaba lo suficientemente bien como para ir al trote, de modo que conseguimos llegar al poblado antes de que empezara a nevar. Sería la primera nevada del invierno y si teníamos suerte tendríamos unas navidades blancas.
Se quedó impresionada por el lugar y lo comprendía muy bien, fue lo mismo que me pasó a mí cuando llegué aquí. Se instaló conmigo e inspeccionó el contenido de la cabaña con suma atención. Cuando llegó a las estanterías algo llamó su atención y extrajo uno de los libros, hojeándolo con curiosidad.
–¡Es la letra de tu padre! –se asombró.
–Sí, así es –dije, acercándome–. Los he leído todos. Papá trataba de hacer un compendio de nuestra historia y nuestras costumbres. Los he pasado a formato electrónico y ahora estoy intentando completarlos con lo que ha ocurrido desde que él lo dejó–.
De hecho mis horas de insomnio habían empezado a ser productivas y había conseguido documentar todo lo que había pasado desde que descubrí que era una hechicera. Mi estilo no era la prosa histórica característica de los escritos de mi padre, yo estaba narrando nuestra historia como si se tratara de una novela…
–Veo que has estado muy ocupada –dijo ella–. Descubrir todo esto tiene que haber sido muy impactante para ti, aunque te aseguro que también lo ha sido para mí. ¡Pensar que conviví con tu padre durante tanto tiempo y que nunca me lo contó! No dejo de preguntarme por qué no confió en mí, todo hubiera sido mucho más fácil si lo hubiera hecho–.
Y entonces comprendí que mi madre también lo estaba pasando mal. Me había alejado de ella al poco de contarle nuestro secreto e imaginé que durante ese mes le habría dado en qué pensar. Mis padres habían sido una pareja muy unida y mi madre ahora se cuestionaba si después de todo no habría sido sólo una simple ilusión, puesto que en definitiva no compartió con ella su mayor secreto. Yo tampoco conocía los motivos por los que mi padre nos ocultó la verdad, pero sentía la necesidad de tranquilizar a mi madre y de infundirle la seguridad que necesitaba.
–Papá nos mantuvo al margen porque sabía que corríamos peligro. Darcey y los oscuros iban tras él y sabían de nuestra existencia. Éramos su punto débil, de modo que él no quiso arriesgar nuestra seguridad, dejó esta vida y a su clan por nosotras, por mantenernos a salvo –le expliqué.
–¿De veras? –preguntó esperanzada.
–Sí, Flynn me lo contó –le aseguré, tomando su mano entre las mías.
Los ojos de mi madre se inundaron de lágrimas y me apresuré a abrazarla.
–Tranquila –le dije–. No dudes nunca de él, siempre fuimos su prioridad–.
–Sí, lo sé –afirmó, abrazándome con fuerza.
Toda la aldea colaboró para adornar la aldea y el gran salón donde celebraríamos la cena comunitaria de navidad. Había nevado en abundancia durante el día y niños y jóvenes se entretuvieron haciendo batallas de nieve. Los celtas no celebrábamos la navidad como una fiesta religiosa, pero nuestra cultura amaba las fiestas y los clanes habían optado con el tiempo por incorporarla a su repertorio de festividades. Sin embargo la celebración se adaptó a nuestras creencias haciendo ciertas modificaciones.
Iba a ser mi primera Navidad Celta y me sentía impaciente por descubrirla, pero para nosotras también sería la primera sin papá y se hacía un poco más duro para ambas. A pesar de nuestra tristeza, pensamos que celebrarlo con su clan era el mejor modo de sentirle más cerca y nos esforzamos por integrarnos en el ambiente e intentar pasarlo bien.
Al atardecer, mientras me preparaba para cenar, mi móvil me avisó de que tenía un mensaje entrante. Tardé unos segundos en localizar el teléfono puesto que aquí apenas lo utilizaba, pero al final lo encontré en el escritorio donde debí ponerlo la víspera. El mensaje me pedía que me conectara con la mansión. Me apresuré a conectar el portátil e inicié la aplicación que utilizábamos para conectarnos por audio e imagen y en cuanto lo hice, recibí una llamada entrante. Descolgué y pronto escuché voces al otro lado y en unos instantes también comencé a recibir imagen. Ethan estaba ajustando su imagen mientras se iniciaba la conexión.
–¡Hola! –le saludé sorprendida.
–¡Hola, preciosa! –me saludó–. ¿Qué tal vas?–.
–¡Bien!, ¿ocurre algo? –pregunté intrigada.
–No, tan sólo quería desearte una Feliz Navidad en nombre de todos –dijo, como de costumbre siendo encantador.
–Igualmente, Ethan. ¿Estáis todos bien? –pregunté con curiosidad.
–Sí, estamos preparando una fiesta increíble para esta noche. Siento que no estés aquí para disfrutarla, pero estoy convencido de que también montaréis algo que merezca la pena por allí, ¿no es así? –añadió.
–Sí, los escoceses sabemos cómo divertirnos –admití.
–Pues pásalo bien entonces –dijo con una de sus sonrisas radiantes, lo cual me relajó, parecía de nuevo él mismo–. Tengo que dejarte, hablamos después de año nuevo, ¿de acuerdo?–.
–De acuerdo. ¡Feliz Navidad! –me despedí.
–¡Feliz Navidad! –se despidió, guiñándome un ojo.
Corté la conexión cerrando la tapa del portátil. Era la primera vez que Ethan y yo habíamos hablado a solas desde que me fui de Portland y me había sentido tensa durante los escasos dos minutos que duró la conversación, pero él al contrario se había comportado de lo más normal. ¿Sería posible que hubiera pasado página? Si al menos pudiera restablecer una relación de amistad con él, sería un gran paso para la Tríada. Sólo había pasado un mes desde nuestra separación y no había querido forzar la situación, de modo que no había llamado personalmente a ninguno de mis compañeros por mucho que había deseado hablar con ellos. Como ellos tampoco se habían puesto en contacto conmigo había llegado a pensar que aún estaban disgustados conmigo… Hasta el momento tan sólo había sabido de ellos a través de las reuniones semanales que habíamos mantenido a distancia y siempre referentes a temas de la Tríada, pero ni siquiera me había atrevido a dar la cara por el momento, sólo me conectaba por audio porque necesitaba seguir en las sombras…
La cena con el clan fue mágica, aunque como imaginaba no fue en absoluto navideña, sino llena de misterios y de folklore celta. Los ancianos contaron hermosas leyendas sobre los antiguos dioses y los buenos espíritus para amenizar la velada y los niños cantaron y bailaron hermosas canciones que recreaban historias de elfos y hadas. Después cenamos ricas viandas, amenizadas por divertidas anécdotas narradas por los miembros más extrovertidos del clan, algunas de ellas un tanto pícaras para provocar las risas generales. Para finalizar la velada se retiraron las mesas y hubo baile hasta bien entrada la madrugada. Mi madre parecía feliz y eso me alivió bastante, no quería verla triste nunca más, ya había pasado lo suyo y ahora tenía que pensar en su felicidad.
Cuando por fin me metí en la cama me di cuenta de que algo me llevaba oprimiendo el pecho durante toda la noche. Sin poder evitarlo había albergado la esperanza de que Cayden también me llamara para felicitarme la navidad, pero no lo había hecho y me sentía decepcionada y a la vez sumamente estúpida. Había pasado más de un mes desde la última vez que le vi, ¿por qué no conseguía olvidarle? Aún estaba en mis pensamientos cada instante y a veces incluso soñaba con él y eran sueños tan reales que me despertaba anhelante, deseando dormirme de nuevo para recordar sus cálidos besos y sus brazos fuertes y posesivos en torno a mí. El problema era que Darío solía entrometerse también en mis sueños, acabando con la magia y minando mi cabeza de temores y amenazas…
De pronto mi móvil vibró en el escritorio y me lancé a por él, veloz. Mi madre dormía profundamente en la habitación. Se la había cedido para que estuviera más cómoda, mientras que yo dormía en el sofá, junto a la chimenea. No quería que se enterara de que sufría terribles pesadillas y la mejor forma de evitarlo era no compartir la habitación. Tan sólo esperaba no despertarme con gritos durante la noche y asustarla. Alguna vez me había ocurrido, especialmente cuando soñaba con las atrocidades que Darío se atrevía a llevar a cabo en mis sueños y agradecía estar alejada de la aldea lo suficiente para que nadie descubriera mi terrible problema. De momento sólo Lance compartía mi secreto y confiaba en que él no se lo diría nunca a nadie.
Chequeé el mensaje y descubrí que era de Sarah y le envié también mis felicitaciones de inmediato. Al contrario que con mis compañeros de la Tríada, con mi amiga me había mantenido en contacto con frecuencia todo este tiempo. Hablábamos casi todas las semanas y nos escribíamos casi todos los días. Sarah me mantenía al día de todo lo que ocurría en el instituto, pero nunca me hablaba de quien yo más ansiaba saber y yo nunca me atrevía a preguntarle sobre él. ¡Qué estúpida era!, siempre anhelando saber de él. Y entonces un nuevo mensaje entrante me sobresaltó y cuando lo abrí y comprobé que era de Cayden, mi corazón se aceleró a mil por hora. Lo abrí con cautela y me propuse leerlo despacio, era lo primero que sabía de él desde que me fui y quería captar todo su significado.
“¡Feliz Navidad, Becca! Espero que estés bien y que seas muy feliz. Por aquí todo va más o menos bien dadas las circunstancias, pero sería mejor si estuvieras con nosotros, siempre has sido nuestro equilibrio. Te quiero, Cayden”.
Lo leí mil veces, grabándolo en mi cabeza e imaginando todas las posibles connotaciones y matices que las simples palabras de Cayden podían contener. Mi parte preferida era la despedida, aunque ahí veía más de lo que realmente había, yo sabía que Cayden me quería, pero que no me amaba. Era patético tener que aferrarse a una mínima esperanza para aplacar mi desamor.
Empecé a estrujarme la cabeza para pensar en una respuesta, tenía que enviársela pronto puesto que él había tenido el suficiente coraje para atreverse a romper el hielo, de modo que estuve una hora dándole vueltas a la cabeza para buscar el mensaje perfecto.
“Gracias por escribir, necesitaba saber que estabas bien y que no estabas enfadado conmigo, la incertidumbre me estaba matando. ¡Créeme!, actualmente no hay nada equilibrado en mí, estoy en plena transformación, para bien o para mal. Yo también os echo de menos, pero la distancia me está ayudando, mejora mucho la perspectiva de las cosas. Sabes que yo también te quiero. ¡Cuídate!”.
Añadí un emoticono vestido de Papá Noel y pulsé enviar antes de arrepentirme de lo que había escrito. Había sido sincera, quizás demasiado, pero era Cayden y le debía sinceridad, él siempre había sido sincero conmigo, por mucho que doliera. Comprobé que lo leyó de inmediato y empecé a arrepentirme de haberlo enviado sin pensar antes en las conclusiones que sacaría él de mis palabras. ¿Era tan evidente como me parecía a mí que aún estaba loca por él?
No respondió a mi mensaje, lo que me entristeció y yo tampoco volví a escribirle. Lo entendía y lo compartía, nos habíamos alejado para olvidarnos, no era cuestión de estar todo el día mandándonos mensajitos. Ahora sabía que estaba bien y con esa seguridad me propuse olvidarle de veras, intentar ignorar mis sueños y mis anhelos, resignarme a estar para siempre sin él...
Mi madre tuvo que irse la víspera de fin de año y su partida me dejó bastante melancólica, hasta el punto que nada más volver al poblado me encerré en mi cabaña y me centré en mis libros, sin levantarme del escritorio en todo el día. Sin embargo Lance no me dejó perderme la noche de fin de año y terminé con él y con sus amigos haciendo ronda por los pubs del pueblo hasta el amanecer, lo que provocó mi segunda borrachera. Para no faltar a nuestra costumbre, al alba acudimos todos al lago para celebrar nuestra competición. La superficie cercana a las orillas se había helado y tuvimos que romper las capas de hielo con los pies para poder adentrarnos en el agua, pero finalmente sólo Lance y yo nos atrevimos a competir. Normalmente me habría incomodado tener espectadores, pero el alcohol que llevaba encima me envalentonó y me hizo ponerle más arrojo a la carrera, lo que provocó que hasta corrieran apuestas por nosotros.
Lance estaba más afectado de lo que aparentaba porque gané por bastante ventaja entre los vítores de los demás, que incluso me auparon a hombros. Debimos montar bastante escandalera porque al final Flynn apareció con cara de malas pulgas y mandó a todos a sus casas a dormir la borrachera. Lance salió del agua y se me unió e intercambiamos una mirada de bochorno, sabiendo que nos iba a caer una buena. Efectivamente su padre se nos acercó bastante enfadado, tanto como nunca le había visto y me hizo sentir como una niña traviesa pillada en plena fechoría. Flynn nos miró a uno después de otro, sin decirse a cuál de los dos iba a lanzar su ataque.
–Lance, estoy seguro de que esto es culpa tuya, eres una mala influencia para Rebecca –comenzó, colérico.
–Flynn, eso no es cierto… –intervine para defender a mi amigo.
–Rebecca, el comportamiento de un líder ha de ser ejemplar. Esos jóvenes que hoy te han visto hacer estupideces bajo el efecto del alcohol imitarán tu comportamiento y no necesitamos temerarios en nuestras filas, necesitamos hombres y mujeres responsables y sensatos –me reprochó.
Era la primera vez que Flynn me reprendía por algo y sabía que además llevaba toda la razón, de modo que bajé la cabeza y aguanté el chaparrón, avergonzada. Lance me rodeó con su brazo y me dio un apretón para infundirme ánimo. La madre de Lance apareció detrás de su esposo y se nos quedó mirando, disgustada.
–¡Vamos Flynn!, sólo son chiquillos y se estaban divirtiendo. ¡Sólo se es joven una vez! –intervino.
–Lorna, no los defiendas. Rebecca tiene que asumir el liderazgo del clan de una vez. Yo me estoy haciendo viejo y algún día tendré que retirarme –protestó–. Y si tu hijo quiere ser su mano derecha debería dejar de pensar todo el tiempo en divertirse y hacerse un hombre de provecho de una vez por todas–.
–¡Viejo aguafiestas! –dijo su madre, bromeando–. ¿Es que no recuerdas cómo éramos nosotros a su edad? –le provocó.
–¿Qué estás diciendo? Yo no hacía estas cosas, cuando bebía lo hacía responsablemente –protestó Flynn, poniéndose púrpura.
Marido y mujer se enfrascaron en una fuerte discusión y aprovechando que dejaron de prestarnos atención nos escaqueamos, cogimos nuestra ropa y nos alejamos a toda velocidad lejos de allí.
–Lo siento, por mi culpa has sido víctima de la furia de mi padre –dijo Lance.
–No ha sido para tanto, además si no fuera por ti mi vida sería súper aburrida, así al menos podré contarle a mis nietos las juergas que me corría contigo –dije sonriendo.
–La próxima vez nos iremos a Edimburgo, allí sí que podemos pasarlo bien –me propuso animado.
–Hablando de Edimburgo, necesito ir allí de veras. Mi padre creía que el Clan de la Oscuridad podía esconderse allí, lo leí en uno de sus manuscritos y me gustaría hacer una visita a la ciudad para investigar esa posibilidad –dije.
–¡Anda ya! Yo proponía irnos de juerga. No entiendo por qué te molestas con ese tema, hemos derrotado a los oscuros, ya no suponen una amenaza –protestó.
–No estoy de acuerdo, Lance. Es cierto que Muriel y su hijo han muerto, pero se nos escapó el maestro y parte de sus hombres, ¿quién sabe lo que estará tramando a nuestras espaldas? –dije, mientras entraba en la cabaña.
Cogí una toalla del cuarto de baño y le lancé otra a Lance para que se secara mientras encendía el fuego en la chimenea. Se había quedado pensativo e imaginé que estaba valorando las probabilidades de que estuviera en lo cierto respecto a los oscuros.
Me sequé y me puse ropa seca y me dirigí a preparar el desayuno, café bien cargado y tostadas con bacon y de pronto Lance volvió en sí.
–Ése hombre era un anciano, ¿no es así? Entiendo que quisiera servirse de Darío para vencernos en nombre de su maldito clan, pero ahora que ya no le tiene a él, ¿qué diablos puede hacer un pobre viejo contra nosotros? –preguntó.
–Es sólo una medida de prevención, Lance. No digo que ese hombre pueda representar una amenaza seria para nosotros, pero, francamente, me quedaría más tranquila si le encontráramos y le enviáramos a Mann con el resto de sus hombres –concluí.
–Bien, estoy contigo –dijo finalmente, tan leal como siempre.
–Pues desayunemos, después tengo que cortarte ese pelo, lo tienes demasiado largo –dije.
Lance, que ya estaba dando buena cuenta del pan con bacon, me miró horrorizado.
–Nadie me toca el pelo, princesa –me advirtió.
–Creo que yo sí que lo haré, te recuerdo que hoy mando yo. Te he hecho morder el polvo en el lago, ¿es que estabas demasiado borracho para acordarte? –le pregunté con malicia.
Lance soltó la tostada y me miró espantado y le dediqué una sonrisa de oreja a oreja.
–Esto es en venganza por el tatuaje –le dije, cogiendo las tijeras del cajón de la cocina y abriéndolas y cerrándolas amenazadoramente.
–Seré tu siervo durante una semana, pero mi pelo no –suplicó.
Negué con la cabeza y me puse tras su silla, peinando con mis manos su melena húmeda. Al final se resignó y se dejó hacer, aunque juraría que estaba gimoteando por lo bajo.
–No estarás llorando, ¿verdad? –le pregunté entre risas.
–Puedes burlarte si quieres, pero mi pelo es sagrado para mí y hasta ahora sólo se lo he dejado cortar a mi madre. Espero al menos que sepas lo que haces –se quejó.
–Tranquilo, Sansón, llevo cortándome el mío desde que tenía quince años –le expliqué.
–¡Que se me caiga el cielo encima!, ¡estoy perdido! –se quejó entonces.
Le metí una colleja por su falta de confianza y continué con mi trabajo, dejando su melena mucho más corta, pero más definida y desfilándola por delante para que los mechones no le taparan la cara.
–Bueno, ya estás. Puedes mirarte al espejo y aprovechar para limpiarte los ojos, se nota que has llorado –bromeé.
Lance se levantó refunfuñando y mientras miraba el resultado en el baño, barrí los mechones de pelo castaño del suelo de la cabaña y me senté a desayunar. Él volvió en silencio y se sentó junto a mí, reanudando su desayuno.
–¿Y bien?, ¿no vas a hacer ningún comentario? –le pregunté intrigada.
–Mi madre me ha educado bastante bien en ese sentido, princesa, siempre me dice que si no tienes nada bueno que decir sobre algo es mejor estar callado –dijo cortante.
No pude evitar estallar en risas y al final él acabó contagiándose y se unió a mí, pero desde ese día no volvió a perder en el lago, temía demasiado mis represalias para arriesgarse a ser víctima de ellas.
Los siguientes meses se me pasaron volando y estuve incluso más ocupada de lo que había previsto. Aprendí a utilizar todo tipo de plantas en mis hechizos. Ahora era capaz de identificar todas las hierbas del bosque que podían potenciar los efectos de mi magia y sabía de memoria sus propiedades y cómo preparar pociones y encantamientos con ellas. También aprendí el lenguaje Futhark y el Ogham, éste último totalmente desconocido para mí, pero mucho más antiguo que el Futhark y más importante, puesto que era el empleado principalmente por los druidas. Lance y yo lo aprendimos de Brenda, una de las mujeres más ancianas del lugar e incluso lo empleábamos para comunicarnos en silencio entre nosotros. Asombrosamente el lenguaje Ogham también tenía una aplicación en este sentido porque asociaba cada uno de los símbolos que lo constituían a una parte del dedo, de modo que con sólo un apretón de manos podías pasar mensajes secretos a tu acompañante y como nos hizo mucha gracia lo utilizábamos entre nosotros de continuo. Pero sobre todo en lo que más avancé fue en el uso de mi magia, Flynn se ocupó de entrenarme bien. Nos internábamos solos o con Lance en el bosque y entrenaba de sol a sol hasta poder dominar mis poderes. Controlaba los elementos de la naturaleza a la perfección y ahora, fortalecida por el dominio de las runas, podía imprimir a mis hechizos más poder. Esto, unido a mi manejo de la espada y del arco, me convirtió en una buena luchadora, nada que ver con la muchacha frágil que había sido sólo unos meses atrás. Ahora tenía bien definidos los músculos de las piernas, abdomen y brazos y aguantaba el esfuerzo físico por muy duro que fuera, incluso mi cuerpo me lo pedía y por eso dedicaba un par de horas al día al entrenamiento físico.
Había iniciado la investigación sobre el Clan de la Oscuridad con la ayuda de Lance, tal y como había previsto, pero no habíamos conseguido nada de relevancia hasta el momento. Me inquietaba no tener localizado al anciano maestro, pero la posible amenaza que representaba no era la única razón de mi interés en su paradero, en realidad también estaba preocupada por mí misma. Desde que me enfrenté a Darío, además de las pesadillas recurrentes en las que volvía a verle perpetrar sus maquiavélicos planes de destrucción, no había sido capaz de utilizar de nuevo mi conexión espiritual. Flynn había intentado ayudarme a hacerlo, pero sin éxito. Los ancianos del clan insistieron en verme e intentaron acceder a mi mente para ver cuál podía ser la causa de mi problema y ni siquiera ellos pudieron ayudarme. Concluyeron que el día que fui víctima del ritual por el que Darío intentó adueñarse de mi mente, mi don simplemente desapareció. Brenda incluso creía que yo misma podía haberlo anulado deliberadamente esa noche sin ser consciente de ello por temor a que Darío pudiera controlarlo y usarlo para el mal. Era probable que algo así hubiera sucedido, pero no quería aceptarlo sin más, de modo que todos los días me esforzaba e intentaba concentrarme para despertar mi don. Tampoco me rendí en mi investigación sobre el paradero del maestro, necesitaba encontrarlo porque estaba segura de que él sabía lo que había ocurrido en mi cabeza y quería recuperar mi don, principalmente porque había muchas cosas que tenía pendientes de discutir con mi padre…