CAPÍTULO 16

REBECCA se ajustó la capa de lana más firmemente a sus hombros. Las ocasionales ráfagas de viento provocaban que un agudo escalofrío la recorriera, haciendo que se estremeciera fuertemente.

—¿Estás segura de que te has abrigado lo suficiente? —preguntó Cameron, con preocupación.

—Estoy bien. El ejercicio me calentará. De verdad —insistió, antes de que él pudiera protestar.

Para enfatizar su argumento, Rebecca apretó el paso. El conde se limitó a alargar un poco su zancada para mantener el ritmo. Era temprano por la tarde, un día fresco, frío e iban a pie, en dirección a los bosques del norte. En una misión muy importante, le había dicho Cameron, aunque no la había dado ningún detalle.

Y Rebecca no se había decidido a preguntar. Hoy tenía un extraño estado de ánimo, sus pensamientos y sentimientos mezclados, sus emociones confundidas, pero estaba serena. Su cuerpo todavía se estremecía tras la noche anterior, algunos músculos que rara vez utilizaba y sus piernas estaban doloridos tras hacer ardientemente el amor con el conde. Aunque no lo comprendía completamente, no se arrepentía de lo que había sucedido entre ellos, aunque no podía dejar de pensar donde les conduciría eso.

Él no la había vuelto a proponer matrimonio y ella le estaba agradecida. Sus sentimientos eran demasiado fuertes, demasiado nuevos, demasiado confusos como para discutirlo.

Las copas de los árboles se mecían con el ligero viento, enviando una fresca ducha de nieve al suelo. El conde inclinó la cabeza y miró fijamente las sobrecargadas ramas carentes de hojas.

—Debemos tratar de mantenernos en el centro del camino o de lo contrario pronto estaremos cubiertos de nieve.

Rebecca lo siguió obedientemente hacia el centro, midiendo sus pasos para que coincidieran con los suyos.

—Por lo general no me gusta el invierno —dijo—. Hace demasiado frío y viento. Pero me gusta la nieve.

—A mí también. —Sonrió irónicamente—. Pero no cuando cae sobre mi cabeza.

Rebecca le devolvió la sonrisa, satisfecha de que fueran capaces de estar cómodos el uno con el otro, especialmente después de los acontecimientos de la noche anterior. Qué irónico que su cercanía física hubiese provocado ese extraño cambio, cuando la lógica dictaba que sería precisamente lo contrario.

Desde el primer momento en que Rebeca había cruzado el umbral de la casa del conde de Londres, habían estado en desacuerdo, por lo que rara vez se sentían a gusto el uno con el otro, especialmente cuando estaban solos. Se sintió aliviada porque al fin eso había empezado a cambiar.

—La nieve es un fenómeno de lo más sorprendente —comentó Rebecca—. Aun cuando sólo caiga una fina capa, el mundo que te rodea se ve perfecto, impecable. Todas las imperfecciones naturales quedan artísticamente ocultas y todo parece esperanzador y lleno de promesas.

—Es cierto, pero entonces la temperatura comienza a subir.

—Sí. —Sacudió la cabeza y murmuró tristemente—: Cuando se calienta y se derrite la nieve, se entromete la realidad. La suciedad bajo la nieve aparece, la perfección de blanco se ve ensombrecida y la oportunidad de empezar de nuevo, limpiamente parece desvanecerse.

—Querida Rebeca, nosotros no necesitamos la ilusión de la nieve para recordar que siempre hay esperanza, siempre cabe la posibilidad de un nuevo comienzo, no importa lo que haya sucedido.

Ella dejó de caminar.

—¿Te estás convirtiendo en un romántico, milord?

—Tal vez lo sea —respondió con una sonrisa tranquila—. O tal vez tú sólo esperas que lo sea.

El viento cambió de dirección repentinamente y sopló contra ella. Rebecca se estremeció y el conde se movió para que su gran cuerpo la protegiera de la sacudida del frío mientras seguían caminando.

Por un instante fue sorprendentemente consciente de la fuerza y solidez de su masculino cuerpo. Lo que provocó que recordara la noche anterior, sus sentimientos cuando su cuerpo grande y poderoso se cernió sobre ella, cuando sus caderas se alzaron al encuentro de la dureza de su penetración, cuando sintió la fuerza muscular de su espalda mientras se aferraba con fuerza a él.

—Ah, aquí está por fin. Perfecto.

Con un rubor, Rebecca apartó sus sensuales recuerdos. Obedientemente, miró adelante y vio un exuberante árbol de hoja perenne. Se erguía hasta casi su altura, era compacto en la parte inferior y se afinaba hasta terminar en punta en la parte superior. Las ramas eran rectas y densas, y describían una elegante línea.

—Es un árbol de hoja perenne —dijo.

—Oh, no, Rebecca, es un árbol de Navidad —corrigió él.

—¿Un qué?

—Un árbol de Navidad —repitió.

Rebecca parpadeó. Nunca había oído hablar de tal cosa.

—¿Qué es exactamente, qué se hace con un árbol de Navidad, milord?

—Decorarlo.

Él rodeo el árbol lentamente, examinándolo cuidadosamente desde todos los lados. Su mirada lo recorrió de arriba abajo y ella pudo ver que sus pensamientos estaban completamente centrados en él.

—Me atrevo a decir que no veo el sentido a decorar un árbol en medio del bosque —dijo Rebecca.

—No es mi intención que permanezca en el bosque. Tendré que cortarlo.

—¿Y luego qué?

—Llevarlo de vuelta a la casa —respondió como si fuera la más lógica de las explicaciones y ella estuviera actuando como una tonta al preguntar.

—¿Y cuando esté en la casa? —preguntó Rebeca, que todavía no seguía su línea de pensamiento.

—Lo pondremos sobre una mesa y lo colocaremos en un lugar destacado de la sala.

—¿La sala de estar?

—Sí, creo que sería lo mejor. —Él inclinó la cabeza, estudiando el árbol desde un ángulo diferente—. ¿O crees que el salón principal estaría mejor?

—Creo que el bosque es el mejor lugar para mantener un árbol de hoja perenne, milord.

—No entiendes la idea.

—Eso parece. —Ella miró al árbol, y luego lo miró a él fijamente, tratando de descifrar todo aquello—. ¿Colocarás este árbol en el salón y luego lo decoraras?

—Sí. Con pequeñas velas y cintas y lazos y algunos adornos hechos a mano. Charlotte ya ha empezado a hacer alguno de ellos, pero todos están invitados a ayudar. Me imagino que los niños y los sirvientes lo consideraran muy divertido.

Rebecca frunció el ceño.

—¿Estás seguro que deseas tener un árbol en la casa? No hará juego con los tapices. Y fácilmente pueden incendiarse cuando se seque, especialmente si planeáis poner velas en él. Francamente, toda esta idea huele a paganismo, como si fuera un antiguo ritual druida.

—Precisamente. —Sonrió con picardía, encantado con su referencia. El brillo en sus ojos la recordó que en algunas ocasiones, bajo la luz apropiada, el conde tenía una vena traviesa—. Esta costumbre es totalmente aceptada por nuestra reina y me gustaría probarla en Windmere este año. Obviamente, cualquier persona que exprese una fuerte oposición será considerada desleal a la Corona.

—Ridículo. —Rebecca sacudió la cabeza—. Todavía me parece antinatural, casi extranjero.

—Es festivo —insistió.

—Es extraño —replicó ella.

—Dios mío, Rebecca, no es necesario que me mires con una cara que podría cuajar la leche. ¡Es sólo un inofensivo árbol.

—¿Cuajar la leche? ¡Qué detestable expresión! —Ella alzó la cabeza con arrogancia, pero no pudo contener la sonrisa. Había algo muy íntimo de ser amonestada por él—. Afortunadamente para ti, Lord Hampton, soy una mujer de poca vanidad y gran confianza o de lo contrario me sentiría muy insultada por tu errónea observación.

—Descarada.

Su mirada bajó hasta su boca. Algún juego de la luz solar que se filtraba a través de las copas de los árboles hizo que sus ojos brillaran con una extraña luz. Dio un paso hacia ella. Los labios de Rebecca comenzaron a sentir un hormigueo.

—No veo robles en los alrededores —dijo ella mientras él levantaba la mano y deslizaba lentamente su dedo pulgar sobre la carne expuesta en su garganta. Su ligero roce provocó una excitación rápida y punzante en cada parte del cuerpo de Rebeca—. Parece que no hay muérdago colgando de las ramas.

—¿Ninguno? ¿Estás segura?

—Lo estoy.

—Creo que es necesario mirar de nuevo, cariño.

Inclinó la cabeza hacia ella. Rebecca levantó la barbilla. La tocaba sólo con la boca, sus labios posándose suavemente sobre los suyos. Desarmada por su gentileza, sintió que empezaba a derretirse.

Disfrutando del temblor de su cuerpo, y del suyo, ella se sumergió en la caliente, excitante sensación. Había pasión, había consuelo, había confianza. Fue un beso perfecto, que envío emoción a lo largo de cada una de sus terminaciones nerviosas.

Cuando rompieron el beso, se sonrieron el uno al otro con picardía, con complicidad. Sin embargo, una inquietante parte del cerebro de Rebeca pensaba que los besos de Cameron eran algo que estaba empezando a anticipar con demasiada emoción, aun sabiendo lo fácilmente que él la borraría de sus pensamientos o su corazón.

Charlotte miraba por la ventana de la sala de estar, su mente divagando, sus pensamientos erráticos. En apenas dos días sería Navidad. Seguiría la celebración de Reyes y poco después los invitados comenzarían a partir. Incluido Daniel.

El lado realista de su naturaleza le decía a Charlotte que lo más probable es que, una vez que las fiestas hubiesen terminado, nunca le volvería a ver. Esta inusual invitación a las fiestas parecía ser algún tipo de impulso por parte de su hermano. Los Tremaines no eran habituales en la vida social de la familia y parecía poco probable que fueran incluidos en otros eventos. Cameron insistió en que había sido un gran negocio el que les había traído a Windmere y Charlotte dudaba que esta extraña circunstancia volviera a suceder alguna vez.

El pensamiento la entristeció, casi la deprimió. Sabía que tenía que dejar de pensar en eso, porque estaba empezando a tener dolor de cabeza. Con un esfuerzo consciente, volvió su atención a las cintas y abalorios dispersos sobre la mesa, diciéndose que tenía que concentrarse en hacer los adornos para darle una gran sorpresa a Cameron. Pero su corazón no estaba en la tarea.

Alguien llamó a la puerta.

—Entre. —Se giró en el asiento y centró su atención en la puerta.

Daniel la abrió. Él la miró en silencio, sus marrones ojos vigilantes y misteriosos.

—¿Puedo unirme a ti?

Era una sugerencia inapropiada, aunque ya habían pasado tiempo a solas, con la única compañía el uno del otro, en varias ocasiones. Esta sección de la casa estaba desierta a excepción de algunos sirvientes. Ser recibido en privado presionaba con fuerza contra los límites de lo que era apropiado. Debería negarle la entrada.

Charlotte cruzó los brazos sobre su regazo y respiró para tranquilizarse.

—No deberíamos estar aquí a solas.

Sin ser invitado, él caminó hacia la ventana y contempló el helado paisaje.

—Puedo abrir la puerta si lo deseas. —La miró por encima de su hombro, sus ojos aún entrecerrados y misteriosos—. Pero preferiría mantenerla cerrada.

El corazón de Charlotte, que ya aleteaba de ansiedad, dio un vuelco. Se olvidó del decoro.

—Permíteme servirte una taza de té.

Ella tomó la tetera, cubierta por un paño de lana, que había permanecido sin tocar en una esquina de la mesa durante hora y media. Sirvió una taza a Daniel y la puso sobre la mesa. A continuación, sobre una pequeña bandeja colocó un bollo, dos pasteles de crema, varias galletas de jengibre y un bizcocho de limón.

Él acerco una silla al frente de la chimenea y lo situó cerca de la suya. Mientras ella le entregaba la bandeja llena de dulces, él acarició su mano suavemente con un dedo. Charlotte parpadeó, todavía sosteniendo la mirada, preguntándose si el gesto había sido deliberado. Su tímida sonrisa la dijo que sí podía haberlo sido, pero él se echó hacia atrás y comió su bollo como si no hubiese sido consciente del electrizante contacto.

Charlotte se llevó un bizcocho de limón a la boca y trató de no atragantarse.

—¿Has tenido una mañana agradable? —preguntó ella.

—Aceptable. —Tomó un pequeño sorbo de té, y luego volvió a colocar la taza en el plato—. ¿Está tu hermano por aquí? Pregunté a varios de los criados y ninguno parecía saber exactamente dónde había ido.

—Cameron está en una misión secreta —dijo Charlotte remilgadamente—. Es un regalo sorpresa de Navidad para los invitados. Supongo que estará de regreso a casa por la tarde. ¿Hay algún tema específico sobre el que quieras hablar con él?

Su pregunta provocó una reacción muy peculiar. El rostro de Daniel se calentó adquiriendo un color que podría ser interpretado como vergüenza.

—Es un asunto personal.

—¿Personal, no de negocios? —Charlotte removió descuidadamente su té con una cucharilla de plata—. Perdona mi curiosidad, pero tengo la sensación de que se está cociendo a fuego lento cierta enemistad entre tú y mi hermano, y que la cubrís bajo la superficie del civilizado trato que tenéis el uno con el otro.

—Eres una mujer muy inteligente y observadora, Charlotte.

—¿Tiene algo que ver conmigo?

Se removió en su silla.

—No, no te concierne. Al menos, no actualmente. —Su rostro se ensombreció, como si se arrepintiera de ese comentario—. Es un asunto de familia, algo delicado que ha provocado cierta fricción entre nosotros. Me temo que no puede compartir los detalles contigo.

Charlotte sintió una extraña punzada de dolor.

—¿No confías en que pueda mantener el asunto confidencial?

—No puedes estar más equivocada. Yo confío en ti por completo. El secreto no es mío para revelarlo. Es entre mi hermana y el conde.

¿Dios mío! Charlotte había percibido una corriente oculta de sentimientos entre su hermano y la señorita Tremaine, pero nunca sospechó que fuese un secreto lo que los unía. Distraídamente eligió una galleta de jengibre de la bandeja, aunque su apetito había desaparecido.

—Tengo que decir que esta ha sido la temporada de Navidad más inusual que he tenido en Windmere —musitó—. Incluso confieso que me he sentido diferente en estas últimas semanas. Muy diferente a mí misma. —Giró la galleta entre sus dedos—. En cierto modo soy como una doncella en un cuento de hadas que ha despertado después de un frío y largo sueño. Creo que tengo que darte las gracias por eso, Daniel.

—No puedo llevarme todo el crédito por este demasiado demorado cambio Charlotte, aunque tal vez tuve un poco que ver con tu nueva percepción de ti misma. Me complace pensar que podría haber ayudado. Pero yo no te he transformado, querida. Simplemente te he dado la confianza necesaria para que finalmente salgas de tu capullo.

—Años viéndote como solo una pequeña parte del conjunto, han empañado la verdad en tu mente y en tu corazón. No eres una pierna lisiada, Charlotte. Tienes una profundidad de espíritu y una fuerza de carácter que cualquier hombre admiraría. Nunca olvides que eres una mujer encantadora, una mujer deseable.

Ella miró su sincera expresión y su pecho pareció contraerse.

—Ningún caballero se ha fijado en mí antes. Excepto tú.

—Son tontos, hasta el último de ellos.

Charlotte tosió ligeramente para ocultar su vergüenza por el comentario. Su aislamiento de la sociedad había asegurado que hubiese pocas posibilidades de que un hombre se fijara en ella antes, pero incluso si alguno lo hubiera hecho, Charlotte dudaba de que hubiese reaccionado de esta manera hacia él.

Daniel era único, especial. La hacía sentirse viva en formas que nunca soñó o pensó que fueran posibles. Era como si nunca hubiera vivido realmente hasta que le conoció, hasta que se hicieron amigos.

Pero en lo profundo de su corazón, Charlotte sabía que quería algo más que amistad. Incluso más que amor. Por supuesto que quería amar a un hombre con todo su corazón, y que él la correspondiese con el mismo amor a cambio.

Sin embargo, también deseaba un hombre en el que pudiera confiar, un hombre al que poder mostrarse sin miedo ni temor al ridículo. Un hombre que la amara a pesar de sus debilidades, defectos y flaquezas. A pesar de que lo había sospechado durante mucho tiempo e incluso había tratado de negarlo, Charlotte admitió ante sí misma, en ese momento, que Daniel Tremaine era ese hombre.

Fue casi un alivio reconocer sus sentimientos, aunque podría haber sido mejor sin la confusión y la duda que también envolvían su corazón. Sabiendo que no podía tragar nada más que el nudo que atenazaba su garganta, Charlotte dejó la galleta de jengibre. Sin embargo, para ocupar las manos, cogió un adorno de Navidad que había estado haciendo anteriormente.

Daniel se inclinó hacia delante. Estaba tan cerca que ella podía captar el aroma de limón de las galletas que acababa de comer en su aliento. Era extraño que el agradable aroma a limón fuese afrodisíaco. Era curioso, que nunca antes hubiera notado algo así.

Levantó una mano y la apoyó en su hombro mientras la punta de los dedos de su otra mano trazaban la definida línea de su mandíbula.

—Haces que me resulte difícil concentrarme —dijo ella, tratando torpemente de atar un lazo rojo en la parte superior de una esfera de cristal.

—Esa era la idea. —Se aclaró la garganta—. Charlotte... Lady Charlotte, tengo un asunto más importante que discutir contigo.

Ella se giró en su silla para mirarlo de frente. El ornamento cayó de sus insensibles dedos y rodó por la alfombra. Él lo ignoró, tomando su mano en la suya, abriendo suavemente sus dedos y colocando sus palmas juntas.

La humedad se agolpaba en los ojos de Charlotte, y ella luchaba para no dejarla caer. Lo amo, pensó, mirando a su hermoso rostro y sus bellos ojos. Lo amo perdidamente.

Aunque Daniel lo negara, ella sabía que él era la razón por la que había sido capaz de transformarse. Si se iba, inevitablemente volvería a la seguridad de su aislamiento anterior, siempre seguirá siendo una observadora en lugar de una participante. La tristeza casi la hizo llorar, mientras que se preguntaba si habría sido más fácil no haber saboreado esta pequeña porción de felicidad, si hubiera sido mejor que nunca hubiese sabido lo que verdaderamente se estaba negando.

Se aclaró la garganta.

—Tienes una vida cómoda aquí, con su familia. Todo lo que necesitas.

Ella parpadeó, tratando de entender lo que él estaba diciendo.

—Bueno, sí, supongo. Cameron es amable y generoso. Mi madre me quiere mucho y es una cómoda compañera. Lily es la verdadera vida de la casa, manteniéndonos a todos en vilo con sus travesuras.

Él asintió con la cabeza.

—Sin embargo, aparte de tu familia, tienes otros intereses.

—Sí, unos pocos. —Levantó las cejas con sorpresa. Ella nunca había pensado mucho sobre eso—. Cabalgo, como sabes. Y me gusta la jardinería. Tengo una mano particularmente hábil con las rosas, si se me permite ser tan inmodesta. Y siempre está mi bordado, por supuesto.

—Es una buena vida —dijo en voz baja—. Una que podrías no desear cambiar.

¡Que no quiero cambiar! ¿Era este hombre completamente tonto? Su cabeza se movió vigorosamente de lado a lado.

—A decir verdad, no me gusta el bordado. Y mientras disfruto de mis paseos a caballo, casi todos los días me siento sola con sólo un criado yendo detrás de mí. Sería maravilloso tener a alguien que cabalgara a mi lado.

—Pero es más que eso, Daniel. Añoro un compañero, alguien con quien compartir las pruebas y las alegrías de la vida, alguien que comparta mis intereses y también me introduzca en algunos nuevos. —Bajó la barbilla con timidez—. Alguien a quien regalar mis escasas rosas perfectas, aquellas que estoy más orgullosa de cultivar.

—¿Le darías una rosa a un hombre, Charlotte?

—Te daría una rosa a ti, Daniel. Si pensara que tú la tomarías.

—Oh, mi amor. —Puso la mano alrededor de su cuello, la atrajo hacia sí y la besó la frente—. Es una extraña relación la que hemos desarrollado en las últimas semanas. Contigo he experimentado una cercanía que nunca antes había sentido, un dolor que no puede vencer. Eres una compañera, una confidente, pero yo quiero más. Mucho más y me temo que no me lo merezco, que nunca lo tendré, sin importar lo mucho que lo desee. Oh, estas noches he permanecido despierto en mi cama pensando si nuestro encuentro fue una bendición o una maldición.

¿Qué estaba diciendo? Él dejó su silla y se dejó caer de rodillas delante de ella. El pecho de Charlotte se apretó con tal fuerza que tenía dificultades para respirar. Él estaba sobre su rodilla, sosteniendo sus manos. ¿Era posible que tuviese la intención de hacerla una proposición? ¿O era sólo su deseoso y tonto corazón, esperanzado con lo imposible?

De pronto, ella tuvo dificultades para controlar el temblor de sus extremidades.

—Por favor, dime, ¿qué has decidido? ¿Soy una bendición o una maldición?

—Una bendición. Te quiero, Charlotte. Aunque me temo que estoy lejos de ser digno de este honor, te pregunto humildemente, si por favor considerarías mi petición de casarte conmigo.

Las lágrimas que Charlotte había estado conteniendo en silencio, se deslizaron por sus mejillas. Nunca antes había sentido tanta alegría, ni tanto miedo.

—Formaremos una pareja de lo más inusual —dijo ella, pensando en su deformidad.

Él asintió con la cabeza, pero ella pronto se dio cuenta de que no se estaba refiriendo a su pierna lisiada.

—No hay duda que habrá puertas de la sociedad que nunca se abrirán a nosotros, no importa el apoyo que recibimos de nuestra familia y amigos.

—Lo máximo que puedo reclamar es una relación muy distante con un empobrecido barón, varias generaciones atrás. Me atrevo a decir algunos miembros de la sociedad considerarán muy difícil declararme siquiera un caballero. Es evidente, que te casarías con alguien por debajo de ti.

—¡Eso es ridículo! —respondió ella con vehemencia, pero a medida que Charlotte pensaba en ello, se dio cuenta de Daniel estaba en lo cierto. Habría algunas personas que creerían que se casaba con ella por su posición social y sus conexiones—. Bueno, otros pueden pensar que me caso contigo por tu dinero —replicó ella.

Hizo una pausa, sus ojos se posaron en ella con interés.

—¿Tienes necesidad de una fortuna, Charlotte?

Se veía tan esperanzado, casi ansioso ante la idea, y sintió una punzada de pesar por tener que decirle la verdad.

—Tengo una dote considerable y una generosa asignación anual, que se incrementará cuando esté casada.

¡Casada! La palabra resonó a través del cerebro de Charlotte, y casi gritó de emoción. Respiró hondo, deseando que este perfecto momento de alegría durara para siempre.

El rostro de Daniel se volvió sombrío.

—Puedo mantener fácilmente el estilo de vida al que estás acostumbrada y mereces. No tengo necesidad de tu dinero e insisto en que me permitas proporcionarte una asignación mensual de la que puedas disponer a tu entera discreción.

—Con tu permiso, invertiré los fondos de tu dote en una gran variedad de sólidas empresas y depositaré todos los beneficios posteriores en la herencia de nuestros hijos.

¡Hijos! Ella iba a tener hijos. Ahogó un sollozo de puro deleite.

—Eres muy generoso, señor. ¿Quizá seré acusada de casarse contigo por tu fortuna?

—Bueno, no quisiera ser demasiado insistente, pero aún no has dicho que serás mi esposa.

En realidad parecía un poco nervioso. Charlotte podría haber sonreído si no hubiera estado tan atónita.

—Por todos los santos, Daniel, por supuesto que me casaré contigo. —Se estiró hasta abrazarlo y casi cayeron al suelo. Riendo, recuperaron su asiento, sus manos entrelazadas con fuerza.

—Me casaré contigo, Daniel, porque te amo, porque me encanta cómo me haces sentir conmigo misma. Crees que puedo hacer cualquier cosa, me ves como una persona completa y no especial, no como una pobre mujer con una mala cojera. Me casaré contigo porque me haces sentir especial y querida y adorada. Y si todo lo que puedo hacer es darte una décima parte de la felicidad que tú me das, ya seré una buena esposa.

Él esbozó una sonrisa tan amplia que estaba segura de que su mandíbula tenía que dolerle.

—Con tu permiso, voy a hablar con tu hermano, tan pronto como sea posible. Pero tienes que prepararte, Charlotte. El conde podría ejercer su derecho a rechazarme.

—Si se atreve, puede irse directamente al diablo.

—Que lenguaje, milady. Una positiva prueba de que ya te he corrompido. —Se rió y tiró de ella hacia fuera de la silla, a su regazo—. Nos casaremos, Charlotte. Con o sin su bendición.

—Él te la dará —respondió ella con confianza—. Me siento como si estuviese soñando. Por fin he conseguido mi deseo más secreto, mi fantasía infantil de un noviazgo romántico, un adorable, amante y hermoso esposo y una ceremonia en la capilla privada en Windmere.

—¿Nos casaremos en primavera? —preguntó—. ¿Cuándo las flores están floreciendo y el clima es más cálido?

Charlotte se retorció en su regazo. Daniel respiró hondo y apretó más firmemente su cintura. Era presuntuoso y poco adecuado para una dama, pero dudaba tuviera la paciencia o la fortaleza suficiente para esperar hasta la primavera siguiente para convertirse en la esposa de Daniel.

Faltaban meses y meses. ¿Cómo podía esperar? Y lo más indecente, la dureza tentadora que ahora sentía presionando con insistencia contra su trasero le hizo saber que Daniel era de la misma opinión.

—Siempre he pensado que enero era un momento excelente para una boda —contestó ella.

—¿Enero? —Soltó el aliento abruptamente—. Gracias al cielo. Eso me deja solo un par de semanas para evitar tus besos.

Una ráfaga fría de miedo pasó a través de ella. ¿Se había arrepentido ya de su elección? Charlotte se mordió el labio.

—¿No te gustan mis besos? —susurró.

—Dios sí, me gustan tus besos. Adoro tus besos. Demasiado.

Ella se estremeció y frunció el ceño.

—Entonces, ¿por qué es eso un problema? —preguntó ella.

—Porque esos ardientes y sensuales besos nos llevarían a otras cosas con demasiada rapidez.

—Nos vamos a casar —sonrió, tratando de animarlo. Ella realmente quería otro beso. Otro beso que calentara su sangre y derritiera sus huesos, que hiciera contraerse los dedos de sus pies y que dejara todo su cuerpo cálido y hormigueante—. ¿No son las reglas más indulgentes para los novios?

Su expresión se suavizó y un escalofrío subió por debajo de su piel. Era realmente un hombre extraordinario.

—Las reglas pueden ser un poco más relajadas, pero no vamos a unirnos realmente como marido y mujer hasta que intercambiemos los votos. Incluso aunque eso me mate.

—Entonces, ¿tal vez una boda de Navidad sería una idea mejor?

Él rió y ella se le unió en la risa.

—Hasta yo sé que dos días no es tiempo suficiente para organizar una boda —dijo.

—Enero, entonces. A principios de enero.

—Se necesitan tres semanas después de leer las amonestaciones.

—No, si tienes una licencia especial. —Ella levantó la frente con descaro y él gimió.

—Charlotte, tu familia se sorprenderá ante tanta prisa.

—No me importa. —Charlotte envolvió los brazos alrededor de su cuello—. Queremos una ceremonia pequeña e íntima, por lo que no debe ser demasiado difícil prepararla.

—¿Qué pasa con tu vestido de boda?

—¿Cuánto tiempo puede llevar hacer un tonto vestido? Santo cielo, me casaré con mi mejor camisón si es necesario.

Ella vio que su garganta se movía visiblemente cuando tragó con dificultad.

—Dios me guarde, de tan deslumbrante visión delante del altar.

Ella se rió. Era sorprendente que la encontrara tan atractiva, que su control estuviera tan al límite, cuando pensaba en ella. Por supuesto, eso era lo que sentía ella cuando le mira a él.

—Estoy segura de que un vestido apropiado puede hacerse en ese tiempo —decidió—. En cuanto al resto, mis vestidos de boda se pueden hacer después de casados.

—Mejor aún, te llevaré a París y tiene todo un armario hecho por ti. Creo que voy a disfrutar vistiéndote con los colores más nuevos y a la última moda.

La idea la fascinó.

—Nunca he estado en París.

—Yo tampoco. Vamos a explorar y experimentarlo juntos.

La perspectiva era a partes iguales vigorizante e intimidante. Ella nunca había viajado más allá de los límites de las diversas fincas de la familia y ahora estaba hablando casualmente de un largo viaje a Francia. Su mundo estaba a punto de cambiar, de ampliarse. ¿Estaba preparada para enfrentar este nuevo reto?

—También voy a tener que volver a Estados Unidos en algún momento en los próximos años para tratar sobre algunos de mis negocios —dijo—. Es un viaje mucho más largo. ¿Te importa?

—No, si te puedo acompañar —respondió ella con sinceridad.

—No me imagino dejarte atrás.

Era precisamente lo que necesitaba oír. Poco a poco, levantó la cabeza. Él la miró, sus ojos castaños brillantes por la emoción. Antes de que él pudiera pronunciar otra palabra, ella se inclinó hacia delante y le besó, tomando su boca con una determinación audaz que la sorprendió. Daniel se puso rígido por un instante, luego gruñó y la apretó con más fuerza dentro de sus brazos.

Charlotte suspiró de alegría, lanzando su lengua hacia adelante describiendo un círculo alrededor de la suya, vertiendo todo el amor de su corazón en el momento. Aunque Daniel había insistido en que había peligro en los besos apasionados, no se preocupó. Sabía que podía confiar en él, podía confiar en él para hacer lo correcto para mantenerla a salvo.

—Dulce corazón. —Él se separó para susurrarle en el oído—. Oh, Charlotte, mi amor. Vamos a ser muy, muy felices.