CAPÍTULO 06
—¿QUÉ vestido llevará para la visita de esta tarde, Señorita Rebecca?
Rebecca dejó su pluma y se volvió hacia Maureen. La criada había abierto el armario de cerezo y estaba de pie frente a este, con las manos en las caderas reflexionando.
—No estoy segura —confesó Rebecca, un poco asustada de que esta fuera otra prueba del sentido de la moda que podía fallar. La vida era mucho más complicada para las mujeres de sociedad, con demasiadas trampas ridículas que tener en cuenta. Le hizo feliz darse cuenta que para ella no era más que una corta aventura en el mundo de los más privilegiados y la nobleza.
—¿Sabe específicamente hacia dónde se dirigen? —preguntó la criada.
Rebecca frunció el ceño, preguntándose qué diferencia podría haber.
—La condesa viuda mencionó que podríamos detenernos en la rectoría para visitar al vicario y su esposa, para discutir sobre las actividades navideñas y los regalos para las familias de la parroquia. ¿Hay algo que creas sea apropiado para esa clase de visitas?
La criada asintió con entusiasmo y sacó un bonito vestido de día en tonalidad azul profundo. Lo combinó con un chal de cachemira y un pequeño sombrero hecho en tonos de azul que podría llevar cómodamente mientras tomaba el té.
Adecuadamente vestida, con su cabello cuidadosamente ordenado, Rebecca decidió esperar en el patio delantero, ansiosa por la oportunidad de disfrutar un poco de aire fresco. Lo primero que notó mientras salía fue el fuerte descenso de la temperatura y la visibilidad de su aliento.
Tirando más hacia arriba el cuello de su abrigo de lana para evitar el frío helado, Rebecca estuvo encantada al notar que el coche había sido llevado a la parte delantera y que el cochero y los lacayos esperaban pacientemente a que todos los pasajeros llegaran. Estar mucho tiempo parados en el frío no debía ser agradable.
—El tiempo se ha vuelto cortante. Parece como si fuera a nevar muy pronto.
La voz masculina era profunda y mesurada. Rebecca se volvió para encontrar al conde a su lado. Lucía elegantemente apuesto, vestido con la tradicional ropa de montar a caballo y botas negras hasta la rodilla. Como era de esperar, su corazón se aceleró. Él le ofreció su brazo, y ella puso su mano sobre la parte superior de la manga, ignorando los pequeños estremecimientos que recorrieron sus miembros.
—No pensé que nevara mucho en esta área —dijo, echando un vistazo a la colección de nubes flotando a través del cielo.
—Es raro que suceda, pero no imposible —respondió—. En realidad, en las condiciones adecuadas, todo es posible, ¿no le parece, Señorita Tremaine?
Sonrió vagamente. Él simplemente estaba manteniendo una conversación cortés, se dijo con severidad. No había ninguna insinuación oculta en sus palabras, aunque una vez más, Rebecca reconoció que estaba confusa y no comprendía por qué el conde la había cautivado tan a fondo. No era del todo una mujer inocente; había estado expuesta a apuestos hombres antes. Sin embargo, incluso después de varios días en su compañía, estar cerca de él todavía la ponía nerviosa.
Su conversación fue interrumpida por la llegada de la condesa viuda y Rebecca se alegró de la distracción. Entonces para su sorpresa, Lily y su institutriz, la señora James, también aparecieron.
—¿Estamos todos? —preguntó la condesa viuda, asintiendo con la cabeza en respuesta a su propia pregunta—. Es usted un encanto por acompañarnos, Señorita Tremaine. Envié a las otras damas al pueblo para hacer algunas compras, explicándoles que no creía justo abrumar esta tarde con un exceso de visitantes a nuestro joven vicario.
Rebecca se humedeció los labios.
—¿Tal vez sería mejor si yo también me quedó?
—Oh, no, me gustaría mucho que viniera. Cameron nos dijo que su difunto padre era ministro. Estoy segura que su presencia aliviará los nervios del vicario.
Sin darle más oportunidad de protestar, la condesa viuda prácticamente arrojó a Rebecca al interior del carruaje. Lily empezó a subir enseguida, pero se detuvo de repente.
—Papá, quiero sentarme a tu lado en el carruaje.
—Eso es imposible, gatita. No voy a ir en él.
De hecho. El conde había saltado sobre un gran semental negro y su pareja estaba haciendo cabriolas ansiosamente por el patio. Era casi pecado lo fuerte y viril que parecía el conde.
—Viajaré contigo en el caballo —declaró Lily. Saltando desde el pequeño escalón del carruaje, la niña se metió debajo del brazo levantado de su abuela y corrió al lado de Lord Hampton.
Su repentino movimiento asustó el caballo del conde. Este se encabritó, sus cascos delanteros pateaban salvajemente al aire. Rebecca sintió un grito crecer en su garganta cuando la niña se acercó peligrosamente a los grandes y mortales cascos del semental. Pero Lord Hampton logró controlar hábilmente su montura, alejando cualquier peligro para la niña.
—¡Ten cuidado, Lily! —gritó el conde.
Rebeca esperó por la regañina. Fue un comportamiento imprudente y peligroso y Lily merecía una dura reprimenda. Pero nadie dijo una palabra a la niña.
Impactada, Rebecca vio atravesar a un agitado mozo y levantar a la niña hacia los brazos de Lord Hampton, que la esperaban. Ella se retorció y movió, hasta que finalmente se sentó de lado. El conde la mantuvo firmemente en el círculo de sus brazos.
—¿Tu abrigo es lo suficientemente cálido? —preguntó Rebecca, con ganas de morderse la lengua en el momento que la pregunta salía de sus labios.
La señora James le dirigió una extraña mirada, sin duda preguntándose porque era eso asunto de Rebecca.
—Cameron la protegerá de atrapar un resfriado —dijo la condesa viuda—. Al menos con Lily en el caballo se verá obligado a viajar a un ritmo tranquilo, protegiéndola del viento de la bahía. Y hará el viaje mucho más seguro para los dos.
El conde y Lily se adelantaron al carruaje. Rebecca podía oír la risa alegre de la niña mientras cabalgaban y esperaba que el comentario de la duquesa viuda acerca de que el conde montaría más despacio fuese verdad.
No fue largo el paseo hasta el sendero de piedra que conducía hasta la casita en la que se alojaba el vicario. Las tres mujeres salieron del coche justo cuando el conde y Lily llegaron. Lord Hampton entregó cuidadosamente su hija a un mozo que le esperaba antes de desmontar. Luego ofreció un brazo a su madre, abrió el camino hacia la puerta y golpeó enérgicamente el llamador de cabeza de león.
Una anciana ama de llaves abrió la puerta, solicitando el abrigo, guantes y el sombrero del conde al momento en que entraban. Luego de quitarse la capa y enderezar su chal, la atención de Rebecca se dirigió al vicario y su esposa, que se agolpaban junto al vestíbulo para recibirlos.
Vestido con la ropa sombría de su profesión, el vicario Hargrave era un hombre de buen aspecto, con despiertos ojos marrones y pelo oscuro muy corto, al que Rebecca consideró sólo unos pocos años mayor que ella. Su expresión era ansiosa y un poco nerviosa cuando se inclinó a saludar. Su esposa parecía más joven, no más de diecinueve o veinte años, una mujer pequeña, delgada, con cabello rubio rojizo, rasgos inocentes y una sonrisa tímida.
Fueron conducidos a un acogedor salón que olía ligeramente a lavanda y cera de abejas. El mobiliario estaba muy gastado, pero en buenas condiciones. Nada era exactamente igual en términos de estilo o incluso en la veta de la madera, sin embargo, nada parecía fuera de lugar. Era una habitación confortable y acogedora.
Un bonito paisaje mostrando la plaza del pueblo, hecho al óleo y colgado sobre la chimenea, al instante llamó la atención de Rebecca. Se acercó para verla mejor, vio la firma, y luego sonrió con sorpresa.
—Debo elogiar su talento, reverendo Hargrave. Es una imagen hermosa.
El vicario inclinó la cabeza con modestia.
—La pintura no es más que una de mis aficiones. La señora Hargrave insistió en colgarlo aquí, aunque creo que sería más adecuado para una habitación de la parte de atrás.
—Tonterías —respondió el conde—. Esto es de primera clase.
El ama de llaves acercó una bandeja y se sentaron a tomar el té. Rebecca noto que la mano de la señora Hargrave temblaba ligeramente mientras servía de la hermosa tetera de porcelana. Espirales de vapor de agua atravesaban el aire mientras pasaba la taza casi llena de té a la condesa viuda.
Rebecca tuvo que contenerse de saltar hacia adelante y rescatar la temblorosa porcelana, temiendo un desastre, pero la condesa viuda era una mujer de experiencia con las mujeres jóvenes que se ponían nerviosas. Ella tomó y apretó firmemente la taza en su mano, y luego la puso suavemente sobre la mesa baja delante de ella.
Después de servir a las damas, la señora Hargrave sirvió a los caballeros. El conde aceptó la taza con un guiño y una sonrisa de agradecimiento. La señora Hargrave se sonrojó y casi dejó caer la tetera en su regazo. Rebecca sintió un destello de simpatía, conociendo muy bien los efectos de esa devastadora sonrisa.
Tortas y pequeños sándwiches fueron servidos en seguida. Los cumplidos se hicieron extensivos a la señora Hargrave cuando su marido reveló que ella misma había horneado dos de las delicias. Rebecca pensó con cariño en las muchas horas que había pasado en la cocina, aprendiendo la misma habilidad, entonces se dio cuenta que hacía semanas desde que había horneado algo.
—Vicario, nos gustaría recibir sus consejos sobre las cestas de Navidad que estamos preparando para las familias del pueblo —dijo el conde—. Mi mayordomo me ha dado una lista de mis arrendatarios, pero me gustaría saber si hay otros que usted crea, tengan una necesidad especial en esta temporada.
—Está muy bien que pregunte, milord —con una sonrisa de alivio dirigida a su esposa, el joven se levantó—. Perdone mi presunción, pero he estado trabajando en una lista. Si espera, en un momento la traeré de mi estudio.
El señor Hargrave fue fiel a su palabra. Regresó en corto tiempo con un trozo de pergamino que le entregó a Lord Hampton. El conde sonrió en agradecimiento y guardo el papel en el bolsillo.
—Haré que algunos sean atendidos inmediatamente. Después de todo, queremos asegurarnos que todo el mundo tenga una Navidad feliz.
Con el asunto terminado, se dirigieron hacia la mesa para conversar con más facilidad. Lily se había movido para sentarse junto a su padre al lado opuesto del sofá y Rebecca se contentaba con miradas furtivas al entorno, satisfecha con vislumbrar ocasionalmente a Lily mirando a su espalda.
Le guiñó un ojo a Lily y la niña sonrió. Rebecca vio ansiosamente como Lily levantaba la delicada taza de porcelana y tomaba un pequeño sorbo. Temía que pudiera derramar algo por encima del borde y quemarse, pero la niña no tuvo dificultades. La dejo de nuevo en el plato, Lily tomó el brazo del conde y se acurrucó contra él.
Lord Hampton miró y sonrió a la niña. Ella le devolvió la sonrisa, con expresión de pura travesura. Lily comió un pastel de crema, y luego Rebeca notó cuando la señora James puso una mano suavemente en el brazo de Lily deteniéndola cuando tomó las pinzas de plata e intentó poner el tercer terrón de azúcar en su taza de té.
—Se llenará de gusanos si come mucha azúcar —murmuró la señora James en voz baja.
Los ojos de Rebecca se abrieron con la mentira, pero el truco parecía funcionar. Lily obedientemente soltó las tenazas. Se hundió en su silla y malhumorada le dio un mordisco a un bollo cubierto de mermelada de frambuesa.
La inquietud de la niña creció con su aburrimiento y de nuevo Rebecca se preguntó por qué habían traído a Lily. Era inaudito traer a una niña de su edad a una visita social, incluso si esa visita era al vicario del pueblo. Sin embargo a Rebecca le parecía que era otro preocupante ejemplo de la enorme indulgencia que Lord Hampton tenía para con Lily y, francamente, no le gustaba.
Por suerte, terminaron sus bebidas sin incidentes. Mientras se preparaban para irse, el señor Hargrave sugirió un recorrido por la escuela del pueblo recientemente terminada, que se encontraba ubicada frente a la vicaría. Rebecca estaba impresionada cuando se enteró que el edificio había sido construido con fondos donados por el conde. Por su experiencia, la mayoría de los aristócratas no estaban a favor de la educación de los hijos de las familias que trabajaban sus tierras.
—Ahora que tenemos este nuevo espacio tan maravilloso para reuniones, estamos organizando con los niños de mayor edad de la escuela una obra de Navidad. Que se presentará antes del servicio religioso en víspera de Navidad —anunció la señora Hargrave.
—Qué idea tan perfectamente espléndida —dijo la condesa viuda—. Espero que haya lugar para nosotros y podamos asistir.
—Sería un honor contar con usted, milady —dijo el señor Hargrave con una ansiosa y feliz sonrisa.
—Tendrá que reservar dos, no, que sean tres filas de asientos para nosotros —dijo el conde—. Me comprometo a llenarlas con un muy entusiasta público.
Rebecca no tenía que fingir interés.
—Por favor, Señora Hargrave no piense que soy demasiado atrevida, pero me gustaría ofrecer mis servicios. A menudo ayudé a mi padre con eventos de actuación similares. Entiendo que son necesarias muchas manos para trabajar con un grupo tan grande de niños.
—Oh, gracias, Señorita Tremaine. —La joven mujer parecía enormemente aliviada. Se acercó y le susurró confidencialmente—: El señor Hargrave desea mucho causar una impresión favorable al conde y a su familia, pero me temo que está tomando demasiadas responsabilidades. Estoy tratando de aligerar su carga lo mejor que puedo, pero mi experiencia en estos temas es limitada.
Rebecca asintió con la cabeza comprendiéndola, sabiendo muy bien bajo qué tipo de presión se encontraba el vicario.
—Estoy segura que será un gran éxito, pero si hay algún error, debe culparme a mí.
—¿Por qué estáis susurrando? —preguntó Lily, tirando de la manga de Rebecca para llamar su atención.
Rebecca miró hacia abajo con sorpresa. Pensaba que la niña se había ido a la habitación de al lado con los otros adultos.
La señora Hargrave sonrió.
—La señorita Tremaine y yo estábamos discutiendo sobre la obra de Navidad.
—Mi papá va al teatro en Londres para ver las obras. Y a veces la abuela va con él. Siempre lleva un bonito vestido. —Lily se volvió hacia Rebecca—. ¿Qué es una obra?
—Una obra es una historia en la que algunas personas actúan pretendiendo ser los personajes del relato, mientras interpretan la historia. Visten disfraces y están de pie en un escenario frente a todos para que puedan ser vistos y escuchados —explicó Rebecca.
—¿Quién estará narrando la historia en la obra? ¿La gente de Londres? —preguntó Lily.
—No, los niños de la aldea que asisten a nuestra escuela actuarán en todas las escenas —dijo la señora Hargrave. Señaló la parte frontal de la habitación—. Allí vamos a construir un pequeño escenario y a coser trajes para que ellos los vistan y cuando termine la representación, tendremos una gran fiesta para celebrarlo. Se llevará a cabo en la noche, pero no demasiado tarde. Espero que venga a verla con su padre y su abuela.
—No —Lily negó con la cabeza—. No quiero ver la obra. Quiero narrar la historia, estar en el escenario y usar un bonito traje.
La señora Hargrave ocultó muy bien su sorpresa, aunque sus ojos delataban su preocupación cuando se agrandaron.
—No estoy segura si su padre lo aprobaría.
—Mi papá me dice todo el tiempo que me ama y quiere que yo sea feliz. Seré feliz si estoy en la obra. —Lily cruzó los brazos sobre su pecho.
—Pero todos los otros niños son mucho mayores que tú —añadió la señora Hargrave.
—¿Y? —resopló Lily con fastidio.
—Supongo que podemos preguntar a Lord Hampton —dijo la señora Hargrave, retorciéndose las manos nerviosamente—. A pesar que todas las escenas ya han sido asignadas.
—Si se le pregunta, mi papá va a decir que sí —respondió Lily con confianza—. Y representaré la parte del bebé.
—Oh, bueno. Vamos a utilizar un muñeco —La señora Hargrave tomó un aliento más bien débil—. ¿Qué le parece un ángel? ¿Le gustaría ser un ángel, Lady Lily?
Las cejas de Lily se unieron en un gesto sospechoso.
—Todo el mundo sabe que no puedes ver a un ángel.
—Los ángeles pueden ser vistos en nuestra obra —respondió la señora Hargrave—. Llevan vestidos blancos muy bonitos y tienen halos de oro sobre sus cabezas.
El labio inferior de Lily se adelantó.
—No quiero ser un ángel. Quiero ser el niño Jesús.
La señora Hargrave palideció. Rebecca se agachó y tomó las manos de la niña en las suyas.
—Eres una niña grande, no un bebé. Creo que serías un hermoso ángel.
—¿Habrán otros ángeles?
Se volvieron hacia la señora Hargrave. Ella intentó una sonrisa.
—Oh, sí. Por lo menos cuatro o cinco.
Lily apartó las manos.
—No seré especial si hay otros ángeles —dijo, sonando fuertemente agraviada.
—Estoy seguro de que será la más bonita de todos los ángeles —dijo la Señora Hargrave con falsa cordialidad.
—No quiero ser un ángel. —Lily sacudió sus hombros como gesto de desafío—. Mi padre es el conde y yo soy una Lady y ¡voy a tener la mejor parte! Seré el bebé, al que todos vienen a ver y le traen regalos especiales.
La última frase salió en un alarido. La señora James, que había regresado a la sala, se dio prisa para hacerse cargo de Lily.
La señora Hargrave lucia horrorizada. La vergüenza de Rebecca sobre el escandaloso comportamiento de Lily se convirtió rápidamente en compasión. La pobre señora Hargrave había sido más que amable y considerada con la niña. Ciertamente no se merecía ser tratada tan groseramente por una niña maleducada.
La señora James consiguió que Lily dejara de gritar, pero la niña parecía furiosa. Tenía los brazos cruzados con desafío, su rostro rojo y con el ceño fruncido, sus sollozos eran fuertes y dramáticos.
Fue vergonzoso ver a Lily tan irascible y perversa. Rebecca había estado lo suficientemente rodeada de niños para saber que a menudo se portaban y en ocasiones actuaban mal. Pero nunca había sido testigo de tal malcriada y violenta reacción. Fue lamentable y ella habría dicho algo, si sus palabras hubiesen sido escuchadas por encima del estruendo.
El conde apareció en la habitación.
—¿Hay algún problema?—preguntó.
—Tengo las cosas bajo control, milord —respondió la señora James, mientras empujaba a la gimoteante Lily fuera del cuarto.
—Disculpe. —Con la mirada baja, la señora Hargrave también se dio prisa en salir.
Pobrecita. Rebecca suspiró. La señora Hargrave había deseado tanto para impresionar al conde.
La cara de Lord Hampton se oscureció.
—¿Lily estaba llorando?
—Sí. —Rebecca dudó. Instintivamente quiso proteger a su hija, pero todavía estaba demasiado alterada por el incidente para ocultarlo—. Lily estaba muy emocionada al enterarse sobre la obra de Navidad. La señora Hargrave amablemente accedió a darle un papel, pero Lily se puso difícil y siguió insistiendo en que le dieran el papel del salvador recién nacido en la obra.
Imperturbable, el conde se volvió a Rebecca.
—Le gusta salirse con la suya.
Rebecca lanzó una mirada cautelosa hacia el conde. ¿Después de escuchar y ahora ver este comportamiento, no preguntaba o lo reprobaba?
—Fue bastante grosera —dijo mordazmente Rebecca.
—Debe estar cansada. Mi madre fue muy escéptica cuando le sugerí traer a Lily a la visita de hoy. Pero se sobrepuso a su aprehensión e insistió en que nunca se era demasiado joven para empezar a aprender sobre los deberes sociales —soltó un suspiro—. Por supuesto que la verdadera razón por la que insistí en traerla, era porque sabía que usted nos iba a acompañar y asumí que disfrutaría estando en compañía de Lily.
Rebecca se puso rígida. Era un golpe bajo. ¿Así que ahora era su culpa que hubiese traído a Lily? ¿Intentaba decirle que también era responsable del comportamiento inadecuado de la niña?
—Tiene que disculparse con la señora Hargrave —dijo Rebecca.
—La señora James se encargará de ello.
Su despreocupado rechazo del incidente la irritó.
—Usted es su padre. Usted debería encargarse.
—¿Perdón?
—Su vergonzoso comportamiento es el resultado directo de su excesiva indulgencia —dijo Rebecca—. Lily es una chica inteligente y observadora. Sabe que en última instancia, no tiene que comportarse, ya que usted la exime de cualquier cosa que hace, no importa cuán mala sea.
—¡Eso es absurdo! —Sus mejillas se tiñeron levemente.
—¿En serio? Antes, saltó del carruaje y corrió delante de su caballo. Si no fuera por su experta agilidad con las riendas, podría haber sido gravemente herida. Sin embargo, apenas si la reprendió.
—¿Está insinuando que no puedo cuidar adecuadamente de la niña?
—No lo estoy insinuando en absoluto. Lo estoy declarando como un hecho.
Sus fosas nasales resoplaron.
—Usted sobrepasa sus límites, Señorita Tremaine.
Rebecca se encrespó ante el comentario, haciendo poco caso de la advertencia.
—Tengo un interés personal también, milord.
—¡Ciertamente no lo tiene! —Lord Hampton levantó la voz con ira, pero la mantuvo bajo control y bajó el tono antes de hablar otra vez—. A pesar que la dio a luz, no es, y nunca será la madre de Lily.
Sus palabras parecían flotar en el aire. Potentes, enojadas y verdaderas.
—Todavía tengo el derecho de cuidar de ella —dijo Rebecca, con la voz temblando por la emoción.
—Puede ser —dijo él con voz irritada—. Sin embargo, le hago una justa advertencia. Nunca más pretenda decirme cómo manejar a mi hija, Señorita Tremaine. Le prometo que usted será la más afligida con las consecuencias.
Sus miradas se encontraron en una silenciosa batalla de voluntades hasta que Rebecca se dio cuenta que no estaba en condiciones de ganar esa discusión. Estaba en lo cierto. El conde tenía todo el poder. Él era el padre de Lily. Y ella... ella era nada.
Rebecca bajó la cabeza. Por dentro estaba temblando. La injusticia de todo aquello hizo que su temperamento se enardeciera tanto como el de él. Pero contuvo las airadas palabras que pugnaban en sus labios, sabiendo que sólo empeoraría las cosas al decirlas.
El nudo de tensión dentro del pecho de Rebecca se apretó, pero de alguna manera se las arregló para mantener su expresión tranquila y serena. Utilizando hasta la última gota de fuerza de voluntad que poseía, Rebecca lo miró fijamente a los ojos.
—Como usted quiera, milord.
A Cameron el viaje a casa le pareció el doble de largo que el camino hasta la vicaría. Lily iba en el carruaje con el resto de las mujeres, y se perdió la distracción de su charla. Sin ella, las mordaces palabras sobre el comportamiento de la niña por parte de Rebecca Tremaine, hicieron un fuerte eco, y por mucho tiempo, en su cabeza.
A pesar de todos sus deberes y otras muchas responsabilidades el conde siempre había considerado a Lily su más importante responsabilidad, una que tomó con el mayor entusiasmo y amor. Sabía que el nivel de la relación con su hija era inusual para un hombre de su clase. Cada vez que visitaba a otros amigos y conocidos, los niños difícilmente eran vistos. Ocasionalmente hacían una breve aparición donde el joven se inclinaba o hacia una reverencia y quizás decía hola. Por sus esfuerzos recibían una palmadita en la cabeza, una sonrisa indulgente e inmediatamente eran ignorados.
Cameron sabía que varios Lores pasaban semanas sin poner los ojos en sus hijos, damas que no pasaban más de veinte minutos al día en compañía de sus hijos, antes de que a los jovencitos se los llevara una niñera o institutriz.
Sin embargo, desde el momento en que ella llegó, tanto él como Cristina habían tomado un manifiesto interés en todo lo relacionado con Lily, habían pasado una cantidad extraordinaria de tiempo llenándola de atenciones y susurrando sobre la niña. Como padres jóvenes a menudo se colaban en el cuarto de los niños para observarla, maravillados por la buena fortuna que esa pequeña bendición había traído a sus vidas.
Cuando Christina murió, fue la distracción de Lily lo que mantuvo alejado a Cameron de la pena. Rápidamente se convirtió en el centro de su vida. Concentrarse en sus necesidades lo había salvado de pensar demasiado sobre su propia vida; sobre el vacío que allí estaba y la soledad que invadía su corazón.
La niña había sido su salvación y la adoraba por completo. Era impensable aceptar cualquier tipo de crítica sobre ella de Rebecca Tremaine.
Cameron llegó al patio delantero de Windmere, por delante del carruaje. Desmontó y entregó las riendas del caballo a un mozo que se había adelantado. Dando palmadas impacientemente contra su muslo, Lord Hampton esperó que llegaran las mujeres.
El cochero apenas si se había detenido completamente antes de que Lily saltara por la puerta y corriera hacia él, haciendo caso omiso de las advertencias de la señora James de que fuera más despacio. Con los brazos abiertos se abalanzó sobre él, con todo su cuerpo temblando. Cameron se inclinó, acercándola y abrazándola con fuerza.
—Siento ser una niña traviesa, papá —dijo, con la voz ahogada contra su abrigo—. Por favor no te enfades conmigo.
—Molestaste a la señora Hargrave con tu demostración de mal humor —dijo Cameron, mientras la dejaba sobre sus pies.
—Dije que lo sentía —se lamentó Lily, con una corriente de lágrimas en sus mejillas.
—Lo sé. —Saco el pañuelo de lino del bolsillo de su abrigo y le limpió el rostro. Sus sollozos se calmaron al instante con periódicas sacudidas.
—¿Soy una vergüenza? —susurró Lily, con una mueca de preocupación en la frente.
—¿Qué? ¡No! ¿Quién te dijo que lo eras?
—La señora James.
La cabeza de Cameron se levantó al instante, su ira despertó. Vio a la institutriz de pie a una respetuosa distancia y le dirigió una penetrante mirada.
—¿Es eso lo que le dijo? —la acusó.
La señora James lo miró aturdida.
—Oh no, milord. Le dije a Lady Lily que su comportamiento fue una vergüenza y ahora que ella ha tenido tiempo para pensar en sus acciones, estuvo de acuerdo.
Mmm. El conde reprimió su furia. No había manera de reprenderla por decirle aquello, aunque se prometió mantener una vigilancia más estrecha sobre la institutriz. Cameron asintió con la cabeza y luego miró a Lily.
—Sé que no tenías la intención de molestar a la señora Hargrave, gatita. Sin embargo, debes recordar, que una gran dama se esfuerza por ser amable con todos en todo momento.
—¿De verdad?
Su inocente expresión de confianza casi fue su perdición.
—De verdad.
—¿Mamá fue una gran dama?
¿Mamá? ¿La señorita Tremaine? Cameron casi se cayó de rodillas, estaba tan sorprendido por sus pensamientos. Al oír a Lily decir "mamá", su primer pensamiento no fue el de su amada esposa Christina, sino más bien el de Rebecca Tremaine.
A pesar de que no hacía más de veinte minutos que le había estado gritando a la mujer proclamando que nunca volvería a ser la madre de Lily, de alguna manera su mente la había mezclado en el papel de "mamá".
Un hecho más que preocupante.
—Sí, tu madre era una gran dama —interrumpió la condesa viuda—. Todos la amábamos y admirábamos muchísimo. Al Igual que te amamos a ti. Vamos adentro Lily. Todo este entusiasmo ha sacudido mis nervios.
La niña giró sobre sus talones y saltó sobre su abuela.
—No puedo esperar a contarle a la tía Charlotte sobre la obra y mi traje de ángel. ¿Se sorprenderá? Oh, cómo me gustaría que Jane Grolier estuviera aquí para que pudiera verme usando mi aureola dorada. Creo que voy a tener que llevarla a Londres conmigo para que pueda mostrársela. ¿Puedo, abuela?
No podía escuchar la respuesta de su madre, porque había entrado en la casa, con la señora James a la zaga. Se volvió para seguirlos y se encontró cara a cara con Rebecca Tremaine, quien le estaba mirando a los ojos sin pestañear.
—Me gustaría disculparme por mis comentarios anteriores —dijo con estoicismo—. No tenía la intención de interferir.
—Bueno, lo hizo —contestó irritado—. Lily es mi responsabilidad. Nunca lo olvide.
Ella lo miró con disgusto.
—Créame, lo sé muy bien.
Su expresión se mantuvo en calma, pero la amargura en su voz se hizo evidente. Él se aclaró la garganta un poco culpable, sabiendo que era el causante.
—Si me disculpa, tengo que hablar con mi secretario sobre la lista que me dio el vicario Hargrave.
—Por supuesto. Buenas tardes.
Ella dio un paso torpe, tropezando en la grava irregular. Instintivamente, Cameron la sostuvo, agarrando su brazo por el codo y sosteniéndola en posición vertical. Al mismo tiempo que la señorita Tremaine le alcanzaba agitando la otra mano, buscando de algo sólido en que sostenerse y mantener el equilibrio.
Estaba más cerca de lo que pensaba. Bajó la mirada y se encontró mirando fijamente sus encantadores ojos azules, perdido en su abismo profundo. Por debajo de su manto de lana podía sentir las atractivas curvas de su cuerpo, y podía oler el delicado aroma de su perfume floral.
Se veía dolorosamente hermosa y estaba momentáneamente deslumbrado por ella. Pero esa repentina toma de conciencia, no era una ocurrencia bienvenida.
—¿Se encuentra bien? —preguntó, con un tono cortante para ocultar su reacción.
—Sí. Por favor, perdone mi torpeza.
Se escuchaba sin aliento. La soltó y ella se enderezó, deslizando sus manos con nerviosismo por la parte delantera de la falda. Luego hizo una leve reverencia, y se fue rápidamente. Cameron luchó para mantener los pies plantados en el lugar, aplastando el ridículo apremio de seguirla.
¡Dios, qué tontería! No tenía ningún deseo de pensar en tal idiotez, ni a atreverse a reconocer pensamientos románticos sobre Rebecca Tremaine. Tenía suficientes problemas tratando de negociar con la extraña situación. Añadirle un elemento romántico, hacia las cosas completamente imposibles.
No era más que una reacción física, se dijo así mismo. Un hombre saludable que pasaba demasiado tiempo sin una liberación sexual respondía a la cercanía y al aroma de una hermosa mujer.
Sin embargo, sabía que el cuerpo y el espíritu no se separaban tan fácilmente. Bajo el físico encanto de Rebecca Tremaine había algo indefinible que le atraía y preocupaba.
Se golpeó fuertemente con la fusta en la parte superior de su bota, tratando de romper él mismo su estado de fantasía. No funcionó. Caminó dando zancadas hacia la casa, contando mentalmente los días que faltaban hasta Navidad. Al igual que un niño de la edad de Lily, esperaba fervientemente que llegara pronto.
Para cuando las fiestas hubiesen terminado, Rebecca Tremaine se habría ido.