Prólogo
El descapotable rojo echó marcha atrás y se detuvo delante del chico. El hombre que conducía maniobraba con mucha calma, y parecía no tener prisa, ni preocupaciones. Llevaba una gorra elegante, el coche no tenía puesta la capota. Se detuvo y, con una sonrisa bien dispuesta, le dijo al chico ¿Has visto a Andre?
Andre era una chica.
El chico lo entendió mal, entendió que el hombre quería saber si la había visto, así, en general, en la vida —si había visto lo maravillosa que era. ¿Has visto a Andre? Como si se tratara de algo entre hombres.
De manera que el chico respondió Sí.
¿Y dónde?, preguntó el hombre.
Comoquiera que el hombre siguiera luciendo una especie de sonrisa, el chico siguió entendiendo las preguntas de una forma errónea. De manera que contestó Por todas partes. Luego se le pasó por la cabeza que tenía que ser más preciso, y añadió De lejos.
Entonces el hombre asintió con la cabeza, como para decir que estaba de acuerdo, y que lo había entendido. Seguía sonriendo. Cuídate, chaval, dijo. Y se marchó de nuevo, pero sin cambiar de marcha como si nunca, en toda su vida, hubiera necesitado cambiar de marcha.
Cuatro travesías más adelante, donde un semáforo destellaba inútilmente al sol, el descapotable rojo fue arrollado por una camioneta enloquecida.
Hay que consignar que el hombre era el padre de Andre.
El chico era yo.
Fue hace muchos años.