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Sicilia: 2 de abril de 1994


Don Caravelli estudió cuidadosamente la imagen en el circuito cerrado de televisión. Se trataba de uno de los veinte monitores localizados en el centro de seguridad de su fortaleza. Esa cámara en particular estaba oculta en la parte frontal del centro de conferencias del edificio. Proporcionaba una imagen panorámica de toda la estancia. Antes de cualquier reunión importante, al Capo de Capi le gustaba espiar a sus subordinados y asegurarse de que no le reservaban ninguna sorpresa. Permanecer al mando de una organización basada en el asesinato y la intimidación requería de una buena dosis de paranoia. Don Caravelli no confiaba en nadie porque no podía permitirse ese lujo.

–¿Ninguno lleva armas? – preguntó a Marius Michaud, jefe de seguridad del complejo.

–Nada que aparezca en nuestros detectores de metal -respondió éste-. Siguiendo sus instrucciones, también fueron registrados a su llegada. Ninguno de ellos estaba armado.

–Bien -dijo Don Caravelli-. Nunca está de más recordarles el poder que tengo sobre sus vidas.

Los treinta vampiros congregados en la cámara no parecían precisamente cómodos, y eso era lo que esperaba. Con toda seguridad ya habrían oído de las ejecuciones de Don Torazon y Don Brusca. Aunque aquellos Cainitas se contaban entre los asesinos más sanguinarios y crueles del mundo, todos compartían un miedo común. Temían a su líder, el Capo de Capi. Como amo absoluto de la Mafia tenía su existencia en sus manos, y era conocido que muy a menudo cerraba estas manos en puños implacables.

Habían acudido desde toda Europa a su llamada. La noche pasada se había corrido la noticia, y como no podía ser de otra manera la respuesta había sido inmediata. Ninguno se atrevía a perderse la reunión. Cuando Don Caravelli chasqueaba los dedos, sus subordinados saltaban. Su palabra era ley.

Satisfecho con que todo estuviera preparado, Don Caravelli dejó la cabina de control y recorrió los cien metros que conducían a la sala de conferencias. Se hizo un silencio absoluto en cuanto apareció por la puerta.

–Amigos míos -declaró, reconociendo su presencia mientras se dirigía al estrado en la parte frontal-. Por favor, sentaos. – Antes de que llegara a su puesto, todos habían obedecido.

»Quiero agradeceros vuestra presencia en esta reunión -comenzó, recorriendo a los congregados con la mirada. Había diecinueve hombres y once mujeres, y todos ellos habían vadeado ríos de sangre para lograr sus puestos como capitanes de la Mafia-. Normalmente no me gusta celebrar reuniones tan apresuradas, pero vivimos tiempos agitados. Necesito vuestra ayuda. Dos mortales que trabajan con un Vástago determinado amenazan la misma existencia de la Mafia. Deben ser destruidos.

Nadie dijo una palabra. Don Caravelli esperaba silencio. Comprendían que tras aquel lenguaje educado se ocultaba una orden. El Jefe de Jefes no les estaba pidiendo un favor, sino que exigía su obediencia inmediata.

Levantó una mano y la sala quedó a oscuras. Proyectada contra una pared blanca junto a él estaba la fotografía de una joven de gran belleza.

–Estoy seguro de que todos la reconocéis -dijo-. La habéis visto muchas veces en el pasado. Esta mujer de aspecto aparentemente joven e inocente se llama Alicia Varney. La señorita Varney no es ni joven ni inocente. Es uno de los humanos más ricos del mundo, así como el cerebro que se oculta tras los Sindicatos del Crimen de los EE.UU. Durante décadas ha sido uno de nuestros peores enemigos. Ha llegado el momento de librar al mundo de su presencia. Aunque es mortal, una y otra vez ha demostrado ser muy difícil de matar. Muchos de nuestros hermanos lo han intentado, sin éxito. No la subestiméis, ni a ella ni a su compañero. No son humanos ordinarios. No los tratéis como a tales.

La fotografía desapreció, reemplazada un instante después por un boceto del rostro de un hombre.

»El nombre de su amigo es Dire McCann. Trabaja como detective, y en privado asegura ser un mago renegado. Extrañamente no se dispone de fotografía alguna del señor McCann. – La voz de Don Caravelli era temible-. Encuentro este hecho bastante inquietante. Existen demasiadas preguntas alrededor de este hombre que carecen de respuesta. Lo único seguro es que es extremadamente poderoso.

El Capo chasqueó los dedos y las luces regresaron.

»Los dos mortales saben mucho sobre los Hijos de Caín. Varney es un ghoul, y McCann podría serlo también. Como he dicho, los hechos verificables sobre él son escasos. Creo que los dos se encuentran en algún lugar de Europa, y están involucrados en un insidioso plan de ciertos antiguos de la Camarilla para destruir a la Mafia. Esos insensatos tratan de destruir todo aquello que no pueden controlar. No permitiré que eso suceda, y vosotros tampoco. Vuestro trabajo es encontrar a estos problemáticos mortales, buscarlos allí donde se encuentren. El tiempo se está acabando. Reunid cualquier fuerza necesaria, repito, cualquier fuerza, y destruidlos. Rodeadlos, matadlos y traedme sus cabezas. Hacedme feliz y seréis recompensados. Falladme…

Don Caravelli dejó vagar su voz. No tenía sentido realizar amenaza alguna.

–¿Alguna pregunta?

–Mencionó que ese ganado viaja con Vástagos -dijo Setge Reejmar, de Hungría-. ¿Debemos destruirlos también a ellos?

El Capo sonrió, mostrando sus dientes. Asintió.

–Si es posible -dijo, prefiriendo no comentar la identidad de los compañeros del detective. Cuanto menos supieran de aquel asunto, mejor-. Sin embargo, me preocupan menos los vampiros en su compañía que ellos mismos. McCann y Varney son vuestros objetivos. Extended la noticia. Hasta ahora no son conscientes de nuestro interés en ellos, y así debe seguir siendo. Dejad que descubran que la Mafia está detrás de su cabeza cuando la trampa se cierre, nunca antes. – La mirada del Capo de Capi vagó por la estancia en un amplio arco, abarcando a todos los presentes-. No hay más preguntas -dijo con voz seca-. Tenéis vuestras instrucciones. Obedecedlas. Quiero sus cabezas.

Sin más palabras, Don Caravelli abandonó el lugar. Ya había dado los primeros pasos para cumplir su parte del acuerdo con Elaine de Calinot. Sus tropas estaban listas para saltar a la acción, y la Mafia era la red criminal más extendida del Viejo Continente. No había duda de que encontrarían a los humanos, y cuando lo hicieran su muerte sería segura.

Diez minutos después, tras un breve paso por el centro de seguridad, abrió las puertas de su sanctum interior. No se sorprendió al ver a Elaine aguardando su regreso. Esperaba la aparición del miembro del Consejo Interior de los Tremere.

–Parece que no tienes muchos problemas superando las sofisticadas medidas de seguridad de mi ciudadela -señaló mientras se sentaba frente a su pared llena de armas-. Qué deprimente. Debería hacer revisar todos esos aparatos, aunque es posible que sea mucho más rápido despedazar a Marius Michaud.

–Como prefieras -dijo Elaine. Se quedó de pie, apoyada ligeramente sobre su bastón de hechicera. Sus ojos azules y brillantes parecían divertidos-. Ninguna solución te servirá. Las máquinas no tienen nada que hacer contra los antiguos del clan Tremere. Los jefes de seguridad son fáciles de engañar. Soy invisible hasta que decido dejar de serlo.

–Yo no he tenido problemas para verte -respondió Don Caravelli.

–Recuerda mis palabras exactas, asesino -dijo Elaine con una risa-. Considera esta breve demostración una lección.

El jefe de la Mafia abrió los ojos incrédulo. La hechicera Tremere había desaparecido. Elaine y su bastón se habían desvanecido en cuanto había terminado de hablar. Parecía que el suelo se la hubiera tragado. Sus sentidos, mil veces más agudos que los de un humano normal, no podían detectar el menor indicio de su presencia en la estancia. Atónito, se levantó de la silla para observar el lugar en el que había estado… solo para descubrir el filo de una daga tocando su garganta.

–Confío en haber dejado clara mi postura -dijo Elaine mientras bajaba la hoja hacia la mesa y la clavaba. El puñal tembló con la fuerza del impacto-. Muchos vampiros creen comprender la disciplina de la Ofuscación, pero solo unos pocos la dominan realmente. Solo se me ve cuando yo lo deseo.

–Una buena elección de armas -dijo Don Caravelli. Más rápido de lo que el ojo podía seguir, sacó la daga de la mesa y la arrojó al otro lado de la cámara, clavándola con tal fuerza en la pared que se hundió hasta la empuñadura-. Las demostraciones siempre son tan instructivas… Especialmente cuando las llevan a cabo aliados de confianza.

Elaine rió entre dientes.

–Una excelente observación -dijo-. Eres un estupendo asociado, Don Caravelli. Sospecho que debes ser un enemigo terrorífico.

–La sangre de mis adversarios habla por mí -dijo mientras la hechicera se situaba frente al escritorio-. Sus fantasmas tiemblan al oír mi nombre.

–Y, sin embargo, temes la ira de una jovencita -dijo Elaine.

El vampiro maldijo.

–Madeleine Giovanni es la espina de mi existencia. Es una asesina implacable y carece totalmente de compasión. – Una sombra de sonrisa asomó a sus labios-. En realidad, los dos compartimos esos rasgos. A pesar de sus orígenes, Madeleine podría haber sido confundida con uno de mis chiquillos. Esa puta es mi Némesis.

–Será detenida -dijo Elaine-. Es mi parte en nuestro trato. Cumple la tuya y la Daga de los Giovanni no volverá a representar una molestia para ti.

–La caza ha comenzado -declaró Don Caravelli-. Si como me has dicho, los humanos están en Europa, mis agentes darán con ellos. Descubrir que uno de los dos era Alicia Varney fue un placer inesperado que eleva las apuestas aún más. Su muerte está asegurada, así como el fin de Dire McCann.

–Eso espero -dijo Elaine-. Por tu bien. – La mujer rubia se detuvo un instante-. Dile a tus soldados que presten una especial atención a París. Tengo la fuerte sensación de que esos dos molestos mortales aparecerán en la Ciudad de las Luces.

–¿París? – repitió Don Caravelli, tratando de no mostrar curiosidad en su voz. Sentía que en aquel comentario había mucho más que una mera sospecha.

–Corren historias, rumores sin confirmar, sobre un antiguo vampiro Nosferatu que habita en los túneles bajo las calles de la metrópolis -dijo Elaine-. Según estos rumores, su nombre es Phantomas. Creo que McCann y Varney le están buscando.

–Bien -dijo Don Caravelli eligiendo sus palabras cuidadosamente-. Podremos tender un cebo empleando ese nombre. ¿Sabes el motivo por el que buscan a este Cainita en particular?

–No tengo ni idea.

El Capo asintió, sintiendo su mentira.

–No importa -declaró-. Su nombre bastará.

–Mátale si interfiere con tus planes -terminó la hechicera.

–Por supuesto. Mi palabra es ley. No dejaré que nadie me detenga.

Sin embargo, antes de destruir a Phantomas tenía la intención de sacarle todos sus secretos, especialmente aquellos que tanto preocupaban a Elaine de Calinot. La Tremere tenía razón: Don Caravelli era un enemigo peligroso, y no confiaba en nadie. Ni siquiera en sus aliados.


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París, Francia: 3 de abril de 1994


Se decía que si una persona se sienta el tiempo suficiente en el Café de la Paix, frente al Teatro de la Ópera de París, todo el mundo pasará frente a él. Aunque los tiempos habían cambiado desde la primera vez en que se dijo aquella frase, el restaurante al aire libre aún servía como principal punto de la ciudad para ver a la gente. Era un nudo alrededor del cual parecía girar toda la metrópolis.

Había algunos lugares más grandes que el Café en la Ciudad de las Luces, pero no muchos. Se trataba de un punto favorito de ricos y poderosos, de famosos y de aquellos que deseaban la fama, de notorios y de los que ansiaban la notoriedad. Los precios, como el lugar eran magníficos. Una merienda en el Café permitiría pagar dos entradas para la Ópera. Solo los más ricos o insensatos se permitirán algo más que un café y unas pastas. Los mejor situados bebían vino mientras observaban al populacho de Francia pasar frente a ellos.

La joven pareja sentada en una pequeña mesa en la parte trasera llamaba poco la atención de los clientes de media tarde. Su aspecto era el de dos personas muy adineradas y profundamente concentradas en su conversación. A esa gente era mejor dejarla en paz. Un ligero parecido indicaba que se trataban de hermano y hermana, no de amantes. Ninguno de los camareros recordaba cuándo habían llegado ni lo que habían pedido, pero eso no parecía importar. Con aquella pareja siempre era así.

El hombre era alto, aunque delgado, con el cabello rubio y los ojos azules y claros. La piel era del color del bronce. Estaba vestido con una camisa blanca de manga corta y pantalones del mismo color, igual que los calcetines y los zapatos.

Su hermana llevaba un top y una falda blancos de punto, unas medias claras y zapatos blancos de tacón alto. Un intrigante patrón de estrellas y cruces subía por las medias de nailon. Su cabello era pelirrojo, y tenía los ojos tan radiantes como los del hombre. Su figura haría que los varones, especialmente los parisinos, se detuvieran a mirar. Extrañamente, a pesar de su aspecto, no atraía la atención de nadie.

Hablaban en tono normal, riendo y charlando, pero sus palabras nunca llegaban más allá de su mesa. De vez en cuando uno de los dos miraba a la calle como si esperara ver a alguien conocido. No tenían prisa. Los acontecimientos se estaban desarrollando tal y como estaba previsto.

–¿Cuándo llegará Alicia? – preguntó la mujer, que se hacía llamar Rachel Young. A lo largo de los siglos había sido conocida como Leah, Mareth, Tablis, Seramis, Elizabeth, Jill y cien nombres más. Solo su hermano y su padre conocían su verdadero nombre, que llevaba perdido más de siete mil años.

–Creo que tomó un vuelo privado ayer por la noche -respondió el hombre. Se hacía llamar Reuben, y en el pasado había asumido tantas personalidades diferentes como su hermana. Eran gemelos-. Espero que llegue con Jackson al Café a primera hora de la noche. McCann nunca parece actuar de día. Rehuye el sol.

–Eso he notado -dijo Rachel-. Observarle en acción ha sido una experiencia que da que pensar. No soy capaz de determinar la relación exacta que guarda con Lameth. A veces no parece ser más que un detective inteligente con gusto por lo melodramático. Luego, inesperadamente, demuestra poseer un poder extraordinario, o menciona acontecimientos que tuvieron lugar hace cincuenta siglos. Ese hombre es un enigma ambulante.

–No es un ghoul como Alicia -dijo Reuben-, ni un mago como asegura. – El joven negó con la cabeza-. Es único. Sospecho que nunca descubriremos el secreto de Dire McCann.

–Yo no me rindo tan fácilmente -dijo Rachel-. Una vez termine este asunto con la Muerte Roja pretendo descubrir todo lo posible sobre él.

Rió. Se trataba de un sonido seductor que provocaría escalofríos en un sacerdote, pero ningún hombre en el Café reaccionó. Reuben y Rachel no deseaban ser oídos, o notados, y todo lo que deseaban sucedía.

–Espero que tengas esa oportunidad -dijo Reuben-. La Muerte Roja está dispuesta a hacerse con el poder de la Camarilla y del Sabbat. Si McCann y Varney no logran contactar pronto con Phantomas, el mundo podría hacerse incómodamente cálido.

Rachel torció el gesto.

–Si los Sheddim se introducen en nuestra realidad se producirá una gran catástrofe. Tendríamos que intervenir directamente en los asuntos de la humanidad, lo que crearía todo tipo de problemas.

–Por no mencionar que se nos harían muchas preguntas que no querríamos responder -dijo Reuben-. No, nuestro plan original es el mejor. Hemos hecho todo lo posible por conducir a Lameth y a Anis en la dirección correcta para que se enfrenten a la Muerte Roja y la destruyan. De ellos depende rematar el trabajo.

–Phantomas ha averiguado al menos parte de la verdad sobre la Muerte Roja -dijo Rachel-. Posee un increíble talento para tomar informaciones totalmente aisladas y unirlas en un asombroso mosaico. Su deducción fue brillante.

–Recopilar su enciclopedia durante el último milenio le ha dado un importante conocimiento sobre la mente de los Cainitas -dijo Reuben-. Su saber le permite desvelar las tramas más complejas como una madeja.

–Es una suerte que no sepa tanto sobre nosotros -dijo Rachel con los ojos brillantes-. Me gusta la intimidad.

–La suerte le permitió relacionarme con Khufu -dijo Reuben, sonriendo-. Ese es el problema de tener tus rasgos tallados en una piedra. No importa demasiado. McCann dedujo nuestras identidades cuando habló con Maimónides, y el egipcio nos conoce y sabe de nuestro trabajo.

–Nuestro amigo en Suiza no dirá nada acerca de nosotros -añadió Rachel-. Después de todo, fuimos los que le proporcionamos gran parte de los documentos originales sobre Baba Yaga que envió a McCann. Además, el detective tiene tantos secretos propios que no creo que vaya extendiendo historias sobre nosotros.

–Eso creo yo -dijo Reuben encogiéndose de hombros-. Apuesto a que Padre nunca tuvo este tipo de problemas para pasar desapercibido.

–No es fácil ocultarse cuando tratas de manipular la historia -rió Rachel.

Reuben le sonrió.

–Hablando de eso -dijo cambiando de tema-. Supongo que has estado vigilando los distintos planes de Elaine…

–Eso creo -dijo Rachel-. Tiene un formidable talento para tejer hechizos de ocultación. Por suerte, yo soy mejor. Sus recientes esfuerzos han complicado la partida, hay que admitirlo.

–Hay muchos matones de la Mafia recorriendo las calles -respondió Reuben.

–No podemos hacer demasiado al respecto. Elaine jugó su as al reclutar a Don Caravelli. Controla a una horda de criminales que está por todas partes.

–Me sentiría muy defraudado si Alicia o Dire McCann fueran abatidos por un pistolero mafioso antes de tener la oportunidad de encontrar a Phantomas -dijo Reuben.

–Sería terriblemente anticlimático -respondió sombría Rachel-. Por suerte, ya han demostrado una increíble capacidad para defenderse. Las calles de París podrán teñirse de rojo, pero no creo que la sangre pertenezca a ninguno de ellos dos.

–Ha llegado el momento de movernos -dijo Reuben-. Alicia viene hacia aquí. La siento moverse por la ciudad. Aunque verla es todo un placer, creo que no sería prudente que ninguno de los dos estuviera por aquí cuando llegara.

–¿Qué hay de la factura? – preguntó Rachel-. Ese vino era una añada muy buena.

–Ninguno de los camareros recordará habérnoslo traído -respondió su hermano-. No está anotado en ningún pedido. Van a tener problemas para cerrar la facturación.

–Cualquiera que se quede con la propina logrará encontrar una solución -dijo Rachel-. Recuerda que esto es París, donde la inventiva lo consigue todo.

–Me encanta París en primavera.

–Y a mí en otoño. Suponiendo que siga existiendo para entonces…

–Esperemos que sí -terminó Reuben. Su tono era sombrío y no carecía de un tono de desesperación-. La Mascarada de la Muerte Roja está casi completa. En Linz las caretas caerán definitivamente, y los Sheddim triunfarán o serán destruidos.


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Berna, Suiza: 3 de abril de 1994


El avión aterrizó en suelo suizo pocos minutos después de medianoche. Una limosina Mercedes de color negro estaba esperando a McCann y a Elisha en la terminal. Flavia no parecía muy contenta, igual que Madeleine Giovanni.

–No me gusta esto, McCann -dijo mientras el conductor esperaba paciente a unos metros. Se trataba de un hombre altísimo y esquelético, de rostro lampiño y oscuro y expresión totalmente neutra. Vestía de negro riguroso y decididamente no era suizo. Elisha pensó que debía ser árabe-. Podríais estar dirigiéndoos a una trampa. ¿Cómo podremos Madeleine o yo acudir en vuestra ayuda si no sabemos dónde habéis ido?

El detective rió.

–Estoy seguro de que Madeleine ya es más que capaz de localizar a Elisha aunque estuviera enterrado en el fondo de un glaciar. – Viendo la expresión en los ojos de la Giovanni, McCann se apresuró-. Claro, que no debe preocuparse de que pueda ocurrir nada de eso. Todo el viaje se ha preparado por teléfono. Os juro que no necesitaremos ayuda alguna. Elisha y yo no tendremos ningún problema, y probablemente descansemos mejor que vosotras dos.

–Mis contactos en la ciudad nos han procurado un cómodo chalé -dijo Madeleine con una voz fría como el viento de la noche-. Nos servirá en el poco tiempo que estemos aquí. Flavia y yo estaremos bien, lo que no significa que aprobemos esta ridícula aventura. Me opongo terminantemente a que aceptéis tantos riesgos sin un objetivo claro. Deberíamos estar persiguiendo a nuestro enemigo, no haciendo expediciones innecesarias a los Alpes para hablar con extraños desconocidos.

–Necesitamos información -dijo McCann. El detective parecía exasperado, y Elisha no podía culparle. Aunque no conocía a Madeleine desde hacía mucho, sabía que su tozudez podía frustrar a la voluntad más férrea. Aún la encontraba increíblemente fascinante, pero tenía sus defectos-. Espero obtener algunas pistas muy valiosas de esta visita. Juzgadlo por vosotras mismas cuando regresemos, ¿de acuerdo?

–Sigue sin gustarme -gruñó Flavia, que observaba al chofer-. ¿Cómo sabemos si podemos confiar en ese personaje? Tenemos enemigos por todas partes.

–Su nombre es Echtabana -dijo McCann, haciendo un gesto al conductor para que se acercara-. Me ha servido como chofer muchas veces en el pasado, y es un leal sirviente de su maestro. Os aseguro que no es posible obligarle a cometer una traición.

Flavia observaba al hombre de piel oscura con una mirada suspicaz, pero éste aguantó sin moverse. Tras unos instantes, la Assamita se volvió y sacudió la cabeza con frustración.

–Su mente es férrea como una piedra -declaró-, y está cerrada a mis pensamientos. Podría tratarse de un Assamita en forma mortal. Su maestro, tu amigo, debe ser una persona interesante para lograr tal devoción.

–El señor McCann parece tener un rango extremadamente amplio de conocidos -señaló Madeleine.

–Si vives lo suficiente -dijo el detective tomando a Elisha por el codo-, terminas conociendo a toda clase de gente interesante, incluyendo a dos fascinantes señoritas. Elisha y yo nos reuniremos con vosotras mañana por la noche en el chalé. Hasta entonces, no os metáis en líos. Nada de fiestas salvajes.

El detective hizo un gesto al conductor.

–Vámonos, Echtabana. Hemos perdido demasiado tiempo hablando.

–Síganme, caballeros -dijo el hombre con una voz seria como sus rasgos-. Mi maestro espera.

La limosina disponía de un bar portátil y de ventanas tintadas. Era imposible ver el interior de la sección de los pasajeros desde fuera, pero tampoco se podía ver nada desde dentro. Elisha, que esperaba haber podido contemplar los Alpes, no estaba muy contento.

–Algo que aprendí de mis anteriores visitas a Suiza -dijo McCann respondiendo a la pregunta muda mientas Echtabana salía del aeropuerto-, es que no es aconsejable mirar por las ventanas en este país. La caída suele ser de varios kilómetros. Los Alpes es mejor verlos desde un lugar estable.

–No me gustan las alturas -admitió Elisha-. En Israel no hay muchas montañas.

–Bueno, y en Suiza no tienen demasiado desierto -sonrió el detective-. Mi amigo está familiarizado con ambos tipos de terreno. Como habrás adivinado, valora enormemente su intimidad. Nadie conoce la localización exacta de su fortaleza. Parece encontrarse en algún lugar en las montañas que rodean Berna. Aunque confía en mí más que en la mayoría, estoy seguro de que las puertas y ventanas no se abrirán hasta que lleguemos a nuestro destino.

–¿Cuánto tardaremos en el viaje? – preguntó el mago.

–Unas dos horas. Por supuesto, podríamos estar conduciendo en círculos la mayor parte del tiempo, estando el lugar a veinte minutos del aeropuerto. Solo Echtabana lo sabe con seguridad, y nunca abrirá la boca.

–Flavia parecía impresionada con él -dijo Elisha-. Me pareció algo sorprendente.

–No hace cumplidos a la ligera -respondió el detective-. Tendré que mencionarle sus palabras a mi amigo, aunque dudo que signifiquen mucho para él. Odia a los Vástagos y desconfía de ellos, aunque tiene algún respeto por los Assamitas.

–Mencionaste la Yihad -dijo Elisha-. No sabía que involucrara a los humanos, además de a los vampiros.

–Mi amigo es algo más que humano, como descubrirás dentro de poco. Ahora, cálmate y relájate. No he tenido mucho tiempo últimamente para concentrarme en mis problemas con Flavia y Madeleine molestándome constantemente. Necesito ordenar mis ideas antes de que lleguemos.

–Pero…

–Silencio -respondió McCann.

Elisha, al que Rambam había enseñado que siempre había que respetar a sus mayores, ahogó los miles de preguntas que ardían en su mente. Cerró los ojos y se recostó en los cómodos asientos de la limosina, sabiendo que estaba demasiado excitado como para descansar.


La mano de McCann sobre su hombro le despertó pocos minutos antes de su llegada.

–Lo siento -dijo el mago aturdido mientras se frotaba los ojos. Tenía los dedos rígidos-. No creía que me fuera a dormir.

–No pasa nada -dijo McCann, señalando una botella de vino vacía en la papelera aneja al bar-. Unos cuantos vasos de un excelente Zinfandel me hicieron compañía. He agradecido el silencio.

–¿Ya llegamos a la fortaleza? – preguntó Elisha estirándose en el asiento.

–Llegaremos de un momento a otro, según Echtabana -respondió el detective.

–Espero que Madeleine esté bien -preguntó el mago, cuyos pensamientos vagaron por un momento-. Parecía disgustada con no poder acompañarnos.

–No me preocuparía por eso -sonrió McCann-. Madeleine Giovanni ha logrado sobrevivir casi cien años como una de las principales asesinas del mundo. Sospecho que aunque conocerte haya sido todo un acontecimiento en su gris existencia, no habrá perdido ninguna de sus habilidades o talentos. Sobrevivirá sin ti durante un día.

Elisha sintió cómo la sangre le acudía a las mejillas. Sabía que se estaba sonrojando.

–El coche se ha parado -dijo McCann, ahorrándole al joven una mayor vergüenza-. Hemos llegado.

Un instante después, Echtabana abrió la puerta derecha de la limosina.

–Caballeros, por favor, síganme. Mi maestro espera su presencia en la sala de recepción.

El maestro del chofer se encontraba sentado en un sillón de aspecto cómodo frente a una pequeña mesa de cóctel en una sala decorada exclusivamente en azul y dorado. A su lado había un alto mayordomo, vestido totalmente de negro y con rasgos tan oscuros e impasibles como los del otro.

–Amigos míos -dijo el misterioso amigo de McCann, poniéndose en pie cuando entraron en la estancia-. Bienvenidos a mi hogar. Me alegro de veros a ambos. Por favor, sentaos.

El hombre señaló dos sillas frente a él. El detective tomó la de la izquierda y Elisha la otra. Echtabana giró hasta el otro lado de la mesa y se situó junto a su maestro, en el lado opuesto al mayordomo.

–¿Algo que beber después de vuestro largo viaje? ¿Quizá algo de comer?

–Estoy bien -dijo McCann-. Bebí algo de vino en el coche, pero Elisha podría querer algo.

–Un vaso de ginger ale estaría bien -dijo Elisha titubeante-. Y tengo algo de hambre. Solo tomamos un aperitivo en el avión.

El hombre miró a su mayordomo.

–Ya has oído. Un vaso de ginger ale para nuestro joven amigo. Yo tomaré lo de siempre. Dile al chef que prepare algo especial. Podemos comer mientras hablamos.

Aquel breve intercambio dio al mago unos segundos para escrutar a su anfitrión sin ser demasiado indiscreto. Parecía tener unos veinticinco años, muy pocos más que él mismo. Mediría un metro ochenta y vestía pantalones oscuros y camisa dorada. Aun sentado, parecía estar en una condición física excelente. La mandíbula era fuerte, la nariz de halcón, el cabello negro y la piel del color del oro fundido. El ojo derecho brillaba inteligente; el izquierdo estaba cubierto con un parche enjoyado.

–Como desee -murmuró el sirviente-. Así se hará -dijo inclinándose ligeramente y saliendo de la estancia.

–Khemis es tan melodramático -dijo el hombre riendo mientras devolvía su atención a McCann y a Elisha-. Le encanta impresionar a los invitados. Normalmente dice "Sí, jefe".

McCann sonrió.

–Les estás dejando ver demasiadas películas de Indiana Jones en la televisión, Príncipe.

–Más bien de Jeeves y Bertie Wooster que del Dr. Jones -respondió el hombre-. Pero Khemis, a pesar de todo, es muy eficaz. Aquí están las bebidas.

Elisha observó su vaso, una copa de cristal terminada con un borde de oro puro. Debía valer millones. Casi parecía sacrílego emplearla para beber un refresco.

–Aún no me has presentado a tu joven protegido, McCann -dijo el anfitrión mientras daba un sorbo de un líquido ámbar de una copa similar.

–Lo siento -dijo el detective-. He olvidado mis modales, Príncipe. Me honra presentarte a Elisha Horwitz, estudiante del notable erudito y mago Moisés Maimónides. Elisha, el Príncipe Horus de Egipto.

Su anfitrión inclinó ligeramente su cabeza.

–Es un placer Elisha. Rambam me ha hablado sobre tu don extraordinario. Veo por tu aura que no exageraba en absoluto.

El joven mago enrojeció. A veces tenía la sensación de que su maestro había hablado de sus habilidades con todos los demás magos del mundo. No le importaba, pero le preocupaba tener que cargar con unas expectativas tan grandes.

–¿Ha asumido el título del antiguo dios celeste egipcio, Príncipe? – preguntó, tratando de sacar conversación. Para mantener su verdadero nombre en secreto, muchos magos adoptaban como alias la identidad de famosos seres mitológicos.

Horus rompió a reír mientras McCann lanzaba un gran suspiro. Elisha se sonrojó aún más, consternado y preguntándose qué había hecho mal.

–Un error normal -dijo el Príncipe limpiándose las lágrimas de los ojos-. No empleo el nombre de Horus, Elisha. Soy Horus, hijo de Osiris e Isis, hermano de Anubis y sobrino de Set el Corruptor. Aunque no soy un dios, soy uno de los pocos inmortales del mundo. Puedo ser muerto, pero nunca detenido. Soy una momia.


12


Los Alpes Suizos: 3 de abril de 1994


–Déjenme ver si lo he entendido todo -dijo Elisha media hora más tarde. Había absorbido demasiada información en demasiado poco tiempo. No era fácil mantenerse al día cuando se estaba con Dire McCann-. Puede ser asesinado, pero antes o después su espíritu y su cuerpo se reunifican y vuelve a la vida, con el mismo aspecto exacto que antes.

–Es parte del secreto conocido como el Hechizo de la Vida -dijo Horus, metiéndose una uva en la boca. En la mesa que les separaba había una enorme bandeja con frutas, quesos y pasteles exóticos. El príncipe se concentraba en las uvas rojas. Elisha comía queso y McCann, como era habitual, no probaba bocado.

–Mi madre Isis, una brillante hechicera, descubrió la fórmula hace casi cinco mil años. La empleó para salvarme de la ira de mi tío Set, que pertenecía a los Condenados. No estoy seguro de si le debo las gracias o mi odio eterno. Cuando se le ofreció la misma oportunidad para lograr la inmortalidad, ella rechazó el regalo. Isis pasó hace milenios a las tierras de los muertos. Me dejó solo para pelear con mi tío y sus hordas de vampiros.

–Has logrado reclutar un buen número de soldados a lo largo de los siglos -dijo Dire McCann.

Horus apartó el comentario con un gesto.

–Varias decenas de criados leales me sirven en mi eterno conflicto contra el Corruptor -declaró-. ¿Pero cómo un puñado de momias puede prevalecer contra las hordas de los Seguidores de Set? Cada vez que su número disminuye, los Setitas se limitan a Abrazar a una nueva legión de acólitos.

–Podrías dejar de luchar -dijo McCann.

–Nunca -protestó el príncipe, iracundo-. Set destruyó a mi padre, Osiris, y a mi hermano, Anubis. Me hizo perder un ojo. Ese monstruo es el señor de las tinieblas y de la corrupción. Como hijo del sol, mi misión sagrada es poner fin a su maldad.

–Suponía que dirías eso -sonrió el detective.

–¿Puedo hacer una pregunta? – intervino Elisha.

–Por supuesto -invitó Horus. Su furia había desaparecido con la misma velocidad con la que había llegado-. ¿Qué deseas saber?

–Aunque controla vastos poderes mágicos, es mortal y es posible matarle. Cuando eso ocurre, su alma abandona su forma física y mora en el mundo espiritual. Tras varios años, su cuerpo se regenera, su alma regresa y usted renace. ¿Es correcto?

–Es una explicación extremadamente simplificada, pero esencialmente correcta -dijo Horus.

–Entonces -siguió Elisha-, si su alma debe reunirse con el mismo cuerpo, ¿por qué no destruyen sus enemigos su cuerpo mientras está vacío? Eso rompería el ciclo y anularía el Conjuro de la Vida.

–Lo han intentado -replicó Horus con una extraña sonrisa en los labios-. No una, sino numerosas veces. Como mucho, durante uno de los intentos mi tío fue capaz de sacarme el ojo izquierdo y destruirlo. El Conjuro de la Vida incluye la ingestión de poderosos elixires y pociones, así como en el canto de numerosas plegarias místicas. Juntos, conceden tanto la inmortalidad como proporcionan a mi cuerpo una invulnerabilidad limitada. Puedo ser gravemente dañado, incluso cortado en pedazos, pero a lo largo de los años, las décadas o puede que los siglos, mi forma se regenera y se recompone. – El príncipe negó con la cabeza-. Aunque deseara terminar con mi propia existencia, sería incapaz. Como momia, estoy destinada a caminar eternamente por la Tierra.

–Cuando Rambam supo que pensaba visitar a Horus -dijo McCann-, me pidió que te trajera. Sospecho que espera que algún día llegues a estudiar con el príncipe. Horus es el mayor alquimista del mundo.

–Estaría encantado de tenerte como estudiante, Elisha -dijo el príncipe-. Tus habilidades de mago y mis enseñanzas combinadas serían una mezcla interesante. Sin embargo, McCann es demasiado modesto. Lameth, el Mesías Oscuro de los Vástagos, ha sido considerado desde hace mucho tiempo como el alquimista supremo de la historia. McCann conoce muchos de los secretos de su mentor. Hemos pasado muchas, muchas horas juntos en mi laboratorio, tratando de reformular antiguos elixires empleando ingredientes modernos.

Elisha mantuvo la boca cerrada, pero dejó que sus pensamientos vagaran libres. A bordo del barco que les llevó desde Estados Unidos hasta Israel, Madeleine le había entretenido contándole diversas leyendas sobre el Matusalén de la Cuarta Generación conocido como Lameth, el Mesías Oscuro. Había sido una lección fascinante.

Según la versión más ampliamente aceptada de la leyenda, Lameth había sido un poderoso mago atlante Abrazado hacía muchos miles de años por un Antediluviano. Buscando alivio de la sed de sangre que acosaba a todos los vampiros, había inventado un elixir mágico capaz de inducir artificialmente la Golconda. Beber aquella poción producía la paz interior que buscaban muchos de los Hijos de Caín. Tal poción podía ser la salvación de los Condenados. Sin embargo, en vez de compartir su descubrimiento con el resto de los suyos, Lameth dividió el elixir con su amante, Anis, y después destruyó la fórmula. Ambos vampiros desaparecieron de la vista y no volvieron a aparecer jamás. La traición de Lameth nunca llegó a ser explicada. A lo largo de los siglos fue conocido como el Mesías Oscuro, ya que solo él poseía el secreto de la salvación de su raza.

Elisha, que sabía que el tiempo y la historia tendían a distorsionar los hechos, sospechaba que en aquella leyenda solo había una pequeña parte de verdad. Sin embargo, no podía sino preguntarse si, miles de años después, Lameth se lo estaba volviendo a pensar.

–Basta de hablar del pasado -dijo McCann molesto. Como siempre, cada vez que las conversaciones giraban hacia el Mesías Oscuro parecía ansioso por cambiar de tema-. Tenemos que hablar del presente. Estoy especialmente preocupado por un vampiro que se hace llamar la Muerte Roja. ¿Fuiste capaz de descubrir algo sobre su paradero?

–Me temo que no -dijo Horus-. Se ha hablado mucho de él desde que se anunció el Cónclave, pero no hay hechos.

–¿Cónclave? – preguntó el detective-. ¿De qué estás hablando?

–Suponía que lo sabías -respondió Horus-. Es evidente que estaba equivocado. Karl Schrekt, el Justicar Tremere, ha llamado a los más poderosos Vástagos de Europa a un Cónclave la próxima semana en su castillo de Austria. El tema de la reunión será la Muerte Roja.

McCann silbó.

–Un Cónclave con la élite de la Camarilla como invitados. ¿Qué mejor lugar para que la Muerte Roja y los suyos lleven a cabo sus diabólicos planes?

–¿Crees que el monstruo se atrevería a atacar el poder combinado de decenas de vampiros? – preguntó Horus-. Por mucho que odie a los Hijos de Caín, respeto su poder. Enfrentarse a ellos en grupo sería un suicidio.

El detective asintió.

–Estoy de acuerdo, pero la idea es clara. – Sus rasgos se torcieron con enfado-. El momento es el adecuado. La Muerte Roja y los Hijos de la Noche del Terror están rodeados por demasiados misterios. Deben tener un plan, pero no tengo ni idea de cuál puede ser.

–Fui capaz de descubrir algo sobre la situación en Australia -dijo el príncipe.

–¿Los asesinatos? – preguntó el detective.

Durante el curso de la primera reunión en casa de Rambam, Dire McCann había descrito los extraños sucesos en Australia, Rusia y Sudamérica. Los Nictuku se habían alzado en aquellos tres lugares. El más peligroso de ellos era Baba Yaga, la Bruja de Hierro, que había retomado el control en Rusia y que amenazaba a los Vástagos de Europa Occidental. Igualmente terroríficos, pero mucho menos activos, eran Nuckalavee, el Desollado, y Gorgo, La Que Aúlla en la Oscuridad.

–Justo después de tu llamada telefónica -dijo Horus-, envié tres agentes desde Brisbane a Darwin. Tenían instrucciones estrictas para investigar los asesinatos pero por lo demás no intervinieron. Lo último que quería era que un monstruo vampírico conocido por los aborígenes como "el Devorador de Calaveras" los matara.

–Nuckalavee era considerado el menos inteligente de los Nictuku -dijo McCann-. Solo era remotamente humano antes de ser Abrazado por Absimiliard. Después se convirtió en una abominación destructora y atacaba a cualquiera que se cruzara en su camino, vivo o no-muerto.

–Un total de cuarenta y siete personas fueron asesinadas en el transcurso de tres días -dijo Horus-. Cada noche, a pesar de las elaboradas medidas de seguridad, los colonos de los distritos exteriores eran cazados en sus hogares, así como todos los animales de la zona. En todos los casos la cabeza de las víctimas era arrancada del cuerpo con el mordisco de unos dientes gigantescos. No se encontró rastro alguno de los cráneos.

–Ni se hallará -aseguró McCann.

–Las muertes terminaron tan abruptamente como empezaron. Tres noches de locura y se acabó. No se halló pista alguna sobre la identidad del asesino. Dos días después de la última muerte, los aborígenes que habían bajado hasta Darwin en un éxodo masivo comenzaron a regresar a casa. El gobierno local, por supuesto, trató de llevarse el crédito por la marcha de los nativos. Sin embargo, mis agentes dejaron claro en sus informes que el motivo no tuvo nada que ver con la política. De algún modo, los aborígenes sintieron que el peligro había pasado. Nuckalavee había regresado al letargo y podían marcharse con seguridad.

–Ha vuelto a su tumba bajo las Cordillera Macdonell -dijo McCann-. Una historia muy extraña.

–Las noticias sobre el horror al que has llamado Gorgo son mucho más inquietantes -dijo Horus-. Mis agentes en Sudamérica no han encontrado rastro alguno de ella en Buenos Aires. No hay duda de que acabó con toda la población vampírica de la ciudad para luego desaparecer. No dejó pista alguna sobre su siguiente paradero. El monstruo sigue libre. Si fuera tú, me cuidaría cuidadosamente las espaldas.

–¿He de asumir que no regresó a su tumba como Nuckalavee?

Horus negó con la cabeza.

–No. Mis hombres lo comprobaron. Las cavernas son el lugar de un importante proyecto arqueológico, y cualquier problema en la zona hubiera sido detectado. Sin embargo, sí descubrieron algo que encontrarás interesante.

–Malas noticias, con toda seguridad -dijo McCann.

–¿Cómo no? – rió el príncipe sin humor-. Los científicos en la excavación quedaron sorprendidos por un pequeño misterio en la entrada de la red subterránea. Fotografías de la zona tomadas hace cinco años muestran una pequeña colina que cubre un pasadizo descendente. Por eso no se descubrieron hasta hace poco los túneles: estaban ocultos a la vista. Sin embargo, no existe información alguna sobre otra expedición en la zona. Quienquiera que rompiera el sello de las cuevas, lo hizo y se marchó.

–La Muerte Roja nunca haría algo así -dijo McCann-. Él y su progenie temen a los monstruos. Creen que su regreso señala la llegada del Apocalipsis. Sin embargo, si los Hijos de la Noche del Terror no los liberaron, ¿quién fue?

–Lo mejor de los Vástagos -dijo Horus-, es que, no importa el crimen, siempre hay numerosos sospechosos.

–¿Qué hay de Baba Yaga? – preguntó McCann, sacudiendo la cabeza como sin tratara de apartar aquella información de su mente-. ¿Sigue también libre? Ya que estamos puestos, prefiero oír todas las malas noticias a la vez.

–No seas demasiado pesimista, McCann -dijo el príncipe-. La Bruja de Hierro está teniendo muchas dificultades para controlar las Repúblicas Soviéticas. Baba Yaga y sus servidores permanecen firmemente anclados en el pasado. Son incapaces de tratar con una población que quiere cambios inmediatos. Mis agentes me informan de que se está preparando la revolución en varios estados rusos clave. En los meses venideros van a darle problemas a la bruja. Yeltsin no es un líder fuerte, y la Mafia ya ha establecido un poderoso sindicato del crimen en Moscú. El Ejército de la Noche no es tan poderoso como muchos creen. Tiene problemas para encargarse de los Tremere… y de los Garou.

Horus sonrió con satisfacción.

»La Bruja de Hierro va a aprender una lección que los usurpadores han descubierto a lo largo de la historia. Robar una corona es fácil. Lo complicado es conservarla.

–Y lo dice alguien que ha tenido una gran experiencia en tales asuntos -dijo el detective, relajando el ambiente.

–Si no fuera por las maquinaciones del Corruptor y sus lacayos -dijo Horus solemne-, Egipto aún gobernaría el mundo bajo mi guía. – Su expresión orgullosa dejaba claro que no estaba bromeando.

–Mejor tú que la Muerte Roja -respondió McCann-. Si no descubro los próximos movimientos del monstruo me temo que eso podría pasar… aunque el mundo también podría verse consumido por las llamas.

–Te teme, McCann -dijo Horus-. El monstruo y su progenie sienten que amenazas sus planes. Descubre el motivo y descubrirás sus planes.

–Por desgracia -dijo McCann-, eras mi última y mejor esperanza en ese aspecto. No tengo la menor idea de dónde encontrar al monstruo, y si no doy con él nunca podré detenerlo.

–Sé muchas cosas -dijo Horus-, pero hay otro cuyo conocimiento de los recientes acontecimientos sobre tu raza empequeñece los míos. Aunque esta misteriosa figura trata de permanecer oculta, a lo largo de los años la he detectado acechando en las redes informáticas, escamoteando información del mismo modo que yo hago con cientos de fuentes diferentes. Es un maestro sin igual a la hora de robar secretos.

–¿Es hombre o vampiro? – preguntó el detective.

–No estoy seguro. Sin embargo, parece especialmente interesado en las transmisiones relacionadas con los antiguos de los diferentes clanes. Por lo que sé, yo diría que se trata de uno de los Condenados.

–¿Conoce su nombre? – preguntó Elisha.

–No -admitió el príncipe-. Es un fantasma en la red. Sin embargo, comprobando cuidadosamente el sistema de retransmisión europeo, he sido capaz de situar su morada en una ciudad determinada.

–¿Cuál es? – preguntó McCann.

–París -dijo Horus-. Ese escurridizo fantasma que habita en el cibermundo vive en París.

–Qué conveniente -sonrió Dire McCann-. Ese es nuestro próximo destino.


13


París: 3 de abril de 1994


–¿Ha estado alguna vez en el interior del Palacio de la Ópera de París, señor Jackson? – preguntó Alicia mientras el maitre en el Café de la Paix les conducía hasta su mesa.

–No puedo decir que sí, señorita Varney -respondió el guardaespaldas, contemplando el enorme edificio al otro lado de la calle-. Nunca fui un gran aficionado a la ópera. He estado en París algunas veces en el transcurso de mis viajes, pero nunca había visitado esta zona. – Observó la carta y no pudo reprimir un escalofrío-. Demasiado caro para mí, debo admitir.

–El dinero no puede comprar la felicidad -sonrió Alicia-, pero ayuda a hacer soportable el sufrimiento. Creo que beberé champaña. ¿Le apetece un vaso de vino?

–Tomaré una cerveza -dijo Jackson-. ¿Tendrán galletitas saladas?

–Nos quedaremos con un aperitivo de pastel de trufa de paloma caliente y algo de pan -dijo Alicia con firmeza-. Es una especialidad del restaurante. Necesitas algo de cultura en tu vida, Jackson.

–Hasta ahora me ha ido bastante bien -dijo el guardaespaldas sonriendo-. Estoy seguro de que no me contrató por mi gusto refinado o por mi temperamento civilizado.

–Bienvenidos al Café de la Paix -interrumpió el camarero en inglés. Era evidente que los había considerado turistas por su vestuario. El hombre parecía cansado y aburrido-. ¿Ya saben lo que desean, madame?.

–Así es -respondió Alicia en un perfecto francés. Había pasado varias vidas en aquella ciudad. Tras decirle lo que deseaban, observó al camarero con los ojos entrecerrados-. Y no piense ni por un momento en servirme la basura barata que reservan para los turistas. Espero un Chateau Phelan Segur del 79, y me sentiré muy molesta si se le ocurre servirme otra cosa. – Se detuvo un instante y observó a Jackson-. Lo que es más importante, mi amigo también se sentirá muy insultado, y no se toma los deslices con muy buen humor.

Jackson mostró un rostro de muy pocos amigos. Cuando quería, podía tener un aspecto muy amenazador. El camarero se escabulló rápidamente, con la cara blanca.

–¿Era necesario? – preguntó Jackson-. Me dijo que éste era un restaurante de categoría.

–En París nunca está de más ser precavido -dijo Alicia-. La gente tiende a pensar que vivir aquí te hace superior al resto del mundo. Si no sacudes un poco el látigo se te suben a las barbas, incluso en el mejor establecimiento de toda la ciudad.

–¿Qué me decía sobre el Teatro de la Ópera?

–Es un lugar maravilloso -dijo Alicia-. He pasado muchas horas felices en días pasados oyendo a los mayores cantantes del mundo actuar aquí. Ahora se ha convertido en una atracción para turistas y en un museo, con algún ballet ocasional. Aún merece la pena verlo, aprecies o no el arte, El escenario principal es el mayor del mundo, y puede albergar a cientos de intérpretes al mismo tiempo. Además, el inmenso vestíbulo y la famosa escalera de mármol también son impresionantes.

Jackson se encogió de hombros.

–Se dice que hay un fantasma en el edificio.

–He oído historias similares -dijo Alicia-. Todos los que visitan París descubren antes o después la leyenda del Fantasma de la Ópera. Es una historia interesante. Lo más curioso es que existe una red de catacumbas que supuestamente recorre toda la ciudad. Nadie está seguro de quién la construyó, y los túneles nunca han llegado a ser explorados por completo. Los pocos que lo han intentado han desaparecido en circunstancias misteriosas. El director del Teatro de la Ópera se ha negado durante años a permitir que nadie entre en los pasadizos, temiendo por la mala publicidad. Sigue siendo uno de los mayores misterios de París.

–¿Por qué sospecho que me está contando todo esto por algún motivo? – preguntó Jackson.

La llegada de las bebidas y el pastel de trufa de paloma detuvo un instante la conversación. El champaña recibió la aprobación de Alicia, aunque Jackson estaba menos impresionado con el aperitivo y el pan.

–Un amigo cercano me dijo que en esas catacumbas vive un viejo vampiro -dijo Alicia-. Nadie conoce mucho sobre él, salvo que supuestamente sabe muchísimo sobre la historia de los Vástagos. Su nombre es Phantomas, y comparte su dominio con miles de ratas de alcantarilla.

–Qué agradable -comentó Jackson sarcástico.

–¿Recuerdas cuando fui a visitar a Madame Zorza, la gitana adivinadora? Me dijo que el hombre rata conocía la respuesta, pero que nadie le había hecho la pregunta. Necesito dar con él y descubrir qué secretos guarda sobre la Muerte Roja.

–¿Está pensando en que bajemos por esos túneles? – preguntó Jackson-. Odio arrastrarme por las alcantarillas.

–No te preocupes -respondió Alicia-. Esta misión es mía. Sin embargo, no voy a ir sola. Tenemos una cita con Dire McCann en este restaurante mañana o pasado. Quiero hablar con él antes de tomar una decisión precipitada. Vagar por los túneles tampoco es mi idea de una noche agradable, pero el señor McCann me hará compañía.

–Qué extraña coincidencia que se reúna con McCann justo frente al Teatro de la Ópera, donde supuestamente vive su presa -dijo Jackson-. Es sorprendente el modo en el que a veces funcionan las cosas.

Alicia sonrió.

–No creo en las coincidencias en un mundo lleno de manipuladores invisibles, Jackson. Sin embargo, debo admitir que parece que el destino ciego me ha arrastrado hasta aquí.

–No solo a usted, señorita Varney, por lo que veo. – dijo Jackson, señalando con una ceja enarcada a tres grandes figuras sentadas en una mesa cercana-. Esos tipos tienen el carné de la Mafia tatuado por todas partes. He visto a un número sorprendente de agentes de la Cosa Nostra en la ciudad. Normalmente suelen mantenerse ocultos. ¿Existe la posibilidad de que alguien les haya comentado su visita? Es usted una de las chicas favoritas de Don Caravelli, y le encantaría verla debajo de una lápida, o metida dentro de un bloque de hormigón.

–Tuve un cuidado exquisito de no comentar con nadie nuestro destino, salvo con mi amigo en Nueva York, y estoy segura de poder confiar en él.

–Bueno, igual que usted no cree en las coincidencias, yo tampoco lo hago cuando tiene que ver con gángsteres. Los matones de la mesa nos miraron antes y no reaccionaron, de modo que supongo que nuestros disfraces funcionan. Hay un teléfono en la parte trasera del restaurante. Voy a hacer unas cuantas llamadas para ver qué puedo descubrir.

–Me beberé mi champaña, comeré algo de pastel y me empaparé de París -dijo Alicia-. Tómate el tiempo que necesites.

Jackson regresó a la mesa diez minutos después. Por la expresión seria, Alicia supo que no traía buenas noticias.

–Nada demasiado claro -dijo el guardaespaldas-. Tampoco esperaba algo concreto. Con la Mafia, todos son rumores. Don Caravelli controla muy en corto a los suyos, y nadie se atreve a revelar sus secretos si tiene algún interés en seguir vivo.

–El Capo de Capi es un líder excepcional -dijo Alicia, sonriendo como si un pensamiento pasajero le pasara por la cabeza-. No está lastrado por algunos rasgos humanos como el perdón o la misericordia.

–Sí -dijo Jackson-. Es un maldito hijo de puta. Toda su organización le tiene un miedo mortal, y cuando miras quiénes son sus líderes eso significa mucho.

–¿Qué rumores hay?

–Hubo una gran reunión la otra noche en la fortaleza del Don en Sicilia a la que acudieron todos los jefes menores. Según lo que me han dicho, Don firmó la sentencia de muerte de dos personas.

¿Dos? -repitió Alicia-. Estás subiendo posiciones, Jackson.

–No, yo no -dijo el guardaespaldas-. No he conseguido nombres, pero uno de ellos es una mujer que sonaba a usted. No me sorprende. El otro era un hombre, un detective americano con contactos entre los Vástagos.

–Dire McCann -comentó Alicia, torciendo el gesto-. ¿Qué motivos puede tener Don Caravelli para cazar a McCann?

–Por todo lo que me ha dicho en el pasado, me aventuraría a decir que el Capo ha unido sus fuerzas a las de su amigo, la Muerte Roja.

–Un pensamiento deprimente que probablemente sea correcto -dijo Alicia. Estaba realmente enfadada-. Primero Melinda Galbraith y ahora Don Caravelli. ¿A quién más piensa reclutar ese monstruo?

–Desde luego, ha movilizado una gran potencia de fuego para acabar con dos personas -dijo Jackson-. Pero claro, la Muerte Roja voló por los aires el Depósito de la Armada de Washington para destruirles a usted y a McCann, y no tuvo éxito.

–Somos difíciles de matar -respondió Alicia con una sonrisa.

–Oí otra historia interesante de nuestros contactos -dijo Jackson-. No estoy seguro de si tiene alguna relevancia para su situación, pero supongo que debería mencionarlo.

–Espera -dijo Alicia, levantando una mano para atraer la atención de un camarero-. Me he quedado sin champaña, y cuando pones esa voz es que voy a necesitar otra copa. ¿Quieres más cerveza?

–No estaría mal -respondió Jackson-. Y algo sólido para comer. Ese pastel de paloma estará muy bien para la nobleza, pero yo necesito comida de verdad.

Alicia pidió y volvió a recostarse en la silla con una mirada decidida.

–Muy bien, oigamos el resto.

–Algo muy extraño pasó en Marsella hace dos noches -dijo Jackson-. Once personas desaparecieron sin dejar rastro en el curso de unas pocas horas. Se desvanecieron de sus casas y trabajos. Nadie vio ningún secuestro, nadie oyó nada extraño, pero han desaparecido. Incluso en un infierno como Marsella, eso es un récord muy alto para una sola noche. Todas las víctimas tenían algo en común: era gente de hábitos nocturnos. Trabajaban de noche y nunca se les veía durante el día.

–¿Vampiros? – preguntó Alicia.

–Parece bastante probable -respondió Jackson-. Mis fuentes no especificaban nada al respecto. La policía está tratando de culpar de todo a las guerras de bandas, pero nadie se lo cree. Además, está lo del barco.

–¿El barco? – pregunto Alicia-. No me gusta tu melodramatismo, Jackson. ¿Qué barco?

–Unas pocas horas antes de las desapariciones, un barco de carga procedente de Sudamérica llegó al puerto. Fue una sorpresa para los operarios, ya que no se esperaba entrada alguna. Cuando la policía subió a bordo encontró al capitán y a tres marineros muertos en sus camarotes, y al resto de la tripulación aturdida y confusa. No fui capaz de conseguir detalles sobre las muertes, pero asumo que no se trató de causas naturales. Los demás marineros no tenían ni la menor idea de dónde estaban o de porqué estaban allí. No recordaban haber cruzado el Atlántico, y ninguno sabía cómo habían muerto el capitán y los otros. Es una historia extraña. Puede que no esté relacionada con las desapariciones, pero muchas veces usted ha dicho que no existen las coincidencias.

–El barco llegó de Sudamérica -dijo Alicia. Recordó una terrible declaración durante una charla hacía dos semanas en el Depósito de la Armada de Washington-. ¿Dijeron tus fuentes de qué zona?

–De Buenos aires -respondió Jackson-. ¿Importa?

–Importa -dijo Alicia sombría-. Vaya si importa. Un nuevo jugador acaba de entrar en liza. Espero que McCann llegue pronto. Necesitamos encontrar a ese vampiro llamado Phantomas cuanto antes, porque ya no somos los únicos que queremos dar con él.


SEGUNDA PARTE


Vi claramente el destino


que se me había preparado…

Edgar Allan Poe

"El Pozo y el Péndulo"


14


París: 4 de abril de 1994


–Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que compartimos una botella de vino en un café de París -dijo Dire McCann mirando a Alicia Varney desde el otro lado de la mesa. Sonrió-. Parece una eternidad.

–Casi -rió Alicia suavemente mientras probaba su vaso. El de McCann ya estaba vacío-. Han pasado más de cien años. El precio del champaña ha subido muchísimo desde entonces.

–Tienes el mismo aspecto radiante de siempre -dijo el detective-. Algunas mujeres envejecen bien. Tú lo haces de forma exquisita. Por supuesto, siempre has sido una belleza.

–La Reina de la Noche tiene una reputación que mantener -dijo Alicia con tono presumido-. Debo decir que tu gusto en humanos es bastante consistente a lo largo de los milenios. Alto, oscuro y guapo, con un pequeño toque siniestro. A pesar de pequeñas diferencias, nunca he tenido problemas para reconocerte como mortal.

McCann frunció el ceño.

–Eso me dijiste en Washington. Necesito corregir eso. Ser predecible es peligroso.

Estaban sentados en una mesa para dos en la acera frente al Café de la Paix. El aire de la noche era fresco y agradable. Faltaba una hora para la medianoche y el lugar estaba lleno de clientes. A pocas mesas a su izquierda, sumidos en una conversación privada, estaban Elisha Horwitz y Madeleine Giovanni. A unos doce pasos a su derecha se sentaban Flavia y Jackson, inmersos en una discusión técnica sobre sus modos favoritos de matar. Era primavera en París, y el amor y la muerte flotaban en el ambiente.

McCann y su séquito habían llegado al café poco después de las diez de la noche. Alicia y Jackson ya estaban allí, cenando un pato asado con miel especiada, pan francés y la inevitable botella del mejor champaña de la casa. Una vez hechas las presentaciones, y a pesar de las protestas de las dos vampiras, decidieron separarse en tres grupos. McCann y Alicia querían hablar en privado, y no iban a permitir negativas. Un buen soborno al maitre aseguró que todos estuvieran bastante próximos.

El detective y la mujer habían pasado la última hora describiendo sus aventuras desde la explosión en el Depósito de la Armada. Alicia habló de sus encuentros con los secuaces de Melinda Galbraith, omitiendo cuidadosamente cualquier mención a Walter Holmes. McCann le habló de sus reuniones con Rambam y de las revelaciones del mago sobre las monstruosas criaturas de fuego conocidas como los Sheddim. No aludió a su encuentro con Horus. Los dos sabían que se estaban ocultando información sobre los últimos días, pero también que no habían omitido nada importante. McCann y Alicia confiaban el uno en el otro… hasta cierto punto.

–Incluso Lameth, el Mesías Oscuro, puede caer en un patrón de comportamiento -dijo Alicia mientras se acercaba y acariciaba la mejilla de McCann-. En cierto modo, encuentro esa idea reconfortante. Te hace parecer algo menos inhumano.

–Haces que parezca diabólico -sonrió McCann.

Alicia asintió.

–Lo eres. Como Anis y Lameth, nos conocemos desde antes del comienzo de la historia escrita. Hemos sido amantes y conspiradores durante siglos. Compartiste conmigo, y solo conmigo, tu mayor descubrimiento, la poción que te otorgó el título de Mesías Oscuro. Sin embargo, a pesar de todo eso, siempre he sabido que hay secretos que te guardas para ti mismo. De todos los maquinadores en una raza de maquinadores, siempre has sido el más enigmático y misterioso. A lo largo de los siglos nada de eso ha cambiado, te lo aseguro. Encuentro bastante frustrante tu capacidad para resistirte a mí, y terriblemente inhumana.

El detective rió con suavidad.

–Ya hemos tenido antes esta conversación. La última vez, si no me equivoco, fue en este mismo café, hace poco más de un siglo. Mi respuesta ahora es la misma que la de entonces. Sé paciente. En el momento adecuado, todos mis secretos serán revelados y todas tus preguntas tendrán respuesta.

Alicia sonrió burlona.

–Eso puede valer para una campesina, pero no para una reina. Me ofreces una respuesta que no lo es. ¿En el momento adecuado? -repitió, riéndose de las palabras-. ¿Cuándo será eso, amor mío? ¿Un momento antes de la Gehena? – Se inclinó hacia delante, con los ojos brillantes-. Escucha, McCann. La Muerte Roja ha demostrado lo que un Matusalén decidido de la Cuarta Generación puede hacer. Imagínate dos juntos. Casi todos los grandes están muertos o en letargo. Si trabajamos juntos de nuevo, combinando nuestros poderes, podríamos alcanzar el control de la Camarilla y del Sabbat. Los dos nos dirigimos por separado hacia el mismo objetivo. Como compañeros, podríamos reinar supremos sobre los vivos y los no-muertos.

–Quizá -dijo McCann. Su expresión era severa e inflexible-. ¿Pero a qué precio? ¿La destrucción de la Mascarada? ¿La muerte de miles, puede que de millones? ¿El Infierno en la Tierra, o algo peor? No estoy dispuesto a asumir ese riesgo. No soy la Muerte Roja, y nunca lo seré.

Alicia torció el gesto, arrugando molesta la nariz.

–Así que planeas obtener el control del mundo cuidadosamente mediante las altas finanzas. En vez de conquistar la Tierra, quieres comprarla.

–Mientras tú, anclada sobre tu telaraña, esperas poder robarla -dijo sarcástico el detective.

Alicia abrió la boca sorprendida.

–¿El Sindicato del Crimen? ¿Lo sabes?

–Por supuesto -dijo McCann lanzando un suspiro-. Soy un detective, ¿recuerdas? Dame algo de crédito. Hace años que soy consciente de tu control sobre el crimen organizado en América. Estructuraste la jerarquía de la organización del mismo modo en el que operaban los gremios de ladrones en la Edad Media. Como dijiste, tendemos a pensar en patrones.

–Un buen punto -dijo Alicia-. Tendemos a ver las faltas en los demás, pero nunca en nosotros mismos.

–Si eso es cierto con dos maravillas como nosotros -dijo McCann con buen humor-, imagínate cómo será con la Muerte Roja. El exceso de confianza de ese monstruo significará su destrucción.

–Puede ser confiado -dijo Alicia-, pero tiene buenos motivos. De momento, nuestra oposición a sus planes consiste básicamente en permanecer con vida.

–Nuestra hora se acerca -respondió McCann-. La Muerte Roja ha tratado desesperada de eliminarnos, y tiene razones para ello. Nuestra furia acabará con él.

–Este Phantomas, el hombre rata, es la clave -dijo Alicia-. Él conoce las respuestas.

–¿Aún sigues visitando a la adivinadora? – preguntó McCann-. Me sorprende que creas en sus absurdas predicciones.

–Búrlate si quieres, pero he descubierto que sus profecías son de lo más acertado.

–Una vez las descifras -sonrió McCann-. Si no recuerdo mal, eso llevaba varios años…

–Tiende a hablar de forma oscura -se defendió Alicia-. Escucha. A ver qué piensas de estas frases.

Trece, tres y uno -comenzó, repitiendo palabra por palabra la advertencia de la gitana-. Los números siempre importan. Muchos no son lo que parecen. Los números siempre importan. La respuesta está en el pasado. La respuesta está en el futuro. Los niños se dedican a su juego. Las reglas no tienen orden. Los números siempre importan. El hombre rata tiene la respuesta, pero no se le ha preguntado. Y, sobre todo, los números siempre importan.

McCann parpadeó.

–¿Eso es todo? – preguntó serio-. No tiene sentido.

Alicia rió.

–Eso mismo pienso yo. Le dije lo mismo cuando me lo soltó. Desde entonces he pensado mucho en ello, y el significado parece ir cobrando sentido poco a poco.

–Empieza -dijo McCann.

–Algunos son muy fáciles -dijo Alicia-. Trece, tres y uno, por ejemplo, no tiene más misterio. Son los números místicos que definen nuestra raza. Un vampiro, Caín, sus tres chiquillos y sus trece descendientes, fundadores de los clanes originales. Si los números siempre importan, la afiliación del clan debe ser muy importante para el secreto de la Muerte Roja.

McCann se encogió de hombros.

–De acuerdo. Me parece un poco forzado, pero es adivinación. Ninguno de los dos hemos podido determinar la línea a la que pertenece ese monstruo. Evidentemente, como ciertos rasgos son comunes a líneas de sangre específicas, esa información sería muy valiosa para enfrentarnos a él. Sigue.

–"Muchos no son lo que parecen" -dijo Alicia-, parece referirse al hecho de que hay cuatro Muertes Rojas, y no solo una. El número importa. Los demás monstruos casi significaron nuestra destrucción. Como duplicados, desde luego no eran lo que parecían.

–Puede ser -dijo McCann-. Puede que no. Estoy menos convencido con esa línea. ¿Qué mas?

–Que la respuesta esté en el pasado y en el futuro es bastante claro -dijo Alicia-. Estamos luchando por el control del futuro. El secreto para derrotar a la Muerte Roja se encuentra en el pasado, en el descubrimiento de su historia. No solo necesitamos descubrir el nombre de su sire, sino algunos de sus antecedentes.

–Te lo concedo -dijo McCann-. Rambam ya nos dio parte de la información con su advertencia sobre los Sheddim. La estrategia básica dicta que necesitas conocer a tu enemigo antes de aplastarlo. Eso es claramente cierto sobre cualquier miembro de la Cuarta Generación.

Sonrió.

–Las siguientes líneas son mías. Los niños se dedican a su juego. Las reglas no tienen orden. Reuben y Rachel son los niños, y participan claramente en un juego sin reglas fijas: la Yihad.

–Supuse lo de la Yihad -dijo Alicia-, pero-, ¿cómo considerar niños a nuestros misteriosos benefactores?

–En casa de Maimónides comprendí por fin la verdad -dijo McCann-. Un comentario casual que hizo me situó en la dirección correcta. Reuben y Rachel son aparecidos, hijos de un ghoul. Sus poderes los han heredado directamente de su padre, que obtuvo su fuerza del vampiro al que servía.

–¿Aparecidos? – dijo Alicia-. ¿Qué aparecidos poseen habilidades mayores que las de la mayoría de los Vástagos?

–Piensa en su padre -dijo McCann-. Dime quién es el ghoul más poderoso que haya existido jamás.

Una expresión extraña pasó por la cara de Alicia.

–El otro hermano de Caín, Seth -dijo con un susurro-. El ghoul de Caín. Por eso tenían un aspecto tan familiar. Recuerdo haber visto cuadros y estatuas de él en la Segunda Ciudad.

–Una figura casi tan misteriosa como el Tercer Humano -dijo el detective-. Supuestamente fue el primer mago, nombrado protector del ganado en las leyendas vampíricas. No ha sido visto desde hace siete mil años. Nadie conoce su destino. Se asumió hace mucho que ya no está involucrado en los asuntos de los Vástagos, aunque puede no ser así.

–O puede que sus hijos estén persiguiendo metas propias -dijo Alicia.

–Sean cuales sean sus motivos, Reuben y Rachel son decididamente los niños. El juego, como dije, es la Yihad.

–El hombre rata conoce la respuesta -siguió Alicia-. Pero no se le ha preguntado.

–Quizá tengas razón -dijo McCann-. Puede que Madame Zorza nos esté situando en la dirección correcta. Una fuente fiable me ha dicho que Phantomas conoce los secretos más profundos de los Condenados.

–Yo he oído lo mismo de otro informador bastante seguro -interrumpió Alicia.

–Como dije, la Muerte Roja nos teme. Eso significa que no es invencible.

–Si pudiéramos descubrir su línea de sangre -dijo Alicia-, sospecho que todas nuestras respuestas quedarían contestadas.

–Asumiendo que Phantomas conozca el linaje de la Muerte Roja -dijo McCann-, parece posible que el monstruo pueda ser derrotado antes de que consiga terminar sus planes…

–…en el consejo de la jerarquía del Sabbat la próxima semana en Nueva York -terminó Alicia.

–…o en el Cónclave de los antiguos Vástagos en Linz, Austria, también la próxima semana -respondió McCann.

–Qué extraña coincidencia que dos reuniones tan importantes tengan lugar la misma noche -señaló Alicia.

–Entre los no-muertos no existen las coincidencias -declararon los dos solemnes al mismo tiempo, estallando en carcajadas.

–Sospecho que estamos de acuerdo en cuándo planea la Muerte Roja su golpe -dijo el detective.

–Por supuesto. El monstruo espera alcanzar el control de la Camarilla y del Sabbat en esas dos reuniones paralelas. Todos sus planes, todos sus ataques, han ido encaminados a obligar a los líderes de ambos cultos a reunirse más o menos en el mismo momento. Cualquier maldad que esté preparando se producirá entonces, salvo que logremos detenerle antes de que actúe.

–Si no lo hacemos -dijo McCann-, los verdaderos vencedores serán los Sheddim. Antes o después, la Muerte Roja o uno de sus lacayos volverá a invocar a los demonios y el mundo será engullido por las llamas.

Alicia sintió un escalofrío.

–Tengo ambiciones -declaró-, igual que tú. ¿Qué sentido tiene gobernar un paisaje de cenizas? La Muerte Roja está loca.

–Él y su progenie, los Hijos de la Noche del Terror, tienen tanto miedo de los Antediluvianos que no alcanzan a ver la amenaza que representan sus impíos aliados.

–Qué irónico -dijo Alicia-. Buscando salvar a la raza Cainita, la Muerte Roja y sus chiquillos están a punto de destruirla. Ur nos salve de tan nobles esfuerzos.

–¿Ur? – repitió McCann sonriendo-. Hace mucho, mucho tiempo que no apelabas al dios de tu niñez.

Alicia asintió lentamente y se humedeció los labios.

–Siglos -dijo-. Puede que más aún. – Su frente se arrugó pensativa-. A veces me pregunto exactamente hace cuánto. ¿Tú no, McCann?

–¿Qué? – preguntó el detective-. No estoy seguro de saber lo que quieres decir. Nunca veneré a Ur, ni viví en la ciudad que llevaba su nombre.

–¿Cuánto tiempo ha pasado desde que fui una princesa de la magnífica ciudad de Ur? – preguntó Alicia-. ¿Cuánto desde que tú fuiste uno de los mayores hechiceros de Atlantis? En aquellos tiempos éramos amantes, antes de que ninguno de los dos fuera Abrazado. Nuestro romance era legendario. ¿Cuándo sucedieron exactamente aquellos días? ¿Lo recuerdas?

El detective abrió la boca para responder, pero la cerró sin decir nada. Pasó un minuto antes de que volviera a hablar-.

–Casi seis mil años.

–¿Sesenta siglos? – preguntó Alicia, sacudiendo la cabeza-. Es que hace mucho tiempo. Sin embargo, recuerdo perfectamente el momento en el que bebí tu poción, el elixir de Lameth, en la Segunda Ciudad. Aquélla fue la noche en la que te conté mi plan para destruir a mi sire, Brujah, seduciendo a Troile y persuadiéndole para que cometiera diablerie.

McCann asintió con una extraña expresión. Su voz sonaba diferente, distante.

–Aquel momento estará grabado en mi memoria para siempre -dijo-. Nunca olvidaré la conversación.

–¿En serio? – respondió Alicia con la voz súbitamente fría-. ¿Estás seguro, más allá de toda duda, de lo que sucedió en realidad? No estoy tan convencida. La Segunda Ciudad fue destruida hace siete mil años, cuando la humanidad se alzó para rebelarse contra la Tercera Generación. Setenta siglos, McCann; supuestamente, mil años antes de que ninguno de los dos hubiera nacido.

–Pero eso no puede ser -dijo el detective-. Vivimos en la Segunda Ciudad durante cientos de años antes de que lograra dar con la fórmula adecuada. Brujah era tu sire, Ashur el mío. La rebelión tuvo lugar, en parte, debido a nuestros esfuerzos por derrocar a la Tercera Generación.

–O eso creímos -dijo Alicia-. ¿Son fiables esos recuerdos? ¿Puedo haber vivido en la Segunda Ciudad y en la vieja ciudadela llamada como mi dios, Ur? ¿Es posible que hayas sido un alquimista de la perdida Atlantis y un hechicero de los Condenados? ¿Estamos recordando la verdad, McCann, o lo que creemos que es la verdad?

–¿Piensas que alguien ha jugado con nuestra memoria? – preguntó el detective.

–Una voluntad férrea puede imponer recuerdos falsos a una mente inferior -dijo Alicia-. Los dos hemos empleado estas técnicas con nuestros respectivos peones a lo largo de la historia. Recuerdan lo que nosotros queremos, no lo que sucedió en realidad. Su mundo queda reformado según nuestros deseos. Quizá, a lo largo de los años, nuestros pensamientos hayan sido moldeados de un modo similar.

–Tonterías -dijo molesto McCann-. Somos los avatares de dos de los más poderosos vampiros del mundo. Nuestra voluntad no puede ser quebrada y manipulada tan fácilmente. Cualquier problema que podamos tener es el resultado del paso de los milenios. Es el tiempo el que afecta a nuestros pensamientos, no la mano invisible de los Antediluvianos. Estamos libres de su dominio. Nuestras mentes nos pertenecen. Nunca lo olvides. Somos libres.

–Quizá tengas razón -dijo Alicia-. Quizá.

No sonaba muy convencida.


15


París: 4 de abril de 1994


–Nunca antes había visto París -dijo Elisha. Miraba con ojos asombrados a toda la gente que pasaba por delante del café-. Hay muchísimas personas para ser esta hora de la noche.

Madeleine sonrió.

–En realidad, las aceras parecen más vacías de lo habitual. Hace décadas, cuando el Teatro de la Ópera seguía en funcionamiento, después de los espectáculos era imposible caminar por la zona.

–¿Has estado aquí antes? – preguntó el mago.

–Muchas, muchas veces -respondió la vampira-. Los negocios familiares me trajeron a la Ciudad de las Luces muchas veces entre las dos guerras mundiales. Había tratos que hacer, contratos que negociar, enemigos que eliminar… París y yo somos viejos amigos.

Elisha tembló al pensar en las palabras de Madeleine. A veces casi olvidaba que no era tan joven como aparentaba… y que su profesión era matar a los enemigos de su clan.

La Giovanni abrió los ojos disgustada. Extendió el brazo y puso una mano fría sobre la de él.

–Por favor, Elisha, no me odies por lo que soy. El honor de mi familia es lo único que me importaba. Hasta que te conocí.

–¿Puedes leer mi mente? – preguntó sorprendido. No apartó las manos-. ¿O simplemente soy evidente?

–Eres muy evidente para alguien acostumbrado a leer los cambios más sutiles en la expresión -dijo Madeleine con una leve sonrisa-. La tuya no es difícil de comprender. Pocos mortales son tan honestos con sus sentimientos.

–Soy bastante ingenuo, ¿no? – dijo Elisha, sintiéndose estúpido-. Decididamente, ni romántico ni atractivo, especialmente comparado con los hombres sofisticados que habrás conocido a lo largo de los años.

Madeleine rió, aplaudiendo de alegría. El ruido atrajo miradas de algunos clientes del Café, que al ver de quién se trataba, apartaban rápidamente la mirada. Aquella mujer de negro exudaba una extraña sensación peligrosa. Prestarle atención no parecía una buena idea.

–Tu impresión sobre mí -dijo-, está alterada por tu afecto. Mi existencia como la Daga de los Giovanni no es ni romántica ni satisfactoria. Casi todos los mortales me temen, Elisha, ya que presienten mi verdadera naturaleza. Aquellos con los que me encuentro en el transcurso de mis misiones no suelen tener la oportunidad de deslumbrarme con su encanto. Suelen estar demasiado ocupados suplicando una misericordia que no les otorgo. Los clanes de la Camarilla, siempre en guerra, odian a los Giovanni, ya que temen todo aquello que no pueden comprender. Como nos relacionamos con la humanidad y tratamos a los mortales con respeto, el Sabbat nos considera traidores a la raza Cainita.

Se detuvo un momento.

»Dentro de mi propio clan soy una proscrita y una paria. Atados por tradiciones y creencias de hace muchos siglos, casi todos los miembros de la familia Giovanni consideran a las mujeres inferiores. Muy pocas somos Abrazadas, y son menos aún las que reciben posiciones de autoridad. Aunque nadie se atreve a mostrar abiertamente su descontento, temiendo la ira de mi abuelo, hay muchos a los que les gustaría verme destruida. Soy demasiado poderosa para sus gustos y sospechan que algún día sucederé a mi sire como maestra del Mausoleo. – Sonrió-. La idea es tentadora, aunque solo sea por ver sus caras horrorizadas antes de que los pase a cuchillo.

Elisha se humedeció nervioso los labios. Madeleine solía hablar de un modo que encontraba desconcertante.

»Lo siento -dijo la vampira, evidentemente reparando en su expresión-. No pretendía asustarte. No eran más que ideas pasajeras. Mi abuelo es una figura temible que disfruta del control que tiene sobre el clan. No hay muchas posibilidades de que llegue a entregarme algún día su posición, y es más difícil aún que yo aceptara.

–No me preocupaba -dijo Elisha, aunque tras unos segundos se encogió de hombros-. Bueno, puede que un poco.

Madeleine ladeó la cabeza y sonrió.

–Tu vaso está vacío -dijo, cambiando abruptamente de tema. Estaba claro que no tenía muchas ganas de hablar sobre la política interna de su clan-. ¿Quieres otra coca-cola?

–Sí, por favor -dijo Elisha-. Y algo para comer. Estoy harto de la comida del avión.

–Tenía un aspecto horrible -respondió Madeleine-. Hasta para mí. Te pediré algo de postre. El pastel de cacao y pasas con yogur helado y ralladura de naranja es muy famoso. Estoy segura de que te gustará.

Elisha asintió. Por suerte, Madeleine hablaba francés, así como otros once idiomas aparte de su italiano nativo. Sus propios estudios se limitaban al hebreo y al inglés, así como a un poco de latín. Mientras ella hablaba con el camarero se dedicó a observar el paseo atestado. Ahora parecía haber más gente aún que antes.

–Por si estás pensando en ello -dijo Madeleine suavemente para que solo él lo oyera-, hay cuatro vampiros a distancia de ataque. Dos están sentados en una mesa del café y la otra pareja no deja de andar de un lado para otro, pasando a unos cuatro metros por la acera. También hay once ghouls fuertemente armados en las cercanías, algunos en el restaurante y los demás caminando por la calle. Les apoya más de una decena de humanos normales que deben ser pistoleros de la Mafia.

La boca de Elisha se secó repentinamente.

–¿Estás segura de que nos buscan?

–Según lo que dijeron la señorita Varney y el señor Jackson, no puedo imaginar a quién más querrían. Su líder, Don Caravelli, suele verlo todo en términos de blanco y negro. Éxito o fracaso. Estoy segura de que sus secuaces no quieren defraudarle. Una vez confirmen la identidad de Dire McCann y Alicia Varney atacarán. No tardarán mucho.

–¿En una calle atestada como ésta? – preguntó Elisha.

–Las vidas inocentes no significan nada para esa escoria -dijo Madeleine-. Asegúrate de disfrutar de tu pastel de cacao con pasas. Es más que probable que esta comida sea la última que pruebes en algunas horas. Por eso creo que es mejor que comas ahora. Una vez comience la pelea, dudo que tengas tiempo para picar nada.

Elisha miró a Dire McCann y Alicia Varney. El detective y la dama parecían estar absortos en su conversación. Ninguno de los dos prestaba atención alguna a su entorno.

–Son conscientes de la presencia de sus enemigos -dijo Madeleine, siguiendo la mirada de Elisha-. No dejes que su aspecto despreocupado te engañe. Los dos están listos para el combate, igual que Flavia y el señor Jackson. Cuando comience el combate reaccionarán de inmediato.

–Lo que no comprendo es por qué se reúnen aquí, en espacio abierto, sabiendo que sus enemigos les están buscando.

–Dos motivos -respondió Madeleine-. Primero, es evidente que tienen asuntos importantes que discutir sin demora alguna. Vayan donde vayan, es más que probable que sean detectados y atacados. Es más fácil ocuparse del asunto ahora y preocuparse más tarde del peligro.

Elisha se encogió de hombros.

–Puede ser -dijo-. No estoy seguro de que tenga mucho sentido. ¿Cuál es el segundo motivo?

–Nunca debes olvidar que Dire McCann y Alicia Varney están actuando, de algún modo desconocido, como agentes de dos de los más poderosos vampiros que nunca hayan existido: Lameth, el Mesías Oscuro, y Anis, Reina de la Noche. Como Matusalenes, estos Cainitas poseen poderes casi divinos. Están muy cerca de la inmortalidad. Como jugadores de la Yihad, se consideran a sí mismos amos secretos del mundo. Ninguno de los dos está muy capacitado para el compromiso. – Madeleine sonrió y siguió.

»He visto ese mismo tipo de desorden de la personalidad en mi propio sire, mi abuelo Pietro Giovanni. Los seres tan poderosos se niegan a amedrentarse por las acciones de los demás. Cuando se les amenaza, en vez de proceder con cautela se vuelven desafiantes, y a menudo enojados. Los dos saben que están en el centro de una trampa de la Mafia, pero no les preocupa. A pesar de su sabiduría, son sorprendentemente arrogantes. Nada les asusta.

–Es difícil imaginar a Dire McCann desconcertado -dijo Elisha pensativo-. Siempre parece tan… preparado.

Madeleine asintió.

–Eso es exactamente lo que quería decir -dijo-. Su autoconfianza suprema no deja sitio para la negociación. Por eso la Muerte Roja es tan implacable en sus intentos por destruirlos a los dos. Entre los Matusalenes no hay lugar para la tregua. – La Daga de los Giovanni sonrió.

»Como no tenemos voz alguna en esta situación, es mejor aceptarla de buen grado. Aquí están tu pastel y tu coca-cola. Espero que no sea una combinación demasiado dulce. No soy precisamente experta en asuntos culinarios. – Madeleine observó atentamente a Elisha mientras éste se llevaba a la boca un trozo del pastel. Su mirada siguió cuidadosamente cada movimiento de la mandíbula. El joven parecía totalmente ignorante de su atención-. Come con tranquilidad -dijo.

Durante los siguientes cinco minutos, Elisha se concentró en su comida. El postre era extremadamente dulce, pero delicioso.

El pastel era todo un alivio después de la carne misteriosa que le habían servido en el vuelo desde Suiza. Mientras tanto, Madeleine mantuvo una charla continua, describiendo algunas de sus aventuras en París durante la ocupación Nazi. Cuando el mago terminó con su comida, ya se sabía toda la historia sobre la desaparición de tres obras maestras "perdidas" de los museos de París, y de cómo su recuperación puso fin a un intento secreto de los alemanes para invadir Inglaterra. Era una aventura emocionante, y estaba totalmente seguro de que era cierta.

–Entonces, ¿nunca devolviste los cuadros a las autoridades apropiadas? – preguntó, lamiendo de su cuchara los últimos restos de yogur helado y ralladuras de naranja.

–Las autoridades apropiadas, como tú las llamas, eran en aquel momento una banda degenerada de colaboracionistas y traidores -dijo Madeleine-. Darles las pinturas hubiera sido tan malo como entregárselas a los Nazis. Antes hubiera preferido quemarlas. – Sonrió-. Los tesoros decoran las paredes de mi habitación en el Mausoleo. Tres cuadros maravillosos a cambio de la seguridad de Inglaterra. Creo que fue un precio justo para la nobleza de Francia.

–No estoy seguro de que todos los franceses estén de acuerdo contigo en estos tiempos turbulentos -dijo Elisha-. Ahora casi todos parecen odiar a los ingleses. Y a los estadounidenses, ya puestos.

–Tratar de comprender los nacionalismos modernos -respondió Madeleine-, es como intentar entender las afiliaciones de los clanes Cainitas. Tiene sentido para los involucrados, pero para los demás no es más que una locura. Un ámbito de lealtades es más que suficiente para mí.

–Por cierto -comentó el mago de forma casual-. ¿De qué hablaste con Rambam y Judith la otra noche, antes de que te reunieras con nosotros en el restaurante?

Madeleine abrió los ojos sorprendida, pero no evitó la pregunta.

–Asuntos de vida o muerte -respondió sin titubeos-. ¿Cuándo comprendiste la verdad?

–Inmediatamente -dijo el joven sonriendo-. He pasado la mitad de mi vida en esa casa con Rambam. Cuando un extraño entra, siento su presencia, aunque me encuentre en otra parte. Supe que Judith y tú estabais allí. ¿Por qué no me lo dijiste directamente? ¿Era un secreto?

–Pensé que era mejor no hablar de esa conversación en particular hasta que no hayamos terminado con la Muerte Roja -dijo Madeleine-. Si ese monstruo vence, mi charla con Rambam no tendrá significado alguno. El mundo tendrá problemas mucho más urgentes de los que preocuparse. Si derrotamos al Matusalén te prometo que te revelaré todo lo que se dijo.

–No tengo ni idea de lo que estás hablando -dijo Elisha confundido. Parecía a punto de reír y de llorar, como si no pudiera decidirse.

–Ya lo sé -respondió Madeleine nerviosa-. Por favor, Elisha, debes dejar ese asunto. – La vampira cerró sus dedos sobre los de él. Sus manos eran como el hielo-. Rambam y yo hablamos del futuro, Elisha. De un futuro que nunca hubiera creído posible. Eso es todo lo que puedo decirte. Si te importo, no me preguntes más.

–M-me importas -respondió el mago con voz temblorosa-. Pero no entiendo por qué no puedes revelarme lo demás.

–En este mundo -respondió Madeleine con una leve sonrisa-, no todas las conversaciones deben compartirse. A ver si entiendes esto. A veces los actos hablan más alto que las palabras.

Poniéndose en pie, Madeleine se inclinó sobre la mesa y besó a Elisha ligeramente en los labios. Su boca era fría, pero a él no le importó.

–No te mentiré jamás -dijo la vampira suavemente mientras volvía a echarse hacia atrás-. Si tienes que conocer la verdad te la dire, pero te ruego que no me lo pidas.

–Cuando me envió en busca de Dire McCann, Rambam me advirtió que nunca creyera en nadie, especialmente en los Vástagos. Me dijo que el mundo estaba lleno de mentiras, y que el engaño abundaba. – Miró fijamente a los ojos de Madeleine-. Sin embargo, a pesar de todos sus consejos, mi maestro también me dijo que cuando todo lo demás fallara confiara en mi corazón. – Sonrió-. Odio no saber todas las respuestas, pero sobreviviré. Guarda tus secretos, al menos hasta que derrotemos a la Muerte Roja.

Una lágrima de sangre negra cayó por la mejilla derecha de Madeleine. Se dio cuenta y se la limpió.

–No puedes imaginar cuánto…

Nunca terminó la frase. Moviéndose con una velocidad y una elegancia inhumanas, se puso en pie y voló hacia una mesa cercana. Dos hombres de mediana edad, vestidos con ropas de noche, llevaban allí sentados los últimos veinte minutos hablando de la temporada de ópera y compartiendo una botella de vino de la casa. Aún estaban tratando de sacar sus armas cuando Madeleine cayó sobre ellos. Un giró de la muñeca partió el cuello del primer asesino con un claro chasquido. Su compañero murió en silencio, con los huesos de la cara aplastados por los mismos dedos exquisitos que acababan de limpiarse con delicadeza una lágrima.

La batalla en las calles de París había comenzado.


16


París: 4 de abril de 1994


–Yo prefiero una cuerda con un solo nudo -dijo Jackson-. Sirve como ancla y estrangula el último aliento en la garganta. Para aquellos que merecen un día especialmente desagradable, una piedra afilada en el centro del nudo multiplica el sufrimiento.

–Un bonito detalle cuando se utiliza una bufanda -aceptó Flavia-, pero un buen alambre funciona mejor. Uno especialmente preparado atraviesa la piel y el músculo como un cuchillo. Combinado con el famoso giro bengalí, un estrangulador de alambre silencia al objetivo de forma rápida y eficiente.

–Debo admitir que es muy eficaz -asintió Jackson, animándose con el tema-, pero hay tantos edificios de oficinas equipados con detectores de metales que su uso queda limitado básicamente a exteriores. Una bufanda de seda puede llevarse en cualquier parte, y funciona a las mil maravillas como elemento de asesinato. Además, da un toque de distinción al vestuario.

Los dos rieron. Jackson descubrió que disfrutaba con la compañía del Ángel Oscuro. Sabía más sobre el arte del asesinato que nadie a quien hubiera conocido desde sus días en Vietnam. Si eso era posible, era más despiadada todavía que su jefa, Alicia Varney. De un modo salvaje e indómito, era igualmente bella.

–Mi hermana, Fawn, prefería estrangular con bufandas de seda roja -dijo Flavia.– Creía que proporcionaban un contraste interesante con el cuero blanco que vestía normalmente. Yo creo que es demasiado ostentoso. Nunca fui tan extrovertida como ella. Era una exhibicionista.

–¿Era? – preguntó Jackson, notando el tiempo verbal.

–La Muerte Roja la destruyó -respondió la vampira. Su voz, llana y fría, ya no denotaba humor alguno. Un fuego oscuro ardía en su mirada-. Ese monstruo la convirtió en cenizas.

–Lamento saber de tu pérdida -dijo Jackson-. ¿Murió peleando?

Flavia asintió.

–Conoció la Muerte Definitiva en combate, como desean todos los verdaderos guerreros. Fue un fin noble. Sin embargo, mi honor sigue clamando venganza. He hecho un juramento irrompible de sangre por el que debo destruir al monstruo o morir en el intento.

Jackson asintió.

–No me sorprende con lo que me has dicho. Es algo que encuentro divertido sobre los vampiros. A pesar de toda su cháchara sobre lo de estar no-muertos, tengo la impresión de que son muy apasionados sobre muchísimos asuntos. La única diferencia es que el foco no es el mismo que el de los humanos.

Levantó una mano e hizo un gesto al camarero para que le trajera otra cerveza.

–¿Otro vaso de vino? – preguntó.

–Claro -dijo ella-. El líquido hace formas intrigantes en el suelo. Además, el vaso vacío ayuda a mantener la ilusión de la vida.

La Assamita observó a Dire McCann y a Alicia Varney, absortos en su conversación, igual que Elisha Horwitz y Madeleine Giovanni. Asintiendo satisfecha, volvió a mirar a Jackson.

–La lujuria nunca muere -dijo lamiéndose sensual el labio superior con su larga lengua. Lanzó una profunda risa que era al mismo tiempo lasciva e inhumana-. Simplemente es transformada por el Abrazo. Nuestras pasiones se hacen más oscuras, y a menudo más profundas. Mira a nuestros compañeros, enzarzados en sus elaborados rituales de apareamiento. Algunos vampiros aseguran que el sexo es mucho mejor aún tras la muerte. Dicen que al requerir una mayor concentración los resultados son mucho más intensos.

Jackson tragó su cerveza de un solo trago. Hablar de sexo con una mujer bella vestida con un mono de cuero blanco ajustado no era el modo en el que había esperado pasar la noche.

Flavia sonrió, sintiendo evidentemente su incomodidad.

–¿Qué piensa, señor Jackson? ¿Cree que hacerme el amor compensaría los riesgos asumidos?

–Dudo que muchos hombres pudieran resistirse a sus encantos, señorita Flavia -dijo honestamente.

–¿Muchos hombres? – rió la vampira-. No quería decir eso. "Muchos mortales" no me interesan. ¿Qué hay de ti, Jackson?

El guardaespaldas sacudió la cabeza-.

–Eres una tentación -dijo-. Una inmensa tentación. Viva o muerta, eres una mujer peligrosa. Sin embargo, valoro demasiado mi libertad como para rendirme a mis deseos. No me asusta poner mi vida en peligro. Eso es fácil. Sin embargo, contigo estaría arriesgando el alma, y no estoy dispuesto a ello.

–No eres ningún idiota, señor Jackson -dijo Flavia-, lo que te hace doblemente peligroso. Son muchos los Cainitas que subestiman a los mortales. Los hombres como tú servís como un maravilloso ancla con la realidad. Me alegro de haberte conocido.

–Lo mismo digo -respondió Jackson. Apuró su cerveza y se preguntó si quería otra-. ¿Qué hay del señor McCann? Por lo que he oído, parece del tipo que haría a cualquier vampiro pensárselo dos veces acerca de las relaciones.

–Dire McCann es el hombre más peligroso del mundo -respondió Flavia-. Se encuentra en el filo entre la vida y la muerte y no pertenece a ninguna de las dos. Espero descubrir algún día la verdad sobre él, pero no cuento con ello.

–La audiencia se está inquietando -dijo Jackson intranquilo. Tenía los nervios a flor de piel, y era muy sensible al menor cambio en su entorno. La gente se agitaba en sus sillas y se reunía en la calle-. ¿Crees que la Mafia se está preparando para actuar?

–Desde luego -respondió Flavia. Tenía una sonrisa salvaje-. Ahora mismo. En este instante. Sin más demoras. El… baile… comienza…

Nunca llegó a ver a la Assamita dejar la silla. Flavia se movía a tal velocidad que pareció desaparecer ante sus ojos. Se materializó a tres metros de distancia, frente a una mesa que había identificado con anterioridad por sus dos ocupantes vampíricos. Aunque sus oponentes eran Vástagos, con reflejos y fuerza decenas de veces mayores que los de un mortal, estaban indefensos ante el Ángel Oscuro.

Flavia se movía con la gracia sinuosa de una cobra. Con su mano derecha aferró a uno de los asesinos por el cuello mientras con la otra cogía el hombro del segundo. Los dos trataron de resistirse, pero la Assamita era fuerte más allá de toda comprensión. Aparentemente sin esfuerzo, arrancó a los dos de sus sillas y los alzó por el aire. Chocaron con un sonido de huesos rotos mientras sus caras se partían con el impacto. Un segundo golpe aplastó las cajas torácicas y las columnas vertebrales. Con desprecio, el Ángel Oscuro tiró a los dos al suelo y se volvió en busca de nuevas presas.

Jackson sabía que los vástagos eran difíciles de matar, pero a pesar de ello no eran inmunes a las heridas, como Flavia acababa de demostrar. Ninguno de los dos causaría problema alguno en un futuro cercano.

El tiempo de espectador había terminado. Jackson se puso en pie al tiempo que desenfundaba una pistola ametralladora Skorpion con la mano derecha. Normalmente prefería las armas más pesadas, como las.45, pero en espacios reducidos como aquél la ametralladora portátil era más eficaz. Una decena de secuaces de la Mafia, mezclados con los clientes en la terraza, estaban poniéndose en pie. Otros tantos esperaban en la calle. Era evidente que los gángsteres habían recibido la orden de atacar. Para su desgracia, sus supuestas víctimas también esperaban el mensaje, y su reacción fue mucho más rápida.

Flavia ya se había encargado de los más peligrosos, los dos vampiros sentados en el café. Por el rabillo del ojo, Jackson notó que Madeleine Giovanni estaba partiendo cuellos y miembros con una tranquilidad nacida de un siglo como ejecutora. El guardaespaldas sacudió la cabeza asombrado. Si no actuaba rápidamente, se quedaría sin objetivos. Las protectoras de McCann eran todo un ejército personal. Aunque no se consideraba un hombre vanidoso, creía su obligación como guardaespaldas terminar con un buen número de ghouls y mafiosos.

Gruñendo obscenidades, dos caballeros vestidos de negro apartaron a un lado una de las mesas de la terraza y comenzaron a rociar a los clientes con balas. Los más cercanos gritaban horrorizados y corrían para escapar.

Jackson apuntó con frialdad y disparó. A esa distancia era imposible fallar. Los asesinos se desplomaron como muñecas de trapo a las que se les hubiera salido el relleno. Un tercer y un cuarto hombre, que se abrían paso entre la multitud aterrorizada cerca de la mesa de la señorita Varney, se reunieron con su creador de un modo similar. Alcanzó a ver a una atractiva joven armada con un cuchillo de carnicero y una mirada homicida, y acabó con ella como medida de precaución. Podía no pertenecer a la Mafia, pero parecía estar dispuesta a matar. En situaciones confusas no había tiempo para hacer preguntas.

Un ghoul armado con estiletes demostró ser mucho más peligroso. Seis disparos al cuerpo consiguieron frenarle, pero no detenerlo. Con frialdad, Jackson evitó las acometidas salvajes del asesino, clavándole por fin la ametralladora en la boca y cambiando con el pulgar el modo de disparo a automático. Ni siquiera un ghoul podía seguir luchando sin la mitad superior de la cabeza.

El tiroteo duró menos de un minuto. La multitud se perdió en la noche, dejando atrás solo a los muertos. Con los sentidos alerta, Jackson escudriñó la zona. No había señal de su jefa ni de Dire McCann. Los únicos que quedaban en pie en la terraza eran él, el Ángel Oscuro y Madeleine Giovanni. Elisha Horwitz estaba sentado solo en la mesa, con los ojos abiertos por el asombro. Parecía estar contando los más de treinta cadáveres que inundaban la acera. Todos los matones de la Mafia habían muerto, así como seis inocentes atrapados en el fuego cruzado.

–Eso sí que ha sido rápido -señaló el joven-. Ni siquiera me ha dado tiempo a asustarme.

–No eran más que corderos para el sacrificio -dijo Flavia. En una mano empuñaba una espada corta brillante. Jackson tragó saliva, notando que no había señal de ninguno de los dos vampiros. El Ángel Oscuro se había asegurado de que no causarían problemas en el futuro-. Estaban aquí solo para comprobar nuestras identidades. Estoy segura de que las verdaderas tropas de asalto están en camino.

Como respuesta a su comentario, dos grandes vehículos negros rugieron al fondo de la calle, dirigiéndose hacia ellos. Grandes ametralladoras surgieron de las ventanillas blindadas, entonando una canción de plomo. Jackson se arrojó al suelo, igual que Flavia y Madeleine. Solo Elisha pareció no preocuparse. Su frente parecía concentrada, pero por lo demás estaba inmóvil.

Los escaparates del café estallaron cuando la lluvia de balas los hizo pedazos. Sin embargo, algún milagro hizo que ningún proyectil alcanzara a Elisha. Parecían doblarse a su alrededor, dejándole indemne.

Elisha es un mago, recordó Jackson al sentir la alteración de la realidad. Un instante después, la ametralladora en el primer coche tosió, hizo un extraño ruido y dejó de disparar. Una carga había quedado atrapada accidentalmente en el cañón. Todo ocurrió tan rápido que su operario no tuvo tiempo de dejar de disparar. La parte trasera del vehículo estalló en llamas. Con un chirrido de las ruedas, el coche derrapó por la calle y se estrelló contra la reja reforzada que protegía el Teatro de la Ópera. Se produjo otra explosión cuando los cargadores adicionales estallaron. Las llamas lo envolvieron todo y nadie llegó a salir del infierno.

Viendo lo ocurrido, el conductor del segundo vehículo pisó inmediatamente el freno. Se produjo un chirrido mientras el coche se detenía, pero antes pasó sobre una mancha de aceite dejada por su compañero. Con los frenos bloqueados y las ruedas giradas, el vehículo trazó un amplio trompo y se estrelló fuera de control contra los restos ardientes del primero. El sonido de la gasolina prendiéndose anunció la explosión del motor.

Del interior llegaron los gritos de agonía, pero nadie consiguió salir con vida. Jackson sospechaba que los picaportes debían estar averiados. El vehículo pareció saltar en el aire cuando detonaron la ametralladora y toda la munición. Aquél era un modo feo y horrible de morir. Jackson se prometió que nunca se cruzaría con un mago.

El rostro de Elisha estaba totalmente pálido.

–No quería ser tan violento -declaró.

–No te preocupes por su destino -dijo Madeleine Giovanni, poniéndose en pie y tomando las manos del joven en las suyas-. Hiciste lo que era necesario. Esos hombres querían matarnos. Si hubiéramos sido nosotros lo que hubiéramos ardido, estarían riéndose.

Flavia asintió.

–¿Cuántos inocentes han muerto aquí esta noche? – le preguntó a Elisha-. Un asesino capaz nunca se mancha las manos con la sangre de inocentes. Pagaron el precio por su ineptitud.

–Eso supongo -dijo Elisha-. Solo… Creo que nunca me será fácil matar a nadie… ni siquiera a un enemigo.

–Mejor para ti, chaval -dijo Jackson-. Al mundo nunca le vienen mal las personas con moral. Últimamente no abundan.

El guardaespaldas miró alrededor. Alicia Varney y Dire McCann se habían esfumado. El único sonido procedía de los coches en llamas.

–No hay sirenas -señaló-. Eso no es bueno. La policía ya debería haber llegado.

Madeleine Giovanni cerró lo ojos y negó con la cabeza.

–Siento a más de diez vampiros acercándose desde tres puntos diferentes. En su mayoría Brujah, pero con ellos van algunos Gangrel.

–Grupos de caza -dijo Flavia-. Las autoridades están compradas. Estamos solos.

Madeleine abrió los ojos.

–No podemos quedarnos aquí mucho más tiempo. ¿Dónde están McCann y la señorita Varney?

–Comparando notas -dijo Dire McCann, saliendo a la terraza desde el interior del restaurante. A su lado estaba Alicia Varney-. Necesitábamos unos momentos de tranquilidad para hacer planes. – El detective sonrió-. Aquí había demasiado ruido, aunque calmasteis las cosas bastante rápido.

–No eran más que el aperitivo, McCann -dijo Flavia-. El plato fuerte está en camino. Probablemente se trate de un pequeño ejército. Don Caravelli parece dispuesto a acabar con vosotros a toda costa, y no ha reparado en gastos. ¿Tienes algún plan para quitarles las ganas?

–En este momento la situación es bastante complicada -dijo McCann, como un tono casi de disculpa-. Lo siento, pero tenemos que volver a dividirnos.

–McCann y yo debemos localizar a un antiguo Nosferatu que vive en las catacumbas bajo París -dijo Alicia-. Creo que una de las entradas a su guarida está escondida en algún lugar en los niveles inferiores del Teatro de la Ópera.

–Mientras buscamos -dijo McCann-, tendréis que retrasar la acción de la Mafia. Alicia y yo sospechamos que no somos los únicos ansiosos por encontrar a este vampiro en particular. No podemos permitir que nuestros enemigos den primero con él. Eso sería un desastre de grandes proporciones.

–¿Así que los dos os vais de caza -dijo Flavia-, mientras nosotros nos quedamos para darle trabajo a los chicos de Don Caravelli?

–Básicamente sí -respondió McCann.

–¿Cuánto tiempo necesitáis que nos quedemos jugando? – volvió a preguntar la Assamita.

–Me temo que casi toda la noche -dijo el detective-. Ya sabes cómo son las guaridas de los Nosferatu. Además, aunque lo único que queremos es hablar con el vampiro, él no lo sabe. Localizarle puede ser difícil.

–Cuatro contra varias bandas de mafiosos -dijo Jackson-. Parece complicado, incluso teniendo en cuenta el talento demostrado.

Madeleine Giovanni sonrió. A Jackson le parecía demasiado joven para ser una asesina, aunque sabía que con los vampiros las apariencias solían ser engañosas.

–Creo que puedo mejorar un poco nuestra posición. El clan Giovanni tiene oficinas en París. Mis primos Cesare y Montifloro se encuentran aquí. Si les llamo, el honor familiar les obligará a prestarnos ayuda. Nunca dejarán pasar la oportunidad de una buena pelea, especialmente cuando sepan que es contra la odiada Mafia.

–¿Cesare Giovanni, el de los cuchillos? – preguntó Flavia.

–El mismo -respondió Madeleine-. Fue él quien me enseñó el arte.

La Assamita rió.

–Le he visto pelear. Es un maestro con las dos hojas. Será un placer trabajar con él.

–Tenemos que irnos -dijo McCann. Cogidos de la mano, él y Alicia se volvieron hacia el Teatro de la Ópera-. Mañana a medianoche acudid a Versalles. Intentaremos estar allí. Si no aparecemos, volved la noche siguiente. Mientras tanto, no asumáis riesgos innecesarios en la pelea, pero contenedlos todo el tiempo que podáis.

–Suena divertido -dijo Flavia.

Jackson sacudió la cabeza atónito. Lo decía en serio.


17


París: 5 de abril de 1994


Con las manos retorcidas temblando de miedo, Phantomas aferraba desesperado los papeles de fax que acababa de sacar de su centro de mensajes hacía cinco minutos

–Esto no me gusta -declaró, aumentando el volumen y el tono con cada palabra-. ¡No me gusta nada este giro de los acontecimientos!

A su alrededor, las enormes ratas de alcantarilla que compartían con él su reino empezaron a chillar como respuesta. Phantomas estaba conectado a miles de ratas de forma sutil mediante la disciplina vampírica conocida como Animalismo. Podía sentir sus emociones y obligarles a obedecer órdenes sencillas. Sin embargo, aquel vínculo funcionaba en muchas capas. Cuando él estaba enfadado o molesto, las ratas lo sentían. Aquella noche corrían enloquecidas por el suelo mientras su amo agitaba en el aire un puñado de papeles y gritaba impotente.

–¡Mirad esto! – chilló-. Mirad estos informes. Hace tres noches, once ciudadanos desaparecen en Marsella sin dejar rastro. ¡Once! ¡Desaparecidos sin dejar rastro! Nada de cuerpos. He cruzado sus nombres en los informes oficiales de la policía con los de mi enciclopedia. Todas las víctimas eran Vástagos, seis de ellos del clan Nosferatu,

»Un barco había atracado horas antes en el muelle procedente de Argentina. Parte de la tripulación estaba muerta y el resto no tenía recuerdos del viaje. Algo terrible viajaba a bordo. Trajeron un monstruo a nuestras costas, una criatura que amenaza la existencia de todos los vampiros de Europa, un horror que se acerca a París a toda prisa.

»La noche siguiente, seis vampiros se desvanecieron en Lyon. De nuevo, la mayoría eran Nosferatu. Uno de los desaparecidos era Rocholone, un Vástago de la Sexta Generación de gran poder. Según los informes policiales, el único acontecimiento extraño de la noche se produjo cerca de la medianoche, cuando cuarenta y siete ventanas se rompieron en el barrio en el que se produjeron las desapariciones. Nadie pudo explicárselo, aunque varias personas se quejaron de haber oído un chillido extremadamente agudo un instante antes del desastre.

Phantomas juntó las manos, aplastando los papeles.

»Un buen chillido es ése, vaya que sí -dijo, derrumbándose como una piedra sobre la silla frente a su monitor. Sus rasgos estaban retorcidos por el miedo-. Un aullido, más bien. Ese monstruo siempre aúlla en su momento de triunfo. Por eso se ha ganado su título: Gorgo, La Que Aúlla en la Oscuridad.

Miraba con ojos aterrorizados las paredes de bloques de cemento de su guarida subterránea.

»Anoche cayó sobre Fontainebleau. Según mis informes, solo dos Vástagos vivían en esa ciudad. Eran Toreador, por supuesto, artistas inmersos en sus recuerdos de la corte de Enrique II. Aún no se ha informado de su desaparición, pero las doscientas treinta ventanas destrozadas en el palacio aparecieron en las noticias de esta mañana. La voz de Gorgo es única en la Tierra. – Tiró los faxes al suelo y descansó su cabeza calva sobre las manos, apoyadas en la mesa.

»Fontainebleau está a solo cuarenta y cinco kilómetros de París. Es posible que la Que Aúlla en la Oscuridad ya esté aquí. No soy ningún estúpido. Absimiliard ordenó a los Nictuku que localizaran y destruyeran a los más poderosos antiguos del clan Nosferatu. Dos mil años de existencia me incluyen en esa categoría. Gorgo ha venido en mi busca. – Sacudiendo la cabeza desesperado, dio un puñetazo al teclado de su ordenador.

»Primero, la Muerte Roja trata de destruirme. Después envía a tres locos a mi guarida. Ahora me veo acosado por uno de los Nictuku. ¡No es justo! Lo único que quería era sentarme tranquilamente y trabajar en mi gran enciclopedia. No quería verme involucrado en modo alguno en la Yihad.

Las ratas chillaron dando su aprobación. Abatido, Phantomas se quedó inmóvil frente al monitor parpadeante. Las ratas eran las únicas que hacían sonido alguno. Pasó un minuto. Otro. Lentamente, el vampiro se enderezó.

–Es evidente -dijo el Nosferatu hablando a la enorme rata gris que se encontraba sobre la pantalla-, que mis deseos no significan nada para la Muerte Roja o los Nictuku. Es hora de que aprendan que no soy fácil de eliminar. Un soldado romano nunca se rinde. Mis enemigos podrán poseer grandes poderes, pero para destruirme tienen que entrar en mi guarida, y aquí, bajo las calles, reino supremo. – Comenzó a escribir febrilmente en el teclado con asombrosa velocidad.

»Se impone un rápido diagnóstico del sistema de seguridad -dijo, cobrando fuerza con cada palabra. Asintió satisfecho al ver aparecer en la pantalla las largas cadenas de símbolos. El Nosferatu comprendía aquel lenguaje informático con la misma facilidad con la que escribía.

»Todos los sistemas están operativos y funcionan a la perfección -declaró tras unos segundos-. Los sensores y unidades de sonido funcionan a la máxima eficiencia. Los sistemas suplementarios están listos. Los puentes están preparados. – Pulsó tres teclas-. Los muros están cambiando, adoptando el esquema catorce, el ciclo sin fin. Se han cerrado catorce salidas y han quedado seis abiertas. Las trampas disparadas por los Tres Impíos vuelven a estar operativas. Los muros destruidos han sido cambiados. No queda rastro alguno de su paso. – Tecleó cinco líneas de órdenes y asintió satisfecho al comprobar la respuesta inmediata.

»Es un plan digno del mismísimo Julio. Audaz, descarado y lleno de engaño. – El vampiro rió-. ¡Algunas lecciones no se olvidan nunca! ¡Ave, César!

Se puso en pie como si se hubieran activado unos muelles. Tres pasos le llevaron hasta una pared de la cámara. Extendiendo sus dedos alcanzando una extensión que ningún mortal o vampiro podía abarcar, presionó simultáneamente cuatro interruptores ocultos. Sin un solo sonido, la losa de ladrillo se deslizó hacia un lado, revelando un panel brillante lleno de luces electrónicas. Pulsó cinco interruptores, sonrió y devolvió a su sitio la sección del muro, asegurándose de que se había cerrado. Su segunda línea de defensa estaba preparada.

–Ahora debo descargar toda la enciclopedia en las copias de seguridad -confió a las ratas que le seguían-. No importa lo que me suceda a mí o a mi guarida, la información estará a salvo en otros doce puntos repartidos por el mundo.

Quince minutos después, el trabajo estaba concluido. Phantomas se sentía satisfecho. Se volvió hacia sus pequeñas compañeras.

–Un estúpido que sepa que es objeto de la atención de Gorgo huye, tratando de correr más rápido que su furia. Una elección errónea, ya que nadie puede escapar de lo inevitable. Un hombre sabio se enfrenta a su enemigo. Solo encarándonos con nuestras peores pesadillas podemos derrotarlas.

Las ratas asintieron con un chillido. El vampiro volvió a sentarse en la silla frente al monitor principal. Cualquiera que intentara entrar en las catacumbas pondría en marcha su plan maestro.

No quedaba más que esperar.

Estaba seguro de que Gorgo llegaría aquella noche. Sin embargo, la recepción iba a ser diferente a todo lo que hubiera conocido con anterioridad. La Que Aúlla en la Oscuridad iba a recibir una sorpresa… o eso esperaba Phantomas.


18


París: 5 de abril de 1994


Las puertas del Teatro de la Ópera estaban cerradas.

–No hay tiempo para sutilezas -dijo McCann, aferrando el pomo de uno de los elaborados portones. Giró la muñeca y el mecanismo saltó con un crujido. Detrás de ti -dijo abriendo la puerta-. He neutralizado las alarmas, por supuesto.

–No esperaba menos -dijo pasando junto a él para entrar en el edificio-. Mientras tanto, yo me he encargado de que los diversos guardias apostados por el edificio estén dormidos. No despertarán hasta la mañana, así que podemos explorar sin interrupciones inesperadas.

McCann rió entre dientes.

–Formamos un excelente equipo de ladrones. Piensa en toda la diversión que nos hemos estado perdiendo estos años.

–Los allanamientos son una pérdida de tiempo -dijo Alicia mientras recorrían el paseo que conducía a la Gran Escalera-. El crimen organizado es mucho más rentable.

–Manipular los tipos de cambio en los mercados internacionales es aún mejor -replicó McCann.

Alicia sacudió la cabeza disgustada.

–A lo largo de los siglos has perdido el sentido de la aventura, McCann. ¿Qué emoción tiene intercambiar dinero?

–La emoción de la victoria -respondió el detective, volviendo a reír-. Algún día, el mundo será mío.

–Eso ya lo veremos -respondió Alicia, imitando su risa-. Mis planes… -Su voz comenzó a fallarle y se detuvo cuando llegaron al esplendor de mármol blanco de la Gran Escalera-. Había olvidado lo magnífico que es este lugar -dijo, con un claro brillo en los ojos-. Han pasado muchos años desde nuestra última visita.

–Recuerdo que una vez mencionaste haber estado en la noche de la apertura -dijo el detective-. Invitada por algún rey, ¿no?

–Por Alfonso XII de España -respondió Alicia observando las estatuas de las Musas que protegían la entrada a la planta principal-. Éramos amigos íntimos. – Lanzó una mirada al detective, retándole a hacer algún comentario. Sabiamente, McCann mantuvo la boca cerrada-. Aquélla sí que fue una noche -dijo apasionada-. Las escaleras estaban llenas con los ricos y famosos de todo París. El Presidente de la República, el Mariscal McMahon, estaba allí, así como el Lord Mayor de Londres, junto con sus alguaciles, espadachines y alabarderos. El Príncipe vampírico de París, François Villon, también asistió, rodeado como siempre por su séquito y varios miembros del clan Toreador. Entre la Vástagos se comentó que gran parte de los extravagantes diseños arquitectónicos de Garnier debían mucho al príncipe. Conociendo el gusto de Villon para los excesos, sospechaba que las historias eran ciertas. Viendo esta opulencia un siglo después, estoy convencida de ello.

El estruendo del fuego de ametralladoras terminó con los recuerdos de Alicia.

–Parece que la Mafia ha regresado con ganas de marcha -dijo McCann-. Más nos vale que nos movamos. No creo que puedan con Flavia y Madeleine, pero es mejor no dejar nada al azar. Tú conoces este lugar. Yo solo venía a París para verte, y no perdía el tiempo haciendo turismo. ¿Dónde vamos a encontrar la entrada de esas famosas catacumbas?

–En el sótano -dijo Alicia-. Muy, muy abajo.

–Eso no será difícil -dijo McCann mientras seguía a Alicia por el pasillo bajo la Gran Escalera.

–No estés tan seguro -respondió ella-. Hay siete plantas bajo el nivel de la calle. Las salas del sótano son tan inmensas y los techos tan altos que podían guardarse allí escenarios enteros. Durante la época de la Comuna de París, el sótano de la Ópera sirvió como prisión militar. Nadie sabe con seguridad cuántos hombres murieron durante el asedio de la ciudad, pero la tradición dice que sus espectros aún moran en los niveles inferiores.

–Qué idea más agradable -dijo McCann mientras atravesaban una puerta marcada Prohibido el Paso-. ¿Hay algo más que deba saber?

–Los disparos han cesado -dijo Alicia-. Eso son buenas noticias. El ataque ha terminado. – Se detuvo al encontrar una escalera de piedra que bajaba hacia la penumbra-. Sin embargo, parece que en el segundo sótano no hay luz.

–Es probable que hayan cortado la electricidad para ahorrar dinero -dijo McCann sombrío-. Típico de los franceses. Puedo ver en la oscuridad. ¿Y tú?

–Razonablemente bien. El problema lo tendremos cuando lleguemos al lago.

–¿Lago? – repitió el detective mientras descendían. No parecía muy contento-. ¿Has dicho lago?

–Se encuentra en los niveles más bajos -respondió Alicia-. Antiguamente pasaba por aquí una corriente subterránea. Garnier usó bombas de vapor durante ocho meses para secar el suelo y bajar el nivel freático. Cuando terminó construyó una cimentación de hormigón en dos capas. A pesar de sus esfuerzos, terminó formándose un lago muchos metros bajo el escenario principal. Ése es nuestro destino. Supuestamente, la entrada a las catacumbas está oculta por el agua.

–¿Y nadie ha intentado nunca explorar ese lago tan especial? – preguntó McCann.

–No recientemente. Unos años después de la apertura de la Ópera, algunos valientes anunciaron su intención de localizar la entrada de agua. Los dos primeros intentos fallaron, y los tres siguientes grupos desaparecieron sin dejar rastro. Nadie lo ha intentado desde entonces. La investigación parece encontrarse con algunos problemas insalvables. Espera. Lo verás por ti mismo cuando encontremos la entrada del lago.

–¿Y el gobierno? – preguntó McCann-. ¿Nadie se preocupa por la seguridad del edificio con una corriente en el sótano?

–A los funcionarios no les preocupa en absoluto -dijo Alicia-. ¿Por qué gastar dinero si nos lo podemos ahorrar?, pensarán. La Ópera se ha mantenido en pie durante más de un siglo y los cimientos siguen en buen estado. Como casi todos los políticos, están demasiado preocupados por los asuntos importantes, como los sobornos y la corrupción.

–La naturaleza humana nunca cambia -dijo McCann-. A menudo me pregunto si Caín se enfrentó a problemas similares cuando construyó Enoch. Dicen que la prostitución es la profesión más antigua del mundo, pero, ¿qué hay de la política?

Alicia rió.

–¿Qué diferencia hay entre las dos?

Pasaron veinte minutos buscando la puerta adecuada por el sótano. Alicia solo había visitado el lago una vez con anterioridad, y había sido hacía un siglo. Había cientos de cuartos que investigar. Al final, justo cuando los nervios de McCann empezaban a alterarse, dieron con el lugar. Un pasillo largo y estrecho terminaba en una puerta de acero con un cartel con enormes letras rojas: "Peligro: Prohibido el Paso". La cerradura estaba echada.

–Ahora lo recuerdo -dijo Alicia-. El lago se encuentra bajo nuestros pies. Al otro lado del portal hay una trampilla que conduce al nivel inferior.

–¿Una trampilla? – preguntó McCann-. ¿No hay siquiera un embarcadero? No me digas que tenemos que nadar para llegar a las catacumbas.

–Debería haber un bote anclado al techo cercano a la trampilla -respondió Alicia-. Al menos, hace un siglo lo había.

El detective parecía disgustado.

–Si lo hubiera sabido me hubiera traído una barca hinchable. Espero que la memoria no te falle.

Alicia se puso en cuclillas frente a la cerradura.

–Déjame intentarlo. Parece sencilla.

Flexionó los dedos sobre el metal, y con un chasquido casi inaudible la puerta se abrió.

–Presumida -dijo McCann, empujando.

Alicia sonrió.

–La fuerza bruta tiene un lugar en este mundo, pero la delicadeza funciona en la mayoría de las situaciones.

En el centro de la cámara oculta se encontraba una gran trampilla con una argolla metálica en el centro. Descansando contra la pared había cuatro grandes remos de madera, y junto a ellos había varias linternas. McCann tomó una y la encendió. Una luz blanca inundó la estancia.

–Pilas nuevas -dijo-. Alguien ha estado aquí hace poco. Los remos parecen en buen estado. Puede que la cosa no esté tan mal como esperaba.

El detective se agachó y abrió la trampilla, revelando una oscuridad absoluta. Alicia apuntó su linterna hacia el hueco, mostrando una masa de agua en calma a un metro y medio bajo el techo. McCann gruñó. Un pequeño bote en el que apenas cabían dos personas esperaba sobre la superficie, atado con un grueso cabo a un gancho en el techo.

–No hay precisamente mucho espacio entre el techo y la superficie -señaló McCann-. Me parece que va a ser un viaje bastante claustrofóbico.

–Nunca pasé de aquí -dijo Alicia-. Las historias aseguran que varios túneles surgen desde el extremo del lago hacia las catacumbas. El problema es que, con esta altura del agua, los pasadizos apenas son visibles.

–Genial -dijo McCann-. Encontrarlos va a ser divertidísimo. No parece que tengamos más elección. ¿Quieres subir primero? Te pasaré los remos. Llévate una linterna. Con visión nocturna o sin ella, prefiero remar con las luces encendidas.

Alicia bajó cuidadosamente hacia el bote. Con sus largas piernas estiradas apenas podía sentarse sin que su cabeza tocara los ladrillos rojos del techo.

–Pásame los remos -dijo-. Ten mucho, mucho cuidado cuando subas a bordo. No vas a poder sentarte estirado. Creo que si te arrodillas tendrás sitio suficiente. Vas a ir bastante apretado.

McCann le dio los remos y se descolgó desde la trampilla. Apoyó cuidadosamente los pies en el fondo del bote y dejó sentir su peso poco a poco. Si volcaban, alcanzar la trampilla sería difícil.

–Ésta no es mi idea de la comodidad -dijo el detective unos minutos después, con los brazos recostados en el borde del bote. Tenía la barbilla apoyada sobre los dedos y escudriñaba la oscuridad, tratando de dar con un hueco en las paredes de la gigantesca cámara-. ¿Quieres probar primero en alguna dirección particular?

–Dime tú -respondió Alicia, introduciendo los remos en el agua. McCann apenas cabía en el bote, por lo que tenía que remar ella. No parecía muy contenta-. Tú eres el detective, ¿recuerdas? Venga. No tenemos toda la noche para localizar esas malditas catacumbas.

McCann frunció el ceño concentrado.

–Por ahí -dijo tras unos segundos señalando a la derecha-. Siento una interrupción en la pared. Más allá hay una cueva con una playa. Debe ser la entrada de los túneles.

–Hay un olor extraño -dijo Alicia mientras giraba el bote en la dirección indicada.

–¿También lo has notado? – respondió el detective mientras mojaba los dedos en la superficie gélida del lago. Se llevó la mano a los labios y lamió.

–Mierda. Justo lo que temía, aunque tiene sentido. Hay restos de vitae Cainita mezclada en el agua. Este lago es un gigantesco estanque de sangre.

–¿Un estanque? – repitió Alicia-. Eso podría explicar lo sucedido con los exploradores. A los Nosferatu les gusta este tipo de trampas. Si Phantomas es un Matusalén, su sangre será extremadamente poderosa. – Sintió un escalofrío-. ¿Qué tipo de monstruos subacuáticos vivirán bajo el Teatro de la Ópera?

Casi como respuesta, el agua frente al bote se agitó. Algo se estaba moviendo bajo la superficie, dirigiéndose hacia ellos.

–Tengo la molesta sensación -dijo sombrío Dire McCann-, de que estamos a punto de descubrirlo.


19


Mundo de Tinieblas - Vampiro - La mascarada de la Muerte Roja 3
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