1. Se trata de las cenas conmemorativas de la vida y obra del poeta Robert Burns, el bardo nacional, celebradas todos los 25 de enero. Tradicionalmente comienzan con la entrada ceremonial de un haggis acompañado por música de gaita. Después de que alguien haya recitado el poema de Burns Adress to a Haggis, éste se consume acompañado de nabos y puré de patatas. Ei primer Burns supper se celebró en Edimburgo en 1815 y en un principio fueron actos de exclusiva asistencia masculina. (N. del T.)
(ningún canal para alimentarme,
)
(pero vivo en el más que generoso
) (de mi Anfitrión. Es mi sólex el que forma) (el principal punto de contacto entre el Yo) (y el tejido de mi Anfitrión. A veces siento) (que me agarro a una vida pavorosa) (cuando continúo comiendo, ingiriendo y) (excretando a través de mi piel. (00000000 Para ser completamente ) (sincero, aquí no hay gran cosa
)
(que hacer. Por eso pienso que
)
(intentar aprender cosas sobre
) (mi Anfitrión sería una manera) (más provechosa de pasar el tiempo.) (¿Por qué no? Mi Anfitrión me fascina.) (Intenta llevar una vida mucho más) (interesante que yo, un organismo) (primitivo confinado a un ritual
)(anodino y monótono. Sólo un pensamiento )(especulativo produce una intriga que )(proporciona algún Interés a mi )
(vida limitada. Por eso absorberé
)
(toda la comida que mi
)(Anfitrión ingiere, analizaré )(las células dela piela la que )(estoy ligado, asimilaré )
La vieja(todos los datos objetivos )a. Toal
de encima, per(de los patrones de consumo )ceremonial, y continuar c(y condiciones físicas de )esparcirá por mi cara antes (mi valiente. Para hacer )ada dirigida a mí, destinada(esto tengo que comer y comer )no Bladesey
)
Lo que eso quiere decir es que sólo esa guarra de Estelle y su colega Sylvia representan mis posibilidades de obtener algo contra Gorman. (OcomerOOOOOOcomerOO)ue estaba en el club aquella noche n(OOcomerOOOOOOOOOcomerOo)cesito demostrarlo. Paso por delant(OOOOOOOOOOgraciasOOOOOOO )dos pasteles daneses de Crawford's y(00000000000000000000000)ber para ese cabrón. Pongo el Agent Provocateur de Foreigner a tope y cualquiera que no lo tenga en su colección de discos es una escoria inmunda, aunque en realidad Inside Information es mejor elepé. Cumple su función y me quita algunas telarañas. En particular, el single «I Want To Know What Love Is» probablemente es el mejor single de todos los tiempos, bueno, en materia de baladas y tal…
… you know I needa Hule time…
…a little time to think things ov-uh…}
Vuelvo a la oficina o, para ser exactos, a la cantina. Toal está allí, y parece de buen humor. Tiene el aire de un matón de lavadero que ha oído un malicioso cotilleo que le complace, pero en cuanto me ve de repente se pone todo serio, acercándose y dándome un apretón en el hombro. Yo espero que nadie haya notado este gesto y echo un rápido vistazo alrededor y
1… Necesito un poco de tiempo / un poco de tiempo para pensar las cosas.
(N. del T.)
para consternación mía veo las facciones de Gillman dispuestas en una implacable expresión de asco. «Mala suerte el sábado», dice Toal en un gesto de conmiseración.
No sabía que a Toal le interesara el fútbol y a punto estoy de criticar la actuación de Stronach, cuando caigo en que está hablando del tío al que intenté salvar.
¿Cómo te hace sentirte?
«Gracias, Bob», asiento. Creo que podría ser un buen momento para verle, así que dispongo una pequeña reunión en su despacho después de comer. Su predisposición favorable me hace esperar que obtendré resultados de él en lo que se refiere a mi permiso por vacaciones. Por lo demás, bajar a la cantina ha sido un error. El curry parecía bueno, pero estaba soso e insípido. Me lo he comido de todas formas, pero después me he comprado un bocata de salchicha que he atiborrado de brown sauce1 y pimienta.
Amanda Drummond y Karen Fulton me ven y se acercan con sus ensaladas en la bandeja. En esta época del año y comiendo putas ensaladas. Entiendo que Fulton quiera perder unos kilos, pero Drummond, hostia puta. Tendría que moverse en la ducha para mojarse. Probablemente sepa hacer una buena mamada sin embargo, eso dicen de las tías flacas. «Debió ser terrible, Bruce», dice Drummond sacudiendo la cabeza. Me mira con la mayor seriedad y pregunta: «¿Te encuentras bien?»
Asiento y parto el bocadillo de salchicha con el tenedor. Fulton me dedica una sonrisa indecisa y compasiva.
«Si necesitas hablar de ello», balbucea Drummond.
Sí, ya. ¿Contigo? Esa sí que sería una gran idea, cariño. No me insultes haciendo como que te importa un bledo.
«No es una experiencia muy agradable, hay que decirlo», declaro asépticamente, «pero el espectáculo debe continuar. Debo ver a nuestro buen amigo Mister Robert Toal. Si ustedes,
1. Especie de salsa especiada de color marrón, semejante a una versión avinagrada del ketchup, con el que se suelen acompañar los productos servidos en los establecimientos átfish cbips. (N. del T.J
damas, me disculpan», inclino la cabeza, me levanto y me marcho. Tengo que intentar salvar a gente más a menudo. No parece mal sistema para atraer a los chochos.
Pero es la hora de subir a ver a Toal. Tiene aspecto furtivo cuando entro en su despacho sin llamar y rápidamente hace un poco de trampa en el ordenador. El capullo tendría ahí su guión cinematográfico y lo habrá cambiado por algún organigrama organizativo o algo así. Cabrón desvergonzado. «Bruce, Bruce…, ¿cómo va el caso?», pregunta, recobrando la compostura.
«Bob, me parece que es cosa de coser y cantar. Gorman y Setterington estaban por los alrededores. Sé que aquella noche estuvieron en ese club. He visto a Gorman comportándose de modo muy amigable con Estelle Davidson. Gus está vigilándo-la. En realidad, no es más que cuestión de estar a la espera y llevarlos ante los tribunales.»
«Ya…, la tontería política se ha apaciguado un poco. Los periódicos están aburridos y los jefazos están un poco menos inquietos. Menos mal que no nos dejamos llevar por el pánico. Un negrata es un puto negrata, eh», bufa, sacudiendo la cabeza.
«Sí…», digo como quien no se compromete a nada. Podría ser una prueba para provocarme. No pienso entrar en eso con él. «Bob, iré al grano, colega. Necesito un respiro. Sé que querías suspender los permisos, pero voy a volverme majareta si no desaparezco. Lo último que quiero hacer es acabar como Busby… y lo del fin de semana fue la gota que desborda el vaso», digo casi suplicando. Odio esa pintura de color azul claro del despacho de Toal. Siempre le da un aspecto frío. Y también está el olor, esa terrible peste a tabaco rancio que parece haber impregnado incluso las células de su piel. Quiero decir, a mí me gusta echar un pitillo de vez en cuando, pero este capullo…
«Vale, Bruce, vale. Puedo autorizar un permiso especial. Estoy dispuesto a hacerlo sólo en tu caso. Considerando la singularidad de las circunstancias.» Toal me escruta con la mirada, como si esperara alguna clase de reacción. Por supuesto, no obtiene ninguna. «Pero encárgate de informar a todos los miembros del equipo de que resuelvan este caso en tu ausencia», continúa, ahora de lo más presuntuoso y autoritario, como si yo no supiera lo que ha hecho cambiar de parecer a este cabrón. Eure-ka. Esa pequeña charla con el Gran Maestre Frank Crozier ha dado sus frutos. Debe de haber puesto en su sitio a Toal. «Gracias, Bob. Lo aprecio.»
Toal conoce la disposición del terreno, ya lo creo. Y más le valdría a Niddrie ofrecerme ese ascenso. Es mi puesto. Ahí lo tienes, so cabrón: unas vacaciones seguidas de un ascenso. Y lo más importante, esa vacaburra de Carole debería ponerse las pilas y ponerse a remolque de la Nave Estelar Bruce Robertson, porque llegará lejos. Y puede que muy pronto haya muy pocos camarotes disponibles en esa embarcación, ¡sobre todo viendo la manera en que los chochos están haciendo fila y no es broma!
Le doy un toque a Bladesey para decirle que nos vamos de vacaciones, después voy en coche hasta la agencia de viajes de Lothian Road, especializada en reservas tardías para ir a la Dam, acompañando con la voz el álbum de debut de Curtis Stigers del mismo nombre del que salieron los singles clásicos «I Wonder Why» y «You're All That Matters To Me». Una pe-riquita mollar con largos cabellos negros ensortijados me resuelve el tema; la única nube en el horizonte es que los vuelos directos están todos ocupados y por tanto habrá que cambiar de avión en Bruselas. La chica me dice que nunca ha estado en Amsterdam.
«Puede que te lleve alguna vez», sonrío, acariciándome la barba de las cinco de la tarde.
Ella me devuelve una sonrisa forzada y sombría. Cuando ya lo tengo todo reservado y confirmado nieva otra vez. Mis zapatos aplastan las bolitas de nieve de plástico mientras vuelvo a meterme en el coche y me dirijo al East End. Aparco en Gayfield Square, al lado de la comisaría local, y después me compro un pollo asado en el Deep Sea que devoro con ferocidad en el portal de Bandparts. Tras eso, voy a Mathers a tomarme una pinta. Cuando voy por la tercera, decido que ni de coña vuelvo hoy a ese cagadero.
Le doy a Bladesey otro toque a la oficina y confirmo que tenemos hecha la reserva. Me planteo llamar a Bunty desde alguna parte, pero no quiero que la puta ate corto a Bladesey porque quiero que el capullín salga de pedo esta noche para celebrar nuestro viaje a la Dam. Se muestra renuente, pero yo le digo que si folla con otra (ya lo estoy viendo), eso le hará sentirse mejor consigo mismo y puede que así le resulte más atractivo a Bunty. Si hubiese la menor posibilidad de que eso ocurriera y diera resultado, no se lo digo ni de coña. En realidad. Ahora empiezo a hablar como ese capullo. En realidad.
Así que me veo con Bladesey en el Guildford y nos trasegamos unas pintas, seguido por un viaje al indio de Hangover Street.1 Bladesey se toma un chicken korma, lo cual es más o menos lo que cabía esperar de un mariquita como él, mientras que yo destrozo ese beef vindaloo1 como si mañana fuera el fin del mundo.
Nos encaminamos hacia el Ritz Ballroom, siendo ésta la noche de los divorciados y separados, esto es: guarras desesperadas por follar. Y allí están en la pista pavoneándose alrededor de sus bolsos mientras se oye a todo trapo el «Uptown Girl» de Billy Joel: todo estrías y patas de gallo y cuellos flaccidos y mi-chelines, pero que le den, sea oveja o cordero, para Bruce Ro-bertson todo es puta carne, sea la semana de Cuaresma o no, ¡cuanta más sangre, mejor!
Así que tomamos asiento, Bladesey y yo, junto a dos gallinas viejas y están por la labor cuando les invitamos a una copa. La morena bajita tiene un aspecto asqueroso, el aspecto de una vacaburra amargada con los hombres; una pseudolesbiana. Probablemente estuviese con algún puto tipo criminal que le daba de palos a la guarra bobalicona y la culpa era suya por no tener ni los sesos ni la personalidad como para buscarse a alguien mejor. Las guarras como ésa no pueden aceptar las verdades senci
1. Juego de palabras que convierte a Hannover Street (la calle de los Hannover, dinastía reinante durante el siglo XVIII) en Hangover Street (la calle Resaca). (N. del T.)
2. En la cocina hindú, los korma son currys (salsas) suaves, mientras que los vindaloo son extremadamente picantes. (NT. del T.)
lias y claras, de modo que con frecuencia se vuelven bolleras. Pero la puta pelirroja esta parece que se anima.
«¿Cómo te llamas?»
«Michelle», dice ella.
«¿De dónde eres, Michelle?»
«Kirkcaldy.»
«Ah, ¿así que eres Michelle the Fifer?»,1 pregunto. La boba se ríe, eructa y después se lleva la mano a la boca. La puta gua-rra va bolinga perdida. Su colega sigue teniendo la cara agriada. No creo que Bladesey tenga demasiado que hacer. «¿Así que tú eres Michelle Fifer? ¿Y tu colega qué? ¿No será Demi Moore?»
«Nah», dice la puta, mientras la pelirroja sigue haciendo risitas. Las mujeres que vienen por aquí están tan próximas al puterío, que es una mera cuestión de detalle. Demi Moore. Semi Hoor. Eso me gusta, Semi Hoor.2
«Pues eres como una semi hoor», le digo.
«¿Qué?», dice ella, pugnando por oír algo por encima de la música de negros que ha reemplazado a Joel. «¡Que eres como Demi Moore!», grito. Mis lisonjas no logran hacer mella en su lésbica amargura.
Bladesey intenta darle palique, pero sólo está quedando como un capullo con sus en realidad esto y en realidad aquello. Decido ir a saco a por la pelirroja. «¿Qué te parecería quedar algún día para salir, para cenar por ejemplo?»
«No, lo siento», dice ella sacudiendo la cabeza. «Venga, podríamos pasárnoslo muy bien», le digo. «¿Cuál es tu número de teléfono?» «Mira, sólo hemos salido a tomar una copa tranquilamente, ¿vale?»
«Sí, claro», digo, echando una mirada desdeñosa en torno a la feria del ganado, «exactamente la clase de sitio donde iría uno a tomarse una copa tranquilamente, ¿eh?»
1. Juego de palabras con el nombre de la actriz Michelle Pfeiffer, cuyo apellido presenta homofonía con Fifer, es decir, alguien natural del antiguo reino escocés de Fife. (N. del T.)
2. Hoor: término Scots cuya versión inglesa es whore («puta»). (N. del T.)
Me pone mala cara, y después se vuelve hacia Semi Hoor. El capullín de Bladesey habla con las dos. Lo único que oigo yo es en realidad esto y en realidad aquello.
Me acerco a la barra a ver si hay algún chocho descarriado por ahí. Le hago un guiño a una chica morena con un vestido verde pero ella se limita a apartar la vista con una expresión que bordea la repugnancia. Eso me hace sentirme bien, así que me echo un chupito de whisky en la barra. Ahora mismo me sentaría muy bien un poco de farlopa.
Hay un tío que se parece al padre Jack, de la serie Father Ted,x y está con una periquita joven de aspecto extranjero. Me pregunto cuánto le costará a ese cochino y viejo cabrón. Me hace pensar que Carole debería andarse con ojo. Estos días resulta muy fácil mejorar las prestaciones de los modelos antiguos con modelos nuevos procedentes del Este. Estuve leyendo en la prensa dominical algo de algún vejestorio que trabajaba para la Junta de Eléctricas que cambió su viejo cacharro por un poco de chochete fresco de primera. Y tampoco estamos hablando necesariamente de una pasta; en algunos casos un anillo de Ratner's y un billete de avión pueden resolver el tema. Por supuesto, ella habrá desaparecido antes de que el anillo se deshaga, pero para entonces ya le has dado rodaje suficiente. La periquita esta que está con el padre Jack sabe lo que hay; refregándose contra él, haciéndole mimos, vendiendo ilusiones además de sexo. Por eso se paga muchísimo más. ¿Realidad virtual? Los ricos hace mogollón de años que la tienen.
Veo que Bladesey sigue profundamente enzarzado en su conversación. Vuelvo y me hago sitio junto a él. «Bladesey, colega, unas palabras…», digo. Se vuelve hacia mí.
«¿Qué pasa, Bruce? Guapas chicas, ¿eh?», sonríe. «Ojo con esas tipas. Ya me parecía que las conocía de alguna parte. Conozco a sus tíos. Escoria. Unos hijos de puta de
2. Serie humorística británica protagonizada por un trío de sacerdotes católicos irlandeses caracterizados por las taras y vicios estereotipados tradicionalmente atribuidos a éstos por los ingleses, entre los que destacan la afición a la bebida y la cortedad de entendederas. (N. del T.)
cuidado. Si te pillan ligando con esas guarras, te darán una paliza que te cagas.»
«¿De verdad? Pero si parecen…»
«Tío, te lo estoy diciendo, joder. Mantente alejado de esa basura.»
Tras eso, Bladesey pierde algo de interés. Las guarras se marchan a bailar juntas, desplazándose de forma pedestre en torno a sus bolsos. «Bruce», dice él, articulando mal, un pelín borracho, «¿te importa que te haga una pregunta?»
«Dispara», salto yo, con la suficiente aspereza como para que no sea demasiado personal.
«¿Qué fue lo que te llevó a ingresar en la policía?»
«¿Que por qué ingresé en la policía?», repito. «Ah, pues tendría que decir que fue por causa de la opresión policial. La había presenciado en mi propia comunidad y decidí que era algo de lo que quería formar parte», sonrío.
Estoy seguro de que la cartera de Bladesey está en el bolsillo de su americana. Cuando se va para el cagadero la saco, retirando el grueso de las doscientas libras que le he visto sacar del cajero antes. Rápidamente coloco de nuevo la cartera en su lugar.
Bladesey regresa y nos marchamos a las ahora húmedas calles. Y sin embargo hace un frío que pela. El viento azota mis labios irritados y creo que uno de mis zapatos de pico empieza a hacer aguas. Señalo con la cabeza hacia un par de chochetes de repuesto que van haciendo camino calle arriba. Parecen bastante jóvenes, pero puede que la pasta les impresione. No hace ningún daño tirarles los tejos.
«¡Qué tal, chicas!», grito.
Se vuelven. Una no está nada mal. De nuevo, la que no me gusta es la de Bladesey. «No demasiado mal», dice la guapa con cautela alegremente desafiante. Me mola de inmediato: alrededor de uno sesenta y cinco, una pequeña nariz respingona y unos labios bien pintados. Siempre es buen indicio cuando la preciosa es la primera en dar pie, porque el feto generalmente se pone a la cola, pues pocos son los callos que se muestran demasiado tiquismiquis con lo que se meten entre piernas.
«¿Adonde vais?»
«No sé…, íbamos a intentar entrar en Jammy's.» Me examina de forma lenta y lasciva. Esta chica ha salido de marcha con intenciones viciosas y le pica demasiado el chichi para mostrarse fría al respecto.
«A mí me parece bien. Pero os digo una cosa, me muero de hambre. ¿A alguien le apetece un curry? Sois bienvenidas si queréis uniros a nosotros», digo señalando a Bladesey con la cabeza. «Invitamos mi amigo y yo.»
«Eh, Bruce…, yo no estoy tan hambriento…, acabamos de tomar un cur…»
«No seas tan maricón, Bladesey. ¡Podrás con otro!»
Vamos al Balti House y hacemos eso precisamente. Este es uno de los garitos de curry de baja estofa. Todos los que están en este lugar son bolingas con gazuza. La comida apenas resultaría comestible si uno estuviera sobrio.
La periquita buenorra tiene ganas sobradas de echar un polvo. Se ríe con todo lo que digo y cuanto más picante me pongo, más descarada es su respuesta. Podría estar sentado aquí toda la noche viéndola llevarse ese tenedor lleno de curry a esos labios rojos. Casi. Está venga a hablar de un curso de hostelería que está haciendo y de cómo quiere abrir un bar-restaurante algún día. El callo no dice nada, aunque parece que ganas no le faltan, incluso aunque Bladesey esté quedando como un capullo con todos sus ums aahs y en realidades. Pero la mía: a ésta me la folio esta noche. No hay cuidado. Las reglas son las mismas.
Tras la cena, hago señal de que nos traigan la cuenta. Cuando llega, el hermano Blades sufre un pequeño shock. «Yo…, yo… no puedo creerlo…, mi cartera… está vacía…, yo…, yo…»
«¡Venga, Cliff, no esperarás que paguen las damas!»
«No…, yo…»
El callo pone mala cara, pero la otra, el polvete, Annalise se llama, dice: «Yo llevo dinero…» «¡No quiero ni oír hablar de ello!», insisto yo, sacando el fajo de Bladesey y montando un gran número con pagar yo.
«No sabéis cuánto lo siento…, yo…», balbucea Bladesey.
Mientras los chochetes se ponen los abrigos le cuchicheo a Bladesey, que está algo apurado: «Te he advertido sobre aquellas putas del Ritz. Los criminales no sólo tienen penes, pueden tener vaginas, Bladesey. Probablemente estarán ahora en algún cagadero de queo de Leith con comida y bebida para llevar: Ten-nent's Super, Babycham y fumeque, suministradas por la generosidad de un tal hermano Clifford Blades.» Le señalo a él y después coloco mis manos extendidas encima de mi cabeza para simular unas orejas de burro. «¡Jiii-aaah! ¡Jiii-aaah!», le rebuzno.
Mando a casa al callo y después a Bladesey, que anda demasiado apurado para darse cuenta de que ella se moría de ganas. Voy por la circunvalación con Annalise. Salgo por una carretera de acceso y tuerzo por una comarcal. «¿Adonde vamos?», pregunta ella. Está un poco preocupada pero, mucho más, intrigada, porque sigue sonriendo. Tras haber flirteado toda la noche, no querrá irse a casa sin pito.
«Un atajo», digo yo, deteniéndome en un aparcamiento abandonado. «¿Sabes por qué los llaman lay-bys?»,1 le pregunto. «Porque cuando te detienes en uno es para follar.»
«¿Qué?» Parece preocupada al verse desprovista del control.
«De acuerdo, nena, deja de enredar, venga: o polla o a pata. Esas son las opciones», digo con un guiño. «Aquí no…», dice hoscamente, «¿no tienes casa?» «No me estás escuchando, Annalise», digo golpeándome el pecho. «O polla o a pata son las opciones.»
«¿Estás casado?», pregunta, mirándome directamente.
La ignoro. «¿Qué va a ser?», insisto. Hay mucho loco suelto por ahí de noche.
Elige sabiamente la primera opción, aunque con un poco de reticencia. «Vale, pues…», dice, mirándome fijamente, como si esperara que dijera alguna otra cosa. Me la acerco y le empujo mi lengua saturada de whisky en la boca. En cuanto empieza a responder y noto el bulto dentro de mis pantalones, le hago un gesto para que se eche en el asiento trasero.
Nos metemos y ella se quita una bota y se baja sus dos gruesas medias y las bragas, sacando una pierna. Me planteo sa
11. Lay-by. Uno de los significados de lay es «acostarse». (NT. del T.)
carie las tetas pero no parece que tenga gran cosa por ahí arriba, así que decido ir directamente a por el plato principal. Le meto el dedo en el coño y, como sospechaba, está tan mojada que podría habérselo metido hasta el codo.
Mis pantalones y calzones se deslizan muslo abajo y el aire caliente de la calefacción del coche da una fuerza extra a los acres gases que proceden de ellos. Tengo la polla sudorosa y me pican los muslos y hay un momento en que pienso que no voy a poder meterla tras la distracción que supone ponerse ese puto condón. No debería haberme molestado, joder. Tras un par de intentos inútiles causados por la cerveza y las limitaciones de espacio, finalmente consigo empalmarme y soltar el chorro después de algunos golpes de riñones. Me he rozado los muslos de mala manera contra sus medias y la tapicería del coche. En esas circunstancias un polvo largo estaba fuera de lugar. Me he puesto un poco ansioso por el alcohol y rae he alegrado sólo de poder correrme.
Annalise saca un kleenex del bolso y se limpia tensamente, a pesar de que yo llevara goma. Eso sí, con lo mojada que iba ella, no es de extrañar que quisiera limpiarse. Mientras me quito la goma y la tiro por la ventana, la veo subirse rápidamente las bragas, las medias y ponerse las botas. Yo me subo los ga-yumbos y los pantalones y volvemos a colocarnos en los asientos delanteros en silencio.
Apenas vuelvo a mirarla, aunque capto su estado de ánimo, de amargo arrepentimiento, mientras la conduzco hasta su casa. Bruce Robertson, un caballero hasta el final.
«Ya nos veremos, nena», digo despidiéndome afectuosamente con la mano mientras sus tacones claquetean sobre el pavimento de Pilrig y me muestra el largo dorso de su abrigo. Pero no se vuelve.
PERDER
Así que Bladesey y yo estamos pontificando sobre la naturaleza de la sodomía. La pequeña guarra de anoche, a ésa tenía que habérmela follado por el culo. Eso sí, me costó un siglo metérsela en el coño. ¡Sabe Dios cómo habría logrado metérsela por la bombonera! De todos modos, fue un poco desperdicio: un chochete por su sitio y con ganas. Tendría que haber permanecido tranquilo y habérmela llevado a casa y haberme tomado mi tiempo. Entonces podría habérmelo hecho con calma durante un buen rato. Aun así, hay otras. Hay una azafata a la que le echaba uno, pero Bladesey está en el asiento del pasillo y en vez de mirarle el culo está hojeando el periódico del vuelo como el gafotas capullín que es.
El problema de Bladesey es que intenta intelectualizarlo todo. Eso no se puede hacer con el folleteo. O la metes en el agujero o no. «El sexo anal heterosexual no presupone necesariamente una actitud misógina», dice en voz baja. «Es sólo una actividad libre de juicios de valor y mutuamente consentida entre dos partes. Sí, lleva asociada una carga cultural misógina, como en las letras de rap, pero es en esencia neutral. Lo que la gente le asocie es cosa suya. Leí en uno de los Cosmos de Bunty que el veinte por ciento de las parejas heterosexuales practican el sexo anal, mientras que en el caso de las parejas homosexuales sólo lo practica el cincuenta por ciento…»
«¿Eh?», pregunto. «¿Me estás diciendo que la mitad de los maricones no se dan por culo unos a otros? ¡A mí eso me suena a vacile!»
Bladesey tiene aspecto nervioso y asustadizo. «Baja la voz, Robbo. Sólo te estoy contando lo que dice el artículo.»
«Escucha, Bladesey, eso no me lo creo ni por un segundo. Y te diré una cosa sobre todos esos negratas y sus putas letras de rap, toda esa música celestial sobre tirarse periquitas y apiolar cerdos, ¡sólo son deseos piadosos y nada más!»
«¿Las fantasías de poder de los desposeídos?», sonríe Bladesey, bajándose las gafas hasta la punta de la nariz. Es un tipo raro el hermano Blades, ya lo creo.
Eso sí, aquí encaja bien, porque en este avión hay un montón de inadaptados de cuidado. Hay un par de payasos delante de mí, vestidos de forma idéntica, con trajes azul oscuro, corbatas y maletines. Que le den a viajar maqueado de esa manera; vaya par de putos pavos.
Me vuelvo hacia Bladesey. Éste es mi colega para el viaje, que Dios nos asista. Será mejor que haga todo lo que pueda con el material de mala calidad de que dispongo e intente ponerle los puntos sobre las íes a este capullo lamentable. «El gángster rap es un montón de mierda. Qué gángsters ni qué hostias, es todo un puto montaje. Si eres un gángster de verdad, lo último que haces es dedicarte a pasar el tiempo en estudios de grabación. ¿Pasaba Al Capone el tiempo en un estudio de grabación? ¡Y una mierda! Pasaba el tiempo siendo gángster. Espera a que el rap llegue a Escocia. Todos los capu-llines embobaos que han estado en dos o tres partidos en Eas-ter Road con un par de casuals se pondrán a hacer discos de rap.»
«¿Pero no crees que esos tipos de América a los que les pegaron un tiro tenían conexiones mañosas?»
«Puede que sí. Pero la verdad es que somos los llamados cerdos los que liquidamos a los negratas. Cuando yo estaba en la Met siempre era temporada para los morenos. Lo mismo en Nueva Gales del Sur. Para nosotros, los aborígenes y los pakis eran siempre presas legítimas. Si se llevara un marcador con las cuentas de cerdos apiolados contra negratas liquidados, nosotros iríamos muy por delante. Por lo que respecta al folleteo, en alguna parte leí que había diez veces más posibilidades de que una periquita blanca haga una mamada que una negra. Así que toda esa mierda del rap no son más que fantasías de negritos.»
«A menos que sean las mujeres blancas las que estén haciéndoselo a ellos», se ríe Bladesey.
Eso me saca de quicio. «Sólo una guarra que no esté bien de la cabeza, que sea una enferma y una jodida viciosa miraría a un moreno», le digo.
«Pero tú, eh, has disfrutado de relaciones con damas de distintas procedencias raciales», cuchichea Bladesey.
Veo a la azafata y le hago un gesto para que me traiga otro whisky. Si bebes whisky nunca tendrás la solitaria. Quememos al enemigo interior. «Me he follado a putas de distintos colores. Eso es distinto, Bladesey; estamos hablando del derecho inalienable del escocés cuando se encuentra en el extranjero: ¡follarse a las putas por el ojete! Somos una raza dispersa. Slhinte!»1 Levanto mi vaso.
«¿Le importa?»
Una voz a mis espaldas. Me vuelvo y veo a un capullo en-gominado de dientes prominentes. «¿Qué?», digo, mirándole fijamente. «Si tienen que hablar de semejantes porquerías, les agrade
cería que bajaran la voz. Hay mujeres y crios que pueden oírles…», dice señalando con la cabeza a una chiquilla de aspecto furtivo y un ama de casa abochornada.
¿Porquerías? Ya le daré yo putas porquerías a este capullo.
1. Véase nota de página 57. (N. del T.)
Este cabrón no ha visto porquerías en su vida. «¿Me lo pides o me lo dices?», repito lenta y enfáticamente.
«¿Qué?», dice él.
«Terry», dice la mujer, tirándole de la manga.
«Eh, Bruce…, creo que en realidad, eh…» Bladesey se está cagando. «Se lo estoy pidiendo con educación…, pero si no bajan la voz llamaré a la azafata…» Yo sonrío y me encojo de hombros. «Muy bien. Lo siento si les hemos ofendido. Siempre y cuando me lo pidan.»
Me doy la vuelta y aprieto el apoyabrazos hasta que los nudillos se me ponen blancos. «Ya le enseñaré yo a ese cabrón», le espeto a Bladesey. «Escucha lo que te digo, hermano Blades.»
«Déjalo, Bruce…»
El resto del viaje transcurre sin incidentes y tomamos tierra en Bruselas. Bladesey y yo tenemos una hora que matar antes del vuelo de enlace con Schipol. Cambio algo de dinero y me voy al bar a meterme un par de pintas de Stella. Uno se siente como un millonario con los francos belgas esos, pero no valen una mierda.
Veo que los tarados esos del traje y la corbata que iban delante de nosotros en el avión se han sentado y están tomándose una cerveza.
Entonces sigo con la vista a ese capullo grasiento y bocazas, el gilipollas que me ha echado la reprimenda en el avión, Mis-ter Familia Feliz. Está solo, se dirige a mear. Me levanto.
«¿Adonde vas?», pregunta Bladesey, algo alarmado. «Negocios», le digo yo. El levanta una ceja en señal de exasperación.
Sigo al listillo a los wateres. Sólo estamos él y yo. Le dejo mear y sacudírsela antes de volverse para encararse conmigo. Durante un instante parece perplejo, después su cara se retuerce al reconocerme. «Tú…», dice con desprecio, dejando caer las manos junto a los costados. «Si has venido a buscar problemas…»
Un poco cowboy el capullo este. Estupendo.
«Puedo asegurarle, señor, que lo último que quiero son problemas. Quiero tener la oportunidad de darle explicaciones.» Saco mi carné. «Inspector Robertson, de la policía de Edimburgo y Lothian», digo con rapidez. Bueno, pronto seré inspector.
«¿Qué significa esto?», dice con una leve nota de pánico en la voz.
«Señor, estoy dividido entre retorcerle el pescuezo y estrecharle la mano. Estrecharle la mano porque yo también soy un hombre de familia y tenía usted razón al protestar contra mis repugnantes y toscas palabras. Retorcerle el pescuezo porque estaba trabajando clandestinamente en conjunción con mis colegas holandeses. Mi puerca conversación era un intento de atraer a los dos hombres que estaban sentados delante de mí. ¿Sabe usted algo acerca de la pornografía infantil, señor?»
Inclina la cabeza con un gesto de incomprensión.
«¿Los vídeos snuff?», pregunto yo.
«No…, yo…»
«Cuando desaparecen niños pequeños de las calles en Gran Bretaña, pasan las últimas horas de sus miserables vidas entre abusos y torturas en almacenes y granjas abandonadas. Todo ello se graba en vídeo para el negocio del porno en el continente; Amsterdam, Hamburgo, etcétera. Allí es donde se dirigían los dos bicharracos que iban delante de mí con sus mercancías.»
«Quiere decir… que aquellos señores de traje eran…»
Inclino sombríamente la cabeza. «Habíamos planeado tratar de trabar relación con esos monstruos para destapar su operación. Hemos tenido que recurrir a esa charla obscena para intentar situarnos en su onda, para establecer contacto. Yo veía que estaban a punto de comunicarse con nosotros cuando, de repente, aparece un miembro bien intencionado pero equivocado del público…»
El idiota se me queda mirando un rato. «Ay Dios mío…, qué he hecho, inspector…»
«No ha ayudado usted a nuestra causa, hay que decirlo.»
«¿Hay algo que pueda hacer para ayudar? ¡Lo que sea!»
«Señor, he venido aquí a disculparme como marido y padre por mi lenguaje en el avión. El lenguaje que me he visto obligado a emplear en esta investigación. No le pido asistencia alguna en un asunto que compete a la policía. Quiero que sepa que detesto haber hablado de esa forma, especialmente delante de su esposa y su hija, pero si hubiese visto usted esos vídeos, visto cómo degradan a esas criaturas, cómo les hacen sufrir… Llevo en el cuerpo un buen montón de años. Siento gran convicción de que hay que pillar a esos hijos de puta. ¡Haré lo que sea para atraparles!»
«Quiero ayudar. Por favor, inspector…»
«Quizá haya una cosa que podría usted hacer…, no, no puedo pedírselo, es escandaloso.»
«¡No, insisto! ¡Debí haberlo pensado!»
«Usted no debía saberlo, señor», digo sacudiendo la cabeza.
«Sí…, pero he echado a perder su tapadera.»
«La situación no es irremediable. Aún podemos pillarles.»
«¡Sí, y yo quiero ayudar!»
Enarco las cejas y exhalo. Entra otro tío a los servicios, así que llevo a mi hombre a las pilas y bajo la voz. «Escuche, señor, es evidente que es usted un buen ciudadano, pero esto es de alto riesgo. Lo que ha sucedido en el avión me ha convertido en el centro de atención. Lo que tiene que producirse es otro altercado de alguna clase. Señor, le voy a pedir que entre en ese bar y les monte una gorda a esos hijos de puta. Llámelos de todo, dígale al mundo entero lo que son. Entonces quedarán descompuestos, furtivos y ansiosos de amigos. Yo estaré a mano para congraciarme con ellos. Su tapadera se habrá echado a perder y se volverán descuidados», sonrío de forma macabra, mirando a mi amigo a los ojos. «¿Tiene usted las agallas necesarias, señor?»
«Oh, por eso no se preocupe, inspector. Ya lo creo que tengo las agallas. ¡Le enseñaré a esa escoria inhumana de qué va la cosa!»
Entro en el bar con el tío. Veo a los empresarios sentados y tomándose una copa. Me aparto y me acerco paseando despacio hasta el kiosco de prensa que hay junto a la librería y observo parapetado tras él. El pequeño hijo de puta va directamente hacia su mesa y se inclina sobre ella, apoyando los nudillos encima.
«¿Cómo va el negocio?», pregunta.
«¿Qué?»
«¡Os pregunto que como va vuestro asqueroso negocio, cochino par de animales! ¿Cómo va, eh?», le trona a los empresarios el capullín engominao, «¿Eh? ¡Los dos! ¡Ah, claro, ya sé a qué jugáis!»
«¿Qué es todo esto?…, ¿qué quiere?…», le pregunta uno de los tíos. Todo el mundo les mira. La mujer del tío se acerca. «Terry», grita, «¿qué es lo que pasa?» «No sé a qué viene esto. ¿Quién es este hombre?» Uno de los trajeaos parece petrificado del shock. «Esta gente», escupe él, «son unos cochinos guarros hijos de puta…» «No sé de qué está usted hablando…, estamos haciendo un viaje de negocios…»
«Ah, ¿es así como lo llamáis? ¿Así es como llamáis a hacer esos putos vídeos? ¡Traficantes porno! ¡PORNÓGRAFOS INFANTILES!» Mira a su alrededor y señala a los dos empresarios. Entonces coge a uno de los tíos por las solapas y el otro se pone en pie y le empuja. Aparecen dos tíos de seguridad en un santiamén que agarran al tarado y se lo llevan con un brazo tras la espalda, al estilo policía.
«¡Terry!», chilla su mujer. El se vuelve hacia ella y cruza brevemente su mirada con la mía alegando: «Ese hombre te lo explicará, es un agente de policía…»
«Lo siento», le digo a uno de los guardias, «este tío está un poco majareta. Se ha metido conmigo en el avión. Parece un pelín trastornado» digo tocándome la cabeza.
Los de seguridad del aeropuerto se llevan a rastras al payaso protestón y aturdido, mientras su atónita mujer les sigue con la criatura, que ahora está chillando. Bladesey se acerca, tratando de averiguar lo que pasa.
«No hay tiempo que perder, hermano Blades, es la hora de nuestro vuelo de enlace con la Dam», le informo. «Sabes, Bladesey, anda cada majareta suelto por ahí.»
Hace demasiado frío para llevar zapatos, especialmente mocasines, pero para ir de putas hay que vestir apropiadamente y no habría manera de aguantar el agobio insoportable de unas botas de cordones. Pese al fresco, el mero sonido y la sensación de mis suelas sobre los adoquines de las calles bastan para que casi me empalme.
Me he metido en un cine y he pagado por una cabina de tecnología punta. La luz verde está apagada y la roja encendida. Estoy cómodo. No está mal la película, una tentativa de ciencia ficción sobre dos bolleras extraterrestres que raptan a nubiles colegialas vírgenes de una ciudad americana de los colegios, las discos, a la salida de los centros comerciales etc., y las convierten al lesbianismo a base de actos sexuales reiterados. El plan a largo plazo de las astutas bolleras alienígenas es hacer superfluos a los hombres y convertir la Tierra en un planeta lésbico gobernado, por supuesto, por ellas. Un detective semental y su equipo de atletas sexuales tienen que salvar a las jóvenes colegialas del tortilleo y devolverlas al buen camino a través del poder de sus pollas. Al final, tras haber retrotraído a las colegialas a la heterosexualidad a base de follárselas, el estupendo detective se enfrenta al mayor de sus desafíos en una refriega con las lesbis cósmicas y sus superpoderes. Tiene que hacer que se pasen al otro bando. Resulta ser un final feliz para todos. Las chicas espaciales descubren que adoran las pollas, pero el poli admite que el lesbianismo excita a los hombres, siempre que las mujeres sean bien parecidas y ellos puedan mirar. Así que deciden unir sus fuerzas y exterminar a todos los hombres homosexuales.
Una película muy por su sitio, y sienta bien ver una película tan políticamente correcta. Puedo sintonizar. Las colegialas están todas buenas y las bolleras espaciales impresionantes que te cagas. Me tienta hacerme una manóla pero necesito mantener lleno el depósito para una ocupación tan seria como ir de putas.
Así que voy mirando los escaparates del barrio chino en busca de una prosti idónea. Cerca del Oíd Kirk no hay más que negrazas gordas y en este momento eso no me vale. Después me topo con un callejón lleno de chicas thailandesas, algunas con largos rostros chupados, que son, evidentemente, chicos reconstruidos. Pero ahora mismo, tras ese vídeo, tiene que ser chochete blanco de primera. Rubio además, como en la película.
Delante de mí hay un gordo cabrón poniéndose hasta el culo de patatas con mayonesa y pienso que eso no me vendría mal, carbohidratos para la energía sexual. Mi loción para después del afeitado hace que me pique la cara al contacto con el fresco aire nocturno. Me he dado un buen afeitado en el Hotel Cok City, el cual resulta ideal, con todas las amenidades, incluida la televisión por cable holandesa con canal erótico incorporado. En todos los demás países, eso hay que pagarlo. ¡Que le den! Estos cabrones holandeses lo tienen claro: el sexo y las drogas hay que sacarlos a la luz pública y dejar que la gente los compre. Pero nunca funcionaría en Gran Bretaña, hay demasiados capullos tristes que lo estropearían para todos los demás. Como los turistas que hay aquí. Llego a mi callejón favorito y delante de mí hay un enjambre de chiquillos obscenos dándole al pico. Uno de los gilipollas bocazas está negociando con un ángel que me vendría ideal y me entran ganas de romperle al cabrón la cabeza y lanzarme a la habitación con ella.
Paso de largo, y una chica me sonríe y me guiña el ojo, al estilo bollera espacial, pero la dejo atrás pues necesito inspeccionar la mercancía. Quizá esté un poco demasiado vieja y gorda para ser una auténtica lesbiana espacial. Aquí empieza a haber demasiado ajetreo. A lo mejor visito el Pijp mañana. Me dio la pista un holandés al que conocí aquí el año pasado: un viaje de veinte minutos en tranvía desde el centro de la ciudad, donde los lugareños hacen sus compras, y los lugareños siempre saben dónde encontrar las gangas.
Veo a otra pequeña zorra, pero demasiado morena; no obstante, la guardo mentalmente en el archivo de folladas para mañana. Una enorme guarra me hace señas con el dedo mientras está sentada con una lencería horrible en su silla, pero de repente, unas puertas más abajo, una escoria gorda y grasienta es excretada a la calle y tras él una visión. Ella me vendrá muy bien. Vuelve a entrar y me dice: «Un minuto, por favor.»
Es evidente que va a lavarse el coño y tal, lo cual a mí me parece perfecto porque quiero que todo rastro de ese gordo gra-siento quede borrado. Pienso en Bladesey, sentado en la habitación o en un restaurante italiano a su bola, con aspecto de lo que es: un inadaptado social. O quizá el hijo de puta esté dando botes encima de una de esas gordas putas negras ahora mismo, o haciendo que le den unos azotes en su sudoroso culete mientras besa el tacón de la bota de cuero negro de una nueva ama.
Ojalá fuera astronauta. Ella me hace seña de pasar a sus aposentos: luz roja, cubrecama rojo y tumbona roja. Hay una copia de Los girasoles de Van Gogh en la pared, lo que le añade un agradable toque hogareño.
«No puedo besarte», sonríe ella, «son las normas.» Se encoge de hombros coquetamente.
Yo me quito los avíos y extiendo la ropa, chaqueta, jersey, camisa, y pantalones sobre la tumbona, mientras ella se sienta sobre la cama. Ella sonríe y se reclina de una forma bastante elegante y sus caricias son superfluas, pues ya la tengo dura. Me coloca el condón y se tumba de espaldas mientras yo me coloco encima de ella y se la meto y empiezo a echarle un clavo.
Vale, nena, vamos a coger este cohete hasta Urano.
Esta puta es perfecta, y encima sabe actuar. Ni de coña le va la historia, pero uno casi la cree. Una formación de escuela de teatro debería ser obligatoria para todas las putas. Mientras yo vacío la tubería, ella interpreta un fantástico gemido histriónico acompañado de un elogioso «ohhh, es tan hermoso, cariño…»
«Tienes que volver», me dice mientras me visto. «¿Cuánto tiempo vas a estar aquí?»
«Algunos días», le digo. Es una buena puta, ya lo creo, una verdadera profesional. No hay necesidad alguna de que mantenga la fachada del interés ahora que se han intercambiado los contratos; hasta en esta época del año es un mercado de los vendedores, pero esta chica tiene su orgullo profesional.
«¡Pues vuelve corriendo! ¡Vuelve a correrte aquí!», se ríe.
«Eso haré», sonrío, y salgo al estrecho y ajetreado pasaje, molesto por verme rodeado de hombres vociferantes y sudorosos tras haber estado con una mujer fría y serena. Es como trasladarse del cielo al infierno con sólo abrir una puerta. Aquí fuera hace un frío que pela y sobre los adoquines ha caído una lluvia torrencial. Jamás pensaría uno que esto está más al sur que el sitio de donde yo vengo. A la mierda: no estoy aquí por el clima, además en el coño de una puta hace calor de sobra.
De repente me encuentro agrupado en el callejón con el mismo grupo de muchachos insolentes y subnormales que he visto antes, bromeando y dando voces. Conecto disimulada-mente con las costillas de uno de ellos, que se queda sin aliento y doblado sobre sí mismo mientras yo me abro paso entre la multitud, escabulléndonie. Oigo a su amigúete preguntándole: «¿Qué pasa, Mick? ¿Qué pasa?» Pero este tarado medio memo está demasiado inmovilizado y confuso como para deducirlo y para entonces ya estoy muy lejos, con la piel erizada de emoción y satisfacción. Es la sensación esa de primera línea; ese su-bidón de cuando estás frente a un piquete o en un gran partido y tienes tu porra y tu escudo y toda la fuerza del Estado res
paldándote y te estás mentalizando para apalear a la insolente escoria tarada que cuestiona las cosas con sus bocazas y sus malos modales hasta convertirlos en la papilla doliente que tanto se merecen ser. Vivimos en una gran sociedad.
Los odio a todos, a esa sección de las clases trabajadoras que no hacen lo que se les dice: criminales, tarados, negros, matones, me importa un cojón, a fin de cuentas se resume en una sola cosa: algo que machacar. Sí, puede que ya esté un poco mayor para esa chirriante mierda de la primera línea, pero lo que sigo adorando, y siempre lo haré, es el viejo dos contra uno con un montón de escoria en la sala de interrogatorios. La guerra psicológica, mucho más satisfactoria. Cuanto más difícil es quebrarlos, más gratificante resulta. Estás otra vez en el territorio de los juegos.
Como la siguiente puta que me encuentro después de haberme tomado una cerveza y un whisky en un brown bar.1 Estoy venga a bombear encima de ella y ella limitándose a aguantarlo. Buena chica. La imaginería de las bolleras espaciales sigue viva en mi cabeza y suelto mi chorro rápidamente. Mientras me visto le pregunto si quiere ganar algo de pasta gansa.
«Ya lo hago», dice arrogantemente, pero la luz de la avaricia calculadora de toda puta se ilumina en sus ojos y cuando estoy de vuelta en mi habitación del hotel ella también aparece nada más terminar su turno de mañana.
Sí, es cara, sobre todo una sesión diurna, pero para eso están las horas extra, para cubrir ese tipo de gastos. ¡Gracias de la hostia al formulario OTA 1-7!
Esta chica estudia en la Universidad de Amsterdam. Seis años de educación superior les proporciona el Estado a estos capullos mimados. Hace la calle porque se ha cambiado de Filología Inglesa a Sociología y de Filosofía a Cinematografía, derrochando seis años de beca. Eso es lo que tendrían que obligar a hacer a todas las estudiantes de nuestras universidades: prostituirse para conseguir el dinero de la beca. Ahora que lo pienso,
1. Establecimientos así denominados por el predominio del color marrón en el decorado. (N. del T.)
eso es lo que algunas de ellas se ven obligadas a hacer. Hurra por el mercado libre.
Esta pequeña de aquí ha convenido en que me la folle por el culo, con gran renuencia, pues no para de largar conque si el sida y que no tiene condones extrarresistentes. Tanto mejor, yo no habría sido capaz de sentir nada. Pero es muy atlética, lo veo por la forma en que se agacha sobre el respaldo de la silla. Se me resecan los labios cuando veo tensarse la fibra de la parte trasera de sus piernas con esos tacones altos y me pongo más duro que una piedra. Le he dado una buena mano de grasa a la caña, pero lo tiene bastante prieto. Pero una vez que consigo entrar, empieza a deslizarse hacia dentro. Me doy cuenta de que está un poco dolorida porque hace unos ruidos siseantes y se le tensan los músculos de la espalda, pero probablemente es porque la muy puta está gozando con cada segundo.
«Para, por favor, para un minuto», dice algo picajosa, y empieza a desplazar su peso, reajustándose, tratando de hallar más espacio en su interior, y yo estoy aquí de vuelta en el planeta Tierra, enviando esta sonda, que utilizo para detectar señales de vida alienígena en su interior, en el interior de esta bollera espacial, sí esta superbollera espacial, como la vida alienígena en mi interior no no no que esta puta lesbiana espacial que ha follado por todo el universo pero a la que nunca se han follado así y le encántale… «Uugghhh…»
Suelto mi puta carga dentro del condón que tiene metido en el culo. El culo de esta guarra me aferra la polla y mientras la libero ella sigue sin ceder el condón. Ella se lo saca de su propio recto. En el extremo hay puntitas de mierda. Pero mi pito está tan limpio como un espejo. Menos mal, joder con el cochino pendón de los países bajos.
Pago a la puta y le digo que se vaya a tomar por culo y que me deje en paz. Caigo sobre la cama y me quedo durmiendo plácidamente durante aproximadamente media hora. Cuando despierto, me siento solo y deprimido y asalto el minibar. Después de un par de whiskies voy a llamar a Bladesey, pero está fuera. Capullín atontolinao. A punto estoy de llamar a Bunty, cosa que hago con una tarjeta desde la cabina que hay en la calle.
«¡Qué tal, Coontay!»1
«¡Déjame en paz!»
«¿Me echas de menos? Le he estado hablando de ti al pequeño Frank. ¡Quiere lamerte el coño, en serio!» Bajo la voz y digo como sin aliento: «No es verdad»… Después vuelvo a ponerme nasal: «¡Sí que quieres!»
«¡DÉJAME EN PAZ!», grita la muy puta, colgando de golpe el teléfono.
Vuelvo al hotel y subo a mi habitación, donde miro el Cartoon Channel y hago unas risillas. Estoy un pelín decepcionado de que Bunty se haya mostrado incapaz de seguir mis consejos y darme un poco de diversión. Probablemente se sienta vulnerable ahora que el supermacho Bladesey está fuera. ¡Ja! De todas formas, pronto llega la hora de darle a la priva, pues oigo al mismo que viste y calza volviendo a su habitación, al lado.
«¿Todo bien, Clifford, hijo?», sonrío, «¿has estado de putas un poquito?»
Sonríe tímidamente: «Eh, en realidad no… He ido al Rijks-museum y he visto el Nichtwacht de Rembrandt…, un cuadro asombroso.»
«¿Sale algún polvo?»
«Eh, no…, no es una película, es…»
«¡Ya sé lo que es, joder! ¡Sé quién es el Rembrandt de los huevos!», digo señalándome a mí mismo. Vaya morro que tiene el capullín; se cree muy listo. No sabe una puta mierda. Es un gran cero a la izquierda.
Salimos de traca y cometo el error de permitir que Bladesey le pegue un toque a Bunty. Me intrigaba saber si mi andanada desde el otro lado del charco le había afectado. Mala jugada. Incluso desde el taburete, viendo la parte trasera de la cabeza de Bladesey y el enrojecimiento de su cuello, me doy cuenta de que la cosa va fatal.
1. Juego de palabras mediante la combinación de la pronunciación mancheste-riana de Bunty y la sustitución de la primera consonante por una C. Cunt significa «cono». (N. del T.)
Él está destrozado cuando cuelga. El capullo está temblando. «Bruce», jadea, «creo que en realidad voy a tener que volver… Bunty está trastornada, el de las llamadas ha vuelto a las andadas. Nunca debí dejarla…»
«¡Ni hablar! ¡Son tus putas vacaciones!»
«Quiere que le dé el teléfono del hotel. Se piensa que estoy en Scarborough. Más o menos tuve que comprometerme a volver…»
«¡Ni hablar!»
«No sé qué hacer…» Se coge la cabeza entre las manos.
Dejo caer mi brazo rígidamente alrededor de su hombro. «Te está amargando la vida, eh, colega.»
«No parece que consiga hacer nada a derechas», gimotea, «o estoy por en medio si estoy allí, o la tengo abandonada si estoy fuera…, lo único que hace Craig es poner mala cara y poner esa puta música tecno…, ¿qué es lo que espera de mí, Bruce? ¿Cómo espera que sea?»
«Bladesey, escucha. Soy tu colega, y los colegas se apoyan unos a otros. Te diré exactamente lo que va a pasar…»
«Tengo que volver…», empieza él.
Miro sus ojos grandes y asustados. «Tú y yo», sonrío, «nos vamos a ir de putas. Vas a poner en marcha esa puta manguera otra vez», digo señalándole la entrepierna. «Vamos a hacer que te sientas guay del Paraguay respecto de un tal hermano Clif-ford Blades. Y cuando retornes pavoneándote a esa casa de Corstorphine, lo primero que vas a hacer es agarrarla y darle», sonrío malévolamente sacando el dedo corazón, «con el badajo este. Y te diré algo, colega, estará tan mojada que se le abrirán los labios del coño para ti como el Mar Rojo lo hizo para Moisés. Pronto tendrás que quitártela de encima a palos», digo, y después vuelvo a señalarle la entrepierna, «con ese palo de ahí.»
«¿De verdad crees que eso me hará algún bien?» «Mismas reglas, colega», asiento con malicia, «mismas reglas.» Me vuelvo hacia el camarero: «Lo mismo otra vez, amigo.» No pienso tolerar ni una palabra más de este lamentable perdedor acerca de volver a casa.
Me encanta
La cabeza me da vueltas. Es como si Bruce estuviera aquí conmigo. Pronto. Es hora de salir. Sólo voy a dar una vuelta, mamá. Dile a Stacey que no tardaré. Chao. El bar es grande, ideal para observar a las personas. Tiene
muchos sitios donde esconderse.
Aquí sentada, aquí sola, recuerdo cuando conocí a los padres de Bruce. Eran buena gente, de un pueblo minero de Midlothian. Eso fue antes de que los corrompiera el Scargill ese, que dividió a las familias y volvió a todo el mundo en contra de los demás. Pero Bruce no les guarda ningún rencor, aunque fueron crueles con él y le rechazaron, a su propio hijo. Pero eso es lo que busca esa gente: dividir a la familia. A ellos no les parece importante, pero tal y como veo yo las cosas, si no tienes familia no tienes nada. Bruce también lo ve así. Resulta tan inoportuno que Stacey dijera esas cosas tan horribles, pero no culpamos a nuestra chiquita, todos los niños pasan por una fase en la que dicen mentirijillas bobas. En el caso de Stacey creo que son las malas compañías con las que anda en ese colegio.
De todos modos, he de decir que estoy hecha un bombón y sé por las miradas que me está echando el tío ese de detrás de la barra que él piensa lo mismo. Bien, amigo mío, ¡puedes mirar pero no tocar! Me he puesto los tacones, esta blusa de seda y mi falda plisada. Me miro en el espejo. No está mal, Carole. No está mal.
Sé lo que estarán pensando; una mujer bebiendo a solas. Piensan que soy una prostituta o una mujer fácil. Lo único que hago es enfrentarles con su propio deseo. Eso es lo que no soportan.
Me desean.
Todos esos hombres, todos desean a Carole Robertson.
Pero sólo hay un hombre que puede poseerme, aunque si él quiere que me entregue a otro hombre, lo haré, pero sólo por él. No querría que me entregara a ninguno de los hombres que hay en este bar.
Ya he dejado las cosas claras, muchachos, y ahora me marcho a ver a mi hija. Soy una buena madre y una buena esposa.
Todos las miradas se centran en mí mientras abandono el bar. He dejado las cosas claras.
Fuera tengo la vista borrosa. Es como si todas las señales de las tiendas y de publicidad estuvieran escritas en una lengua extranjera. Aquí no me siento segura. Tengo que ir donde me siento segura.
«Sí, pero te diré una cosa, Bladesey, no pienso bajar a tomar esa mierda de desayuno continental. ¿Queso, jamón y panecillos? Que le den. Hay un café británico en el Haarlemer-weg. Vamos allí.»
Subimos por el Singel, notando cómo el vigorizante aire disipa las telarañas matinales, y entramos en Barney's Breakfast Bar. Está lleno de puta basura estudiantil y costrosa de bajo presupuesto, así que me deleito exhibiendo mi fajo mientras pido de todo: beicon, huevos, salchicha, tomate, champiñón, black pudding, tostadas y té.
«Ayer desapareciste sin previo aviso, Bruce», me reprende Bladesey. «¿Conociste a alguna dama interesante?» «Pues sí, a decir verdad. Conocí a una chávala escocesa en un bar. Era muy agradable.»
«¿Era, eh…, una, ya sabes…, una dama de la noche?»
Miro con gran irritación a este mísero desastre que de algún modo ha logrado introducirse en mi vida. «No. No lo era. ¿Crees que no puedo conocer a nadie salvo a una puta? ¿Es eso lo que crees?»
«No…, en absoluto…», balbucea en tono de excusa. Me yergo en la silla. Será mejor que le aclare las cosas a este capullo de una vez por todas. «Pues te diré una cosa, colega: yo
me he cepillado más chochetes que tú comidas calientes. Y hablo de chochetes de calidad, además. Potorro de primera. Y no me estoy remontando tanto. No te pienses que porque folle con putas por cuestión de comodidad tenga que pagar por follar. No vayas a pensar eso», le digo al muy caradura.
«No sabes lo mucho que lo siento, Bruce…, no he querido ofenderte. Me has malinterpretado. Sólo supuse que, ya sabes, estando en Amsterdam…»
«Pues supusiste mal», le informo bruscamente, liando un gran petardo de skunk1 y encendiéndolo mientras llega nuestro desayuno.
Comemos en silencio y dejo al capullín con sus museos y sus galerías. Yo me voy a por pornografía y drogas. Me dirijo al barrio chino y un sacomierda de aspecto lánguido me espeta: «Vídeo show. Resultará ins-truc-ti-vo.»
Noto cómo el resentimiento se me acumula en el pecho. Un semiborrachín, de pie en mitad del frío trabajando por una golosina, pensando que podría formar parte del proceso de instruirme a mí, en cualquier modo o manera. Me detengo y le miro lentamente de arriba abajo, y me doy cuenta de que eso le amilana.
«Vídeo show…», repite de forma más cautelosa.
«¿Vale la pena?», salto yo en modalidad poli.
«Es el mejor.»
Miro la señal de £25 a sus espaldas. «Por veinticinco florines más vale que lo sea. De lo contrario, volveré con refuerzos. ¿Entendido?» El levanta las manos en el aire. «Eh, tranqui, tío. Esto es
Amsterdam. Es el mejor vídeo show que verás jamás.»
«Esperemos que así sea.»
Entro y le pago veinticinco florines a una atolondrada gua-rra mascachicles que evidentemente es de la vida y está pensando en la pasta gansa que ganará luego poniéndose en horizontal. Entro en lo que resulta ser una sala de cine de las antiguas
1. Variedad de cannabis desarrollada en Holanda y que goza de gran reputación entre los consumidores de cáñamo. (N. del T.)
en lugar de una serie de cabinas que funcionan con monedas. Está medio llena y el show empieza puntualmente. No hay intimidad para meneársela, pero eso no detiene a un vejestorio que hay a mi lado, que tiene la polla fuera y metida en un pañuelo y está venga a cascársela en cuanto dos tíos empiezan a meter mano y follarse en un ascensor que han parado entre dos pisos a la primera actriz vestida para matar, que se parece a Victoria Principal, la de Dallas. Intento concentrarme en el vídeo pero la calidad de la fotografía es mala y me distraen los gemidos del capullo del viejo.
Sin embargo, enseguida se pasa a una loca secuencia en una fiesta de oficina, donde todo el mundo folla como loco. Pienso en los chochetes por los que voy a ir en nuestras fiestas de oficina estas Navidades: primero la periquita oficinista joven esa, después Fulton, y por supuesto, ese putón de la Reina de los Paquetes y hasta Drummond, joder, si estoy lo bastante desesperado. Noto cómo se me va la mano hacia el bulto de los pantalones, pero después de darme unos apretones en el glande unas cuantas veces, demuestro mi fuerza de voluntad, apretando los dientes y dejándolo. No tiene ningún sentido agotar el generador en estos momentos.
Después de curiosear por algunos sex-shops intento en vano encontrar una puta que se le parezca, que se parezca a mi chica. Llevo sus bragas conmigo en el bolsillo desde anoche. No encuentro a nadie. Me estoy frustrando y la cosa sólo puede empeorar. Decido ir a tomarme una copa y me propongo intentar encontrar una que no se parezca a ella en nada. Esa táctica funciona porque de inmediato todas las habitaciones que dan a las grises calles adoquinadas parecen ofrecer infinitas posibilidades. Encuentro a una chica prometedora. Tiene cabellos rojos y una cara llena de marcas de pústulas. Me suelta el viejo rollo, esta vez sin encanto alguno, sobre que no besa. Me entran ganas de decirle que no tengo absolutamente ningún deseo de besar su careto marcado por las pústulas, pues ya llevo los labios suficientemente agrietados por el frío tal como están las cosas. Se desnuda y me la menea un rato, tratando de insuflarle algo de vida a mi polla, y sólo me empalmo cuando miro su piel marcada por las pústulas. Como las demás putas de por aquí, mi sarpullido y mi eczema no parecen preocuparle, aunque con una piel como la suya cabe suponer que simpatice.
Cuando me la folio se pone a soltar todos los Aaay cariños, qué mojada estoy…, aay qué bienes…, y toda esa mierda, cosa con la que disfruto. De nuevo, está bien que se enorgullezca de hacer bien su trabajo y se esfuerce. Indudablemente, la vieja Amsterdam es la capital del puterío mundial. Pero a ésta, después de soltarle el moco en la goma, los mortecinos ojos de puta se le tornan mecánicamente gélidos mientras se prepara para el siguiente cliente y yo me largo en busca de un bocado.
Voy a uno de los mediocres garitos de pizzas del Damrak, que en su mayoría son establecimientos poco espectaculares cuyo objeto es esquilmar al turismo. Después de comer me encamino hacia mi habitación. Sigo llevando sus bragas en el bolsillo. Desde anoche. No podía pedirle a esa puta con la que he estado que se las pusiera. Me las pongo en la cabeza y husmeo, llenando mis fosas nasales con su olor. Percibo el sordo rumor de los sollozos en la habitación y unos gemidos agudos y feos.
Me saco las bragas pero en la habitación no hay nadie más que yo.
Salgo y visito a otro par de putas, una thailandesa y una negra. La negra me mira las pelotas como si nunca hubiese visto carne blanca con anterioridad. Quizá sea el sarpullido, decididamente está poniéndose peor.
Peor.
Me hago otro turno de priva de tarde, Heineken y ginebra, antes de pillarle a un tío algo de cocaína buena de la que entumece las encías en un brotan bar. Entonces vuelvo a irme de pedo. Eso es lo que tiene la farla: te proporciona poderes de priva sobrehumanos. Y no es que yo los necesite.
En uno de los bares me bebo una botella de Grolsch y veo que están tomando tarta espacial de ésa. Me tomo un trozo, y luego otro. Un espabilao detrás de la barra me dice que debería tener cuidado; yo me limito a reírme y me como otro trozo. Noto un buen rollo en mi cabeza.
Cuando salgo del bar es cuando me pega y me siento realmente mal y con náuseas. Esos hippies cabrones han intentado envenenarme, a mí,
un puto policía. Les daré el chivatazo a los de la poli holandesa para que les cierren el garito a esos cabrones. Voy tambaleándo-me, demasiado atemorizado para cruzar la calle porque los tranvías estos vienen en todas las direcciones y los capullos que van en bicicleta también, y estoy demasiado cerca del canal en este estado…, estos cabrones holandeses…
… la CE debería chapar este puto sitio…
Salgo del Damrak, pero voy tambaleándome por una calle estrecha y choco contra alguien que me grita pero sigo adelante, es como una puta pesadilla de esas en las que uno no se atreve a volver la vista atrás. Jadeo con fuerza cuando llego al hotel. Bladesey está tumbado sobre la cama de su habitación mirando la tele. Me voy al cagadero y vuelvo a cagar y veo que entre mis heces hay algo. No puedo mirarlo. Me quedo ahí sentado un rato y me tranquilizo antes de volver y enfrentarme a Bladesey.
Su cara parece reverberar contra la pared y lo único que oigo es esa puta voz que dice en realidad. No sé cómo sucede, pero Bladesey me está echando un rapapolvo. Al parecer está bolinga perdido y me dice que conoció a unos londinenses y acabaron destrozados. La conversación parece deslizarse hacia la música. Comento que me gusta la Motown; Marvin, Smokey y todos ésos, o que me gustaba antes de destruir mis elepés al darme cuenta de que tener música negrata en casa era un signo de debilidad.
La voz de Bladesey es un chillido agudo e incesante pasado por el filtro del bebercio. «¿Cómo puedes ser racista y gustarte la Motown?», gimotea. «Quiero decir, ¿cómo puedes ser racista y gustarte Marvin Gaye?»
«Marvin Gaye no era negro.»
«¿Cómo puedes decir eso?»
«Para mí no era negro. El cabrón que le mató de un tiro, ése era negro. Ese era un puto negro.» «¡Pero si fue su padre!» «Sí. Un negro.» No siento nada, no noto en ningún momento que me pon
ga en pie y me acerque a él, pero tengo cierta sensación de coger a Bladesey por el cuello y él gritarme: «¿Qué haces, Bruce? ¡Soy yo! ¡Soy yo!»
Pero yo sé que es él y quiero estrangularle hasta sacarle el último aliento de mierda, cortarle el gas de una vez por todas porque detesto al muy hijo de puta y no es más que otro de los cabrones que me la tienen jurada.
No se les puede salvar, joder
El tío de al lado de los puentes
Se les puede matar como quien no quiere la cosa
por qué cojones no se les puede salvar como quien no quiere la cosa
detenedles
detenedle
Las paredes reverberan y la situación se me ha ido de las manos…, su cuello…
¿Cómo te hizo sentirte?
Él sigue sobre la cama mientras yo me marcho, frotándose su escuálido cuello de paloma, luchando por respirar.
No puedo creer que haya atacado a Bladesey. Mi colega. Mi compañero de viaje. El hermano Blades. Un incondicional de la logia. Un hermano.
Bajo las estrechas escaleras, tambaleándome al pasar frente al tío rubio con mala cara que está en recepción. En la calle, una harapienta puta yonqui me sonríe desde debajo de una farola, residuo de una Amsterdam de camiseta que rara vez se asemeja a la vida real, más saneada y regulada. Entro en un bar y pido una Heineken. Pienso en Bladesey, ese triste capullín que necesita tan poco y que es incapaz de comprender el enorme furor que su actitud y su comportamiento inducen en los demás, para quienes todo lo que hay en el mundo nunca jamás podría ser algo remotamente parecido a suficiente.
Me palpita el pecho mientras estoy sentado en el taburete de la barra. Las manos me hormiguean y hay voces que me resuenan en los oídos, hablando una lengua que no comprendo, pero cuyas intenciones homicidas son inequívocas.
Bladesey. Tengo que volver con Bladesey.
Bladesey.
Cuanto más se ha desarrollado nuestra amistad, más han llegado a obsesionarme la destrucción y humillación de esa lamentable criaturilla. Necesita que le enfrenten a lo que es en realidad, tiene que sentir, ver y reconocer su inadecuación como miembro de la especie humana, y entonces tiene que optar por la vía honorable y renunciar a esa pertenencia. Y yo le ayudaré.
Primero tengo que beber para sacudirme esas putas drogas hippies.
«Yo…, yo… no consigo acordarme…, me he despertado y me sentía…», dice vacilante.
«Yo sí que me acuerdo, vaya que sí», digo con ironía. «Volví al hotel completamente ido de chocolate hippie y tú volviste bolinga perdido después de pasar el día de pedo con unos tíos de Londres. De todos modos, insististe en salir…»
Me fijo en el aturdimiento de su rostro.
«… ¿Te acuerdas del Hunter's Bar?», pregunto.
«No…, en realidad no…»
«Tuvimos una bronca con unos cabrones alemanes. ¡Entonces, cuando volvimos al hotel, fuiste a por mí!» «Dios…, no recuerdo…, no sabes cuánto lo siento, Bruce…, estaba tan borracho que…» Levanto las cejas y bajo la vista con un gesto de desaprobación. «Joder, ya puedes sentirlo», le digo.
Me quedo mirando su expresión de desdicha e incomprensión y dejo al capullo con su miseria. Juego a estar mosqueado y me voy con la mayor tranquilidad a comprar el periódico.
Una de las cosas estupendas que tiene Amsterdam es que si vas hasta Centraal Station se puede conseguir el Sun a la misma hora que en Gran Bretaña. He comprado un ejemplar del Sun por el suplemento futbolístico «Goals». Creo que es un hábito. El fútbol es un hábito. Creo que para la mayoría de hombres es un sustituto del sexo, cierto que no tan descaradamente como el rugby, porque en los clubs de rugby los tíos llegan a darse literalmente por el culo. Pero eso tiene más que ver con la clase social, porque son ricos gilipollas que fueron todos a colegios sólo para chicos. Pero el fútbol también es así. Cuando lo piensas, la mayoría de tíos se interesan por el fútbol cuando son demasiado jóvenes para follar. Cuando vas al fútbol siempre puedes distinguir quiénes son los colegas tuyos que tienen una vida sexual mala o inexistente. Siempre son los que parecen tener ese poquito interés de más por el juego. En realidad ahora parezco el Bladesey de los huevos, con tanto análisis psicológico, en realidad. El capullín tiene que esperar por su puñetero Independent
o Guardian o como se llame la mierda roja que lea. En el trabajo siempre compro el Sun los lunes para meneármela con la página tres y leer «Goals». Placeres sencillos. En realidad no es que ahora mismo me importe un carajo. Aquí he estado demasiado ocupado con el Roger Mooring] para molestarme por el fútbol.
De todos modos, me meto en un bar a reflexionar sobre los resultados y las clasificaciones y quedo atónito al fijarme en que Tom Stronach sale en la página de resultados con una victoria por dos a cero en East End Park, lo cual nos coloca en el tercer puesto de la liga, por delante de la escoria feniana.2 Despedios de Europa, hijos de puta de Leith. Ahí está, en blanco y negro, Stronach (74). En la mesa de al lado hay unos scousers5 leyendo el Mirror. Nunca me han gustado los scousers; los cabrones rezuman criminalidad. La influencia irlandesa, sin duda. Las mismas reglas.
«No sé cómo puedes leer esa mierda», me dice uno de ellos. «Es fácil», le sonrío. «En Merseyside nadie que está bien de la cabeza lee el Sun»,
1. Véase nota de página 100. (N. del T.)
2. Véase nota de página 151. (N. del T.)
3. Naturales de Liverpool. (N. del T.)
Siento un incontrolable deseo de reírme en su cara. «¿Sabes una cosa de los scousers? Yo te diré de qué van los scousers», bufo yo.
«No tienes que decirnos nada sobre los scousers, colega, somos de Liverpool», dice irguiéndose cuan alto es.
«Eso ya lo he notado», vocifero guasonamente, señalándole directamente con el dedo. «Los scousers son una pandilla de lamentables divas histriónicas de mierda. Es como si toda ese puto pozo negro de ciudad estuviera haciendo castings para Brookside.1 No se puede negar.»
«Te estás pasando de la raya que te cagas, colega», dice el grandullón, mirándome con dureza.
«Venga, chicos», dice su colega, intentando calmarle.
«No se puede negar. Las mismas reglas», digo yo, encogiéndome alegremente de hombros.
«Venga, Derm, no te impliques», dice su amigúete. «Venga, colega, tú eres Jock,2 nosotros somos de Liverpool, somos exactamente iguales, hostia puta.» Se tira de la camiseta, una camiseta roja, que lleva escrita una cita de Bill Shankly.
«No, no somos iguales. Yo no soy igual que vosotros», digo sacudiendo la cabeza.
«Estamos aquí de palique, tomando una copa…, hostia puta…», dice el tío. «Puedes leer el periódico que quieras, colega, sólo te estábamos tomando el pelo, joder», me dice. Está muy molesto, cosa buena, porque debería sentirse molesto de proceder de un cagadero como ése. Pero no tendría que estar molesto conmigo. El gilipollas debería aprender a no matar al mensajero, aquel que le recuerda a uno las malas noticias.
«Escuchad, es obvio que habéis estado robando o engañando a los del paro para poder permitiros cruzar el charco hasta
1. Culebrón de la BBC que transcurre en Liverpool. (NT. del T.)
2. Término de argot referido a los escoceses, y que muchos de éstos consideran despectivo. (NT. del T.)
aquí. Así son las cosas con los de vuestra casta. Las reglas son las mismas. Os estoy diciendo lo que pienso», digo yo. «Soy portador de malas noticias.»
«¡No queremos saber lo que piensas!»
Casi Navidad. Santa Robertson. ¡Jo jo jo jo jo! ¡Malas noticias!
«Dejadle hablar.»
«Sólo decía que cuando pasa algo malo en Liverpool, os ponéis histéricos. Lo tomáis como excusa para mostrar pancartas en el fútbol…, illsburgh…, i-sell…» Imito el jadeante gemido nasal de los scousers. «¿Por qué no podéis quedaros en vuestra puta casa y lamentaros tranquilamente, por qué tenéis que convertirlo todo en un casting de mal gusto para Brookside, para mostrar quién es el que puede quedarse más destrozado por la tragedia?»
«Porque nos importa, por eso. ¡Porque hacemos una piña!», escupe el de la camiseta.
«¡Hacer una piña! ¡Ja! Si os pasáis el día entrando y saliendo de vuestras respectivas casas con vuestras respectivas pertenencias. Muéstrales a los putos necrófagos profesionales de esa ciudad algo por lo que llorar y salen en comandita. La mierda aquella de Boys From The Blackstuff…, ¡vosotros os alegráis de que no haya trabajo, cabrones, porque os da la oportunidad de montar la tragedia y de haceros los puteados! La mayor tragedia para vosotros, sin embargo, es que el desastre de Lockerbie sucedió en otra parte. ¡Imaginaos lo que os habríais divertido si ese avión se hubiese estrellado en alguna cochambrosa urbanización de una barriada de Liverpool! ¡Os hubiese permitido lloriquear y gruñir delante de las cámaras durante años!»
«Estás fatal de la cabeza…, me voy de aquí ahora mismo. Si no estuviéramos de vacaciones, puto gilipollas, te forraba ahí fuera», salta, apurando su copa.
«Oooohhh, estoy cagado de miedo.»
Malas noticias
Santa Robbo 202
Jo jo jo jo jo
«Déjalo, Derm, no merece la pena. Deja al capullo triste y solitario con su vida llena de diversiones. He sabido de qué ibas enseguida. He pensado: Nah, estamos de vacaciones, charlemos con el pobre chalao solitario», sonríe el espabilao sarcástica-mente. «Te dejamos aquí, pues, con todos tus colegas. Venga, chicos.»
No pienso aguantar esto de parte de un trozo de mierda, de un trozo de puta escoria roja. «¡Volved a vuestra habitación de hotel y follaos los unos a los otros, putos maricones scouse!»
Uno viene hacia mí, pero sus colegas se lo llevan y se marchan lanzando maldiciones.
«¡Inadaptados!», le grito al camarero. «Conozco a los de su ralea. Lo que les da marcha es gritarles a las putas y golpear las ventanas en el barrio chino. Después vuelven y follan entre ellos. Así son los scousers, ¡unas divas histriónicas que te cagas! ¡Yo les echo la culpa a los Beatles, tienen muchas cosas de las que responder! ¡Seguimos teniendo que aguantar a ese viejo gnomo que presenta el programa de ligues ese en la tele por culpa suya! Desde que llegaron esos capullos y los éxitos del Liverpool FC en Europa -un éxito edificado por escoceses: Lid-dell, Shankly, Dalglish, Souness, Hansen, etc.-todos los scousers creen que tienen talento. ¡No son nada! ¡Nada!»
Se aparta de mí gélidamente como si el puto chalao fuese yo. Hijo de puta descarado. Apuro mi bebida y salgo fuera. Mientras deambulo por la estrecha calle entre el frío me doy cuenta de que alguien camina junto a mí, y al volverme siento un golpe seco en la cara y mi cabeza se ve bruscamente sacudida hacia un lado. Intento reaccionar, pero otro tío se aproxima y me da una patada en los huevos y entonces siento el reflejo de la náusea. Caigo sobre una rodilla y vomito sobre los adoquines.
«¡Puto mamón!», grita el tío. Dónde está el apoyo aquí… ¡Soy policía, joder! ¡Dónde está la puta policía con zuecos! ¡Hostia puta! «Venga, Dermot, ¡vamonos de aquí, joder!», le oigo decir a uno de los scousers, y se marchan calle abajo.
Me quedo sentado un rato, la cabeza me zumba y me lloran los ojos. La náusea ha remitido ligeramente, quedándose justo por debajo del nivel que hace que le den a uno ganas de vomitar. Al final, un puto hippie apestoso me ayuda a ponerme en pie. «Vosotros los ingleses, siempre causando los problemas, tío. Tranquilízate, tío, esto es Amsterdam», dice.
«No soy inglés, joder», le suelto, y me largo calle abajo. Quiero salir de aquí. «Cobardes hijos de puta scousers, como vuelva a ver a esos cabrones…»
Cruzo la calle y a punto estoy de ser atropellado por un tranvía. Tengo los nervios completamente destrozados. Ya se la devolveré a esos cabrones
Ya
Entro en un bar y fumo hachís y bebo cerveza. Es un garito de turistas escasamente iluminado. Después de algunas copas y fumadas me siento mejor. Tengo un lado de la cara hinchado.
«Me han asaltado unos putos scousers», le cuento a un irlandés. «Me han levantado ochocientos florines. Eran tres.»
El se limita a asentir de modo neutral. No esperaba más de un criminal. Todos los irlandeses son así, salvo los protestantes norirlandeses, nuestros hermanos.
Compro una tarjeta de teléfono y llamo a Bunty.
«¿Todo bien, Boontay, mi amor? ¿Qué tal estás?»
«¡Déjame en paz!», grita ella, colgando el teléfono de golpe. Estoy empalmado, así que lo que toca es ir al barrio chino.
Intento montármelo con una puta negra, pero llevo los huevos tan doloridos después de la paliza que no se me levanta. Los cabrones scousers me han jodido el puterío de hoy; unas cuantas horas extra desperdiciadas. Voy y me fumo más hachís, pero lo odio. Lo que me hace falta es el polvo blanco. Me pongo a remolque de unos holandeses que van a una fiesta en una casa flotante. Cuando llegamos, el sitio está lleno de escoria, igual que los cabrones esos de Sunrise en Penicuik, pero la cocaína que pillo es la mejor que he probado nunca. Se lo digo a una de las zuecudas, que tiene una piel tan clara, tan parecida a la de una muñeca que te dan ganas de probarla, y ella se limita a decir: «Pues claro. Esto es Amsterdam.»
De todos modos, acabo destrozado. Recuerdo que me pidieron que me marchara. Cuando estoy de vuelta, Bladesey aún está levantado. Ha estado por ahí de marcha y ha comprado una botella de whisky de malta como disculpa por su espantoso comportamiento de la noche anterior. Nos la pimplamos entera y después limpiamos el minibar de su habitación. Vuelvo tambaleándome a la mía y me derrumbo en un sueño pulverizador.
«… LA NATURALEZA ESENCIALMENTE DEPRAVADA DE LA CRIATURA CON LA QUE SE CASÓ…»
Me levanto en plena noche con un espasmo estremecedor; es como si estuviera cayendo a través de mi propio cuerpo. Estoy sudoroso y temblando. No hay ninguna puta a mi lado pero llevo las pelotas en carne viva. Empiezo a enfocar los objetos en la oscuridad. Es la habitación del hotel de Amsterdam. Pienso en Carole y un dolor aplastante casi me despedaza. Es sólo una reacción ante mi pérdida. Siento como si me hubiesen repasado la boca con un soplete y hubiesen injertado sobre ella la piel de mi escroto, pero cuando voy al minibar me tomo un agua de soda que sólo consigue revolverme las tripas. Me tambaleo hasta la cama mientras se enciende la luz. La luz. Vuelvo a estar a salvo. Consigo echar una buena soba.
Me despierto más o menos a la hora de comer. El calendario de mi reloj me dice que es el quince de diciembre. La Navidad está al caer. Me ducho, con el lateral de la cara todavía hinchado y dolorido, me visto y me acerco a la habitación de al lado. Bladesey sigue dormido. El capullo duerme profundamente. Sin sus gafas anda medio ciego. Ahí están, sobre la mesilla de noche.
Las cojo.
Al dejar el hotel me doy un paseo por las calles del canal y veo un café en una esquina que promete para un desayuno tardío. Por el camino, saco las gafas del bolsillo. Los cristales
son gordísimos. Me las pongo y me inclino sobre la balaustrada verde y veo bajar por el canal un remolcador distorsionado. ¿Cómo puede nadie llevar estas gafas?
Por gordas que sean, en un enfrentamiento con el talón demoledor y lleno de barro de Bruce Robertson sólo podía haber un vencedor. Bailo el twist, sonriendo ante el satisfactorio crac que hacen sobre los adoquines. Después, con unos desplazamientos tan diestros que Tom Stronach se pondría a darle al botón de rebobinado del vídeo en señal de aprecio, arrojo de un golpecito las gafas rotas al Herengracht y observo cómo sus aguas se las tragan.
Cuando vuelvo al hotel, Bladesey está en un estado endemoniado, sentado sobre la cama. «Bruce…, eres tú…, no encuentro mis gafas…, no sé lo que he hecho con ellas…, anoche las tenía…»
«Anoche ibas bolinga perdido», le suelto yo.
«Sí, pero tenía mis gafas…»
«Escucha, Bladesey, ahora que lo pienso, yo no recuerdo que llevaras gafas anoche…» «Ay Dios mío…, no veo, Bruce…» «No te preocupes, hermano Blades. Bruce Robertson será
tus ojos. Elegiré las putas para ti, hijo, tú no te preocupes. Cho-chete de primera.»
«Pero…»
«Los únicos peros que vienen a cuento son los que nos estaremos follando en el barrio chino.1 Ahora ponte ese abrigo y vamonos de parranda. ¡Es nuestro último día!»
Voy guiando a Bladesey hasta el barrio chino. El organillo suelta música ambiental holandesa. El tío que le da a la manivela tiene el sombrero expuesto para recoger calderilla pero conmigo pierde el tiempo. Hasta el último penique está designado como dinero para putas y drogas. Hasta el papeo es un lujo en estos momentos. Me aparto del gorro tendido y salgo disparado para evitar una bici que se aproxima, puesto que es
1. Juego de palabras intraducibie, al que da pie la conjunción adversativa but («pero») y el término de argot butt («culo»). (N. del T.)
tamos en el carril de las bicicletas, pero Bladesey es demasiado lento. Le golpea, aunque sin fuerza. El capullo zuecudo empieza a gritarle: «¡Klootzak! ¡Gilipollas!»
Lo agarro más estrechamente. El capullín tiembla a causa de la abstinencia alcohólica y el miedo. Tras un rato le conduzco hasta la madriguera de una zorra gorda y le abandono.
«Bruce, yo…, yo», tartamudea.
«Cuida de mi colega, muñeca», digo guiñándole un ojo, «ha perdido las gafas y no tiene demasiado bien los minee pies.»1 «Yo cuidarle bien», dice con acento caribeño. «Yo…, yo…, yo…», gimotea Bladesey. «Voy a darte cuidados especiales, grandullón», dice la puta,
guiándole al interior de su madriguera.
Entonces me pongo en camino para mi día de puterío, dejando que el capullín encuentre el camino de vuelta solo. Vuelvo con mi chiquita estudiante. Me entusiasmo tanto que me olvido por completo de mi compinche, el hermano Blades. Un descuido por mi parte.
Cuando regreso al Cok City algunas horas más tarde, Bladesey está allí y está cabreado. Tiene un aspecto terrible. «Te he dicho que te quedaras allí, Bladesey, ¿dónde te has metido? ¡Estaba preocupadísimo!»
«Eh…, en realidad he cogido un taxi…, has estado fuera tanto rato…, no ha querido dejar que me quedara hasta que volvieras… la chica de la habitación…»
«Pues te has perdido un rato bien divertido», le suelto.
Estaba seriamente tentado de abandonar al capullo medio ciego en la Dam, pero decido que tiene su utilidad. En el bar del aeropuerto de Schipol espero a que Bladesey se vaya al retrete y entonces meto un vídeo porno y algo de la farlopa que he pillado antes dentro de su bolsa.
Para mí es imposible que la cosa salga mal cuando pasemos por la aduana en Edimburgo. O bien tendré el placer de ver el careto de Bladesey mientras se lo llevan a rastras, lo que me deja en la posición de explicarle a Bunty que yo no estaba por
1. Véase nota de página 53. (N. del T.)
lo de Amsterdam, que estaba convencido de que íbamos a Scar-borough, pero que Cliff insistió, o, por el contrario, él sale ileso y yo tengo el perico de calidad y el kit de manólas. El segundo pronóstico es el que se hace realidad al atravesar Bladesey la aduana con facilidad.
Para mí es un alivio mayor que no hayan abierto mi bolsa; los pantalones, camisa, calcetines y gayumbos armaban un escándalo de los que hacen llorar. Aunque evidentemente me alegre de tener material de calidad al recuperar los bienes mientras el hermano Blades echa otra meada en el aeropuerto de Edimburgo, me decepciona un poco que Bunty no tenga la oportunidad de constatar la naturaleza esencialmente depravada de la criatura con la que se casó.
Pero habrá tiempo de sobra para eso.
«Durante tu ausencia, Amanda Drummond ha asumido la dirección de la investigación. He decidido, tras mucha deliberación, que quiero mantener ese estado de cosas.»
Siento que mi euforia vacacional se evapora ante el calor generado por el bombazo de Toal. Mi respuesta resulta informe e indigna. «Una niñata tont…», tartamudeo.
«Espero que le brindes tu plena colaboración. Bruce, desde que te marchaste los medios de comunicación han vuelto a interesarse. El Foro ha estado haciendo mucho ruido. Parece ser que has estado poco exigente en el tema de las relaciones comunitarias. Esa es exactamente el área fuerte de Amanda. Se trata de que cada cual haga aquello para lo que vale, Bruce», dice Toal inclinando la cabeza en una semidisculpa. «Tendrás que seguirme la corriente en esto por ahora», salta truculentamente,
mientras yo noto cómo las palabras Escucha, hermano Toal se me secan en la garganta.
No logro hacer otra cosa que quedarme de pie ahí como una fag-bag1 junto a los meaderos de una discoteca de ganado mariquita justo antes de que sirvan la última ronda, mientras Toal coge el auricular. «Amanda, Bruce ha vuelto. ¿Puedes subir aquí e informarle de lo que ha sucedido?»
Cuelga el teléfono.
«Mira, eh, Gus Bain me ha puesto al corriente…», empiezo yo. Sólo quiero marcharme. Necesito hacer inventario antes de poder enfrentarme a esa bollera satisfecha de la Drummond.
«Gus no es un hacha, Bruce, no va a ninguna parte», dice Toal con impaciencia.
Eso me hace sentirme bien, puesto que tenía a Gus anotado casi como un rival serio para el asunto del ascenso. Pero es una sobrada que Toal insulte al vejestorio de esa manera.
Pero buenas noticias para mí. Me siento un poco más animado cuando entra Drumsticks y me lanza una mirada de asco, y me hace sentirme aún más cómodo el hecho evidente de que ella odia tener que hacer esto tanto como yo. «Hola, Mandy», sonrío.
«¿Has pasado unas buenas vacaciones, Bruce?», pregunta con forzada cortesía, en atención a Toal.
«No han estado nada mal.»
«En Holanda, ¿no?»
«Sí. Es un viajecito que hago regularmente. Es un país muy civilizado.» «Pero el paisaje es un poco plano, ¿no?», interpone Toal. «A mí me gusta», digo encogiéndome de hombros. «Pro
porciona un contraste interesante con el territorio de Escocia, más abrupto.» «¿Qué es lo que se puede hacer allí?», sondea Drummond. Quiere que diga «putas y drogas» delante de Toal. «Es un lugar muy relajante. Puedes sentarte en un café y
1. Término de argot que significa literalmente «bruja de maricones» y que designa a las mujeres que se rodean de homosexuales. (N. del T.)
simplemente ver pasar el mundo mientras te tomas un agradable café», digo estremeciéndome ligeramente mientras la resaca me cae encima. Los putos cabrones intentan tomarme el pelo. ¿Pero qué sabrán ellos? Nada, nones, una puta mierdecilla. En resumen: cero pelotero.
«He oído que Amsterdam tiene muchos problemas con las drogas», dice Toal, mirándome de forma desafiante.
«Sí, es la pega que tiene la ciudad. Es demasiado liberal con mucho y, de resultas, atrae a la escoria. De todos modos, basta de chachara ociosa sobre las vacaciones, ¿qué hay del caso?», digo de forma fría y enérgica, haciendo que Toal y Drummond queden como los frivolos pesos pluma que son. Toal parece un poco mosca de que le haya tomado la delantera. Más vale que se acostumbre porque en cuanto me asciendan, así van a ser las cosas. Que me jodan si voy a aguantarle alguna de sus chorra-das entonces.
Drummond empieza a soltar un montón de mierda, que, por mucho que se la aderece, se resume en que no ha sucedido una puta mierda desde que me fui, exactamente como supuse. ¿Cómo coño pensaban avanzar en un caso como éste en ausencia del jugador estrella? Ese es el problema de este pequeño equipo nuestro: demasiados Stronach, y demasiado pocos Dal-glish.
«… Y Valerie Johnston, la chica del guardarropa, ha declarado que Alex Setterington y David Gorman estuvieron sin duda en el club aquella noche.»
Drummond lleva una blusa blanca y debajo un sujetador de color más oscuro que se transparenta a través de la blusa. Yo les daba un pequeño apretón a esas tetas, sólo por hacerle un favor personal a ella, no se vayan a creer. ¡Eso le daría algo por lo que refunfuñar! Capta dónde tengo la vista y se abrocha ostentosamente la americana. Sí, ya te gustaría, vacaburra bobali-cona.
«Así que lo que tenemos que hacer es traer a Setterington y Gorman para interrogarles», continúa. «No creo que ésa sea la mejor jugada, Mandy, mi amor», interpongo plácidamente, y ella empieza a reprenderme pero le
vanto la voz más que ella: «Setterington y Gorman son delincuentes habituales. Son veteranos en materia de interrogatorios. Nos revelarán Scottish Football Association,1 harán que venga aquí de inmediato un abogado sabelotodo como Conrad Do-naldson.» Noto que Toal frunce la boca en un gesto de aceptación, disgustado pero resignado ante lo que acabo de decir. «Si saben que les seguimos la pista, cerrarán filas. Conozco a estos hijos de puta. Creo que deberíamos mantenerlos bajo observación para ver en qué andan. Uno de sus colegas es un chivato y puedo presionarle.»
Drummond ha perdido el impulso y Toal asiente vigorosamente. «Estoy de acuerdo, Bruce», dice, «son unos hijos de puta astutos. Necesitamos pruebas irrefutables antes de poder dar un paso contra ellos. Ese chivato al que conoces, ¿crees que aportará algo?»
«Con toda certeza», sonrío.
«Bien», dice Toal. «De acuerdo, Amanda, continúa con la vigilancia. Bruce, ¿podrías esperar un minuto?»
Drummond carraspea un nervioso: «Desde luego, Bob», y se marcha con la jeta tan colorada como mi capullo tras una noche de puterío, y Toal probablemente se dispone a decirme que puedo considerar el puesto de inspector como mío.
«¿Tienes algún problema con Amanda?», pregunta.
«En absoluto», le digo.
«Se ha quejado ante mí de tu comportamiento. ¿Tienes que referirte a ella de ese modo condescendiente? Se llama Amanda, quizá fuera mejor que la llamaras así, en vez de Mandy mi amor.»
Puta tortillera rebotada.
«Venga, jefe», sonrío, usando un tono relajado pero respetuoso para ablandar a Toal, como en efecto sucede, «está demasiado tensa. Sólo me comporto de un modo amistoso e informal, eso es todo.»
«Bruce, eres un agente bueno y experimentado, pero vas a
1. La Asociación Escocesa de Fútbol, convertida por sinonimia y coincidencia de las iniciales en eufemismo de Sweet Fuck All («Una Puta Mierda»). (NT. del T.)
tener que relacionarte mejor con otros agentes, en particular si piensas llegar a inspector. Estas cosas son importantes en los cuerpos de policía modernos, toma buena nota de lo que te digo», me reprende Toal, pasándose una mano por su pelo cre-pado, pero se trata de una reprimenda suave y no puede evitar la complicidad subyacente en su tono de voz.
«Escucho lo que me dices, hermano Toal, pero dos no se pelean si uno no quiere. Sugiero que tengas una conversación semejante con Miss Drummond.»
Me gustaría cortarle el gasssss a Msssss Drummond, cortárselo de una puta vez por todas.
Toal se yergue en la silla un tanto pomposamente, como tiende a hacer cuando saco la carta de la logia. «He hablado con Amanda y me he encargado de que supiera cuáles son sus responsabilidades.»
Seguro que sí, joder. Esa guarra se cree que lamerle el culo a Toal es el modo de llegar a alguna parte. ¡Error!
Más tarde, cuando estoy en la cantina poniéndome al día con los cotilleos, la pequeña guarra se me acerca. «Bruce, ¿puedo hablar contigo?», dice señalando el pasillo con la cabeza. Un tarado de uniforme de la logia levanta la vista. Esta pequeña capulla ya va a refregarme por la cara su nuevo rol. Ni de coña voy a aguantarle mierda alguna a alguien como Drummond.
«No sé si te has enterado, Bruce, pero mañana es el cumpleaños de Gus, y tenemos previsto hacerle una pequeña fiesta sorpresa. En Delitos Graves.»
Así que eso es todo. No me lo ha dicho ni dios, ni Lennox ni nadie. Hijos de puta. «Ya lo sabía», digo arrogantemente. «Sólo quería asegurarme», sonríe ella, y se vuelve para marcharse. «Ya nos veremos.»
Cree que puede engatusarme con la actitud suave-suave. Error. Las reglas son las mismas. Me dirijo otra vez escaleras abajo pero tengo la típica melancolía posvacacional y odio estar en este estercolero.
Escudriño los papeles de mi mesa buscando el archivo del caso y veo por el rabillo del ojo que una mujer ha entrado en la oficina con Drummond y Hazel, la secretaria. Me resulta vagamente familiar. Drummond me está señalando.
«Bruce», me informa mi colega, «alguien ha venido a verte. Es Mrs. Sim.»
Quién cojones es
«Vine la semana pasada», dice tímidamente la mujer, «pero me dijeron que estaba usted de vacaciones. Quería agradecerle personalmente todo lo que hizo por Colin.» Se vuelve hacia el chavalín. «Éste es un hombre bueno, Euan, éste es el hombre que intentó ayudar a tu papá…», dice ahogando un sollozo.
El chavalín se mantiene cabizbajo, pero levanta los ojos para mirarme y fuerza una sonrisa. Tendrá más o menos la misma edad que Stacey.
«Tenía mal el corazón…, era algo familiar…, hereditario.» Veo moverse sus labios. «Nunca permitió que eso le condicionara. Era un hombre bueno», lloriquea y solloza y Drummond la coge de la mano, y ella vuelve a mirar al chavalín y después a mí, «… y éste es un hombre bueno. Este hombre intentó ayudar a tu papá, hijo, intentó ayudarle cuando los demás no hacían más que quedarse allí mirando…, se esforzó tanto por ayudar a tu papá…»
Cómo te hizo sentirte
«… Sólo quería darle las gracias, sargento Robertson…, Bruce…, sólo quería darle las gracias por intentar ayudarle…» «Siento no haber podido salvar a su marido», le digo yo. «Gracias…, hizo usted todo lo que pudo. Gracias. Este es
un hombre bueno, Euan», dice ella con un sollozo, mientras Amanda se la lleva, volviéndose para mirarme de una forma profunda, conmovedora y humana.
Gus se acerca y me coge con fuerza por el hombro. «Pobre mujer. Qué Navidad tan espantosa para ella y el pequeño.»
No lo sabe, la mujer: sencillamente no lo sabe.
Pruebo suerte con el crucigrama. No logro concentrarme, y decido terminar pronto el día. Esta noche es el partido homenaje de Stronach en Tynecastle, pero de ningún modo voy a ir allí y llenarle los bolsillos a ese tarado. Sería demasiado verle por ahí dando botes pagado de sí mismo. No creo que haya demasiada basca. Será del tamaño Gary MacKay o Craig Levine, me imagino.
Así que la noche me sorprende en la logia escuchando a un gilipollas de arbitro que es inspector de la construcción en el ayuntamiento. Es el centro de atención y la conversación no es mala. Bladesey está perdido. Viene a reunirse con nosotros con sus gafas nuevas puestas pero, como la mayoría de ingleses, no entiende nada de fútbol. Ray Lennox aparece con un par de tarados de uniforme que no van uniformados pero que siguen siendo unos tarados de uniforme y siempre lo serán. Le hago gesto de acercarse y se acurruca junto a mí. Ya le he dado el toque otras veces sobre andar por ahí con esas nulidades. Si frecuentas demasiado a los perdedores eso es exactamente en lo que acabas convertido.
Menudo tipo el arbitro este. «Así que ahí estaba yo en Ibrox y necesitan tres puntos para quedarse con el título. Quiero decir, llevan como unos treinta puntos de ventaja, así que se trata de un resultado inevitable, es matemáticamente imposible que íes alcancen. Era un día de gala y han salido las familias, los crios con la cara pintada, los muchachos con esperanzas de celebrarlo luego. Coisty les ha puesto en el uno a cero con un to-quecito a corta distancia contra el poste. Ja ja ja. Menudo personaje. Sospecha de fuera de juego pero la bandera de Oswald Beckton permanece bajada, Oswald, Logia 364. Lo conoceréis de vista», apunta el arbitro.
Se suceden algunas inclinaciones de cabeza y sonrisas maliciosas alrededor de la mesa. «Así que, de todos modos, el sitio está revolucionado y llega la hora de la diversión. Todo el mundo canta "we're up to our knees in fenian blood"1 y hay un ambiente de fiesta. Pero entonces, a un par de minutos del fi
1. «la sangre feniana nos llega hasta las rodillas». (N. del T.)
nal, alguien da un pase largo desde el centro del campo en dirección a la portería de los Rangers. Un chaval joven se cuela entre Goughy y McLaren y le entran con dureza dentro del área. Sí, es un penalti descarado pero por supuesto que ni de coña voy a pitarlo y estropear la fiesta. Quiero decir, tendrían que haber ido a Firhill la semana siguiente para ganar, en un estadio con capacidad para quince mil personas. ¿Cómo podía yo estropearles la oportunidad de enarbolar la bandera en casa? ¡Iban a ganar de todas formas! ¡Pero por una diferencia más larga que Argyll Street! Ni de coña iba a ser este humilde servidor un aguafiestas. ¡Imaginaos lo que habrían dicho los chicos de la Logia de Whitburn! No habría merecido la pena seguir viviendo. ¡Echar a perder un día de gala! Así que señalé que continuara el juego.»
«Lo que hay que hacer, colega, eh», dice el concejal Bill Ar-mitage.
«Tuve que expulsar a un gilipollas por protestar. La decisión del arbitro es definitiva. El tonto del culo ese no quería dejar estar la cosa, incluso después de que le sacara la amarilla. ¡Siempre hay alguno, eh!»
«Hijoputa feniano», se burla Bill Armitage.
«No me importa confesaros», continúa el arbitro, «que resultó un poco vergonzoso verlo al día siguiente en Scotball. Pero los muchachos se portaron estupendamente, pusieron un mínimo de repeticiones y evitaron cualquier perspectiva de ángulo inverso. De todos modos, hablé con el observador de la SFA que estuvo en el partido en el Blue Room después y comprendía perfectamente la situación. Resultó que pertenecía a la misma logia que el pequeño Sammy Kirkwood. ¡¿Te acuerdas del pequeño Sammy?!», me dice.
Asiento con la cabeza. El pequeño Sammy solía conseguirme revistas. Buen material además, aunque no tan bueno como el de Héctor el Granjero. Tendré que darle un toque a ese viejo cabrón y ver si tiene algo de material nuevo.
«De todas formas, gracias a Dios por el presentador. Dijo que de ninguna manera podía yo haber visto el incidente, pues no estaba bien situado. Los tíos de la prensa también se enroliaron muy bien, minimizaron toda la historia, no revelaron nada sobre el colapso de las centralitas por las llamadas. Hicieron pasar los pocos que se les colaron por los testimoniales fanáticos Tim1 que habrían dicho eso de todas formas.»
«Esos cabrones son unos paranoicos», se ríe Armitage.
«Uno de los principales columnistas deportivos de uno de los diarios me lo contó en la logia, me dijo: Normalmente habríamos armado más follón, pero estar siempre vilipendiando el fútbol escocés no beneficia a nadie.»
Después escuchamos a Armitage perorar un poco sobre el nuevo parlamento escocés. «Será algo bueno; más oportunidades para nuestra gente. Por supuesto que tendremos que lidiar con los papistas, pero ahí no hay nada nuevo. En el partido de Escocia siempre ha habido un toma y daca entre la mafia católica y la hermandad. A mí no me importaría concederles una legislación antiabortista a cambio de algunas pingües presidencias de comisiones de trabajos o comités…, en particular las de las licencias de apertura de los pubs», dice sonriendo. «Lo único que supone es que alguna guarrilla embobada que se queda en estado tiene que coger el autobús hasta Carlisle para deshacerse del marrón. A mí no me parece un golpe demasiado demoledor.»
«Desde luego», asiente Ray, y después se vuelve hacia mí y cuchichea: «¿Te apetece algo de coca esta noche?»
Ya lo creo que me apetecía algo de coca, de hecho llevaba una poca encima. Sobre todo tras las nuevas de Toal sobre que Drummond encabeza el equipo. Toal. Ese cabrón no estará satisfecho hasta haberme convertido en un puto yonqui.
¿Tener que dar cuentas yo a una niñata atontada?
Sí, cierto, (OOOOOOOOOOOOOOcomer sin parar. )y un fallo por parte de Toal (OOOOOOOOOOOOOOOOO comer. Quizá )n blanco y no veo la posibili(haya otros como yo. Desde luego )do inútil culo.
Estoy en e(me resulta concebible la noción de ) margen es la única cosa que(no ser el único de mi especie. )el resto de los
1. Apodo para designar a los católicos. (N. del T.)
chicos de la po(¿Por qué habría de serlo? Quizá )en a ser un problema p(haya otros aquí dentro, compartiendo ) Así que soy yo, Lennox(conmigo el rol de parásito, incluso )berdeen. Rituales ma(imagino que siento su presencia )reprimida en eso mantien(aquí dentro, retorciéndose y contor-)cen a Ray Lennox y a cu(sionándose conmigo en el vientre del )ocio con cualquiera de(Anfitrión, pero quizá esto sólo sea una )entro de los masones, (respuesta ante mi melancólico estado de )lejos que cualquiera de e(ánimo. Tengo a mi Anfitrión, el amigo)
Detrás de (que me proporciona todo lo que necesito) los, y una luz estroboscón(para sobrevivir. Pero para vivir )ve y agita mientras Coul(necesito mucho más. Necesito sentir ) o seco, y Underwood en(que formo parte de algo mucho más )ubo en la incisión y sorl(grande, quizá algo que sea parte de m;'.)na botella y y consigue qu(00OOO0OOOO0OOOOOOOOOOOOOOOOOOOO)mujeres de manera lujurio(000000000000000000000000 hay que )onor, y las miradas abrasa(reconocer que la dieta de este )xpas ha sido hecho. Aun a(muchacho no es demasiado nutritiva.)espásticos.
(Esto indica quizá que mi Anfitrión ha) (tenido un punto de partida pobre y ) (poco ventajoso en el gran itinerario de ) (la vida. Está consumiendo toda clase ) (de basura barata e inútil. Pero por otra ) (parte, el propio volumen del consumo milita) (en contra de tal supuesto; de modo que ) y quizá podamos postular que el muchacho ) (creció en un mundo de privaciones y aunque ) (ha sido capaz de acumular más recursos no ha ) (sido del todo capaz de deshacerse de todas ) Ter(esas costumbres proletarias. 0000000000000 ) mientras las cerve(La filosofía de la vida del Anfitrión parece )iasta que todos lo(ser, pues, más y no mejor. 00000000000000 ) Ray y yo nos sacudimos de encima a Bladesey después de que yo le haya sonsacado más información sobre el estado mental de Bunty. Después nos largamos a hurtadillas a su piso. El piso de Ray está decorado al estilo neofollador soltero arrabalero pos-That-cherista. Es decir, en realidad sin ningún estilo. Está dominado
por un mobiliario rojo, un sofá aterciopelado de dos plazas y una silla a juego. ¡Es como la habitación de una puta en la Dam! No pienso sentarme en ese sofá, qué más quisiera Len-nox. ¡Si se tratara del puto Inglis, se lanzaba sobre él disparado! ¡Aunque claro está que si Lennox se la metiera no sentiría nada!
Ray está buscando el conjunto de espejo, cuchara y cuchilla de afeitar que le traje de la Dam. Es de la opinión de que le proporciona calidad extra al corte y ahora ya no usa nunca tarjetas de crédito en casa. Me doy cuenta de que el conjunto me costó el equivalente a veinte libras en pasta británica y siento que se me acumula el resentimiento en el pecho. Fue un momento de debilidad hacerle un regalo a Lennox, aunque sólo se lo diera para animarle a que me surtiera de blanca. Aprieto distraídamente la punta de mi pitillo contra su cojín de terciopelo, notando un placentero subidón de adrenalina y sintiendo que se me levanta un bulto en el pecho cuando se torna marrón y se abre al primer, segundo, tercer y cuarto contacto. Después admiro mi obra de artesanía antes de darle rápidamente la vuelta al cojín para ocultar los cuatro nuevos agujeros.
Lennox vuelve y hace unas rayas. Ha estado de servicio en la Brigada Antidroga y se ha hecho con una buena ración de material de gran calidad, el afortunado hijo de puta. He dividido lo que me traje de Amsterdam, y aunque me duela reconocerlo, la mandanga de Lennox es aún mejor. Gajes del oficio. Para algunos está bien. ¿Y yo qué? ¿Cuáles son los gajes que proporcionan los morenos apiolados? Recorrer los grupos comunitarios hablando con oscuros resentidos que te odian a muerte. Y esa niñata embobada de la Drummond metiendo la cuchara. Anda y que le den por culo. Eso sí, horas extra a manta con esta historia, sobre todo con los pantacas de ese lelo de Toal llenos de mierda blandita y fangosa. En este caso las reglas son las mismas, y no bromeo.
«La última esnifada que les saqué a esos imbéciles a los que empapelé, como te digo, Robbo, una pérdida de tiempo. Llevaba tan poca coca que tendría que haber dejado que se encargaran los tarados y haberme ahorrado el puto papeleo. Se habrían sentido muchísimo peor si se hubiesen metido esa mierda de lo que se sintieron con una piojosa multa de doscientas libras por ser la primera vez.»
Lennox se está dejando crecer un poco el bigote. «¡Es asqueroso que te cagas! ¡Doscientas puñeteras libras! ¿Quién era el juez?»
«Urquhart. Sorpresa, sorpresa», dice Lennox sin levantar la vista, plenamente absorto haciendo las rayas. Tiene paciencia Lennox, sabe que quiero esa raya, pero el capullo seguirá enredando hasta que esté fina que te cagas.
«El puto señor palmadita en la cabeza y sácate una moneda de la hucha», digo sacudiendo la cabeza con asco. «Además, a los muy cabrones los defendía el puto Conrad Donaldson», se burla Ray.
Sonrío ante ese nombre. Me pregunto cómo le irá a su chiquilla. No me vendría mal otra mamada de esa pequeña preciosidad. No es broma.
Ray me indica con la cabeza que me acerque. Voy a por mi primera raya, con el billete de veinte ya enrollado. Me tapo una de las fosas nasales y esnifo por Caledonia. Me sacude con fuerza. Buena mandanga. Fuah, vaya cabrona estás hecha. La boca se me entumece instantáneamente y empiezo a largar. «Escucha, Ray, tendrías que haber oído a ese capullo de Toal hablando de ti el otro día. Que si Ray Lennox esto, que si Ray Lennox lo otro. Le dije al cabrón: Aquí se le está atribuyendo una cantidad de cosas impresionante a Ray Lennox. Creo que Ray Lennox se plantaría ante algunos de los asuntos en relación con los cuales se está mentando su nombre.»
«¿Eh? ¿De qué se trata?», pregunta Ray, mirándome sin demasiada confianza. «Entre tú yo, Ray, no me sorprendería que te reclutaran para el equipo del caso negrata.» «¡Y una mierda! ¡Llevo meses detrás de los putos hippies de la comunidad Sunrise para detenerles por un alijo de cannabis!»
«Sólo te lo digo, Ray. Ya conoces a estos cabrones, las reglas son las mismas. Ah, y otra cosa…, esto queda entre tú y yo», digo bajando la voz como si estuviéramos en la cantina, aunque estemos en la intimidad del queo de Lennox.
«¿Qué?», dice Ray, tratando de mostrarse frío pero evidentemente alarmado.
«Ojo con Gus.»
«¿Gus Bain?»
«Exacto.»
«Gus es legal…, a mí me ha tratado bien…»
«Por supuesto que es legal. Te tratará bien durante todo el tiempo en que te vea como a un jovencito, como segundo de a bordo. El caso es, Ray, que te has ganado mucho respeto en este departamento, y al abuelo empieza a inquietarle. ¿Entiendes lo que te digo?» Miro a Ray a los ojos. Empieza a captar la onda que yo quiero. «Es el síndrome del joven soltero. Gus tiene costumbres profundamente arraigadas. Es de la vieja escuela. Pero le asusta la sangre nueva y puede ser un viejo bastante vengativo y se ha estado interesando de forma poco saludable por las actividades extracurriculares hasta la fecha de un tal Mister Ray Lennox.»
«¿Estás diciendo que Gus es un chivato?»
«Es famoso por ello. Ojo con lo que dices acerca de la tía farlopa cuando ande por los alrededores.» «Pero si yo nunca digo nada sobre la farlopa.» «Sí, pues acuérdate de lo que te he dicho y sigue así.» «Vale…», asiente meditabundo Lennox. «Te agradezco que
me lo digas, Robbo.»
Todo esto es vacile, pero la vida es una gran competición. Ray es un amigúete, pero también es un competidor actual o en potencia y la única forma de manejar a los competidores es controlar su nivel de incertidumbre. En eso consiste la vida: en la gestión de los niveles de incertidumbre de tus adversarios. No queremos que a este capullo se le hinche la cabeza y se piense que de alguna manera cuenta para algo.
El Ray Lennox que esnifa su raya parece perturbado. La droga restaura al instante ese barniz de arrogancia, pero las semillas de la duda están sembradas y el bajón será testigo de la cosecha de confusión en el punto exacto de madurez para que yo la recoja.
Me dice que quiere verme en su despacho inmediatamente. Nuestra rutina que se vaya a la porra; capullo egoísta. No piensa más que en su propio culo gordo y en cómo mantenerlo a cubierto. No hace otra puta cosa que redactar ese guión cinematográfico. Ya sé lo que pretende el cabrón. Dejo el periódico en la mesa y me dirijo escaleras arriba. Siento náuseas al llegar frente al despacho de Toal. Los ascensores están averiados y estoy sin aliento después de subir esas dos plantas. Esos putos cabrones de mantenimiento no hacen una puta mierda.
«Bruce, tenemos que tener una pequeña charla. Niddrie ha convocado una reunión del equipo en su despacho para esta tarde», me dice el cotilla este. Está empleando un «Niddrie» de mal gusto en lugar de un coleguil «Jim» o un respetuoso «el su-per». Es evidente que le han estrujado sus gangrenados huevos y anda en busca de amiguetes. O quizá no. El cabrón podría estar simplemente tocándome los huevos. Drummond aún no se ha puesto en contacto conmigo. Otra vez jugando a chochetes tontorrones.
«¿A qué hora?», pregunto. Necesito pasar algún tiempo con el periódico. Sale la Claudia Schiffer. Un polvo que te cagas, no hay duda. Dice que va a abrir un restaurante o algo así. ¿A quién le importa eso un carajo? ¡Enséñanos el culo y las tetas, muñeca, eso es lo que queremos!
«A las tres.»
La Página Tres.
«Podría estar trabajando. Dije que iba a estar en una reunión del Foro a esa hora.» «Dios…, Amanda es la que debería estar ocupándose de eso.» «Bueno, pues no se ha puesto en contacto conmigo para decirme que no fuera. ¿Estás sugiriendo que no debo asistir?»
«Dios…, no…, con eso es con lo que ha estado volviéndose tarumba Niddrie. La gente del Foro ha hablado con Malcolm St John de STV y con Andy Craig del News. Parece que se han vuelto a mostrar muy críticos con la investigación», bufa con amargura, como si fuera una crítica personal del propio Toal. Pues debería serlo, joder, él es el cabrón encargado de esta investigación, o eso se supone.
Tengo una copia del periódico de ayer por la tarde abajo. Lo entró la secretaria. No vi nada sobre el caso. Recuerdo haberle echado un vistazo a la contraportada y al editorial, pero lo único que recuerdo era el artículo sobre el homenaje a Tom Stronach:
Los aficionados al fútbol de Edimburgo ya pueden bajar la cabeza de vergüenza ante la irrisoria asistencia de menos de dos mil personas en el homenaje a uno de sus hijos favoritos, Tom Stronach. Por supuesto, la recesión ha significado para muchos fans que ahora los partidos extra sean un lujo, en particular a una semana de las Navidades, y el tiempo de Edimburgo tuvo mucho que ver. No obstante, semejante nivel de apoyo para tan leal servidor del ambiente deportivo de la capital no es ni más ni menos que un desaire inmerecido.
También leo que el ídolo de Tom, Kenny Dalglish, no pudo asistir debido a otros compromisos, pero que envió sus felicitaciones a Tom en su noche de gala. Dalglish probablemente tenía que lavarse el pelo o algo así. Acertó manteniéndose lejos de toda esa mierda.
Deseé poder mantenerme lejos de toda la mierda de Toal.
«No hay resultados, Robbo. Esta investigación no avanza. Hemos estado en todas las tiendas, pero no encontramos el rastro de ese puñetero martillo», gimotea.
Como si a mí me importara un carajo.
«Ya veo. Conque Niddrie espera que Televisión Escocesa y el Evening News resuelvan el caso, ¿no es así? ¿Qué subnormal de periodista ha resuelto un puto crimen en su vida? Contéstame a eso.»
«Yo estoy tan molesto como tú, Robbo», dice Toal retorciendo su boca de vieja. Esa boca: el morro de un ladrón que no puede evitar cotillear sobre lo que ha chorizado y después es lo bastante estúpido como para sorprenderse cuando la puerta de la celda se cierra a sus espaldas. «De todos modos, ¿tienes alguna otra noticia?», pregunta.
«No, se lo habría comunicado a Amanda, como dijiste.»
Sí, ya, en eso estaba pensando.
«Mmm. De acuerdo…», dice Toal. Ya noto cómo empieza a entrarle el desencanto con la pequeña zorra. «Volveré a cambiar la fecha de la reunión del Foro y apareceré por el despacho de Niddrie a las tres.» «No… Yo iré al despacho de Niddrie. Tú acude a la reunión del Foro.»
«De acuerdo», le digo, y mientras salgo pienso: ¿Qué cojo-nes va a hacer la pequeña Amanda? Debería volver a entrar y decírselo a Toal pero paso. Me pica el culo que te cagas. ¿Por
qué siempre soy yo el que tiene que encargarse de esta puta mierda? Si presentara la dimisión mañana aprenderían estos cabrones. A ver cómo se las arreglaban entonces. Todo este puto sitio se detendría en seco, por la sencilla razón de que está abarrotado de los capullos más inútiles que jamás se han escondido tras un uniforme de policía. Estos capullos no durarían ni diez minutos en Nueva Gales del Sur o incluso en la Met. No saben en qué consiste la auténtica labor policial, ninguno de ellos.
Que les den. Bajo las escaleras y me detengo en los servicios a darle una buena rascada al culo. Los pantalones están húmedos con mi sudor y tengo que coger algo de papel higiénico y colocarlo entre mi piel y la tela saturada a fin de intentar que los muy hijos de puta se sequen. Después, vuelta a la rutina.
Estudio los papeles que tengo encima de la mesa, y después echo una mirada en torno a mis colegas, que no tienen ni idea. Nunca jamás he visto una dotación tan abigarrada de inútiles subnormales reunidos bajo un mismo techo.
«Sí, es raro, Peter, ya lo creo», le digo a Peter Inglis. «¿Qué quieres decir?» Me dan ganas de decirle: Como tú, capullo amariconao, tú
eres el raro, pero en vez de eso escudriño la documentación que hay sobre la mesa. «A veces miro esto y pienso: Las pistas nos están mirando directamente a la cara, pero no conseguimos resolverlo, joder.»
«Un solo descubrimiento importante y todo encajaría», dice Gus encogiéndose de hombros.
«Pero de eso se trata, Robbo», dice Peter, «es siempre la misma historia. Un noventa por ciento de sudor y un diez por ciento de inspiración. Sencillamente tendremos que seguir insistiendo.»
«Y cómo Peter», asiento, levantando el periódico.
«Venga, tíos, un poco de movimiento, joder. Gus», le grito. «Veintiuno vertical. Isla de la bahía de Ñapóles, cinco letras. ¡Venga! Crime: together we'II crack it.»1
Gus arruga la cara. «Estuvimos por esa parte del mundo, Edith y yo. Sorrento. Cogimos el hidrodeslizador hasta Ñapóles por un día. No vi ninguna isla, Bruce, y estábamos enfrente de la bahía de Ñapóles, puesto que acudíamos desde Sorrento y tal.»
«Pues es evidente que las hay, Gus, al menos según el puto periódico. Eso sí, es un periódico plebeyo, yo sólo lo compro por las tetas, la tele y el fútbol… y qué tal uno vertical: ¿Sustituto del monarca? Ocho letras.»
«Regente.» «Eso son una…, dos…,, tres…, siete. Nah.» «Jeanette Charles.» «¿Eh?» «La Jeanette Charles esa. La doble de la reina. Sustituye a la
reina.»
«Hoy no me está saliendo nada de nada. Aunque ésta sí: Lo más bajo. Cuatro letras. Toal. No, ésta tendríamos que saberla, ya lo creo: SCUM.2 Tratamos con ella todos los días. Ahora, que Toal es lo mismo, eh.»
1. Se trata de un conocido lema de una campaña institucional contra el delito. Puede traducirse por «El Delito: juntos lo resolveremos». (NT. del T.)
2. «Escoria». (N. del T.)
Más tarde veo a Lennox en la cantina. Aún está tras la pista de los hippies esos. El cabrón me ha estado evitando un poco. Le llevo al centro. Pasamos delante de uno de esos colegios pijos para chicas. «Mary Erskine's…, James Gillespie's…, cómo suenan los nombres de esos reductos de colegialas pijas, Ray. Es que te la pone morcillona. Erse. Skin. Lesbians) Menudo guarro el que les puso nombre a esos colegios. Vaya un pervertido que te cagas.»
Lennox se ríe y sacude la cabeza. «Vaya tío estás hecho, Robbo.»
«Ya te digo, Ray», digo yo, «esas chavalillas: como angelitos. Después crecen, ése es el problema. Se convierten en gua-rras y en putas de mierda. Y una guarra es peor que una puta. Al menos con una puta sabes a qué atenerte. ¿Con una guarra? Nunca se sabe, joder.»
Lennox parece incómodo. «Bueno, sí…»
No entiende nada, ése es su problema. Se cree que lo sabe todo. ¿Pero qué es lo que sabe? No sabe nada. Absolutamente una puta mierda. Demasiados humos es lo
que tiene, este capullo.
Nos paramos a tomar un bocado en la pastelería del South Bridge. Ahí está Eddie Moncur, de la oficina del South Side, con un tarado de uniforme. Les saludo con una inclinación de cabeza. Nos sirve, o debería estar sirviéndonos, un capullo lento, vago y obeso, pero se toma su tiempo. «Quién se ha comido todos los pasteles…», empiezo a canturrear, pero Mister Mamón Tranqui Lennox se niega a sumarse. ¿Estará por encima y más allá de eso? No lo creo.
«Pero luego un par de pintas, ¿eh, Ray? Ni de coña voy a volver a ese sitio esta tarde, eso seguro.» Ray me mira como si yo estuviera ido de la cabeza. «Te olvidas de algo. La fiesta sorpresa de Gus.»
Claro. Cómo he podido olvidarlo. Me pongo a pensar que también puede que haya sorpresas para Mister Ray Bobochorra Lennox.
1. Erse («culo»). Skin («piel»). Lesbians («lesbianas»). (NT. del T.)
Sin embargo, hemos entrado algunas latas y botellas, y hay una multitud considerable. Sí, incluso Drummond está aquí: una copa de vino, y después grandes aspavientos ante todo dios sobre la necesidad de volver al trabajo. Ni dios le hace puñetero caso sin embargo, aunque el ambiente se anima cuando se marcha. Ésa necesita un polvo de mala manera, para la tranquilidad de espíritu de todos los demás aparte de la suya. De todos modos, a mí me interesan más los chochetes de verdad. Ese gran cacho, la Reina de los Paquetes, anda por ahí. Lennox está haciéndole la pelota sin llegar a ninguna parte. Hace la pelota pero no piensa. Yo sí. Hicimos una apuesta de cincuenta libras sobre quién sería el primero en metérsela a la Reina de los Paquetes, y esa pasta va a ir a parar al cofre de los Robertson. Y no bromeo. Tengo cuidado con lo que bebo y aguardo el momento propicio hasta que todo dios va bolinga perdido. Entonces voy orientando el tema de la conversación hacia la talla de un caballero, observando cómo Lennox se pone nervioso y trata de cambiar de tema.
«Me acuerdo de que en Oz,l en el Departamento de Policía de Nueva Gales del Sur», prosigo, «solíamos jugar a un juego de sociedad… en nuestra comisaría de College Street. Los aus-sies…, bueno, pueden ser un poco subidillos de tono.»
«Ah, sí, ¿cómo era?», pregunta Karen Fulton. La muy gua-rra está cachonda. Ya se sabe. Últimamente se ha vuelto un poco presumida, pero el alcohol y la atmósfera festiva son exactamente lo que hace falta para devolver a una guarra al redil. Sencillamente no lo pueden remediar.
«Quizá no debería decirlo, Karen, cariño. Nuestros primos coloniales… pueden ser más bien ordinarios.»
«¡Venga! Escupe», insiste Fulton.
«Esto suena interesante», ronronea la Reina de los Paquetes.
«Venga, Bruce, no empieces con algo que luego no puedas terminar», dice el bocazas de Lennox, enarcando una ceja, benditamente ajeno al hecho de estar firmando su sentencia de muerte.
«Bueno…, vale…, pues consistía en que los tíos iban por turno al cuarto de las fotocopiadoras y se hacían una fotocopia del aparato. Entonces escribían su nombre al dorso y la metían en un sobre. Una vez que todo el mundo estaba listo entonces alguien las ponía en el tablón de anuncios con chinchetas.»
«¡No digas bobadas, Bruce!», se mofa Lennox, pero, para vergüenza suya, todos los demás parecen encantados. Miro a ese putón, la Reina de los Paquetes, que tiene los ojos como platos.
«Nah, pero escucha», continúo, «entonces las chicas intentaban emparejar la polla con el tío.»
«¡Hagámoslo!», ruge la Reina de los Paquetes. Veo a Lennox con expresión afligida, pero no hay nada que pueda hacer. Hasta el viejo Gus está por la labor. Peter Inglis se apunta el primero, el puto bicho. Las mariconas son las mayores reinas de paquetes de todas y a un sujeto reprimido, inepto y de tapa
1. Oz. Apodo empleado tanto en Gran Bretaña como Australia para referirse a este último país. Se basa en la homofonía entre la primera sílaba de Australia y el mítico país de la célebre película El mago de Oz. (N. del T.)
dillo como él, se le debe de caer la baba ante la perspectiva de inspeccionar tanta carne. Sí, Inglis, ya te sacaré yo del armario, cacho cabrón. Puede que algún capullo de militante pro igualdad de oportunidades tenga la idea de convertir el cuerpo en un bastión de la bujarronería, pero aquí los viejos valores se resisten a morir, sobre todo en la hermandad. Ya se enterará, ya.
Inglis sale con una hoja de papel dentro de un sobre. Le entrega el sobre a Ralph Considine, que no es más que un tarado de uniforme y por lo tanto no debería estar aquí, para empezar, y él entra y hace lo propio, entregándole el sobre a Gus. Hay alaridos y gritos de ánimo por parte de todo el mundo, salvo de un indeciso Lennox, cuando entra el viejo Gus. Después es Lennox el que desaparece a regañadientes, intentando echarle valor. Yo soy el siguiente, pero cuando pongo el aparato sobre la placa de cristal, limpiándola primero después de que el resto de esos capullos la hayan tenido ahí puesta, le doy al botón de ampliación a tope y retiro la copia antes de volver a dejarlo en su posición normal. Pongo el nombre detrás de mi pito aumentado. Afortunadamente, el sarpullido no parece demasiado evidente gracias a la imagen en blanco y negro y la calidad del papel.
Salgo con el sobre. Clell y algún tarado que ha trabajado con Gus hacen lo propio, y ya estamos listos.
El juego resulta interesante. Una de esas vacas descaradas me adjudica lo que es obviamente el organillo de Lennox. Sí, ya. Finalmente se da la vuelta a todas y se colocan en orden descendente:
BRUCE GUS ALAN ANDY PETER RALPH STEVE RAY PHILLIP
Resulta que el viejo Gus la tiene casi tan grande como la mía ampliada. ¡No me extraña que el taimado viejo cabrón tuviera tantas ganas de probar suerte! Lo más impresionante de todo ha sido que alguien la tenía más pequeña que Lennox, un tarado de uniforme llamado Phillip Watson. ¡A mí eso se me habría antojado imposible como no fuera que tuviera coño!
Tras la revelación, todo el mundo me dedica mogollón de atención. Capto la flirteante mirada de la Reina de los Paquetes. A medida que pasan el tiempo y la bebida, pierde el culo por mí, y Lennox está mosqueado que te cagas, la rata de cara larga. Yo me lo hago de tranqui: lo bastante coqueto para mantener a la guarra caliente, haciéndola sufrir, siempre es la mejor manera. Estoy haciéndomelo de James Bond, disparando finos dobles sentidos a derecha, izquierda y al centro, uno o dos de ellos en plan cañonazos de advertencia para un tal Mister Ray-mond Lennox. Las reglas son las mismas.
No pienso decirle una puta mierda a esta gran puta rubia. Quiero que la Reina de los Paquetes se baje del burro, quiero que ella me haga proposiciones a mí. Cosa que, después de un rato y más bebida, hace. Se me acerca sigilosamente y anuncia en plan vampiresa: «El vencedor se merece un premio. Vamonos allí dentro…», y se larga y yo la sigo a una distancia discreta hasta el cuarto de la fotocopiadora, guiñándole un ojo a Lennox cuando desaparezco. Ella se apoya contra la mesa y yo ni siquiera la beso. Le levanto la falda y le bajo las bragas. «Métemela», dice, «métemela ya», cerrando los ojos.
Yo empujo y observo a la Reina de los Paquetes menearse y encabritarse con una expresión cada vez más perpleja en la cara. Ella está haciendo todo el trabajo y eso me viene a mí perfectamente. Después de un rato vacío la tubería y la dejo ahí preguntándose qué ha pasado.
Recojo las cincuenta libras que me debe Lennox y después me voy a casa más volado que una puta cometa. Incluso el corto trayecto en coche vuelve a empinármela. Es el ritmo del tráfico y el calor del coche, además del contenido lírico del elepé de los Motley Crüe Girls Girls Girls en el estéreo, donde hay más referencias a chochetes calientes de las que habría en un periódico holandés si alguien le hubiese pegado fuego al barrio chino en Amsterdam.
Cuando llego a casa hay un par de cartas. Una es un recibo del gas, la otra tiene remite de Chelmsford y es de Tony y Diana. Siento que se me remueve la polla y pienso en el viaje de setecientos kilómetros en coche hasta Chelmsford. Podría hacerlo de noche a base de farlopa, follar hasta reventar durante un par de horas, y después volver derechito a casa. Sí. Ignoro el recibo del gas, ignoro todas esas. Carole se encarga de esa mierda, y yo ya tengo bastante papeleo de mierda en el curro, hostia puta. Abro ansiosamente la carta de Chelmsford.
14 de diciembre de 1997
Querido Bruce:
Espero que te vaya todo bien. Te escribimos para decirte que no nos parece buena idea que el mes que viene te reúnas con nosotros y con Laurence e Yvonne. Siento que tú y Carole estéis pasando por momentos difíciles, pero no creo que fuera correcto que tú estuvieses con nosotros sin ella.
Hemos pasado algunos ratos estupendos juntos, pero creo que cualquier período de experimentación requiere un poco de tiempo para reflexionar. Eso es lo que Diana y yo estamos acometiendo en la actualidad.
Espero que tú y Carole resolváis vuestros problemas satisfactoriamente. Con mis mejores deseos,

Me planteo llamar por teléfono a Geoff Nicholson, de la policía de Essex, y contarle lo de este sórdido clubecillo. Incondicional de la hermandad, Geoff. A punto estoy de coger el auricular cuando llaman a la puerta y es Tom Stronach, su cabello ondulado lleno de mechones encrespados. Va vestido con una sudadera gris Russell Athletic y unos pantalones de chándal grises. Parece bastante abatido.
«Tom…, ¿qué tal?», pregunto con fingida preocupación. «Estoy hecho polvo que te cagas, Bruce. Mil doscientos trece clientes. Le di doce años de leales servicios a ese puto club.» «Ya veo. Yo pensaba que el aforo fue de más o menos dos mil.»
«Nah, el Evening News lo infló un poquito.»
«Pues yo estuve allí», mentí. Ni de coña. ¿Frente a un equipo de reserva del condado de Derby en un martes que caían chuzos de punta a falta de sólo ocho días para hacer las compras hasta la movida?
Tom sacude la cabeza, y después se le alegra un poco la cara: «Eso sí, recibí una nota agradable de Kenny Dalglish.»
«Estoy seguro de que habría estado allí si hubiera podido», digo, encogiéndome de hombros. «A los tíos como él los tienen muy solicitados. Es una mala época del año.»
«Sí, ya lo creo», confiesa Tom. «De todas formas, Bruce, tengo un par de entradas para ti para el Almuerzo del Deportista, para mi homenaje y tal. Lo vamos a celebrar durante la tregua que hay entre Navidad y Año Nuevo. ¡Cualquier excusa para que siga la fiesta!»
«Por su sitio, Tom», digo yo, apoderándome de los billetes estampados en relieve y el folleto a la vez. Veo instantáneamente que ha sido un error, el hijo de puta me la ha metido doblada. El billete dice:
QUEDA USTED INVITADO COMO
PERSONAJE VIP A EL ALMUERZO
DEL DEPORTISTA EN HOMENAJE A
TOM STRONACH
Edimburgo el lunes, día 28 de diciembre
de 1997 Ropa informal
portadores de entradas al Fondo de
Homenaje a Tom Stronach.
«Mmm, cierto, Tom», carraspeo, «ahora mismo voy a por mi talonario de cheques.»
Cabrón.
Estoy rellenando un cheque y él venga a parlotearme al oído. «Puede que Graeme Souness sea uno de los oradores después de la cena. También espero que esta vez pueda venir Kenny. Y está confirmado que Rodney Dolacre subirá. Es un gran orador.»
«Mmm… Rodney Dolacre, ex miembro de la selección inglesa. He oído que gana algo de dinero por el circuito. Ha hecho alguna cosa con Besty, Marshy y Greavesy.»1
«Sí, fue muy amable interesándose.» Ni de coña van a venir Dalglish, Souness o Dolacre a la cena de homenaje de este gilipollas.
Stronach pierde poco tiempo en ponerse el manto de la arrogancia que caracteriza a la mayoría de futbolistas cuando les va bien. «Si quieres alguna entrada más, Bruce, pégame un gri
1. Conocidos comentaristas deportivos británicos. (N. del T.)
to. Eso sí, no quiero decir que pueda conseguirlas, pero ya sabes, tratándose de ti y tal…»
«Lo tendré en cuenta», salto bruscamente, entregándole un cheque que equivale a doce mamadas de una puta de Leith. Hijo de puta.
El cabrón se marcha con una sonrisa en la cara. Está satisfecho que te cagas consigo mismo porque se piensa que le ha metido una a Bruce Robertson. Pues menuda sorpresa te espera, mi querido y mongólico amigo futbolero de pocas luces, porque las noticias que tenemos para ti son que las reglas son las mismas.
Esa misma noche pero más tarde viene Chrissie. Se oye el chasquido de los visillos de Stronach, pero él juega esta noche, así que será esa puta entrometida y aventurera con la que se casó. Hago pasar a Chrissie y empezamos a cortarnos el gas el uno al otro. A esta puta empieza a dársele bien, a ella, a la que al principio no le enrollaba nada.
«Aprieta más, Bruce…, aprieta más», gime, y siento estrecharse mi propia tráquea algunos centímetros cuando ella aprieta su cinturón.
Me resulta difícil mantener el entusiasmo. No dejo de pensar en mis rivales en la carrera por el ascenso.
ARNOTT
«¡Folíame más fuerte, Bruce! ¡Folíame más fuerte!», suplica Chrissie. Que os jodan a todos… Ahí está la foto escolar de Stacey, sobre el aparador. No
puedo mirarla, quisiera haberla vuelto para otro lado o haberla guardado en el cajón. Nos está mirando…
Stacey nos está mirando a mí y a esta guarra…
… esto no es…
Soy un hombre bueno…, ella lo dijo…, la mujer, su esposa…, traté de insuflarle vida de nuevo al tío…
Bombear
Como estoy bombeando a esta zorra…
Bombear
«Oh, Bruce…, venga…, oh… oh… ay Dios… oh… oh… oh… ooohhhhh…»
Y sigo bombeando, pero cuanto más le das a esta puta, más aguanta. Estoy esforzándome que te cagas de verdad y es un alivio cuando el aire se llena con ese chillido horroroso en señal de que está llegando y siento aflojarse el cinturón alrededor de mi cuello y giro hábilmente las caderas y empiezo a disparar mi semen a puerta.
«Hostia puta, Chrissie…», jadeo mientras mis eyaculaciones se disipan como el pulso de un hombre moribundo y mis golpes de cadera van apaciguándose hasta llegar a la inmovilidad.
Me derrumbo sobre ella, me quito de encima y sobamos un rato. Yo me despierto el primero y compruebo los daños.
Los capilares de mis párpados han estallado y tengo una abultada marca en el cuello. Soy un agente profesional del mantenimiento de la ley. Tengo que tratar con el público. No puedo andar por ahí con este aspecto a causa de esa zorra egoísta. Ahora que se avecina una junta de ascensos, no.
«Ha sido magnífico», dice ella estirándose lánguidamente antes de levantarse y vestirse. «Escucha, Bruce…», dice mientras se pone con destreza la ropa interior y después la falda y la blusa. «Sé que tenemos que hablar sobre la clase de compromiso que queremos tener el uno con el otro, pero no veo que haya necesidad de andar con prisas.»
«Eso me parece bastante sensato», digo yo. Está elegante. Ha aumentado un poco de peso, se ha teñido el pelo. Sus movimientos tienen más confianza y más gracia.
«Quiero decir, no creo que salir de una relación y meterse directamente en otra sea algo muy sensato», sonríe, echando hacia atrás su cabello rubio y cepillándoselo. «Mantengamos las cosas sobre esta base hasta que descubramos cuáles son nuestros verdaderos sentimientos.»
«No podría estar más de acuerdo. Antes de que te cases, mira lo que haces», le suelto yo. Tiene un polvete, ya lo creo. «¿Por qué no te quedas un rato, papeas algo y a lo mejor luego nos divertimos un poco más?» Me acerco al aparador y coloco la foto de Stacey en el primer cajón.
«Me encantaría, Brucey, pero he de ver a alguien.»
«Ah», digo yo.
«Ya nos veremos, Brucey, nene», dice echándose el bolso sobre el hombro. Se vuelve hacia mí, me hace un guiño me besa en la frente y me dice a continuación con acento americano: «Me alegro de que estemos en el mismo parking, cariño», y después coge la puta puerta.
«Vale…»
Se ha ido.
Joder
Cree que puede marcharse así tal cual después de tratar de joderme el ascenso. ¿Quién se habrá creído este desastre que es? ¡Jamás reemplazaría a Carole! ¡Ella nunca!
¡No es más que un polvo de poli barato!
Se ha dejado el pintalabios. Su rojo, rojo pintalabios.
Tengo ganas de volver a ver a Bruce, para que estemos juntos otra vez, como una familia; yo, Bruce y nuestra pequeña Stacey. Tiene que asumir el mal que ha hecho y el daño que le ha causado a todo el mundo con sus bobas mentirijillas. A menudo me siento culpable, siento que tendría que haberla educado mejor, haberle enseñado la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal. Pero en realidad es una buena chica y es importante que sepa que Bruce y yo la perdonamos.
Todas las familias pasan por este tipo de traumas y es importante no darles a estas cosas más importancia de la que tienen. Hacerse mayor en los tiempos que corren ya es lo suficientemente complicado.
Vuelvo a estar en el bar. Hay dos hombres mirándome. Uno de ellos dice algo que no capto, pero la hostilidad es inconfundible.
¿Por qué será que una mujer no puede beber sola?
Me deseáis, pero no seré vuestra.
Mi nombre es Robertson.
Adopté el apellido de mi hombre.
Soy suya.
Si él estuviera aquí ahora, os haría callar, haría callar vuestros rostros impúdicos y despectivos. Jamás seríais capaces de hacer frente a mi Bruce. No sois lo bastante hombres.