El Horla

Guy de Maupassant

Guy de Maupassant nació en el castillo de Miromesnil en 1850. Forma parte del grupo de escritores naturalistas franceses, que se aproximaron a los problemas de la sociedad para contarlos de una forma descarnada, sin olvidar la calidad literaria. Puede decirse que, no desechando del todo el romanticismo, mostraron la otra cara de la realidad, que tenían a su alrededor, aunque pudiera ofrecer demasiado aspectos desagradables. Uno de los primeros éxitos de este autor fue Bola de sebo (1880), que se considera una obra naturalista. En seguida eligió el realismo en novelas como La casa Tellier (1881), Una vida (1883) y Bel Ami (1885). En ésta plasmó la vida decadente de un gran amante dentro de la alta sociedad parisina.

Maupassant fue también un excelente escritor de relatos, como se puede apreciar en el que incluimos en nuestra selección de Vampiros, y de crónicas viajeras, algunas de las cuales ofrecen un estilo literario que resulta asombrosamente actual, aunque se lea más de un siglo después de haber sido escrito.

Murió en 1893 víctima de la locura, al haberse visto arrastrado por una enfermedad de mala curación y por una serie de fracasos sentimentales y económicos.

8 de mayo

¡Es un día espléndido! He estado casi toda la mañana tumbado en la hierba, ante mi casa, a la sombra del gigantesco plátano. Siento una especial predilección por este sitio, debido a que en él nació mi familia, extendiendo las raíces en las profundidades que unen a los seres humanos al lugar en el que se criaron y fallecieron sus antecesores, debido a que lo vinculan a los principios y las costumbres del sitio, a sus comidas, la forma de hablar, la voz característica de los labradores, el aroma del suelo, de los pueblos y toda la atmósfera.

Siento un enorme cariño por el edificio donde vi la luz y di mis primeros pasos. Gracias a sus ventanas y balcones puedo contemplar el Sena, que discurre al otro lado del jardín, más allá de la calle, el grande y amplio Sena, atravesando Rouen y el Havre, repleto de barcos que lo navegan.

En la distancia, exactamente a la izquierda, se halla Rouen, la bella ciudad, en la que destacan los tejados grises, el gran número de las afiladas torres góticas, ya sean esbeltas o redondeadas, sobre las que resalta la Catedral repleta de campanas, las cuales repican para que vibre el aire en las radiantes mañanas; su agradable y lejano sonido se percibe desde mi casa, ya sea fuerte o apagado, de acuerdo con la dirección del viento.

¡Qué a gusto me sentí aquella mañana!

Cuando dieron las once, vi una extensa fila de barcos arrastrados por un remolcador, que a simple vista parecía tan grande como una mosca, expulsando un humo espeso que se desplazaba detrás de la cancela.

Siguiendo a un par de goletas inglesas, en cuyos mástiles tremolaban unas rojas banderas, contemplé al mismo tiempo una soberbia embarcación brasileña, brillante en su limpia blancura. No resistí la tentación de saludar a sus tripulantes al pasar, aunque supiera que no podían verme. Me dejé llevar por las emociones.

11 de mayo

Vengo padeciendo una fiebre extraña desde hace varios días. Esto me mantiene melancólico y con pocas ganas de moverme.

¿Cómo surgen esas extrañas circunstancias que modifican nuestro estado de ánimo, hasta llevarnos de la dicha al pesimismo o de la esperanza al desánimo? ¿Puede encontrarse en la atmósfera, en el aire impalpable que desplaza misteriosas influencias? En ocasiones salto de la cama predispuesto a realizar las mejores acciones, y hasta comienzo a cantar o silbar. ¿A qué obedece esto? Camino hasta la orilla del río y, luego de un breve recorrido, regreso a casa llevando una carga de pesimismo, igual que si presintiera que me espera una desgracia. ¿Cómo se ha producido este cambio? ¿Quizá se deba a que el frío viento ha golpeado en exceso mi cuerpo, alterando mi sistema nervioso y llenando de pesimismo mi voluntad? ¿Pueden influir la composición de las nubes o la coloración de las luces del día que altera el aspecto de los paisajes que estoy contemplando? ¿Alguien tiene una respuesta?

Cada una de las cosas que se encuentran cerca de nosotros, junto a lo que vemos, aunque no lo advirtamos, unido a lo que manipulamos o podemos localizar, nos causa un efecto instantáneo, asombroso e inexplicable, que modifica nuestros conceptos y hasta nuestro corazón.

¡Qué hondo es el misterio de lo que no podemos contemplar! Esto impide que lo investiguemos con nuestros torpes sentidos, es imposible que lo recorramos con la mirada, lo que se trasluce en que ignoremos si es grande o excesivamente diminuto, si se encuentra próximo o muy lejano —puedo referirme a los habitantes de un planeta o a las diminutas criaturas que llenan una gota de agua—, como tampoco logramos percibirlos con nuestros oídos, algo que supone un engaño, debido a que sólo recogemos las notas sonoras que vibran en el aire. Puedo considerarlas unas hadas capaces de efectuar el prodigio de transformar en sonidos todas esas vibraciones, para dar nacimiento a la música gracias a tan peculiar metamorfosis... Ni conseguimos captarlo por el olfato, que en los seres humanos es menos sensible que el de los perros, ni con el sentido del gusto, que hasta es incapaz de proporcionarnos la edad de un vino.

¡Ah! ¡Otra cosa muy distinta sucedería si contáramos con nuevos órganos que pudieran realizar ciertos prodigios en nuestro provecho, cuantas maravillas advertiríamos a nuestro alrededor!

16 de mayo

Ya no me cabe la menor duda de que he caído enfermo. ¡Con lo bien que estaba hace sólo un mes! Sigo teniendo una fiebre altísima, lo que me ha dejado en un casi permanente estado de enervación. Esto me obliga a sufrir en los planos espiritual y físico. Además, desde hace unos días me asalta la sensación de que se acerca un riesgo inminente, que una calamidad va a aparecer en cualquier momento. Es posible que sea la muerte. Este tipo de presentimiento, el mejor síntoma de una dolencia misteriosa, se ha apoderado de mi cuerpo y, sobre todo, de mi sangre.

18 de mayo

Hace unas horas me ha examinado el médico, debido a que no concilio el sueño. Su diagnóstico se ha basado en que mi pulso está bastante acelerado, tengo las pupilas dilatadas y mi sistema nervioso muestra una gran excitación: nada de lo que deba preocuparme, ya que puede ser curado con algunas duchas y unas dosis de bromuro de potasio.

25 de mayo

No se ha producido cambio alguno. Mi situación resulta bastante singular. Cuando se acerca el atardecer, siento una inquietud en aumento, igual que si con la llegada de la noche fuera a suceder alguna tragedia. Esto me obliga a cenar con excesiva rapidez; luego busco el refugio de un libro; sin embargo, me cuesta entender las palabras, hasta que ni siquiera logro ver las letras. En el momento que desciendo al salón, agobiado por un pánico indefinible y constante: el temor a no poder dormir y a que la cama se convierta en un suplicio.

Nada más que el reloj da las diez, subo a mi dormitorio, donde cierro la puerta echando la llave y el cerrojillo. Me siento aterrorizado... ¿Por qué? Hasta el momento nada me había asustado... Pero examino el interior del armario y los bajos de la cama. Intentó escuchar algún sonido... ¿Qué puedo descubrir?

Es extraño que una enfermedad, acaso una mala circulación de la sangre, la alteración de los nervios, una leve congestión o un corto sobresalto en el frágil e imperfecto mecanismo viviente consigue que el más optimista de los seres humanos se transforme en un sujeto melancólico, lo mismo que en cobarde al más valeroso. Al meterme en la cama, finalmente, anhelo la llegada del sueño con la misma sensación de temor que un reo espera al verdugo. Siento verdadero pánico. Mi corazón hace rato que no deja de latir aceleradamente y tiemblan mis piernas y brazos; al mismo tiempo, mi cuerpo se ve sacudido por infinidad de escalofríos, bajo unas mantas que deberían proporcionarme calor... Súbitamente, me desplomo en el sueño a la manera de un suicida que se arroja a un pozo. Es imposible que caiga en la cuenta de que al conseguir este sopor maligno, que me rodea y me asedia, ya mi cerebro no me pertenece, ha abatido mis párpados para anular mi voluntad.

Quizá permanezca dormido unas dos o tres horas, a merced de una pesadilla que me agobia. Tengo la sensación de que me encuentro en el lecho, dormido...; sin embargo, a la vez advierto que un extraño se aproxima para observarme, tocarme y hasta... Termina echándose a mi lado, deja sus rodillas sobre mi pecho, rodea mi garganta con sus manos, y presiona... ¡Presiona con la intención de estrangularme!

Intento defenderme, pero me veo maniatado por una sensación de debilidad, de una impotencia encadenada a mi pesadilla. Intento chillar y me resulta imposible, quiero moverme y estoy paralizado por el terror... Mi mente ordena que se realicen los esfuerzos más desesperados, sin poder hacer otra cosa que dejarme vencer por ese enemigo que se encuentra sobre mí reduciéndome a la nada...

De repente, abro los ojos, tembloroso y cubierto de sudor. Enciendo la bujía y compruebo que me encuentro solo. Pasada esta crisis, que todas las noches se repite, caigo en el sueño y ya no me despierto hasta el día siguiente, pero bien entrada la mañana.

2 de junio

Mi enfermedad no deja de empeorar. ¿Qué me está ocurriendo? El bromuro ha resultado ineficaz, como tampoco las duchas sirven para nada. Cuando deseo agotar mi cuerpo, que casi siempre se siente cansado, lo mejor son las largas caminatas por el bosque de Roumare. Confiaba que la claridad y ligereza de la atmósfera, al combinarse con el aroma de las hierbas y la floresta, vivificarían mi cuerpo y mi sangre. Recuerdo que iba por una amplia avenida, cuando me desvié hacia La Bouille, siguiendo un angosto sendero que se veía rodeado por unas filas de árboles, los cuales componían un techo verde y frondoso entre el cielo despejado y yo.

De repente me asaltaron unos escalofríos, más parecidos a los propios de la agonía que a los originados por una bajada de temperatura. Me di prisa en regresar, preocupado al estar solo en el bosque, y asustado al no contar con ningún tipo de defensa. Súbitamente, tuve la sensación de que era seguido, que un misterioso personaje iba tras mis pasos, demasiado cerca, tanto que materialmente estaba pisando mis talones.

Me di la vuelta de una forma brusca, para descubrir que continuaba solo. Ante mí no había nadie, únicamente el sendero, siempre delimitado por los altos árboles, que se perdía en la lejanía, sin que se descubriera ni siquiera la sombra de un enemigo real.

Pero cerré los ojos. ¿Por qué lo hice? Me di la vuelta con celeridad, casi en los trescientas sesenta grados de una peonza y estuve a punto de caer al suelo. Cuando abrí los ojos, los árboles, la tierra y el cielo estaban girando a mi alrededor. Me vi obligado a buscar asiento. Entonces, ¡oh!, fui incapaz de saber qué hacía allí, cómo había llegado... ¡Qué falta de memoria más inoportuna! No pude responder a unas preguntas elementales. Tomé el sendero de la derecha y busqué la avenida, por la que había llegado al interior del bosque.

3 de junio

He soportado una noche terrible. Pienso marcharme unas semanas, debido a que mi cura puede llegar por medio de un largo viaje.

2 de julio

Ya estoy de regreso. Me he curado, después de disfrutar de una excursión magnífica. Además, he tenido la suerte de conocer Mont Saint-Michel.

¡Qué bello paisaje cuando se llega al atardecer cerca de Avranches! La ciudad se encuentra en la cima de una colina. En seguida me acompañaron a los jardines, que están a las afueras. No silencié una exclamación de asombro. Delante de mí se alargaba una extensa bahía, cuyos límites se perdían de vista en medio de dos orillas difuminadas por la niebla y, en el centro de tan hermoso escenario, lleno de unos amarillos bajo un cielo dorado y resplandeciente, se elevaba un promontorio muy singular, negro y afilado. El sol ya andaba por su ocaso y, gracias a sus postreros resplandores, se podía contemplar el contorno de la roca fabulosa, cuyo centro era coronado por el más soberbio monumento: una abadía.

Nada más que amaneció, procuré llegar hasta allí. Comprobé que la marea estaba baja, lo que me permitió observar como la abadía se agigantaba según me iba aproximando a ella. Después de unas horas de caminata, estuve junto al inmenso bloque de piedra, que es utilizado como apoyo a la pequeña ciudad, la cual se ve dominada por el edificio religioso. Ascendí por una calle angosta y empinada, para encontrar el premio de poder entrar en el más maravilloso templo gótico edificado en honor de Dios en este planeta. Puede decirse que en el mismo se han representado todas las peculiaridades de una ciudad, en sus pequeñas salas coronadas por las bóvedas y las elevadas galerías soportadas por unas columnas de tan frágil apariencia.

En medio de esta impresionante alhaja de granito, de una ligereza similar a la del más precioso encaje, cubierta de esbeltas torrecillas, a las que conducen unas escaleras de caracol, que ofrecen la posibilidad de llegar al cielo si se asciende por las mismas durante el día, o al infierno si se hace durante la noche. Pero debemos tener en cuenta las misteriosas cabezas repletas de sueños malignos: demonios, bestias de formas paganas, motivos florales evocadores de lo deforme y otras muestras similares, todas las cuales estaban unidas por medio de unos arcos ornamentales.

Nada más que llegué a la parte alta, tuve que decir al monje que cumplía el papel de mi cicerone:

—¡Qué feliz debe sentirse usted entre estas piedras magníficas, padre!

Y él me respondió:

—He de advertirle que aquí siempre se siente el viento, señor.

De esta manera iniciamos la conversación, sin dejar de mirar cómo estaba ascendiendo la marea, para ir cubriendo la arena igual que si fuera una coraza de acero. En aquel momento el religioso me narró las viejas historias, todas las que se refieren a la abadía, que yo consideré simples leyendas, lo que no les restaba hermosura.

Debo reconocer que una de ellas me dejó bastante impresionado.

Al parecer la gente de la región, especialmente los que viven en el monte, cuenta que, al llegar la noche, se escuchan unas voces que surgen de la zona baja, de la arena; además, se perciben los balidos diferentes de dos cabritas: uno fuerte y otro suave. Los incrédulos insisten que únicamente son los chillidos de las gaviotas o de otros pájaros marinos, los cuales en ocasiones son capaces de imitar las voces humanas o de los animales. Sin embargo, los pescadores que agotan hasta los últimos minutos de la claridad del día, cuentan que han llegado a ver a un anciano deambulando por la zona de las dunas, entre las mareas y acercándose al pueblo que se encuentra en la escochera. Al parecer cubre su cabeza con una capucha, a la vez que le acompañan dos cabras: una con la cara de un hombre y otra con la cara de una mujer. Pero los vellones de ambas son blancos y muy largos, y no dejan de hablar y discutir en una lengua extranjera. Hasta que se cansan de las palabras, para comenzar a balar con toda la potencia de sus gargantas.

—¿Cree usted que esa historia tiene algo de verdad? —pregunté al monje.

—No puedo contestarle —dijo con sinceridad.

Yo inicié mi razonamiento:

—Es posible que en el mundo existan otros seres, junto a nosotros. Pero, ¿cómo se puede explicar que, después de tantos siglos de presentirlos, no hayamos llegado a verlos con tanta claridad para poder identificarlos?

—¿No cree usted que cualquiera de nosotros pasa su vida sin ver nada más que la cienmilésima parte de lo que vive en su misma tierra? —añadió el religioso—. Por ejemplo, observe el viento. Yo considero que es una de las fuerzas más poderosas de la Naturaleza, ya que tira a los hombres, derriba las casas, arranca de raíz, los árboles, eleva el agua del mar hasta formar cordilleras de agua y estrella a las más gigantescas embarcaciones contra los acantilados. Le hablo de ese viento que es capaz de matar, de silbar aterradoramente, de suspirar como la muerte o de rugir igual que una manada de monstruos... ¿Lo hemos podido ver en alguna ocasión... o cree usted que uno de nosotros podrá verlo? Pero, de eso no hay la menor duda, el viento existe.

Frente a una exposición tan simple y correcta, me quedé en silencio. El monje era un filósofo o un demente, no me encuentro en situación de afirmarlo con precisión. La verdad es que yo también había formulado ese razonamiento anteriormente.

3 de julio

Casi no he podido dormir. Estoy convencido de que en mi casa hay algo que me produce la fiebre, ya que mi chofer padece una enfermedad similar a la mía. Nada más llegar, me di cuenta de su acusada palidez y le pregunté: «¿Qué le sucede, Jean?». «No consigo descansar, señor. Me paso las noches despierto, lo que se nota durante el día. Desde que usted salió de viaje, se diría que ha caído sobre mí una especie de maldición».

Lo extraño es que los demás servidores se encuentren bien. Ahora me domina el terror de que se vayan a repetir las experiencias anteriores.

4 de julio

He empeorado, no hay duda, ya que aquellas terribles pesadillas han vuelto para atormentar mis noches. De nuevo me he sentido atacado por el extraño, que se arroja sobre mi cuerpo, pega su boca sobre la mía y me absorbe la existencia sacándola de mis labios como lo haría una sanguijuela. En el momento que se sacia, se marcha... Entonces yo me despierto exhausto, tan maltrecho y debilitado que soy incapaz, de mover ni un brazo. Si el ataque prosigue, creo que en pocos días estaré muerto.

5 de julio

¿Es posible que me haya vuelto loco? Lo que sufrí anoche es tan anormal, que mi cerebro se niega a razonar cuando intento pensar en ello.

Sé que había cerrado la puerta de mi dormitorio, como es mi costumbre de siempre. Luego sentí sed y me bebí medio vaso de agua. Casualmente, caí en la cuenta de que la botella estaba llena hasta la parte donde empieza el estrechamiento del cuello. Me acosté en la cama, para caer en una de mis horribles pesadillas, de la que desperté, unas horas más tarde, aterrorizado.

Ahora conviene suponer que uno está durmiendo, cuando siente que le están matando; sin embargo, al despertar comprueba que tiene un puñal clavado en un costado, que no le deja respirar y le ha hecho perder tanta sangre que ni le queda aliento. Va a morir y, lo peor, no puede comprender la causa, ni el motivo, de su desgracia... Esto ofrece una idea muy clara de mi situación.

Nada más recuperar la razón, sentí sed. Encendí la luz, bajé de la cama y caminé hasta la mesa en la que se encontraba la botella de agua... ¡Estaba vacía! ¡Totalmente vacía! En un primer momento no pude comprenderlo; luego, me asaltó una idea tan horrible, que debí tomar asiento o, para ser más exacto, me desplomé en un sillón. De repente, me incorporé para mirar a mi alrededor, y de nuevo tomé asiento, presa de un gran asombro o de terror, sin dejar de mirar al cristal transparente de la botella con detenimiento, intentando dar con una respuesta a aquel misterio. Alguien se había bebido todo el agua. ¿Quién? Es posible que hubiera sido yo. No había otra solución. Esto me obligó a aceptar que era sonámbulo. Sin saberlo, había venido manteniendo una doble vida, lo que me llevó a suponer que en mí había dos seres, o que una persona, misteriosa e invisible, en los instantes que mi espíritu se hallaba aletargado, aparecía para dar vida y actividad a mi cuerpo, con lo cual estaba respondiendo a otro ser de la misma forma que lo hacía conmigo, y todavía con más fidelidad al no dejar ni el recuerdo de sus acciones.

¿Alguien puede entender mi terrible agonía? ¿Es posible hacerse cargo de la inquietud de un hombre sano de espíritu, totalmente despierto, dueño de un sentido común lógico, que contempla aterrorizado una botella de agua, cuyo contenido se ha evaporado mientras él dormía?

Seguí quieto hasta el amanecer, sin atreverme a regresar a la cama.

Sé que perderé la razón. De nuevo esta noche alguien se ha bebido el agua de mi botella... ¿O he sido yo mismo?

Debo aceptar que he sido yo, ¡sólo yo! ¿En quién más puedo pensar?

¡Oh, Dios! ¿Me estaré volviendo loco? ¿Hay alguien que pueda y quiera socorrerme?

10 de julio

He soportado unos momentos más alucinantes que los anteriores. Ya no me cabe la menor duda de que estoy loco. ¡Sin embargo...!

La noche del 6 de julio, unos momentos antes de meterme en la cama, dejé sobre la mesa unos recipientes con leche, agua y vino; además, puse un plato con pan y fresas. A la mañana siguiente, pude comprobar que el misterioso visitante —quizá sea yo mismo— se había bebido todo el agua y algo de la leche; pero dejó intacto todo lo demás.

El 7 de julio repetí la experiencia, la cual me proporcionó un resultado parecido. El 8 sólo puse en la mesa leche y agua, que no fueron tocados.

Por último, ayer mismo, el día 9, dejé en la mesa leche y agua, pero envolví las botellas, hasta el cuello, con muselina blanca. Seguidamente, me cubrí los labios, la barbilla y las manos con un polvo negro, y me fui a la cama.

Pronto me vi a merced de un sueño irresistible, que de repente quedó interrumpido por un despertar terrorífico. Casi no me había movido, luego las sábanas no estaban manchadas de negro. Fui a comprobar lo que había sucedido en la mesa: la muselina blanca que envolvía las botellas aparecía limpia. La retiré con dedos agitados, para comprobar que el agua y la leche habían desaparecido. ¡Oh, Dios mío! Tengo que partir a París de inmediato.

12 de julio

Ya me encuentro en París. Estoy convencido de que mi locura fue pasajera. Quedé a merced de una mente demasiado excitada por la soledad. No dejo de suponer que pueda ser sonámbulo, o es posible que me haya visto arrastrado por una de esas misteriosas influencias, que los científicos no saben explicar, a las que se da el nombre de sugestiones. De cualquier manera, yo me hallaba en la frontera de la locura; sin embargo, un día entero de estancia en París ha sido suficiente para que recuperase el equilibrio.

Ayer por la tarde, nada más resolver algunos asuntos comerciales y efectuar unas visitas, sentí que esta actividad había sido para mí como un aire límpido y saludable. Entré en el Theâtre Français, donde se representaba un drama de Alejandro Dumas hijo, cuyo penetrante y genial argumento logró eliminar mi combate interior. Ahora sé que la soledad es la peor compañera de las almas sensibles, porque les es imprescindible poder dialogar con gente afín, aunque se llegue a discutir apasionadamente. En el momento que permanecemos solos, nuestra existencia se ve invadida por los fantasmas.

Regresé al hotel muy satisfecho, después de haber dado un corto paseo por los bulevares. En medio del tumulto de los peatones, recordé irónicamente mis temores y fantasías de la semana anterior. Consideré que había llegado a aceptar —en efecto, lo valoré como auténtico— que estaba compartiendo mi casa con una criatura invisible. ¡Qué vulnerable es la mente humana, y con que facilidad un suceso insignificante puede terminar por aterrorizarnos! En lugar de pensar: «No entiendo lo que sucede, debido a que desconozco la causa que lo origina», suponemos misterios horribles alimentados por unas fuerzas sobrenaturales.

14 de julio

Acabamos de celebrar la fiesta de la República. He vagabundeado por las calles, jugando como un niño con los petardos y las banderas, a pesar de que antes consideraba absurdo tener que divertirse en un día establecido por decisión del gobierno. Las gentes formamos un rebaño estúpido, en unos momentos bobamente mansos y, más tarde, salvajemente revolucionarios. Nos ordenan: «¡Divertiros!», y obedecemos. Nos ordenan: «¡Marcha a combatir contra tu vecino!», y combatimos. Nos dicen: «¡Votad al Emperador!», y votamos. Nos dicen: «¡Votad a la República!», y lo asumimos borreguilmente.

Nuestros gobernantes también son unos necios, porque en lugar de responder a las necesidades de los hombres, prefieren moverse en base a unos principios, que acaso resulten infructuosos o falsos, por la simple razón de que son respaldados por las mayorías. Esto significa que las ideas, algunas consideradas como auténticas e inmutables en un mundo como el nuestro, donde estamos seguros de muy pocas cosas, ya que hasta ignoramos si la luz y el sonido son meras fantasías, no sean respetadas.

16 de julio

Ayer contemplé algo que me llenó de inquietud. Me invitaron a comer a casa de mi prima, madame de Sablé, que está casada con un coronel del 76 Cuerpo de Cazadores de Limoges. Me presentaron a dos mujeres jóvenes, una esposa del doctor Parent, que es un famoso especialista en las enfermedades nerviosas y en los efectos prodigiosos que se obtienen por medio del hipnotismo y la sugestión.

Por cierto, el doctor Parent expuso, con todo lujo de detalles, los extraordinarios resultados conseguidos por médicos ingleses y otros de la Escuela de Nancy.

Los hechos que nos describió los consideré tan singulares que debí expresarle mi incredulidad.

—Confío en poder convencerle —dijo—. Nos hallamos en las puertas de poder desvelar uno de los más importantes misterios de la Tierra, debido a que hay otros mundos en el universo, en cualquiera de las estrellas. A partir de que los seres humanos dispusieron de pensamiento, necesitaron comunicar sus ideas por medio de la escritura. Una de las primeras ideas que pusieron de manifiesto es que se hallaban rodeados de secretos indescifrables para sus sentidos tan elementales e imperfectos. Con el fin de suplir estas carencias recurrieron a la inteligencia. Dado que la inteligencia se halla, actualmente, en una fase que podemos calificar de rudimentaria, ante nosotros los fenómenos invisibles llegan a cobrar unas dimensiones aterradoras. Este caldo de cultivo ha propiciado el desarrollo de las leyendas populares que citan lo sobrenatural, las historias de fantasmas, hadas, gnomos, duendes y otras criaturas parecidas. Podría añadir el origen de las religiones, debido a que el concepto de Dios es de lo más torpe, estúpido e inaceptable que ha podido surgir de la mente de un aterrorizado ser humano. Pocos han dicho una verdad tan rotunda como Voltaire: «Dios concibió al hombre a su imagen, pero el hombre le ha pagado dándole la imagen de otro hombre». Sin embargo, desde hace cerca de un siglo somos muchos los que intuimos que va a surgir la gran novedad. Mesmer y sus seguidores nos han abierto un camino inusitado. Yo diría que en los últimos dos o tres años hemos obtenido unos resultados extraordinarios.

Como mi prima es bastante incrédula, formó una sonrisa que observó el doctor Parent, por eso le preguntó:

—Señora, ¿me permite que la duerma?

—Claro que sí —aceptó ella.

Seguidamente, fue invitada a sentarse en una silla confortable, y él la miró fijamente, durante un rato, para hipnotizarla. Yo comencé a preocuparme, con lo que mi corazón se aceleró y mi garganta se quedó seca. Porque estaba viendo cómo mi prima se adormecía, sus labios se cerraban en una crispación y se la escuchó respirar igual que si jadeara. Pasados unos diez minutos ya estaba dormida.

—Colóquese detrás de ella —me indicó el médico.

Nada más que le obedecí, dejó en las manos de mi prima una tarjeta de visita y le pregunto.

—Le he entregado un espejo. ¿Qué ve en su superficie?

—A mi primo.

—¿Puede contarnos lo que está haciendo?

—Retorcerse el bigote.

—¿Y en este momento?

—Ha sacado una fotografía de sus bolsillos.

—¿Sabe de quién es la fotografía?

—Suya.

Era cierto, porque la fotografía me la acababan de entregar esa misma tarde estando en el hotel.

—¿Cómo aparece en la foto?

—De pie sosteniendo el sombrero con una mano.

Mi prima estaba contemplando la realidad, en una simple cartulina blanca, igual que si tuviera delante un espejo prodigioso.

Las otras dos mujeres se mostraban muy asustadas, por lo que suplicaron:

—¡Terminemos con esto! ¡Basta!

Sin embargo, el médico ordenó a madame de Sablé: «Mañana se despertará usted a las ocho en punto, acudirá al hotel a visitar a su primo y le solicitará un préstamo de quinientos francos. Le explicará que ese dinero lo necesita para su marido, y que va a devolvérselo en el momento que éste regrese».

Acto seguido la despertó.

Mientras marchaba hasta mi hotel, no dejaba de pensar en lo que acababa de ver. Sentía ciertas dudas, nunca referidas a la bondad de mi prima, ya que la venía tratando desde que éramos niños como si fuera mi hermana, sino respecto a un posible truco utilizado por el médico. ¿No ocultaría él en su mano un espejo, que le mostró antes de que ella se durmiera y le pusiera en las manos la tarjeta de visita? Recuerdo que los profesionales de los juegos de manos realizaban operaciones similares.

Nada más entrar en la habitación busqué el refugio de la cama. Por la mañana me despertó mi criado para comunicarme lo siguiente:

—Madame de Sable desea entrevistarse con usted con la mayor urgencia.

Me vestí rápidamente para atenderla.

Estaba nerviosa y mantuvo la vista baja en todo momento. Sin quitarse el velo del rostro me dijo:

—He de solicitarte un favor, querido primo.

—Estoy a tu entera disposición.

—Me da vergüenza pedírtelo y, sin embargo, no me queda otro remedio. Necesito disponer de quinientos francos lo antes posible.

—¿Quieres que te los preste?

—Sí, aunque los necesita mi esposo, que me ha pedido que se los consiga para salir de viaje.

Quedé tan anonadado que fui incapaz de contestarle, Llegué a pensar que me estaba gastando una broma, para convertir en realidad las órdenes del doctor Parent, por medio de una representación que había debido ensayar previamente. Pero, al observarla con atención, mis dudas se desvanecieron. No dejaba de temblar, de lo mal que lo estaba pasando; además, me di cuenta de que retenía unos sollozos.

Yo estaba al tanto de que su situación económica era inmejorable, lo que me llevó a preguntarle:

—¿Vas a hacerme creer que tu esposo no cuenta con quinientos francos? ¿Puede ser cierto que él mismo te haya mandado para que me los pidas?

Vaciló unos instantes, como si estuviera realizando un gran esfuerzo para recordar y, luego, contestó:

—Sí..., sí, te doy mi palabra.

—¿Te ha escrito alguna nota?

Dudó unos instantes y, después, adoptó un gesto pensativo. Entendí que la situación le atormentaba. No encontraba la respuesta adecuada, nada más sabía que debía pedirme los quinientos francos para su esposo. Por eso llegó a mentir.

—Me la ha escrito.

—¿Cuándo ha sido? Ayer por la tarde no me hablaste de ello.

—He recibido la nota esta misma mañana.

—¿Permites que la vea?

—No... no... Es que contiene algunas expresiones personales... Bueno, la verdad es que la he quemado...

—¿Debo aceptar que tu esposo tiene deudas?

No supo que responder y, después, susurró:

—Lo desconozco.

Me decidí a tratarla con brusquedad:

—Por el momento no dispongo de esa cantidad de dinero, prima.

Soltó un sollozo ahogado y suplicó:

—¡Oh, te lo ruego... Tienes que conseguirlo!

Cada vez se mostraba más nerviosa: se frotaba las manos al mismo tiempo que me suplicaba. Su voz cambió de tono, gemía y balbuceaba, deshecha y arrastrada por aquella orden imperiosa que había recibido mientras estaba hipnotizada.

—¡Oh, te lo ruego... Si comprendieras lo mucho que estoy padeciendo... Los necesito ahora mismo!

Sentí pena de ella y, al fin, le dije:

—Voy a entregártelos en un momento.

—¡Oh, gracias, gracias... Estaba segura de que no me defraudarías...!

De pronto le pregunté:

—¿Recuerdas lo que ocurrió ayer en la reunión que tuvo lugar en tu casa?

—Sí.

—¿Has olvidado que el doctor Parent te dejó dormida?

—Sí, lo recuerdo.

—Bien. Poco después te ordenó que vinieras a mi hotel a pedirme un préstamo de quinientos francos. Un mandato que estás obedeciendo ahora mismo.

Mi prima reflexionó unos momentos y, luego, replicó:

—Yo sé que mi marido necesita esos quinientos francos...

Más de una hora estuve tratando de convencerla, sin ningún éxito. Tuve que dejarla marchar. Acto seguido fui a visitar al médico. Lo encontré cuando se disponía a salir. Después, de escucharme, sonrió y dijo:

—¿Cree usted ahora en lo que conté?

—Sí, las evidencias han sido aplastantes —reconocí.

—Entonces vayamos a visitar a su prima.

Poco después, la vimos adormilada en un sillón, cansada. El doctor le comprobó el pulso, la miró fijamente unos minutos, al mismo tiempo que dejaba una mano levantada ante los ojos femeninos, y ella los fue cerrando lentamente, bajo la fuerza irresistible de la sugestión magnética.

En el momento que se quedó dormida, él le dijo:

—Su esposo ya no necesita los quinientos francos. Desde ahora debe olvidar que se los ha pedido a su primo. En el caso de que éste se lo mencionara, usted no entendería nada de lo que le está hablando.

Al momento la despertó. Y yo saqué del bolsillo el dinero y se lo ofrecí:

—Aquí tienes los quinientos francos que me has pedido esta mañana, prima.

Se quedó tan sorprendida, que consideré innecesario insistir. Sin embargo, le recordé la visita que me había hecho al hotel aquella misma mañana, que ella no consideró cierta. Lo vio como una broma de mal gusto, y hasta llegó a disgustarse de mi insistencia.

He regresado al hotel y no he podido comer. Lo sucedido me ha dejado muy confuso.

19 de julio

Todas las personas que han escuchado el suceso de sugestión no lo creen. Desconozco la postura que debo adoptar. La prudencia me obliga a formular esta pregunta: ¿Es lógicamente posible?

21 de julio

He cenado en Bougival y la velada la pasé en el baile de los remeros. Ya estoy convencido de que mi estado anímico se deja influir por el escenario y por su ambiente. Resultaría toda una demostración de locura si aceptara lo sobrenatural en la Isla de la Grenoullière... Sin embargo, ¿opinaría lo mismo si me encontrase en la cima del Mont Saint-Michel? ¿Qué me sucedería en la India? Nos vemos presionados anímicamente por todo lo que nos rodea. Dentro de una semana volveré a mi hogar.

30 de julio

Desde ayer me encuentro en casa. La primera noche no sucedió nada anormal.

2 de agosto

Todo transcurre bien. La temperatura es magnífica y mi distracción principal es ver los barcos navegando por el Sena.

4 de agosto

Mis servidores se han enzarzado en una discusión, porque al parecer la vajilla del aparador ha aparecido rota. El ayuda de cámara culpa a la cocinera, y ésta se lo reprocha a quienes cuidan de la casa, los cuales, a su vez, dicen que han sido los otros dos. ¿Quién ha podido hacerlo? ¿Lo sabremos alguna vez?

6 de agosto

Tengo la prueba de que no me he vuelto loco: ¡lo he visto! He conseguido verlo... Ya no hay ninguna duda... Aún permanece en mi cuerpo el frío que sentí, pues me temblaron hasta las uñas. Dudo que el pavor pueda desaparecerme de la médula... Lo he podido contemplar con mis propios ojos...

Hace sólo dos horas yo estaba entretenido bajo el sol, en medio de la rosaleda de otoño que ha empezado a florecer. Me paré a examinar un Géant des batailles, que estaba dando tres ejemplares hermosísimos. De repente, pude observar, con toda nitidez, que el tallo de una de ellas se doblaba de una manera anormal, como si una mano invisible lo estuviera empujando. Terminó rompiéndose. Luego la flor ascendió, llevando la misma curva que describiría un brazo que se levantase hasta la altura de una boca. Allí se detuvo, flotando en el aire, igual que una espantosa mancha rojiza colocada a unos tres metros de mi rostro.

Obedeciendo a una reacción demencial, traté de sujetarla; sin embargo, no pude alcanzarla... ¡Ya no estaba! Me enfadé conmigo mismo, debido a que un hombre sensato y educado nunca ha de rendirse ante una alucinación de estas características.

Pero ¿he de considerarlo una alucinación? Al examinar el tallo del rosal, comprobé que acababa de ser cortado. Sólo quedaban dos rosas en la rama. Entré en mi casa muy excitado, debido a que estoy convencido, lo mismo que puedo diferenciar el día de la noche, de que junto a mí vive una criatura que se alimenta de leche y agua y es capaz de desplazar los objetos hasta cambiarlos de sitio. Esto supone que se halla provisto de materia, aunque resulte imperceptible para mis sentidos, y se mueva, como lo hago yo, en las estancias de mi casa.

7 de agosto

He conseguido dormir tranquilamente. El ser que me acompaña volvió a vaciar el agua de la botella; sin embargo, no interrumpió mis sueños.

Nunca dejo de preguntarme si me habré vuelto loco. Cuando caminaba por la orilla del río, hace unos instantes, me sentí muy preocupado por mi estado mental. La preocupación no es pasajera, como las veces anteriores, sino algo más sólido. He tratado con algunos dementes que se comportaban, casi durante todo el día, de una forma inteligente. Llegaban a destacar por la lucidez de sus razonamientos, y hasta se convertían en adivinos en ciertas circunstancias, excepto en una cuestión. Dialogaban con un orden lógico, pudiendo filosofar sobre distintos temas y, de repente, llegaban a los asuntos de la locura y quedaban deshechos. Porque su mente se sumergía en ese mar desolador, inundado de olas, neblinas y tormentas que es la pérdida de la razón.

Yo podría aceptar que me he vuelto un demente, de los que deberían ser encerrados con una camisa de fuerza, si no tuviera la conciencia, de no ver tan claro el papel que juego en este caso. Soy capaz de analizar lo que me sucede con una gran lucidez. Es posible que únicamente sea un ser humano con la mente intacta, que se ha dejado influir por una visión fantasiosa. Alguna alteración se ha originado en mi cabeza, que debo clasificar como una de las que la moderna fisiología está intentando identificar luego de estudiarla a fondo. Y esta alteración ha causado una profunda herida en mi inteligencia, al haber influido en el proceso y en la unión lógica de mis pensamientos. Procesos similares suceden en nuestros sueños, capaces de trasladarnos a universos fantasmagóricos, sin causarnos una gran sorpresa, debido a que nuestra valoración de lo real y el autodominio se hallan adormecidos, al mismo tiempo que nuestra imaginación permanece bien despierta y dinámica. ¿Por qué no voy a considerar factible que haya quedado anulada alguna de las desconocidas curvas de mi laberinto cerebral?

Se dan casos de personas que pierden el don de recordar algunos nombres propios, los verbos, los números y hasta las fechas, debido a un accidente.

No dejaba de pensar estas cosas mientras caminaba por la orilla del Sena.

El sol resplandecía, bañando de una gran luminosidad la ribera. Por eso terminé sintiendo un inmenso amor a la vida, a los pájaros cuyos desplazamientos agradaban mi mirada, a las plantas y al susurro del aire en las hojas, que reconfortaba mis oídos.

No obstante, lentamente me fue invadiendo una sensación de malestar. He de verlo igual que si un poder desconocido me paralizase, o mejor diré me frenase. Como si intentara evitar que prosiguiera, para que volviese atrás. Terminó acuciándome esa desagradable necesidad de regresar a casa, que nos angustia al haber abandonado a un familiar enfermo sin preocuparnos de si ha empeorado.

A pesar de que me negaba a obedecer ese misterioso impulso, retorné a mi casa con el presentimiento de que me aguardaba una desagradable noticia, ya fuese por medio de una carta o un telegrama. Nada de esto sucedió, lo que me dejó más sorprendido e intranquilo que si hubiera sufrido otra de mis visiones sobrenaturales.

8 de agosto

Ayer tuve que soportar una velada horrible. El ser que me acompaña no ha vuelto a dejarse notar, aunque nunca dejo de advertir que se halla muy próximo, atento a mis actos, como si me espiara, entrando en mí, controlándome. Esto es más terrible que cuando permanece escondido, dando pruebas de su existencia al realizar una serie de hechos sobrenaturales.

Pero he dormido sin sobresaltos.

9 de agosto

No ha sucedido nada digno de contar. Pero el miedo no me desaparece.

10 de agosto

Todo sigue igual. ¿Qué sucederá mañana?

11 de agosto

No se producen novedades. Comienzo a entender que es absurdo permanecer en casa bajo un terror que no me permite hacer otra cosa que permanecer a la defensiva. Los pensamientos más terribles no dejan de bullir en mi cerebro. Debo buscar algún tipo de distracción.

12 de agosto

Ahora acaban de sonar las diez de la noche. He pasado todo el día queriendo abandonar mi casa; sin embargo, no he encontrado las fuerzas suficientes. Deseaba realizar esta muestra de libertad tan sencilla: escapar. Ordenar que me preparasen el coche y pedir, luego, que me llevasen a Rouen. Pero he permanecido quieto, indefenso. ¿Qué me lo ha impedido?

13 de agosto

En los momentos que me veo a merced de las enfermedades, los resortes físicos de mi cuerpo parecen haber sido destruidos, a la vez que mis energías se han debilitado hasta el agotamiento, siento los músculos muy flojos, mis huesos se diría que han adquirido la blandura de la carne, y ésta la fluidez del agua. Pues todas y cada una de estas sensaciones las estoy sufriendo, además, en mi espíritu, en mi conciencia, de una forma misteriosa y desesperante. He perdido las energías y el valor, no ejerzo ningún dominio sobre mi persona. Carezco de impulsos para desear o rechazar hasta el objeto o el deseo más insignificante... ¡Estoy limitándome a seguir los dictados de alguien, al que obedezco como un esclavo!

14 de agosto

¡Lo he perdido todo! Alguien se ha adueñado de mi voluntad y me dirige. Alguien guía mis acciones, cada uno de mis movimientos y lo que debo pensar. Ya no me pertenezco, pues actúo como un pelele o igual que el aterrorizado espectador de todo lo que se me obliga a realizar. Intento escapar y ya es imposible. Porque él se niega a soltarme. Por eso me quedo en casa temblando y ensimismado en una silla, que no tengo fuerzas para abandonar. Necesito incorporarme para desentumecerme, ¡y no se me permite! Es como si se me hubiera atado al asiento, lo mismo que éste se ha pegado de tal manera a mi cuerpo que los dos formamos parte del suelo, igual que el árbol sujeto a la tierra por las raíces. No existe fuerza humana que pueda desatarnos.

Sin embargo, de pronto, me veo dominado por el deseo imperioso de salir corriendo hasta el jardín, para recoger unas fresas y comerlas con la voracidad del hambriento. Es lo que hago a la manera de un autómata. ¡Arranco las fresas y las engullo! ¡Oh, Dios santo! ¡Dios del cielo, socórreme! ¡Perdona los pecados de soberbia que haya podido cometer! ¡Apiádate de mí! ¡No puedo aguantar estos sufrimientos! ¡Qué tormentos más horrorosos!

15 de agosto

Ahora estoy convencido de que me sucede algo parecido a lo de mi prima cuando fue forzada, por medio de la sugestión, a llegar al hotel para pedirme los quinientos francos. Se encontró a merced de una voluntad extraña, que se había apoderado de su mente como si fuera un espíritu parásito y esclavizador...

Sin embargo, ¿quién es este ser invisible que me controla? ¿Esta criatura desconocida es un representante de una raza sobrenatural de seres invisibles?

¡Esto me lleva a aceptar la existencia de enemigos de tal clase! ¿Cómo no se han dado a conocer desde los orígenes del mundo con tanta claridad como lo hacen en estos momentos al esclavizarme a mí? Jamás he oído o leído nada parecido a lo que viene sucediendo en mi propio hogar. ¡Oh, si lograra escapar! ¡Si consiguiera marchar lejos para no regresar jamás! Creo que esa sería mi salvación; pero no cuento con las defensas imprescindibles.

16 de agosto

Hoy he conseguido huir durante unas dos horas, igual que un preso que, casualmente, descubre abierta la puerta de su celda. Repentinamente, advertí de que me hallaba sin control, que él debía encontrarse muy lejos. Aproveché la ocasión para ordenar que preparasen los caballos y, en el coche, llegué a Rouen. Qué goce poder indicar a un servidor, que te va a obedecer, eso de «¡Llévame a Rouen!».

Le dije que detuviera el coche ante la biblioteca, a cuyo encargado solicité que me proporcionase el estudio del doctor Herimann Herstanss sobre los misteriosos pobladores del mundo antiguo y moderno.

En el momento que regresé al vehículo, pretendí ordenar: «¡Vamos a la estación!»; sin embargo, en lugar de cumplir mis deseos, terminé chillando, con una voz que no parecía mía: «¡Volvemos a casa!». Como chillé las gentes me miraron sorprendidas. Yo me limité a dejarme caer en el asiento embargado por una agonía insufrible. El enemigo acababa de localizarme y volvía a ser el dueño de mi voluntad.

17 de agosto

¡Oh, qué noche más horrible! Sin embargo, es posible que tenga motivos para sentirme esperanzado. Estuve leyendo hasta que el reloj marcaba la una de la madrugada. Por cierto, Herstanss escribe, en su condición de doctor en filosofía y teogonía, la historia de las actividades de esos seres invisibles que viven alrededor de los humanos. Detalla sus orígenes, el dominio que ejercen y su poder; no obstante, ni uno solo de los que describe se asemejan al que se ha adueñado de mi persona. Podría afirmarse que el ser humano, a partir de saber utilizar su facultad de pensar, ha venido presintiendo con terror que junto a él andaba una criatura más poderosa, acaso su sucesor en este planeta; por esta causa, sin dejar de advertir la presencia del enemigo, ha sido incapaz de adivinar la naturaleza de éste. Es posible que arrastrado por un miedo ancestral ha terminado por dar forma al universo de las criaturas invisibles, de los difusos fantasmas alimentados por el terror de la impotencia.

Después de unas horas de lectura, tomé asiento ante la ventana abierta, queriendo refrescar mis ideas con la suave brisa nocturna. En el jardín reinaba una plácida tranquilidad. ¡Cómo hubiese yo gozado de una noche como aquella!

Las nubes tapaban la luna; sin embargo, en algunas zonas del cielo las estrellas lo abrillantaban con sus tenues rayos. ¿Estarán poblados esos astros? ¿Qué proporciones, qué criaturas, qué irracionales habrá en cualquiera de ellos? ¿Pensarán los seres inteligentes que habitan en esos universos de una forma distinta a la nuestra? ¿En qué nos superan? ¿Qué cosas han visto que ignoremos nosotros?

¿No habría llegado alguno de ellos, en cualquier momento de la historia de la Tierra, atravesando el espacio, para conquistarla, lo mismo que los antiguos vikingos cruzaron los mares para conquistar a los pueblos más débiles?

¡Somos tan vulnerables, estamos tan indefensos dentro de nuestra ignorancia, tan insignificantes, los que moramos en esta gota de agua combinada con cieno que es nuestro planeta!

Sin dejar de cavilar sobre estas cuestiones, terminé por dormirme durante unos tres cuartos de hora. Luego abrí los ojos, arrancado del sopor por una singular e imprecisa sensación. En los primeros momentos no advertí nada anormal; sin embargo, pronto pude contemplar cómo una página del libro, que yo había dejado abierto sobre la mesa, se movía sin que nadie, aparentemente, la tocase. Había cesado de entrar el aire por la ventana abierta, por lo quedé sorprendido y a la espera. Transcurridos unos cuatro o cinco minutos, contemplé, ¡sí, contemplé con mis propios ojos!, como una segunda página era pasada igual que si la movieran los dedos de un ser invisible. Mi asiento ya se encontraba vacío, eso era lo que aparentaba; sin embargo, tuve la seguridad completa de que él lo ocupaba, acaso porque estaba leyendo. Di un salto violento, propio de una bestia salvaje que pretende atacar a su domador, lo que me permitió atravesar la habitación. De esta manera caí sobre mi enemigo, con el propósito de estrangularlo. ¡Quería darle muerte! Pero la mesa fue movida, mucho antes de que pudiera alcanzar mi objetivo. Esto provocó que la lámpara cayese al suelo y se apagara. También la ventana se cerró inopinadamente, dando idea de que había servido como vía de huida de un malhechor, sorprendido cuando estaba perpetrando una de sus fechorías, con el propósito de confundirse en las negruras de la noche.

¡Se había escapado luego de estar a mi alcance! Pero, ¿su reacción no me permitía entender que había sentido miedo de mí? Esto me convenció de que un día, acaso mañana o dentro de poco, conseguiré atraparle, para aplastarlo contra el suelo. Tendré que actuar como los perros que, en ocasiones, se rebelan y muerden o degüellan a sus amos.

18 de agosto

He pasado el tiempo fantaseando.

Simularé que me someto a sus decisiones, obedeceré sus caprichos, me comportaré humildemente, esclavizado y cobarde. Él es el más poderoso de los dos; pero un día se presentará de nuevo mi oportunidad...

¡Ya sé cómo debo actuar! He leído en la Revue de Monde Scientifique lo siguiente:

«Una singular noticia nos ha llegado desde Río de Janeiro. La ciudad de Sao Paulo está siendo devastada por una epidemia de locura, que los hombres de ciencia comparan con las demenciales infecciones que se extendieron por Europa durante la Edad Media. Los aterrorizados habitantes de esta región brasileña dejan sus hogares y los pueblos, alegando que están siendo acosados o dominados por unos enemigos invisibles, aunque tangibles. Pueden constituir una variedad de vampiros, que se alimentan de la vida de los seres humanos mientras éstos duermen. Al parecer suelen beber, además, leche y agua, despreciando el resto de los alimentos.

»El eminente profesor don Pedro Henriqués ha llegado a la región de Sao Paulo, en compañía de varios médicos, con el fin de estudiar el origen y las consecuencias de esta extraordinaria epidemia, para proponer al Emperador las medidas más convenientes. Urge que las gentes delirantes recuperen la cordura y, luego, pierdan el terror que les ha obligado a abandonar todo lo que poseían».

¡Oh! ¡Cómo evoqué el espléndido barco brasileño, provisto de tres mástiles, que vi desde mi ventana navegando por el Sena, exactamente el día 8 del pasado mes de mayo! ¡Ofrecía una estampa tan hermosa, blanca y optimista! Es posible que llevara entre sus tripulantes a esos seres invisibles, emigrando de las tierras donde tienen origen. Pero uno de ellos debió verme, le atrajo mi casa, que también es blanca y de aspecto confortable, y llegó a tierra... ¡Para mi desgracia!

Ahora estoy seguro, lo presiento: el reinado de los seres humanos está a punto de finalizar.

Los nuevos amos ya están aquí, manifestando sus poderes. Aquéllos que eran temidos por los hombres primitivos, a quienes los exorcistas persiguieron con encono, al mismo tiempo que eran llamados en las noches de aquelarre, sin otro resultado que las manifestaciones demoníacas. Aquéllos que fueron tolerados por los efímeros dueños del mundo, suponiendo que tenían formas monstruosas o pacíficas, como los gnomos, los espíritus, los genios, las hadas y los duendecillos... Superadas estas torpes representaciones del terror primario, unos hombres más inteligentes y astutos los intuyeron con exactitud. Por ejemplo, Mesmer fue el primero que habló de su existencia y, unos diez años más tarde, varios médicos adivinaron su poder mucho antes de que lo manifestaran. Supusieron las armas de los nuevos señores, capaces de dominar la naturaleza humana por medio de una voluntad misteriosa. Se le dio el nombre de magnetismo, hipnotismo, sugestión... ¿Hubo otras definiciones? Yo mismo los he visto divertirse con su horrible poderío, igual que unos chiquillos revoltosos. ¡Infelices de nosotros! ¡Desgraciados seres humanos! Han venido ellos... ¿Cómo se llama el que me acosa a mí directamente? Tengo la sensación de que me está gritando su nombre, aunque no consigo percibirlo... ¡Sí, ya lo he entendido! Se llama el Horla, Tiene ese nombre. ¡Y ha vuelto a mi lado!

¡Ah! El buitre se ha decidido a devorar al pichón, el lobo ha despedazado al cordero, el león ha dado muerte al búfalo bien provisto de unos cuernos, el hombre ha abatido al león con sus flechas, con su espada, con su rifle; sin embargo, el Horla dará al hombre el mismo trato que éste ha dado al caballo y al buey: sus intenciones serán utilizarlo como esclavo y, al final, como su comida, ya que éste ha sido el comportamiento habitual de los tiranos, de los poderosos, que han existido en este mundo. ¡Desgraciados de nosotros!

Sin embargo, los seres irracionales llegan a rebelarse en ciertas circunstancias, hasta terminar dando muerte al hombre que los mantenía subyugados. Esto mismo podría hacer yo, porque me encuentro en la disposición de afrontar todo el desafío. Claro que antes debería identificar a mi enemigo, tocarlo y verlo o intuirlo. Los científicos han escrito que los animales, por el hecho de tener un campo de visión diferente al nuestro, contemplan las cosas y la realidad de otra manera. Y mis ojos son incapaces de captar al extraño que me tiene esclavizado.

¿Cómo es posible? ¡Oh, me vienen a la memoria las palabras del monje de Saint-Michel!: «¿No cree usted que cualquiera de nosotros pasa su vida sin ver nada más que la cienmilésima parte de lo que vive en su misma tierra? Por ejemplo, observe el viento. Yo considero que es una de las fuerzas más poderosas de la Naturaleza, ya que tira a los hombres, derriba las casas, arranca de raíz los árboles, eleva el agua del mar hasta formar cordilleras de agua y estrella a las más gigantescas embarcaciones contra los acantilados. Le hablo de ese viento que es capaz de matar, de silbar aterradoramente, de suspirar como la muerte o de rugir igual que una manada de monstruos... ¿Lo hemos podido ver en alguna ocasión... o cree usted que uno de nosotros podrá verlo? Pero, de eso no hay la menor duda, el viento existe».

No dejé de pensar: dispongo de unos ojos tan limitados en su imperfección, que hasta los cuerpos duros, en el caso de resultar transparentes, no consigo observarlos. En el caso de que hallase un cristal sin estañar, llegaría a tropezarme contra el mismo, igual que lo hace un pájaro que ha entrado en una estancia y, al pretender salir, se estrella contra los cristales de las ventanas. Por otra parte, son centenares los elementos que confunden al hombre y provocan que no siga su camino. ¿Puede extrañarme el hecho de no identificar un cuerpo desconocido, que deja pasar la luz sin desviarla ni un milímetro?

Debo aceptar que es una criatura nueva, nunca clasificada por nuestra ciencia. ¿Cómo valorarla? Es posible que se encuentre en el mundo para suceder a la raza humana. ¿Acaso podemos otorgarnos el derecho a considerarnos los últimos? Cada uno de nosotros se halla limitado a contemplar sólo lo que ha sido concebido antes de Adán y Eva. Mi enemigo dispone de una naturaleza mejor adaptada, un cuerpo etéreo y más fuerte que el mío, debido a que me encuentro en el interior de una estructura elemental, repleta de órganos que se agotan al menor esfuerzo, ya que funcionan con dificultad al ser una maquinaria excesivamente compleja. Puedo sobrevivir igual que una planta o un animal, alimentándome fatigosamente del aire, el agua, los vegetales y la carne. Me hallo a merced de las enfermedades, las deformaciones y la vejez. Mi voluntad no está bien controlada, ya que puede ser excéntrica e imperfecta: un tosco y delicado elemento de la vida, que ha de verse como el boceto de un aspirante a dios que jamás podrá conseguir el nivel de una inteligencia sin dudas o de un atleta incansable.

¡Somos tan pocas las criaturas de nuestro planeta, tan escasos, desde la ostra hasta el ser humano! ¿Cómo podemos estar convencidos de que no hay alguien más? ¿No se habrán equivocado los científicos al afirmar que ya no aparecerán más especies?

¿Por qué no puede aparecer otra criatura? ¿Quién se atrevería a negar que existen otros árboles, de cuyas ramas brotan unas flores gigantescas y magníficas, capaces de producir unas fragancias que cubran regiones enteras? ¿Existirán otros elementos además del aire, el fuego, la tierra y el agua? ¡Me niego a aceptar que sólo haya cuatro elementos que nos dan vida a los seres humanos! ¡Qué escasez! ¿No serán cuarenta, cuatrocientos o cuatro mil? ¡Qué miserable perspectiva, qué ruindad, qué torpeza! ¡Observemos el poder y la belleza del elefante y la del hipopótamo, o la infinita resistencia del camello!

Es posible que me repliquéis: ¿por qué te has olvidado de la mariposa? ¿No ha sido calificada por los poetas como una flor voladora? Pues yo imagino una mariposa tan fabulosa como cien planetas, provista de unas formas, unos colores, una hermosura y una gracia de movimientos imposibles de clasificar. Ahora mismo soy capaz, de contemplarla, trasladándose de una estrella a otra, para inundarlas del frescor y el perfume que brota del armonioso viento que producen sus alas. Y los moradores del universo la ven volar, extasiados y atónitos.

Pero, ¿qué me está sucediendo? Mis razonamientos sólo pueden ser inducidos por él, el Horla, que me aturde, me obliga a imaginar cosas alocadas. Se halla dentro de mí, utilizándome como si fuera su alma. ¡Debo matarlo!

29 de agosto

Puedo matarlo. ¡He conseguido verlo! Ayer por la tarde estaba sentado ante mi mesa de trabajo, dispuesto a comenzar a escribir. Tenía la seguridad de que mi enemigo vendría a acecharme, colocándose muy cerca. Acaso tuviese la posibilidad de tocarlo, agarrarlo. Y a partir de ese instante... En mi desesperación reuniría las fuerzas imprescindibles para enfrentarme a él. Utilizaría mis manos, mis piernas, mi cuerpo, mi cabeza y mis dientes para estrangularlo, machacarlo y despedazarlo. Lo estaba aguardando con mis cinco sentidos en situación de alerta.

Mantenía encendidas las diez lámparas y las ocho bujías de la chimenea, con la pretensión de que todas estas luces me permitieran descubrirlo lo antes posible.

Mi vieja y noble cama de nogal se hallaba colocada delante del lugar que yo ocupaba, a mi derecha se encontraba la chimenea y a la izquierda la puerta del dormitorio, meticulosamente cerrada, luego de haberla mantenido abierta durante cierto tiempo, esperando que él entrara. A mis espaldas se alzaba un armario de luna, en el que me miro cuando me afeito o me arreglo. Desde niño he adquirido la costumbre de verme de cuerpo entero.

Aparentaba escribir con la idea de engañarlo, ya que estaba convencido de que me acechaba. De repente noté, adquirí la certeza de que se había inclinado junto a mi hombro derecho, casi junto a mi oreja.

Me incorporé, abrí las manos y me di la vuelta con tanta celeridad que estuve a punto de caer al suelo. ¡Me hallaba listo para cualquier cosa! La estancia contaba con tanta luz que se parecía a un día de pleno sol; sin embargo, no conseguí ver mi reflejo en el espejo... ¡Allí estaba mi enemigo: claro, hondo, luminoso y vacío! Mi figura no podía verse porque él la tapaba, de tal manera que me permitía ver el límpido cristal en todas sus dimensiones. Me quedé mirándolo sin poder aceptar la realidad, por eso permanecí inmóvil, al estar comprobando que mi trampa había funcionado: ¡Le tenía delante de mí, debido a que su cuerpo invisible había absorbido mi reflejo, por eso no aparecía en el cristal!

¡Qué aterrorizado me sentí! Luego comencé a percibir mi imagen como si estuviera rodeada por una bruma, igual que si la cubriese una pantalla de agua, y este líquido parecía correr de izquierda a derecha, muy despacio, permitiendo que mi reflejo fuese más nítido. Puedo representarlo como un eclipse. La criatura que se estaba interponiendo entre mi cuerpo y el espejo carecía de unos contornos definidos, al ser como una especie de opaca transparencia, que se iba difuminando lentamente. Por último, pude contemplarme en el espejo, como siempre.

¡Lo acababa de ver! Mientras el terror se quedaba en mi mente, provocando unos estremecimientos que aún siguen en mi cuerpo.

30 de agosto

¿Cómo podré matarlo? Desconozco la forma de hacerlo. ¿Será eficaz, el veneno? Quizá si lo echase en el agua de la botella... ¿Pero resultarán mortales nuestros venenos en su cuerpo? No..., es posible que no... ¿De qué forma lo eliminaré?

31 de agosto

He traído a un herrero de Rouen, para que ponga unas rejas en todas las ventanas de mi dormitorio, similares a las que han colocado en los pisos bajos de los hoteles de París para impedir la entrada de los ladrones. También he encargado una puerta de hierro. Estoy actuando como un cobarde, lo que no me importa si sirve para culminar mis planes definitivos.

10 de septiembre

Estoy en el Hotel Continental de Rouen. Ya lo he hecho, ¡he dado el gran paso! Pero, ¿lo habré destruido de una forma definitiva?

Ayer por la tarde, nada más que fueron instaladas las rejas y la puerta de hierro, la mantuve abierta, junto a las ventanas, hasta la medianoche. No me importó el intenso frío.

De repente, advertí que él se hallaba a mi lado. Esto me llenó de una loca alegría. Entonces procuré levantarme muy despacio y caminé por el dormitorio, como si estuviera pensando. Quería hacerle creer que no sucedía nada anormal. Luego me quité los botines y me calcé las zapatillas. Poco más tarde, cerré la puerta con todos sus candados, con doble vuelta de las llaves, y éstas las guardé en el bolsillo de la chaqueta.

En el acto, me di cuenta de que él se agitaba muy inquieto. Supe que estaba asustado, ya que me ordenaba que le permitiera salir. Faltó muy poco para que le obedeciese. Pero no lo hice, ya que eran otras mis intenciones. Manteniendo la espalda apoyada en la puerta, conseguí entreabrirla lo suficiente para salir sin girar el cuerpo. Como soy alto, mi cabeza tocó el marco superior de la puerta. Había ocupado todo el hueco, el único, de salida, lo que impidió que el enemigo pudiera seguirme. Terminé dejándolo encerrado, totalmente solo. ¡Qué triunfo el mío! ¡Lo había vencido! Descendí por las escaleras con la mayor rapidez, y al llegar al salón, que se encuentra justo debajo de mi dormitorio, derramé el contenido de dos lámparas de aceite en las alfombras, los muebles y en todas partes. Prendí fuego y salí de allí, después de haber cerrado la puerta.

Procuré ocultarme en un bosquecillo de laureles próximo, situado en el fondo del jardín. ¡Qué lentamente pasa el tiempo! A mi alrededor todo era negrura, silencio y quietud. No se sentía ni la menor racha de viento. Tampoco había estrellas, nada más que las nubes espesas. Sólo podía ver lo que se encontraba a escasos metros de mí; mientras, las sombras pesaban sobre mi conciencia como verdaderos fardos.

No dejaba de mirar hacia la casa y aguardaba. ¡Qué angustiosa espera! Comenzaba a decirme que el fuego se había apagado, o que él había conseguido extinguirlo, cuando pude ver, en una de las ventanas del piso bajo, las llamas voraces, con tanta violencia que reventaron los cristales, para que una columna de fuego comenzara a devorar las blancas paredes del edificio hasta llegar al tejado. El resplandor de las llamas iluminó los árboles, las ramas y las hojas, que pronto fueron víctimas estremecidas del fuego. Los pájaros escaparon despavoridos, unos perros comenzaron a aullar y tuve la sensación de que el amanecer más destructivo se estaba anticipando. De inmediato dos nuevas ventanas se desplomaron hechas pedazos y contemplé toda la planta baja convertida en una hoguera fabulosa. Súbitamente, me llegó un alarido humano, algo terrible, cargado de angustia... Pertenecía a una mujer. Las ventanas de la buhardilla se abrieron... ¿Cómo había podido olvidarme de mis servidores? Vi sus caras aterrorizadas y sus brazos agitándose desesperadamente.

Estremecido por un pánico culpable, corrí hacia el pueblo sin dejar de gritar: «¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Fuego! ¡Fuego!». Me tropecé con un grupo de hombres que se dirigían a lo que quedaba de mi casa. No dudé en acompañarlos.

Cuando llegamos allí, el edificio se había convertido en una inmensa pira funeraria. Una monstruosa tumba llameante que iluminaba toda la zona, donde varias personas estaban siendo quemadas vivas... ¡Pero él también estaría siendo destruido! ¡Suponía el final de mi cautiverio, de la criatura nueva, del representante de una especie poderosa, el Horla!

En aquel preciso instante el techo se desplomó entre las paredes, para que una especie de volcán llameante ascendiese en busca del cielo. Por todas las ventanas abiertas brotaban las llamas ondeantes, proclamando que él había muerto en aquel horno.

¿Estaría muerto de verdad? Es posible. ¿Pero ese cuerpo transparente no resultaría indestructible al ser combatido por unos medios que a los humanos nos destruyen?

¿Y si continuara con vida? Acaso sólo el tiempo sea lo único que pueda acabar con esa criatura etérea y prodigiosa. ¿Cómo no pensé que el cuerpo transparente e irreconocible a simple vista puede verse libre de las enfermedades y de cualquier daño físico, como el producido por el fuego?

¿Habré podido destruirlo? Ahora todo el terror procede de mi error. Después del dominio del hombre llegara el del Horla. Todos los que podemos fallecer en cualquier momento, inesperadamente, por culpa de un accidente, estamos indefensos ante un ser que morirá a su debido tiempo, cuando haya llegado al límite de su propia existencia, nunca antes: ¡ni siquiera por culpa de un incendio premeditado!

Ahora estoy seguro: él sigue vivo. Por este motivo, el único camino que me queda es quitarme la vida. ¡No merece la pena seguir en este mundo tan imperfecto!