Bueno, Doctora, aquí estoy de nuevo en el diván... y yo que pensaba que eso ya se había acabado hacía seis meses y que ya no tendría que volver. Pero lo cierto es que he pasado por un buen shock. De hecho, estoy algo fuera de mí, y quiero hablarle de ello. Comienzo a pensar que me lo he imaginado todo, pero a pesar de todo me parece asombrosamente real.
Como es usted una mujer, creo que es la persona adecuada para que le hable de ello. Ya me he sobrepuesto a los lazos románticos que me ligaban a usted: desde que me explicó que es algo usual al final de un análisis y tratamiento. No obstante, todavía me cae muy bien; algo así como una madre o una esposa. O tal vez sea natural que un hombre confíe en la mujer apropiada.
Le estuve muy agradecido, doctora, por la ayuda que me dio para que me recuperase tras la ruptura de mi matrimonio. Fue un golpe para mí, y realmente estaba furioso contra las mujeres. ¿Sabe?, no quería venir a verla para un tratamiento, pero mi médico de cabecera me dijo que sería lo mejor. Y lo era, doctora, lo era.
Así que he regresado hoy para tener una charla. Tengo que contárselo a alguien, y sé que usted sabe guardar secretos, por eso se lo contaré a usted.
Todo me había ido bien desde la última vez que me vio. Había logrado reanudar muy bien mi vida, recuperar mi antiguo trabajo y llevarlo bien a cabo. Y hasta había conseguido una o dos conquistas. Ya no siento ningún resentimiento; estoy como al principio, cuando empecé a salir con la chica que iba a ser mi esposa.
Bueno, el caso es que tuve que ir a Los Ángeles por negocios. Eso fue hace un par de semanas, y he regresado la semana pasada. Y algo me pasó allí, doctora, que me está preocupando mucho. Mire: me encontré con un individuo en la casa de un amigo, y comenzamos a hablar, acabando en los hombres, las mujeres, el sexo y todo eso.
Así que le hablé algo sobre mi crisis y mis problemas. Le dije cómo desde que mi esposa me dejó había sentido aquel odio enfermizo por las mujeres, me había imaginado que todas conspiraban contra mí, que eran el enemigo, sonriendo dulcemente con sus bellos rostros mientras tramaban apoderarse de todo.
Aquel hombre pareció muy interesado por lo que decía, y en lugar de reírse de mí me siguió la corriente. Así que tuve que contradecirme yo mismo. Le dije que ya estaba curado, y que ahora volvía a ver al bello sexo de nuevo en su aspecto natural. Y entonces fue cuando el individuo aquel estalló. No, me dijo, no es así ni mucho menos. La realidad es la que usted imaginó cuando pensó que estaba enfermo.
¿Qué dice?, le pregunté. Pero lo decía en serio. Agitó la cabeza, me dijo que no podía seguir hablándome allí, pero que si quería que cenásemos juntos al día siguiente tendría una larga charla conmigo. Tenía algunas cosas que enseñarme. Así que le dije que de acuerdo, que tratase de probármelo. Por mi parte, yo pensaba que se debía tratar de uno de esos chalados del sur de California de los que tanto se habla.
Me olvidé de acudir al día siguiente, pero recordaba el lugar y otro día me presenté allí. Estaba. Fuimos a cenar, y tengo que reconocer que pagó una maravillosa comida. Hablamos algo más del asunto.
Me dijo que mi propia crisis se debía a mis asuntos personales, y que a veces las mujeres no podían evitar que sucediera esto, aunque preferían mantener atados a los hombres tanto tiempo como podían.
Entonces comenzó a soltarme su mensaje. Era interesante y hasta lógico, pero yo pensé que al fin y al cabo, como era su propia locura y él había pagado la cena, al menos debía de escucharle.
Las mujeres, dijo, habían estado tramando durante el pasado siglo el arrebatarles el mundo a los hombres. Con este fin, habían estado trabajando tanto abiertamente como en secreto y de muchas maneras. No me pregunte cómo, los detalles pueden ser explicados luego, pero la verdadera prueba se halla en las estadísticas que ni ellas mismas pueden ocultar. Las mujeres, me dijo, viven más que los hombres. Cinco años como mínimo, y en algunos casos más. Tienen lo mejor de todo. Se visten con las telas mejores y más costosas, reciben todas las cosas bellas del mundo, trabajan lo menos posible y hacen que los hombres sean los que tengan los colapsos nerviosos y las úlceras, y además están planeando el asalto final al poder. Pretenden convertir a los hombres en ciudadanos de segunda clase, simples máquinas trabajadoras para servir en un mundo femenino.
¿Sabía, me dijo, que hacía un siglo esto no era así? Los hombres vivían más que sus esposas, y la situación era la contraria. ¿No le parece extraño que todo cambiase?
Bueno, le dije, uno no puede edificar un castillo sobre eso, y creo que es usted simplemente un odiamujeres como lo fui yo, y que debería ir a un buen psiquiatra como usted, Edith.
No, me dijo, no me estoy engañando a mi mismo. Vea, es fácil imaginar cosas como estas, pero el probarlas hasta que queden fuera de toda duda es algo que necesita evidencias. Y, me dijo, yo tengo pruebas. He estado entre bastidores del mundo de las mujeres y sé lo que piensan en realidad y lo que planean cuando no hay hombres alrededor.
¿Y cómo puede hacer eso?, me pregunté. Y, aunque lo haga, ¿cómo puede la evidencia de un solo hombre probar nada?
Oh, me dijo, no soy un hombre solo. Hay una organización de hombres en todo este país que se han dado cuenta de esto, y se han reunido para derrotar a esta conspiración de las mujeres. La gente ha bromeado mucho acerca de la guerra de los sexos, pero en realidad existe una.
Bueno, le dije para seguirle la corriente, cuénteme más. ¿Quiénes son esos hombres, y cómo llevan a cabo esa guerra?
Antes que nada, me dijo, me tiene que prometer que no hablará de esto. Que no lo contará a nadie a quien no le autoricemos. Parecía una tontería, así que no tuve inconveniente en hacerlo. No creo que viole mi promesa al contárselo a usted, doctora, porque lo que le cuenta un paciente a su médico es sagrado y confidencial, ¿no es así?
Esa organización tiene un hombre: Operación Contrapunto. Y la O. C. opera clandestinamente, bajo disfraz, en el mismo campo enemigo.
¿Cómo es eso?, le pregunté. ¿Qué quiere decir? Oh, me dijo, enviamos espías al campo de las mujeres; comparan notas, se infiltran en las filas enemigas, escuchan y nos envían datos.
Viendo que no le comprendía, continuó. Algunas gentes les llaman transvestidos. Ya sabe, los que se visten de mujer. Excepto que los miembros de la O. C. no lo hacen por diversión, sino que son los soldados de nuestro sexo en esta guerra. El hombre que me contaba esto no bromeaba. No es lo que se piensa, me dijo. ¿Querría venir conmigo y comprobar por sí mismo lo que es una avanzadilla clandestina?
Para entonces, con varios tragos en el estómago, me atrevía a cualquier cosa, así que le dije que por qué no. Nos metimos en su coche y me llevó a su casa en los suburbios, muy lejos a lo largo de la autopista, una casa con amplio terreno, y entramos en ella.
Estaban celebrando una reunión, y al principio creí que era un club femenino. Había una docena de personas y a primera vista me parecieron mujeres. Luego, gradualmente, me di cuenta de que no lo eran, sino que se trataba de hombres vestidos de mujer.
Quizá se crea que era una reunión de invertidos o de chalados. Realmente no lo era. No parecían jovencitas o chicas de vida alegre, sino que parecían respetables mujeres de mediana edad. Ni bellezas ni monstruos, simplemente una buena imitación de un club de mujeres de clase media, algo así como un círculo o liga de votantes.
Oh, algunos no lo hacían muy bien, pero la mayor parte de aquellos hombres eran bastante expertos en su arte. Uno no se hubiera imaginado nunca que no eran mujeres a no ser que antes se lo hubieran dicho.
Así que me senté en silencio y escuché de lo que estaban hablando, y vi que estaban comparando notas sobre las cosas de las que se habían enterado. Uno de ellos se había abierto camino hasta el interior de uno de los mayores clubs femeninos del país, y decía los nombres de las que eran los líderes en el plan para apoderarse del mundo. Escuché otros informes, y hasta grabaciones de conversaciones entre las mujeres que hablan en privado para su sexo y, créame, comencé a preocuparme.
Porque, en un par de horas, llegué a creerme que estaban diciendo la verdad. Se lo tomaban muy en serio y como si fuera real. Tal vez fueran una de esas congregaciones de chalados, pero estaban convencidos de que formaban parte de una gran organización, y de que eran los que se encontraban en las posiciones de avanzada, los puestos de escucha en el mundo femenino. Eran espías con el uniforme enemigo.
Me convencieron aquella noche de que habían descubierto un hecho real sucedido durante los pasados cien años. Y que aún estaban descubriendo más cosas. No habían logrado alcanzar todavía el cuartel general de las verdaderas dirigentes del movimiento mundial femenino a largo plazo, pero se estaban acercando.
Porque, ¿sabe?, no todas las mujeres conocen todo esto. El noventa y nueve por ciento de ellas lo ignoran, pero el otro uno por ciento están realmente organizadas y son terribles.
Hasta tienen sus propias avanzadas. Ya debe de haber visto algunas de esas mujeres hombrunas con chaquetas de cuero y cabello corto. Bueno, no todas ellas son lo que usted se piensa. Algunas veces también es un disfraz. Hay una verdadera banda de ellas, por todo el país, organizadas para acabar con la Operación Contrapunto y cualquier otro hombre que averigüe demasiadas cosas. Hasta tienen un nombre, una especie de falsa hermandad llamada Sigma Mu, Hermanas de Minerva, y son el grupo contra el que esta O.C. se enfrenta la mayor parte de las veces.
Ahora ya ha pasado una semana desde aquel día, y he vuelto a mi ciudad, y todo esto me parece que fue una broma muy elaborada. Creo que me tomaron el pelo un grupo de transvestidos, ¿no le parece?
Gracias, doctora. Ya suponía que me haría ver las cosas claras. Seguro, es simplemente otra de esas fantasías persecutorias que yo acostumbraba a tener. Debería de mantenerme apartado de los chalados, ¿no cree?
¿Qué dice? Sí, claro. Tengo la dirección adonde fui, y sé el nombre del individuo que me llevó allí. Lo tengo aquí en el bolsillo, en mi agenda. Hasta me dio la dirección de su célula clandestina en esta ciudad. Parece que esta O.C. tiene gente operando en la misma forma por todo el país. ¿No le parece una tontería? Creo que tendría que destruir esa página, o al menos tachar los nombres.
No, doctora. Honestamente no puedo enseñárselos, porque me hicieron prometer que guardaría el secreto. Nunca traiciono esas promesas, aunque sea correcto que un paciente se las cuente a su doctor, ¿no es así? Pero no sería correcto que le diera esa dirección.
¿Sabe algo divertido, doctora? Cuando me pidió mi agenda, me fijé por primera vez en esa insignia que lleva en todos sus trajes. Siempre pensé que era la insignia de un club o de una sociedad o algo así. Dice Sigma Mu, ¿no es así? Recuerdo de mis estudios, el alfabeto griego. Y me parece verdaderamente raro...
¿Cómo dice, doctora? ¿Que tiene que obtener esa agenda? Escuche, tenga en cuenta que...
Doctora, ¿qué es lo que hace con esa pistola? ¡Bájela, podría dispararse!
¡No me apunte! ¡Mire, no quise decir que...! Todo fue una broma... No, doctora... Señorita Stanton... ¡Edith! ¡No dispare! ¡No...!
Título original:
AN ADVANCE POST IN THE WAR BETWEEN THE SEXES