Nathaniel Hawthorne
EL RETRATO DE EDWARD RANDOLPH
(Edward Randolph’s Portrait, 1838)
Otra escuela americana de lo sobrenatural, caracterizada, según Lovecraft, por la «tradición de los valores morales, la moderación afable y la suave y pausada fantasía más o menos teñida de extravagancia», estuvo encabezada por Nathaniel Hawthorne (1804-1864), en quien «no encontramos la violencia, la osadía, el tremendo colorido, el intenso sentido dramático, la malignidad cósmica y el arte impersonal e indiviso de Poe».
Descendiente de una familia de alcurnia de Salem, que contó entre sus miembros con uno de los jueces más sanguinarios de la tristemente célebre caza de brujas, la rígida educación materna que tuvo que soportar como consecuencia de la temprana muerte de su padre, y un accidente que le obligó a guardar reposo, tal vez expliquen su carácter retraído y melancólico y su acusada insociabilidad. A su vuelta de la universidad, donde fue condiscípulo de Longfellow y de Franklin Pierce (futuro presidente de la nación), Hawthorne se recluyó en su ciudad natal donde comenzó a escribir en los ratos libres que le permitían sus diversos cargos burocráticos (desde aduanero hasta cónsul en Liverpool, designado personalmente por Pierce tras su triunfo electoral). El fracaso de su primera novela «Fanshawe», de temática gótica, y de su colección de «Cuentos dos veces contados» no le desanimó. A la vez que se interesaba por el «trascendentalismo», descubierto a través de Emerson, su pluma no conoció el descanso: aumentó en dos ocasiones su mencionada serie de cuentos y publicó nuevas colecciones («Mosses from an Old Mause» o «The Snow Image and Other Thrice-Told Tales») así como sendas novelas («La letra escarlata» y «La casa de las siete buhardillas») que le proporcionaron gran notoriedad.
Si Poe mostró su preferencia por los cuentos de Hawthorne («pertenecen a la más elevada esfera del arte»), para Lovecraft lo más acabado y artístico de todo el material sobrenatural de este autor es la famosa y exquisitamente elaborada novela «La casa de las siete buhardillas», aunque reconoce que muchos de sus relatos breves «denotan un notable grado de preternaturalidad en la atmósfera o en los incidentes». Entre todos ellos cabe destacar «El retrato de Edward Randolph», que, aparte de los «momentos diabólicos» a que hace alusión H.P.L., presenta todos los rasgos distintivos de su depurado estilo: su ambigüedad poética que le entronca con la modernidad, su rico lenguaje simbólico propicio a la alegoría, su ritmo morosamente explicativo, su prolijidad y colorismo en la descripción de ambientes, su dramatismo un poco ingenuo y conmovedor y sus puritanas preocupaciones moralizantes, fiel reflejo de un espíritu atormentado en el que todavía resuenan los ecos de las leyendas y tradiciones de Nueva Inglaterra sobre aquelarres, exorcismos, pactos con el diablo o brujas quemadas en la hoguera.