El «nuevo» terror
Alguien con quien he trabajado creía que no me gustaría lo que The Twilight Zone Magazine proclamó era el «nuevo» terror y lo que otros han llamado «splatterpunk». Le dije que Rex Miller me parecía estupendo y que su novela Slob me había gustado mucho, y que yo mismo había escrito relatos más o menos «splatterpunk» como «The Book of Webster’s» (Night Cry) y «Public Places» (Pulphouse). También le dije que lo que no podía aguantar era los relatos que no son tales relatos, la sangre o la violencia aisladas, las pesadillas o los ensueños producidos no por la musa sino por las drogas o el alcohol y la premisa de que basta con la sorpresa para crear suspense o que el encadenamiento improbable de circunstancias pueda sustituir al argumento. O la idea de que el año 1989 (o el 1999, o el 2189) tiene que ser mejor o peor que los años anteriores y de que la historia es un montón de basura. O el dar por sentado que esas palabras con las que trabé conocimiento gracias a las borracheras de mi tío deben sustituir a las aceptadas por la inmensa mayoría de personas y, además, escandalizarnos. No me gusta la idea de que todos los tipos guapos y elegantes siempre vayan de cama en cama, o de que los locos radicales están «en la onda» porque han desplumado a sus padres, frecuentan las galerías de tiro, se unen a bandas criminales, pasan por alto cualquier tipo de atrocidad justificándola e insultan a la bandera de su nación en vez de identificar los defectos de los Estados Unidos y corregirlos.
Pero tampoco me gustan los escritores que juegan al avestruz y fingen que seguimos estando en el período de Stoker, Lovecraft o el primer Stephen King, los que enarbolan viejos prejuicios como si acabaran de ser reivindicados por una parte considerable de la opinión pública, los que escriben sobre chicos de la calle que dicen «maldición» cuando lo que realmente quieren decir es «mierda» y los que no tienen ni la más mínima intención de averiguar lo que está ocurriendo porque eso podría contaminar sus delicadísimas sensibilidades.
Si el «nuevo» terror es realmente nuevo —y no un mero reciclaje de la primera etapa de la brillante obra de Harlan Ellison (quien afortunadamente aún sigue deleitándose con sus relatos)—, lo más probable es que guarde relación con el ejercicio de la libertad y el poner al descubierto otra lacra que clama al cielo pidiendo ser revelada por un escritor. El «nuevo» terror debe estar narrado de una forma directa y sincera, y a veces esa sinceridad debe provocar más risas que lágrimas. El humor que encierra pertenece a esa variedad inquietante y casi ofensiva típica de las personas que albergan la esperanza de que consiga poner fin como por arte de magia a la pesadilla de esta semana. En el peor de los casos el «nuevo» terror puede ser tosco o estar impregnado de cierta beligerancia y vulgaridad. En el mejor de ellos, es una forma maravillosa de utilizar la libertad para decir o hacer aquello con lo que el escritor alberga la esperanza de conseguir que una cagada social particularmente monstruosa se esfume para siempre de nuestras tristes vidas.
De vez en cuando el «nuevo» terror señala o expresa ideas que no han sido proclamadas en voz alta con anterioridad o, al menos, que no lo han sido con tanta claridad o que llevan mucho tiempo sin ser oídas. Nos alerta avisándonos de dónde están los grandes problemas, injusticias y mentiras, y aunque realmente no tenga nada de «nuevo» eso tampoco tiene nada de malo. Interroguen a cualquiera de los profesores presentes en este libro sobre los fascinantes e inolvidables creadores de clásicos que empezaron sus carreras de esa forma o que las culminaron con obras maestras tan inquietantes como reveladoras.
Los relatos del «nuevo» terror no deben ser excluidos, y tampoco tienen que excluir a otras variedades de relatos. Los relatos que emocionan y entretienen jamás deben ser excluidos de nuestras vidas…, al igual que tampoco deberían serlo las personas.