EL LIBRO VERDE
La encuadernación del libro estaba gastada, y el color desvaído; pero no había manchas, ni raspones, ni marcas de uso. El libro lucía como si hubiese sido comprado «en una visita a Londres» unos setenta u ochenta años antes, y hubiera quedado olvidado de alguna manera, abandonado en algún lugar escondido. Había un antiguo, delicado y languidecente olor en él, un olor como él que a veces habita, por un siglo o más, en los muebles antiguos. El papel que recubría las partes interiores de las tapas, estaba extrañamente decorado con patrones de color y desvanecido oro. Parecía pequeño, pero el papel era bueno, y tenía muchas hojas, abarrotadas con pequeñas letras trazadas con minuciosidad.
Encontré este libro (comenzaba el manuscrito) en un cajón del viejo buró que está en el descanso. Era un día lluvioso y yo no podía salir, así que, en la tarde tomé una vela y me puse a escudriñar en el buró. Casi todos los cajones estaban llenos de vestidos viejos, pero uno de los más chicos parecía estar vacío, y ahí encontré este libro metido hasta el fondo. Yo quería un libro como este, y por eso me lo llevé para escribir en él. Está lleno de secretos. Yo tengo escondidos un montón de libros más, libros de secretos que yo he escrito, están en un lugar seguro; voy a poner aquí muchos de los secretos viejos y algunos nuevos; pero hay algunos que nunca voy a poner. No debo poner los verdaderos nombres de los días y de los meses, que descubrí hace un año; ni la manera de hacer las letras Aklo, o el lenguaje Chian, o los grandes y hermosos Círculos, ni los Juegos Mao, ni las mejores canciones. A lo mejor escribo algo acerca de estas cosas, pero no la manera de hacerlas; por ciertas razones. Y no debo decir quiénes son las Ninfas, o los Dôls, o Jeelo, o lo que significa voolas. Todos estos son los más secretos de los secretos, y me gusta recordar lo que son, y cuántos lenguajes maravillosos conozco; pero hay algunas cosas que yo llamo los secretos de los secretos de los secretos, de las que no me atrevo a pensar a menos que esté completamente sola, y entonces cierro mis ojos, y me los tapo con las manos, y susurro la palabra, y el Alala viene. Sólo hago esto en la noche, en mi cuarto, o en ciertos bosques que yo sé; pero esos no debo describirlos, porque son bosques secretos. Y luego están las Ceremonias, que son todas muy importantes, pero unas son más divertidas que otras. Están las Ceremonias Blancas, y las Ceremonias Escarlata. Las Ceremonias Escarlata son las mejores, pero sólo hay un lugar donde pueden realizarse apropiadamente, aunque hay una muy buena imitación que he hecho en otros lugares. Además de estos, tengo las danzas, y la Comedia; en ocasiones he hecho la Comedia cuando los otros están viendo, y no entienden nada. Yo era muy pequeña cuando supe por primera vez de estas cosas.
Cuando era muy chica, y mi mamá estaba viva, yo recuerdo que recordaba cosas de antes, sólo que se me revolvieron todas. Pero me acuerdo que cuando tenía cinco o seis los oí hablando de mí cuando pensaban que no estaba oyendo. Estaban diciendo que, uno o dos años atrás, yo era muy rara, y de cómo nana le había hablado a mí mamá para que me viera hablando sola, y que yo estaba diciendo palabras que nadie podía comprender. Estaba hablando el lenguaje Xu, pero ya sólo me acuerdo de algunas palabras, porque era acerca de las pequeñas caras blancas que solían mirarme cuando estaba en mi cuna. Ellos me hablaban, y yo aprendí su lenguaje y platiqué con ellos, me platicaban sobre una inmenso lugar blanco que era donde ellos vivían, donde los árboles y el césped eran todos blancos, y había lomas blancas tan altas como la luna, y un viento helado. He soñado muchas veces con eso, pero las caras se fueron cuando yo era muy pequeña. Pero; cuando tenía como cinco años, pasó algo maravilloso. Mi nana me llevaba sobre sus hombros, había un campo de maíz amarillo, y lo atravesamos, hacía mucho calor. Entonces nos fuimos por un camino a través del bosque, y un hombre alto no siguió, y vino con nosotros hasta que llegamos a un lugar donde había un estanque profundo, y estaba muy oscuro y lleno de sombras. Nana me bajó y me puso sobre el suave musgo que había bajo un árbol, y dijo: «Ahora no se irá para el estanque». Así que me dejaron ahí, y yo me quedé quieta y observé; y saliendo del agua y del bosque llegaron dos maravillosas gentes blancas, y comenzaron a jugar y a danzar y a cantar. Eran de un tipo de blanco cremoso cómo la figura de marfil que hay en el cuarto de dibujo; una era una hermosa señora con amables ojos negros, y un rostro grave, y un largo cabello negro; y ella dirigía una sonrisa extraña y triste hacia el otro, que se reía acercándose a ella. Ellos jugaron juntos, y bailaron dando vueltas y vueltas sobre el estanque, y cantaron una canción hasta que me quede dormida. Nana me despertó cuando volvió, y ella se veía un poco como la señora, así que se lo conté todo, y le pregunté porque se veía así. Primero lloró, y luego me miró muy asustada, y se puso completamente pálida. Me bajó al suelo y se me quedó viendo, y yo pude ver que ella estaba temblando. Luego me dijo que yo había estado soñando, pero yo sabía que no. Luego me hizo prometer que no le diría nada a nadie, y que si lo hacía merecería que me aventaran a un pozo negro. Yo no estaba nada asustada, aunque nana si lo estuviera; y nunca se me olvidó, porque cuando cierro mis ojos y todo está silencio, y estoy sola, puedo verlos de nuevo, muy tenues y lejanos, pero espléndidos; y pedacitos de la canción que ellos cantan llegan a mi cabeza, pero no puedo cantarla. Tenía trece, casi catorce, cuando tuve una aventura muy singular, tan extraña que al día en que ocurrió siempre lo llamo el Día Blanco. Mi madre llevaba muerta más de un año, y en la mañana yo tenía lecciones, pero en la tarde me dejaban salir a caminar. Esa tarde caminé de una manera diferente, y un pequeño arroyo me condujo a un nuevo país, pero me rompí mi vestido al pasar por algunos de los lugares difíciles, porque el camino pasaba por muchos arbustos, y por las ramas bajas de algunos árboles, y a través de los matorrales espinosos sobre las lomas, y por los bosques oscuros llenos de espinas reptantes. Era un camino muy, muy largo. Parecía continuar por siempre, y tuve que arrastrarme por un lugar como un túnel donde debía haber estado antes un arroyo, pero toda el agua se había secado, y el piso era rocoso, y los arbustos habían crecido por arriba hasta cerrarse, por eso estaba muy oscuro. Y yo avancé y avancé por ese oscuro lugar, era un camino muy, muy largo. Y llegué a una colina que nunca había visto. Estaba entre unos lúgubres matorrales lleno de ramas negras y retorcidas que me rasguñaban al pasar entre ellas, y empecé a gritar porque me escocía todo el cuerpo, y luego me di cuenta de que estaba escalando, y subí por mucho tiempo, hasta que al final los matorrales se terminaron y salí quejándome justo debajo de la cima de un gran paisaje desnudo, donde había unas feas piedras grises sobre el pasto, y aquí y allá algún árbol achaparrado y retorcido brotaba debajo de una piedra, como una serpiente. Y subí de nuevo hasta la cima, un largo camino. Nunca vi unas piedras tan grandes y feas; algunas salían de la tierra, y algunas parecía como si las hubieran rodado hasta ahí; y se extendían tan lejos como alcanzaba la vista. Dejé de mirar las piedras y observé el paisaje, pero era muy extraño. Era invierno, y había terribles bosques negros colgando de las colinas alrededor, era como ver un gran cuarto rodeado de cortinas negras, y la forma de los árboles parecía muy diferente de cualquiera que yo haya visto antes. Estaba asustada. Y más allá de los bosques había otras colinas gigantescas que rodeaban en un gran anillo, pero yo nunca había visto ninguna de ellas; todo se veía negro y todo estaba lleno de voor. Todo estaba tan quieto y silencioso, y el cielo estaba pesado y gris, y triste; como un perverso domo voorico en el Abismo de Dendo. Seguí avanzando hacia las horribles rocas. Había cientos y cientos de ellas. Algunos eran como hombres haciendo muecas horribles; yo podía ver sus caras como si fueran a saltar sobre mí desde las rocas, y a agarrarme, y a arrastrarme con ellos dentro de la roca para que me quedara con ellos para siempre.[45] Y había otras rocas que eran como animales, animales reptantes y horribles, con la lengua colgando; y otras eran como palabras que yo no podía pronunciar, y otras como gente muerta tirada en el pasto. Avancé entre las piedras, aunque me asustaran, mi corazón estaba lleno de canciones perversas que habían metido dentro de ellas, y me dieron ganas de hacer muecas y retorcerme de la manera en que ellos lo hacían; seguí caminando por mucho rato hasta que al final las piedras me gustaron, y ya no me asustaban. Y empecé a cantar las canciones que estaban en mi mente, canciones llenas de palabras que no deben ser pronunciadas ni anotadas.
Y entonces hice muecas como las de las caras en las rocas, y me retorcí como las que estaban retorcidas, y me quede tirada en el suelo como la gente muerta, y luego me levanté y me acerqué a una de las que hacían muecas, y la rodeé con mis brazos y la abracé. Y seguí a través de las rocas hasta que llegué a una pequeña colina redonda, situado en el centro. Era más alto que una loma, casi tan alto como nuestra casa, era como un gran cuenco puesto boca abajo, todo liso y redondo y verde, con una roca como un poste saliendo de su cima. Trepé por los lados, pero estaba tan inclinado que me tuve que detener o me hubiera ido rodando hasta abajo y me hubiera pegado en las rocas, y a lo mejor ahora estaría muerta. Pero yo quería subirme hasta la cima de ese montículo, así que me pegué al piso boca abajo, y me agarré del pasto con las manos y me fui jalando, despacio, hasta que llegue hasta arriba. Entonces me senté sobre la piedra que había allí, y miré alrededor. Me sentía como si hubiera hecho un largo viaje, como si estuviera a cien millas de casa, o en algún otro país, o en uno de los extraños lugares de que había leído en «Los cuentos del Genio» y «Noches de Arabia», o como si me hubiera ido por el mar, avanzando muy lejos, durante años, y hubiera encontrado otro mundo, un mundo que nadie hubiera visto u oído antes, o como si de alguna manera me hubiera ido volando por el cielo y caído en una de las estrellas de las que he leído donde todo esta frío y gris, y no hay aire, y el viento no sopla. Me quedé sentada en la piedra y miré todo alrededor arriba y abajo. Era como si estuviera sentada en una torre en medio de un enorme pueblo abandonado, porque no podía ver nada alrededor excepto las rocas grises sobre el suelo. Ya no podía distinguir sus formas, pero podía mirarlas esparcidas una tras otra en la lejanía, y las vi, parecía que las hubieran colocado para formar patrones, formas, figuras. Sabía que eso no podía ser, porque había visto que muchas surgían desde abajo de la tierra, unidas a rocas profundas y subterráneas; así que miré de nuevo, pero seguía viendo círculos, y pequeños círculos dentro de los grandes, y pirámides, y domos, y espirales, y parecían todos dar vueltas alrededor del lugar donde yo estaba sentada, y entre más miraba, más veía esos grandes anillos de rocas, haciéndose cada vez más grandes, y miré por tanto rato que al final sentí como si todos se estuvieran moviendo y girando, como una gran rueda, y yo también giraba, en el centro[46]. Sentí mi cabeza toda mareada y confundida, todo se nubló y se hizo borroso, y vi pequeñas chispas de luz azul, y las rocas parecían elevarse, bailando, retorciéndose, girando y girando y girando. Me asusté de nuevo, y empecé a llorar a gritos, salté de la piedra en que estaba sentada y me caí. Cuando me levanté, me alegré de ver que ya estaban quietas, luego me senté y me fui resbalando por el montículo, y seguí caminando. Bailaba al caminar, de la extraña manera en que las piedras bailaron cuando me mareé, me puse muy contenta de poder hacerlo tan bien, y seguí bailando y bailando, y cantando canciones extraordinarias que me venían a la cabeza. Al final llegué al filo de una gran meseta, y ya no había rocas, y el camino volvía a atravesar por oscuros matorrales en un valle. Era tan horrible como los otros matorrales que escalé, pero este no me importaba, porque estaba muy contenta de haber visto aquellas danzas singulares y poder imitarlas. Bajé, arrastrándome por los arbustos, y una alta ortiga me picó en la pierna, e hizo que me ardiera, pero no me importó; y me rasguñé con las ramas y las espinas, pero sólo me reí y seguí cantando. Entonces salí de los matorrales y entré en el fondo valle, un lugar pequeño y secreto como un oscuro pasadizo del que nadie sabe, porque era muy estrecho y muy profundo, y el bosque era muy espeso a su alrededor. Ahí hay un banco escarpado con árboles colgando encima; y ahí los helechos se mantienen verdes por todo el invierno, cuando se encuentran pardos y muertos en la colina, los helechos ahí tienen un olor rico y dulce, como el de esa cosa que babea en los troncos de los pinos. Había una pequeña corriente de agua, tan pequeña que yo podía fácilmente cruzarla caminando. Bebí el agua con las manos, y sabía como a un vino brillante y amarillo, chispeaba y burbujeaba al pasar sobre hermosas piedras rojas y amarillas y verdes, parecía estar vivo y teñido de todos los colores al mismo tiempo. Bebí muchas veces con mis manos, pero no podía beber lo suficiente, así que me agaché y bebí directamente del agua con mis labios. Sabía mucho mejor al beberla de esa manera, y una ondulación del agua llegó hasta mi boca y la rozó como un beso, y yo me reí, y volví a beber, y me imaginé que era una ninfa como la que aparecía en una vieja ilustración que había en casa, una ninfa que vivía en el agua y me estaba besando. Así que me incliné un poco más sobre el agua, y pegué suavemente mis labios a la superficie, y le susurré a la ninfa que yo iba a venir de nuevo. Estaba segura de que esa no podía ser agua normal y me levanté alegre, caminando de nuevo, y volví a danzar y subí por el valle, bajo colinas escarpadas. Y cuando llegué al otro lado, vi que el suelo se elevaba enfrente de mí, alto y empinado como un muro, y no había nada excepto el verde muro y el cielo. Y pensé en «por los siglos de los siglos hasta el fin de los tiempos, Amén», y pensé que realmente yo había encontrado el fin de los tiempos, por que eso era como el final de todo, como si no pudiera haber nada más allá, excepto el reino de Voor, donde la luz se apaga cuando alguien la quita, y el agua desaparece cuando el sol se la lleva. Comencé a pensar en el largo, largo camino que había recorrido, cómo había encontrado un arroyo y lo había seguido, y luego había atravesado los arbustos y matorrales espinosos, y los bosques oscuros llenos de espinas reptantes. Luego me había arrastrado por un túnel bajo los árboles, y escalado unos matorrales, había visto las rocas grises, y me había sentado en el centro cuando todas comenzaron a girar, y luego había seguido a través de las rocas y había bajado hasta el valle a través de otros matorrales punzantes, y luego había subido de nuevo al otro lado del valle oscuro; todo un largo, largo camino. Y me pregunté cómo iba a regresar a casa, y si podría encontrar algún día el camino de regreso, y si me casa seguiría todavía allí, o si al llegar encontraría a todos convertidos en piedra, como en las «Noches de Arabia». Me senté en el césped y pensé en lo que iba a hacer. Estaba cansada, y mis pies estaban hinchados de caminar, pero cuando miré alrededor descubrí un pozo justo debajo de los empinados muros de vegetación. Todo el suelo que lo rodeaba estaba cubierto de un musgo brillante y verde, del que brotaban gotas de agua; había musgo de todo tipo ahí, musgos que parecían pequeños helechos, y otros como palmeras y pinos, y todo era verde como piezas de joyería, las gotas de agua colgaban entre ellos como diamantes. Y en el centro estaba el gran pozo, profundo y brillante y bello, tan claro que parecía que se podía tocar la arena roja del fondo, pero estaba muy abajo. Me quedé ahí viendo el fondo del pozo, como si estuviera mirando en un cristal. Ahí los granos de arena se agitaban, moviéndose todo el tiempo, y yo veía como el agua hervía ahí en el fondo, pero la superficie estaba lisa y tranquila, lleno el pozo hasta el borde. Era un gran pozo, como una enorme tina, con el musgo brillante alrededor parecía una gran gema blanca, rodeada de adornos verdes. Mis pies estaban tan cansados e hinchados que me quité las botas y las medias, y dejé que mis pies se sumergieran en el agua, el agua era suave y fría, y cuando me levanté ya no estaba cansada; sentí que debía continuar, e ir cada vez más lejos, ver lo que había detrás del muro. Lo escalé muy lentamente, yendo siempre de lado, y cuando llegué hasta arriba y miré al otro lado, observé la región más extraña que yo haya visto, aún más extraña que la colina de las piedras grises. Parecía como si niños humanos hubieran estado jugando allí con sus espátulas, pues era todo colinas y agujeros, castillos y muros hechos de tierra y cubiertos de césped. Había dos montículos parecidos a colmenas, redondos y enormes e imponentes, y agujeros como cuencos, y unos muros elevados e inclinados como los que vi una vez en la playa donde había grandes cañones y soldados. Casi caí en uno de esos redondos agujeros, el suelo bajo mis pies desapareció súbitamente y tuve que correr por el borde del cuenco, me detuve en un saliente y miré hacia arriba. Había una sensación de extrañeza y solemnidad. Nada, más que el cielo gris y pesado, y los bordes del agujero; todo lo demás había desaparecido, y ese inmenso agujero era el mundo, pensé que de noche debía estar lleno de fantasmas y sombras vivas y cosas pálidas, cuando la luna brillara sobre el fondo del agujero en la quietud de la noche, y arriba el viento emitiera un lamento apagado. Era tan extraño y solemne, y solitario; como un templo vacío dedicado a dioses bárbaros, a dioses muertos. Me recordaba acerca de un cuento que nana me contó cuando yo era pequeña, la misma nana que me llevó al bosque dónde vi a la hermosa gente blanca. Y yo recordaba como nana me había contado la historia un noche de invierno, cuando el viento hacía que los árboles golpearan contra las paredes, aullando en la chimenea del cuarto. Ella dijo que, en algún lugar, había un foso vacío, como este en el que yo ahora estaba, todo el mundo tenía miedo de meterse en él o incluso acercarse, era un lugar muy malo. Pero una vez hubo una niña pobre que dijo que ella se iba meter en el foso, y todo el mundo trató de detenerla, pero ella fue de todos modos. Y ella bajó al foso y regresó riéndose, y dijo que no había nada de nada allí abajo, excepto hierba verde y piedras rojas, piedras blancas y flores amarillas. Y poco después la gente vio que ella tenía los más hermosos aretes de esmeraldas, y le preguntaron de dónde los había sacado si ella y su madre eran tan pobres. Pero ella se rio, y dijo que sus aretes no estaban de ninguna manera hechos de esmeraldas, sino de hierba verde. Luego, un día, ella llevaba en el pecho el más rojo rubí que nadie hubiera visto, era tan grande como un huevo de gallina y brillaba y chispeaba como un carbón al rojo vivo. Y le preguntaron de dónde lo había sacado si ella y su madre eran tan pobres. Pero ella se rio, y dijo que no era de ninguna manera un rubí, sino una piedra roja. Entonces, un día, ella llevaba en su cuello el collar más hermoso que nadie hubiera visto, mucha más fino que el más fino collar de la reina, y estaba hecho de grandes y vistosos diamantes, cientos de ellos, y brillaban como todas las estrellas en una noche de junio. Y le preguntaron de dónde lo había sacado si ella y su madre eran tan pobres. Pero ella se río y dijo que de ninguna manera era diamantes, sino sólo piedras blancas. Y un día ella fue a la Corte, y ella llevaba en su cabeza una corona de angélico oro puro, eso me contó nana, y brillaba como el sol, y era mucho más espléndida que la corona que llevaba el mismísimo rey, y en sus orejas llevaba las esmeraldas, el enorme rubí era el broche en su pecho, y el gran collar de diamantes brillaba en su cuello. Y el rey y la reina creyeron que era alguna importante princesa que venía de tierras lejanas, y bajaron de sus tronos para conocerla, pero alguien le dijo a los reyes quién era ella, y que ella era muy pobre. Y entonces el rey preguntó porqué llevaba una corona de oro y de dónde lo había sacado si ella y su madre eran tan pobres. Y ella se rio, y dijo que de ninguna manera era una corona de oro, sino sólo unas flores amarillas que se había puesto en el cabello. Y el rey pensó que eso era muy extraño, y dijo que ella debía quedarse en la Corte, y ya verían que pasaba. Y ella lucía tan adorable que todos decían que sus ojos eran más verdes que las esmeraldas, que sus labios eran más rojos que el rubí, que su piel era más blanca que los diamantes, y que su cabello era más brillante que la corona dorada. Y entonces el hijo del rey dijo que se casaría con ella, y el rey dijo «lo harás.» Y el obispo los casó, y hubo una gran cena, y después el hijo del rey fue a la habitación de su esposa. Pero justo cuando tenía su mano en la puerta, vio un alto hombre negro, con un rostro temible, parado frente a la puerta, y una voz dijo:
No te aventures, por tú vida,
Esta mujer a mí está unida[47].
Entonces el hijo del rey cayó al suelo fulminado. Y vinieron y trataron de entrar al cuarto, pero no pudieron, y atacaron la puerta con hachas, pero la madera se había vuelto dura como el hierro, y al final todos huyeron, estaban tan asustados por los gritos y risas y alaridos y llantos que salían del cuarto. Pero al día siguiente entraron, y descubrieron que no había nada en la habitación excepto un espeso humo negro, porque el hombre negro había venido y se la había llevado.
Y en la cama había dos nudos de hierba marchita y una piedra roja, y algunas piedras blancas y algunas marchitas flores amarillas. Yo recordé este cuento de nana mientras estuve ahí en el fondo del profundo agujero; era tan extraño y solitario allí, y me dio miedo. No podía ver ninguna piedra ni flores, pero me daba miedo llevármelas sin saber, y pensé que haría un encantamiento que venía a mí mente para mantener al hombre negro alejado. Así que me paré derecha justo en el centro del valle, y me aseguré de no traer ninguna de esas cosas, y entonces caminé alrededor del lugar, y toqué mis ojos, y mis labios, y mi cabello de una forma peculiar, y susurré algunas palabras raras que nana me enseñó, para alejar las cosas malas. Entonces me sentí segura y escalé fuera del agujero, y seguí caminando entre montículos y agujeros y muros, hasta que llegué al final, que estaba muy elevado sobre el resto, y pude ver que las diferentes formas de la tierra estaban ordenadas en patrones, un poco como las piedras grises, sólo que el patrón era diferente. Se estaba haciendo tarde, y el aire era indistinto, pero parecía desde donde yo estaba parada como si fueran dos grandes dibujos de personas yaciendo sobre el pasto. Y seguí avanzando, y al final encontré cierto bosque, que es demasiado secreto para ser descrito, y nadie sabe del pasaje que conduce a él, yo lo descubrí de una manera muy curiosa, al ver a un pequeño animal correr y adentrarse en a través del bosque.[48] Así que corrí detrás del animal por un camino muy oscuro y angosto, bajo espinas y arbustos, y era casi de noche cuando llegué a una especie de lugar abierto en el medio. Y yo vi la más hermosa vista que yo haya visto jamás, pero fue sólo por un minuto, porque me fui corriendo en seguida, y me arrastré fuera del bosque por el pasaje por el que había venido, y corrí y corrí tan rápido como podía, porque estaba asustada, lo que yo había visto ara tan maravilloso y tan extraño y hermoso. Pero quería llegar a casa y pensar en eso, y no supe que hubiera dejado de suceder si me hubiera quedado en el bosque. Estaba completamente acalorada y temblorosa, y mi corazón palpitaba, y extraños llantos que no podía controlar salían de mí mientras corría lejos del bosque. Y me alegré al ver que una gran luna blanca había salido detrás de una redonda colina y me mostraba el camino, así que volví: a través los montículos y los agujeros y bajando el valle cercano, y subiendo a través de los matorrales sobre el lugar de las rocas grises, y así finalmente llegué a casa. Mi padre estaba ocupado en su estudio, y los sirvientes no habían dado aviso de que yo no había llegado, aunque estaban asustados y dudosos de lo que debían hacer, así que les dije que había perdido el camino, pero no los dije dónde había estado. Me fui a la cama y estuve ahí acostada pero despierta durante toda la noche, pensando en lo que había visto. Cuando salí del estrecho pasaje, y se vio todo brillante a pesar de que el cielo estaba oscuro, parecía tan verdadero; y durante todo el camino a casa yo estaba completamente segura de que lo había visto, y quería estar sola en mi cuarto, y disfrutarlo en secreto, y cerrar mis ojos fingiendo que estaba ahí, y hacer todas las cosas que habría hecho si no hubiera estado tan asustada. Pero cuando cerré mis ojos, la visión no volvió; y comencé a pensar de nuevo en mis aventuras, y recordé qué oscuro y extraño estaba al final, y temía que todo hubiera sido un error, porque parecía imposible que hubiera pasado. Parecía uno de los cuentos de nana, en los cuáles yo no creía realmente, a pesar del miedo que me dio cuando estaba en el agujero; y las historias que ella me contó cuando era pequeña volvieron a mi mente, y me pregunté si realmente estaba ahí lo que creía haber visto, o si sus cuentos pudieran haber ocurrido de verdad hace mucho tiempo. Era tan extraño, estaba ahí acostada en mi cuarto, en la parte trasera de la casa, y la luna brillaba por el otro lado, hacia el río, de tal manera que la luz brillante no daba sobre mi pared. Y la casa estaba completamente en silencio. Había escuchado a mi padre subir las escaleras, e inmediatamente después el reloj dio las doce, y después la casa estuvo inmóvil y vacía, como si no hubiera nadie vivo dentro. Y a pesar de que todo estaba oscuro e indistinto en mi habitación, una especie de luz pálida y trémula brillaba a través de las persianas blancas, y de repente me levanté y miré hacia fuera, y la casa proyectaba una gran sombra negra cubriendo el jardín, parecía una cárcel donde los prisioneros eran ahorcados; y más allá estaba todo blanco; y el bosque brillaba con luz blanca y abismos de negrura entre los árboles. Todo estaba claro y silencioso, y no había nubes en el cielo. Yo quería pensar en lo que había visto pero no podía, y comencé a pensar en todos esos cuentos que nana me había contado mucho tiempo atrás; tanto, que yo pensaba que los había olvidado, pero todos volvieron, y se mezclaron con los matorrales y las rocas grises y los agujeros en la tierra y el bosque secreto, hasta que al final yo difícilmente podía saber qué era nuevo y qué era viejo, o si todo no era más que un sueño. Y entonces recordé ese verano caluroso, hacía tanto tiempo, cuando nana me dejó sola en la sombra, y la gente blanca salió del agua y del bosque, y jugaron, y bailaron, y cantaron; y comencé a figurarme que nana me había contado algo parecido antes de que yo los viera, sólo que no podía recordar exactamente qué. Entonces comencé a preguntarme si ella no habría sido la dama blanca; tal como lo recuerdo, ella era igual de blanca y hermosa, y tenía los mismos ojos oscuros y cabello negro, y algunas veces ella sonreía y se veía como la yo había visto a la dama, cuando ella me contaba sus historias, que empezaban con «Érase una vez,» o «En el tiempo de las hadas». Pero yo pensé que ella no podía ser la dama, porque en el bosque ella se había ido en una dirección diferente, y no creí que el hombre que nos siguió pudiera ser el otro, o yo no podría haber visto el secreto maravilloso que yo vi en el bosque secreto. Pensé en la luna: pero eso fue después cuando estaba en medio de la tierra salvaje, donde la tierra tenía la forma de grandes figuras, y todo era murallas y misteriosos agujeros, y montículos suaves y redondos, donde yo vi a la gran luna blanca subir sobre una colina redonda. Me preguntaba sobre todas estas cosas, hasta que al final me dio mucho miedo, me asustaba algo que me había pasado, y recordé el cuento de nana acerca de la niña pobre que se metió en el foso, y que finalmente el hombre negro se la llevó. Sabía que yo también me había metido en un foso vacío, y a lo mejor era lo mismo, y yo había hecho algo horrible. Así que hice de nuevo el encantamiento, y toqué mis ojos y mis labios y mi cabello de una manera peculiar, y dije las antiguas palabras del lenguaje de las hadas, para estar segura de que nadie mi iba a llevar. De nuevo traté de ver el bosque secreto, y arrastrarme por el pasaje y ver lo que había visto ahí, pero por alguna razón no pude, y seguí pensando en las historias de nana. Había una que yo recordaba, sobre un joven que una vez se fue de cacería, y todo el día él y sus perros cazaron por todos lados, y cruzaron los ríos y penetraron todos los bosques, y rodearon los pantanos, pero no pudieron encontrar nada, y cazaron todo el día hasta que el sol bajó y comenzó a ponerse sobre la montañas. Y el joven estaba furioso porque no podía encontrar nada, y se iba a dar la vuelta, cuando, justo cuando el sol tocó la montaña, él vio salir de un soto frente a él, un hermoso ciervo blanco. Y animó a sus perros, pero ellos gimieron y se resistieron a seguir, y animó a su caballo, pero este tembló y se quedó quieto como un tronco, y el joven saltó de su caballo y abandonó a sus perros y comenzó a seguir al ciervo blanco completamente solo. Y pronto todo se hizo completamente oscuro, y el cielo estaba negro, sin una sola estrella brillando, y el ciervo penetró en la oscuridad. Y a pesar de que el hombre había traído su fusil, nunca le disparó al ciervo, porque quería atraparlo, tenía miedo de perderlo en la noche. Pero no lo perdió ni una sola vez, aunque el cielo estuviera tan negro y el aire tan oscuro; y el ciervo avanzó y avanzó hasta que el hombre ya no tuvo ni la más remota de idea del lugar en que se encontraba. Y avanzaron por enormes bosques donde el aire estaba lleno de susurros y una pálida y agonizante luz brotaba de los troncos podridos que yacían en el suelo, y justo cuando el hombre creía haber perdido al ciervo, lo veía todo blanco y brillante frente a él, y entonces él corría rápidamente para atraparlo, pero el ciervo siempre corría más rápido, y no lo podía atrapar. Y cruzaron los enormes bosques, y nadaron a través de ríos, y vadearon a través de negros pantanos donde el piso burbujeaba, y el aire estaba lleno de fuegos fatuos[49], y el ciervo voló a través de estrechos valles, donde el aire tenía el olor de una cripta, y el hombre lo siguió. Y atravesaron las grandes montañas y el hombre escuchó el aire bajar del cielo, y el ciervo siguió avanzando y el hombre lo siguió. Al final el sol se alzó y el joven descubrió que estaba en un país que nunca había visto; era un valle hermoso con un arroyo de superficie lisa corriendo a través de él, y una enorme y grandiosa colina redonda en el centro. Y el ciervo bajó al valle, hacia la colina, y parecía estar ya cansándose yendo cada vez más y más lento; y a pesar de que estaba cansado también, el hombre empezó a ir más rápido, y estaba seguro de que atraparía finalmente al ciervo. Pero al tiempo en que llegaban a las faldas de la colina, y el hombre estiraba su mano para atrapar al ciervo, este desapareció dentro de la tierra, y el hombre comenzó a llorar, apesadumbrado por haberlo perdido después de su larga cacería. Pero mientras lloraba vio que había una puerta en la colina, justo enfrente de él, y se metió, y estaba muy oscuro, pero él siguió, porque pensaba que encontraría al ciervo blanco. Y de repente se hizo la luz, y ahí estaba el cielo, y el sol brillando, y pájaros cantando en los árboles, y había una hermosa fuente. Y junto a la fuente estaba sentada una dama encantadora, ella era la reina de las hadas, y le dijo al hombre que ella se había convertido en un ciervo para atraerlo porque estaba enamorada de él.
Entonces ella trajo de su palacio feérico una gran copa de oro, cubierta de joyas, y le ofreció vino en esa copa para que bebiera. Y él bebió, y entre más bebía más anhelaba beber, porque el vino era encantado. Y entonces él besó a la encantadora dama, y ella se convirtió en sus esposa, y él se quedó todo ese día y toda esa noche en la colina donde ella vivía, y cuando despertó descubrió que estaba tirado en el suelo, cerca de donde había visto al ciervo por primera vez, y su caballo y sus perros estaban ahí esperando, y miró al cielo, el sol se hundió detrás de la montaña. Volvió a casa y vivió mucho tiempo, pero nunca besó a ninguna otra mujer, porque él había besado a la reina de las hadas; y nunca bebió vino común, porque él había bebido del vino encantado.[50] Y algunas veces nana me contaba historias que había oído de su bisabuela, que era muy anciana, y vivía en una choza en la montaña completamente sola, y la mayor parte de estas historias eran acerca de una colina donde la gente solía reunirse hace mucho tiempo, y solían jugar todo tipo de extraños juegos y hacer cosas extravagantes que nana me contaba, pero yo no entendía; y ahora, decía ella, todos menos su bisabuela se han olvidado completamente de eso, y nadie sabe donde estaba la colina, ni siquiera su bisabuela. Pero me contó una historia muy extraña acerca de la colina, y temblé cuando la recordé. Ella dijo que la gente siempre iba ahí en el verano, cuando hacía mucho calor, y tenían que bailar un buen rato.
Primero estaría todo oscuro, y habría árboles ahí, lo que oscurecería aún más el ambiente, y la gente vendría, una por una, de todas las direcciones, por un camino secreto que nadie más conocía, y dos personas guardarían la entrada, y todas lo que fueran subiendo tendrían que dar una curiosa señal, la cual nana intento mostrarme, pero dijo que no podía hacerla apropiadamente. Y todo tipo de personas vendrían; habría nobles y campesinos, algunos ancianos, muchachos y muchachas, y niños muy pequeños, que se sentaban y observaban. Todo estaría oscuro mientras llegaban, excepto en el rincón donde alguien estaba quemando algo que tenía un olor dulce y fuerte, y los hacía reír, y ahí uno podría ver la luz deslumbrante de las brasas, y el humo rojizo remontándose. Así vendrían todos, y cuando el último hubiera llegado ya no habría puerta, de tal manera que nadie pudiera entrar, aunque supieran que había algo más allá. Y una vez un caballero que venía de otro país y había cabalgado largamente, se perdió en la noche; y su caballo lo llevó al mismo centro del país salvaje, donde todo estaba invertido, y había letales pantanos y rocas enormes por todo lados, y agujeros en el suelo, y los árboles parecían postes de horcas, porque tenían enormes brazos negros que se estiraban obstruyendo el camino. Y este extraño caballero estaba muy asustado, y su caballo comenzó estremecerse, y al final se detuvo y ni quiso avanzar más, y el caballero se bajó y trató de guiar al caballo, pero este no se movía, y estaba todo cubierto con un sudor como de muerte. Así que el caballero tuvo que continuar sólo, penetrando cada vez más en los bosques salvajes, hasta que al fin llegó a un lugar oscuro, donde oyó gritos y canciones y llantos, sin parecido a nada que hubiera oído antes. Todo sonaba muy cercano, pero no podía entrar, y así él comenzó a llamar, y mientras llamaba, algo se acercó por detrás de él, y en un minuto su mano y sus brazos y sus piernas estaban atados, y se desmayó. Y cuando volvió en sí, yacía al lado del camino, justo donde se había perdido, bajo un roble muerto de tronco negro, y su caballo estaba atado junto a él. Cabalgó hacia el pueblo e informó a la gente lo que había pasado, y algunos de ellos estaban asombrados; pero otros sabían. Así, una vez que todas hubieran llegado, la puerta desaparecía por completo para todo él que quisiera cruzarla. Y cuando todos estaban reunidos, formando un círculo, apretados unos contra otros, alguien comenzaba a cantar en la oscuridad, y alguien más haría un sonido como de truenos con una cosa que ellos tenían para tal propósito, y, en las noches silenciosas, la gente escucharía el sonido atronador hasta muy, muy lejos de la tierra salvaje, y algunos de ellos, que creían saber lo que era aquello, solían hacer una señal en sobre su pecho cuando despertaban de sus camas en la quietud de la noche y oían ese terrible y profundo sonido, como un trueno en la montañas. Y el ruido y el canto proseguiría por un largo tiempo, y la gente en círculo se balanceaba hacia atrás y hacia adelante; y la canción era cantada en un lenguaje muy, muy antiguo que ya nadie conoce, y la melodía era excéntrica. Nana dijo que su bisabuela, cuando era niña, había conocido a alguien que recordaba un poco de ese lenguaje, y nana trató de cantar un pedacito para mí, y era una melodía tan extraña que mi piel se heló y tuve escalofríos, como si hubiera puesto mi mano en algo muerto. Algunas veces era un hombre el que cantaba, y otras una mujer, y a veces el que lo cantaba lo hacía tan bien que dos o tres de las personas que ahí estaban caían al suelo aullando y desgarrando con sus manos. El canto continuó, y la gente en círculo siguió en su vaivén, y finalmente la luna se elevaría sobre un lugar que ellos llamaban Tole Deol, y subió y se mostró meciéndose y balanceándose de lado a lado, con el dulce y espeso humo ondulando sobre las brasas ardientes, flotando en círculos a su alrededor. Entonces tomaban la cena. Un niño y una niña la repartían; el niño llevaba una gran copa de vino, y la niña llevaba un pastel de pan, y ellos pasaban el vino y el pan a todos, pero sabía diferente del pan y el vino común, y transformaban a todo el que lo probaba. Entonces todos se levantaban y bailaban, y cosas secretas eran traídas de un escondite, y jugaban juegos extraordinarios, y bailaban dando vueltas y vueltas bajo la luz de la luna[51], y a veces algunos desaparecían súbitamente y nunca se volvía a saber de ellos, nadie sabía lo que le pasaba a esas personas[52]. Y bebían más de ese curioso vino, y hacían imágenes para adorar, y nana me enseñó como se hacían las imágenes un día que salimos de paseo y encontramos un lugar lleno de barro. Nana me preguntó si quería saber como eran esas cosas que la gente moldeaba en la colina, y yo le dije que sí. Luego ella me dijo que prometiera no decirle a nadie en absoluto acerca de eso, y que si lo hacía sería arrojada al foso negro con los muertos, y yo dije que no le iba a decir a nadie, y ella repitió la mismo una y otra vez, y yo se lo prometí. Y entonces ella tomo mi espátula de madera y cavó para sacar un gran terrón de barro y la puso en mi cubo de hojalata, y me dijo que dijera que iba a hacer pastelitos en mi casa, si nos encontrábamos con alguien. Entonces caminamos un poco, hasta que llegamos a una pequeña arboleda que crecía camino abajo, y nana se detuvo, y miró a ambos lados del camino, y luego se asomó a través de la cerca hacía el campo que había al otro lado, y luego dijo, «¡Rápido!», y corrimos dentro de la arboleda, y nos arrastramos entre los matorrales hasta alejarnos un buen tramo fuera del camino. Entonces nos sentamos bajo un matorral, y yo estaba ansiosa por saber lo que nana iba a hacer con el barro, pero antes de empezar me hizo prometerle una vez más no decir ni una palabra, y se alejó de nuevo y espió por todos lados a través de los matorrales, a pesar de que, estando la vereda tan angosta y escondida, era muy difícil que alguien fuera nunca ahí. Así que nos sentamos, y nana sacó el barro del cubo, y comenzó a amasarlo con sus manos, y a hacer cosas extrañas con él, y a voltearlo. Ella lo escondió bajo una gran hoja de acedera por un minuto o dos y entonces lo sacó, y entonces ella se puso de pie y se sentó, y caminó alrededor del barro de una manera peculiar, y todo el tiempo ella estaba cantando una especie de rima, y su cara se puso muy roja.
Entonces se sentó de nuevo, y tomó el barro entre sus manos y comenzó a darle la forma de un muñeca, pero no como la de las muñecas que tengo en casa, ella hizo la muñeca más extraña que yo haya visto, completamente formada del barro húmedo, y la escondió bajo un matorral para que se secara y endureciera, y todo el tiempo que estuvo haciendo eso, ella estaba cantando esas rimas para sí misma, y cara se ponía cada vez más roja. Así que dejamos la muñeca ahí, escondida entre los matorrales donde nadie la podría encontrar. Y unos días más tarde fuimos por el mismo camino, y cuando llegamos a esa angosta y oscura parte de la vereda donde la arboleda se hunde en el banco, nana me hizo prometerlo todo de nuevo, y miró alrededor, justo como lo había hecho antes, y no arrastramos por los matorrales hasta que llegamos al lugar verde donde el pequeño hombre de barro estaba escondido. Lo recuerdo todo muy bien, a pesar de que sólo tenía ocho años, y ya han pasado otros ocho ahora que lo estoy escribiendo, pero el cielo estaba de un profundo azul violeta, y en el centro de la arboleda donde estábamos sentadas había una gran árbol de saúco cubierto de flores, y en el otro lado había un macizo de ulmarias[53], y cuando pienso en ese día el olor las ulmarias y las flores de saúco llenan la habitación, y si cierro mis ojos puedo observar el deslumbrante cielo azul, con pequeñas nubes muy blancas flotando a través de él, y nana, que se ha ido lejos hace mucho tiempo, sentada frente a mí luciendo como la bella dama blanca en el bosque. Entonces tomamos asiento, y nana sacó el muñeco de barro del lugar secreto donde la había escondido, y dijo que debíamos «ofrecer nuestros respetos», y que ella me enseñaría lo que tenía que hacer, y yo debía observarla todo el tiempo. Así que ella hizo todo tipo de cosas extrañas con el pequeño hombre de barro, y noté que ella estaba rodeada del vapor de su transpiración, a pesar de que habíamos venido caminando lento, y entonces ella me dijo que «ofreciera mis respetos», y yo hice todo lo que ella hizo porque ella me agradaba, y era un juego tan raro. Y ella dijo que, si una amaba mucho, el hombre de barro era muy bueno, siempre que se hicieran ciertas cosas con él; y si una odiaba mucho, él era igual de bueno, sólo que una tenía que hacer cosas diferentes; y jugamos con él un largo rato, y jugamos a que éramos muchas cosas. Nana dijo que su bisabuela le había contado todo sobre estas cosas, pero lo que estábamos haciendo no nos podía hacer daño, sólo era un juego. Pero ella me contó una historia acerca de estas imágenes que me asustaban mucho, y eso era lo que yo recordaba esa noche cuando estaba acostada y despierta en la pálida y vacía oscuridad, pensando en lo que había visto en el bosque secreto. Nana contó que una vez había una joven dama de alta condición, que vivía en un gran castillo. Y ella era tan hermosa que todos los caballeros querían casarse con ella, porque ella era la dama más encantadora que nadie hubiera visto, y ella era amable con todas las personas, y todos pensaban que ella era muy buena. Pero, a pesar de que ella era cortés con todos los caballeros que deseaban casarse con ella, siempre los rechazaba, y decía que no podía decidirse, y que no estaba segura de querer casarse en lo absoluto. Y su padre, quien era un gran señor, estaba furioso, aunque por otro lado sintiera por ella un gran cariño, y le preguntó porque no elegía un esposo de entre todos los apuestos jóvenes que frecuentaban el castillo. Pero ella sólo decía que no amaba realmente a ninguno de ellos, y que debía esperar, y si la acosaban, decía que marcharía y se haría monja en un convento. Así que todos los caballeros dijeron que se marcharían y esperarían un año y un día, y cuando un año y un día hubieran pasado, ellos volverían y pedirían que dijera con cuál de ellos se iba a casar. La fecha fue fijada y todos se fueron, la dama había prometido que dentro de un año y un día se celebraría su boda con uno de ellos. Pero la verdad era que ella era la reina de la gente que danzaba en la colina en las noches de verano, y en las noches indicadas ella cerraba la puerta de su cuarto, y ella y su doncella dejaban el castillo por un secreto pasaje que sólo ellas sabían, y se marchaban a la colina en la tierra salvaje. Y ella sabía más sobre las cosas secretas que cualquier otra persona, y más que lo que cualquiera hubiera sabido nunca, porque no le contaba a nadie acerca de los más secretos de los secretos. Ella sabía como hacer todas las cosas horribles, cómo destruir hombres jóvenes, cómo maldecir a la gente, y otras cosas que no pude entender. Y su verdadero nombre era Lady Avelin[54], pero la gente danzante le llamaba Cassap, que quería decir alguien muy sabio, en el lenguaje antiguo. Y ella era más blanca que cualquiera de ellos, y más alta, y sus ojos brillaban en la oscuridad como rubíes ardientes; y ella podía cantar canciones que nadie más podía cantar, y cuando ella cantaba todos caían boca abajo y le adoraban. Y ella podía hace eso que llamaban shib-show, que era un maravilloso encantamiento. Ella le decía al gran señor, su padre, que quería a ir a los bosques para recolectar flores, y él le dejaba ir, y ella y su doncella se adentraban en los bosques donde nadie iba, y la doncella mantenía guardia mientras la dama yacía tirada bajo los árboles y cantaba una canción particular, y ella estiraba los brazos, y desde todas las partes del bosque, grandes serpientes venían, siseando y deslizándose por entre los árboles, y disparando sus lenguas bifurcadas al tiempo que se arrastraban hacia la dama. Y todas llegaron a ella, y se retorcieron alrededor, sobre su cuerpo, sobre sus brazos, sobre su cuello, hasta que ella estuvo cubierta por un hervidero de serpientes, y sólo su cabeza era visible. Y ella les susurró, y cantó para ellas, y ellas se retorcieron dando vueltas y vueltas, cada vez más y más rápido, hasta que ella les ordenó que se marcharan. Y todas ellas se fueron directamente, de vuelta a sus madrigueras, y en el pecho de la dama quedaba la más curiosa y bella piedra, de forma parecida a la de un huevo, y coloreada de azul oscuro y amarillo, y rojo, y verde, marcada como las escamas de una serpiente. Se le llamaba piedra glame[55], y con ella una podía hacer todo tipo de cosas maravillosas, y nana dijo que su bisabuela había visto una piedra glame con sus propios ojos, y estaba completamente brillante y escamosa como una serpiente. Y la dama podía hacer otras muchas cosas, pero permanecía completamente inalterable en su idea de no casarse. Y había una multitud de grandes caballeros que querían casarse con ella, pero cinco de ellos eran los mejores, y sus nombres eran Sir Simon, Sir John, Sir Oliver, Sir Richard y Sir Rowland. Todos los demás creían que ella decía la verdad, que ella realmente iba a escoger a una de ellos para que fuera su marido cuando un año y un día hubieran pasado; era sólo Sir Simon, quien era muy astuto, él que pensaba que los estaba engañando a todos, y juró que vigilaría e intentaría ver si podía descubrir algo. Y a pesar de que todavía era muy joven, él era muy sabio, y tenía una cara suave y lisa como la de una niña; y él fingió que haría como el resto, que no visitaría al castillo por un período de un año y un día, y dijo que se iba a ir lejos, más allá del mar, a tierras extranjeras. Pero realmente sólo se alejó un poquito, y regresó vestido como una muchacha de la servidumbre, y así obtuvo un puesto en el castillo como lavaplatos. Y él esperó y vigiló, y escuchó todo sin decir nada, y se escondió en lugares oscuros, y se despertó en las noches para mirar, y escuchó y vio cosas que creyó muy extrañas. Y era tan astuto que le dijo a la muchacha que atendía a la dama que él era realmente un joven, y que estaba vestido como una chica porque la amaba demasiado y quería estar en la misma casa que ella, y la muchacha quedó tan complacida que le contó muchas cosas, y él estuvo más seguro que nunca de que Lady Avelin lo engañaba a él y a los otros. Y fue tan hábil, y le dijo a la criada tantas mentiras, que una noche logró esconderse en las cortinas de la habitación de Lady Avelin. Y permaneció completamente silencioso, sin moverse, y finalmente la dama llegó. Y ella se agachó debajo de la cama, y alzó una roca; debajo de esa roca había una cavidad, y de esa cavidad ella sacó una figura de cera, exactamente como la que yo y nana habíamos hecho con barro en la arboleda. Y todo el tiempo los ojos de ella ardían como rubíes. Y ella tomó el pequeño muñeco de cera en sus brazos y lo presionó contra su pecho, y murmuró y susurró, y lo levantó y lo acostó de nuevo, y lo sostuvo sobre su cabeza, y luego lo sostuvo bajo su cintura, y luego lo acostó de nuevo. Y dijo, «Feliz aquel que engendró al obispo, que ordenó al cura, que casó al hombre, que tuvo a la esposa, que cuidó de la colmena, que abrigó a la abeja, que reunió la cera de la que mi verdadero amor fue hecho». Y sacó de una hornacina un gran tazón, y de un armario sacó una gran jarra de vino, y vertió un poco de vino en el tazón, y colocó muy gentilmente al maniquí en el vino, y lo bañó completamente en él. Entonces se dirigió a una vitrina y tomó un pequeño pastel redondo y lo colocó en la boca de la imagen, y entonces lo cargó en brazos suavemente y lo cubrió. Y Sir Simon, quien estaba vigilante todo el tiempo, a pesar de que estaba terriblemente asustado, vio a la dama inclinarse y estirar su brazos y susurrar y cantar, y entonces Sir Simon vio al lado de ella un hermoso joven, que la besó en los labios. Y ellos bebieron juntos del tazón dorado, y comieron del pastel. Pero cuando el sol salió, sólo estaba ahí el pequeño muñeco de cera, y la dama lo ocultó de nuevo debajo de la cama. De esta manera Sir Simon supo con seguridad lo que era la dama, y esperó y vigilo, hasta que el tiempo fijado estuvo a punto de terminar, sólo faltaba una semana para que se cumplieran un año y un día. Y una noche, cuando observaba escondido tras las cortinas, le vio fabricar más muñecos de cera. Y ella hizo cinco, y los ocultó. La noche siguiente sacó uno, y lo levantó, llenó el tazón dorado con agua, y tomó al muñeco por el cuello manteniéndolo bajo el agua. Luego dijo:
Sir Dickon, Sir Dickon, tus días han terminado,
en la claridad del agua serás ahogado[56].
Y al día siguiente noticias llegaron al castillo acerca de Sir Richard, que había perecido ahogado en el vado. Y en la noche ella tomó otro muñeco, y ató una cordón violeta alrededor de su cuello, luego lo colgó de un clavo. Entonces dijo:
Sir Rowland, tu vida a llegado a su final,
en lo alto de un árbol te veré colgar.[57]
Y al día siguiente noticias llegaron al castillo acerca de Sir Rowland, que había sido ahorcado por ladrones en el bosque. Y en la noche ella tomó otro muñeco, y le clavó su punzón directo en el corazón. Entonces dijo:
Sir Noll, Sir Noll, así tu vida acaba,
tu corazón perforado por la daga.[58]
Y al día siguiente noticias llegaron al castillo acerca de Sir Oliver, que había tenido una riña en una taberna, y un forastero le había apuñalado en el corazón. Y en la noche ella tomó otro muñeco, y la sostuvo sobre la llama de unos carbones hasta que se derritió. Entonces dijo:
Sir John, regresa, retorna al barro,
en el fuego de la fiebre serás abrasado.[59]
Y al día siguiente noticias llegaron al castillo acerca de Sir John, que había muerto de una fiebre ardiente. Así que entonces, Sir Simon salió del castillo y montó su caballo, y cabalgó hasta donde el obispo, y le contó todo. Y el obispo envió a sus hombres, y prendieron a Lady Avelin, y todo lo que ella había hecho se descubrió. Y así, un día después del plazo de un año y un día, cuando tenía que haber elegido un marido, ella fue llevada a través del pueblo vistiendo una bata, y la ataron a una gran estaca en la plaza central, y la quemaron viva ante los ojos del obispo, con su muñeco de cera colgando de su cuello. Y la gente que lo vio dijo después, que oyeron al hombre de cera gritar entre el ardor de las llamas. Y yo pensé mucho en esa historia mientras estaba despierta en la cama, y me pareció ver a Lady Avelin en la plaza, con las llamas amarillas devorando su hermoso cuerpo blanco. Y pensé tanto acerca de eso que sentí que entraba yo misma en la historia, e imaginé que yo era la dama, y que venían a llevarme para que quemarme en la hoguera, con toda la gente del pueblo observándome. Y me pregunté si a ella le habría importado, después de todas las cosas extrañas que había hecho, y si dolería mucho que te quemaran atada a una estaca. Traté y traté de no acordarme de las historias de nana, y de recordar lo que había visto en esa tarde, y lo que había en el bosque secreto, pero sólo pude ver la oscuridad y un resplandor en esa oscuridad, y luego todo se fue, y sólo me vi a mí misma corriendo, y luego una gran luna surgió toda blanca sobre una colina redonda. Y entonces todas las historias volvieron, y las extrañas rimas que nana solía cantarme; y había una que empezaba: «Halsy cumsy Helen musty», que ella solía cantar muy suavemente cuando quería arrullarme. Y yo empecé a cantarla para mí dentro de mi cabeza, y me dormí.
A la mañana siguiente yo estaba muy cansada y soñolienta, y difícilmente podía hacer mis lecciones, y me dio mucho gusto cuando terminaron y fue hora de la comida, porque yo quería salir de la casa y estar sola. Era un día caluroso, y yo me dirigí a una bonita colina cubierta de césped junto al río, y me senté sobre el viejo chal de mi madre que me había traído a propósito. El cielo estaba gris, como el del día anterior, pero había una especie de destello blanco detrás, y desde donde yo estaba sentada podía mirar el pueblo allá abajo, y estaba todo quieto y silencioso y blanco, como un cuadro. Recordé que había sido en esa colina donde nana me había enseñado a jugar un antiguo juego llamado «Troy Town», en el que una tenía que bailar, y dar vueltas hacia dentro y hacia fuera de un diseño dibujado sobre la hierba, y entonces, cuando una ha bailado y girado lo suficiente, la otra persona te hace preguntas, y no puedes evitar contestarle quieras o no, y cualquier cosa que te ordenen hacer, tú sientes que tienes que hacerlo. Nana decía que antes había muchos juegos como ese, que algunas personas los conocían, y había uno por el que una persona podía ser convertida en lo que tú quisieras, y un anciano que su bisabuela conocía había conocido a una niña a la que habían convertido en una serpiente enorme. Y había otro juego muy antiguo que se trataba de bailar y girar y dar vueltas, por el cual tú podías sacar a una persona fuera de sí misma y esconderla todo el tiempo que tú quisieras, y su cuerpo se iba caminando completamente vacío, sin ninguna sensación. Pero fui a esa colina porque quería pensar acerca de lo que había pasado el día anterior, y acerca del bosque secreto. Desde el lugar en que estaba sentada yo podía mirar más allá del pueblo, hacia la abertura que había encontrado, donde un pequeño arroyo me había guiado a una región desconocida. Y me imaginé que estaba siguiendo el arroyo de nuevo, y recorrí todo el camino en mi mente, y al final encontré el bosque, y me arrastré adentrándome en él debajo de los arbustos, y luego en la oscuridad vi algo que mi hizo sentir como si estuviera llena de fuego por dentro, como si quisiera bailar y cantar y volar sobre el aire, porque estaba transformada y hermosa. Pero lo que vi no había cambiado en lo absoluto, ni había envejecido, y me pregunté una y otra vez como tales cosas podrían ser, y si realmente las historias de nana podrían ser verdad, porque bajo la luz del día, al aire abierto, todo parecía tan diferente a como era en la noche, cuando estaba asustada, y creía que me iban a quemar viva. Una vez le conté a mi padre uno de los cuentos de ella, que era acerca de un fantasma, y le pregunté si era cierto, y él me dijo que no era de ninguna manera cierto, y que sólo la gente vulgar e ignorante creía en tales disparates. Estaba muy enojado con nana por haberme contado esa historia, y la regañó, y después de eso yo le prometí a ella que nunca diría una palabra de lo que me contara, y que si lo hacía, me mordiera una gran serpiente negra que vivía en un estanque en el bosque. Y ahí, completamente sola en la colina, yo me preguntaba qué era verdad. Yo había visto algo muy asombroso y encantador, y yo sabía una historia, y si realmente lo había visto, y no imaginado ahí afuera en la oscuridad; y esa rama negra, y ese brillante resplandor que estaba remontándose hacia el cielo sobre la gran colina redonda; pero si yo en verdad lo había visto, entonces existían todo tipo de cosas maravillosas, y atrayentes, y terribles en que pensar; y así, sentí una gran nostalgia y un temblor, y sentí que mi cuerpo ardía y se congelaba. Y bajé la mirada al pueblo, tan inmóvil y silencioso, como un pequeño cuadro blanco, y luego pensé una y otra vez si aquello podía ser verdad. Estaba muy lejos de decidirme en algún sentido; había una extraña agitación en mi corazón que parecía susurrarme todo el tiempo que yo no lo había imaginado, y aún así parecía imposible, y sabía que mi padre y todos los demás dirían que todo eso eran horrendos disparates. Nunca soñé en contarle a él o a nadie una palabra al respecto, porque sabía que sería inútil, y lo que obtendría sería que se burlaran de mí y me reprendieran, así que por un largo tiempo estuve muy callada, y la pasaba pensativa y extrañada, y por las noches soñaba con cosas asombrosas, y algunas veces despertaba en la madrugada llorando y con los brazos levantados. Y estaba asustada, también, porque había peligros, y alguna cosa horrible me podía pasar si la historia era verdad, a menos que tuviera mucho cuidado. Estas viejas historias estaban siempre en mi cabeza, noche y día, y yo volvía a ellas y me las contaba a mí misma una y otra vez, y volvía a los caminos donde nana me las había contado; y cuando me sentaba en el cuarto de los niños, junto al fuego, por las tardes, imaginaba que nana se sentaba en la otra silla, contándome alguna historia maravillosa en voz baja, para que nadie nos oyera. Pero a ella le gustaba más contarme cosas cuando estábamos afuera en el campo, lejos de la casa, porque ella decía que me estaba contando cosas muy secretas, y las paredes oyen. Y si era sobre cosas más secretas que nunca, teníamos que escondernos en los bosques o arboledas; y yo solía pensar que era tan divertido arrastrarse por los bosquecillos, y avanzar muy suavemente, y luego meterse detrás de los matorrales o irse corriendo de pronto dentro del bosque, seguras de que nadie nos veía; y por eso sabíamos que teníamos nuestros secretos para nosotras solas, y nadie más sabía nada de ninguna manera. De vez en cuando, después de habernos escondido como ya dije, ella me enseñaba muchas cosas extravagantes. Un día, recuerdo, estábamos en un bosquecillo de avellanos, mirando descuidadamente el arroyo, y estaba tan cómodo y templado, como si estuviéramos en abril; el sol estaba bastante fuerte, y las hojas apenas estaban brotando. Nana dijo que me iba a enseñar algo chistoso que me iba a hacer reír, y entonces me mostró, como había dicho, la manera de poner de cabeza una casa entera, sin que nadie pudiera descubrirlo, y las cazuelas y ollas saltarían, y la vajilla se quebraría, y las sillas quedarían derribadas sobre sí mismas. Lo intenté una vez en la cocina, y descubrí que lo podía hacer muy bien, y toda una fila de platos cayeron de su estante, y la pequeña mesa de la cocinera se inclinó y quedó volteada «justo en frente de sus ojos», como dijo ella, pero estaba tan asustada y se puso tan blanca que no lo hice de nuevo, porque ella me agradaba. Y luego, en el soto de avellanos, después de enseñarme como hacer que las cosas se cayeran, me enseñó como hacer que se oigan sonidos como de golpecitos, y aprendí como hacer eso también. Luego me enseñó rimas para decir en ciertas ocasiones, y otras cosas que su bisabuela le había enseñado cuando era niña. Y estas eran todas las cosas en que yo pensaba en esos días después de la extraña caminata cuando pensé que había visto un gran secreto, y deseaba que nana estuviera ahí para preguntarle, pero ella se había marchado hacía más de dos años, y nadie sabía que había sido de ella, o a dónde se había ido. Pero siempre recordaré esos días aunque viva por muchos años, porque todo el tiempo me sentí tan raro, extrañada y llena de dudas, a ratos muy segura, decidida, pero luego completamente convencida de que tales cosas no podían pasar en realidad, y todo empezaba de nuevo. Pero tuve mucho cuidado de no hacer ciertas cosas que serían muy peligrosas. Así que esperé y reflexioné por un largo tiempo, y a pesar de que no estaba segura de nada, nunca me atreví a tratar de descubrir la verdad. Pero una día quedé completamente convencida de que las historias de nana eran verdad, y estaba sola cuando eso ocurrió. Tembló todo mi cuerpo lleno de gozo y de terror, y tan rápido como pude corrí dentro de una de los antiguos sotos donde solíamos ir —el que estaba junto al camino, donde nana hizo al pequeño hombre de barro— y corrí dentro de él, me arrastré; y cuando llegué al lugar donde estaba el saúco, me tapé la cara con las manos y me dejé caer sobre el césped, y me quedé ahí por dos horas sin moverme, susurrando para mí misma cosas deliciosas y terribles, y repitiendo algunas palabras una y otra vez. Todo fue verdadero y maravillosos y espléndido, y cuando recordé la historia yo supe y pensé en lo que realmente había visto, me dio calor y me dio frío, y al aire pareció llenarse de perfumes, y de flores, y de cantos. Y primero me dieron ganas de hacer un pequeño hombre de barro, como el que nana había hecho hacía mucho tiempo, y tuve que pensar en planes y estratagemas, y vigilar, y pensar en las cosas de antemano, porque nadie debía sospechar lo que estaba haciendo o iba a hacer, y yo ya estaba muy grande para ir cargando barro en un cubo de hojalata. Al final pensé en un plan, y logré llevar el barro húmedo a la arboleda, e hice todo lo que nana había hecho, sólo que hice una imagen mucho más hermosa que la de ella; y cuando estuvo listo, hice todo lo que pude imaginar y muchas cosas más que lo que ella hizo, porque era la imagen de algo mucho mejor. Y unos días más tarde, un día en que había terminado mis lecciones más temprano, fui por segunda vez por el camino del pequeño arroyo que me había llevado a la extraña región. Y seguí el arroyo, y avancé a través los arbustos, y bajo las ramas bajas de los árboles, y subí por los matorrales espinosos hasta la colina, y luego por bosques oscuros llenos de espinas reptantes; un largo, largo camino. Y entonces me arrastré a través del túnel oscuro donde había estado el arroyo y el suelo era rocoso, hasta que al final llegué a los matorrales que trepaban por la colina, y aunque las hojas estuvieran desprendiéndose de los árboles, todo lucía casi tan negro como el primer día que fui. Y los matorrales estaban iguales, subí lentamente hasta que salí a la gran colina desnuda, y comencé a caminar entre las fantásticas rocas. Vi de nuevo el terrible voor sobre todo aquello, porque, aunque el cielo estaba más brillante, el anillo de colinas salvajes que la rodeaban era aún oscuro, y los bosques colgantes lucían oscuros y temibles, y las extrañas rocas estaban tan grises como siempre; y cuando las miré desde el gran montículo, sentada en la piedra, vi todos sus asombrosos círculos y vueltas dentro de otras vueltas, y me tuve que estar muy quieta y vigilarlas mientras comenzaban a girar a mi alrededor, y cada piedra bailaba en su lugar, y parecían ir dando vueltas y vueltas en un gran remolino, como si una estuviera en el centro de todas las estrellas y las mirara precipitarse a través del aire. Y así, yo bajé de ahí para estar entre las rocas y bailar con ellas y cantar extraordinarias canciones; y bajé por los otros matorrales, y bebí de la brillante corriente en el cercano valle secreto, poniendo mis labios sobre el agua burbujeante; y entonces seguí avanzando hasta que llegué al profundo y rebosante pozo entre el musgo brillante, y me senté. Miré adelante dentro de la secreta oscuridad del valle, y detrás de mí estaba el grande y elevado muro de hierba, y todo a mi alrededor había bosques colgantes que convertían al valle en un lugar tan secreto. Sabía que no había absolutamente nadie allí a parte de mí, y que nadie podía verme. Así que me quité las botas y las medias, y dejé que mis pies bajaran al agua, diciendo las palabras que yo sé. Y no estaba fría, como yo pensaba, sino tibia y muy agradable, y cuando mis pies estaban en ella se sentía como si estuvieran cubiertos de seda, o como si la ninfa los estuviera besando. Así que, cuando terminé, dije las otras palabras e hice los signos, y entonces sequé mis pies con una toalla que había traído a propósito, y me puse mis medias y mis botas. Entonces escalé el inclinado muro, y fui al lugar donde están los agujeros, y los dos hermosos montículos, y las redondas crestas de tierra, y todas las extrañas figuras. No bajé al agujero esta vez, pero al final me di la vuelta y descifré las figuras de manera muy simple, porque estaba más claro entonces, y había recordado la historia que antes había olvidado completamente, y en la historia las dos figuras se llaman Adán y Eva, y sólo aquellos que conocen la historia entienden los que significan. Y entonces, seguí avanzando hasta que llegué al bosque secreto que no debe ser descrito, y me arrastré dentro de él de la manera que había descubierto. Y cuando había llegado a la mitad del camino me detuve, y me di la vuelta, y me preparé, y até el pañuelo muy fuerte sobre mis ojos, y me aseguré de que no pudiera ver nada, ni una rama, ni el borde de una hoja, ni la luz del cielo, porque era una viejo pañuelo de seda roja con grandes círculos amarillos, que daba dos vueltas en mi cabeza y cubría mis ojos, para que no pudiera ver nada. Y entonces comencé a avanzar, paso a paso, muy lentamente. Mi corazón latía cada vez más rápido, y algo se elevó en mi garganta que me ahogaba y me hacía tener ganas de llorar, pero apreté mis labios, y seguí. Las ramas atrapaban mi cabello, y grandes espinas me desgarraban; pero seguí hasta el final del camino. Entonces me detuve, y estiré mis brazos y me incliné, y la primera vez tuve que dar vueltas, tanteando con las manos, y no había nada. Di vueltas la segunda vez, tanteando con las manos, y no había nada. Entonces di vuelta por tercera vez, tanteando con las manos, y la historia era toda verdad, y deseé que los años hubieran pasado ya, y que no tuviera que esperar un tiempo tan largo para ser feliz por siempre y para siempre.
Nana debe haber sido una profeta como los que se leen en la Biblia. Todo lo que ella dijo se hizo realidad, y desde entonces otras cosas que ella me dijo han pasado. Así fue como llegué a saber que sus historias eran verdad y que yo no había inventado ese secreto. Pero hubo otra cosa que pasó ese día. Fui una segunda vez al lugar secreto. Estaba en el pozo rebosante, y cuando estaba parada en el musgo me agaché y miré adentro, y entonces supe quién era aquella dama blanca que había visto salir del agua en el bosque hacía mucho tiempo, cuando era pequeña. Y mi cuerpo tembló, porque eso me hizo ver otras cosas. Luego recordé como algún tiempo después de que había visto a la gente blanca en el bosque, nana me preguntó más sobre ellos, y yo le conté todo de nuevo, y ella escuchó, y no me dijo nada por mucho tiempo, y finalmente ella dijo, «La verás de nuevo». Así que ahora entendía lo que había pasado y lo que iba a pasar. Y comprendí lo de las ninfas; cómo yo las encontraría en toda clase de lugares, y siempre me ayudarían, y siempre debía buscar por ellas, y encontrarlas bajo toda clase de formas y apariencias. Y sin las ninfas yo nunca podría haber descubierto el secreto, y sin ellas ninguna de las otras cosas hubiera pasado. Nana me había contado todo sobre ellas hacía mucho tiempo, pero ella las llamaba por otro nombre, y yo no sabía a que se refería, o de que trataban sus historias, sólo que eran muy raras. Y había dos tipos, las luminosas y las oscuras, y ambas eran adorables y maravillosas, y algunas personas veían sólo a un tipo, y otras veían al otro, pero algunas podían ver ambos. Pero generalmente las oscuras aparecían primero, y las luminosas después, y había cuentos extraordinarios sobre ellas. Fue un día o dos después de que había regresado a casa desde el lugar secreto, que por primera vez conocí realmente a las ninfas. Nana me había enseñado como llamarlas, y yo había tratado, pero no sabía lo que ella quería decir, así que pensé que eran sólo disparates. Pero me decidí a tratar de nuevo, y así fui al bosque donde estaba el estanque donde vi a la gente blanca, y traté de nuevo. La ninfa oscura, Alanna, vino, y convirtió el estanque de agua en un estanque de fuego…[60]