CAPÍTULO 6

Adversarios

EL 747-400 aterrizó suavemente en Heathrow cinco minutos antes de lo previsto, a las 12:55 PM. Como el resto de los pasajeros, Mohammed no veía la hora de salir del amplio Boeing. Pasó, sonriendo educadamente, por el control de pasaportes, hizo uso del baño y, sintiéndose un poco más humano otra vez, se dirigió a la sala de Air France para tomar el vuelo que lo llevaría a Niza. Faltaban noventa minutos para que el vuelo partiera y otros noventa para llegar a destino. En el taxi, exhibió el acento francés que se adquiere en las universidades inglesas. El conductor sólo lo corrigió en dos ocasiones y, al registrarse en el hotel, entregó su pasaporte británico -de mala gana, pero el pasaporte era un documento seguro que ya había usado muchas veces. El código de barras impreso en la portada de los nuevos pasaportes lo preocupaba. El suyo no lo tenía, pero cuando perdiera validez dentro de dos años, debería preocuparse por el hecho de que una computadora registraría todos sus movimientos. Bueno, tenía tres identidades británicas sólidas y seguras y era cuestión de obtener un pasaporte para cada una de ellas, manteniendo un perfil lo suficientemente bajo como para que a ningún policía británico se le ocurriera verificadas. Ninguna fachada era tan sólida como para soportar una investigación casual, mucho menos una que se hiciese en profundidad, y ese código de barras podía significar que algún día el funcionario de migraciones fuese alertado por su computadora, lo que sería seguido por la aparición de uno o dos policías. Los infieles les estaban complicando la vida a los fieles, pero eso era lo que hacían los infieles.

El hotel no tenía aire acondiciondo, pero las ventanas se podían abrir, y la brisa del océano era agradable. Mohammed conectó su computadora al teléfono que había sobre el escritorio. Luego, la cama lo convocó, y cedió a sus encantos. Por más que viajase, no había dado con una cura para el jet lag. Por los siguientes dos días viviría a cigarrillos y café hasta que su reloj interno le indicase que ya se había ajustado. Miró su reloj. El hombre con que debía encontrarse tardaría aún cuatro horas, lo cual, pensó Mohammed, era una muestra de consideración. Cenaría cuando su cuerpo esperaba desayunar. Cigarrillos y café.

Era la hora del desayuno en Colombia. Tanto Pablo como Ernesto preferían la versión angloamericana, con tocino o jamón y huevos y el excelente café local.

"Y ¿cooperamos con el bandido de turbante?", preguntó Ernesto.

"No veo por qué no", replicó Pablo, echando crema en su taza. "Ganaremos mucho dinero, y la oportunidad de provocar el caos entre los norteamericanos conviene a nuestros intereses. Hará que sus guardias de frontera estén más atentos al paso de personas que al de mercaderías y no nos perjudicará directa ni indirectamente".

"Y si atrapan vivo a uno de estos musulmanes y lo hacen hablar?"

"Hablar de qué? ¿A quién conocerán más que a unos pocos coyotes mexicanos?", respondió Pablo.

"Sí, así es", asintió Ernesto. "Debes creer que soy una anciana miedosa".

"Jefe, el último que pensó eso de usted está muerto hace tiempo". Esto le ganó a Pablo un gruñido y una sonrisa torcida.

"Es cierto, pero sólo un tonto no es cauteloso cuando las policías de dos países lo persiguen".

"Bueno jefe, les damos a otros para que persigan, ¿no?"

Ernesto pensó que se estaba metiendo en un juego que podía ser peligroso. Sí, llegaría a un acuerdo con aliados de conveniencia, pero estaba usándolos, más que colaborando con ellos, al crear hombres de paja para que los norteamericanos los buscaran y mataran. Pero a estos fanáticos no les importaba si los mataban, ¿verdad? Buscaban morir. De modo que, al usarlos, él les hacía un favor a ellos, ¿no? Incluso podía -con mucho cuidado- traicionarlos entregándolos a los estadounidenses sin que se enfadaran. Además ¿cómo podía dañarlo? ¿En su propio terreno? "¿En Colombia? Difícil. No es que planeara derrotarlos, pero si lo hacía ¿cómo lo averiguarían? Si sus servicios de inteligencia eran tan buenos, no hubiesen necesitado recurrir a él. Y si ni los yanquis ni tampoco su propio gobierno lo habían podido atrapar aquí en Colombia ¿Cómo iban a hacerlo ellos?

"Pablo, ¿Exactamente cómo nos comunicaremos con este individuo?"

"A través de la computadora. Tiene muchas direcciones de correo electrónico, todas de servidores europeos".

"Muy bien. Dile que sí, que el Consejo lo aprueba". No eran muchos los que sabían que Ernesto era el Consejo.

"Muy bien, jefe". Y Pablo fue a su laptop. Su mensaje salió en menos de un minuto. Pablo sabía manejar computadoras. Así ocurre con la mayor parte de los delincuentes y terroristas internacionales.

Estaba en la tercera línea del e-mail: "Juan, María está encinta. Tendrá gemelos". Tanto Mohammed como Pablo tenían los mejores programas de encriptación disponibles -programas que, al decir de quienes los vendían, nadie podía descifrar. Pero Mohammed creía esto tanto como en Santa Claus. Además, usar programas de ésos sólo hubiera hecho que sus e-mails fueran objeto de especial atención por parte de los programas de vigilancia que empleaban la Agencia Nacional de Seguridad, el Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno Británico y el Directorio General Francés de Seguridad Exterior. Por no hablar de cualesquiera que fueran las agencias desconocidas que intervenían las comunicaciones internacionales, legalmente o no, ninguna de las cuales sentía simpatía por él y sus colegas. El Mossad israelí ciertamente pagaría mucho por su cabeza, aunque no sabían -ni podían saber- acerca de su papel en la eliminación de David Greengold.

Pablo y él habían acordado un código, frases inocentes que podían significar cualquier cosa, que podían ser enviadas por correo electrónico a otras direcciones, que a su vez las reenviaban. Sus cuentas electrónicas eran pagadas mediante tarjetas de crédito anónimas, y las cuentas en sí estaban basadas en grandes y completamente respetables servidores proveedores de Internet con base en Europa. A su modo, Internet era tan efectiva como las leyes bancarias suizas en lo que hace a anonimato. Los mensajes de correo electrónico que atravesaban diariamente el éter eran demasiados como para analizarlos todos, aun con ayuda de computadoras. Mientras no emplease palabras clave fácilmente detectables, pensaba Mohammed, sus mensajes seguirían siendo seguros.

De modo que los colombianos colaborarían -María estaba encinta. y tendría gemelos-, la operación podía empezar de inmediato. Se lo diría a sus invitados a la cena de esa noche, y el proceso comenzaría de inmediato. Era una noticia que hasta merecía uno o dos vasos de vino, a cuenta del clemente perdón de Alá.

El problema con correr por la mañana era que resultaba más aburrido que la página de sociales de un periódico de Arkansas -pero había que hacerlo, y los hermanos usaban ese tiempo para pensar… sobre todo en lo aburrido que era. Sólo duraba media hora. Dominic se estaba por comprar una pequeña radio portátil, pero nunca lo hacía. Nunca lograba acordarse de esas cosas cuando estaba en un centro comercial. y era probable que su hermano disfrutase de esa mierda. Sin duda, la infantería de marina hacía mal a la cabeza.

Luego, el desayuno.

"Bien, muchachos ¿están bien despiertos?", dijo Pete Alexander.

"¿Cómo es que usted no transpira por la mañana?", preguntó Brian. En la infantería de marina se contaban muchas cosas acerca de las Fuerzas especiales, ninguna de las cuales era buena y pocas que fueran verdaderas.

"Hacerse viejo tiene algunas ventajas", replicó el oficial de entrenamiento. "Una de ellas es que hay que cuidarse las rodillas".

"¿Muy bien. ¿Qué lecciones nos tocan hoy?", bastardo haragán no agregó el capitán."¿Cuándo tendremos esas computadoras?"

"Muy pronto".

"Dijo que la seguridad de encriptación es buena", dijo Dominic. "¿Cuán buena es 'muy buena'?"

"La NSA puede descifrarla, si ponen a trabajar sus megacomputadoras una semana entera sólo en eso. Si tienen tiempo, pueden descifrar cualquier cosa. Pueden descifrar casi todos los sistemas comerciales. Tienen un acuerdo con la mayor parte de los programadores", explicó. "y éstos están de acuerdo en colaborar… a cambio de unos pocos algoritmos de la NSA. Otros países podrían hacer lo mismo, pero entender a fondo la criptología requiere mucha experiencia y son pocos los que tienen suficientes recursos o el tiempo de adquirirla. De modo que un programa comercial puede hacerte las cosas difíciles, pero no demasiado dificiles si tienes el código fuente. Es por eso que nuestros adversarios procuran transmitirse los mensajes en encuentros personales o emplean códigos en vez de cifras, pero como eso lleva tanto tiempo, de a poco van dejando ese sistema de lado. Cuando se trata de material que transmiten con urgencia, a menudo lo podemos descifrar".

"Cuántos mensajes circulan por la web?", preguntó Dominic.

Alexander lanzó un suspiro. "Eso es lo difícil. Son miles de millones y los programas que tenemos para recorrerlos aún no son lo suficientemente buenos. Probablemente nunca lleguen a serlo. Se trata de identificar la dirección del objetivo y centrarse allí. Lleva tiempo, pero la mayor parte de los malos no se cuidan mucho en la forma en que se conectan al sistema -y es difícil mantener muchas identidades distintas. Esos tipos no son superhombres, no tienen microcircuitos implantados en la cabeza. Así que cuando obtenemos alguna de sus computadoras, lo primero que hacemos es imprimir su libreta de direcciones. Eso es como encontrar una veta de oro. Aunque a veces transmiten cosas sin sentido, lo que hace que Port Meade pase horas -hasta días- tratando de descifrar algo que no quiere decir nada. Los profesionales solían enviar nombres de la guía de teléfonos de Riga. No significan nada en ningún idioma que no sea el letón. Pero el mayor problema son los lingüistas. No tenemos suficiente gente que hable en árabe. Están trabajando en eso en Monterrey y en otras universidades. En este momento, los muchos universitarios que estudian árabe están recibiendo dinero. Pero no del Campus. Lo bueno es que nosotros obtenemos las traducciones de la NSA. No necesitamos muchos lingüistas".

"De modo que no estamos aquí para recoger inteligencia, ¿verdad?", preguntó Brian. Dominic ya había deducido la respuesta por su cuenta.

"No. Si consiguen algo, bien, veremos cómo lo usamos, pero nuestra tarea es actuar según la inteligencia que recibamos, no acumularla".

"De acuerdo, pero entonces volvemos a la pregunta original", observó Dominic. "¿De qué demonios se trata la misión?"

"¿Tú qué crees?", preguntó Alexander.

"Creo que es algo que no le hubiera gustado al señor Hoover".

"Correcto. Era todo un hijo de puta, pero cuidaba de los derechos civiles. ¡En el Campus, no somos así!".

"Siga hablando", sugirió Brian.

"Nuestra tarea es actuar a partir de información de inteligencia. Tomar acciones decisivas":

"¿El término no es 'acción ejecutiva'?"

"Sólo en las películas", respondió Alexander,

"¿Por qué nosotros?", preguntó Dominic.

"Mira, el hecho es que la CIA es una organización del gobierno, Muchos caciques y pocos indios. ¿Cuántas agencias de gobierno incitan a sus agentes a que arriesguen la vida?", preguntó. "Aun si tienes éxito, los abogados y contadores, como patos, te picotearán hasta matarte. Así que si hay que sacar a alguien de este valle de lágrimas, la autorización tiene que venir del extremo de la línea, de la punta de la cadena de mandos. Gradualmente '-bueno, no tan gradualmente- las decisiones se fueron haciendo responsabilidad del Gran Jefe que vive en el Ala Oeste. y no son muchos los presidentes que quieren que ese papel en particular aparezca en sus archivos personales, donde algún historiador puede encontrarlos y armar un escándalo. Así que nos alejamos de ese orden de cosas".

"Y no son muchos los problemas que no puedan resolverse con una bala de,45 en su debido tiempo y lugar", dijo Brian, como buen infante de marina que era.

Pete asintió: "Correcto".

"¿De modo que hablamos de asesinato político? Eso puede ser peligroso", observó Dominic.

"No, eso tiene demasiadas ramificaciones políticas. Cosas así no han ocurrido desde hace siglos, y ni siquiera entonces eran muy frecuentes. Sin embargo, hay personas que sería bueno que se reuniesen con Dios a la brevedad posible. y a veces, nos toca a nosotros combinar la cita".

"Maldita sea", dijo Dominic.

"Un minuto. ¿Quién lo autoriza?", preguntó el mayor Caruso,

"Nosotros".

"¿No el Presidente?"

Negó con la cabeza. "No. Como dije, no hay muchos presidentes con los cojones como para aprobar una cosa así. Se preocupan demasiado por los diarios".

"¿Y la ley?", preguntó, como era de esperar, el agente especial Caruso.

"La ley es, como tan memorablemente dijiste una vez, que si le pateas el culo a un tigre, será mejor que tengas un plan para lidiar con sus dientes. Ustedes serán los dientes".

"¿Sólo nosotros?", preguntó Brian.

"No, no sólo ustedes, pero no necesitan saber qué otros pueda haber o no".

"Mierda", Brian se reclinó en la silla.

"¿Quién creó este lugar, el Campus?"

"Alguien importante. Tiene una autorización que no puede ser reconocida.

El Campus no tiene vínculo alguno con el gobierno. Ninguno", enfatizó Alexander.

"De modo que, técnicamente, vamos a balear gente por cuenta propia"

"No habrá muchos disparos. Tenemos otros métodos. Es probable que no usen muchas armas de fuego. Son difíciles de transportar, de pasar por aeropuertos".

"¿En acción sin armas?", preguntó Dominic. "¿Sin fachada alguna?"

"Tendrán una buena leyenda de fachada, pero no protección diplomática de ninguna especie. Vivirán según su ingenio. Ningún servicio de inteligencia extranjero tendrá forma de encontrarlos. El Campus no existe. No está en el presupuesto nacional, ni siquiera en el capítulo clandestino. Así, nadie puede rastrearnos a través del dinero. Claro que ésa es la forma de hacerlo. Es una de las formas que hay para rastrear a las personas. La fachada de ustedes será la de hombres de negocios internacionales, del rubro banca e inversiones. Se los educará en la terminología de modo que puedan, por ejemplo, mantener una conversación en un avión. La gente así no habla mucho de lo que hace, y así mantiene sus secretos de negocios. Así que si

no eres muy comunicativo, a nadie le llamará la atención".

"Agente secreto, dijo quedamente Brian.

"Escogemos gente capaz de pensar sobre la marcha, que se maneje sola y que no se desmaye cuando ve sangre. Ustedes dos han matado. En ambos casos, se enfrentaron a lo inesperado y ambos manejaron la situación eficientemente. Ninguno tuvo remordimientos. Esa será su tarea".

"¿Con qué protección contaremos?", preguntó el del FB!.

"Como en el juego del Monopolio, les toca una tarjeta de salga-de- la-cárcel- gratis a cada uno".

"Y una mierda", dijo Dominic. "Eso no existe".

"Un indulto presidencial firmado", aclaró Alexander.

"Embromar, Brian pensó por un momento. "Fue el tío Jack, ¿verdad?"

"No puedo responder a eso, pero si quieren, pueden ver sus permisos antes de ponerse en acción" Alexander puso su taza de café sobre la mesa. "Bien, señores. Tienen unos días para pensarlo, pero tienen que tomar una decisión. No les pido poca cosa. Esto no será entretenido, fácil ni agradable, pero será una tarea en servicio de su país. Es un mundo peligroso. Hay alguna gente con la que será necesario tratar en forma directa",

"¿Y si eliminamos a la persona equivocada?"

"Dominic, eso puede llegar a ocurrir, pero, se trate de quien se trate, te prometo que nunca te ordenaremos que mates al hermanito menor de La Madre Teresa. Somos muy cuidadosos al escoger nuestros objetivos. Sabrán quién es, además de cómo y por qué deben hacerlo antes de partir a la misión".

"¿Hay que matar mujeres?", preguntó Brian. Eso no hacía parte de la ética de la infantería de marina.

"Hasta donde sé, eso no ocurrió nunca, pero, en teoría, es posible, así que si con esto es suficiente para el desayuno, los dejo para que lo piensen".

"Caray", dijo Brian una vez que Alexander dejó la habitación. "¿Cómo sera entonces el almuerzo?"

"¿Te sorprende?"

"No del todo, Enzo, pero la forma en que lo dijo…

"Eh, hermano ¿cuántas veces te preguntaste por qué no podíamos encargarnos nosotros mismos de las cosas?"

"Tú eres el poli, Enzo. Se supone que tú eres el que tiene que decir a la mierda, ¿lo recuerdas?"

"Sí, pero ése que maté en Alabama… Bueno, ahí me pasé un poquito de la raya, ¿sabes? Durante todo el camino a DC me pregunté cómo se lo explicaría a Gus Werner. Pero ni parpadeó".

"Así que, ¿qué piensas?"

–Aldo, quiero escuchar más. En Texas dicen que hay más hombres que merecen morir que caballos que merecen ser robados".

Esta inversión de sus papeles le resultó más que sorprendente a Brian, y al cabo, él era el temerario infante de marina. Enzo era quien estaba entrenado para leerles sus derechos a los tipos antes de esposarlos.

Que ambos hubieran podido matar sin que ello les produjera pesadillas no le parecía raro, pero esto era ir un poco más lejos. Era asesinato premeditado. Brian solía ir al frente con un francotirador de primera bajo sus órdenes y sabía que lo que hacía en esas ocasiones no era muy distinto de asesinar. Pero vestir de uniforme hacía que las cosas fueran diferentes. Les confería una suerte de autorización moral. El blanco era un enemigo, y en el campo de batalla cada uno tenía la obligación de cuidar su propia vida y si no lo hacía, bueno, la culpa era suya, no del que lo mataba. Pero esto iba más allá. Perseguirían a individuos con la deliberada intención de matarlos y no lo habían educado ni entrenado para eso. Iría vestido de civil -y matar gente de esa manera hacía que fuese un espia, no un oficial del Cuerpo de infantería de marina de los Estados Unidos. Eso era honroso; lo otro, poco y nada, o así al menos lo había acostumbrado a pensar su entrenamiento. El mundo ya no tenía un Campo de Honor y la vida real no era un duelo en el que los contendientes tenían idénticas armas y un campo abierto donde usarlas.

No, lo habían entrenado para planificar sus operaciones de modo de no darle oportunidad al enemigo, porque tenía bajo sus órdenes a hombres cuyas vidas había jurado preservar. El combate tenía reglas. Sin duda, reglas duras, pero reglas al fin. Ahora, se le pedía que las dejase de lado y se convirtiera en… ¿qué? ¿Un asesino a sueldo? ¿Los dientes de una fiera imaginaria? ¿El vengador enmascarado de una vieja película que daban en la televisión de trasnoche? Eso no encajaba en su prolija visión de lo que era el mundo real.

Cuando lo destinaron a Afganistán, no había… ¿no había qué? No se había hecho pasar por alguien que vendía pescado por las calles de la ciudad. No había calles de la ciudad en esas condenadas montañas. Había sido más bien como una partida de caza mayor en la que las presas también tuvieran armas. Y una cacería como ésa era honrosa, y por sus esfuerzos, se había ganado la aprobación de su patria: una condecoración al valor, que podía exhibir, o no.

En conjunto, era mucho para analizar mientras tomaba su segunda taza de café de la mañana.

"Caray, Enzo", susurró.

"Brian, ¿sabes cuál es el sueño de todo policía?", preguntó Dominic.

"¿Violar la ley sin ser castigado?"

Dominic negó con la cabeza. "Hablé con Gus Wemer. No, no de violar la ley, sino, por una vez ser la ley. Ser la Espada Vengadora de Dios, fue lo que él dijo; abatir a los culpables sin abogados ni otra mierda que se interponga en tu camino, ver cómo se hace justicia por ti mismo. Dicen que no ocurre muy a menudo, pero, sabes, fue lo que hice en Alabama y fue una buena sensación. Sólo tienes que estar seguro de que estás matando a quien debes"

"¿Cómo puedes estarlo?", preguntó Aldo. "Si no lo estás, no llevas a cabo la misión. No pueden ejecutarte por no cometer un asesinato, hermano."

"De modo que se trata de asesinato".

"No, si el tipo se lo merece". Era una cuestión de estética, pero tenía importancia para alguien que ya había asesinado al amparo de la ley sin experimentar remordimientos.

"¿De inmediato?"

"Sr. ¿Cuántos hombres tenemos ya?", preguntó Mohammed.

"Dieciséis".

"Ajá". Mohammed tomó un sorbo de buen vino blanco del valle del Loira. Su interlocutor bebía Perrier con limón. "¿Habilidades linguísticas?"

"Creemos que suficientes".

"Excelente. Diles que se preparen para viajar. Irán por avión a México. Allí se encontrarán con nuestros nuevos amigos e irán a los Estados Unidos. Una vez que estén allí harán su tarea".

"Insh'Alá", observó. Si Dios quiere.

"Sí, si Dios quiere", dijo Mohammed en inglés para recordarle a su interlocutor qué idioma debían usar.

Estaban en una mesa de la acera de un restaurante que daba al río, a un costado, lejos de los demás parroquianos. Ambos hablaban en tono normal, dos hombres bien vestidos compartiendo una amigable cena, sin inclinarse ni adoptar un aire conspirativo. Ello requería cierta concentración, pues, dadas sus actividades, era natural tomar una actitud conspirativa, Pero ambos estaban familiarizados con ese tipo de reunión.

"¿Cómo fue matar al judío de Roma?"

"Muy satisfactorio, Ibrahim, sentir cómo se aflojó su cuerpo cuando le corté la médula y luego la expresión de sorpresa en su rostro".

Ibrahim sonrió alegremente. No siempre había ocasión de matar a un oficial del Mossad, menos aún si era un jefe de estación. Los israelfes siempre serían sus enemigos más odiados, aunque no los más peligrosos. Dios fue bueno con nosotros ese día".

La misión Greengold había sido un ejercicio recreativo para Mohammed.

Ni siquiera había sido estrictamente necesario. Orquestar los encuentros y suministrarle información jugosa al israelí había sido… divertido- Ni siquiera demasiado difícil. Aunque no podría repetirse muy pronto. No, pasaría un buen tiempo hasta que el Mossad les permitiera a sus oficiales hacer nada sin supervisión. No eran tantos y aprendían de sus errores. Pero matar un tigre era, en sí, satisfactorio. Lástima que no tuviera piel. Pero ¿dónde la hubiera colgado? Ya no tenía un hogar fijo, sólo una serie de casas seguras que podían o no ser totalmente seguras. Pero uno no podía preocuparse por todo. De ser así, nunca haría nada. Mohammed y sus colegas no le temían a la muerte, sólo al fracaso. Y no tenían intención de fracasar.

"Necesito los detalles de cómo será la reunión. Yo me ocupo del traslado. ¿Nuestros nuevos amigos les suministrarán armas?"

Asintió. "Correcto".

"¿Y cómo entrarán en América nuestros guerreros?"

"De eso se ocuparán nuestros amigos. Pero primero mandaremos un grupo de tres para cercioramos de que el sistema sea suficientemente seguro".

"Por supuesto". Sabían todo lo que hay que saber acerca de la seguridad operativa. Habían recibido muchas lecciones, ninguna de ellas agradable. Había integrantes de su organización alojados en prisiones de todo el mundo. Se trataba de quienes no habían tenido la suerte de morir. Ese era un problema que la organización nunca había logrado solucionar. Morir en acción era noble y valiente. Ser atrapado por un policía como un vulgar delincuente era innoble y humillante, pero de alguna manera sus hombres lo preferían a morir sin cumplir con la misión. Y las prisiones occidentales no eran tan malas para muchos de sus colegas. Sí, se perdía la libertad, pero al menos siempre se comía y las naciones occidentales respetaban sus prescripciones dietéticas.

Esas naciones eran tan débiles y estúpidas en lo que se refiere a sus enemigos que eran clementes con quienes no lo eran con ellas. Pero eso no era culpa de Mohammed.

"Maldición", dijo Jack. Era su primer día en el lado "negro" del establecimiento. Su entrenamiento en las altas finanzas había ido muy rápido, gracias a la forma en que había sido educado. Su abuelo Muller le había dado buenas enseñanzas durante sus raras visitas al hogar familiar. El y el padre de Jack se trataban con cortesía, pero el abuelo Joe opinaba que los verdaderos hombres se dedicaban a las finanzas, no al sucio mundo de la política aunque debía admitir que su yerno se había desempeñado bastante bien en Washington. Pero cuánto dinero hubiera podido ganar en Wall Street… ¿cómo podía alguien renunciar a eso? Claro que Muller nunca le dijo esto a Jack hijo, pero estaba claro que ésa era su opinión. Como sea, Jack habría podido entrar en los niveles más bajos de cualquiera de las grandes financieras y probablemente no habría tardado en ascender a fuerza de trabajo. Pero ahora, lo importante es que había pasado rápidamente por el área financiera del Campus y ahora estaba en el Departamento de Operaciones -que en realidad no se llamaba así, aunque así lo denominaban sus integrantes. "¿Tan buenos son?"

"¿Cómo dices, Jack?"

"Comunicación interceptada por la NSA". Tendió una hoja de papel. Tony Wills la leyó.

La intervención había detectado a un conocido allegado a los terroristas -aún no se conocía su función exacta, pero había sido positivamente identificado mediante un análisis de voz.

"Es por los teléfonos digitales. Generan una señal muy limpia, que facilita que la computadora de análisis de voces las identifique. Veo que no identificaron al otro".Wills devolvió la hoja.

La conversación era inocua, tanto que cabía preguntarse por qué se había hecho la llamada. Pero hay gente a la que le gusta simplemente hablar por teléfono. Además, podía ser que hablaran en código y discutieran cómo hacer la guerra biológica o lanzar una campaña de bombas en Jerusalén. Tal vez. Más posible era que simplemente estuvieran matando tiempo. En Arabia Saudita eso se hacía mucho. Lo que impresionó a Jack era que la llamada hubiera sido interceptada y descifrada en tiempo real.

"Bien, sabes cómo funcionan los teléfonos digitales, ¿no? Emiten constantemente una señal de AQUI ESTOY a la célula local y cada uno de esos teléfonos tiene su propio código de acceso. Una vez que identificamos ese código, sólo es cuestión de esperar que el teléfono suene o que quien lo tiene haga una llamada. En forma similar, podemos obtener la identidad y el número de la llamada entrante. Lo difícil es obtener la identidad. Ahora tienen una identidad más para que la computadora vigile".

"¿Cuántos teléfonos controlan?", preguntóJack.

"Algo más de cien mil, y eso sólo en Asia sudoccidental. Casi todos son inocuos, pero uno de cada diez mil es algo -y de allí surgen a veces verdaderos resultados", le dijo Wills.

"¿Así que para dar con una llamada significativa, la computadora escucha y reacciona ante palabras 'calientes'?"

"Palabras calientes y nombres calientes. Desgraciadamente, allí hay mucha gente llamada Mohammed -es el nombre más popular del mundo. Muchos son conocidos por patronímicos o sobrenombres. Otro problema es que hay un gran mercado de teléfonos donados -los donan en Europa, sobre todo Londres, donde la mayor parte de los teléfonos tienen el software internacional. O un tipo puede hacerse de seis o siete teléfonos y usarlos una vez cada uno antes de descartarlos. No son estúpidos. Pero sí pueden confiarse demasiado. Algunos terminan por contarnos muchas cosas, que a veces son útiles. Todo va a parar al gran libro de la NSAICIA, al que tenemos acceso mediante nuestras terminales".

"Bien, ¿quién es este tipo?"

"Su nombre es Uda bm Sali. Familia rica, amigos íntimos del Rey. Su papi es un banquero saudita muy importante. Tiene once hijos y nueve hijas. Cuatro esposas, hombre de admirable vigor. Supuestamente no es mal tipo, pero malcría un poco a sus niños. Como las estrellas de Hollywood, les da dinero en vez de atención. Uda descubrió con entusiasmo a Alá al fin de su adolescencia y está en la extrema derecha de la rama wahabí del Islam sunnita. No le gustamos mucho. Seguimos sus pasos. Podría servir de acceso a sus operaciones bancarias. Hay una foto suya en su legajo de la CIA. Unos veintisiete años, un metro setenta y cinco, barba prolijamente recortada. Va mucho a Londres. Le gustan las damas que se pueden alquilar por hora. Soltero. Eso no es lo habitual, pero si es gay, lo oculta bien. Los ingleses le han metido chicas en la cama. Informan que es vigoroso, como es de esperar en alguien de su edad, y bastante fantasioso".

"Qué tarea para una oficial de inteligencia profesional", observó Jack

"Muchos servicios emplean prostitutas", explicó Wills. "No les molesta informar y por la cantidad adecuada de dinero hacen más o menos cualquier cosa. Parece que a Uda le gusta el 'pollo a la canasta'. Nunca lo hice. Es una especialidad asiática.

¿Sabes cómo acceder a su legajo? "No me lo enseñaron", replicó Jack.

"Bien". Wills se desplazó hacia la pantalla en su silla giratoria. "Éste es el índice general. Tu clave de acceso es SOUTHWEST 91".

Jack Junior tipeó la contraseña y el legajo apareció en formato de archivo gráfico Acrobat.

La primera foto debía de ser la del pasaporte. Las otras seis eran más informales. Jack se las compuso para no ruborizarse. Aunque se había educado en colegios católicos, había visto su buena cantidad de Playboy, Wills continuó con la lección.

"Hay mucho para aprender en lo que un hombre hace con una mujer. Langley tiene un siquiatra que analiza eso en todo detalle. Seguramente figure como anexo de este legajo, En Langley, lo llaman la información de "Seso y Sexo". El doctor se llama Stefan Pizniak. Profesor de la escuela de medicina de Harvard. Creo recordar que dice que las inclinaciones de este muchacho son normales dados su edad, situación económica y medio social. Como ves, frecuenta mucho a los banqueros comerciales de Londres, como un joven que está aprendiendo su negocio, dicen que es inteligente, afable, buen mozo. Cuidadoso y conservador para manejar el dinero. No bebe. De modo que es algo religioso. No se jacta de ello ni sermonea a nadie, pero vive según las principales reglas de su religión.

"¿Y en qué es malo?", preguntó Jack.

"Habla mucho con gente sobre la cual tenemos información. No hay información acerca de quiénes son sus amigos en Arabia Saudita. No lo hemos seguido en su propio terreno, tampoco los ingleses, aunque tienen muchos más recursos que nosotros allí. La CIA no tiene muchos datos, y su perfil no es lo bastante alto como para merecer una mirada más de cerca, o al menos eso creen. Es una pena. Al parecer, su papá es buen tipo. Le romperá el corazón enterarse de que su hijo anda con la gente equivocada", y con este sabio pronunciamiento, Wills regresó a su pantalla.

Junior examinó el rostro que aparecía en su monitor. Su madre era buena para interpretar a las personas de una sola mirada, pero no le había transmitido esa habilidad. Jack ya encontraba bastante difícil interpretar a las mujeres, pero se consoló pensando que lo mismo les ocurría a casi todos los hombres del mundo. Continuó mirando el rostro, tratando de leer la mente que alguien se encontraba a casi diez mil kilómetros de allí, que hablaba otro idioma y practicaba otra religión. ¿Qué pensamientos circulaban bajo esos ojos? Sabía que a su padre le gustaban los sauditas. Estaba especialmente allegado al príncipe Ali bm Sultan, príncipe y alto funcionario del gobierno saudita. El joven Jack lo había conocido, pero sólo fugazmente. Sólo recordaba una barba y un sentido del humor. Una de las creencias centrales de Jack padre era que todos los hombres eran fundamentalmente iguales, y le había transmitido esa creencia a su hijo. Pero ello significaba que si había gente mala en los Estados Unidos, también la había en el resto del mundo, y su país había experimentado duras lecciones de ese triste hecho en el pasado reciente.

Desgraciadamente, el Presidente en funciones aún no había pensado qué hacer al respecto.

Jack siguió leyendo el legajo. De modo que así se comenzaba en el Campus. Estaba trabajando en un caso. Bueno, algo así como trabajando en algo parecido a un caso, se corrigió. Uda bm Sali trabajaba como banquero internacional. Estaba claro que movía dinero. ¿Dinero de su padre?, se preguntó Jack. Si era así, su padre era un hijo de puta muy, muy rico. Jugaba con todos los grandes Bancos de Londres -Londres aún era la capital bancaria del mundo. Jack nunca había supuesto que la Agencia Nacional de Seguridad pudiera llegar a acceder a información como ésa.

Cien millones por aquí, cien millones por allá, no tardaban en sumar cifras verdaderamente serias. El negocio de Sali era la conservación de capitales, lo cual significaba no tanto hacer rendir el dinero que se le confiaba como asegurarse de que la cerradura de la caja fuerte cerrara realmente bien. Había setenta y una cuentas subsidiarias, sesenta y tres de ellas identificadas, al parecer, por Banco, número y contraseña. ¿Chicas? ¿Política? ¿Deportes? ¿Administración de dinero? ¿Autos? ¿El negocio del petróleo? ¿De qué hablaban los principitos sauditas ricos? Allí había un gran vacío en el legajo. ¿Por qué no hacían escuchas los británicos? Las entrevistas con las prostitutas no habían revelado mucho, fuera de que dejaba buena propinas a las chicas con quienes pasaba un rato particularmente agradable en su casa de Berkeley Square… una parte cara de la ciudad, notó Jack. Se desplazaba básicamente en taxi. Tenía un automóvil -nada menos que un convertible Aston Martín negro- pero no conducía mucho, según la información británica. No tenía chofer. Iba mucho a la embajada. En conjunto, era información que no revelaba mucho. Así se lo hizo notar a Tony Wills.

"Sí, lo sé, pero si resulta que era peligroso, no te quepa duda de que te darás cuenta de que había una o dos cosas en esa página a las que deberías haberles prestado atención. Ese es el problema con este maldito trabajo. y recuerda que estamos viendo datos procesados. Algún pobre infeliz tomó los datos brutos y los destiló hasta obtener esto. ¿Exactamente qué datos significativos se pueden haber perdido por el camino? No hay forma de saberlo, muchacho. No hay forma de saberlo".

Esto solía hacer papá, se recordó Junior. Tratar de encontrar diamantes en un balde de mierda. Había esperado que, en cierto modo, fuese más fácil. Bien, de modo que lo que debía hacer era encontrar operaciones monetarias difícilmente explicables. Era trabajo árido del peor, y ni siquiera podía pedirle consejo a su padre. Si su padre se enterase de que trabajaba ahí, probablemente se enfureciera. Tampoco le gustaría mucho a mamá. ¿Por qué había de importarle eso? ¿No era ya un hombre, capaz de hacer lo que quisiera con su vida? No exactamente. El poder de los padres sobre uno nunca se iba del todo. Siempre trataría de complacerlos, – de demostrarles que lo habían criado bien y de que estaba haciendo lo correcto. O algo parecido. Su padre había sido afortunado. Sus padres nunca se habían enterado de lo que había debido hacer. ¿Les habría gustado?

No. Se hubieran enfadado -enfurecido- por las veces que había puesto en juego su vida, y precisamente eso era lo que su propio hijo había aprendido. Había muchas áreas vacías en su memoria, períodos en que su padre no había estado en casa y mamá no había explicado por qué… y ahora, aquí estaba él, si no haciendo exactamente lo mismo, indudablemente yendo en la misma dirección… Bueno, su padre siempre había dicho que el mundo era un lugar loco, y ahora él estaba aquí, descubriendo cuán loco podía ser.

CAPÍTULO 7

Tránsito

Comenzó en el Líbano, con un vuelo a Chipre. De allí, un vuelo de KLM al aeropuerto de Sclúphol en Holanda, y de ahí a París. En Francia, los dieciséis hombres pasaron la noche en diferentes hoteles, tomándose el tiempo de recorrer las calles, practicar su inglés -finalmente no había tenido mucho sentido hacerles aprender francés- y lidiar con una población local que podría haber sido más amistosa. Según el punto de vista de ellos, lo bueno era que ciertas ciudadanas francesas se esmeraban en hablar razonable inglés y se mostraban muy solícitas -a cambio de una tarifa.

Ellos tenían un aspecto más bien común, algo menos de treinta afios, afeitados, de altura y contextura medianas, mejor vestidos que la mayor parte de la gente. Todos ocultaban bien su incomodidad, aunque lanzaban furtivas miradas de soslayo a los policías que se cruzaban -sabían que no debían llamar la atención de los policías uniformados. La policía francesa tenía fama de metódica, lo cual no agradaba a estos visitantes. Viajaban con pasaportes qataríes, los cuales eran relativamente seguros, pero ni siquiera un pasaporte emitido por el propio ministro de Relaciones Exteriores de Francia habría resistido un escrutinio intenso. De modo que mantenían su perfil bajo. Se los había entrenado para no mirar mucho a los lados, ser corteses y hacer el esfuerzo de sonreír a la gente con que trataban. Afortunadamente para ellos, era la temporada turística en Francia y París estaba atestado de personas que, como ellos, hablaba poco francés, para diversión y desprecio de los parisinos, que, de todas formas, aceptaban su dinero.

El desayuno del día siguiente no concluyó con revelaciones explosivas, lo que tampoco ocurrió en la comidas. Los hermanos Caruso escucharon las lecciones de Pete Alexander, haciendo cuanto podían para no dormirse, pues las lecciones parecían más bien obviedades.

"¿Les parece aburrido?", preguntó Pete a la hora de comer.

"Bueno, no hace temblar la tierra", respondió Brian tras unos segundos.

"Verás que no lo será cuando estés en las calles de una ciudad extranjera, digamos en el mercado, buscando a un sospechoso en una multitud de miles de personas. Lo importante es hacerse invisible. Trabajaremos en eso esta tarde. ¿Tienes alguna experiencia al respecto, Dominic?"

"En realidad, no. Sólo lo básico. No mirar directamente al sujeto. Prendas reversibles. Diferentes corbatas, si uno está en un ambiente en que se deba llevarlas, y se depende de otros para cambiar de apariencia. Pero donde vamos no tendremos el apoyo para vigilancia discreta que nos suministra el Buró, ¿verdad?"

"Desde ya que no. De modo que se mantendrán a distancia hasta el momento de actuar. Entonces, se moverán lo más rápido que sea posible…"

"¿Y eliminamos al tipo?"

"¿Aún te incomoda eso?"

"Aún no renuncié, Pete. Por ahora, digamos que me preocupa".

Alexander asintió. "Es justo. Preferimos gente que sepa pensar, y sabemos que pensar acarrea sus condenas propias".

"Supongo que ésa debe de ser la forma de ver esto. ¿y si el tipo que se supone que debemos sacar de en medio resulta ser inofensivo?", preguntó el infante de marina.

"Entonces se retiran y se reportan en la base. Existe la posibilidad teórica de que una misión sea errónea, pero hasta donde yo sé, ello nunca ocurrió".

"¿Nunca?"

"Nunca, ni una vez", le aseguró Alexander.

"La perfección me pone nervioso".

"Tratamos de ser cuidadosos".

"¿Cuáles son las reglas? De acuerdo, tal vez no necesito saber -por ahora- quién nos envía a matar a alguien, pero, sabe, me gustaría saber cuales son los criterios para firmarle la sentencia de muerte a un tipo".

"Se tratará de alguien que, directa o indirectamente, haya provocado la muerte de ciudadanos estadounidenses, o está directamente involucrado en planes para hacerlo. No apuntamos a la gente que canta demasiado fuerte en la iglesia o tarda en devolver libros a la biblioteca".

"Habla de terroristas, ¿no?"

"Sí", respondió Pete simplemente.

"¿Por qué no arrestarlos?", preguntó Brian.

"¿Como tú hiciste en Afganistán?"

"Eso era distinto", protestó el infante de marina.

"¿En qué?", preguntó Pete.

"Bueno, para empezar, éramos combatientes uniformados en operaciones y bajo las órdenes de una autoridad de mando legalmente constituida".

"Tú actuaste por iniciativa propia, ¿no?"

"Se supone que los oficiales deben usar la cabeza. Sin embargo, las órdenes generales para mi misión provenían de la cadena de mandos".

"¿Y no las cuestionaste?"

"No. A no ser que estés loco, no haces eso".

"¿Y qué ocurre cuando no hacer algo es la locura?", preguntó Pete. "¿Qué ocurre si se te presenta la oportunidad de hacer algo contra personas que planean hacer algo muy destructivo?"

"Para eso están la CIA y el FBI".

"Pero cuando por una u otra razón no pueden cumplir con su tarea ¿qué ocurre? ¿Dejas que los malos sigan adelante con sus planes y luego te encargas de ellos? Eso puede costar caro",le dijo Alexander. "Nuestra tarea es hacer lo que se debe cuando los métodos convencionales no alcanzan para cumplir la misión".

"¿Con qué frecuencia?" Éste era Dominic, que buscaba proteger a su hermano.

"Cada vez más".

"¿Cuántas eliminaciones han hecho?", preguntó Brian.

"No necesitas saberlo".

"Oh, me encantaría oír eso", observó Dominic con una sonrisa.

"Paciencia, muchachos, todavía no están en el club", les dijo Pete, esperando que fueran lo suficientemente inteligentes como para no objetar ese punto.

"De acuerdo, Pete': dijo Brian tras pensar por un momento. "Ambos dimos nuestra palabra de que las cosas de que nos enteremos mientras estemos aquí, aquí quedan. Muy bien. Lo que ocurre es que asesinar gente a sangre fría no es exactamente lo que me entrenaron para hacer, ¿sabes?"

"No se supone que debas disfrutarlo. En Afganistán, ¿alguna vez le disparaste al que estuviese mirando para otro lado?"

"Dos", admitió Brian. "Pero el campo de batalla no son los Juegos Olímpicos", protestó a medias.

"Tampoco lo es el resto del mundo, Aldo". La expresión del rostro del infante de Marina decía ahí me pillaste. "Es un mundo imperfecto, amigos. Si quieren hacerlo perfecto, adelante, ya se ha intentando antes. En lo que a mí respecta, me basta con hacerlo más seguro y predecible. Imaginen que alguien hubiese sacado de en medio a Hitler en 1934 o a Lenin, en Suiza, en 1915. El mundo habría sido mejor, ¿verdad? O tal vez malo de otra forma. Pero no nos dedicamos a ese negocio. Lo nuestro no es el asesinato político. Nuestra presa son los pequeños tiburones que matan inocentes en formas que eluden los procedimientos convencionales para detenerlos. No es el mejor sistema. Lo sé. Todos lo sabemos. Pero es algo, y vamos a probar si funciona. No puede ser mucho peor que lo que ya tenemos ¿no?"

Durante este discurso, los ojos de Dominic no se despegaron del rostro de Pete. Es acababa de decir algo que tal vez no había tenido intención de decir. El Campus aún no tenía asesinos. Serían los primeros. Debía de haber muchas esperanzas centradas en ellos. Eso implicaba mucha responsabilidad. Pero tenía sentido. Estaba claro que Alexander no les enseñaba a partir de su propia experiencia en el mundo real. Se suponía que un oficial de entrenamiento era alguien que había llevado a cabo lo que enseñaba. Por eso, la mayor parte de los instructores de la academia del FBI eran agentes con experiencia de campo. Podían explicar cómo era estar allí. Pete sólo les podía decir qué hacer. Pero entonces ¿por qué los habían escogido a él y a Aldo?

"Entiendo lo que quieres decir, Pete", dijo Dominic. "Aún no me voy".

"Tampoco yo", le dijo Brian a su oficial de entrenamiento. "Sólo quiero saber cuáles son las reglas".

Pete no les dijo que irían haciendo las reglas sobre la marcha. No tardarían en darse cuenta solos de que era así.

Los aeropuertos son iguales en todo el mundo. Como estaban entrenados para demostrar buenos modales, todos despacharon su equipaje, esperaron en las salas de espera adecuadas, fumaron sus cigarrillos en los lugares autorizados y leyeron los libros que adquirieron en los kioskos del aeropuerto. O fingieron que lo hacían. Una vez llegados a la altura de crucero, comieron sus comidas de avión y casi todos ellos durmieron su siesta de avión. Casi todos iban sentados en los últimos asientos de la fila y cuando alguno se movía, pensaban a cuáles de sus compañeros de asiento volverían a encontrar en los próximos días o semanas, o cuanto fuera que tardaran en tener todos los detalles a punto. Todos ellos esperaban conocer pronto a Alá y recoger las recompensas ganadas combatiendo por la Santa Causa. A los más intelectuales les daba por pensar que hasta Mahoma, las bendiciones y la paz fueran con él, no había descripto con gran precisión la naturaleza del paraíso. Se lo había explicado a personas que no conocían los aviones de pasajeros a reacción, los automóviles ni las computadoras. ¿Cuál era, entonces, su verdadera naturaleza? Debía ser tan maravilloso que desafiaba toda descripción, pero así y todo, era un misterio, y ellos lo descubrirían. Ese pensamiento tenía algo excitante, una suerte de expectativa demasiado sublime para discutirla con los demás. Un misterio, pero un misterio infinitamente deseable. Y si, como consecuencia de lo que harían, otros debían ir también a reunirse con Alá, bueno, eso también estaba escrito en el Gran Libro del Destino. Por el momento, todos dormitaban, dormían el sueño de los justos, el sueño de los futuros Santos Mártires. Leche, miel y vírgenes.

Jack descubrió que había algo misterioso en Sali. El legajo de la CIA hasta especificaba el largo de su pene en la sección "Seso y Sexo". Las putas británicas afirmaban que era de tamaño absolutamente promedio, pero de aplicación inusualmente vigorosa -y que dejaba buenas propinas, lo cual lo hacía atractivo a sus sensibilidades comerciales. Pero, a diferencia de la mayor parte de los hombres, no hablaba mucho de sí mismo. Más que nada, hablaba de la lluvia y el frío de Londres y alababa a su ocasional compañera, halagando así su vanidad. Que regalara cada tanto un lindo bolso -Louis Vuitton, casi siempre-les agradaba a sus chicas habituales, dos de las cuales informaban a Thames House, nueva sede del Servicio Secreto y el Servicio de Seguridad Británico. Jack se preguntó si recibirían su paga por servicios prestados por parte de Sali y del gobierno de Su Majestad. Probablemente era buen negocio para las chicas, aunque seguramente Thames House no regalaría zapatos ni bolsos.

"Sí, Jack", Wills alzó la mirada de su pantalla. "¿Cómo sabemos que este Sali es de los malos?"

"No estamos seguros. No hasta que haga algo o interceptemos una conversación entre él y alguien que no nos gusta".

"Así sólo lo estoy verificando".

"Correcto. Vas a hacer muchos trabajos así. ¿Alguna intuición sobre el tipo?"

"Es un hijo de puta lascivo".

"Por si no lo habías notado, es difícil ser rico y soltero".

Jack parpadeó. Tal vez se lo había buscado. "De acuerdo, pero a mí ni se me ocurre pagar, y él paga mucho".

"¿Qué más?", preguntó Wills.

"No habla mucho que digamos".

"¿Eso qué te dice de él?"

Ryan se reclinó en su silla para pensar. Tampoco él les hablaba mucho a sus amigas, al menos no de su nuevo trabajo. En cuanto uno decía "administración financiera", la mayor parte de las mujeres tendía a amodorrarse como reflejo de defensa. ¿Significaba algo? Tal vez Sali simplemente no era hablador. Tal vez era lo suficientemente seguro de sí mismo como para no necesitar impresionar a sus amigas más que con su dinero -siempre usaba efectivo, nunca tarjeta de crédito. ¿y por qué? ¿para que su familia no se enterara? Bueno, tampoco Jack les contaba a mamá y papá de su vida amorosa. De hecho, era raro que llevara una amiga al hogar de la familia. Su madre tendía a espantarlas. Curiosamente su padre no. La doctora Ryan impresionaba a las mujeres con su poder. y mientras que a la mayor parte de las jóvenes les parecía admirarable, a otras les parecía terriblemente intimidante. Su padre dejaba muy de lado todo lo que tenía que ver con el poder y los invitados sólo veían a un caballero amable y bonachón, esbelto y de cabello gris. Más que nada su padre le gustaba jugar a la pelota con su hijo en el césped que daba la Bahía de Chesapeake, tal vez porque así recordaba momentos en que la vida era más simple. Para eso tenía a Kyle. La menor de los Ryan aún estaba en la escuela primaria y pasaba por la etapa de hacer furtivas preguntas acerca de Santa Claus, pero sólo cuando mami y papi no estaban allí. Siempre había un chico en la clase que quería que todos se enterasen de lo que él ya sabía -siempre había uno así- y Katie ya sabía la verdad. Aún le gustaba jugar con sus muñecas Barbie, pero sabía que su mamá y su papá las compraban en Toys Ros en Glen Burnie y que eran ellos los que armaban la escenografía navideña, actividad que su padre adoraba, por más que refunfuñara al hacerla. Cuando uno dejaba de creer en Santa Claus, la vida entera comenzaba a rodar cuesta abajo…

"Sólo nos dice que no le gusta hablar. Nada más", dijo Jack tras reflexionar por un momento. "No se supone que debamos transformar deducciones en hechos, ¿verdad?"

"Correcto. Muchas personas no piensan así, pero no aquí. Dar las cosas por sentadas es la madre de todos los errores. El psiquiatra de Langley se especializa en intepretar. Es bueno, pero hay que aprender a distinguir entre la especulación y los hechos. Bien, cuéntame acerca del señor Sali", ordenó Wills.

"Es lascivo y no habla mucho. Especula en forma muy conservadora con el dinero de su familia".

"¿Hay algo que haga pensar que es malo?"

"No, pero vale la pena vigilarlo por su religiosidad, aunque no diría que es extremista en ese aspecto. Aquí faltan elementos. No se jacta, no es exhibicionista como suele serlo una persona rica de su edad. ¿Quién comenzó a investigarlo?"

"Los ingleses. Hubo algo en este tipo que excitó el interés de sus analistas en jefe. Luego Langley echó una mirada y comenzó su propio legajo. Luego, se interceptó una conversación entre él y otro tipo que tiene un legajo en Langley. La conversación no trató de nada importante, pero existió", explicó Wills. "Y, sabes, es más fácil abrir un legajo que cerrarlo. Su teléfono celular está codificado en las computadoras de la NSA, de modo que escuchan cada vez que lo enciende. Creo que vale la pena mantenerlo bajo observación, pero no estoy seguro de por qué deba ser así. En este negocio, uno aprende a confiar en los instintos, Jack. De modo que te nombro experto residente en este joven".

"¿Y debo investigar qué hace con su dinero…?"

"Así es. Sabes, no hace falta mucho para financiar una banda de terroristas -al menos no para las cifras que maneja él. Un millón de dólares es mucho dinero para esa gente. Viven al día y sus gastos de mantenimiento no son muchos. Así que debes vigilar los márgenes. Lo más posible es que trate de ocultar lo que hace bajo el ala de sus transacciones grandes".

"No soy contador", señaló Jack. Su padre se había graduado de contador hacía tiempo, pero nunca había ejercido, ni siquiera para llenar sus propias planillas fiscales. Tenía un estudio de abogados que lo hacía.

"¿Sabes aritmética?"

"Sí, claro".

"Bueno, agrégale una nariz". Oh, qué bien, pensó John Patrick Ryan Jr. Luego recordó que en las verdaderas operaciones de inteligencia no se trataba de dispararles a los malos y luego irse a la cama con la heroína de la película. Eso ocurría en las películas. Este era el mundo real.

"¿Tanta prisa tiene nuestro amigo?", preguntó Ernesto, muy sorprendido.

"Así parece. Ultimamente, los norteamericanos los vienen castigando muy duro. Supongo que quieren recordarles a sus enemigos que aún pueden morder. Tal vez sea cuestión de honor para ellos", especuló Pablo. A su amigo no le costaría entender eso.

"Así que, ¿qué hacemos ahora?"

"Una vez que estén instalados en Ciudad de México, combinamos para que sean transportados a Estados Unidos y, supongo, nos ocupamos de que obtengan armas".

"¿Complicaciones?"

"Si los norteamericanos tienen infiltrados en nuestra organización, podrían tener alguna advertencia, además de rumores de nuestro compromiso. Pero ya hemos tomado eso en cuenta".

Sí, reflexionó Ernesto, pero eso había sido desde lejos. Ahora, se oían los golpes en la puerta y había que pensar otra vez. Pero no podía volver atrás en un acuerdo. Eso era cuestión de honor y de negocios. Estaban preparando un embarque inicial de cocaína para la Unión Europea. Prometía ser un mercado de considerable importancia.

"¿Cuánta gente viene?"

"Catorce, dice. No tienen arma alguna".

"¿Qué crees que necesitarán?"

"Con automáticas livianas alcanzará, además de pistolas, claro", dijo Pablo. "Tenemos un proveedor en México que puede manejarlo por menos de diez mil dólares. Con otros diez mil, hacen llegar las armas a su destino final en los Estados Unidos. Así se evitan complicaciones en el cruce".

"Bueno, hagámoslo así. ¿Irás a México tú mismo?"

Pablo asintió. "Mañana por la mañana. Coordinaré con ellos y los coyotes el primer movimiento".

"Sé cuidadoso", señaló Ernesto. Sus sugerencias eran potentes como una bomba. Pablo corría algunos riesgos, pero sus servicios eran muy importantes para el Cartel. Sería difícil reemplazarlo.

"Por supuesto, jefe. Necesito evaluar cuán confiable es esta gente, ya que nos van a asistir en Europa".

"Sí, es necesario", asintió Ernesto, con fatiga. Como en casi todos los acuerdos, cuando llegaba el momento de llevarlos a cabo, surgían las dudas. Pero no era una anciana. Nunca había temido actuar con decisión.

El Airbus llegó al fin de la pista. Los pasajeros de primera fueron los primeros en bajar. Siguiendo las flechas coloreadas pintadas en el piso, llegaron a migraciones y aduana, donde les aseguraron a los burócratas de uniforme que no tenían nada que declarar, se les sellaron debidamente sus pasaportes y fueron a recoger su equipaje.

El jefe del grupo se llamaba Mustafá. Aunque era saudita de nacimiento, iba completamente afeitado, lo cual no le gustaba, si bien dejaba a la vista una piel que parecía gustarle a las mujeres. El y un colega de nombre Abdulá fueron juntos a recoger las maletas y luego salieron a donde se suponía que los esperaban los automóviles que lo recogerían. Esta sería la primera prueba de la eficiencia de sus nuevos socios del hemisferio occidental. Y efectivamente, había alguien con un rectángulo de cartulina donde decía "MIGUEL" en letras de molde. Ese era el nombre en código de Mustafá para esta operación y se adelantó a estrechar la mano del hombre. Este no dijo nada, pero hizo un gesto de que lo siguieran. Afuera, los esperaba una minivan Plymouth color café. Pusieron las maletas atrás y los pasajeros se acomodaron en el asiento del medio. Hacía calor en Ciudad de México y el aire era el más sucio de los que nunca hubieran conocido. Lo que debía haber sido un hermoso día quedaba arruinado por un velo gris que cubría la ciudad – contaminación atmosférica, pensó Mustafá.

En el camino al hotel, el chofer continuó en silencio. 'Esto los impresionó favorablemente. Si no hay nada que decir, hay que quedarse callado.

Como era de esperar, el hotel era bueno. Mustafá se registró con la falsa tarjeta Visa que había enviado anticipadamente por fax y cinco minutos después, su amigo y él estaban en una espaciosa habitación del quinto piso. Buscaron micrófonos ocultos en los lugares más obvios antes de hablar.

"Pensé que ese maldito vuelo nunca terminaría", refunfuño Abdulá, buscando agua embotellada en el minibar. Les habían indicado que tuviesen cuidado con el agua corriente.

"Lo mismo me ocurrió a mí. ¿Qué tal dormiste?"

"No muy bien. Creí que lo bueno del alcohol es que te deja inconsciente".

"A algunos, no a todos", le dijo Mustafá a su amigo. "Para eso hay otras drogas".

"Ésas son abominables a los ojos de Dios", observó Abdulá, "a no ser que las suministre un médico".

"Ahora tenemos amigos que no piensan así".

"Infieles", casi escupió Abdulá.

"El enemigo de nuestro enemigo es nuestro amigo". Abdulá abrió una botella de Evian. "No. Se puede confiar en un verdadero amigo. ¿Podemos acaso confiar en estos hombres?"

"Sólo cuanto debamos", concedió Mustafá. Mohammed había sido cuidadoso al instruirlos para esa misión. Sus nuevos aliados los ayudarían sólo por conveniencia, porque también ellos querían dañar al Gran Satán. Por ahora, bastaba con eso. Algún día, esos aliados se convertirían en enemigos y deberían lidiar con ellos. Pero ese día aún no había llegado. Ahogó un bostezo. Era hora de descansar. Mañana sería un día atareado.

Jack vivía en un condominio en Baltimore, a pocas cuadras de Oriole Park en Candem Yards, para el cual tenía billetes para la temporada, pero que esta noche estaba a oscuras, pues los Orioles estaban en Toronto. Como no era buen cocinero, comió afuera, como acostumbraba, aunque esta vez no tenía una amiga que lo acompañase, lo cual, muy a su pesar, también era lo habitual. Terminó de comer y se dirigió a su casa, encendió el televisor, cambió de idea y fue a su computadora y se conectó para ver si tenía correo y para navegar por la web. Allí fue cuando se hizo un recordatorio mental. Salí también vivía solo, y aunque a veces lo acompañaban putas, ello no ocurría cada noche. ¿Qué hacía todas las noches? ¿Se conectaba con su computadora? Muchos lo hacían. ¿Los británicos tendrían intervenida su línea de teléfono? Seguramente. Pero el legajo de Salí no decía nada acerca de su correo electrónico… ¿por qué? Valía la pena verificarlo.

"¿Qué piensas, Aldo?", le preguntó Dominic a su hermano. Transmitían un partido de béisbol por ESPN, Mariners -que iban perdiendo- contra Yankees.

"No estoy seguro de que me guste la idea de pegarle un tiro a un pobre tipo por la calle, hermano".

"¿Y si sabes que es malo?"

"¿Y qué pasa si matas a otro porque conduce un auto igual o sus bigotes se parecen? ¿Qué si deja mujer e hijos? Eso me convertiría en un jodido asesino, un asesino a sueldo, por cierto, sabes, no es la clase de cosa que nos enseñaron en entrenamiento básico".

"¿Pero qué ocurre si sabes que es malo?", preguntó el agente del FBI.

"Eh, Enzo, tampoco fui entrenado para un caso así'.

"Lo sé, pero ésta es otra situación. Si sé que el tipo es un terrorista, y sé que no puedo arrestarlo, y sé que tiene más planes, creo que podría hacerlo".

"En las montañas, en Mganistán, nuestra información no siempre era irreprochable. Seguro, aprendí a jugarme el culo, pero el mío, no el de otro pobre infeliz".

"La gente contra la que peleabas ahí ¿a quién habían matado?"

"Eh, eran parte de una organización que está en guerra con los Estados Unidos de Norteamérica. Probablemente no eran boy scouts, Pero nunca vi evidencia directa de que esto fuese así'.

"¿Y si la hubieses visto?", preguntó Dominic.

"No fue así'.

"Eres afortunado", dijo Dominic, recordando a la niñita cuya garganta había sido cortada de oreja a oreja. Un adagio legal afirmaba que los casos duros hacen que la ley sea dura, pero los libros no podían prever todo lo que la gente era capaz de hacer. A veces, la tinta negra sobre papel blanco era algo un poco demasiado seco para el mundo real. Pero, de los dos, el apasionado siempre fue él. Brian siempre había sido un poco más frío, como el Fonzie de Happy Days, Gemelos, sí, pero algo distintos. Dominic era más parecido a su padre, italiano y apasionado. Brian había resultado más parecido a su madre, más frío, como consecuencia de un clima que también lo era, para alguien que los viera desde fuera, esas diferencias no parecían poca cosa, pero para los gemelos eran frecuente motivo de bromas y chanzas. "Cuando lo ves, Brian, cuando lo tienes ante tus ojos, te dispara, hermano. Te enciende un fuego por dentro",

"Eh, estuve allí, hice lo que había que hacer, lo viví, ¿sabes? Maté cinco hombres yo mismo. Pero era trabajo, no era personal. Trataron de emboscamos, pero no habían leído bien el manual y emplée fuego y maniobras para engañarlos, hacerlos salir y matarlos, tal como me enseñaron. No es mi culpa si eran ineficaces. Se podrían haber rendido, pero prefirieron tirotearse. Eligieron mal, pero un hombre debe hacer lo que le parece mejor". Su película favorita era Hondo, de John Wayne.

"Eh, Aldo, no digo que seas un mariquita".

"Sé lo que dices pero, sabes, no quiero llegar a ser como ellos, ¿de acuerdo?"

"Esta misión no se trata de eso, hermano. Yo también tengo mis dudas, pero voy a continuar con esto hasta ver cómo resulta. Podemos irnos en cuanto querramos".

"Supongo".

En la pantalla, Derek Jeter se dobló en dos. Para los lanzadores, él era un terrorista.

Al otro lado de la casa, Peter Alexander hablaba a Columbia, Maryland, por un teléfono seguro.

"¿Cómo vamos?", preguntó Sam Granger del otro lado de la línea.

Peter tomó un sorbo de jerez. "Son buenos chicos. Ambos tienen dudas. El infante de marina las expresa abiertamente, y el del FBI mantiene la boca cerrada, pero de a poco las ruedas van girando".

"¿Cuán serio es esto?"

"Es difícil saberlo. Mira, Sam, siempre supimos que el entrenamiento sería lo más difícil. Pocos estadounidenses aspiran a ser asesinos profesionales, al menos no los que nosotros necesitamos para esto".

"Había un tipo en la Agencia que hubiera sido ideal."

"Pero es demasiado viejo y lo sabes", contestó Alexander de inmediato. "Además, tiene un trabajo adecuado a su edad en Gales, al otro lado del charco, y parece encontrarse cómodo allí'.

"Si sólo…"

"Si tu tía tuviera pelotas, sería tu tío", señaló Pete. "Seleccionar candidatos es tu trabajo. Entrenarlos es el mío. Estos dos tienen cerebro y tienen habilidades. Lo difícil es el temperamento. Estoy trabajando ese aspecto. Sé paciente".

"En las películas es mucho más fácil".

"En las películas todos son psicópatas fronterizos. ¿Quieres a ésos como empleados?"

"Supongo que no". Había muchos psicópatas. Todo departamento de policía importante conocía varios, y mataban gente a cambio de sumas modestas o de pequeñas cantidades de drogas. El problema con esa gente era que no era buena para seguir órdenes, ni muy inteligente. ¿Dónde estaba esa chica Nikita ahora que la necesitaban?

"De modo que debemos lidiar con gente buena, confiable, con cerebro. y la gente así piensa, y lo que piensa no siempre se puede predecir, ¿no? Es bueno contar con un tipo con conciencia, pero cada tanto se preguntará si lo que hace está bien. ¿Por qué tuviste que enviar dos católicos? Ya los judíos son un problema. Nacen con culpa. Pero los católicos la aprenden en la escuela".

"Gracias, Santidad': respondió Granger.

"Sam, siempre supimos que esto no sería fácil. Caray, me envías a un infante de marina y a un FBI, podrían haber sido un par de niños exploradores, ¿no?"

"De acuerdo, Pete, es tu trabajo. ¿Tienes idea del tiempo que llevará esto? El trabajo se va apilando", observó Granger.

"En más o menos un mes sabré si cuento con ellos o no. Deberán saber por qué además de quién, pero siempre te dije que sería así".

"Es cierto", admitió Granger. Realmente, era tanto más fácil en las películas. Bastaba con buscar "asesinos a sueldo" en las Paginas Amarillas. Al principio, habían pensando en contratar ex oficiales de la KGB. Todos eran expertos y todos querían dinero -la tarifa de mercado era de menos de veinticinco mil dólares por muerte, poco dinero- pero tipos así sin duda informarfan al Centro Moscú con la esperanza de que los volvieran a contratar, y de esa forma, el Campus sería conocido por la comunidad "negra" global. No podían permitir que eso ocurriera.

"¿Y los nuevos juguetes?": preguntó Pete. Tarde o temprano, debería entrenar a los gemelos en el empleo de las herramientas del oficio.

"Me dicen que en dos semanas".

"¿Tanto? Demonios, Sam, las propuse hace nueve meses".

"No son cosas que se compran en la sucursal local de Western Auto. Deben ser manufacturadas desde cero. Sabes, gente hábil para hacer piezas mecánicas que viva en lugares remotos, gente que no haga preguntas".

"Es dije, busquen a la gente para esto en la Fuerza Aérea. No paran de crear pequeños e ingeniosos dispositivos". Por ejemplo, grabadores que quepan en un encendedor de cigarrillos. Eso sí que probablemente era inspirado por las películas, y en lo que respecta a las cosas realmente buenas, el gobierno casi nunca disponía de la gente adecuada en su plantel, por lo cual debía disponer de contratistas civiles que tomaban el dinero, hacían el trabajo y mantenían la boca cerrada porque querían más contratos de ésos.

"Están trabajando en ello, Pete. Dos semanas".

"Entendido. Hasta ese momento, tengo todas las pistolas con silenciador que pueda necesitar. Ambos responden bien al entrenamiento de rastreo y vigilancia. Ayuda que tengan un aspecto tan común".

"¿Así que, a fin de cuentas llas cosas andan bien?", preguntó Granger.

"A no ser por eso de la conciencia, si".

"De acuerdo, manténme informado".

"Así lo haré".

"Nos vemos".

Alexander colgó. Malditas conciencias pensó. Sería bueno tener robots. pero alguien notaría si viese a Robotín andando por la calle. y no podían permitirse eso. O tal vez el Hombre Invisible, pero en la historia de H. G. Wells, la droga que lo hacía transparente también lo volvía loco y esta operación ya era suficientemente loca, ¿no? Se bebió el jerez que le quedaba y, tras pensarlo, volvió a llenar su copa.

CAPÍTULO 8

Convicción

Mustafá y Abdulá se levantaron al alba, rezaron sus plegarias matutinas, desayunaron, conectaron sus computadoras y revisaron sus correos electrónicos. Tal como esperaba, Mustafá tenía un mensaje de Mohammed, que a su vez le reenviaba un mensaje de alguien, supuestamente llamado Diego, para que se encontrasen en determinado lugar a las 10:30 de la mañana, hora local. Revisó el resto de su correo, que en su mayor parte consistía en lo que los norteamericanos llaman spam. Se había enterado de que esta palabra designaba originalmente una conserva de cerdo, lo cual le pareció particularmente adecuado. Ambos salieron -por separado- pasadas las nueve, más que nada para estirar las piernas y examinar el vecindario. Verificaron cuidadosa pero furtivamente que nadie los siguiera -al parecer así era. Llegaron al punto de encuentro a las 10:25.

Diego ya estaba allí. Leía el diario y vestía una camisa blanca con rayas azules.

"¿Diego?", preguntó amablemente Mustafá.

"Usted debe de ser Miguel", replicó el contacto con una sonrisa, poniéndose de pie para estrecharle la mano. "Siéntese, por favor". Pablo miró en torno a sí. Sí, allí estaba el apoyo de Miguel, solo, tomando su café, vigilando como un profesional. "¿Le gusta Ciudad de México?"

"No sabía que fuese tan grande y activa", Mustafá señaló alrededor. Las aceras estaban colmadas de gente que iba y venía. "y el aire es tan sucio".

"Ése es un problema. Las montañas no dejan que la contaminación se vaya. Hacen falta vientos fuertes para limpiar el aire. ¿Café?"

Mustafá asintió. Pablo le hizo un gesto al camarero, indicándole la cafetera. El café al aire libre era de estilo europeo, pero no estaba muy lleno. Las mesas estaban ocupadas a medias, por grupos de personas que se encontraban para hacer negocios o sociales, conversaban y se ocupaban de sus asuntos. Llegó otra cafetera. Mustafá sirvió y espero a que el otro hablara.

"Bien, ¿en qué le puedo ser útil?"

"Tal como se acordó, estamos todos aquí. ¿Cuándo podemos partir?"

"¿Cuándo quiere hacerlo?", preguntó Pablo.

"Esta tarde sería ideal, pero tal vez sea un poco pronto para usted".

"Sí. Pero, ¿qué le parece mañana, digamos que a la una de la tarde?"

"Sería excelente", respondió Mustafá, agradablemente sorprendido. ¿Cómo será el cruce?"

"Comprenda que yo no participaré en forma directa. Lo llevarán en auto a la frontera y allí lo pondrán en manos de alguien que se especializa en ingresar gente y determinadas mercaderías a Norteamérica. Deberá caminar unos seis kilómetros. Hará calor, aunque no demasiado. Una vez llegado a Norteamérica, se lo conducirá a una casa segura cerca de Santa Fe, Nuevo México. Desde allí puede volar hasta su destino final o arrendar automóviles".

"¿Armas?"

"Qué quiere exactamente?"

"Idealmente, AK-47s".

Pablo negó con la cabeza. "No podemos suministrárselos. Sí les conseguimos pistolas-ametralladora Uzi e Ingram. Calibre 9 milímetros Parabellum, con, digamos, seis cargadores de treinta disparos cada uno, cargados".

"Más munición", dijo Mustafá. "Doce cargadores, más tres cajas de balas más por cada arma".

Pablo asintió. "Eso es fácil". El costo extra sería de un par de miles de dolares. Las armas se comprarían en el mercado abierto, al igual que la munición. Técnicamente, se las podía rastrear hasta su origen y/o comprador, pero ése era un problema teórico, no práctico. La mayoría de las armas serían Ingram, no las más precisas y mejor construidas Uzi israelíes, pero esa gente no tendría nada que objetar. Incluso era posible que tuviesen objeciones religiosas y morales para el empleo de armas de fabricación israelí. "Dígame, ¿cómo enfrentará sus gastos de traslado?"

"Cada uno de nosotros tiene cinco mil dólares estadounidenses en efectivo.

"Pueden usarlo para gastos menores, como comida y gasolina, pero para otras cosas necesitarán tarjetas de crédito. Los estadounidenses no aceptan el efectivo para el alquiler de vehículos y jamás para la adquisición de pasajes aéreos".

"Las tenemos", replicó Mustafá. Él y cada uno de los integrantes del equipo tenfa tarjetas Visa emitidas en Bahrein. Hasta tenían números correlativos. Todas correspondfan a una cuenta bancaria suiza, que con tenía algo más de quinientos mil dólares. Suficiente para sus propósitos.

Pedro vio que el nombre que figuraba en la tarjeta era JOHN PETER SMITH. Bien. Quienquiera que hubiera organizado esto, no habfa cometido el error de usar nombres árabes. Funcionada mientras no cayese en manos de un policía a quien se le ocurriera preguntarle al señor Smith de dónde provenía exactamente. Esperaba que hubieran sido informados acerca de la policía norteamericana y sus costumbres.

"¿Otros documentos?", preguntó Pablo.

"Nuestros pasaportes son de Qatar. Tenemos licencias de conductor internacionales. Todos hablamos inglés aceptable y sabemos leer mapas. Conocemos las leyes estadounidenses. Nos mantendremos dentro del límite de velocidad y conduciremos con precaución. Al clavo que asoma la cabeza, se lo baja de un martillazo, así que no nos asomamos".

"Bien", observó Pablo. De modo que habían sido instruidos. Algunos hasta recordarían las lecciones. "Recuerde que un solo error puede arruinarles toda la misión. y cometer errores es fácil. Estados Unidos es un país en el que es fácil residir y trasladarse, pero la policfa es muy eficiente. Si nadie los nota, están a salvo. Por lo tanto, no deben hacerse notar. Si fallan en eso, fallarán en todo"-"

"Diego, no fallaremos", prometió Mustafá.

¿Fallar en qué? se preguntó Pablo, pero no lo dijo. ¿Cuántas mujeres y niños matarán? Pero en realidad no le importaba. Era una forma cobarde de matar, pero las reglas de honor de la cultura de sus "amigos" eran distintas de las suyas. Se trataba de negocios, y no necesitaba saber más.

Tres millas, flexiones de brazos, un café, ase era la vida en el sur de Virginia.

"Brian, estás acostumbrado a llevar armas de fuego?"

"Sí, Pete. Generalmente, un M16 y cinco o seis cargadores extras. Las granadas de fragmentación también forman parte del equipo básico".

"Hablaba más bien de armas de mano".

"Estoy acostumbrado a la Beretta M9.

"Eres bueno tirando?"

"Está en mi legajo, Pete. En Quantico, me puntuaron como experto, pero lo mismo ocurrió con el resto de mi clase. De modo que no significa mucho".

"¿Estás acostumbrado a llevarla contigo?"

"¿Cuando visto de civil? No".

"Bueno, acostúmbrate".

"¿Es legal?", preguntó Brian. "El estado de Virginia lo permite en algunos casos. Si no tienes antecedentes policiales, tu municipio puede otorgarte un permiso para llevar un arma oculta. ¿y tú, Dominic?"

"¿Aún soy del FBI, Pete. Me siento desnudo si no llevo un amigo conmigo".

"¿Qué usas?"

"Smith Wesson 1976. Diez milímetros, doble acción. Últimamente, el Buró se pasó a la Glock, pero me gusta más la Smith". Y no, no hice una muesca en las cachas, pensó, aunque no lo dijo.

"Bien, quiero que vayan armados en sus salidas, sólo para que vayan acostumbrándose a la idea, Brian".

Éste se encogió de hombros. "Está bien". Mejor que llevar una mochila de treinta kilos.

Claro que había muchas otras cosas de que ocuparse además de Sali. Jack trabajaba sobre un total de once personas, todas, con excepción de una, originarios del Medio Oriente, todos financistas. El único europeo vivía en Riad. Era alemán, pero se había convertido al Islam, lo cual a alguien le había parecido lo suficientemente extraño como para ponerlo bajo vigilancia electrónica. El alemán que Jack aprendió en la universidad era suficiente como para entender sus e-mails, que no revelaban mucho. Evidentemente, había adoptado las costumbres locales, al punto que ni siquiera bebía cerveza. Evidentemente, era apreciado por sus amigos sauditas -una cosa buena del Islam era que si seguías las reglas y orabas como corresponde, no les importaba demasiado qué aspecto tenias. Habría sido admirable de no ser por el hecho de que la mayor parte de los terroristas del mundo oraban en dirección a La Meca. Pero eso, se recordó Jack, no era culpa del Islam. La noche en que el nació, habían intentado matarlo cuando aún no había salido del vientre de su madre, y esas personas habían dicho ser católicos fanáticos. En todas partes los fanáticos eran fanáticos. La idea de que había personas que habían querido matar a su madre le daba ganas de tomar su Beretta.40. En cuanto a su padre, bueno, se sabía cuidar solo, pero atacar a las mujeres era pasarse demasiado de la raya y se trataba de una raya que se podía cruzar sólo una vez y sólo en una dirección. No había retorno.

Claro que él no recordaba nada. Los terroristas del ULA se habían ido a encontrar con su Dios, gracias al Estado de Maryland, antes de que él comenzara primer grado, y sus padres nunca tocaban el tema. Su hermana Sally sí lo hacía. Aún tenía sueños al respecto. Se preguntó si a sus padres les ocurriría lo mismo. ¿Terminaba uno por olvidar episodios así? En el History Channel había visto cosas que sugerían que los veteranos de la Segunda Guerra Mundial aún revivían escenas de combate por las noches, y eso había ocurrido hacía más de sesenta afios. Recuerdos como ésos debían de ser una condena.

"Sí, Junior".

"Este tipo Otto Weber, ¿qué es tan importante acerca de él? Parece tan emocionante como un helado de vainilla".

"Si eres malo, ¿lo anuncias con un letrero de neón en tu espalda, o tratas de ocultarte en la hierba?"

"Con las serpientes': completó Junior. "Lo sé, buscamos cosas pequefias':

"Como te dije. Haz aritmética de cuarto año. Agrégale una nariz. Y, sí, buscas cosas que deben ser casi invisibles, ¿de acuerdo? Eso es lo entretenido de este trabajo. Y las cositas inocentes son, en su mayor parte, sólo cositas inocentes. Si baja pornografía infantil de la web, no lo hace porque sea un terrorista. Lo hace porque es un pervertido. En la mayor parte de los países, eso no se castiga con la pena capital".

"Seguro que en Arabia Saudita, sí",

"Probablemente, pero apostaría a que no los andan buscando':

"Creí que eran todos puritanos': "Allí, la libido es cosa de cada uno. Pero si se te ocurre hacer algo con un niño verdadero, tendrás grandes problemas. Arabia Saudita es un lugar donde se respeta la ley. Puedes estacionar tu Mercedes y dejar puestas las llaves y cuando vuelvas seguirá allí. No puedes hacer eso ni siquiera en Salt Lake City".

"¿Has estado allí?", preguntó Jack.

"Cuatro veces. La gente es amigable siempre que la trates bien, y si te haces de un verdadero amigo allí, será un amigo para toda la vida. Pero sus reglas son distintas de las nuestras y el precio por romperlas puede ser muy elevado".

"Así que Otto Weber juega según las reglas".

Wills asintió. "Correcto. Ha adoptado el sistema completo, con religión y todo. Por eso les gusta. La religión es el centro de su cultura. Cuando alguien se convierte y vive según las reglas del Islam, le da validez a su cultura, y eso les gusta, como le gustaría a cualquiera. Sin embargo, no creo que Otto esté en el juego. Las personas que buscamos son sociópatas. Pueden surgir en cualquier parte. Algunas culturas los detectan temprano y los transforman -o los matan. Otras culturas, no. No somos tan buenos como debiéramos en ese aspecto, pero sospecho que los sauditas probablemente lo sean. Pero los que realmente saben hacerlo pueden aparecer en cualquier cultura y algunos de ellos se disfrazan con la religión. El Islam no es un sistema de creencias para sociópatas, pero puede ser pervertido para servir a gente así, lo mismo que el cristianismo. ¿Tomaste algún curso de psicología?"

"No, ojalá lo hubiera hecho", admitió Ryan

"Bien, cómprate unos libros. Léelos. Encuentra gente que sepa de estas cosas y hazle preguntas. Escucha sus respuestas". Wills regresó a su monitor.

Mierda, pensó Junior. Este trabajo se pone cada vez peor. ¿Cuánto tiempo pasaría, se preguntó, hasta que comenzaran a presionarlo para que encontrase algo útil? ¿Un mes? ¿Un año? ¿Qué demonios podía considerarse una nota que permitiera aprobar en el Campus? ¿y qué ocurriría exactamente si encontrara algo útil?

Regresó a Otto Weber…

No podían quedarse todo el día en sus habitaciones sin despertar sospechas. Mustafá y Abdulá comieron algo liviano en la cafetería y salieron. A tres cuadras de allí dieron con un museo de arte. La entrada era gratuita, pero una vez que entraron entendieron por qué. Era un museo de arte moderno y los cuadros y esculturas que allí se exhibían sobrepasaban completamente su capacidad de comprensión. Lo recorrieron durante unas dos horas y llegaron a la conclusión de que en México la pintura debía de ser barata. De todas formas, Es dio la ocasión de poner en práctica su apariencia mientras fingían admirar la basura que colgaba de las paredes y se alzaba en el suelo.

Luego, caminaron de regreso a su hotel. Lo único bueno era el clima. Era caluroso para las personas de origen europeo, pero agradable para los árabes, a pesar de la niebla gris. Mañana, verían otra vez el desierto. Tal vez por última vez.

Era imposible, incluso para una bien financiada agencia gubernamental, investigar todos los mensajes que atravesaban el ciberespacio cada noche, de modo que la NSA empleaba programas de computadora que buscaban frases clave. Las direcciones electrónicas de algunos terroristas confirmados o sospechados de serio habían sido identificadas a lo largo de los años, así como las computadoras servidoras de los proveedores de servicios de Internet. Esa operación empleaba grandes volúmenes de espacio de almacenamiento, de modo que constantemente llegaban a Port Meade, Maryland, camiones que traían nuevos dispositivos de almacenamiento en disco, los cuales eran conectados a las computadoras madre de modo que si una determinada persona era identificada, se podían leer sus mensajes de correo electrónico de los últimos meses o años. Era un juego del gato y el ratón. Por supuesto que los malos sabían que los programas de intervención buscaban determinadas frases o palabras, de modo que usaban sus propios códigos -lo cual era, en sr, otra trampa, ya que los códigos dan una falsa sensación de seguridad, a la que sacaba provecho una agencia que llevaba setenta años leyendo las mentes de los enemigos de los Estados Unidos.

Era un proceso que tenía límites. Un empleo demasiado generoso de la información de inteligencia de señales terminaba por revelar su propia existencia, de modo que quienes eran vigilados cambiaban sus sistemas criptográficos, comprometiendo así a la fuente. Por otro lado, emplearla poco era lo mismo que no tenerla. Desgraciadamente, los servicios de inteligencia se inclinaban más bien por esto último. La creación de un nuevo Departamento de Seguridad Territorial había diseñado, en teoría una unidad central de intercambio de toda la información referida a amenazas, pero el tamaño mismo de la nueva superagencia la había invalidado desde el primer momento. La información estaba allí, pero en cantidades demasiado grandes como para procesarla y con demasiados procesadores como para generar un producto útil.

Pero cuesta desprenderse de viejos hábitos. La comunidad de inteligencia permanecía intacta, tuvieran o no una superagencia por encima de sus propias burocracias, y, por segmentos, seguía intercomunicándose. Como de costumbre, se deleitaban en cuánto sabían en comparación con los que no estaban dentro, y preferían mantener las cosas así.

La principal forma de comunicación de la Agencia Nacional de Seguridad con la Agencia Central de Inteligencia consistía esencialmente en decir esto es interesante ¿qué te parece? Ello ocurría porque cada una de esas agencias tenía su propia ética corporativa. Hablaban distintos idiomas.

Pero al menos, pensaban en paralelo, no en líneas divergentes. En términos generales, la CIA tenía mejores analistas, la NSA era mejor en recolección de información. Había excepciones a ambas reglas generales; y, en ambos casos, los individuos realmente talentosos se conocían y, entre ellos, hablaban básicamente el mismo idioma.

Quedó claro que era así con el tráfico de cables entre ambas agencies de la mañana siguiente. Un analista de alto rango en Fort Meade se lo envío a su par en Langley con clasificación de tráfico-FLASH. Eso bastó para llamar la atención del Campus. Jerry lo vio a la cabeza de su listado diario de e-mails y lo llevó a la reunión de la mañana siguiente.

'Esta vez les vamos a picar donde les duele', dice el tipo. ¿Qué puede querer decir eso?", se preguntó Jerry Rounds en voz alta. Tom Davis había pasado la noche en Nueva York. Tenía un desayuno de negocios con gente de Morgan Stanley. Era un fastidio cuando los negocios interferían con los negocios.

"¿Cuán buena es la traducción?", preguntó Gerry Hendley.

"La nota al pie dice que en ese aspecto no hay problema. La intercepción es clara y libre de estática. Es una simple frase declarativa en árabe culto, sin matices especiales de los que preocuparse", declaró Rounds.

"¿Origen y receptor?", prosiguió Hendley.

"Se origina en un tipo llamado Fa'ad, apellido desconocido. Creemos que es uno de los tipos de operaciones de nivel medio -más bien del área de planificación que de la de acción. Está en algún lugar de Bahrein. Sólo habla por su celular cuando está en un auto en movimiento o en un lugar público, como un mercado o algo por el estilo. Hasta ahora no hay ni un dato sobre él. El receptor", continuó Bell, "es, supuestamente, un nuevo participante -más probablemente uno de los de siempre, con un teléfono celular recién donado. Es un viejo teléfono analógico, así que no pudieron generar un patrón de identificación de voz".

"De modo que parece que tienen una operación en marcha…" observó Hendley.

"Así parece", asintió Rounds. "índole y lugar desconocidos".

"De modo que no sabemos ni mierda". Hendley tomó su taza de café y frunció el ceño con una intensidad que hubiera necesitado de la escala Richter para ser medida. "¿Qué van a hacer al respecto?"

Respondió Granger: "Nada útil, Gerry. Están inmovilizados en una trampa lógica. Si hacen algo, por ejemplo subir el color del alerta, están dando la alarma y ya lo hemos hecho tantas veces que. se ha vuelto contraproducente. Si no se revelan el texto y la fuente, nadie lo tomará en serio. Si revelamos algo, quemamos la fuente para siempre".

"Y si no dan la alarma, el Congreso les meterá por el culo cualquier cosa que ocurra". Los funcionarios electos se sentirían más cómodos como parte del problema que como parte de la solución. Se podía obtener crédito político del gritar sin producir nada. De modo que la CIA y los demás servicios continuarían trabajando para identificar a los usuarios del teléfono celular que recibió la llamada. Era un trabajo investigativo lento y carente de emoción, y se llevaba a cabo a un ritmo que no podía ser el que pretendieran imponer políticos impacientes -y destinar más dinero al problema no ayudaba a solucionarlo, lo cual era doblemente frustrante para gente que sólo sabía hacer eso.

"De modo que enfrentan el asunto a medias, hacen algo que saben que no funcionará…"

"Y esperan un milagro", concluyó Granger.

Por supuesto que los departamentos de policía de todo Estados Unidos serían alertados -pero nadie sabía para qué ni contra qué amenaza. Y de todas formas los policías siempre estaban atentos a detener e interrogar a todas las personas con aspecto de provenir de Oriente Medio, al punto de que ya estaban aburridos de lo que casi siempre resultaba un ejercicio improductivo, que además ya estaba produciendo una creciente presión por parte de la Unión Americana por los Derechos civiles. Ya había seis casos de detenidos por "portación de cara de árabe", cuatro de los cuales eran médicos y dos estudiantes demostrablemente inocentes que habían sido interrogados con cierto exceso de vigor por policías locales. Fuera cual fuere la jurisprudencia que surgiera de esos casos, sin duda haría más mal que bien. Era, como dijo Sam Granger, una trampa lógica.

El ceño de Hendley se frunció un poco más. Sin duda, la misma expresión se repetía en media docena de agencias de gobierno, las cuales, a pesar de todos sus recursos y personal, eran más o menos tan útiles como tetas en un jabalí. "Podemos hacer algo?", preguntó.

"Mantenemos alertas y llamar a la policía si vemos algo fuera de lo común", respondió Granger. "A no ser que tengamos una pistola a mano".

"Para matar a algún pobre desgraciado que probablemente esté tomando clases de cómo ser un buen ciudadano", añadió Bell. "No vale la pena".

Tendria que haberme quedado en el Senado, pensó Hendley. Al menos, ser parte del problema tenía sus satisfacciones. Era bueno dar libre curso al mal humor cada tanto. Gritar aquí hubiera sido totalmente improductivo, además de malo para la moral de su gente.

"De acuerdo, entonces fingimos que somos ciudadanos comunes", dijo finalmente el jefe. Su personal directivo asintió y continuó discutiendo los asuntos de rutina laboral. Sobre el fin de la reunión, Hendley le preguntó a Rounds como se desempeñaba el nuevo muchacho.

"Tiene la inteligencia de preguntar mucho. Lo estoy haciendo verificar a financistas confirmados o sospechosos para ver si detecta transferencias sin explicación".

"Si soporta hacer eso, que Dios lo bendiga", observó BelI. "Es como para enloquecer a cualquiera".

"La paciencia es una virtud", dijo Gerry. "Lo dificil es adquirida".

"¿Alertamos a toda nuestra gente sobre esta comunicación?"

"No estaría mal", respondió Bell.

"Denlo por hecho", Es dijo Granger a todos.

"Mierda", observó Jack quince minutos más tarde. "¿Qué significa?"

"Lo sabremos mañana, la semana que viene o nunca", respondió Wills

"Fa'ad… conozco ese nombre Jack fue a su computadora e invocó algunos archivos. "iSi! Es el tipo de Bahrein. ¿Cómo es que la policía local no lo hizo sudar un poco?"

"Aún no saben que existe. Hasta ahora, rastrearlo ha sido cosa de la NSA pero tal vez Langley vea si puede averiguar más acerca de él".

"¿Son tan buenos como el FBI para el trabajo policial?"

"En realidad no, no lo son. Es otro entrenamiento, pero no está tan lejos de lo que cualquiera puede hacer…

El joven Ryan lo interrumpió. "Mentira. Los policías son buenos para interpretar cómo es una persona por su aspecto. Es una habilidad adquirida e interrogar también es algo que se aprende".

"¿Quién lo dice?", preguntó Wills.

"Mike Brennan. Era mi guardaespaldas, me enseñó mucho".

"Bueno, un buen espía también debe saber interpretar el aspecto de las personas. Su vida puede depender de ello".

"Puede ser, pero si quieres que alguien arregle tus ojos, ve donde mi madre. Para los oídos, ve a otro lado".

"De acuerdo, tal vez sea así. ¡Por ahora, ve qué tienes de nuestro amigo Fa'ad!'

Jack regresó a la computadora. Retrocedió hasta la primera conversación que interceptaron. Luego lo pensó mejor y fue hasta el comienzo mismo, a la primera vez que les llamó la atención. "¿Por qué no cambia de teléfono?"

"Tal vez sea perezoso. Estos tipos son astutos, pero también tienen puntos débiles. Se crean hábitos. Son astutos, pero carecen del entrenamiento formal que tiene un agente de la KGB o algo así'.

La NSA tenía un gran puesto de escucha clandestina en Bahrein, con base en la embajada de los Estados Unidos y reforzado por las naves de guerra de la armada norteamericana que tocaban tierra regularmente allí y que, en ese lugar, no eran considerados como una amenaza electrónica. Los equipos de la NSA que iban en ellos interceptaban aun las comunicaciones por teléfono celular de la gente que paseaba por la costa.

"Éste es un tipo sucio", observó un minuto después. "Estoy totalmente seguro de que es malo".

"También ha sido un buen barómetro. Ha dicho muchas cosas que resultaron interesantes".

"De modo que sería bueno que alguien le echara el guante".

"Eso creen en Langley".

"¿Cuán importante es la estación Bahrein?"

"Seis personas. Jefe de estación, dos agentes de campo, tres empleados, de señales y cosas así.

"¿Eso es todo? ¿Allí? ¿Sólo un puñado?"

"Así es", confirmó Wills.

"Bueno. Yo le preguntaba a papá acerca de esto. Su respuesta solía ser encogerse de hombros y gruñir".

"Trató con ahínco de obtener más fondos y personal para la CIA. Pero el Congreso no siempre estuvo de acuerdo".

"¿Y nunca le echamos el guante a un tipo, y, sabes, 'conversamos' con él?"

"Últimamente no:'

"¿Por qué?

"Falta gente", respondió simplemente Wills. "El problema de los empleados es que todos pretenden cobrar. No somos tan grandes".

"¿Y por qué la CIA no le pide a la policía local que lo aprese? Bahrein es un país amigo".

"Amigo, no vasallo. Tienen sus ideas sobre los derechos civiles, y no coinciden con las nuestras. Además, no puedes prender a un tipo por lo que sabe y lo que piensa. Sólo por lo que hizo. Y, como ves, no sabemos que haya hecho nada".

"Bien, entonces hacerlo seguir".

"¿Y cómo puede la CIA hacer eso con sólo dos agentes de campo?",preguntó Wills.

"iDios mío!"

"Bienvenido al mundo real, Junior". La Agencia debió haber reclutado algunos agentes, tal vez policías de Bahrein para ayudar con trabajos asi, pero eso no había ocurrido. Claro que también el jefe de estación podría haber solicitado más personal, pero los agentes de campo que hablaran árabe y parecieran árabes no abundaban en Langley, y los que había, estaban destinados a lugares que los requerían con más urgencia.

El encuentro se realizó según lo planeado. Había tres vehículos, cada uno con un conductor que casi no hablaba y que cuando lo hacía, era en castellano. El camino era agradable, y les recordaba un poco su tierra natal. El conductor era cauteloso: no corría ni hacía nada que llamara la atención, pero de todas maneras se desplazaban a buen ritmo. Casi todos los árabes fumaban cigarrillos, exclusivamente marcas estadounidenses como Marlboro. También Mustafá se preguntaba -como lo hacía Mohammed en su momento- qué hubiera dicho el Profeta acerca de los cigarrillos. Probablemente nada bueno, pero no había dicho nada, ¿no? De modo que Mustafá podía fumar cuanto quisiera. A fin de cuentas, el tema del posible daño a su salud era de muy relativo interés en esos momentos. Esperaba vivir unos cuatro o cinco días más, no más, si las cosas salían como estaba planeado. Había supuesto que sus hombres conversarían nerviosamente, pero ello no ocurrió. Casi no decían ni una palabra. Sólo miraban inexpresivamente los campos que atravesaban, una cultura acerca de la que nada sabían ni sabrían nunca.

"Bien, Brian, aquí está tu permiso de portación", le dijo Pete Alexander entregándoselo.

Podría haber sido otra licencia de conductor, cabía justo en la billetera. "Así que ya estoy habilitado para andar armado por la calle?"

"En la práctica, ningún policía va a sancionar a un oficial de la infantería de marina por llevar una pistola, oculta o no, pero es mejor cuidar los detalles. ¿Llevarás la Beretta?"

"Estoy acostumbrado a ella, y los quince disparos dan seguridad. ¿Cómo tengo que llevarla?"

"Usa una así, Aldo", dijo Dominic mostrando su riñonera. Parecía un cinto de esos para esconder dinero o el tipo de bolso que usan las mujeres más bien que los hombres. Tiró de un cordón y el bolso se abrió, revelando la pistola y dos cargadores suplementarios. "Muchos agentes usan esto. Más confortable que una funda de cadera. Si haces un viaje largo en auto, ésas se te pueden clavar en los riñones".

Por el momento, Brian la llevaría metida en el cinto. "¿A dónde vamos hoy, Pete?"

"De vuelta al centro de compras. Más rutinas de seguimiento".

"Qué bien" respondió Brian. "¿Por qué no tienen píldoras de la invisibilidad?"

"H. G. Wells se llevó la fórmula a la tumba."

CAPÍTULO 9

Encuentro con Dios

A Jack le tomó unos treinta y cinco minutos llegar con su auto al Campus. Durante todo el camino escuchó la Edición Matutina de NPR pues, como su padre, no escuchaba música contemporánea. Sus paralelismos con su padre habían fastidiado y fascinado a John Patrick Ryan Jr. durante toda su vida. Había tratado de combatirlos durante casi toda su adolescencia, tratando de establecer una identidad diferenciada de su formal padre, pero en la universidad, casi sin haberse dado cuenta, el proceso se había revertido. Por ejemplo, que sus citas fuesen sólo con chicas que le parecían buenas candidatas a esposa le parecía lo sensato, aunque aún no dado con una que le pareciera perfecta. Aunque no lo sabía constantemente, su punto de referencia a ese respecto era su madre. Inicialmente, le había molestado que los profesores de Georgetown dijeran que era una astilla del palo de su padre, e incluso hasta se sintió ofendido, luego se recordó de que su padre no era tan malo. Podía haber sido peor. Había visto mucha rebelión, incluso en una universidad tan conservadora como Georgetown, con sus tradiciones jesuíticas y su rigor académico. Incluso, algunos de sus compañeros de curso se empeñaban en demostrar su rechazo a sus propios padres, pero ¿quién podía ser tan idiota para hacer algo así? Por más convencional y anticuado que fuese su padre, habia sido, para lo que son los papás, un buen papá. Nunca lo había abrumado, y le había permitido seguir su propia inclinación y elegir su propio camino ¿confiando, tal vez, en que los resultados serían buenos?, se preguntó Jack. Pero no, si su padre hubiese hecho las cosas con un sesgo tan conspirativo, Jack lo hubiera notado, ¿o no?

Pensó en las conspiraciones. Había habido mucho sobre eso en los diarios y en libros de baja calidad. Su padre había bromeado más de una vez con que haría pintar de negro su helicóptero "personal" del Cuerpo de Infantería de Marina. Hubiera sido divertido, pensó Jack. En ese aspecto, su padre sustituto había sido Mike Brennan, a quien bombardeaba habitualmente con sus preguntas, muchas referidas a conspiracion. Había sentido una gran decepción al enterarse de que el Servicio Secreto de los Estados Unidos estaba convencido en un ciento por ciento que fue Lee Harvey Oswald por su cuenta quien mató a Jack Kennedy En su academia en Beltsville, cerca de Washington, Jack había tenido en sus manos, e incluso disparado, una réplica del fusil Mannlicher-Carcano de 6,5 milímetros que le quitó la vida a Kennedy y había recibido el informe completo sobre el caso -para su propia satisfacción, aunque no para la de la industria de la conspiración que tan ferviente y comercialmente prefería creer otra cosa. Estas personas habían llegado a afirmar que su padre, como ex oficial de la CIA, había sido el beneficiario último de una conspiración que se había prolongado durante cincuenta años para darle a la CIA las riendas del gobierno. Seguro. Como la Comisión Trilateral y la Orden Mundial de Masones y cualquier otra cosa que a los escritores de ficción se les pasase por la cabeza. Había oído muchos relatos sobre la CIA de su padre y de Mike Brennan, pocos de los cuales se centraban en la eficacia de esa agencia gubernamental. Era bastante buena, pero de ninguna forma tan competente como pretendía Hollywood. Pero probablemente Hollywood creyera que Roger Rabbit era real al fin y al cabo, su película había ganado dinero, ¿verdad? No, la CIA tenía un par de deficiencias profundas…

Y ¿era el Campus la forma de subsanarlas? Ésa era la cuestión. Bah, pensó Junior mientras tomaba la ruta 29, después de todo, los de la teoría de la conspiración no se equivocan… Su respuesta interior a esto fue un resoplido y una mueca burlona.

No, el Campus no era en absoluto así, como el SPECTRE de las viejas películas de James Bond o el THRUSH de la serie del Agente de CIPOL que daban por televisión en función trasnoche. La teoría de la conspiración dependía de que muchas personas mantuvieran la boca cerrada y, como Mike le dijo muchas veces, los malos no saben hacerlo. No había sordomudos en las prisiones federales, le dijo Mike muchas veces, pero los idiotas de los delincuentes no se daban cuenta de que era así. Hasta la gente que él rastreaba tenía ese problema y se suponía que eran inteligentes y altamente motivados. O así lo creían ellos. Pero, no. ni siquiera ellos eran Los Malos de las películas. Necesitaban hablar y hablar sería su caída. Se preguntó por qué sería: ¿la gente que hacía el mal necesitaba jactarse, o necesitaba a otros que le dijesen que estaba haciendo el bien de una forma perversa en la que todos estaban de acuerdo? Los tipos que él rastreaba eran musulmanes, pero había otros musulmanes. Su padre y él conocían al príncipe Alí de Arabia Saudita y era un buen tipo, era quien le había dado a su padre la espada de la cual había tomado su nombre en código del Servicio Secreto, y aún pasaba por su casa al menos una vez al año porque los sauditas, una vez que uno se hacía amigo de ellos, eran la gente más leal del mundo. Claro que ayudaba si uno era un ex presidente. O, en su caso, el hijo de un ex presidente, comenzando una carrera en el mundo "negro".

Caramba, ¿como reaccionará papá a esto?, se preguntó Jack. Va a estar furioso. ¿y mamá? Le dará un auténtico ataque de histeria. Sonrió y giró a la izquierda. Pero no hacía falta que mamá se enterase. Ella y el abuelo se creerían la historia de fachada, papá no. Papá había ayudado a crear ese lugar. A fin de cuentas, tal vez sí necesitaba un helicóptero negro de ésos. Se deslizó a su lugar de estacionamiento, el número 127. El Campus no podía ser tan grande y poderoso, ¿no? No con menos de ciento cincuenta empleados. Cerró las puertas y entró en el edificio, pensando que esto de ir-cada-mañana-al-trabajo no tenía ninguna gracia. Pero todos deben comenzar de alguna manera.

Como casi todos los demás, entró por la puerta trasera. Allí había un mostrador de recepción/seguridad. A cargo estaba Emie Chambers, antiguo sargento de primera clase en la 18 División de Infantería. Su chaqueta de uniforme azul exhibía una insignia en miniatura de Infante de Combate, por si alguien no hubiese notado los anchos hombros y los duros ojos negros. Tras la primera guerra del Golfo, había pasado de infante a policía militar. Probablemente fue bueno imponiendo la ley y dirigiendo el tránsito, pensó Jack, saludándolo con la mano.

"Eh, señor Ryan".

"Buen día, Emie".

"Para usted, señor". Para el ex soldado, todos eran "señor".

Cerca de Ciudad Juárez, eran dos horas más temprano. La camioneta se detuvo en una estación de servicio, junto a un grupo de cuatro vehículos. Detrás de ellos estaban los otros autos que los habían seguido hasta la frontera con los Estados Unidos. Los hombres se despertaron y, tambaleándose, salieron a desperezarse en el frío aire de la mañana.

Aquí lo dejo, señor", le dijo el conductor a Mustafá. "Ahora irán con el hombre del Ford Explorer. Vayan con Dios, amigos". La más encantadora de las despedidas:

vaya con Dios.

Mustafá caminó unos pasos hasta un hombre más bien alto, que lucía un sombrero de vaquero. No parecía muy limpio, y sus bigotes necesitaban un recorte. "Buenos días. Soy Pedro. Los llevaré por lo que queda de camino. ¿Son cuatro, verdad?"

Mustafá asintió. "Así es".

"Hay botellas de agua en la camioneta. Tal vez quieran comer algo. Pueden comprar lo que deseen allí. Señaló al edificio. Mustafá y sus colegas compraron algunas cosas y, diez minutos más tarde, estaban a bordo de los vehículos y partían.

Se dirigieron hacia el oeste, sobre todo por la ruta 2. De inmediato, los automóviles se dispersaron, abandonando su formación ordenada. Eran cuatro vehículos subutilitarios de fabricación estadounidense, todos cubiertos de una espesa capa de mugre y polvo que hacía que no pareciesen tan nuevos. Detrás de ellos, el sol salió, arrojando sombra sobre la tierra parda.

Al parecer, Pedro había dicho todo lo que tenía que decir en la estación de servicio. Ahora no decía nada, sólo eructaba cada tanto y fumaba sin cesar. Tenía puesta la radio en una emisora AM y tarareaba a la par de la música en castellano. Los árabes permanecían callados.

"Eh, Tony", saludó Jack. Su compañero de trabajo ya estaba sentado frente a su terminal.

"Hola", respondió Wills.

"¿Ocurre algo interesante esta mañana?"

"Desde ayer, nada, pero Langley vuelve a hablar de cubrir a nuestro amigo Fa'ad".

"¿Por qué lo hacen, realmente?"

"Sé tanto como tú. El jefe de estación de Bahrein dice que necesita más personal para hacerlo, y seguramente la gente de personal de Langley está pasándose la responsabilidad de uno a otro".

"Papá dice que el gobierno realmente está conducido por contadores y abogados".

"En eso no se equivoca demasiado, amiguito. Aunque sólo Dios sabe en cuál de esas categorías cabe Ed Kealty. ¿Qué piensa de él tu papá?"

"No soporta al hijo de puta. No habla en público sobre la nueva administración porque dice que eso no está bien, pero si durante la cena se te ocurre mencionar al tipo, es capaz de mandarte de vuelta a tu casa. Es curioso. Papá detesta la política y realmente trata de no perder los estribos, pero sin duda que no le enviará una tarjeta de Navidad a este tipo. Pero se calla, no les habla de eso a los periodistas. Mike Brennan me dice que al Servicio Secreto tampoco le gusta el tipo nuevo. Y a ellos les debe gustar".

"Ser profesional tiene su precio", asintió Wills.

Junior encendió su computadora y le echó una mirada al tráfico nocturno entre Langley y Fort Meade. Su volumen impresionaba más que su contenido. Al parecer, su nuevo amigo Uda…

"Nuestro amigo Sali comió con alguien ayer", anunció Jack.

"¿Con quién?", preguntó Wills.

"Los británicos no saben quién es. Aspecto árabe, unos veintiocho años, barbita angosta, bigote, pero no lo identifican. Hablaban en árabe, pero nadie se acercó lo suficiente como para oir nada".

"¿Dónde comieron?"

"En un pub en Tower Hillilamado Hung, Drawn and Quartere". Queda cerca del distrito financiero. Uda bebió Perrier. Su amigo, una cerveza y comieron lo que los británicos llaman ploughman's lunch, comida del labrador, es decir, pan y queso. Se sentaron en un reservado en un angulo, de modo que a quien vigilaba le fue diffcil acercarse a escuchar"

"Querían privacidad. No significa necesariamente que sean malos. ¿Los británicos los siguieron?"

"No. Es probable que sólo tengan un hombre destinado a seguir a Uda.

"Es probable", asintió Wills.

"Pero dicen que tienen una foto del nuevo personaje. No la incluyen en el informe".

"Seguramente quien vigilaba era alguien del Servicio de Seguridad, el MIS. Posiblemente un chico nuevo. A Uda no se lo considera muy importante, al menos no tanto como para merecer una cobertura completa. Ninguna de esas agencias cuenta con los recursos humanos que quisiera. ¿Algo más?"

"Algunas operaciones financieras esa tarde. Parecen pura rutina", dijoJack mientras las miraba. Busco algo pequeño e inofensivo se recordó. Pero las cosas pequeñas e inofensivas eran, en su mayoría, pequeñas e inofensivas. Uda movía dinero a diario, en cantidades grandes y pequeñas. Como su especialidad era la preservación de capital, especulaba rara vez y sus negocios eran ante todo del tipo inmobiliario. Londres -Gran Bretaña- en general era un buen lugar donde preservar el dinero. Los precios de la propiedad inmueble eran más bien altos, pero muy estables. Si uno comprara algo, era probable que su precio no subiera mucho, pero difícilmente sufriera una caída catastrófica. De modo que el papá de Uda dejaba que su niño saliera a estirar las piernas, pero no lo dejaba jugar en medio del tránsito. ¿Cuánta liquidez personal tendría Uda? Como les pagaba a sus putas en efectivo y con bolsos caros, debía de tener su propia fuente de efectivo. Tal vez fuese modesta, pero "modesto" según los parámetros sauditas no eran lo que muchos otros considerarían precisamente modesto. A fin de cuentas, el muchacho conducía un Aston Martin y no vivía en un estacionamiento para casas rodantes… de modo que…

"¿Cómo diferencio entre la forma en que Sali invierte el dinero de su familia y el suyo?"

"No hay forma. Creemos que tiene dos cuentas, secretas y estrechamente relacionadas. Lo mejor que puedes intentar es echarle una mirada a los resúmenes quincenales que le envía a su familia".

Jack gruñó. "Qué bien, me llevará un par de días reunir todas las transacciones y analizarlas"

"Ahora sabes por qué no eres contador, Jack", dijo Wills con una risita.

Jack estuvo a punto de contestar de mal modo, pero sólo había una forma de llevar a cabo esa tarea y era su trabajo, ¿verdad? Primero intentó ver si podía abreviarla por medio de su programa. No. Aritmética de cuarto año, agrégale una nariz. Qué divertido. Al menos, para cuando terminara, sería más hábil en eso de ingresar cifras con el tablero numérico de la derecha de su teclado. ¡Eso era algo a lo que aspirar! ¿Por qué no empleaba el Campus algunos contadores forenses?

Dejaron la ruta 2 en un desvío a la izquierda, un camino de tierra que se internaba en el norte. Era un camino muy trajinado, a juzgar por las huellas, muchas de ellas recientes. La región era más bien montañosa. Los auténticos picos de las Montañas Rocallosas estaban más al oeste, lo suficientemente lejos como para que no se viesen, pero el aire de aquí estaba ligeramente más enrarecido que el que él acostumbraba respirar, y sería una caminata calurosa. Se preguntó cuánto duraría y cuán cerca estarían de la frontera con los Estados Unidos. Había oído decir que la frontera entre México y los Estados Unidos estaba vigilada, pero no bien vigilada. Los estadounidenses podían ser letalmente competentes en algunos aspectos, pero totalmente infantiles en otros. Mustafá y sus hombres esperaban evitar lo primero y aprovechar lo segundo. A eso las once de la mañana, vio un gran camión con aspecto de caja a la distancia, y su vehículo se dirigió hacia éste. El Ford Explorer se acercó hasta unos cien metros del camión y se detuvo. Pedro apagó el motor y salió.

"Aquí estamos, amigos", anunció. "Espero que estén listos para caminar".

Los cuatro salieron y, como antes, estiraron las piernas y echaron una mirada alrededor. Un nuevo hombre caminó hacia ellos, mientras los otros vehículos subutilitarios se detenían y sus pasajeros descendían.

"Hola, Pedro", saludó el mexicano recién llegado, evidentemente un nuevo amigo.

"Buenos días, Ricardo. Aquí está la gente que quiere ir a Estados Unidos.

"Hola". Es estrechó las manos a los cuatro primeros. "Me llamo Ricardo y soy su coyote".

"¿Qué?", preguntó Mustafá.

"Sólo es una forma de decir. A cambio de una tarifa, ayudo a gente a cruzar la frontera. En su caso, por supuesto, ya me han pagado".

"¿Cuán lejos?"

"Diez kilómetros. Poca cosa", dijo con aire tranquilizador. "El terreno es casi todo como éste. Si ven una serpiente, sólo evítenla. No los perseguirá. Pero en un radio de un metro, puede atacar y matar. Fuera de eso no hay nada que temer. Si ven un helicóptero, deben arrojarse al suelo y quedarse inmóviles. Los estadounidenses no vigilan bien sus fronteras, y lo que es curioso,lo hacen mejor de noche que de día. También hemos tomado algunas precauciones".

"¿Cuáles?"

"Había treinta personas en ese vehículo", dijo, señalando al gran camión que hablan visto llegar. "Irán por delante y al oeste de nosotros. Si atrapan a alguien, será a ellos".

"Cuánto tomará?"

"Tres horas. Menos, si están en buen estado físico. ¿Tienen agua?"

"Conocemos el desierto", le aseguró Mustafá.

"Como digas. Partamos, pues. Sígueme, amigo", y Ricardo comenzó a andar hacia el norte. Usaba color caqui, llevaba un cinturón de estilo militar con tres cantimploras, binoculares de estilo militar, más un sombrero blando como los del ejército. Sus botas estaban bien gastadas. Su andar era decidido y eficiente, y su velocidad no era jactanciosa, sino simplemente la forma más eficaz de ganar terreno. Lo siguieron en fila india para ocultar su verdadero número en caso de que alguien los viera desde lejos. Mustafá, a unos cinco metros por detrás del coyote, la encabezaba.

Había una galería de tiro de pistola a unos trescientos metros de la casa. Estaba al aire libre y tenía blancos de acero, iguales a los de la academia del FBI, con dianas circulares del tamaño aproximado de una cabeza humana. Producían un agradable tañido cuando se acertaba y caían, como lo haría una persona alcanzada en esa parte del cuerpo. Enzo resultó ser mejor, en ese ejercicio. Aldo explicó que en el Cuerpo de Infantes de Marina no se enfatizaba mucho el tiro con pistola, mientras que el FBI le prestaba especial atención, pues consideraba que un arma larga era mucho más difícil de apuntar con precisión… El hermano FBI usaba la llamada "posición Weaver" de disparo, en la que se sostiene el arma con ambas manos, mientras que el infante de marina tendía a pararse derecho y disparar con una mano, al modo que se enseña en las fuerzas armadas.

"Eh, Aldo, eso sólo sirve para que seas blanco fácil", le advirtió Dominic.

"¿Ah sí?" Brian disparó tres tiros en rápida sucesión y obtuvo tres satisfactorias campanadas como resultado. "Es difícil disparar con un tiro entre las cejas; ¿no te parece hermano?"

"¿Y qué es esta mierda de un-tiro/una-baja? Si vale la pena balear algo una vez, valdrá la pena balearlo dos".

"¿Cuántos le metiste a ese hijo de puta de Alabama, hermano?"

"Tres. No quise correr riesgos", explicó Dominic.

"Tú lo has dicho, hermano. Eh, déjame probar tu Smith".

Dominic descargó su arma antes de pasársela. Le entregó el cargador, aparte. Brian la accionó descargada unas cuantas veces para acostumbrarse a cómo se sentía, luego cargó y disparó. Su primer disparo hizo resonar una de las dianas de cabeza. El segundo también. El tercero falló, pero no el cuarto, un tercio de segundo más tarde. Brian devolvió el arma. "Se siente distinta", explicó.

"Te acostumbrarás", aseguró Dominic.

"Gracias, pero prefiero contar con seis tiros más en el cargador".

"Cuestión de gustos".

"De todas maneras, ¿para qué tanta práctica de disparar a la cabeza?", se preguntó Brian. "Seguro, si uno está de francotirador, es el mejor modo de aprovechar cada tiro, pero no con pistola".

"Acertarle a un tipo en la cabeza a una distancia de quince metros", respondió Pete Alexander, "es una habilidad que puede resultar útil. No conozco mejor forma de zanjar una discusión".

"¿De dónde vino usted?", preguntó Dominic.

"No estuviste atento a lo que te rodea, agente Caruso. Recuerda que hasta Adolf Hitler tenía amigos. ¿No te lo enseñaron en Quantico?"

"Bueno, sí, reconoció Dominic, algo alicaído.

"Una vez que eliminas a tu objetivo primario, reconoces el área para ver si no tenía ningún amigo por ahí. O abandonas el sitio lo antes que puedes. O ambas cosas".

"¿Se refiere a huir?", preguntó Brian.

"No si no cuentas con una vía de escape. Hay que retirarse sin llamar la atención. Tal vez entrar en una librería y comprar algo, tomarse un café, lo que sea. La decisión debe estar basada en las circunstancias, pero siempre manteniendo en mente cuál es el objetivo. El objetivo es siempre alejarse del área inmediata tan rápido como lo permitan las circunstancias. Si te mueves demasiado rápido, te harás notar. Si eres lento pueden recordar haberte visto cerca de tu objetivo. Nadie informará sobre alguien a quien no notó. De modo que tienes que ser uno de aquellos que no se notan. Cómo te vistes, cómo actúas sobre el terreno, la forma en que caminas, la forma en que piensas, todas deben estar diseñadas para hacerte invisible", les dijo Alexander.

"En otras palabras, Pete, lo que dices es que una vez que matemos a esa gente a quienes se nos entrena para asesinar", observó quedamente Brian, "debemos poder escapar para salimos con la nuestra".

"¿Prefieres que te atrapen?", preguntó Alexander.

"No, pero la mejor forma de matar a alguien es meterle un tiro en la cabeza con un buen rifle desde una distancia de doscientos metros. Eso siempre funciona".

"¿Y si quieres matarlo de forma en que nadie se entere de que fue asesinado?", preguntó el oficial de entrenamiento.

"¿Cómo demonios harías eso?", preguntó Dominic.

Llegaron a los restos de alguna clase de vallado. Ricardo no hizo más que atravesarlo, por un agujero que no parecía reciente. Los postes habían estado pintados de un vívido color verde, que la herrumbre había carcomido casi por completo. La cerca en sí estaba en un estado aún más calamitoso. Atravesarla fue el menor de sus problemas. El coyote avanzó unos cincuenta metros más, escogió una gran peña, se sentó, encendió un cigarrillo y tomó un trago de su cantimplora. Era su primer alto. La caminata no había sido difícil, y resultaba evidente que la había hecho muchas veces. Mustafá y sus amigos no sabían que había hecho cruzar la frontera a cientos de grupos por esa misma ruta y que sólo había sido arrestado una vez -cosa que no lo había afectado demasiado, más allá de que hirió su orgullo. En aquella ocasión, también había renunciado a sus honorarios, pues era un coyote honorable. Mustafá se le acercó.

"¿Tus amigos están bien?", preguntó Ricardo.

"No fue muy exigente", replicó Mustafá, "y no vi serpientes".

"No hay muchas por aquí. La gente las balea, o las mata con piedras. A nadie le agradan mucho las víboras"

"¿Son realmente peligrosas?" "Sólo si eres imprudente y, aun así, es poco probable que te maten. Te sentirás mal durante unos días. Sólo eso, pero hace que caminar sea muy doloroso. Esperaremos aquí unos minutos. Llegamos antes de lo previsto. Ah, por cierto, bienvenido a los Estados Unidos, amigo".

"¿Esa valla era todo?", preguntó atónito Mustafá.

"Los norteamericanos son ricos e inteligentes, pero perezosos. Mi gente no iría ahí si no fuera porque hay tareas que los gringos son demasiado haraganes para hacer por su cuenta".

"¿Cuánta gente haces entrar en los Estados Unidos, entonces?"

"¿Te refieres a mí? Miles. Muchos miles. Me pagan bien. Tengo un buena casa, y otros seis coyotes trabajan para mí. Lo que preocupa a los gringos es la gente que pasa droga por las fronteras, y evito hacerlo. No vale la pena. Dejo que dos de mis hombres lo hagan. Es que se paga muy bien".

"¿Qué clase de drogas?", preguntó Mustafá.

"La clase por la cual me paguen". Sonrió y tomó otro sorbo de la cantimplora.

Mustafá se volvió hacia Abdulá.

"Creí que sería una caminata difícil", observó su segundo.

"Sólo para los de ciudad", replicó Ricardo. "Éste es mi territorio. Nací en el desierto".

"También yo", observó Abdulá. "Bonito dfa". No tuvo que añadir que era mejor que estar sentado en la caja del camión.

Ricardo encendió otro Newport. Le gustaban los cigarrillos mentolados, eran más suaves en la garganta. "No hace calor hasta dentro de un mes, tal vez dos. Pero entonces se pone caluroso de verdad y lo prudente es llevar una buena provisión de agua. La madre naturaleza no tiene amor ni piedad", observó el coyote. Sabía dónde había un lugar para tomar una cerveza al fin del camino, antes de dirigirse a El Paso, al este. Desde allí, regresaría a su confortable hogar en Ascensión, lo suficientemente lejos de la frontera como para no ser incomodado por aspirantes a emigrar, quienes tenían la mala costumbre de robarse lo que les parecía útil para el cruce. Se preguntó si habría muchos robos del lado gringo de la frontera, pero ése no era su problema, ¿no? Terminó su cigarrillo y se puso de pie. "Tres kilómetros más, amigos".

Mustafá y sus amigos se pusieron en fila y comenzaron el camino hacia el norte. ¿Sólo tres kilómetros más? En su país, caminaban más que eso para llegar a la parada de autobús.

Teclear números en un teclado era más o menos tan divertido como correr desnudo en un jardín de cactus. Jack era de la clase de persona que necesitaba estimulo intelectual, y mientras que hay personas que lo encuentran en la contabilidad investigativa, ése no era su caso.

"Aburrido, ¿eh?", preguntó Tony Wills.

"Terriblemente", confirmó Jack.

"Bueno, ésta es la realidad de la recolección y procesamiento de información de inteligencia. Aun cuando sea información excitante, es una tarea aburrida a no ser que uno realmente le tome el rastro a un zorro particularmente elusivo. En ese caso, puede hasta llegar a ser divertido, pero nunca es como vigilar al sujeto sobre el terreno. Nunca hice eso".

"Tampoco papá", observó Jack.

"Depende de qué historias hayas leído. Tu papi a veces se encontraba en el extremo duro de las cosas. No creo que le haya gustado mucho. ¿Te habló alguna vez de eso?"

"Jamás. Ni una sola vez. Creo que ni mamá sabe nada de eso. Bueno, con excepción del asunto del submarino, pero la mayor parte de lo que sé viene de libros y cosas así. Un día le pregunté a papá y lo único que dijo fue: '¿Crees todo lo que sale en los diarios?' Incluso cuando el ruso ése, Gerasimov, salió por televisión, papá no hizo más que refunfuñar"

"En Langley se decía que era un agente de primera categoría. Mantenía los secretos como se suponía que debía hacerlo. Pero trabajaba sobre todo en el séptimo piso. Yo nunca llegué tan arriba".

"Tal vez me puedas decir algo".

"¿Como qué?" "Gerasimov, Nikolay Borissovich Gerasimov. ¿Realmente era el jefe de la KGB? ¿Papá realmente lo hizo salir de Moscú?"

Wills dudó un momento, pero no había forma de evitarlo. "Sí. Era el jefe de la KGB y, sí, tu padre organizó su deserción".

"¿En serio? ¿Cómo demonios hizo papá para arreglar eso?"

"Es una historia muy larga y no estás autorizado para conocerla".

"Entonces por qué denunció a papá?"

"Porque desertó de mala gana. Tu padre lo forzó. Quedó con ansias de revancha incluso después de que tu papá llegó a presidente. Pero, sabes, Nikolay Borissovich cantó, tal vez no como un canario, pero cantó. Ahora está en el Programa de Protección de Testigos. Cada tanto lo llevan a que cante un poco más. La gente que uno atrapa no te da todo de una vez, de modo que hay que repasarla cada tanto. Hace que se sienta importante, generalmente, lo suficiente como para cantar un poco más. Así y todo, no está aquí de buena gana. No puede volver a su casa. Le pegarían un tiro. Los rusos no son muy clementes que digamos en asuntos de traición al Estado. Bueno, nosotros tampoco. De modo que vive bajo protección federal. Lo último que oí de él es que se está dedicando al golf. Su hija se casó con algún estúpido aristócrata de vieja fortuna en Virginia. Ahora ella es ciento por ciento estadounidense, pero su papi se sentirá infeliz hasta el último día de su vida. Quería adueñarse de la Unión Soviética, y esto lo digo muy en serio, pero tu padre le arruinó el proyecto para siempre, y a Nico eso aún le duele".

"Vaya, vaya".

"¿Alguna novedad de Sali?", preguntó Wills, trayendo las cosas de vuelta a la realidad.

"Poca cosa. Cincuenta mil por aquí, ochenta mil por allá -libras, no dólares. A cuentas de las que no sé mucho. Gasta una suma de entre dos mil y ocho mil libras a la semana en lo que para él deben de ser gastos corrientes".

"¿De dónde sale ese efectivo?", preguntó Wills.

"No está del todo claro, Tony. Supongo que saca un poco de la cuenta de la familia, tal vez un dos por ciento que puede justificar como gastos de representación. No tanto como para que su familia se dé cuenta de que les roba a mami y papi. Me pregunto cómo reaccionarían si lo supieran", especuló Jack.

"No le cortarían la mano, pero harían algo peor: cortarle los fondos. ¿Te imaginas a este tipo trabajando para vivir?"

"¿Te refieres a verdadero trabajo?",Jack lanzó una breve risa. "De algún modo, me cuesta imaginar que eso ocurra. Ha estado viviendo una vida regalada por demasiado tiempo para ponerse a clavar durmientes para el ferrocarril ahora. Fui muchas veces a Londres. Es dificil imaginar cómo puede sobrevivir allí alguien que tiene que ganarse la vida".

Wills comenZó a tararear: 'Cómo van a quedarse en la granja/cuando ya conocen París?'

Jack se sonrojó. "Mira, Tony, ya sé que me crié en un hogar rico, pero papá siempre me hizo trabajar durante el verano. Hasta trabajé de albañil por un par de meses. Era dificil para Mike Brennan y su gente. Pero papá quería que yo supiera cómo es trabajar de veras. Al comienzo, odié hacerlo, pero ahora creo que fue bueno. El señor Sali nunca hizo algo así. Digo, yo podría sobrevivir en un trabajo en el que tuviera que comenzar de cero. Para este tipo, sería mucho más dificil".

"De acuerdo. ¿Cuál es el total de dinero sin justificación?"

"Tal vez doscientas mil libras, digamos trescientos mil dólares. Pero todavía no tengo la cifra exacta, y no es tanto dinero".

"¿Cuánto tiempo necesitas para tener información más precisa?"

"¿A este paso? Demonios, una semana en el mejor de los casos. Esto es como ubicar un auto en particular durante la hora pico en Nueva York, ¿sabes?"

"Sigue adelante. No se supone que deba ser fácil ni divertido".

"A la orden, señor". Había aprendido eso de los infantes de marina de la Casa Blanca. Cada tanto, hasta se lo decían a él, hasta que su padre lo notó y terminó de inmediato con la práctica. Jack regresó a su computadora. Hacía sus anotaciones en papel blanco rayado, sólo porque así le resultaba más fácil, luego las transfería a otro archivo digital por la tarde. Mientras escribía, notó que Tony dejaba la habitación y se dirigía al piso superior.

Una vez que llegó allí, Wills le dijo a Rick Bell: "Ese chico tiene buen ojo".

"¿Ah sí?" Era un poquito pronto para hablar de los resultados del novato, fuera quien fuese su padre, pensó Bell.

"Lo puse tras los pasos de un joven saudita que vive en Londres, se llama Uda bm Sali, administra los intereses de su familia. Los británicos lo vigilan sin mucho rigor, porque una vez telefoneó a alguien que les interesa".

"y Junior dio con un par de cientos de miles que no tienen justificación".

"¿Cuán sólido es eso?"

"Tendremos que poner a uno de los de siempre a investigado, pero, sabes… el chico tiene la clase de olfato que hace falta".

"¿Tal vez Dave Cunningham?" Era un contador forense que antes de unirse al Campus trabajaba en el Departamento de Justicia, División Crimen Organizado. De casi sesenta años, el olfato de Dave para los números era legendario. El departamento de finanzas del Campus lo empleaba más bien para actividades "convencionales". Se habría desempeñado bien en Wall Street, pero le gustaba atrapar mala gente. En el Campus, podía dedicarse a esa vocación sin preocuparse por las leyes de retiro gubernamentales.

"Sí, yo lo escogería a Dave", asintió Tony.

"Bien, copiemos los archivos de la computadora de Jack en la de Dave y veamos que conclusión saca". "De acuerdo, Rick. ¿Viste el informe de interceptación de la NSA ayer?"

"Si. Me llamó la atención", respondió Bell alzando la mirada. Desde hacía tres días, el tráfico de mensajes de fuentes que los servicios de inteligencia del gobierno encontraban interesantes había disminuido un diecisiete por ciento y dos fuentes particularmente interesantes habían callado del todo. Cuando el tráfico de radio de una unidad militar disminuye, suele tratarse del silencio de radio previo a una operación de combate. Esa era la clase de cosas que ponía nerviosa a la gente de inteligencia de señales. Casi nunca significaba nada más que una fluctuación aleatoria de las operaciones, pero había concluido en algo real el suficiente número de veces como para que pusiera un poquito nerviosos a los agentes de señales.

"¿Alguna idea?", preguntó Wills.

Bell meneó la cabeza. "Dejé de ser supersticioso hace unos diez años".

Estaba claro que Tony Wills no diría: "Rick, ya llegó nuestra hora. Hace tiempo que esperamos". "Entiendo a qué te refieres, pero no podemos manejamos así en este lugar".

"Rick, esto es como presenciar un juego de béisbol: puede que desde asientos preferenciales, pero así y todo no podemos metemos en el campo

de juego cuando nos parece"

"¿Para hacer qué?, ¿matar al árbitro?", preguntó Bell.

"No, sólo al tipo que tiene la intención de acertarle un pelotazo en la cara al bateador".

"Paciencia, Tony, paciencia".

"Qué virtud difícil de aprender, ¿no?", a pesar de toda su experiencia, Wills nunca la había adquirido.

"¿Crees que estás impaciente? ¿Qué te crees que le ocurre a Gerry?"

"Sí, Rick, lo sé". Se puso de pie. "Nos vemos, amigo".

No habían visto ni un ser humano ni un auto ni un helicóptero. Estaba claro que no había nada valioso allí. Ni petróleo ni oro ni siquiera cobre. Nada que mereciera ser vigilado o protegido. La caminata sólo había sido lo suficientemente ardua como para resultar saludable. Esta parte de los Estados Unidos bien podía haber sido el Cuadrante Vacío de Arabia Saudita, el Rub'al Jali, donde hasta a un sufrido camello del desierto le costaría sobrevivir.

Pero estaba claro que la caminata había terminado. Cuando llegaron a la cima de una pequeña loma vieron cinco vehículos, rodeados de grupos de hombres que hablaban entre sí.

"Ajá", dijo Ricardo, "ya están aquí. Excelente". Podía librarse de los lentos extranjeros y seguir con su trabajo. Se detuvo y dejó que sus clientes lo alcanzaran.

"¿Éste es nuestro destino?", preguntó Mustafá, esperando que así fuera. Había sido una caminata fácil, mucho más de lo esperado.

"Ésos son mis amigos. Los llevarán a Las Cruces. Allí podrán ver cómo seguir viaje".

"¿Y tú?", preguntó Mustafá.

"Me vuelvo a casa con mi familia", respondió Ricardo. ¿No eran las cosas así de simples? ¿Ese tipo no tendría familia?

Sólo hizo falta andar diez minutos más. Ricardo subió al primer subutilitario tras estrecharles las manos a todos. Eran bastante amistosos, aunque en forma cautelosa. Llevarlos hasta ahí podía haber resultado más difícil, pero el tráfico de inmigrantes ilegales era mucho más intenso en Arizona y California y era allí donde la Patrulla de Fronteras de los Estados Unidos tenía a la mayor parte de su personal. Los gringos, como todo el mundo, tendían a centrar su atención donde había más problemas, pero tal vez eso no fuera la actitud más previsora. Tarde o temprano terminarían por darse cuenta de que aquí también se cruzaba ilegalmente la frontera. Cierto que no en forma muy espectacular. Cuando eso ocurriera, tendría que encontrar otra forma de ganarse la vida. De todas formas, le había ido bien durante esos últimos siete años -lo suficiente como para instalar un pequeño negocio y criar a sus niños en un tipo de trabajo más legítimo.

Miró cómo el grupo subía al vehículo y cómo éste se alejaba. También él se dirigió a Las Cruces, luego giró al sur, a la 1-10 que llevaba a El Paso. Hacía tiempo que ya no se preguntaba qué hacían sus clientes en los Estados Unidos. Suponía que seguramente no se dedicarían a ser jardineros ni albañiles, pero le habían pagado diez mil dólares en dinero norteamericano. De modo que, para alguien eran importantes… para él, no.

CAPÍTULO 10

Destinos

Para Mustafá y sus amigos, el camino a Las Cruces fue un recreo sorprendentemente bienvenido y, aunque no lo demostraran, era obvio que ahora reinaba la excitación. Estaban en los Estados Unidos. Estaban cerca de la gente a la que tenían intención de matar. De algún modo, su misión estaba más cerca de llegar a término. Ya no debían recorrer un mero puñado de kilómetros sino seguir una mágica línea invisible. Estaban en la casa del Gran Satán. Aquí estaban los que habían hecho llover la muerte sobre su hogar y sobre todos los fieles del mundo musulmán, los que apoyaban a Israel en forma tan servil.

En Deming, giraron al este hacia Las Cruces. Faltaban cien kilómetros para su próxima parada intermedia sobre la 1-10. Había carteles que anunciaban moteles y lugares donde comer, atracciones turísticas, tanto rutinarias como inconcebibles, más tierra ondulante y horizontes que seguían pareciendo distantes por más que el auto devorara distancias a una invariable velocidad de ciento diez kilómetros por hora.

Como antes, el conductor parecía mexicano y se mantenía en silencio. Nadie decía nada, el conductor porque no tenía ganas, los pasajeros porque hablaban inglés con un acento que aquel podía notar. De este modo sólo recordaría haber llevado a unas personas por un camino de tierra en el sur de Nuevo México y desde allí haberlos llevado a otro lugar.

Debía ser más difícil para los demás de la partida, pensó Mustafá. Debían confiar en que él sabía qué estaba haciendo. Era el comandante de la misión, el jefe de una banda de guerreros que estaba a punto de dividirse en cuatro secciones que ya nunca se reunirían. La misión había sido planeada meticulosamente. De aquí en más, casi no se comunicarían y cuando lo hicieran, sería vía computadora. Funcionarían en forma independiente, pero con una agenda simple y convergiendo en un único objetivo. Este plan conmocionaría a los Estados Unidos como nunca nadie lo había hecho, se dijo Mustafá mirando una camioneta que pasaba junto a ellos. Padre y madre y al parecer dos niños, uno que parecía tener unos cuatro años, otro más pequeño, tal vez de un año y medio. Todos infieles. Objetivos.

Por supuesto que el plan de operaciones estaba escrito, en tipo Geneva de catorce puntos, sobre simple papel blanco. Cuatro copias. Una para cada jefe de equipo. Los otros datos estaban en los archivos de las computadoras que cada uno de los hombres llevaba en sus bolsos de mano, junto a camisas de recambio, ropa interior limpia y poco más. No necesitarían mucho, y el plan era dejar tras ellos la menor cantidad posible de datos para confundir aún más a los norteamericanos.

La idea bastó para producirle una delgada sonrisa dedicada al paisaje que pasaba por la ventanilla. Mustafá encendió un cigarrillo -sólo le quedaban tres- y aspiró hondo el humo de tabaco mientras el aire acondicionado soplaba aire fresco sobre él. Tras ellos, el sol se ocultaba. Su siguiente -y último- alto sería en la oscuridad, lo cual, le pareció, demostraba buen planificación táctica. Sabía que sólo sería así por casualidad, pero justamente eso demostraba que el propio Alá aprobaba el plan. Así debía ser. Al fin y al cabo, trabajaban para El.

Otra aburrida jornada de trabajo, pensó Jack mientras se dirigía a su auto. Una de las cosas malas del Campus era que no podía discutirlo con nadie. Nadie tenía autorización para conocer esas cosas, aunque aún no quedaba claro por qué esto era así. Claro que podía hablar del tema con su papá -por definición, el Presidente tenía acceso a todo, y los ex presidentes tenían el mismo nivel de acceso a la información, si no según la ley, al menos sí según la costumbre. Pero no, no podía hacerlo. A papi no le gustaría su nuevo empleo. Papi podía hacer una llamada de teléfono y joderlo todo, y Jack había probado lo suficiente como para que su apetito continuara abierto por al menos unos meses más. Aun así, haber podido conversar informalmente con alguien que supiera que estaba sería una bendición. Sólo alguien que dijera, sí, esto es importante y, sí, realmente contribuyes a la causa de la Verdad, la Justicia y el Sistema de los Estados Unidos.

¿Contaba realmente lo que él hiciera? El mundo era como era, y él no podría cambiarlo mucho. Ni su padre, con todo el poder que tuvo a su disposición, lo logró. ¿Cuánto podría lograr él, que en cierto modo era un príncipe heredero? Pero si algún día las piezas de este mundo roto llegaran a unirse, sería porque lo haría alguien a quien no le importara si era o no una tarea imposible. Probablemente alguien demasiado joven y estúpido como para saber que las cosas imposibles son… imposibles. Pero ni su padre ni su madre creían en ese término, y así lo habían educado. Sally pronto se graduaría en la escuela médica y comenzaría a cursar oncología -la especialidad médica que su madre lamentaba no haber seguido- y le decía a quien quisiera escucharla que ella estaría presente el día que el dragón del

cáncer fuese finalmente muerto de una vez por todas. Así que creer que algo era imposible no era parte del credo Ryan. Aún no sabía cómo hacerlo, pero siempre se podía aprender, ¿no? Y era inteligente y había tenido una buena educación y tener un considerable fondo de inversiones de su propiedad garantizaba que podía seguir su camino sin temor a morir de hambre si ofendía a quien no debía. Esa era la más importante de las libertades que le legó su padre y]ohn Patrick Ryan Ir. era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de la importancia que tenía – aunque no tanto como para comprender la responsabilidad que conllevaba esa libertad.

En vez de cocinarse la cena, esa noche decidieron ir a una parrilla local. Estaba colmada de alumnos de la Universidad de Virginia. Se notaba, todos parecían brillantes, pero menos de lo que se creían, y todos hablaban demasiado alto, mostrando un exceso de confianza en sí mismos. Esa era una de las ventajas de ser niños -aunque a ellos habrían detestado que se los llamase así-, chicos cuyas necesidades aún eran cubiertas por amantes padres, aunque desde una cómoda distancia. Para los hermanos Caruso, era un humorístico recordatorio de cómo habían sido ellos hasta pocos años atrás, antes de que el entrenamiento y la experiencia en el mundo real los transformaran. Aún no estaban seguros de qué era aquello en que habían sido transformados. Lo que había parecido tan simple desde la facultad se había hecho infinitamente complejo una vez que dejaron el vientre académico. Al fin y al cabo, el mundo no era digital, era una realidad analógica, siempre desprolija, donde siempre quedaban cabos sueltos que no podían atarse como cordones de zapatos, de modo que cada paso imprudente podía significar un tropezón y una caída. y la cautela sólo llegaba con la experiencia -con unos pocos tropezones y caídas que dolían, y que sólo cuando dolían de veras dejaban una lección que se recordaba. Esas lecciones habían llegado pronto para los hermanos. No tan pronto como les llegaron a generaciones anteriores, pero así y todo lo suficientemente rápido para comprender las consecuencias de equivocarse en un mundo que nunca supo perdonar.

"Buen lugar", juzgó Brian mientras comía su filet mignon.

"Es diffcil arruinar un buen trozo de carne, por más malo que sea el cocinero". Era evidente que la parrilla tenía un cocinero, no un chef, pero las papas fritas que venían con el bife no estaban mal para tratarse de carbohidratos casi crudos y se notaba que el brócoli estaba recién descongelado, pensó Dominic.

"Realmente, debería cuidar más de lo que como", dijo el mayor de infantería de marina.

"Disfruta mientras puedas. Aún no hemos cumplido los treinta, ¿no?"

Esto los hizo reír. "Antes parecía un número tremendamente grande, ¿verdad?"

"El comienzo de la vejez. Ah, sí. Bueno, pero eres muy joven para tener rango de mayor, ¿o no?"

Aldo se encogió de hombros. "Supongo que sí. A mi jefe le caigo bien, y tenía muy buenos hombres a mis órdenes. Pero nunca logré que me agradaran las raciones de combate. Te mantienen con vida, pero no puedo decir más que eso. A mi artillero le encantaban, decía que eran mejores que las que había tenido que comer a lo largo de su carrera en el Cuerpo."

"En el Buró, uno tiende a sobrevivir a base de Dunkin' Donuts y, bueno, yo creo que hacen lo que debe ser el mejor café industrial de los Estados Unidos. Es difícil mantenerse en línea con esa dieta.

"No estás en mal estado físico para guerrero de escritorio, Enzo", observó Brian con considerable generosidad. A veces, al finalizar la carrera matutina, su hermano parecía a punto de desplomarse. Pero para un infante de marina, una carrera de cinco kilómetros era como tomarse el café de la mañana, algo para abrir los ojos. "Aún me gustaría saber para qué nos estamos entrenando", dijo Aldo tras otro bocado.

"Hermano, nos estamos entrenando para matar gente, eso es todo lo que necesitas saber. Acercamos sin que nos vean, y huir sin que nos noten.

"¿Con pistolas?", replicó Brian, dubitativo. "Un poco ruidosas y no tan seguras como un fusil. En mi equipo de Mganistán, tenía un francotirador. Eliminó a algunos enemigos a una distancia de casi un kilómetro Y medio. Usaba un fusil Barrett.50, grandote, como un Rifle Automático Browning que hubiera tomado esteroides. Dispara las calibre 50, como la ametralladora pesada Ma Deuce. Precisa como ella sola, y buena para impactos definitivos, ¿sabes? Es un poco difícil quedar en pie con un agujero de un centímetro de diámetro en el cuerpo". Especialmente dado que su francotirador, el cabo Alan Roberts, un muchacho negro de Detroit prefería tirar a la cabeza y un tiro de calibre 50 en la cabeza realmente cumple con su cometido.

"Bueno, tal vez sea con silenciador. El disparo de un arma de mano se puede amortiguar bastante bien".

"Las vi. Practicamos con ellas en la Escuela de Reconocimiento, pero son terriblemente abultadas para llevar bajo un traje, además de que hay que sacarlas, quedarse quieto y apuntadas a la cabeza de tu objetivo. No creo que matemos mucha gente con pistola, Enzo, a no ser que nos envíen a la Escuela James Bond a tomar unos cursos de magia".

"Tal vez usemos otra cosa".

"¿Así que tú tampoco sabes?"

"Eh, a mí me sigue pagando el Buró. Lo único que sé es que Gus Werner me envió aquí, lo que hace que esto sea casi completamente legítimo creo", concluyó.

"Ya lo habías mencionado. ¿Quién es exactamente?"

"Director asistente, jefe de la nueva División Antiterrorista. Con Gus no se juega. Era jefe del Equipo de Rescate de Rehenes, y también pasó por todas las otras especialidades. Tipo inteligente, duro como él solo. No creo que se desmaye si ve sangre. Pero sabe pensar. El terrorismo es el nuevo tema del Buró, y Dan Murray no lo designó porque sepa tirar con pistola. Murray y él se conocen mucho, desde hace veinte años. Tampoco Murray es tonto. Como sea, si me envió aquí, es porque tiene la aprobación de alguien. De modo que seguiré el juego hasta que me digan que violé la ley".

"Yo también, pero aún estoy un poco nervioso".

Las Cruces tenía un aeropuerto regional para tramos cortos y cruces del río. Se complementaba con oficinas de alquiler de automóviles. Allí se detuvieron, y ahora le llegó a Mustafá el momento de ponerse nervioso. El y uno de sus colegas arrendarían autos allí. Otros dos lo harían en la ciudad misma.

"Está todo preparado para ustedes", les dijo el conductor. Les dio dos hojas de papel. "Aquí están los números de reserva. Son sedanes de cuatro puertas Ford Crown Victoria. No podemos conseguir los vehículos que pidieron sin ir a El Paso, y eso no es conveniente. Aquí, use su tarjeta Visa. Su nombre es Tomás Salazar. Su amigo es Héctor Santos. Muéstreles los números de reserva y haga lo que le indiquen. Es muy fácil". Al conductor no le pareció que ninguno de ellos tuviera aspecto de latino, pero los empleados eran rústicos ignorantes cuyos conocimientos de castellano se limitaban a las palabras "taco" y "cerveza".

Mustafá descendió del auto, haciéndole señas a su amigo de que lo siguiera.

Inmediatamente, se dio cuenta de que sería fácil. Quienquiera que fuese el dueño del negocio, no se había preocupado por emplear personas inteligentes. El muchacho a cargo del mostrador estaba encorvado sobre una revista de historietas, dedicándole una atención que parecía excesivamente absorta.

"Hola", dijo Mustafá. "Tengo reserva". Escribió el número en un anotador y se lo entregó.

"De acuerdo". El empleado no demostró lo poco que le agradaba que lo distrajeran de la última aventura de Batman. Sabía operar la computadora de la oficina. Y, efectivamente, ésta escupió un formulario completo en casi todos sus detalles.

Mustafá entregó su licencia internacional de conducir, que el empleado fotocopió, abrochando la fotocopia al formulario de arrendamiento. Vio con placer que el señor Salazar había tomado todas las opciones de seguro -a él le pagaban extra por incitar a la gente a hacerlo.

"Bien, su auto es el Ford blanco que está en el espacio de estacionamiento número cuatro. Al salir doble a la derecha. Las llaves están puestas, señor".

"Gracias", dijo Mustafá, con marcado acento. ¿Realmente era así de fácil?

Evidentemente, sí. En cuanto terminó de ajustar el asiento de su Ford, apareció Said en el espacio número cinco, donde había un Ford idéntico al suyo, aunque color verde claro. Ambos tenían mapas del estado de Nueva México, pero en realidad no los necesitaban. Ambos pusieron sus autos en marcha, dejaron el estacionamiento y se dirigieron a la calle, donde esperaban los SUVs. Bastaba con seguirlos. Había tráfico en la ciudad de Las Cruces, aunque,-a la hora de la cena, no mucho.

Había otra agencia de arrendamiento de autos a sólo ocho cuadras al norte, sobre lo que parecía ser la calle principal de Las Cruces. Se llamaba Hen, nombre que a Mustafá le pareció vagamente judío. Sus dos camaradas entraron allí y, diez minutos después, salieron al volante de sus autos. Eran Fords del mismo modelo que el suyo y el de Said. Una vez hecho esto -tal vez la parte más peligrosa de su misión- debían seguir a los SUVs rumbo al norte durante unos pocos kilómetros – resultaron ser veinte- hasta un camino de tierra. Parecía haber muchos de esos… igual que en su tierra natal. Tras aproximadamente otro kilómetro, llegaron a una casa aislada, cuyo único indicio de estar habitada era un camión estacionado. Todos los vehículos se detuvieron allí para lo que sería, pensó Mustafá, su última reunión formal.

"Aquí están sus armas", dijo Juan. "Venga conmigo, por favor", le dijo a Mustafá.

El interior de la adocenada estructura de madera era virtualmente un arsenal. Un total de dieciséis cajas de cartón contenían dieciséis pistolas ametralladoras MAC- 10. El MAC no es un arma elegante. Está hecha de chapa estampada y el metal no tiene una terminación cuidadosa. Junto a cada arma había doce cargadores, al parecer todos cargados y unidos de a pares con cinta aisladora negra.

"Las armas son vírgenes. No han sido disparadas", les dijo Juan. Tambien tenemos silenciadores para todas ellas. No son muy eficientes para silenciar, pero mejoran el balance y la precisión. Esta no es un arma tan fácil de manejar como la Uzi -pero ésas son más difíciles de obtener aquí. Estas armas tienen un alcance efectivo de unos diez metros. Se cargan y descargan fácilmente. Disparan, por supuesto, corriendo el cerrojo y la cadencia de fuego es muy elevada". De hecho, vaciaba un cargador de treinta disparos en menos de tres segundos, lo cual era un poco demasiado rápido para usarla en forma sensata, pero a Juan le parecía que estas no eran personas especialmente exigentes.

No lo eran. Cada uno de los dieciséis árabes tomó un arma y la sopesó… como quien saluda a un nuevo amigo. Luego, uno tomó un par de cargadores.

–"¡Alto!", dijo Juan de inmediato. "No deben cargar las armas adentro. Si quieren probarlas, hay blancos afuera".

–"¿No hará demasiado ruido?", preguntó Mustafá.. La casa más cercana está a cuatro kilómetros de aquí', respondió Juan, como al desgaire. Las balas no tenían tanto alcance, y dio por sentado que tampoco el sonido de los disparos lo tendría. En esto, se equivocaba.

Pero los árabes dieron por supuesto que sabría todo con respecto a la región, y siempre estaban dispuestos a disparar armas, especialmente si eran automáticas. A veinte metros de la casa había un parapeto de arena, donde había esparcidas cajas vacías de embalaje y cajas de cartón. De a uno, insertaron los cargadores en sus pistolas ametralladoras y abrieron los cerrojos. No hubo una orden oficial de abrir fuego. Todos siguieron el ejemplo de Mustafá, quien tomó la correa que pendía del cañón y apretó el gatillo.

Los resultados inmediatos fueron satisfactorios. La MAC-lO emitió el sonido apropiado, saltando hacia arriba y a la derecha, como ocurre con tales armas, pero como ésta era la primera vez que la usaba y era sólo práctica, se las compuso para orientar sus disparos y poder acertarle a una caja de cartón que estaba unos seis metros adelante y a la izquierda de él. En lo que pareció un instante, el cerrojo se cerró sobre la cámara, ahora vacía, tras disparar y expulsar treinta balas de pistola Remington 9 mm. Consideró extraer el cargador y, dándolo vuelta, colocar el segundo peine adosado a éste para obtener otros tres segundos de fugaz placer, pero se contuvo. Ya habría tiempo para eso, pronto.

"¿Y los silenciadores?", le preguntó a Juan.

"Adentro. Se atornillan al cañón y es mejor usarlos siempre; es que así se controla mejor la rociada de balas, ¿sabe?" Juan sabía de qué hablaba. Había empleado la MAC-lO para eliminar a competidores y otras personas poco agradables en Dallas y Santa Fe. Así y todo, estos hombres le producían cierta incomodidad. Sonreían demasiado. No eran, se dijo Juan Sandoval, como él, y cuanto antes siguieran su camino, mejor. Claro que no sería mejor para quien fuera que los esperaba en su lugar de arribo, pero eso no era asunto suyo. Sus órdenes venían de muy arriba. Muy arriba le había aclarado su superior inmediato la semana anterior. Y el dinero recibido lo confirmaba. Juan no tenía de qué quejarse, pero sabía leer a las personas, y una luz de alarma centelleaba dentro de su cabeza.

Mustafá lo siguió al interior de la casa y tomó el silenciador. Tenía unos diez centímetros de diámetro y tal vez medio metro de largo. Tal como le habían dicho, se atornillaba al cañón y, en términos generales, mejoraba el balance del arma. La sopesó por un instante y decidió que prefería usarla así. Reducía el ángulo de disparo, pero mejoraba la precisión. La reducción de sonido poco importaba para su misión, pero la precisión sí contaba. Pero el silenciador hacía que lo que había sido un arma fácil de esconder se tomase inaceptablemente voluminosa. De modo que, por ahora, destornilló el silenciador y lo colocó en su estuche. Luego, salió y convocó a sus hombres. Juan lo siguió.

"Necesitan saber algunas cosas", les dijo Juan a los jefes de equipo. Prosiguió en tono lento, mesurado. "La policía estadounidense es eficaz, pero no todopoderosa. Si los detienen cuando van en auto, todo lo que deben hacer es contestarles con educación. Si les dicen que desciendan del auto, háganlo. La ley estadounidense les permite verificar si ustedes llevan un arma encima -pueden palparlos de armas- pero si piden registrar el auto, simplemente díganles que no, que no quieren que lo hagan -y la ley no se los permite. Repito: si un policía norteamericano quiere registrarles el auto, digan que no y no podrá hacerlo. Luego sigan su camino. Cuando conduzcan, nunca sobrepasen los números de los carteles indicadores que vayan pasando. Si siguen esa regla, lo más probable es que nadie los incomode. Si van por encima del límite de velocidad, no hacen más que darle una excusa a la policía para detenerlos. De modo que no lo hagan. Ejerciten siempre la paciencia. ¿Alguna pregunta?"

"Si un policía se muestra demasiado agresivo, ¿podemos…?"

Juan sabía cuál sería la pregunta. "¿Matarlo? Sí, es posible hacerlo, pero cuando eso ocurra, van a tener muchos otros policías detrás de ustedes. Cuando un oficial de policía los detenga, lo primero que hará sera transmitir su ubicación por radio a su cuartel general, junto al número de patente del auto y una descripción. De modo que, aun si lo matan, tendrán a sus camaradas detrás de ustedes en cuestión de minutos. La satisfacción de matar a un policía no vale la pena. Sólo sirve para atraer más atención sobre ustedes. Las fuerzas policiales de los Estados Unidos tienen muchos vehículos, también apoyo aéreo. Una vez que los empiecen a buscar, los encontrarán. De modo que la única defensa con que cuentan es no hacerse notar. No pasen el límite de velocidad. Respeten las leyes de tránsito. Actúen así y estarán a salvo. Violen esas leyes, y los atraparán, por más armas que tengan. ¿Entendido?"

"Entendemos", le aseguró Mustafá. "Gracias por su ayuda".

"Tenemos mapas para todos. Buenos mapas, de la Asociación Estadounidense del Automóvil. ¿Tienen fachadas, no?", preguntó Juan, quien esperaba terminar eso cuanto antes.

Mustafá miró a sus amigos para ver si a alguien le quedaba alguna pregunta, pero estaban demasiado ansiosos por llevar adelante su tarea, que no querían que nada los distrajese. Satisfecho, se volvió a Juan. "Gracias por su ayuda, amigo".

Amigo, un cuerno, pensó Juan, pero le estrechó la mano y fue con ellos hasta el frente de la casa. Transfirieron rápidamente las maletas de los SUVs a los sedanes y luego contempló como partían, de regreso a la Ruta Estatal 1-25 Norte. Los extranjeros se agruparon una vez más para intercambiar apretones de manos y hasta algún beso, lo que sorprendió a Juan. Se dividieron en cuatro equipos de cuatro hombres, uno para cada auto.

Mustafá se acomodó en su auto. Puso sus paquetes de cigarrillos junto a él, se cercioró de que los espejos estuviesen bien alineados con sus ojos y se abrochó el cinturón de seguridad -le habían dicho que no hacerlo era una forma tan segura de ser detenido como pasar el límite de velocidad. Más que ninguna otra cosa, no quería que lo detuviera un policía. Más allá de las instrucciones de Juan, no tenía intención de correr ese riesgo. De pasada, era posible que un policía no se diera cuenta de lo que eran, pero cara a cara era otra cosa, y no se hacía ilusiones con respecto a qué pensaban los estadounidenses de los árabes. Por eso, sus ejemplares del Santo Corán iban en los maleteros.

Sería un largo trecho. Abdula lo relevaría, pero el primer tramo le tocaba a él. Hacia el norte por la 1-25 hasta Albuquerque, luego hacia el este por la 1-40, casi hasta su objetivo. Más de tres mil kilómetros. Debía empezar a pensar en millas, pensó Mustafá. Una punto seis millas por kilómetro. Debía multiplicar cada número por esa constante o simplemente olvidar la unidad métrica en todo lo que hacía a ese auto. Como fuera, condujo hacia el norte por la Ruta 185 hasta que vio el indicador color verde hoja y la flecha que indicaba la 1-25 Norte. Se reclinó en su asiento, atento al tránsito al que ingresaba y aumentó su velocidad hasta las sesenta y cinco millas por hora, fijando el control de velocidad de crucero del Ford en esa cifra. Después, sólo era cuestión de estar atento al volante y al anónimo tránsito vehicular que, como sus amigos y él, se dirigía al norte, a Albuquerque…

Jack no sabía por qué le costaba tanto dormirse. Eran más de las once de la noche, había consumido su cotidiana ración de TV y se había bebido sus dos o tres – esa noche fueron tres- tragos. Debía haber tenido sueño -de hecho, tenía sueño, pero no lograba dormirse, y no sabía por qué. Sólo cierra los ojos y piensa en cosas bonitas, le decía su madre cuando era pequeño. Pero ahora que ya no era un niño, lo difícil era encontrar cosas bonitas en qué pensar. Había entrado en un nuevo mundo en el cual éstas no abundaban. Su tarea consistía en examinar los hechos conocidos o sospechados con respecto a personas que probablemente nunca conocería, tratar de decidir si éstas querían matar o no a otras personas que tampoco conocía, y transmitir esa información a otras personas que podían, o no, decidir si harían algo al respecto. No sabía exactamente qué podían hacer al respecto, pero tenía sus sospechas… feas sospechas. Se daba vuelta, acomodaba la almohada, trataba de encontrar un punto fresco en la funda, se recostaba otra vez, trataba de dormir…

Y no lo lograba. En algún momento ocurriría. Siempre, al parecer, mas o menos medio segundo antes de que se encendiese su radio-despertador.

¡Maldita sea!, rabió, mirando el techo.

Estaba a la caza de terroristas. Casi todos éstos creían que estaban haciendo algo bueno -no, heroico- cuando se lanzaban a uno de sus crímenes. Para ellos, no se trataba de crímenes. Para los terroristas musulmanes, se trataba de creer que lo que hacían era el trabajo de Dios. Claro que en el Santo Corán no decía nada de eso. En particular, condenaba la muerte de inocentes, de no combatientes. ¿Cómo funcionaba, en realidad? ¿Realmente Alá recibía sonriendo, o de alguna otra manera, a quienes se suicidaban con una bomba? En el catolicismo, la conciencia individual tenía la última palabra. Si uno realmente creía que estaba haciendo lo correcto, entonces Dios no te podía castigar. ¿El Islam creía lo mismo? Además, dado que había sólo un Dios, tal vez sus reglas fuesen las mismas para todos. El problema era que ¿cuál sistema de leyes religiosas en particular se aproximaba más a lo que Dios realmente pensaba? ¿y cómo sabía cuál era cuál? Las Cruzadas habían hecho cosas muy malas. Pero eran un ejemplo clásico de como se le daba categoría religiosa a una guerra que tenía como únicos móviles la economía y la mera ambición. Sólo que a los nobles no les gustaba que se notara que peleaban a cambio de dinero -y cuando uno tenía a Dios al lado, no había nada que no se pudiera hacer. Uno podía blandir la espada y cortar cualquier cabeza. El obispo decía que estaba bien.

De acuerdo. Pero la cosa era que la religión y el poder político eran una mezcla de mierda, aunque la adoptaran fácilmente los jóvenes entusiastas, para quienes la aventura es una llamada difícil de resistir. Su padre había hablado de eso durante una cena en el Nivel Residencial de la Casa Blanca, explicando que una de las cosas que había que explicarles a los jóvenes reclutas del ejército y la infantería de marina era que hasta la guerra tiene reglas y que violarlas acarrea serias penalidades. Jack padre le dijo a su hijo que los soldados estadounidenses aprendían eso rápidamente, pues provenían de una sociedad en la cual la violencia indisciplinada merecía duros castigos, lo cual funcionaba mejor que los principios abstractos a la hora de enseñar a diferenciar el bien del mal. Después de una o dos cachetadas, uno entendía el mensaje.

Suspiró y se revolvió otra vez. Realmente era demasiado joven para pensar en semejantes Grandes Preguntas de la Vida, aunque su titulo de Georgetown hiciera pensar que no era así. En las universidades se nos enseñaba que el noventa por ciento de la educación se aprendía después de colgar el diploma en la pared. Les podían pedir que devolvieran el dinero.

Ya había pasado la hora de cierre en el Campus. Gerry Hendley estaba en su oficina del piso superior, repasando datos que no había tenido tiempo de procesar en la jornada normal de trabajo. Lo mismo le ocurría a Tom Davis, quien tenía informes de Pete Alexander.

"¿Problemas?", preguntó Hendley.

"Los gemelos siguen pensando un poco demasiado, Gerry. Debimos preverlo. Ambos son inteligentes y ambos son personas que juegan mayormente dentro de las reglas, de modo que cuando ven que se los entrena para romper esas reglas, se preocupan un poco. Lo curioso, dice Pete, es que quien se preocupa más es el infante de marina. El del FBI va mejor".

"Yo hubiese esperado lo contrario".

"También yo. Y Pete". Davis tomó su agua fría. Nunca tomaba café a esa hora de la noche. "Como sea, Pete dice que no sabe cómo evolucionará esto, pero no tiene más remedio que seguir adelante con el entrenamiento. Gerry, te tendría que haber advertido más con respecto a esto. Imaginé que tendríamos este problema. Es que es la primera vez que hacemos algo así.

La gente que queremos… como te dije, no son psicópatas. Van a hacer preguntas. Van a querer saber por qué. Van a tener dudas. No podemos reclutar robots, ¿no?"

"Como cuando tratamos de liquidar a Castro", observó Hendley. Había leído los legajos clasificados referidos a esa loca aventura fracasada. Bobby Kennedy había conducido la Operación MONGOOSE. Es probable que hubieran decidido hacerlo mientras tomaban unos tragos, o tal vez después de jugar al fútbol. Al fin y al cabo, Eisenhower había empleado a la CIA para esa clase de tareas durante su presidencia, de modo que ¿por qué no habían de hacerlo ellos? Pero claro que un ex teniente de la armada que nunca combatió y un abogado que nunca ejerció, no sabían por instinto todas las cosas que sabe un soldado de carrera que ha llegado a las cinco estrellas entiende desde el comienzo. Además, tenían poder para hacerlo. La Constitución misma había hecho comandante en jefe a Jack Kennedy, y esa clase de poder invariablemente acarrea la necesidad de ejercerlo, de reformular el mundo en forma más parecida a las ideas personales que uno tuviera. De modo que la CIA recibió la orden de sacar del medio a Castro. Pero la CIA nunca había tenido un departamento de asesinatos, y no tenía gente entrenada para hacer cosas así. De modo que la agencia recurrió a la mafia, cuya cúpula tenía pocos motivos para amar a Fidel Castro, quien había cerrado lo que probablemente fuera el negocio más provechoso que nunca hubieran tenido. Habla sido una empresa tan segura que los peces gordos del crimen organizado habían invertido su propio dinero personal en los casinos de la Habana, que habían sido cerrados por el dictador comunista.

¿Y acaso la mafia no sabía cómo se mata?

Bueno, en realidad, nunca habían sido muy eficientes -en especial cuando se trataba de personas capaces de defenderse- aunque las películas de Hollywood afirmasen lo contrario. Y así y todo, el gobierno de los Estados Unidos de América había intentando contratarlos para que asesinasen a un jefe de Estado extranjero, ya que la CIA no sabía cómo hacerlo. Viéndolo ahora, parecía ligeramente ridículo. ¿Ligeramente?, se preguntó Gerry Hendley. Había estado a un tris de quedar revelado como una catástrofe orientada desde el gobierno. Tanto, que el presidente Gerry Ford había emitido una orden ejecutiva que calificaba de ilegales las acciones de esa índole y esa orden se había mantenido en pie hasta que el presidente Ryan había decidido eliminar al dictador religioso de Irán con dos bombas inteligentes. Lo notable fue que el momento y las circunstancias que escogió se habían combinado para que la operación fuese comentada por la prensa.

A fin de cuentas, había sido realizada por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, mediante un bombardero claramente identificado -aunque "invisible"- en un período de guerra obvia, aunque no declarada, en el cual se emplearon armas de destrucción masiva contra ciudadanos de los Estados Unidos. Esos factores se habían sumado para que esta operación no sólo fuese legítima, sino loable, como lo ratificó la forma en que votó el pueblo de los Estados Unidos en la siguiente elección. Sólo George Washington había tenido un porcentaje de votos mayor que ése, hecho que aún hacía queJack Ryan, padre, se sintiese un poco incómodo. Pero Jack se había dado cuenta del valor de la muerte de Majmud Hayi Dariaei, de modo que, antes de dejar su cargo, persuadió a Gerry de que estableciese el Campus.

Pero Jack no me dijo qué difícil sería, recordó Hendley. Ésa era la forma de operar de calles. Ryan: escoger gente competente, asignarle una misión y los elementos para llevarla a cabo, luego dejar que la hiciera con la mínima interferencia posible de sus superiores. Eso era lo que había hecho que fuese un buen jefe y un presidente de los buenos, pensó Gerry. Pero no simplificaba la vida de sus subordinados. ¿Por qué demonios había aceptado esa tarea?, se preguntó Hendley. Pero luego sonrió. ¿Cómo reaccionaría Jack cuando se enterase de que su propio hijo integraba el Campus? ¿Vería el lado cómico?

Probablemente no.

"¿De modo que Pete dice sigamos adelante?"

"¿Qué otra cosa puede decir?", replicó Davis.

"Tom, ¿nunca deseaste estar otra vez en la granja de tu papi en Nebraska?"

"Es un trabajo muy duro y muy aburrido", y no había forma de que Davis se quedara en la granja después de haber sido oficial de campo de la CIA. Tal vez fuese un buen agente de Bolsa en su existencia "blanca", pero la verdadera vocación de Davis era tan blanca como el color de su piel. Le gustaba demasiado la acción del mundo "negro".

"¿Qué opinas de lo que ocurre con Fort Meade?"

"Mi instinto me dice que algo está por ocurrir. Los lastimamos. Quieren lastimarnos". "¿Crees que se puedan recuperar? ¿No los mordieron lo bastante fuerte nuestras tropas en Afganistán?"

"Gerry, hay gente demasiado estúpida o demasiado fanática como para notar cuándo recibe un mordisco. La religión es una motivación fuerte. Y aun si los ejecutores son demasiado estúpidos como para saber qué están haciendo…"

"Son lo suficientemente inteligentes como para llevar adelante sus misiones", asintió Hendley. "¿y no estamos aquí por eso?"

This file was created with BookDesigner program

bookdesigner@the-ebook.org

10/06/2008

LRS to LRF parser v.0.9; Mikhail Sharonov, 2006; msh-tools.com/ebook/