Capítulo 2
Maggie salió de su casa y se metió las manos en los bolsillos del abrigo para protegerse del frío. Lucas estaba de pie, con su inmensa figura rodea da por un jardín de invierno y el rostro mirando al cielo.
A lo lejos estaba el laberinto hecho de arbustos. Aquel lugar era el rincón favorito de Maggie. Siempre le había resultado oscuro y peligroso, embrujado y sin embargo hermoso.
Como Lucas Starwind.
Comenzó a avanzar hacia él, y Lucas se dio la vuelta. Ella siguió andando, y cuando estaban cara a cara, Maggie esperó a que él hablara primero.
Pero no lo hizo. Dejó que el viento se interpusiera entre ellos durante unos instantes.
—¿Tienes frío? —preguntó él finalmente—. ¿Quieres que entremos?
Ella negó con la cabeza. El viento era helado y cortante, pero no quería romper el hechizo.
—Va a nevar —comentó Lucas—. El viernes, o tal vez el sábado.
El hombre del tiempo había dicho otra cosa, pero Maggie no se lo discutió. Lucas parecía estar conectado con los elementos. Ella lo atribuía a su soledad. Seguramente pasaba horas y horas a solas con el cielo de invierno.
Maggie sentía deseos de tocarlo, pero mantuvo las manos en los bolsillos. Lucas no era de ese tipo de personas sobre las que se dejaba caer casualmente una mano.
—¿Has hablado con Rafe? —le preguntó mirándola directamente a los ojos.
—Sí. Dice que tengo que hacerte caso en todo lo que me digas.
—Exactamente. Tú tienes que seguir mis directrices y yo tengo que vigilarte.
—¿De veras?
Maggie se sentía complacida y al mismo tiempo irritada ante esa posibilidad. Le apetecía la idea de pasar más tiempo con Lucas, pero no tenerlo como guardián.
—¿Algún problema? —preguntó él.
—No —respondió Maggie.
Había decidido que utilizaría la labor de guardián de Lucas en su contra. Aprovecharía cada oportunidad que tuviera para hacerlo sonreír, para salvar aquella alma torturada.
—Bien. Y ahora, necesito que me des alguna in formación sobre ti —dijo Lucas mientras una brisa furibunda le revolvía el pelo, apartándoselo de la cara—. ¿Cuántas residencias tienes?
—¿Mi familia, o yo?
—Tú, Maggie. ¿Dónde duermes?
Había formulado la pregunta en tono profesional, pero aun así llevaba implícita una nota de intimidad. Maggie no pudo evitar un estremecimiento.
—Tengo una habitación aquí —le dijo—. Pero la mayoría de las veces estoy en mi estudio del centro de la ciudad. El edificio es mío.
Aquel era su santuario, su hogar y su estudio. Maggie era artista. Pintaba porque lo necesitaba, y las imágenes que creaba eran el reflejo de sus propios sentimientos.
—¿Hay algún amante actualmente? —preguntó tensando inconscientemente la mandíbula—. ¿Alguien que tenga acceso a tu estudio?
—No —contestó ella sintiendo un sensual escalofrío recorriéndole la espina dorsal.
Maggie quería que él fuera su amante. Quería sentirlo dentro, cubriéndola con el calor y el poder que estaba segura que Lucas poseía.
—¿Y tu alguna amante actualmente, Lucas? —preguntó entonces ella buscándole la mirada.
—No estamos hablando de mí —respondió él entrecerrando los ojos.
—¿Así que tu puedes saber cosas de mi vida pero yo tengo que permanecer alejada de la tuya? —protestó ella sacudiendo la cabeza.
—Así es. ¿Y sabe usted por qué, señorita Maggie? Porque eres demasiado joven y demasiado apasionada. Tú no ves el mundo con ojos calculadores. No tendrías ni la más remota idea de si la persona que te sigue es un fotógrafo o un francotirador. Así que mi trabajo es saber dónde estás y con quién estás.
Maggie contó en silencio hasta diez, y luego hasta veinte, para evitar la tentación de arrojar su ira sobre él.
—Eso significa, por lo que veo, que soy como una espina para ti.
—No eres exactamente el compañero que yo habría elegido.
Ella observó cómo una sombra cruzaba su rostro, y supo que estaba pensando en Tom Reynolds. Lucas se había marchado de la ciudad durante un tiempo después del funeral de su compañero. En aquel momento había estado llena de ira, incapaz de controlar su rabia y su dolor.
—Tú también eres muy emocional.
—No como tú. Yo no estoy feliz un momento y al instante siguiente deprimido.
«Es cierto», pensó Maggie para sus adentros. «Tú nunca estás feliz»
—Vamos —dijo Lucas guiándola hacia el porche con aire profesional y distante—. Sentémonos, y te pondré al día sobre el caso.
Una vez sentados, Lucas le contó el descubrimiento al que habían llegado accidentalmente en el Instituto Rosemere de Altaria mientras investigaban una cura contra el cáncer, y cómo aquel descubrimiento había resultado ser un virus mortífero capaz de expandirse por el aire y contagiar el cáncer a personas sanas. También le explicó que alguien había pirateado los archivos concernientes a aquel virus en varios CDs.
—Hemos recuperado seis de esos discos, incluido el que tú tienes. Pero todavía hay más. Los suficientes como para preocuparse Quien los tenga, intentará venderlos en el mercado negro como una poderosísima arma biológica.
—Entonces... ¿Esa es la causa por la que fueron asesinados el rey Thomas y el príncipe Marc? —preguntó Maggie notando que el pulso se le aceleró Lucas observó detenidamente la expresión de Maggie antes de contestar. Estaba muy pálida, y parecía preocupada. Decidió entonces que aquel no era el momento para decirle que tenía sospechas bien fundadas de que el príncipe Marc había participado en el robo de los archivos.
—Rafe y yo estamos investigando los detalles —aseguró—. Sabemos que la familia Kelly es la responsable, y aunque ahora estén en prisión, tienen vínculos con Altaria.
—Así que para cerrar el caso habría que recuperar el resto de los CDs y encerrar a los traidores de Altaria entre rejas... —reflexionó Maggie frotándose las manos para hacerlas entrar en calor.
—Exactamente.
Se hizo entonces el silencio entre ellos, y Lucas comprendió que Maggie necesitaba tiempo para asimilar la cruda realidad que acababa de conocer.
El porche no servía de gran cosa para proteger los del viento. El cabello de Maggie ondeaba salvajemente sobre sus hombros, y en su melena castaña se destacaban reflejos dorados como el oro. Lucas pensó que aquella era, una imagen bellísima.
Y aun así, Maggie parecía tan vulnerable, que él sintió deseos de abrazarla.
—Todo esto es horrible —dijo ella metiéndose de nuevo las manos en los bolsillos—. El rey Thomas fundó el Instituto cuando su mujer murió de cáncer. Trataba de hacer algo por el bien de la humanidad, no para destruirla. El quería muchísimo a su reina. Le rompió el corazón verla sufrir.
Lucas asintió con la cabeza. Sabía de primera mano cuánto sufrían los pacientes de cáncer, cómo los destruía la enfermedad. El había perdido a su padre por culpa de un cáncer de colon. Pero no tenía intención de hablarle a Maggie de su pasado ni del dolor que había sentido. Aquella carga era suya y solo suya, al igual que la promesa, ya rota, que le había hecho a su padre.
Lucas levantó la cabeza, tratando de recomponerse. Estaban sentados el uno al lado del otro, y su hombro rozaba levemente el de Maggie. Resistió el deseo de levantar la mano y acariciarle la mejilla para sentir el calor que irradiaba su piel.
Volvió a bajar de nuevo la cabeza y miró al suelo. Aquella investigación era demasiada importante como para distraerse con una mujer bonita. Sobre todo si se trataba de la dama que había prometido proteger.
«Investigaciones Rey-Star» estaba situada en un altísimo edificio con vistas a la ciudad. Maggie tomó el ascensor hasta el noveno piso y entró en la oficina de Lucas a través de una puerta doble de cristal.
Una rubia de ojos azules estaba sentada tras la recepción de caoba. Era una mujer impresionante, una bomba. Llevaba un jersey rojo, a juego con el lápiz de labios, que le marcaba el contorno de sus grandes pechos.
—¿En qué puedo ayudarla? —preguntó la rubia con una sonrisa deslumbrante.
Maggie frunció el ceño. Al parecer, aquella mujer, que seguramente compartiría la cama de Lucas cada vez que él se lo propusiera, no la veía a ella como una amenaza.
—Me gustaría hablar con el señor Starwind.
Unos minutos más tarde, Maggie entró en el despacho de Lucas. El estaba mirando por la ventana, hacia la ciudad. Cuando la oyó llegar, se dio la vuelta y sus miradas se encontraron.
—Gracias, Carol —dijo Lucas desviando la vista hacia su recepcionista.
La joven asintió con la cabeza y se marchó cerrando la puerta tras ella.
Lucas y Maggie se quedaron mirándose el uno al otro durante lo que les pareció una eternidad.
—Es toda una bomba —dijo ella finalmente.
—¿Quien Carol? —preguntó Lucas distraídamente mientras se acercaba al escritorio.
«Pues claro, Carol, ¿quién si no?», pensó ella, preguntándose por qué Lucas se hacía el loco.
—No sabía que las rubias pechugonas fueran tu tipo. Estoy segura de que es de ese tipo de chicas que se dedican a entretener a su jefe las frías noches de invierno...
—Un análisis muy interesante, pero te equivocas de pleno —respondió Lucas cruzándose de brazos—. Resulta que Carol es una trabajadora nata, está casada, y tiene dos niños pequeños. Supongo que no te habrás fijado en las fotos que había encima de su mesa, ni en la alianza de oro que luce en la mano derecha.
—No soy una buena detective, ¿verdad? —musitó Maggie dejándose caer sobre una silla.
—La peor.
Maggie parpadeó. Pelo rubio. Grandes pechos. La cama de Lucas. Su análisis había sido fruto de los celos, un sentimiento que nunca antes había experimentado.
—Lo siento —consiguió decir a duras penas, pensando que también le debía una disculpa a Carol.
Lucas se encogió de hombros y ambos guardaron silencio.
No estaba haciendo un buen trabajo para con seguir que Lucas Starwind sonriera. Y aquello era algo que debía remediar enseguida.
—Entonces, ¿voy a trabajar contigo aquí en la oficina? —preguntó.
—¿No tienes exámenes finales?
—Puedo venir después de estudiar.
—En ese caso, el antiguo despacho de Tom está a tu disposición.
—Gracias.
Maggie deseaba que aquello no fuera para él como cuidar de una niña, aunque sabía que era difícil. A ella nadie le daba ningún crédito, ni si quiera su propia familia. Pero antes o después, el detective Starwind acabaría por conocerla, y se daría cuenta de cómo era en realidad.
—¿Cuál es tu tipo, Lucas?
—¿Qué? —preguntó él parpadeando.
—Tu tipo de mujer —aclaró Maggie.
El abrió los ojos y sus miradas se encontraron. Maggie sintió que el pulso se le convertía en piedra, y se dio cuenta de que eran perfectos el uno para el otro. Ningún otro hombre la retaba como él lo hacía. Ni la hacía sentir de aquella manera. Ella lo necesitaba tanto como él a ella.
—No tengo un tipo concreto —respondió él.
«Oh, sí, claro que lo tienes», pensó Maggie. «Y soy yo».
Maggie descubrió que el trabajo de un detective no se correspondía con la imagen de las películas. No tenían que seguir a los malos, esconderse dentro de la gabardina en esquinas oscuras o disparar en una persecución de coches a toda velocidad. En lugar de aquello, tenían que lidiar con montones y montones de papeles.
Era sábado por la tarde, una fina capa de nieve cubría el suelo, y ella y Lucas estaban encerrados en casa del detective examinando archivos, catalogando la información sobre empresas y personas susceptibles de tener la más mínima relación con la familia Kelly. Lucas buscaba a alguien que pudiera tener interés en los CDs desparecidos. Pensaba que si localizaban al potencial comprador, él los llevaría hasta el traidor en Altaria.
—¿Está al tanto el Departamento de Policía sobre el virus del cáncer? ¿No tuvo Rafe que contárselo cuando arrestaron a, los Kelly? —preguntó Maggie levantando la cabeza del ordenador portátil
—No —respondió Lucas—. Dejó que la Policía a creyera que los archivos contenían información importante sobre investigaciones para la cura del cáncer. Cuanta menos gente conozca la verdad, mejor. No necesitamos tener entre manos un escándalo internacional.
—¿Porqué no mandas a la isla algunos agentes infiltrados?
—Ya lo he hecho. He enviado a unos ex militares que sirvieron conmigo en mi antigua compañía. Hay algunos en Palacio, otros en el Instituto Rosemere y otros vigilando la fábrica de tejidos.
Maggie pensó en el CD que le habían enviado por casualidad. Si el traidor hubiera descubierto su error, su vida correría peligro. Era consciente de lo peligroso del caso, y le agradecía a Lucas su dedicación.
—Al parecer, lo tienes todo bajo control...
—Intento avanzar en la investigación —aseguró él—. Pero, por desgracia, los hombres que envié a Altaria no han descubierto nada todavía.
Lucas estiró los hombros y estuvo a punto de darle a ella en el brazo. La mesa que compartían apenas era suficiente pan ambos. Dejó de teclear y la miró. Estaban tan cerca que Maggie podía apreciar con claridad la textura de su piel, la cicatriz que tenía en la ceja izquierda, la leve sombra de la barba...
Sentía deseos de acariciarlo, de deslizar los de dos sobre aquellas mejillas de piedra. Como artista, se sentía fascinada por sus rasgos. Como mujer, no podía dejar de admirar su varonil atractivo.
—Tengo que decirte algo sobre el príncipe Marc —dijo él.
Maggie se puso de inmediato a la defensiva. Siempre había algo que decir respecto a su tío. El príncipe Marc había sido un playboy atractivo y encantador. Considerado uno de los solteros de oro de Europa, había jugueteado con incontables amantes, del mismo modo que había jugueteado con sus finanzas. Tuvo también una hija fuera del matrimonio, pero, por desgracia, no había demostrado ser un gran padre.
A pesar de todo, Maggie lo quería mucho. Era de su sangre.
—El príncipe Marc estaba relacionado con los Kelly —le espetó Lucas.
Durante un instante, ella solo fue capaz de mirarlo con los ojos muy abiertos. ¿Su tío, el príncipe del espíritu libre, el hombre con el que a menudo la comparaban a ella, metido en el crimen organizado?
—¿En qué sentido? —preguntó con un nudo en el estómago.
—Les debía dinero a los Kelly. Las deudas de juego se lo estaban comiendo vivo —aseguró el detective con un suspiro—. Creemos que formaba parte de la red de contrabando, Maggie.
—Eso no puede ser —respondió ella poniéndose en pie y paseándose por la sala—. Murió asesinado en el mismo accidente náutico que el rey. Estaban juntos.
—Piensa en ello. El príncipe Marc no tenía planeado estar en el barco aquel día. Decidió ir con su padre en el último minuto. El no era el objetivo.
—Entonces, ¿cuál es tu teoría? —preguntó ella, deteniéndose.
—El príncipe Marc necesitaba saldar sus deudas de juego, así que hizo un trato con los Kelly. De hecho, pienso que mataron al rey Thomas porque querían poner en el trono a Marc, un hombre al que podrían manipular fácilmente.
—Pero mataron al tío Marc por accidente...
Aquello significaba que su tío no estaba al tanto de que los Kelly tenían planeado asesinar al rey, pero alguien de Palacio lo sabía. Alguien que mantenía informados a los Kelly sobre los movimientos del rey, alguien que había enviado un asesino al muelle para que manipulara la embarcación...
Maggie parpadeó, tratando de retener las lágrimas. No quería llorar delante de Lucas. El rey Thomas había sido su tabla de salvación, la única persona del mundo que la comprendía, que sabía cuánto se esforzaba ella para conseguir el respeto de su familia.
Maggie la frívola, la artista temperamental. La mimada de los Connelly. A nadie parecía importarle que se estuviera sacando una doble licenciatura en Económicas y en Arte.
Estaba trabajando muy duro, pensó echando una ojeada al cúmulo de papeles que había sobre el escritorio de Lucas. Estaba estudiando para los exámenes finales en medio de todo aquello. Y ahora además tenía que enfrentarse al hecho de que su tío fuera un traidor.
Con gesto cansado, Maggie volvió a mirar a Lucas. El detective se frotó las sienes y se concentró en la pantalla del ordenador. Ella podía ver las arrugas que se le formaban en la frente. Lucas también estaba trabajando muy duro. Pero nunca se daba a sí mismo un respiro. Nunca se divertía.
Maggie miró por la ventana, hacia aquel precioso día de invierno, hacia la nieve que Lucas había predicho.
—Salgamos de aquí —dijo—. Dejemos estos archivos y hagamos un muñeco de nieve con nariz de zanahoria y una sonrisa hecha de ramas.
—No pienso malgastar tiempo haciendo el tonto —respondió él mirándola con asombro—. Tengo que cumplir unos objetivos.
Decidida a no rendirse, Maggie se apartó de la ventana. Se le había ocurrido un plan genial. De una manera u otra, ella y Lucas iban a jugar con la nieve.
—¿Y qué me dices del almuerzo? Tendremos que comer, ¿no?
—Supongo que sí —respondió él encogiéndose de hombros.
A regañadientes, Lucas aceptó que se tomaran una hora libre para comer, recalcando que sería una hora exacta de reloj.
Maggie se abrochó el abrigo y se enfundó las manos en un par de guantes de aspecto infantil. Lucas se puso la cazadora de cuero y se pasó la mano por el cabello para intentar colocar en su si do un par de mechones rebeldes.
Preparados para el frío, salieron de la casa, y Lucas cerró la puerta tras él. Mientras se daba la vuelta para dirigirse hacia el coche, Maggie se arrodilló sobre el suelo y, tan rápido como se lo permitieron sus manos, hizo una bola de nieve. Luego se puso en pie y, apuntando al objetivo, la lanzó. La bola giró por el aire y fue a dar contra la espalda de Lucas, deshaciéndose en mil pedazos.
El se giró a toda prisa y se encontró con la sonrisa triunfal de Maggie.
Lo primero que salió de su boca fue una palabrota. Lo segundo, una queja.
—Maldita sea, se me han caído las llaves —dijo agachándose sobre la nieve—. Y ahora tengo que escarbar para encontrarlas.
Maggie se ofreció para ayudarlo, pensando que era el mayor gruñón del mundo. La nieve no era muy profunda, y las llaves no podían haber caído muy lejos.
Lucas se puso los guantes y ambos comenzaron a levantar la nieve sin decir ni una palabra. Molesta, Maggie le dio la espalda y comenzó a buscar en otro lado.
Fue entonces cuando sintió un cúmulo de nieve cayendo directamente sobre su cabeza.
Absolutamente sorprendida, se apartó la nieve de la cara. El sonido de un juego de llaves reclamó su atención. Se dio la vuelta y vio a Lucas a su lado, con una mueca extraña atravesando su hermoso rostro.
—Te he pillado —aseguró él guardando las llaves en el bolsillo, el sitio en el que al parecer habían estado todo el rato.
—¿Ah, sí?
Maggie tenía ganas de abrazarlo con todas sus fuerzas, pero en su lugar comenzó a hacer otra bola de nieve, dejando claras sus intenciones.
Al instante, Lucas se colocó a un lado del coche, para utilizar el vehículo como trinchera.
La guerra había comenzado.