Capítulo 1
SI fuerais a dar una medalla de oro a la
persona menos agradable de la tierra, tendríais que dársela a
alguien llamado Carmelita Polainas, y si no se la dierais, ella os
la quitaría de las manos. Carmelita Polainas era maleducada,
violenta y mugrienta, y es una verdadera pena que tenga que
describírosla, porque ya hay suficientes cosas desagradables e
inquietantes en esta historia para encima tener que mencionar
siquiera a una persona tan detestable. Los huérfanos Baudelaire
son, y no la espantosa Carmelita Polainas, gracias al cielo, los
héroes de esta historia, y si quisierais dar una medalla de oro a
Violet, Klaus y Sunny Baudelaire, sería por su capacidad para
sobrevivir a la adversidad. «Adversidad» es una palabra que aquí
significa «problema», y hay muy pocas personas en este mundo que
hayan sufrido la clase de enojosa adversidad que persigue a estos
tres niños adondequiera que vayan. Su problema empezó un día cuando
estaban descansando en la playa y recibieron la dolorosa noticia de
que sus padres habían muerto en un terrible incendio. Por eso, los
enviaron a vivir con un pariente lejano llamado Conde Olaf. Si
tuvierais que dar una medalla de oro al Conde Olaf, tendríais que
guardarla bajo llave en algún lugar antes de la ceremonia de
entrega, porque el Conde Olaf era un hombre tan codicioso y malvado
que intentaría apoderarse de ella de antemano. Los huérfanos
Baudelaire no tenían una medalla de oro, pero tenían una enorme
fortuna que sus padres les habían dejado, y era esa fortuna lo que
el Conde Olaf intentaba arrebatarles. Los tres hermanos
sobrevivieron a la convivencia con el Conde Olaf, pero solo a duras
penas y, desde entonces, Olaf los había seguido a todas partes, por
lo general acompañado por uno o más de sus siniestros y feos
compinches. No importaba quién se ocupara de los Baudelaire; el
Conde Olaf siempre estaba al acecho, cometiendo actos tan ruines
que apenas si puedo enumerarlos: secuestro, asesinato, llamadas
pervertidas, suplantación, envenenamiento, hipnosis y una forma de
cocinar atroz son solo algunas de las fechorías cometidas por Olaf
a las que los huérfanos habían sobrevivido. Peor aún: el Conde Olaf
tenía la mala costumbre de evitar que lo atraparan, así que siempre
estaba seguro de reaparecer. Es realmente horrible que esto siga
sucediendo, pero así es la historia.
Solo os digo que la historia es así porque
estáis a punto de relacionaros con la maleducada, violenta y
mugrienta Carmelita Polainas, y si no podéis soportar leer algo
sobre ella, será mejor que dejéis este libro y leáis otra cosa,
porque a partir de aquí se pone peor. Dentro de muy poco tiempo,
Violet, Klaus y Sunny Baudelaire sufrirán tantas adversidades que
recibir un empujón de Carmelita Polainas será como ir dando un
paseo hasta la heladería.
—¡Apartaos de mi camino, zampabollos! —dijo
una niñita maleducada, violenta y mugrienta, dando un empujón a los
huérfanos Baudelaire mientras pasaba a toda prisa junto a
ellos.
Violet, Klaus y Sunny se quedaron demasiado
sorprendidos para responder. Estaban en una acera hecha de
adoquines, que debía de ser muy antigua porque había un buen montón
de oscuro musgo que sobresalía de entre los bloques. Alrededor de
la acera había una gran extensión de césped marrón, que daba la
impresión de no haber sido regado nunca, y sobre el césped había
cientos de niños que correteaban en distintas direcciones. De vez
en cuando, alguien resbalaba y caía al suelo, pero se levantaba y
seguía corriendo. Parecía algo agotador y sin sentido, dos cosas
que deberían evitarse a toda costa, aunque los huérfanos Baudelaire
apenas miraban al resto de niños, porque tenían la vista clavada en
los adoquines mohosos que tenían bajo sus pies.
La timidez es algo curioso, porque, al igual
que las arenas movedizas, se apodera de las personas en cualquier
momento y, también como las arenas movedizas, hace que sus víctimas
miren hacia abajo. Ese iba a ser el primer día de los Baudelaire en
la Academia Preparatoria Prufrock, y los tres hermanos pensaron que
sería mejor mirar el moho que cualquier otra cosa.
—¿Se os ha caído algo? —preguntó el señor
Poe, tosiendo con un pañuelo blanco en la boca. Una dirección hacia
la que sin duda no querían mirar los Baudelaire era hacia el señor
Poe, que caminaba pegado a ellos. El señor Poe era un banquero al
que habían nombrado responsable de los asuntos de los Baudelaire
tras el terrible incendio, lo cual había resultado ser una pésima
idea. El señor Poe tenía buenas intenciones, pero un bote de
mostaza probablemente también tiene buenas intenciones y lo hubiera
hecho mejor a la hora de mantener a los Baudelaire fuera de
peligro. Violet, Klaus y Sunny habían aprendido hacía mucho tiempo
que lo único seguro con respecto al señor Poe era que siempre
estaba resfriado.
—No —respondió con timidez Violet—, no se
nos ha caído nada.
Violet, la mayor de los Baudelaire, no
acostumbraba a mostrarse tímida. A Violet le gustaba inventar cosas
y era frecuente encontrarla concentrada en su último invento, con
el pelo recogido en una cola con un lazo para apartárselo de los
ojos. Cuando sus inventos estaban terminados, los enseñaba a sus
conocidos, que quedaban, por lo general, muy impresionados con sus
habilidades. En ese mismo instante, mientras miraba los adoquines
mohosos, pensó en que podría construir una máquina para evitar que
las aceras se enmohecieran, aunque estaba demasiado nerviosa para
hablar del tema. ¿Y si ninguno de los profesores, los niños ni el
personal administrativo mostraban interés por sus inventos?
Como si le hubiera leído el pensamiento,
Klaus puso una mano en el hombro de Violet y ella le sonrió. Klaus
había aprendido en sus doce años de vida que su hermana mayor
consideraba una mano en el hombro un gesto muy reconfortante,
siempre que la mano estuviera pegada a un brazo, claro.
Normalmente, Klaus también decía algo que la consolara, pero se
sentía tan avergonzado como su hermana. La mayoría de las veces
podías encontrar a Klaus haciendo lo que más le gustaba, que era
leer. Algunas mañanas podías encontrarlo en la cama con las gafas
puestas porque se había quedado leyendo hasta tan tarde que estaba
demasiado cansado para quitárselas. Klaus bajó la vista hacia la
acera y recordó un libro que había leído titulado Misterios del moho, pero sentía demasiada timidez
para sacar el tema. ¿Y si en la Academia Preparatoria Prufrock no
había nada bueno que leer? Sunny, la menor de los Baudelaire, alzó
la vista para mirar a sus hermanos; Violet sonrió y la cogió en
brazos. Era algo fácil de hacer, porque Sunny era un bebé y apenas
abultaba más que una barra de pan. Sunny también estaba nerviosa
para hablar, aunque, cuando hablaba, solía ser difícil entender lo
que decía. Por ejemplo, si Sunny no hubiera sentido tanta timidez,
podría haber abierto la boca, dejando al descubierto sus cuatro
dientes puntiagudos, y decir: ¡Marimo! ,
que podría haber significado: «Espero que haya muchas cosas para
roer en la escuela, ¡porque roer cosas es una de mis actividades
favoritas!».
—Ya sé por qué estáis todos tan callados
—dijo el señor Poe—. Es porque estáis muy emocionados, y no me
extraña. Yo siempre quise ir a un internado de pequeño, pero nunca
tuve la oportunidad. Si os digo la verdad, estoy un poco celosillo
de vosotros.
Los Baudelaire intercambiaron miradas. El
hecho de que la Academia Preparatoria Prufrock fuera un internado
era la parte que los ponía más nerviosos. Si no había nadie
interesado en los inventos, o no había nada que leer, o si morder
cosas estaba prohibido, podía ser una tortura, y no solo durante el
día, sino también durante la noche. Los hermanos desearon que, ya
que el señor Poe estaba celoso de ellos, fuera él quien acudiera a
la Academia Preparatoria Prufrock y ellos los que trabajaran en el
banco.
—Tenéis mucha suerte de estar aquí
—prosiguió el señor Poe—. He tenido que llamar a más de cuatro
escuelas antes de encontrar una que os aceptara a los tres con tan
poca antelación. La Prufrock —así la llamaban, era una especie de
mote— es una academia muy buena. Todos los profesores tienen
titulación superior. Las habitaciones están muy bien equipadas. Y,
lo más importante de todo, hay un moderno sistema informático que
mantendrá al Conde Olaf alejado de vosotros. El subdirector Nerón
me ha dicho que han introducido en el ordenador una descripción
completa del Conde Olaf, con todos los detalles, desde su única y
larga ceja hasta el ojo tatuado en su tobillo izquierdo, así que
los tres estaréis seguros aquí durante muchos años.
—Pero ¿cómo va un ordenador a mantener
alejado al Conde Olaf? —preguntó Violet con tono desconcertado
mientras seguía mirando al suelo.
—Se trata de un ordenador moderno —contestó el señor Poe, como si «moderno»
fuera una explicación adecuada y no solo una palabra que
significara «haber alcanzado la modernidad»—. Borrad de vuestras
cabecitas al Conde Olaf. El subdirector Nerón me ha prometido que
no os quitará ojo. Al fin y al cabo, una escuela tan moderna como
la Prufrock no permitiría que la gente anduviera por ahí como Pedro
por su casa.
—¡Apartaos, zampabollos! —dijo la niñita
maleducada, violenta y mugrienta al volver a pasar por delante de
ellos.
—¿Qué significa «zampabollos»? —murmuró
Violet a Klaus, quien poseía un amplio vocabulario gracias a sus
lecturas.
—No lo sé —admitió Klaus—, pero no parece
nada bueno.
—Es una palabra encantadora —comentó el
señor Poe—. Zampabollos. No sé qué significa, pero me recuerda un
pastel. Oh, bueno, ya hemos llegado. —Habían llegado al final de la
mohosa acera de adoquines y se encontraban enfrente de la escuela.
Los Baudelaire alzaron la vista para mirar su nuevo hogar y
soltaron un grito ahogado de sorpresa. Si no hubieran estado
mirando al suelo durante todo el recorrido por el césped, habrían
visto el aspecto de la academia, aunque tal vez fue mejor haber
retrasado esa visión todo lo posible. La persona encargada de
diseñar edificios se llama arquitecto, pero en el caso de la
Prufrock el término más apropiado sería «arquitecto deprimido». La
escuela estaba compuesta de un conjunto de muchos edificios, todos
construidos con piedra lisa de color gris y agrupados en una
especie de línea desordenada. Para llegar hasta allí, los
Baudelaire tuvieron que pasar por debajo de un inmenso arco de
piedra que proyectaba una sombra curvilínea sobre el césped, como
un arco iris en el que todos los colores fueran grises o negros. En
el arco estaban pintadas las palabras «ACADEMIA PREPARATORIA
PRUFROCK» con enormes letras negras, y debajo, con letras más
pequeñas, el lema de la escuela: «Memento
Mori». Pero no fueron ni los edificios ni el arco lo que hizo
que los niños soltaran un grito ahogado: fue la forma de las
construcciones, rectangular pero con un tejado redondeado. Un
rectángulo con una parte superior redondeada es una forma extraña,
y a los huérfanos solo se les ocurrió una cosa que tuviera aquel
aspecto. Para ellos, todos los edificios eran igualitos a una
lápida.
—Una arquitectura bastante curiosa —dijo el
señor Poe—. Todos los edificios parecen tumbas. En cualquier caso,
tenéis que presentaros en el despacho del subdirector Nerón de
inmediato. Está en la planta novena del edificio principal.
—¿No va a acompañarnos, señor Poe? —preguntó
Violet. Violet tenía catorce años y sabía que esa edad era
suficiente para ir al despacho de quien fuera sola, pero entrar en
un edificio de aspecto tan siniestro sin un adulto cerca la ponía
nerviosa.
El señor Poe tosió con el pañuelo en la boca
y miró el reloj de pulsera al mismo tiempo.
—Me temo que no —contestó cuando se le hubo
pasado el acceso de tos—. Ya ha empezado la jornada en el banco.
Pero ya he tratado cualquier pormenor con el subdirector Nerón. Si
hubiera algún problema, recordad que siempre podéis poneros en
contacto conmigo o con cualquiera de mis socios de la Corporación
Fraudusuaria. Ahora marchaos. Que lo paséis de maravilla en la
Prufrock.
—Estoy segura de que así será —dijo Violet
mientras, tratando de parecer más fuerte de lo que era, estrechaba
la mano al banquero—. Gracias por todo, señor Poe.
—Sí, gracias —añadió Klaus mientras le
estrechaba la mano al banquero.
—Grikin —dijo Sunny, que era su forma de
decir «Gracias».
—No hay de qué —respondió el señor Poe—.
Adiós. —Sacudió la cabeza, mirando a los tres hermanos, y Sunny
observó cómo regresaba por la mohosa acera sorteando a los niños
que corrían a su lado. Pero Klaus no lo miró; estaba contemplando
el enorme arco que se cernía sobre la academia.
—Puede que no sepa qué significa
«zampabollos» —dijo Klaus—, pero creo que puedo traducir el lema de
nuestra nueva escuela.
—Ni siquiera parece escrito en nuestro
idioma —comentó Violet mientras le echaba un vistazo.
—Racho —admitió Sunny.
—No está en nuestro idioma —confirmó Klaus—.
Está en latín. Por algún motivo, muchos lemas están escritos en
latín. No sé mucho latín, pero recuerdo haber leído esta frase en
un libro sobre la Edad Media. Si significa lo que creo, se trata
sin duda de un lema extraño.
—¿Qué crees que significa? —preguntó
Violet.
—Si no me equivoco —prosiguió Klaus, que
rara vez se equivocaba—, Memento Morí
significa «Recuerda que morirás».
—Recuerda que morirás —repitió Violet
lentamente, y los tres hermanos se apretaron el uno contra el otro,
como si tuvieran mucho, muchísimo frío.
Todo el mundo morirá, claro, tarde o
temprano. Los acróbatas circenses morirán y los grandes intérpretes
de clarinete morirán y vosotros moriréis, hasta yo, y puede que
haya una persona que viva en tu manzana, que, justo ahora, no mire
a ambos lados de la calle antes de cruzar y muera en unos segundos,
y todo por culpa de un autobús. Todos moriremos, pero a muy pocas
personas les gusta que se lo recuerden. Sin duda, a los niños no
les gustó que les recordasen que morirían, sobre todo cuando
pasaban por debajo del arco que se levantaba sobre la Prufrock. Los
huérfanos Baudelaire no necesitaban que les recordasen eso en su
primer día en el cementerio gigante que se había convertido en su
hogar.