Además de la humedad que hacía más espesa la atmósfera, ya de por sí pesada en el interior de la sala, cuyas dos únicas ventanas estrechas daban a un patio sombrío incluso en los días de sol, el desasosiego, por emplear la comparación vernácula, se cortaba con una navaja. Hubiera sido preferible retrasar las elecciones, dijo el delegado del partido del medio, pdm, desde ayer llueve sin parar, hay derrumbes e inundaciones por todas partes, la abstención, esta vez, se va a disparar. El delegado del partido de la derecha, pdd, hizo un gesto afirmativo con la cabeza, pero consideró que su contribución al diálogo debería revestir la forma de un comentario prudente, Obviamente, no minimizaré ese riesgo, aunque pienso que el acendrado espíritu cívico de nuestros conciudadanos, en tantas otras ocasiones demostrado, es acreedor de toda nuestra confianza, ellos son conscientes, oh sí, absolutamente conscientes, de la trascendente importancia de estas elecciones municipales para el futuro de la capital. Dicho esto, uno y otro, el delegado del pdm y el delegado del pdd, se volvieron, con aire mitad escéptico, mitad irónico, hacia el delegado del partido de la izquierda, pdi, curiosos por saber qué tipo de opinión sería capaz de producir. En ese preciso instante, salpicando agua por todos lados, irrumpió en la sala el suplente de la presidencia, y, como era de esperar, puesto que estaba completo el elenco de la mesa electoral, la acogida fue, más que cordial, calurosa. No llegamos por tanto a conocer el punto de vista del delegado del pdi pero, a juzgar por algunos antecedentes conocidos, es presumible que se expresara de acuerdo con un claro optimismo histórico, con una frase como ésta, por ejemplo, Los votantes de mi partido son personas que no se amedrentan por tan poco, no es gente que se quede en casa por culpa de cuatro míseras chispas de agua cayendo de las nubes. No eran cuatro chispas míseras, eran cubos, eran cántaros, eran nilos, iguazús y ganges, pero la fe, bendita sea para siempre jamás, además de apartar las montañas del camino de quienes se benefician de su poder, es capaz de atreverse con las aguas más torrenciales y de ellas salir oreada.
Se constituyó la mesa, cada cual en el lugar que le competía, el presidente firmó el acta y ordenó al secretario que la fijara, como determina la ley, en la entrada del edificio, pero el recadero, dando pruebas de una sensatez elemental, hizo notar que el papel no se mantendría en la pared ni un minuto, en dos santiamenes se le habría borrado la tinta, y al tercero se lo llevaría el viento. Colóquelo entonces dentro, donde la lluvia no lo alcance, la ley es omisa en ese particular, lo importante es que el edicto esté colgado y a la vista. Preguntó a la mesa si estaba de acuerdo, todos dijeron que sí, con la reserva expresa del delegado del pdd de que la decisión quedara reflejada en el acta para prevenir impugnaciones. Cuando el secretario regresó de su húmeda misión, el presidente le preguntó cómo estaba el tiempo y él respondió, encogiéndose de hombros, Igual, bueno para las ranas, Hay algún elector fuera, Ni sombra. El presidente se levantó e invitó a los miembros de la mesa y a los representantes de los partidos a que lo acompañaran en la revisión de la cabina electoral, que se comprobó estar limpia de elementos que pudiesen desvirtuar la pureza de las opciones políticas que allí iban a tener lugar a lo largo del día. Cumplida la formalidad, regresaron a sus lugares para examinar las listas del censo, que también encontraron limpias de irregularidades, lagunas y sospechas. Había llegado el momento grave en que el presidente destapa y exhibe la urna ante los electores para que puedan certificar que está vacía, de modo que mañana, siendo necesario, puedan ser buenos testigos de que ninguna acción delictiva había introducido en ella, en el silencio de la noche, los votos falsos que corromperían la libre y soberana voluntad política de los ciudadanos, que no se repetiría aquí una vez más aquel histórico fraude al que se da el pintoresco nombre de pucherazo, que tanto se podría cometer, no lo olvidemos, antes, durante o después del acto, según la ocasión y la eficacia de sus autores y cómplices. La urna estaba vacía, pura, inmaculada, pero en la sala no se encontraba ni un solo elector, uno sólo de muestra, ante quien pudiera ser exhibida. Tal vez alguno ande por ahí perdido, luchando contra los chaparrones, soportando los azotes del viento, apretando contra el corazón el documento que lo acredita como ciudadano con derecho a votar, pero, tal como están las cosas en el cielo, va a tardar mucho en llegar, si es que no acaba regresando a casa y dejando los destinos de la ciudad entregados a aquellos que un automóvil negro deja en la puerta y en la puerta después recoge, cumplido el deber cívico de quien ocupa el asiento de atrás.
Terminadas las operaciones de inspección de los diversos materiales, manda la ley de este país que voten inmediatamente el presidente, los vocales y los delegados de los partidos, así como las respectivas suplencias, siempre que, claro está, estén inscritos en el colegio electoral cuya mesa integran, como es el caso. Incluso estirando el tiempo, cuatro minutos bastaron para que la urna recibiese sus primeros once votos. Y la espera, no quedaba otro remedio, comenzó. Aún no pasaba media hora cuando el presidente, inquieto, sugirió a uno de los vocales que saliera a cerciorarse de si venía alguien, es posible que hayan aparecido electores, pero si se han topado con la puerta cerrada por el viento, se habrán ido protestando, si han retrasado las elecciones que al menos hubieran tenido la delicadeza de avisar a la gente por la radio y por la televisión, que para informaciones de esta clase todavía sirven. Dijo el secretario, Todo el mundo sabe que una puerta que se cierra con la fuerza del viento hace un ruido de treinta mil demonios, y aquí no se ha oído nada. El vocal dudó, voy no voy, pero el presidente insistió, Vaya usted, hágame el favor, y tenga cuidado, no se moje. La puerta estaba abierta, firme en su calzo. El vocal asomó la cabeza, un instante fue suficiente para mirar a un lado y a otro y para retirarla después chorreando como si la hubiese metido bajo una ducha. Deseaba actuar como un buen vocal, agradar a su presidente, y, siendo esta la primera vez que había sido llamado para estas funciones, quería ser apreciado por la rapidez y la eficacia en los servicios que tuviese que prestar, con tiempo y experiencia, quién sabe, alguna vez llegaría el día en que también él presidiera un colegio electoral, vuelos más altos que éste cruzan el cielo de la providencia y ya nadie se asombra. Cuando regresó a la sala, el presidente, entre pesaroso y divertido, exclamó, Pero hombre, no era necesario que se mojara de esa manera, No tiene importancia, señor presidente, dijo el vocal mientras se secaba la cara con la manga de la chaqueta, Ha visto a alguien, Hasta donde la vista me alcanza, nadie, la calle es un desierto de agua. El presidente se levantó, dio unos pasos indecisos delante de la mesa, llegó hasta la cabina, miró dentro y regresó. El delegado del pdm tomó la palabra para recordar su pronóstico de que la abstención se dispararía, el delegado del pdd pulsó otra vez la cuerda apaciguadora, los electores tienen todo el día para votar, esperarán que el temporal amaine. Ahora el delegado del pdi prefirió quedarse callado, pensaba en la triste figura que hubiera hecho de haber dejado salir de su boca lo que se disponía a decir en el momento en que el suplente del presidente entró en la sala, Cuatro miserables gotas de agua no son suficientes para amedrentar a los votantes de mi partido. El secretario, al que todos dirigieron la mirada esperando, optó por presentar una sugerencia práctica, Creo que no sería mala idea telefonear al ministerio pidiendo información sobre cómo está transcurriendo la jornada electoral aquí y en el resto del país, sabríamos si este corte de energía cívica es general, o si somos los únicos a quienes los electores no vienen a iluminar con sus votos. Indignado, el delegado del pdd se levantó, Requiero que quede reflejada en las actas mi más viva protesta, como representante del partido de la derecha, contra los términos irrespetuosos y contra el inaceptable tono de chacota con que el secretario acaba de referirse a los electores, esos que son los supremos valedores de la democracia, esos sin los cuales la tiranía, cualquiera de las que hay en el mundo, y son tantas, ya se habría apoderado de la patria que nos dio el ser. El secretario se encogió de hombros y preguntó, Tomo nota del requerimiento del representante del pdd, señor presidente, Opino que no es para tanto, lo que pasa es que estamos nerviosos, perplejos, desconcertados, y ya se sabe que en un estado de espíritu así es fácil decir cosas que en realidad no pensamos, estoy seguro de que el secretario no quiso ofender a nadie, él mismo es un elector consciente de sus responsabilidades, la prueba está en que, como todos los que estamos aquí, arrostró la intemperie para venir a donde el deber le llama, sin embargo, este reconocimiento sincero no me impide rogarle al secretario que se atenga al cumplimiento riguroso de la misión que le fue consignada, absteniéndose de comentarios que puedan chocar la sensibilidad personal y política de las personas presentes. El delegado del pdd hizo un gesto seco que el presidente prefirió interpretar como de concordancia, y el conflicto no fue más allá, a lo que contribuyó poderosamente que el representante del pdm recordara la propuesta del secretario, La verdad es que, añadió, estamos aquí como náufragos en medio del océano, sin vela ni brújula, sin mástil ni remo, y sin gasóleo en el depósito, Tiene toda la razón, dijo el presidente, voy a llamar al ministerio. Había un teléfono en una mesa apartada y hacia allí se dirigió llevando consigo la hoja de instrucciones que le había sido entregada días antes y donde se encontraban, entre otras indicaciones útiles, los números telefónicos del ministerio del interior.
La comunicación fue breve, Habla el presidente de la mesa electoral número catorce, estoy muy preocupado, algo francamente extraño está sucediendo aquí, hasta este momento no ha aparecido ni un solo elector a votar, hace ya más de una hora que hemos abierto, y ni un alma, sí señor, claro, al temporal no hay medio de pararlo, lluvia, viento, inundaciones, sí señor, seguiremos pacientes y a pie firme, claro, para eso hemos venido, no necesita decírmelo. A partir de este punto el presidente no contribuyó al diálogo nada más que con unos cuantos asentimientos de cabeza, unas cuantas interjecciones sordas y tres o cuatro principios de frase que no llegó a terminar. Cuando colgó el auricular miró a los colegas de mesa, pero en realidad no los veía, era como si tuviera ante sí un paisaje compuesto de colegios electorales vacíos, de inmaculadas listas censales, con presidentes y secretarios a la espera, delegados de partidos mirándose con desconfianza unos a otros, haciendo las cuentas de quién gana y quién pierde con la situación, y a lo lejos algún vocal chorreando y premioso que regresa de la entrada e informa de que no viene nadie. Qué le han respondido del ministerio, preguntó el representante del pdm, No saben qué pensar, es natural que el mal tiempo esté reteniendo a mucha gente en sus casas, pero que en toda la ciudad suceda prácticamente lo mismo que aquí, para eso no encuentran explicación, Por qué dice prácticamente, preguntó el delegado del pdd, En algunos colegios electorales, es cierto que pocos, han aparecido electores, pero la afluencia es reducidísima, como nunca se ha visto, Y en el resto del país, preguntó el representante del pdi, no sólo está lloviendo en la capital, Eso es lo que desconcierta, hay lugares donde llueve tanto como aquí y pese a eso las personas están votando, como es natural la afluencia es mayor en las regiones donde el tiempo es bueno, y, hablando de esto, dicen que el servicio meteorológico prevé una mejoría para el final de la mañana, También puede suceder que el tiempo vaya de mal en peor, recuerden el dicho, a mediodía o escampa o descarga, advirtió el segundo vocal, que hasta ahora no había abierto la boca. Se hizo un silencio. Entonces el secretario se metió la mano en uno de los bolsillos exteriores de la chaqueta, sacó un teléfono móvil y marcó un número. Mientras esperaba que lo atendieran, dijo, Esto es más o menos como lo que se cuenta de la montaña y de mahoma, puesto que no podemos preguntar a los electores que no conocemos por qué no vienen a votar, hagamos la pregunta a la familia, que es conocida, hola, qué tal, soy yo, sí, sigues ahí, por qué no has venido a votar, que está lloviendo ya lo sé, todavía tengo las perneras de los pantalones mojadas, sí, es verdad, perdona, olvidé que me habías dicho que vendrías después de comer, claro, te llamo porque aquí la cosa está complicada, ni te lo imaginas, si te dijera que hasta ahora no ha asomado nadie a votar, no me ibas a creer, bueno, entonces te espero, un beso. Colgó el teléfono y comentó irónico, Por lo menos tenemos un voto garantizado, mi mujer viene por la tarde. El presidente y los restantes miembros de la mesa entrecruzaron miradas, era evidente que tenían que seguir el ejemplo, pero también saltaba a la vista que ninguno quería ser el primero, equivaldría a reconocer que en rapidez de raciocinio y en desenvoltura quien se lleva la palma en este colegio electoral es el secretario. Al vocal que salió a la puerta para ver si llovía no le costó comprender que tendría que comer mucho pan y mucha sal antes de llegar a la altura de un secretario como este de aquí, capaz de, con la mayor ausencia de ceremonia del mundo, sacar un voto de un teléfono móvil como un prestidigitador saca un conejo de una chistera. Viendo que el presidente, apartado en una esquina, hablaba con su casa desde el móvil, y que los otros, utilizando sus propios aparatos, discretamente, en susurros, hacían lo mismo, el vocal de la puerta apreció la honestidad de los colegas que, al no usar el teléfono fijo colocado, en principio, para uso oficial, noblemente le ahorraban dinero al estado. El único de los presentes que por no tener móvil se limitaba a esperar las noticias de los otros era el representante del pdi, debiendo añadirse, además, que, por vivir solo en la capital y teniendo la familia en el pueblo, el pobre hombre no tiene a quién llamar. Una tras otra las conversaciones fueron terminando, la más larga es la del presidente, por lo visto le está exigiendo a su interlocutor que venga inmediatamente, a ver cómo acaba esto, en cualquier caso era él quien debería haber hablado en primer lugar, si el secretario se adelantó, que le aproveche, ya hemos visto que el tipo pertenece a la especie de los vivillos, si respetase la jerarquía como nosotros la respetamos simplemente hubiera expuesto la idea a su superior. El presidente soltó el suspiro que tenía atrapado en el pecho, se guardó el teléfono en el bolsillo y preguntó, Han sabido algo. La pregunta, aparte de innecesaria, era, cómo diremos, un poquito desleal, en primer lugar porque saber, eso que se llama saber, siempre se sabe algo, incluso cuando no sirva para nada, en segundo lugar porque era obvio que el inquiridor se estaba aprovechando de la autoridad inherente al cargo para eludir su obligación, que sería que él inaugurara, de viva voz y sin subterfugios, el intercambio de informaciones. Pero si no hemos olvidado el suspiro y el ímpetu exigente que en cierto momento de la conversación nos pareció notar en sus palabras, lógico será pensar que el diálogo, se supone que al otro lado habría una persona de la familia, no fue tan plácido e instructivo cuanto su justificado interés de ciudadano y de presidente merecía, y que, sin serenidad para atreverse con improvisaciones mal urdidas, rehuye ahora la dificultad invitando a los subordinados a expresarse, lo que, como también sabemos, es otra manera, más moderna, de ser jefe. Lo que dijeron los miembros de la mesa y los delegados de los partidos, salvo el del pdi, que, a falta de informaciones propias, estaba allí para oír, fue, o que a los familiares no les apetecía nada calarse hasta los huesos y esperaban que el cielo se decidiese a escampar para animar la votación popular, o que, como la mujer del secretario, pensaban votar durante el periodo de la tarde. El vocal de la puerta era el único que se mostraba satisfecho, se le veía en la cara la complaciente expresión de quien tiene motivo para enorgullecerse de sus méritos, lo que, traducido en palabras, da lo siguiente, En mi casa no ha respondido nadie, eso significa que ya vienen de camino. El presidente volvió a sentarse en su lugar y la espera recomenzó.
Casi una hora después entró el primer elector. Contra la expectativa general y para desaliento del vocal de la puerta, era un desconocido. Dejó el paraguas escurriendo en la entrada de la sala y, cubierto por una capa de plástico lustrosa por el agua, calzando botas de goma, avanzó hacia la mesa. El presidente se levantó con una sonrisa en los labios, este elector, hombre de edad avanzada, pero todavía robusto, anunciaba el regreso a la normalidad, a la habitual fila de cumplidores ciudadanos que avanzan lentamente, sin impaciencia, conscientes, como dijo el delegado del pdd, de la transcendente importancia de estas elecciones municipales. El hombre le entregó al presidente su carnet de identidad y el documento que lo acreditaba como elector, éste anunció con voz vibrante, casi feliz, el número del carnet y el nombre de su poseedor, los vocales encargados de la anotación hojearon las listas del censo, repitieron, cuando los encontraron, nombre y número, los marcaron con la señal de haber votado, después, siempre pingando agua, el hombre se dirigió a la cabina de voto con las papeletas, en seguida volvió con un papel doblado en cuatro, se lo entregó al presidente, que lo introdujo con aire solemne en la urna, recibió los documentos y se retiró, llevándose el paraguas. El segundo elector tardó diez minutos en aparecer, pero, a partir de él, si bien con cuentagotas, sin entusiasmo, como hojas otoñales desprendiéndose lentamente de las ramas, las papeletas fueron cayendo en la urna. Por más que el presidente y los vocales dilataran las operaciones de verificación, la fila no llegaba a formarse, se encontraban, como mucho, tres o cuatro personas esperando su turno, y de tres o cuatro personas nunca se hará, Por más que se esfuercen, una fila digna de ese nombre. Cuánta razón tenía yo, observó el delegado del pdm, la abstención será terrible, masiva, nadie conseguirá entenderse después de esto, la única solución será repetir las elecciones, Puede ser que el temporal remita, dijo el presidente, y, mirando el reloj, murmuró como si rezase, Es casi mediodía. Resoluto, aquel a quien le hemos dado el nombre de vocal de la puerta se levantó, Si el señor presidente me lo permite, voy a ver cómo está el tiempo, ahora que no hay nadie para votar. No tardó nada más que un instante, fue en un vuelo y volvió nuevamente feliz, anunciando la buena noticia. Formidable, llueve mucho menos, casi nada, y ya comienzan a verse claros en el cielo. Poco faltó para que los miembros de la mesa y los delegados de los partidos se fundieran en un abrazo, pero la alegría tuvo corta duración. El monótono goteo de electores no se alteró, llegaba uno, llegaba otro, llegaron la esposa, la madre y una tía del vocal de la puerta, llegó el hermano mayor del delegado del pdd, llegó la suegra del presidente, que, quebrando el respeto que se debe a un acto electoral, informó al abatido yerno de que la hija sólo aparecería hacia el final de la tarde, Dijo que estaba pensando ir al cine, añadió cruel, llegaron los padres del presidente suplente, llegaron otros que no pertenecían a estas familias, entraban indiferentes, salían indiferentes, el ambiente sólo se animó un poco cuando aparecieron dos políticos del pdd, minutos después uno del pdm, y como por encanto, una cámara de televisión salida de la nada tomó imágenes y regresó hacia la nada, un periodista solicitó permiso para realizar una pregunta, Cómo está transcurriendo la jornada, Y el presidente respondió, Podría ser mejor, pero, ahora que el tiempo parece aclarar, estamos seguros de que la afluencia de electores aumentará, La impresión que hemos recogido en otros colegios electorales de la ciudad es que la abstención va a ser muy alta esta vez, observó el periodista, Prefiero ver las cosas con optimismo, tener una visión positiva de la influencia de la meteorología en el funcionamiento de los mecanismos electorales, bastará que no llueva durante la tarde para que consigamos recuperar lo que el temporal de esta mañana intentó robarnos. El periodista salió satisfecho, la frase era bonita, podría dar, por lo menos, un subtítulo para el reportaje. Y, porque era hora de dar satisfacción al estómago, los miembros de la mesa y los interventores de los partidos se organizaron en turnos para, con un ojo puesto en las listas electorales y otro en el bocadillo, comer allí mismo.
Había dejado de llover, pero nada hacía prever que las cívicas esperanzas del presidente llegaran a ser satisfactoriamente coronadas por el contenido de una urna en la que los votos, hasta ahora, apenas llegaban para alfombrar el fondo. Todos los presentes pensaban lo mismo, las elecciones eran ya un tremendo fracaso político. El tiempo pasaba. Las tres y medía de la tarde sonaban en el reloj de la torre cuando la esposa del secretario entró a votar. Marido y mujer se sonrieron el uno al otro con discreción, pero también con un toque sutil de indefinibles complicidades, una sonrisa que causó al presidente de la mesa una incómoda crispación interior, tal vez el dolor de la envidia al saber que nunca llegaría a ser parte de una sonrisa como aquélla. Todavía seguía doliéndole en un repliegue cualquiera de la carne, en un recoveco cualquiera del espíritu cuando, treinta minutos después, mirando el reloj, se preguntaba a sí mismo si la mujer habría acabado yendo al cine. Se va a presentar, si es que se presenta, a última hora, en el último minuto, pensó. Las maneras de conjurar el destino son muchas y casi todas vanas, y ésta, obligarse a pensar lo peor confiando en que suceda lo mejor, siendo de las más vulgares, podría ser una tentativa merecedora de consideración, pero no dará resultado en el caso presente porque de fuente digna de todo crédito sabemos que la mujer del presidente de la mesa ha ido al cine y que, por lo menos hasta este momento, no ha decidido si vendrá a votar. Felizmente, la ya otras veces invocada necesidad de equilibrio que ha sostenido el universo en sus carriles y a los planetas en sus trayectorias, determina que siempre que se quite algo de un lado se ponga en el otro algo que más o menos le corresponda, a poder ser de la misma calidad y en la misma proporción, a fin de que no se acumulen las quejas por diferencias de tratamiento. De otro modo no se comprendería por qué motivo, a las cuatro de la tarde, precisamente a una hora que no es ni mucho ni poco, que no es carne ni pescado, los electores que hasta entonces se habían quedado en la tranquilidad de sus hogares, ignorando ostensiblemente la obligación electoral, comenzaron a salir a la calle, la mayoría por sus propios medios, otros con la ayuda benemérita de bomberos y de voluntarios ya que los lugares donde vivían aún se encontraban inundados e intransitables, y todos, todos, los sanos y los enfermos, aquellos por su pie, éstos en sillas de ruedas, en camillas, en ambulancias, confluían hacia sus respectivos colegios electorales como ríos que no conocen otro camino que no sea el del mar. A las personas escépticas, o simplemente desconfiadas, esas que sólo están inclinadas a creer en los prodigios de los que esperan extraer algún provecho, deberá de parecerles que la arriba mencionada necesidad de equilibrio del universo está siendo descaradamente falseada en la presente circunstancia, que la artificiosa duda sobre si la mujer del presidente de la mesa vendrá o no a votar es, a todas luces, demasiado insignificante desde el punto de vista cósmico para que sea necesario compensarla, en una ciudad entre tantas del mundo terreno, con la movilización inesperada de miles y miles de personas de todas las edades y condiciones sociales que, sin haberse puesto previamente de acuerdo sobre sus diferencias políticas e ideológicas, han decidido, por fin, salir de casa para votar. Quien de esta manera argumente olvida que el universo tiene sus leyes, todas ellas extrañas a los contradictorios sueños y deseos de la humanidad, y en cuya formulación no tenemos más arte ni parte que las palabras con que burdamente las nombramos, y también que todo nos viene convenciendo de que las aplica en función de objetivos que trascienden y siempre trascenderán nuestra capacidad de entendimiento, y si, en este particular conjunto, la escandalosa desproporción entre algo que tal vez, por ahora sólo tal vez, acabe siendo robado a la urna, es decir, el voto de la supuestamente antipática esposa del presidente, y la marea alta de hombres y de mujeres que ya vienen de camino, nos parece difícil de aceptar a la luz de la más elemental justicia distributiva, pide la prudencia que durante algún tiempo suspendamos cualquier juicio definitivo y acompañemos con atención confiante el desarrollo de unos sucesos que apenas comienzan a delinearse. Precisamente lo que, arrebatados de entusiasmo profesional y de imparable ansiedad informativa, están ya haciendo los periodistas de radio, prensa y televisión, corriendo de un lado a otro, poniendo grabadoras y micrófonos ante la cara de las personas, preguntando Qué le ha hecho salir de casa a las cuatro para votar, no le parece increíble que todo el mundo haya bajado a la calle al mismo tiempo, oyendo respuestas secas o agresivas como Porque era la hora en que había decidido salir, Como ciudadanos libres, entramos y salimos a la hora que nos apetece, no tenemos que dar explicaciones a nadie sobre las razones de nuestros actos, Cuánto le pagan por hacer preguntas estúpidas, A quién le importa la hora en que salgo o no salgo de casa, En qué ley está escrito que tengo obligación de atender a su pregunta, Sólo hablo en presencia de mi abogado. También hubo algunas personas bien educadas que respondieron sin la reprensora acrimonia de los ejemplos que acabamos de dar, pero incluso ésas fueron incapaces de satisfacer la ávida curiosidad periodística, se limitaban a encogerse de hombros diciendo, Tengo el máximo respeto por su trabajo y nada me gustaría más que ayudarle a publicar una buena noticia, desgraciadamente sólo puedo decirle que miré el reloj, vi que eran las cuatro y le dije a la familia Vamos, es ahora o nunca, Ahora o nunca, por qué, Pues ahí está el quid de la cuestión, me salió así la frase, Piénselo bien, haga un esfuerzo, No merece la pena, pregúntele a otra persona, tal vez ella lo sepa, Ya le he preguntado a cincuenta, Y qué, Ninguna me ha sabido dar respuesta, Pues ya ve, Pero no le parece una extraña coincidencia que hayan salido miles de personas de sus casas a la misma hora para ir a votar, Coincidencia, desde luego, pero extraña quizá no, Por qué, Ah, eso no lo sé. Los comentaristas que en las diversas televisiones seguían el proceso electoral, ofreciendo pálpitos ante la falta de datos ciertos de apreciación, infiriendo del vuelo y del canto de las aves la voluntad de los dioses, lamentando que ya no esté autorizado el sacrificio de animales para en sus vísceras descifrar los decretos del cronos y del hado, despertaron súbitamente del torpor en que las perspectivas más que sombrías del escrutinio los habían hecho zozobrar y, ciertamente porque les parecía indigno de su educativa misión desperdiciar tiempo discutiendo coincidencias, se lanzaron como lobos sobre el extraordinario ejemplo de civismo que la población de la capital estaba dando a todo el país en aquel momento, acudiendo en masa a las urnas cuando el fantasma de una abstención sin paralelo en la historia de nuestra democracia amenazaba gravemente la estabilidad no sólo del régimen, sino también, mucho más grave, del sistema. No iba tan lejos en temores la nota oficiosa emanada del ministerio del interior, pero el alivio del gobierno era patente en cada línea. En cuanto a los tres partidos en lista, el de la derecha, el del medio y el de la izquierda, ésos, después de echar cuentas rápidas de las ganancias y pérdidas que resultarían de tan inesperado movimiento de ciudadanos, hicieron públicas declaraciones de congratulación en las cuales, entre otras lindezas estilísticas del mismo jaez, se afirmaba que la democracia estaba de enhorabuena. También en términos semejantes, punto más, coma menos, se expresaron, con la bandera nacional izada detrás, primero, el jefe de estado en su palacio, después el primer ministro en su palacete. A la puerta de los lugares de voto, las filas de electores, de tres en fondo, daban la vuelta a la manzana hasta perderse de vista.
Como los demás presidentes de mesa de la ciudad, este de la asamblea electoral número catorce tenía clara conciencia de que estaba viviendo un momento histórico único. Cuando ya iba la noche muy avanzada, después de que el ministerio del interior hubiera prorrogado dos horas el término de la votación, periodo al que fue necesario añadirle media hora más para que los electores que se apiñaban dentro del edificio pudiesen ejercer su derecho de voto, cuando por fin los miembros de la mesa y los interventores de los partidos, extenuados y hambrientos, se encontraron delante de la montaña de papeletas que habían sido extraídas de las dos urnas, la segunda requerida de urgencia al ministerio, la grandiosidad de la tarea que tenían por delante los hizo estremecerse de una emoción que no dudaremos en llamar épica, o heroica, como si los manes de la patria, redivivos, se hubiesen mágicamente materializado en aquellos papeles. Uno de esos papeles era el de la mujer del presidente. Vino conducida por un impulso que la obligó a salir del cine, pasó horas en una fila que avanzaba con la lentitud del caracol, y cuando finalmente se encontró frente al marido, cuando oyó pronunciar su nombre, sintió en el corazón algo que tal vez fuese la sombra de una felicidad antigua, nada más que la sombra, pero, aun así, pensó que sólo por eso había merecido la pena venir aquí. Pasaba de la medianoche cuando el escrutinio terminó. Los votos válidos no llegaban al veinticinco por ciento, distribuidos entre el partido de la derecha, trece por ciento, partido del medio, nueve por ciento, y partido de la izquierda, dos y medio por ciento. Poquísimos los votos nulos, poquísimas las abstenciones. Todos los otros, más del setenta por ciento de la totalidad, estaban en blanco.
El desconcierto, la estupefacción, pero también la burla y el sarcasmo, barrieron el país de una punta a otra. Los municipios de la provincia, donde las elecciones transcurrieron sin accidentes ni sobresaltos, salvo algún que otro ligero retraso ocasionado por el mal tiempo, y cuyos resultados no variaban de los de siempre, tantos votantes ciertos, tantos abstencionistas empedernidos, nulos y blancos sin significado especial, esos municipios, a los que el triunfalismo centralista había humillado cuando se pavoneó ante el país como ejemplo del más límpido civismo electoral, podían ahora devolver la bofetada al que dio primero y reír de la estulta presunción de unos cuantos señores que creen que llevan al rey en la barriga sólo porque la casualidad los hizo vivir en la capital. Las palabras Esos señores, pronunciadas con un movimiento de labios que rezumaba desdén en cada sílaba, por no decir en cada letra, no se dirigían contra las personas que, habiendo permanecido en casa hasta las cuatro de la tarde, de repente acudieron a votar como si hubiesen recibido una orden a la que no podían ofrecer resistencia, apuntaban, sí, al gobierno que cantó victoria antes de tiempo, a los partidos que comenzaron a manejar los votos en blanco como si fuesen una viña por vendimiar y ellos los vendimiadores, a los periódicos y otros medios de comunicación social por la facilidad con que pasan de los aplausos del capitolio a despeñar desde la roca tarpeya, como si ellos mismos no formaran parte activa en la preparación de los desastres.
Alguna razón tenían los zumbones de provincias, pero no tanta cuanta creían. Bajo la agitación política que recorre toda la capital como un reguero de pólvora en busca de su bomba se nota una inquietud que evita manifestarse en voz alta, salvo si está entre sus pares, una persona con sus íntimos, un partido con su aparato, el gobierno consigo mismo, Qué sucederá cuando se repitan las elecciones, ésta es la pregunta que se hace en voz baja, contenida, sigilosa, para no despertar al dragón que duerme. Hay quien opina que es mejor no atizar la vara en el lomo del animal, dejar las cosas como están, el pdd en el gobierno, el pdd en el ayuntamiento, hacer como que nada ha sucedido, imaginar, por ejemplo, que ha sido declarado el estado de excepción en la capital y que por tanto se encuentran suspendidas las garantías constitucionales, y, pasado cierto tiempo, cuando el polvo se haya asentado, cuando el nefasto suceso haya entrado en el rol de los pretéritos olvidados, entonces, sí, preparar las nuevas elecciones, comenzando por una bien estudiada campaña electoral, rica en juramentos y promesas, al mismo tiempo que se prevenga por todos los medios, y sin remilgos ante cualquier pequeña o mediana ilegalidad, la posibilidad de que se pueda repetir el fenómeno que ya ha merecido por parte de un reputado especialista en estos asuntos la clasificación de teratología político social. También están los que expresan una opinión diferente, arguyen que las leyes son sagradas, que lo que está escrito es para que se cumpla, le duela a quien le duela, y que si entramos por la senda de los subterfugios y por el atajo de los apaños por debajo de la mesa iremos directos al caos y a la disolución de las conciencias, en suma, si la ley estipula que en caso de catástrofe natural las elecciones se repitan ocho días después, pues que se repitan ocho días después, es decir, ya el próximo domingo, y sea lo que dios quiera, que para eso está. Obsérvese, no obstante, que los partidos, al expresar sus puntos de vista, prefieren no arriesgar demasiado, dan una en el clavo y otra en la herradura, dicen que sí, pero que también. Los dirigentes del partido de la derecha, que forma gobierno y preside el ayuntamiento, parten de la convicción de que ese triunfo, indiscutible, dicen ellos, les servirá la victoria en bandeja de plata, por lo que adoptaron una táctica de serenidad teñida de tacto diplomático, confiando en el sano criterio del gobierno, a quien incumbe hacer cumplir la ley, Como es lógico y natural en una democracia consolidada, como la nuestra, rematan. Los del partido del medio también pretenden que la ley sea respetada, pero reclaman del gobierno algo que de antemano saben que es totalmente imposible de satisfacer, esto es, el establecimiento y la aplicación de medidas rigurosas que aseguren la normalidad absoluta del acto electoral, pero, sobre todo, imagínense, de los respectivos resultados, De manera que en esta ciudad, alegan, no pueda repetirse el espectáculo vergonzoso que acabamos de dar ante la patria y el mundo. En cuanto al partido de la izquierda, después de que se reunieran sus máximos órganos directivos y tras un largo debate, elaboró e hizo público un comunicado en el que expresaba su más firme esperanza de que el acto electoral que se avecinaba haría nacer, objetivamente, las condiciones políticas indispensables para el advenimiento de una nueva etapa de desarrollo y de amplio progreso social. No juraron que esperaban ganar las elecciones y gobernar el ayuntamiento, pero se sobreentendía. Por la noche, el primer ministro fue a la televisión para anunciarle al pueblo que, de acuerdo con las leyes vigentes, las elecciones municipales se repetirían el domingo próximo, iniciándose, por tanto, a partir de las veinticuatro horas de hoy, un nuevo periodo de campaña electoral de cuatro días de duración hasta las veinticuatro horas del viernes. El gobierno, añadió dándole al semblante un aire grave y acentuando con intención las sílabas fuertes, confía en que la población de la capital, nuevamente llamada a votar, sabrá ejercer su deber cívico con la dignidad y el decoro con que siempre lo hizo en el pasado, dándose así por írrito y nulo el lamentable acontecimiento en que, por motivos todavía no del todo aclarados, pero que se encontraban en curso de investigación, el habitual preclaro criterio de los electores de esta ciudad se vio inesperadamente confundido y desvirtuado. El mensaje del jefe de estado queda para el cierre de campaña, en la noche del viernes, pero la frase de remate ya ha sido elegida, El domingo, queridos compatriotas, será un hermoso día.
Fue realmente un día hermoso. Por la mañana temprano, estando el cielo que nos cubre y protege en todo su esplendor, con un sol de oro fulgurante en fondo de cristal azul, según las inspiradas palabras de un reportero de televisión, comenzaron los electores a salir de sus casas camino de los respectivos colegios electorales, no en masa ciega, como se dice que sucedió hace una semana, aunque, pese a ir cada uno por su cuenta, fue con tanto apuramiento y diligencia que todavía las puertas no estaban abiertas y ya extensísimas filas de ciudadanos aguardaban su vez. No todo, desgraciadamente, era honesto y límpido en las tranquilas reuniones. No había ni una fila, una sola entre las más de cuarenta diseminadas por toda la ciudad, en la que no se encontraran uno o más espías con la misión de escuchar y grabar los comentarios de los electores, convencidas como estaban las autoridades policiales de que una espera prolongada, tal como sucede en los consultorios médicos, induce a que se suelten las lenguas más pronto o más tarde, aflorando a la luz, aunque sea con una simple media palabra, las intenciones secretas que animan el espíritu de los electores. En su gran mayoría los espías son profesionales, pertenecen a los servicios secretos, pero también los hay procedentes del voluntariado, patriotas aficionados al espionaje que se presentan por vocación de servicio, sin remuneración, palabras, todas éstas, que constan en la declaración juramentada que han firmado, o, y no son pocos los casos, también están los que se ofrecen por el morboso placer de la denuncia. El código genético de eso a lo que, sin pensar mucho, nos contentamos con llamar naturaleza humana, no se agota en la hélice orgánica del ácido desoxirribonucleico, o adn, tenemos mucho más que decirle y tiene mucho más que contarnos, pero ésa, hablando de forma figurada, es la espiral complementaria que todavía no conseguimos hacer salir del parvulario, pese a la multitud de psicólogos y analistas de las más diversas escuelas y calibres que se han dejado las uñas intentando abrir sus cerrojos. Estas científicas consideraciones, por muy valiosas que sean ya y por muy prospectivas que puedan serlo en el futuro, no nos debieran hacer olvidar las inquietantes realidades de hoy, como la que acabamos de percibir ahora mismo, y es que no sólo están por ahí los espías, con cara de distraídos, escuchando y grabando solapadamente lo que se dice, hay también automóviles deslizándose suavemente a lo largo de la fila como quien busca un sitio donde estacionar, y que llevan dentro, invisibles a las miradas, cámaras de video de alta definición y micrófonos de última generación capaces de transferir a un cuadro gráfico las emociones que aparentemente se ocultan en el susurrar diverso de un grupo de personas a que creen, cada una de ellas, que está pensando en otra cosa. Se ha grabado la palabra, pero también el diseño de la emoción. Ya nadie puede estar seguro. Hasta el momento en que se abrieron las puertas de las secciones electorales y las filas comenzaron a moverse las grabadoras no habían podido captar nada más que frases insignificantes, banalísimos comentarios sobre la belleza de la mañana y la amena temperatura o sobre el desayuno ingerido a toda prisa, breves diálogos sobre la importante cuestión de cómo dejar seguros a los hijos mientras las madres acuden a votar, Se ha quedado el padre cuidándolos, la única solución es que nos relevemos, ahora estoy yo, después vendrá él, claro que hubiéramos preferido votar juntos, pero no es posible, y lo que no tiene remedio, ya se sabe, remediado está, Nuestro hijo más pequeño se quedó con la hermana mayor que todavía no está en edad de votar, sí, éste es mi marido, Encantado de conocerle, Igualmente, Qué hermosa mañana, Realmente parece que ha sido hecha a propósito, Algún día tendría que suceder. A pesar de la agudeza auditiva de los micrófonos que pasaban y volvían a pasar, coche blanco, coche azul, coche verde, coche rojo, coche negro, con las antenas balanceándose por la brisa matinal, nada explícitamente sospechoso asomaba la cabeza bajo la piel de expresiones tan inocentes y coloquiales como éstas, por lo menos en apariencia. Con todo, no era necesario tener un doctorado en suspicacia o un diploma en desconfianza para olfatear algo particular en las dos últimas frases, la de la mañana que parecía haber sido hecha a propósito, y en especial la segunda, la de que algún día tendría que suceder, ambigüedades acaso involuntarias, acaso inconscientes, pero, por eso mismo, potencialmente más peligrosas, que convendría contrastar con el análisis minucioso del tono en que las dichas palabras fueron proferidas, pero sobre todo con la gama de resonancias por ellas generadas, nos referimos a los subtonos, sin cuya consideración, de creer en recientes teorías, el grado de comprensión de cualquier discurso oralmente expresado será siempre insuficiente, incompleto, limitado. Al espía que casualmente se encontraba allí, así como a todos sus colegas, le habían sido dadas instrucciones preventivas muy precisas sobre cómo actuar en casos como éste. Debería no distanciarse del sospechoso, debería colocarse en tercera o cuarta posición tras él en la fila de votantes, debería, como doble garantía, a pesar de la sensibilidad del magnetófono que lleva escondido, retener en la memoria el nombre y el número de elector cuando el presidente de la mesa los pronuncie en voz alta, debería simular que se había olvidado de algo y retirarse discretamente de la fila, salir a la calle, comunicar por teléfono lo ocurrido a la central de información y, por fin, volver al terreno de caza, tomando nuevamente lugar en la fila. En el exacto sentido de los términos, no se puede comparar esta acción a un ejercicio de tiro al blanco, lo que se espera aquí es que el azar, el destino, la suerte, o como diablos se le quiera llamar, ponga el blanco delante del tiro.
Las noticias llovían en la central a medida que el tiempo iba pasando, sin embargo, en ningún caso revelaban de una forma clara y por tanto irrebatible en el futuro la intención de voto del elector cazado, lo que abundaba en la lista eran frases del tipo de las mencionadas más arriba, y hasta la que se presentaba como más sospechosa, Algún día tendría que suceder, perdería mucho de su aparente peligrosidad si la restituyésemos a su contexto, nada más que una conversación entre dos hombres sobre el reciente divorcio de uno de ellos, conducida con medias palabras para no excitar la curiosidad de las personas próximas, y que había terminado de ese modo, un tanto rencoroso, un tanto resignado, aunque el trémulo suspiro que salió del pecho del hombre que se acababa de divorciar, si fuese la sensibilidad el mejor atributo del oficio de espía, lo habría colocado claramente en el cuadrante de la resignación. Que el espía no lo hubiese considerado digno de nota, que el magnetofón no lo hubiera captado, son fallos humanos y desaciertos tecnológicos cuya simple eventualidad el buen juez, sabiendo lo que son los hombres y no ignorando lo que son las máquinas, tendría el deber de considerar, incluso cuando, y eso sí sería magníficamente justo, aunque a primera vista pueda parecer escandaloso, no existiese en la materia del proceso la más pequeña señal de no culpabilidad del acusado. Temblamos al pensar lo que mañana le puede suceder a ese inocente si lo interrogan, Reconoce que le dijo a la persona que estaba con usted Algún día tendría que suceder, Sí, lo reconozco, Piense bien antes de responder, a qué se refería con esas palabras, Hablábamos de mi separación, Separación, o divorcio, Divorcio, Y cuáles eran, cuáles son sus sentimientos con respecto a tal divorcio, Creo que un poco de rabia, un poco de resignación, Más rabia, o más resignación, Más resignación, supongo, No le parece que, en ese caso, lo más natural hubiera sido soltar un suspiro, sobre todo si está hablando con un amigo, No puedo jurar que no haya suspirado, no me acuerdo, Pues nosotros tenemos la certeza de que no suspiró, Cómo lo saben, si no estaban allí, Y quién le dice que no estábamos, Tal vez mi amigo recuerde si me oyó suspirar, es cuestión de preguntarle, Por lo visto su amistad con él no es muy grande, Qué quiere decir, Que invocar aquí a su amigo es crearle problemas, Ah, eso no, Muy bien, Puedo irme, Qué ideas tiene, hombre, no se precipite, primero tendrá que responder a la pregunta que le hemos hecho, Qué pregunta, En qué estaba pensando realmente cuando le dijo a su amigo las tales palabras, Ya he respondido, Dénos otra respuesta, ésa no sirve, Es la única que les puedo dar porque es la verdadera, Eso es lo que usted se cree, Claro que me puedo poner a inventar, Hágalo, a nosotros no nos importa nada que invente las respuestas que entienda, con tiempo y paciencia, más la aplicación adecuada de ciertas técnicas, acabará llegando a lo que pretendemos oír, Díganme qué es y acabemos con esto, Ah no, así no tiene ninguna gracia, qué imagen se llevaría de nosotros, querido señor, nosotros tenemos una dignidad científica que respetar, una conciencia profesional que defender, para nosotros es muy importante que seamos capaces de demostrarles a nuestros superiores que merecemos el dinero que nos pagan y el pan que comemos, Estoy perdido, No tenga prisa.
La impresionante tranquilidad de los votantes en las calles y dentro de los colegios electorales no se correspondía con la disposición de ánimo en los gabinetes de los ministros y en las sedes de los partidos. La cuestión que más les preocupa a unos y a otros es hasta dónde alcanzará esta vez la abstención, como si en ella se encontrara la puerta de salvación para la difícil situación social y política en que el país se encuentra inmerso desde hace una semana. Una abstención razonablemente alta, o incluso por encima de la máxima verificada en las elecciones anteriores, mientras no sea exagerada, significaría que habríamos regresado a la normalidad, la conocida rutina de los electores que nunca creen en la utilidad del voto e insisten contumazmente en su ausencia, la de los otros que prefieren aprovechar el buen tiempo para pasar el día en la playa o en el campo con la familia, o la de aquellos que, sin ningún motivo, salvo la invencible pereza, se quedan en casa. Si la afluencia a las urnas, masiva como en las elecciones anteriores, ya mostraba, sin margen para ninguna duda, que el porcentaje de abstenciones sería reducidísimo, o incluso prácticamente nulo, lo que más confundía a las instancias oficiales, lo que estaba a punto de hacerles perder la cabeza, era el hecho de que los electores, salvo escasas excepciones, respondieran con un silencio impenetrable a las preguntas de los encargados de los sondeos sobre el sentido de su voto, Es sólo a efectos estadísticos, no tiene que identificarse, no tiene que decir cómo se llama, insistían, pero ni por esas conseguían convencer a los desconfiados votantes. Ocho días antes los periodistas consiguieron que les respondieran, es cierto que con tono ora impaciente, ora irónico, ora desdeñoso, respuestas que en realidad eran más un modo de callar que otra cosa, pero al menos se intercambiaban algunas palabras, un lado preguntaba, otro hacía como que, nada parecido a este espeso muro de silencio, como un misterio de todos que todos hubieran jurado defender. A mucha gente ha de parecerle singular, asombrosa, por no decir imposible de suceder, esta coincidencia de procedimiento entre tantos y tantos millares de personas que no se conocen, que no piensan de la misma manera, que pertenecen a clases o estratos sociales diferentes, que, en suma, estando políticamente colocadas en la derecha, en el centro o en la izquierda, cuando no en ninguna parte, decidieran, cada una por sí misma, mantener la boca cerrada hasta el recuento de los votos, dejando para más tarde la revelación del secreto. Esto fue lo que, con mucha esperanza de acertar, quiso anticiparle el ministro del interior al primer ministro, esto fue lo que el primer ministro se apresuró a transmitirle al jefe de estado, el cual, con más edad, con más experiencia y más encallecido, con más mundo visto y vivido, se limitó a responder en tono de sorna, Si no están dispuestos a hablar ahora, deme una buena razón para que quieran hablar después. El cubo de agua fría del supremo magistrado de la nación no hizo que el primer ministro y el ministro del interior perdieran el ánimo, no los lanzó a las garras de la desesperación porque, verdaderamente, no tenían nada a que agarrarse, aunque por poco tiempo. No quiso el ministro del interior informar de que, por temor a posibles irregularidades en el acto electoral, previsión que los propios hechos, entre tanto, ya se encargaron de desmentir, había mandado hacer guardia en todos los colegios electorales de la ciudad a dos agentes de paisano de corporaciones diferentes, ambos acreditados para inspeccionar las operaciones de escrutinio, pero también encargados, cada uno de ellos, de mantener vigilado al colega, por si se diera el caso de que se escondiera ahí alguna complicidad honradamente militante, o simplemente negociada en la lonja de las pequeñas traiciones. De esta manera, entre espías y vigilantes, entre magnetofones y cámaras de vídeo, todo parecía seguro y bien seguro, a cubierto de cualquier interferencia maligna que desvirtuase la pureza del acto electoral, y ahora, acabado el juego, no quedaba nada más que cruzar los brazos y esperar la sentencia final de las urnas. Cuando en el colegio electoral número catorce, a cuyo funcionamiento tuvimos la enorme satisfacción de consagrar, en homenaje a esos dedicados ciudadanos, un capítulo completo, sin omitir ciertos problemas íntimos de la vida de alguno de ellos, cuando en todos los colegios restantes, desde el número uno al número trece y desde el número quince al número cuarenta y cuatro, los respectivos presidentes volcaban los votos en las largas tablas que servían de mesas, un rumor impetuoso de avalancha atravesó la ciudad. Era el preludio del terremoto político que no tardaría en producirse. En las casas, en los cafés, en las tabernas y en los bares, en todos los lugares públicos y privados donde hubiese un televisor o una radio, los habitantes de la capital esperaban, más tranquilos unos que otros, el resultado final del escrutinio. Nadie compartía confidencias con su vecino acerca de su voto, los amigos más cercanos guardaban silencio, las personas más locuaces parecían haberse olvidado de las palabras. A las diez de la noche, finalmente, apareció en televisión el primer ministro. Venía con el rostro demudado, con ojeras profundas, efecto de una semana entera de noches mal dormidas, pálido a pesar del maquillaje tipo buena salud. Traía un papel en la mano, pero casi no lo leyó, apenas le lanzó alguna que otra mirada para no perder el hilo del discurso, Queridos conciudadanos, dijo, el resultado de las elecciones que hoy se han realizado en la capital es el siguiente, partido de la derecha, ocho por ciento, partido del medio, ocho por ciento, partido de la izquierda, uno por ciento, abstenciones, cero, votos nulos, cero, votos en blanco, ochenta y tres por ciento. Hizo una pausa para acercarse a los labios el vaso de agua que tenía al lado y prosiguió, El gobierno, reconociendo que la votación de hoy confirma, agravándola, la tendencia verificada el pasado domingo y estando unánimemente de acuerdo sobre la necesidad de una seria investigación de las causas primeras y últimas de tan desconcertantes resultados, considera, tras deliberar con su excelencia el jefe de estado, que su legitimidad para seguir en funciones no ha sido puesta en causa, ya que la convocatoria ahora concluida era sólo local, y porque además reivindica y asume como su imperiosa y urgente obligación investigar hasta las últimas consecuencias los anómalos acontecimientos de que fuimos, durante la última semana, aparte de atónitos testigos, temerarios actores, y si, con el más profundo pesar, pronuncio esta palabra, es porque los votos en blanco, que han asestado un golpe brutal a la normalidad democrática en que transcurría nuestra vida personal y colectiva, no cayeron de las nubes ni subieron de las entrañas de la tierra, estuvieron en el bolsillo de ochenta y tres de cada cien electores de esta ciudad, los cuales, con su propia, pero no patriótica mano, los depositaron en las urnas. Otro trago de agua, éste más necesario porque la boca se le ha secado de repente, Todavía estamos a tiempo de enmendar el error, no a través de nuevas elecciones, que en el estado actual podrían ser, aparte de inútiles, contraproducentes, sino a través del riguroso examen de conciencia al que, desde esta tribuna pública, convoco a los habitantes de la capital, todos ellos, a unos para que puedan protegerse mejor de la terrible amenaza que flota sobre sus cabezas, a otros, sean culpables, sean inocentes de intención, para que se corrijan de la maldad a que se dejaron arrastrar a saber por quién, bajo pena de convertirse en blanco directo de las sanciones previstas en el ámbito del estado de excepción cuya declaración, tras consulta, mañana mismo, al parlamento, que para el efecto se reunirá en sesión extraordinaria, y obtenida, como se espera, su aprobación unánime, el gobierno va a solicitar a su excelencia el jefe del estado. Cambio de tono, brazos medio abiertos, manos alzadas hasta la altura de los hombros, El gobierno de la nación tiene la certidumbre de interpretar la fraternal voluntad de unión del resto del país, ese que con un sentido cívico merecedor de todos los elogios cumplió con normalidad su deber electoral, y ahora, como padre amantísimo, recuerda, a los electores de la capital desviados del recto camino, la lección sublime de la parábola del hijo pródigo y les dice que para el corazón humano no existe falta que no pueda ser perdonada, siendo sincera la contrición, siendo el arrepentimiento total. La última frase de efecto del primer ministro, Honrad a la patria, que la patria os contempla, con redoble de tambores y clarines sonantes, rebuscada en los sótanos de la más decadente retórica patrimonial, quedó deslucida por un Buenas noches que sonó a falso, es lo que tienen de bueno las palabras simples, que no saben engañar.
En los lugares, casas, bares, tabernas, cafés, restaurantes, asociaciones o sedes políticas donde se encontraban votantes del partido de la derecha, del partido del medio e incluso del partido de la izquierda, la comunicación del primer ministro fue ampliamente comentada, claro que, como es natural, de manera diferente y con matizaciones diversas. Los más satisfechos con la performance, a ellos pertenece el bárbaro término, no a quien esta fábula viene narrando, eran los del pdd, que, con aire de superioridad, entre guiños, se felicitaban por la excelencia de la técnica que el jefe había empleado, esa que ha sido designada con la curiosa expresión del palo y la zanahoria, predominantemente aplicada a los asnos y a las mulas en tiempos antiguos, pero que la modernidad, con resultados más que apreciables, reutiliza para uso humano. Algunos, tipo fierabrás y matamoros, consideraban que el primer ministro debería haber terminado el discurso en el punto en que anunció la declaración inminente del estado de excepción, que todo lo que dijo después estaba de más, que con la canalla sólo la cachiporra, que si nos ponemos con paños calientes vamos apañados, que al enemigo ni agua, y otras fuertes expresiones de similar catadura. Los compañeros argumentaban que no era exactamente así, que el jefe tendría sus razones, pero estos pacifistas, como siempre ingenuos, ignoraban que la desabrida reacción de los intransigentes era una maniobra táctica que tenía como objetivo mantener despierta la vena combativa de la militancia. Para lo que dé y venga, era la consigna. Ya los del pdm, como oposición que eran, y aunque estando de acuerdo en lo fundamental, es decir, la necesidad urgente de depurar responsabilidades y castigar a los autores, o conspiradores, encontraban desproporcionada la instauración del estado de excepción, sobre todo sin saber cuánto tiempo iba a durar, y que, en último análisis, no tenía sentido suspender derechos a quien no había cometido otro crimen que ejercer precisamente uno de ellos. Cómo terminará todo esto, se preguntaban, si algún ciudadano decide recurrir al tribunal constitucional, Más inteligente y patriótico sería, agregaban, formar ya un gobierno de salvación nacional con representación de todos los partidos, porque, existiendo realmente una situación de emergencia colectiva, no es con un estado de excepción como ésta se resuelve, el pdd ha perdido los estribos, no tardará en caerse del caballo. También los militantes del pdi sonreían ante la posibilidad de que su partido llegase a formar parte de un gobierno de coalición, pero, entre tanto, lo que más les preocupaba era descubrir una interpretación del resultado electoral que consiguiese disimular la brutal caída de votos que el partido había sufrido, puesto que, alcanzado el cinco por ciento en las últimas elecciones generales realizadas y habiendo pasado al dos y medio en la primera ronda de éstas, se encontraba ahora con la miseria de un uno por ciento y un negro futuro por delante. El resultado del análisis culminó con la preparación de un comunicado en el que se insinuaba que no habiendo razones objetivas que obligasen a pensar que los votos en blanco pretendían atentar contra la seguridad del estado o contra la estabilidad del sistema, lo correcto sería presuponer una coincidencia casual entre la voluntad de cambio así manifestada y las propuestas de progreso contenidas en el programa del pdi. Nada más, todo eso.
Hubo también personas que se limitaron a desenchufar el aparato de televisión cuando el primer ministro terminó y después, antes de irse a la cama, se entretuvieron hablando de sus vidas, Y otras hubo que pasaron el resto de la velada rompiendo y quemando papeles. No eran conspiradores, simplemente tenían miedo.
Al ministro de defensa, un civil que no había hecho el servicio militar, le supo a poco la declaración del estado de excepción, lo que él pretendía era un estado de sitio en serio, de los auténticos, un estado de sitio en la más exacta acepción de la palabra, duro, sin fallas de ningún tipo, como una muralla en movimiento capaz de aislar la sedición para luego derrotarla con un fulminante contraataque, Antes de que la pestilencia y la gangrena alcancen a la parte todavía sana del país, previno. El primer ministro reconoció que la gravedad de la situación era extrema, que la patria había sido víctima de un infame atentado contra los cimientos básicos de la democracia representativa, Yo lo llamaría una carga de profundidad lanzada contra el sistema, se permitió decir, quería discordar el ministro de defensa, Así no pienso, y el jefe de estado está de acuerdo con mi punto de vista, que, teniendo en cuenta los peligros de la conjura inmediata, de manera que se puedan variar los medios y los objetivos de la acción en cualquier momento que sea aconsejable, sería preferible que comenzáramos sirviéndonos de métodos discretos, menos ostentosos, por ventura más eficaces que mandar al ejército a que ocupe las calles, cierre el aeropuerto e instale barreras en las salidas de la ciudad, Y qué métodos son ésos, preguntó el ministro de los militares sin hacer el mínimo esfuerzo para disimular la contrariedad, Nada que no conozca ya, le recuerdo que también las fuerzas armadas tienen sus propios servicios de espionaje, A los nuestros les llamamos de contraespionaje, Da lo mismo, Si, comprendo adónde quiere llegar, Sabía que comprendería, dijo el primer ministro, al mismo tiempo que le hacía una señal al ministro del interior. Éste tomó la palabra, Sin entrar aquí en ciertos pormenores de la operación que, como fácilmente se entenderá, constituyen materia reservada, digamos incluso top secret, el plan elaborado por mi ministerio se asienta, en líneas generales, en una amplia y sistemática acción de infiltración entre los ciudadanos, a cargo de agentes debidamente preparados, que pueda desvelarnos las razones de lo ocurrido y habilitarnos para tomar las medidas necesarias de modo que podamos extirpar el mal desde su nacimiento, Desde su nacimiento no diría, ya lo tenemos ahí, observó el ministro de justicia, Son formas de hablar, respondió con un leve tono de irritación el ministro del interior, que prosiguió, Es el momento de informar a este consejo, en total y absoluta confidencialidad, con perdón por la redundancia, de que los servicios de espionaje que se encuentran bajo mis órdenes, o mejor, que dependen del ministerio a mi cargo, no excluyen la posibilidad de que lo sucedido tenga sus verdaderas raíces en el exterior, que esto que vemos sea sólo la punta del iceberg de una gigantesca conjura internacional de desestabilización, probablemente de inspiración anarquista, la cual, por motivos que todavía ignoramos, habría elegido nuestro país como su primera cobaya, Extraña idea, dijo el ministro de cultura, por lo menos hasta donde mis conocimientos alcanzan, los anarquistas nunca han propuesto, ni siquiera en el campo de la teoría, cometer acciones de esas características y con esa envergadura, Posiblemente, acudió sarcástico el ministro de defensa, porque los conocimientos del querido colega todavía tienen como referencia temporal el idílico mundo de sus abuelos, desde entonces, por muy extraño que pueda parecerle, las cosas han cambiado mucho, hubo una época de nihilismos más o menos líricos, más o menos sangrientos, pero hoy lo que tenemos ante nosotros es terrorismo puro y duro, diverso en sus caras y expresiones, pero idéntico a sí mismo en su esencia, Cuidado con las exageraciones y las extrapolaciones demasiado fáciles, intervino el ministro de justicia, me parece arriesgado, por no decir abusivo, asimilar el terrorismo, para colmo con la clasificación de puro y duro, a la aparición de unos cuantos votos en blanco en las urnas, Unos cuantos votos, unos cuantos votos, balbuceó el ministro de defensa, casi paralizado de estupor, cómo es posible llamar unos cuantos votos a ochenta y tres votos de cada cien, díganme, cuando deberíamos comprender, ser conscientes de que cada uno de esos votos fue como un torpedo bajo la línea de flotación, Tal vez mis conocimientos sobre el anarquismo sean obsoletos, no digo que no, dijo el ministro de cultura, pero, por lo que puedo saber, aunque esté muy lejos de considerarme un especialista en combates navales, los torpedos apuntan siempre por debajo de la línea de flotación, es más, supongo que no tienen otro remedio, fueron fabricados para eso mismo. El ministro del interior se levantó de pronto como impelido por un muelle, iba a defender de la socarrona frase a su colega de defensa, denunciar tal vez el déficit de empatía política patente en aquel consejo, pero el jefe de gobierno descargó con la mano abierta un golpe seco en la mesa reclamando silencio y cortó, Los señores ministros de cultura y de defensa podrán seguir fuera el debate académico en que parecen tan empeñados, pero pido licencia para recordarles que si nos encontramos aquí reunidos, en esta sala que representa, más aún que el parlamento, el corazón de la autoridad y del poder democrático, es para que tomemos las decisiones que habrán de salvar al país, ése es nuestro desafío, de la más grave crisis con que ha tenido que enfrentarse a lo largo de una historia de siglos, por tanto creo que, ante tamaño reto, deberían evitar, por indignos de nuestras responsabilidades, los despropósitos verbales y las fútiles cuestiones de interpretación. Hizo una pausa, que nadie se atrevió a interrumpir, después prosiguió, Quiero dejarle claro al ministro de defensa que el hecho de que el jefe de gobierno se haya inclinado, en esta fase inicial del tratamiento de la crisis, por la aplicación del plan trazado por los servicios competentes del ministerio del interior no significa y nunca podría significar que el recurso a la declaración del estado de sitio haya sido definitivamente postergado, todo dependerá del rumbo que tomen los acontecimientos, de las reacciones de los habitantes de la capital, del pulso que tomemos al resto del país, del comportamiento no siempre previsible de la oposición, en particular, en este caso, del pdi, que ya tiene tan poco que perder que no tendrá inconveniente en apostar lo que le queda en una jugada de alto riesgo, No creo que debamos preocuparnos mucho de un partido que no ha conseguido nada más que un uno por ciento de los votos, observó el ministro del interior, encogiendo los hombros en señal de desdén, Ha leído su comunicado, preguntó el primer ministro, Naturalmente, leer comunicados políticos forma parte de mi trabajo, pertenece a mis obligaciones, es cierto que hay quien paga a asesores para que le pongan la comida masticada en el plato, pero yo soy de la escuela clásica, sólo me fío de mi cabeza aunque sea para equivocarme, Está olvidándose de que los ministros, en último análisis, son los asesores del jefe del gobierno, Y es un honor serlo, señor primer ministro, la diferencia, la gran diferencia consiste en que nosotros ya traemos la comida digerida, Bueno, dejemos la gastronomía y la química de los procesos digestivos y volvamos al comunicado del pdi, deme su opinión, qué le pareció, Se trata de una versión tosca, ingenua, del viejo precepto que manda que te unas a tu enemigo si no eres capaz de vencerlo, Y aplicado al caso presente, Aplicado al caso presente, señor primer ministro, si los votos no son tuyos, inventa la manera de que lo parezcan, Incluso así, conviene que nos mantengamos atentos, el truco puede tener algún efecto en la parte de la población más inclinada a la izquierda, Que en este momento no sabemos cuál es, dijo el ministro de justicia, parece que nos negamos a reconocer, en voz alta y mirándonos a los ojos, que la gran mayoría de los tales ochenta y tres por ciento son votantes nuestros y del pdm, deberíamos preguntarnos por qué han votado en blanco, ahí es donde reside lo grave de la situación, no en los sabios o ingenuos argumentos del pdi, Realmente, si nos fijamos bien, respondió el primer ministro, nuestra táctica no es muy diferente de la que está usando el pdi, es decir, puesto que la mayoría de esos votos no son tuyos, haz como que tampoco pertenecen a tus adversarios, Con otras palabras, dijo desde el extremo de la mesa el ministro de transportes y comunicaciones, andamos todos en lo mismo, Manera tal vez un poco expedita de definir la situación en que nos encontramos, nótese que hablo desde un estricto punto de vista político, pero no del todo falto de sentido, dijo el primer ministro y cerró el debate.
La rápida instauración del estado de excepción, como una especie de sentencia salomónica dictada por la providencia, cortó el nudo gordiano que los medios de comunicación social, sobre todo los periódicos, venían intentando desanudar con más o menos sutileza y con más o menos habilidad, pero siempre con el cuidado de que no se notase demasiado la intención, desde el infausto resultado de las primeras elecciones y, más dramáticamente, desde las segundas. Por un lado era su deber, tan obvio como elemental, condenar con energía teñida de indignación cívica, tanto en los editoriales como en artículos de opinión encomendados adrede, el irresponsable e inesperado proceder de un electorado que, enceguecido para con los superiores intereses de la patria por una extraña y funesta perversión, había enredado la vida política nacional de un modo jamás antes visto, empujándola hacia un callejón tenebroso del cual ni el más pintado lograba ver la salida. Por otro lado, era preciso medir cautelosamente cada palabra que se escribía, ponderar susceptibilidades, dar, por así decir, dos pasos adelante y uno atrás, no fuera a suceder que los lectores se indispusieran con un periódico que pasaba a tratarlos como mentecatos y traidores después de tantos años de una armonía perfecta y asidua lectura. La declaración del estado de excepción, que permitía al gobierno asumir los poderes correspondientes y suspender de un plumazo las garantías constitucionales, vino a aliviar del incómodo peso y de la amenazadora sombra la cabeza de los directores y administradores. Con la libertad de expresión y de comunicación condicionadas, con la censura mirando por encima del hombro del redactor, se halló la mejor de las disculpas y la más completa de las justificaciones, Nosotros bien que querríamos, decían, proporcionar a nuestros estimados lectores, la posibilidad, que también es un derecho, de acceder a una información y a una opinión exentas de interferencias abusivas e intolerables restricciones, particularmente en momentos tan delicados como los que estamos atravesando, pero la situación es esta, y no otra, sólo quien siempre ha vivido de la honrada profesión de periodista sabe cuánto duele trabajar prácticamente vigilado durante las veinticuatro horas del día, además, y esto entre nosotros, quienes tienen la mayor parte de responsabilidad en lo que nos sucede son los electores de la capital, no los otros, los de provincias, desgraciadamente, para colmo, y a pesar de todos nuestros ruegos, el gobierno no nos permite que hagamos una edición censurada para aquí y otra libre para el resto del país, ayer mismo un alto funcionario del ministerio del interior nos decía que la censura bien entendida es como el sol, que cuando nace, nace para todos, para nosotros no es ninguna novedad, ya sabemos que así va el mundo, siempre son los justos quienes pagan por los pecadores. Pese a todas estas precauciones, tanto las de forma como las de contenido, pronto fue evidente que el interés por la lectura de los periódicos había decaído mucho. Movidos por la comprensible ansiedad de disparar y cazar en todas las direcciones, hubo periódicos que creyeron poder luchar contra el absentismo de los compradores salpicando sus páginas de cuerpos desnudos en nuevos jardines de las delicias, tanto femeninos como masculinos, en grupo o solos, aislados o en parejas, sosegados o en acción, pero los lectores, con la paciencia agotada por un fotomatón en que las variantes de color y hechura, aparte de mínimas y de reducido efecto estimulante, ya eran consideradas en la más remota antigüedad banales lugares comunes de la exploración de la libido, continuaron, por apatía, por indiferencia e incluso por náusea, haciendo bajar las tiradas y las ventas. Tampoco llegarían a tener influencia positiva en el balance cotidiano del debe y haber económico, claramente en marea baja, la búsqueda y la exhibición de intimidades poco aseadas, de escándalos y vergüenzas de toda especie, la incansable rueda de las virtudes públicas enmascarando los vicios privados, el carrusel festivo de los vicios privados elevados a virtudes públicas, al que hasta hace poco tiempo no le habían faltado ni los espectadores, ni los candidatos para dar dos vueltitas. Realmente parecía que la mayor parte de los habitantes de la ciudad estaban decididos a cambiar de vida, de gustos y de estilo. Su gran equivocación, como a partir de ahora se comenzará a entender mejor, fue haber votado en blanco. Puesto que habían querido limpieza, iban a tenerla.
Ésa era también la opinión del gobierno y, en particular, del ministro del interior. La elección de los agentes, unos procedentes de la secreta, otros de corporaciones públicas, que irían infiltrándose subrepticiamente en el seno de las masas, fue rápida y eficaz. Después de revelar, bajo juramento, como prueba de su carácter ejemplar de ciudadanos, el nombre del partido al que votaron y la naturaleza del voto expreso, después de firmar, también bajo juramento, un documento en el que repudiaban activamente la peste moral que ha infectado a una importante parcela de la población, la primera actividad de los agentes, de ambos sexos, nótese, para que no se diga, como de costumbre, que todo lo malo nace de los hombres, organizados en grupos de cuarenta como en una clase y orientados por monitores instruidos en la discriminación, reconocimiento e interpretación de soportes electrónicos grabados, tanto de imágenes como de sonido, la primera actividad, decíamos, consistió en cribar la enorme cantidad de material recogido por los espías durante las segundas elecciones, tanto el de los que se habían infiltrado en las filas para escuchar, como el de los que, con cámaras de vídeo y micrófonos, se paseaban en coches a lo largo de éstas. Comenzando por esta operación de rebusca en los intestinos informativos, se les proporcionaba a los agentes, antes de lanzarse con entusiasmo y olfato de perdiguero al trabajo de campo, una base inmediata de investigación a puerta cerrada, de cuyo tenor, páginas atrás, tuvimos la oportunidad de adelantar un breve aunque clarificador ejemplo, frases simples, corrientes, como las que siguen, En general no suelo votar, pero hoy me ha dado por ahí, A ver si esto sirve para algo que merezca la pena, Tanto va el cántaro a la fuente, que allí se deja el asa, El otro día también voté, pero sólo pude salir de casa a partir de las cuatro, Esto es como la lotería, casi siempre cae en blanco, A pesar de todo, hay que persistir, La esperanza es como la sal, no alimenta pero da sabor al pan, durante horas y horas estas y otras mil frases igualmente inocuas, igualmente neutras, igualmente inocentes de culpa, fueron desmenuzadas hasta la última sílaba, desgranadas, vueltas del revés, majadas en el almirez de las preguntas, Explíqueme qué cántaro es ése, Por qué el asa se suelta en la fuente y no durante el camino o en casa, Si no solía votar, por qué ha votado esta vez, Si la esperanza es como la sal, qué cree que debería hacerse para que la sal sea como la esperanza, Cómo resolvería la diferencia de color entre la esperanza, que es verde, y la sal, que es blanca, Cree realmente que la papeleta de voto es igual que un billete de lotería, Qué pretendía decir cuando usó la palabra blanco, y otra vez, Qué cántaro es ése, Fue a la fuente porque tenía sed, o para encontrarse con alguien, El asa del cántaro es símbolo de qué, Cuando pone sal en la comida está pensando que le pone esperanza, Por qué viste una camisa blanca, Finalmente, qué cántaro es ése, un cántaro real, o un cántaro metafórico y el barro, qué color tenía, era negro o rojo, era liso, o tenía adornos, Tenía incrustaciones de cuarzo, Sabe qué es el cuarzo, Le ha tocado algún premio en la lotería, Por qué en las primeras elecciones sólo salió de casa a partir de las cuatro, cuando no llovía desde hacía más de dos horas, Quién es la mujer que está con usted en esta imagen, De qué se ríen con tanto gusto, No le parece que un acto tan importante como el de votar debería merecerle a todo elector con sentido de responsabilidad una expresión grave, seria, concentrada, o considera que la democracia da ganas de reír, O tal vez piense que da ganas de llorar, Qué le parece, de reír o de llorar, Hábleme nuevamente del cántaro, Dígame por qué no ha pensado en volver a pegarle el asa, existen pegamentos específicos, Significaría esa duda que a usted también le falta un asa, Cuál, Le gusta el tiempo que le ha tocado vivir, o habría preferido vivir en otro, Volvamos a la sal y la esperanza, qué cantidad de cada una será conveniente para no hacer incomible lo que se espera, Se siente cansado, Se quiere ir a casa, No tenga prisa, las prisas son pésimas consejeras, una persona no piensa bien la respuesta que va a dar y las consecuencias pueden ser las peores, No, no está perdido, vaya idea, por lo visto todavía no ha comprendido que aquí las personas no se pierden, se encuentran, Esté tranquilo, no es una amenaza, sólo estamos diciéndole que no tenga prisa, nada más. Llegando a este punto, arrinconada y rendida la presa, se le hacía la pregunta fatal, Ahora me va a decir cómo ha votado y a quién ha votado, es decir a qué partido ha votado. Pues bien, habiendo sido llamados para ser interrogados quinientos sospechosos cazados en las filas de electores, situación en que nos podríamos encontrar cualquiera de nosotros dada la evidente evanescencia de la materia de una acusación pobremente representada por el tipo de frases de que dimos convincente muestra, captadas por los micrófonos direccionales y por los magnetofones y lo lógico, teniendo en cuenta la relativa amplitud del universo cuestionado, era que las respuestas se distribuyesen, aunque con un pequeño y natural margen de error, en la misma proporción de los votos que habían sido expresados, es decir, cuarenta personas declararían con orgullo que habían votado al partido de la derecha, que es el que gobierna, un número igual condimentando la respuesta con una pizca de desafío para afirmar que habían votado a la única oposición digna de ese nombre, o sea, el partido del medio, y cinco, nada más que cinco, intimidadas, acorraladas contra la pared, Voté al partido de la izquierda, dirían firmes, aunque al mismo tiempo con el tono de quien se disculpa de un empecinamiento que no está en su mano evitar. El resto, aquel enorme resto de cuatrocientas quince respuestas, debería haber dicho, de acuerdo con la lógica modal de los sondeos, Voté en blanco. Esta respuesta directa, sin ambigüedades de presunción o prudencia, sería la que daría un ordenador o una máquina de calcular y sería la única que sus inflexibles y honestas naturalezas, la informática y la mecánica, podrían permitirse, pero aquí estamos tratando con humanos, y los humanos son universalmente conocidos como los únicos animales capaces de mentir, siendo cierto que si a veces lo hacen por miedo, y a veces por interés, también a veces lo hacen porque comprenden a tiempo que ésa es la única manera a su alcance de defender la verdad. A juzgar por las apariencias, por tanto, el plan del ministro del interior había fracasado, y, de hecho, en esos primeros instantes, la confusión entre los asesores fue vergonzosa y absoluta, parecía que no era posible encontrar una forma de bordear el inesperado obstáculo, salvo que se ordenara someter a malos tratos a toda aquella gente, lo que, como es de conocimiento general, no está bien visto en los estados democráticos y de derecho suficientemente hábiles para alcanzar los mismos fines sin tener que recurrir a medios tan primarios, tan medievales. En esa difícil situación estaban cuando el ministro del interior reveló su dimensión política y su extraordinaria flexibilidad táctica y estratégica, quién sabe si vaticinadora de más altos destinos. Dos fueron las decisiones que tomó, y ambas importantes. La primera, que más tarde seria denunciada como inicuamente maquiavélica, constaba de una nota oficial del ministerio distribuida a los medios de comunicación social a través de la agencia oficiosa estatal, en la que en tono conmovido se daba las gracias, en nombre de todo el gobierno, a los quinientos ciudadanos ejemplares que en los últimos días se habían presentado motu proprio a las autoridades, ofreciendo su leal apoyo y toda la colaboración que les fuese requerida para el avance de las investigaciones en curso sobre los factores de anormalidad verificados durante las dos últimas elecciones. A la par de este deber de elemental gratitud, el ministerio, anticipando preguntas, prevenía a las familias de que no deberían sorprenderse ni inquietarse por la falta de noticias de los ausentes queridos, por cuanto en ese silencio, precisamente, se encontraba la llave que garantizaría la seguridad personal de cada uno de ellos, visto el grado máximo de secreto, rojo/rojo, que le había sido atribuido a la delicada operación. La segunda decisión, para conocimiento y exclusivo uso interno, se tradujo en una inversión total del plan anteriormente establecido, el cual, como ciertamente recordaremos, preveía que la infiltración masiva de investigadores en el seno de la sociedad llegaría a ser el medio por excelencia para el desciframiento del misterio, del enigma, de la charada, del rompecabezas, o como se le quiera llamar, del voto en blanco. A partir de ahora los agentes se dividirían en dos grupos numéricamente desiguales, el más pequeño para el trabajo de campo, del cual, la verdad sea dicha, ya no se esperaban grandes resultados, el mayor para proseguir con el interrogatorio de las quinientas personas retenidas, no detenidas, no se confundan, aumentando cuando, como y cuanto fuese necesario la presión, física y psicológica a que ya estaban sometidas. Como el dictado antiguo viene enseñando desde hace siglos, Más vale quinientos pájaros en mano que quinientos uno volando. La confirmación no se hizo esperar. Cuando, después de mucha habilidad diplomática, de muchos rodeos y muchos tanteos, el agente que hacia el trabajo de campo, o lo que es lo mismo, en la ciudad, lograba hacer la primera pregunta, Quiere decirme por favor a quién votó, la respuesta que le daban, como una consigna bien aprendida, era, palabra por palabra, la que se encontraba sancionada en la ley, Nadie puede, bajo ningún pretexto, ser obligado a revelar su voto ni ser preguntado sobre el mismo por ninguna autoridad. Y cuando, en tono de quien y atribuye a la cuestión demasiada importancia, hacía la segunda pregunta, Disculpe mi curiosidad, no habrá votado en blanco por casualidad, la respuesta que oía restringía hábilmente el ámbito de la cuestión a una mera hipótesis académica, No señor, no he votado en blanco, pero si lo hubiera hecho estaría tan dentro de la ley como si hubiese votado a cualquiera de las listas presentadas o anulado el voto con la caricatura del presidente, votar en blanco, señor de las preguntas, es un derecho sin restricciones, que la ley no ha tenido más remedio que reconocerle a los electores, está escrito con todas sus letras que nadie puede ser perseguido por votar en blanco, en todo caso, para su tranquilidad, vuelvo a decirle que no soy de los que votaron en blanco, esto es hablar por hablar, una hipótesis académica, nada más. En una situación normal, oír una respuesta de éstas dos o tres veces no tendría especial importancia, apenas demostraría que unas cuantas personas en este mundo conocen la ley en que viven y hacen hincapié en que se sepa, pero verse obligado a escucharla, imperturbable, sin parpadear, cien veces seguidas, mil veces seguidas, como una letanía aprendida de memoria, era más de lo que podía soportar la paciencia de alguien que, habiendo sido instruido para un trabajo de tanta responsabilidad, se veía incapaz de realizarlo. No es por tanto de extrañar que la sistemática obstrucción de los electores hubiese conseguido que algunos agentes perdiesen el dominio de los nervios y pasasen al insulto y a la agresión, comportamientos estos, además, de los que no siempre salían bien parados, dado que actuaban solos para no espantar la caza y que no era infrecuente que otros electores, sobre todo en los sitios llamados de alto riesgo, apareciesen, con las consecuencias que fácilmente se imaginan, a socorrer al ofendido. Los informes que los agentes transmitían a la central de operaciones eran desalentadoramente magros de contenido, ni una única persona, una sola, había confesado votar en blanco, algunas se hacían las desentendidas, decían que otro día, con más tiempo, hablarían, ahora tenían mucha prisa, iban a cerrar las tiendas, pero los peores eran los viejos, que el diablo se los lleve, parecía que una epidemia de sordera los había encerrado a todos en una cápsula insonorizada, y cuando el agente, con desconcertante ingenuidad, escribía la pregunta en un papel, los descarados decían o que se les habían roto las gafas, o que no entendían la caligrafía, o simplemente que no sabían leer. Otros agentes, más hábiles, adoptaron la táctica de la infiltración en serio, en su sentido preciso, se dejaban caer en los bares, pagaban rondas, prestaban dinero a jugadores de póquer sin fondos, iban a los espectáculos deportivos, en particular al fútbol y al baloncesto, que son los que más juego dan en las gradas, entablaban conversación con los vecinos, y, en el caso del fútbol, si el empate era a cero le llamaban, oh astucia sublime, con sobreentendidos en la voz, resultado en blanco, a ver qué pasaba. Y lo que pasaba era nada. Más pronto o más tarde acababa llegando el momento de hacer las preguntas, Quiere decirme por favor a quién ha votado, Disculpe esta curiosidad, por casualidad no habrá votado en blanco, y entonces las respuestas conocidas se repetían, en solo o a coro, Yo, vaya idea, Nosotros, qué fantasía, y luego aducían razones legales, artículos y párrafos completos, con tal fluidez de exposición que parecía que los habitantes de la ciudad en edad de votar habían realizado, todos, un curso intensivo sobre leyes electorales, tanto nacionales como extranjeras.
Con el paso de los días, de un modo casi imperceptible al principio, comenzó a notarse que la palabra blanco, como algo que de pronto se hubiese convertido en obsceno o malsonante, estaba dejando de utilizarse, que las personas se servían de rodeos y perífrasis para sustituirla. De una hoja de papel blanco, por ejemplo, se decía que estaba desprovista de color, un mantel que toda la vida había sido blanco pasó a tener el color de la leche, la nieve dejó de ser comparada con un manto blanco para erigirse en la mayor albura de los últimos veinte años, los estudiantes acabaron con eso de estar en blanco, simplemente reconocían que no sabían nada de la materia, pero el caso más interesante de todos fue la inesperada desaparición de la pregunta con la que, durante generaciones y generaciones, padres, abuelos, tíos y vecinos supusieron que estimulaban la inteligencia y el espíritu deductivo de los niños, Blanco es, la gallina lo pone, y esto sucedió porque las personas, con el acto de negarse a pronunciar la palabra, se dieron cuenta de que la adivinanza era absolutamente disparatada, puesto que la gallina, cualquier gallina de cualquier raza, nunca conseguiría, por más que se esforzara, poner otra cosa que no sean huevos. Parecía por tanto que los altos destinos políticos prometidos al ministro del interior se truncaban de raíz, que su suerte, después de casi haber tocado el sol, sería irse ahogando melancólicamente en el helesponto, pero otra idea, repentina como el rayo que ilumina la noche, le hizo levantarse de nuevo. No todo estaba perdido. Mandó que se recogieran en sus bases a los agentes adscritos al trabajo de campo, despidió sin contemplaciones a los contratados temporales, echó un rapapolvo a los secretas de plantilla y se puso manos a la obra.
Estaba claro que la ciudad era un hormiguero de mentirosos, que los quinientos que se encontraban en su poder también mentían con todos los dientes que tenían en la boca, pero existía entre aquéllos y estos una enorme diferencia, mientras unos todavía eran libres para entrar y salir de sus casas, y, esquivos, escurridizos como anguilas, tanto aparecían como desaparecían, para más tarde reaparecer y luego otra vez ocultarse, lidiar con los otros era la cosa más fácil del mundo, bastaba bajar a los sótanos del ministerio, no estaban allí los quinientos, no cabrían, distribuidos en su mayoría por otras unidades de investigación, pero el medio centenar mantenido en observación permanente debería ser más que bastante para una primera aproximación. Aunque la fiabilidad de la máquina hubiese sido puesta en duda muchas veces por los expertos de la escuela escéptica y algunos tribunales se negaran a admitir como prueba los resultados obtenidos en los exámenes, el ministro del interior confiaba en que de la utilización del aparato podría al menos brotar alguna pequeña chispa que lo ayudase a salir del oscuro túnel donde las investigaciones se habían atascado. Se trataba, como ya se habrá comprendido, de que entrara en liza el famoso polígrafo, también conocido como detector de mentiras o, en términos más científicos, aparato que sirve para registrar simultáneamente varias funciones psicológicas y fisiológicas, o, con más pormenor descriptivo, instrumento registrador de fenómenos fisiológicos cuyo trazado se obtiene eléctricamente sobre una hoja de papel húmedo impregnado de yoduro de potasio y amida. Conectado a la máquina por un enmarañamiento de cables, abrazaderas y ventosas, el paciente no sufre, sólo tiene que decir la verdad, toda la verdad y sólo la verdad y, ya puestos, no creerse, él mismo, la aseveración universal que desde el principio de los tiempos nos viene atronando los oídos con la patraña de que la voluntad todo lo puede, aquí vemos, para no ir más lejos, un ejemplo que flagrantemente lo niega, pues esa tu estupenda voluntad, por mucho que te fíes de ella, por tenaz que se haya mostrado hasta hoy, no conseguirá controlar las crispaciones de tus músculos, contener el sudor inconveniente, impedir la palpitación de los párpados, disciplinar la respiración. Al final te dirán que has mentido, tú lo negarás, jurarás que has dicho la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, y tal vez sea cierto, no mentiste, lo que ocurre es que eres una persona nerviosa, de voluntad firme, sí, pero como una especie de trémulo junco que la mínima brisa hace vibrar, volverán a atarte a la máquina y entonces será mucho peor, te preguntarán si estás vivo y tú, claro está, responderás que sí, pero tu cuerpo protestará, te desmentirá, el temblor de tu barbilla dirá que no, que estás muerto, y a lo mejor tienen razón, tal vez, antes que tú, tu cuerpo sepa ya que te van a matar. No es natural que tal acabe sucediendo en los sótanos del ministerio del interior, el único crimen de esta gente fue votar en blanco, no tendría importancia si hubieran sido los habituales, pero fueron muchos, fueron demasiados, fueron casi todos, qué más da que sea tu derecho inalienable si te dicen que ese derecho es para usarlo en dosis homeopáticas, gota a gota, no puedes ir por ahí con un cántaro lleno a rebosar de votos blancos, por eso se te cayó el asa, ya nos parecía que había algo de sospechoso en esa asa, si aquello que podría llevar mucho se satisfizo siempre con llevar poco, es de una modestia digna de toda alabanza, a ti lo que te ha perdido ha sido la ambición, creíste que ibas a subir al astro rey y caíste de boca en los dardanuelos, recuerda que también le dijimos esto al ministro del interior, pero él pertenece a otra raza de hombres, a los machos, los viriles, los de barba dura, los que no doblan la cabeza, a ver ahora cómo te libras de tu cazador de mentiras, qué trazos reveladores de tus pequeñas y grandes cobardías dejarás en la tira de papel impregnada de yoduro de potasio y amida, ves, tú que creías otra cosa, a esto puede quedar reducida la tan nombrada suprema dignidad del ser humano, a tanto como un papel mojado.
Ahora bien, un polígrafo no es una máquina pertrechada con un disco que pueda ir hacia atrás y hacia delante y nos diga, según los casos, El sujeto mintió, El sujeto no mintió, si así fuese no habría nada más fácil que ser juez para condenar o absolver, las comisarías de policía se verían sustituidas por consultorios de psicología mecánica aplicada, los abogados, perdidos los clientes, cerrarían los bufetes, los tribunales se quedarían entregados a las moscas hasta que se les encontrase otro destino. Un polígrafo, íbamos diciendo, no consigue ir a ninguna parte sin ayuda, necesita tener al lado un técnico habilitado que le interprete las rayas trazadas en el papel, pero esto no significa que dicho técnico sea conocedor de la verdad, él sabe aquello que tiene delante de los ojos, que la pregunta realizada al paciente en observación produjo lo que podríamos llamar, innovadoramente, una reacción alergográfica, o, con palabras más literarias aunque no menos imaginativas, el dibujo de la mentira. Algo, sin embargo, se habría ganado. Por lo menos sería posible proceder a una primera selección, trigo a un lado y paja al otro, y restituir a la libertad, a la vida familiar, descongestionando las instalaciones, a aquellos sujetos que, sin que la máquina los desmintiese, hubieran respondido No a la pregunta Votó en blanco. En cuanto al resto, a los que cargaban en la conciencia la culpa de transgresiones electorales, de nada le servirían reservas mentales de tipo jesuítico o espiritualistas introspecciones de tipo zen, el polígrafo, implacable, insensible, denunciaría instantáneamente la falsedad, tanto haciendo que negaran haber votado en blanco como que afirmaran haber votado al partido tal, o tal. Se puede, en circunstancias favorables, sobrevivir a una mentira, pero no a dos. Por si acaso, el ministro había ordenado que, cualquiera que fuese el resultado de los exámenes, nadie sería puesto en libertad por ahora, Déjenlos estar, nunca se sabe hasta dónde puede llegar la malicia humana, dijo. Y tenía razón el condenado hombre. Después de muchas decenas de metros de papel garabateado en el que habían sido registrados los temblores del alma de los sujetos observados, después de preguntas y respuestas repetidas centenares de veces, siempre las mismas, siempre iguales, hubo un agente del servicio secreto, muchacho joven, poco experto en tentaciones, que se dejó enredar con la inocencia de un cordero recién nacido en la provocación lanzada por cierta mujer, joven y guapa, que acababa de ser sometida al examen del polígrafo y por éste categóricamente clasificada de fingidora y falsa. Dijo pues la mata hari, Esta máquina no sabe lo que hace, No sabe lo que hace, por qué, preguntó el agente, olvidándose de que el diálogo no formaba parte del trabajo que le había sido encomendado, Porque en esta situación, con todo el mundo bajo sospecha, bastaría pronunciar la palabra Blanco, sin más, sin ni siquiera pretender saber si el otro votó o no, para provocar reacciones negativas, sobresaltos, angustias, aunque el examinado sea la más perfecta y pura personificación de la inocencia, No lo creo, no puedo estar de acuerdo, protestó el agente, seguro de sí, alguien que viva en paz con su conciencia no dirá nada más que la verdad y por tanto pasará sin problemas la prueba del polígrafo, No somos robots ni piedras parlantes, señor agente, dijo la mujer, en toda verdad humana hay siempre algo de angustioso, de afligido, nosotros somos, y no me estoy refiriendo simplemente a la fragilidad de la vida, una pequeña y trémula llama que en todo momento amenaza con apagarse, y tenemos miedo, sobre todo tenemos miedo, Se equivoca, yo no lo tengo, a mi me han entrenado para dominar el miedo en todas las circunstancias, y, además, por naturaleza, no soy miedica, ni siquiera lo era de pequeño, remachó el agente, seguro de sí, Siendo así, por qué no hacemos un experimento, propuso la mujer, déjese conectar a la máquina y yo le hago las preguntas, Está loca, soy un agente de la autoridad, la sospechosa es usted, no yo, O sea, que tiene miedo, Ya le he dicho que no, Entonces conéctese a la máquina y muéstreme lo que es un hombre y su verdad. El agente miró a la mujer, que sonreía, miró al técnico, que se esforzaba por disimular una sonrisa, y dijo, Muy bien, una vez no son veces, consiento en someterme al experimento. El técnico conectó los cables, apretó las abrazaderas, ajustó las ventosas. Ya está preparado para comenzar, cuando quieran. La mujer inspiró hondo, retuvo aire en los pulmones durante tres segundos y soltó bruscamente la palabra, Blanco. No llegaba a ser una pregunta, no pasaba de una exclamación, pero las agujas se movieron, rayaron el papel. En la pausa que siguió las agujas no llegaron a parar por completo, siguieron vibrando, haciendo pequeños trazos, como si fuesen ondulaciones causadas por una piedra lanzada al agua. La mujer los miraba, no al hombre atado, y después, sí, volviendo hacia él los ojos, preguntó en un tono de voz suave, casi tierno, Dígame, por favor, si votó en blanco, No, no voté en blanco, nunca he votado ni votaré en blanco en mi vida, respondió con vehemencia el hombre. Los movimientos de las agujas fueron rápidos, precipitados, violentos. Otra pausa. Entonces, preguntó el agente. El técnico tardaba en responder, el agente insistió, Entonces, qué dice la máquina, La máquina dice que usted ha mentido, respondió confuso el técnico, Es imposible, gritó el agente, he dicho la verdad, no he votado en blanco, soy un profesional del servicio secreto, un patriota que defiende los intereses de la nación, la máquina debe de estar averiada, No se canse, no se justifique, dijo la mujer, creo que ha dicho la verdad, que no ha votado en blanco ni votará, pero le recuerdo que no era de eso de lo que se trataba, sólo pretendía demostrarle, y creo haberlo conseguido, que no nos podemos fiar demasiado de nuestro cuerpo, La culpa ha sido suya, me ha puesto nervioso, Claro, la culpa es mía, la culpa es de la eva tentadora, pero a nosotros nadie nos pregunta si nos sentimos nerviosos cuando nos vemos atados a ese artefacto, Lo que les pone nerviosos es la culpa, Quizá, pero entonces vaya y dígale a su jefe por qué, siendo usted inocente de nuestras maldades, se ha portado aquí como un culpable, No tengo que decirle nada a mi jefe, lo que ha pasado aquí es como si nunca hubiera ocurrido, respondió el agente. Después se dirigió al técnico, Deme ese papel, y ya sabe, silencio absoluto si no quiere arrepentirse de haber nacido, Sí señor, quédese tranquilo, mi boca no se abrirá, Yo tampoco diré nada, añadió la mujer, pero al menos explíquele a su jefe que las astucias no le servirán de nada, que todos nosotros seguiremos mintiendo cuando digamos la verdad, que seguiremos diciendo la verdad cuando estemos mintiendo, como él, como usted, imagínese que le hubiera preguntado si se quería acostar conmigo, qué respondería, qué diría la máquina.
La frase favorita del ministro de defensa, Una carga de profundidad lanzada contra el sistema, parcialmente inspirada en la inolvidable experiencia de un histórico paseo submarino de media hora en aguas mansas, comenzó a tomar cuerpo y a atraer las atenciones cuando los planes del ministro del interior, a pesar de algún que otro pequeño éxito conseguido, aunque sin significado apreciable en el conjunto de la situación, se mostraron impotentes para llegar a lo fundamental, es decir, persuadir a los habitantes de la ciudad, o, con más precisión denominadora, a los degenerados, a los delincuentes, a los subversivos del voto en blanco, para que reconocieran sus errores e implorasen la merced, al mismo tiempo penitencia, de un nuevo acto electoral, al que, en el momento adecuado, acudirían en masa para purgar los pecados de un desvarío que juraban que no volvería a repetirse. Se hizo evidente para todo el gobierno, excepto para los ministros de justicia y de cultura, ambos con sus dudas, la necesidad urgente de dar otra vuelta de tuerca, teniendo en cuenta que la declaración de estado de excepción, del que tanto se esperaba, no había producido ningún efecto perceptible en el sentido deseado, por cuanto, no teniendo los ciudadanos de este país la saludable costumbre de exigir el cumplimiento regular de los derechos que la constitución les otorgaba, era lógico, incluso era natural que no hubiesen llegado a darse cuenta de que se los habían suspendido. Se imponía, por consiguiente, la implantación de un estado de sitio en serio, que no fuese sólo una cosa de apariencias, con toque de queda, cierre de salas de espectáculos, intensivas patrullas de fuerzas militares por las calles, prohibición de reuniones de más de cinco personas, interdicción absoluta de entradas y salidas de la ciudad, procediendo simultáneamente al levantamiento de las medidas restrictivas, si bien que mucho menos rigurosas, todavía en vigor en el resto del país, para que la diferencia de tratamiento, por ostensiva, tornara más pesada y explícita la humillación que se infligía a la capital. Lo que pretendemos decirles, declaró el ministro de defensa, a ver si lo entienden de una vez por todas, es que no son dignos de confianza y que como tal tienen que ser tratados. Al ministro del interior, forzado a encubrir sea como fuere los fracasos de sus servicios secretos, le pareció bien la declaración inmediata de un estado de sitio y, para demostrar que seguía con algunas cartas en la mano y que no se había retirado del juego, informó al consejo de que, tras una exhaustiva investigación, en íntima colaboración con la interpol, se había llegado a la conclusión de que el movimiento anarquista internacional, Si es que existe para algo más que para escribir gracietas en las paredes, se detuvo unos instantes a la espera de las risas condescendientes de los colegas, después de lo cual, satisfecho con ellos y consigo mismo, concluyó la frase, no tuvo ninguna participación en el boicot electoral de que hemos sido víctimas, y que por tanto se trata de una cuestión meramente interna, Con perdón por el reparo, dijo el ministro de asuntos exteriores, ese adverbio, meramente, no me parece el más apropiado, y debo recordar a este consejo que ya no son pocos los estados que me han manifestado su preocupación por que lo que está sucediendo aquí pueda atravesar las fronteras y extenderse como una nueva peste negra, Blanca, ésta es blanca, corrigió con una sonrisa apaciguadora el jefe del gobierno, Y entonces, sí, remató el ministro de asuntos exteriores, entonces podremos, con mucha más propiedad, hablar de cargas de profundidad contra la estabilidad del sistema político democrático, no simplemente, no meramente, en un país, este país, sino en todo el planeta. El ministro del interior sentía que se le estaba escapando el papel de figura principal a que los últimos acontecimientos le habían habituado, y, para no perder pie del todo, después de haber agradecido y reconocido con imparcial gallardía la justeza de los comentarios del ministro de asuntos exteriores, quiso mostrar que también él era capaz de las más extremas sutilezas de interpretación semiológica, Es interesante observar, dijo, cómo los significados de las palabras se van modificando sin que nos apercibamos de ello, cómo muchas veces las usamos para decir precisamente lo contrario de lo que antes expresaban y que, en cierto modo, como un eco que se va perdiendo, todavía siguen expresando, Ése es uno de los efectos del proceso semántico, dijo desde el fondo el ministro de cultura, Y qué tiene eso que ver con los votos blancos, preguntó el ministro de asuntos exteriores, Con los votos en blanco, nada, pero con el estado de sitio, todo, corrigió triunfante el ministro del interior, No entiendo, dijo el ministro de defensa, Es muy simple, Será todo lo simple que usted quiera, pero no lo entiendo, Veamos, veamos qué significa la palabra sitio, ya sé que la pregunta es retórica, no es necesario que me respondan, todos sabemos que sitio significa cerco, significa asedio, no es verdad, Como hasta ahora dos y dos han sido cuatro, Entonces, al declarar el estado de sitio es como si estuviésemos diciendo que la capital del país se encuentra sitiada, cercada, asediada por un enemigo, cuando la verdad es que ese enemigo, si se me permite llamarlo de esta manera, está dentro, no fuera. Los ministros se miraron unos a otros, el primer ministro se hizo el desentendido, removió unos papeles. Pero el ministro de defensa iba a triunfar en la batalla semántica, Hay otra manera de entender las cosas, Cuál, Que los habitantes de la capital, al desencadenarse la rebelión, supongo que no exagero dando el nombre de rebelión a lo que está sucediendo, fueron por eso justamente sitiados, o cercados, o asediados, elija el término que más le agrade, a mi me resulta indiferente, Pido licencia para recordarle a nuestro querido colega y al consejo, dijo el ministro de justicia, que los ciudadanos que decidieron votar en blanco no hicieron nada más que ejercer un derecho que la ley explícitamente les reconoce, luego hablar de rebelión en un caso como éste, además de ser, como supongo, una grave incorrección semántica, espero que me disculpen por internarme en un terreno en el que no soy competente, es también, desde el punto de vista legal, un completo despropósito, Los derechos no son abstracciones, respondió el ministro de defensa secamente, los derechos se merecen o no se merecen, y ellos no los merecen, el resto es hablar por hablar, Tiene toda la razón, dijo el ministro de cultura, realmente los derechos no son abstracciones, tienen existencia incluso cuando no son respetados, Lo que faltaba, filosofías, Tiene algo contra la filosofía el ministro de defensa, Las únicas filosofías que me interesan son las militares y aun así con la condición de que nos conduzcan a la victoria, yo, queridos señores, soy un pragmático de cuartel, mi lenguaje, les guste o no les guste, es al pan, pan y al vino, vino, pero, ya puestos, para que no me miren como a un inferior en inteligencia, apreciaré que se me explique, si no se trata de demostrar que un circulo puede ser convertido en un cuadrado de área equivalente, cómo puede tener existencia un derecho no respetado, Muy sencillo, señor ministro, ese derecho existe en potencia en el deber de que sea respetado y cumplido, Con sermones cívicos, con demagogias de éstas, lo digo sin ánimo de ofender, no vamos a ninguna parte, estado de sitio sobre ellos y ya veremos si les duele o no les duele, Salvo si el tiro nos sale por la culata, dijo el ministro de justicia, No veo cómo, Por ahora tampoco yo, pero será sólo cuestión de esperar, nadie se había atrevido a concebir que alguna vez, en algún lugar del mundo, pudiese suceder lo que ha sucedido en nuestro país, y ahí lo tenemos, como si fuera un nudo ciego que no se deja desatar, nos hemos reunido alrededor de esta mesa para tomar decisiones que, pese a las propuestas presentadas aquí como remedio seguro para la crisis, hasta ahora nada han conseguido, esperemos entonces, no tardaremos en conocer la reacción de las personas al estado de sitio, No puedo quedarme callado después de oír esto, estalló el ministro del interior, las medidas que adoptamos fueron aprobadas por unanimidad por este consejo y, al menos que yo recuerde, ninguno de los presentes sacó a debate diferentes y mejores propuestas, la carga de la catástrofe, sí, lo llamaré catástrofe y lo llamaré carga, aunque a algunos de los ministros les parezca una exageración mía y lo estén demostrando con ese airecito de irónica suficiencia, la carga de la catástrofe, vuelvo a decir, la hemos llevado, en primer lugar, como compete, el excelentísimo jefe de estado y el señor primer ministro, y luego, con las responsabilidades inherentes a los cargos que ocupamos, el ministro de defensa y yo mismo, en cuanto a los demás, y estoy refiriéndome en particular al ministro de justicia y al ministro de cultura, si en ciertos momentos tuvieron la bondad de iluminarnos con sus luces, no he percibido ninguna idea que valiese la pena considerar durante más tiempo que el empleado en escucharla, Las luces con que, según sus palabras, alguna vez habré bondadosamente iluminado a este consejo, no eran mis luces, eran las de la ley, nada más que de la ley, respondió el ministro de justicia, Y en lo que atañe a mi humilde persona y a la parte que me cabe en esta generosa distribución de tirones de oreja, dijo el ministro de cultura, con la miseria de presupuesto que me dan, no se me puede exigir más, Ahora comprendo mejor el porqué de esa inclinación suya hacia los anarquismos, disparó el ministro del interior, más pronto o más tarde siempre acaba sacando su cantinela.
El primer ministro había llegado al final de sus papeles. Tintineó suavemente con la pluma en el vaso de agua, pidiendo atención y silencio, y dijo, No he querido interrumpir el interesante debate, con lo cual, pese a la aparente distracción que habrán podido observar, supongo que he aprendido bastante, porque, como por experiencia debemos saber, no se conoce nada mejor que una buena discusión para descargar las tensiones acumuladas, en particular en una situación con las características que ésta no deja de exhibir, percatados como estamos de que es urgente hacer algo y no sabemos qué. Hizo una pausa en el discurso, simuló consultar unas notas, y continuó, Por tanto, ahora que ya se encuentran calmados, distendidos, con los ánimos menos inflamados, podemos, por fin, aprobar la propuesta del ministro de defensa, o sea, la declaración de estado de sitio durante un periodo indeterminado y con efectos inmediatos a partir del momento en que se haya hecho pública. Se oyó un murmullo de asentimiento más o menos general, bien es verdad que con variantes de tono cuyo origen no fue posible identificar, a pesar de que el ministro de defensa de un vistazo hiciera una rápida incursión panorámica con el objetivo de sorprender cualquier discrepancia o algún mitigado entusiasmo. El primer ministro prosiguió, Desgraciadamente, la experiencia también nos ha enseñado que hasta las más perfectas y acabadas ideas pueden fracasar cuando llega la hora de su ejecución, tanto por vacilaciones de última hora, como por desajuste entre lo que se esperaba y lo que realmente se obtuvo, o porque se deja escapar el dominio de la situación en un momento crítico, o por una lista de mil otras razones posibles que no merece la pena desmenuzar ni aqui tendriamos tiempo de examinar, por todo esto se hace indispensable tener siempre preparada y pronta para ser aplicada una idea alternativa, o complementaria de la anterior, que impida, como podría ocurrir en este caso, la aparición de un vacio de poder, o lo que es peor, el poder en la calle, de desastrosas consecuencias. Acostumbrados a la retórica del primer ministro, tipo tres pasos al frente, dos a retaguardia, o como más popularmente se dice, haciendo-como-que-andasin-andar, los ministros aguardaban impacientes la última palabra, la postrera, la final, esa que daría explicación a todo. Esta vez no sucedió así. El primer ministro se mojó nuevamente los labios, se los limpió con un pañuelo blanco que sacó de un bolsillo interior de la chaqueta, parecía que iba a consultar sus notas, pero las apartó en el último instante, y dijo, Si los resultados de este estado de sitio acaban mostrándose por debajo de las expectativas, es decir, si fueran incapaces de reconducir a los ciudadanos a la normalidad democrática, al uso equilibrado, sensato, de una ley electoral que, por imprudente desatención de los legisladores, deja las puertas abiertas a lo que, sin temor a la paradoja, sería lícito clasificar como un uso legal abusivo, entonces este consejo pasa a saber, desde ya, que el primer ministro prevé la aplicación de otra medida que, a la par que refuerza en el plano psicológico la que acabamos de tomar, me refiero, claro está, a la declaración del estado de sitio, podría, estoy convencido, reequilibrar por sí misma el perturbado fiel de la balanza política de nuestro país y acabar de una vez para siempre con la pesadilla en que estamos sumidos. Nueva pausa, nuevo humedecimiento de labios, nueva pasada de pañuelo por la boca, y siguió, Podría preguntárseme por qué, siendo así, no la aplicamos ya en lugar de estar aquí perdiendo el tiempo con un estado de sitio que de antemano sabemos que va a complicar seriamente, en todos los aspectos, la vida de la gente de la capital, tanto la de los culpables como la de los inocentes, sin duda la cuestión contiene algo de pertinencia, pero existen factores importantes que no podemos dejar de tener en consideración, algunos de naturaleza puramente logística, otros no, resultando el principal efecto, que no es difícil imaginar traumático, de la introducción súbita de esa medida extrema, por eso pienso que deberemos optar por una secuencia gradual de acciones, siendo el estado de sitio la primera de todas. El jefe de gobierno movió otra vez los papeles, pero no tocó el vaso de agua. Aun comprendiendo la curiosidad que sienten, dijo, nada más adelantaré sobre el asunto, salvo la información de que fui recibido esta mañana en audiencia por su excelencia el presidente de la república, al que le expuse mi idea y del que recibí entero e incondicional apoyo. A su tiempo sabrán el resto. Ahora, antes de cerrar esta productiva reunión, les ruego a los señores ministros, en especial a los de defensa e interior, sobre cuyos hombros pesará la complejidad de las acciones destinadas a imponer y hacer cumplir la declaración de estado de sitio, que pongan la mayor diligencia y su mayor energía en este desiderátum. A las fuerzas militares y a las fuerzas policiales, ya sea actuando en el ámbito de sus áreas específicas de competencia, ya sea en operaciones conjuntas, y observando siempre un riguroso respeto mutuo, evitando conflictos de precedencia que sólo perjudicarían el fin que pretendemos, les cabe la patriótica tarea de reconducir hasta el redil a la grey descarriada, si se me permite que use esta expresión tan querida por nuestros antepasados y tan hondamente enraizada en nuestras tradiciones pastoriles. Y, recuerden, deben hacerlo todo para que esos que, por ahora, sólo son nuestros adversarios, no acaben transformándose en enemigos de la patria. Que dios les acompañe y les guíe en la sagrada misión para que el sol de la concordia vuelva a iluminar las conciencias y la paz restituya a la convivencia de nuestros conciudadanos la armonía perdida.
A la misma hora en que el primer ministro aparecía en televisión para anunciar el establecimiento del estado de sitio invocando razones de seguridad nacional resultantes de la inestabilidad política y social sobrevenida, consecuencia, a su vez, de la acción de grupos subversivos organizados que reiteradamente habían obstaculizado la expresión electoral popular, las unidades de infantería y de la policía militar, apoyadas por tanques y otros carros de combate, tomaban posiciones en todas las salidas de la capital y ocupaban las estaciones de trenes. El aeropuerto principal, a unos veinticinco kilómetros al norte de la ciudad, se encontraba fuera del área específica de control del ejército, y por tanto seguiría funcionando sin más restricciones que las previstas en momentos de alerta amarilla, lo que significaba que los turistas podrían continuar paseándose y levantando el vuelo, pero los viajes de los naturales, aunque no del todo prohibidos, se desaconsejaban firmemente, salvo circunstancias especiales, a examinar caso por caso. Las imágenes de las operaciones militares, con la fuerza imparable del directo, como decía el comentarista, invadían las casas de los confusos habitantes de la capital. Ahí los oficiales dando órdenes, ahí los sargentos gritando para hacerlas cumplir, y ahí los zapadores instalando barreras, y ahí ambulancias, unidades de transmisión, focos iluminando la carretera hasta la primera curva, olas de soldados saltando de los camiones y tomando posiciones, armados hasta los dientes, y equipados tanto para una dura batalla inmediata como para una larga campaña de desgaste. Las familias cuyos miembros tenían sus ocupaciones de trabajo o de estudio en la capital no hacían nada más que mover la cabeza ante la bélica demostración y murmurar, Están locos, pero las otras, las que todas las mañanas mandaban a un padre o a un hijo a la fábrica instalada en alguno de los polígonos industriales que rodeaban la ciudad y que todas las noches esperaban recibirlos de regreso, ésas se preguntaban cómo y de qué iban a vivir a partir de ahora, si no estaba permitido salir, ni entrar se podía. Quizá den salvoconductos para los que trabajen en la periferia, dijo un anciano hace tantos años jubilado que todavía usaba el lenguaje de las guerras francoprusianas u otras de similar veteranía. Sin embargo, no iba del todo desencaminado el avisado viejo, la prueba es que al día siguiente las asociaciones empresariales se apresuraban a dar a conocer al gobierno sus fundadas inquietudes, Aunque apoyando sin reservas, y con un sentido patriótico a cubierto de cualquier duda, las enérgicas medidas adoptadas por el gobierno, decían, como un imperativo de salvación nacional que finalmente se opone a la acción deletérea de mal encapotadas subversiones, nos permitimos, no obstante, y con el máximo respeto, solicitar a las instancias competentes la concesión urgente de salvoconductos para nuestros empleados y trabajadores, bajo pena, si tal providencia no fuera puesta en práctica con la brevedad deseada, de graves e irreversibles perjuicios para las actividades industriales y comerciales que desarrollamos, con los consecuentes e inevitables daños para la economía nacional en su totalidad. En la tarde de ese mismo día, un comunicado conjunto de los ministerios de defensa, de interior y de economía vino a precisar, aunque expresando la comprensión y la simpatía del gobierno para con las legítimas preocupaciones de la patronal, que la eventual distribución de los salvoconductos solicitados nunca podría efectuarse con la amplitud que deseaban las empresas, porque una tal liberalidad por parte del gobierno inevitablemente haría peligrar la solidez y la eficacia de los dispositivos militares encargados de la vigilancia de la nueva frontera que rodeaba la capital. No obstante, como muestra de apertura y disposición para obviar los peores inconvenientes, el gobierno admitía la posibilidad de emitir salvoconductos a los gestores y a los cuadros técnicos que fuesen declarados indispensables en el regular funcionamiento de las empresas, siempre que éstas asumieran la responsabilidad, incluso desde el punto de vista penal, de las acciones que, dentro y fuera de la ciudad, realizaran las personas designadas para beneficiarse de tal regalía. En cualquier caso, esas personas, de llegar a aprobarse el plan, tendrían que reunirse cada mañana de día laborable en lugares a designar, para desde allí, en autobuses escoltados por la policía, ser transportadas hasta las diversas salidas de la ciudad, donde, a su vez, otros autobuses las llevarían a los establecimientos fabriles o de servicio donde trabajasen y de donde, al final del día, deberían regresar. Todos los gastos resultantes de estas operaciones, desde el flete de los autobuses a la remuneración debida a la policía por los servicios de escolta, correrían íntegramente a cargo de las empresas, aunque con alta probabilidad serían deducibles de los impuestos, decisión esta que será tomada a su debido tiempo, tras un estudio de viabilidad elaborado por el ministerio de hacienda. Es de imaginar que las reclamaciones no pararon ahí. Es un dato básico de la experiencia que las personas no viven sin comer ni beber, ahora bien, considerando que la carne llega de fuera, el pescado llega de fuera, que de fuera llegan las verduras, en fin que de fuera llega todo, lo que esta ciudad, sola, producía o podía almacenar, no alcanzaría para sobrevivir ni una semana, sería preciso organizar sistemas de abastecimiento más o menos similares a los que proveerán de técnicos y gestores las empresas, aunque mucho más complejos, dado el carácter perecedero de ciertos productos. Sin olvidar los hospitales y las farmacias, los kilómetros de vendas, las montañas de algodones, las toneladas de comprimidos, los hectolitros de inyectables, las gruesas de preservativos. Y hay que pensar también en la gasolina y en el gasóleo, transportarlo hasta las estaciones de servicio, salvo que a alguien del gobierno se le ocurra la maquiavélica idea de castigar doblemente a los habitantes de la capital, obligándolos a trasladarse a pie. Al cabo de pocos días el gobierno ya había comprendido que un estado de sitio tiene mucha tela que cortar, sobre todo cuando no se tiene verdaderamente la intención de matar de hambre a los sitiados, como era práctica habitual en el pasado remoto, que un estado de sitio no es cosa que se improvise así como así, que es necesario saber muy bien hasta dónde se pretende llegar y cómo, medir las consecuencias, evaluar las reacciones, ponderar los inconvenientes, calcular las ganancias y las pérdidas, aunque no sea nada más que para evitar el exceso de trabajo con que, de un día para otro, los ministerios se han encontrado, desbordados por una inundación incontenible de protestas, reclamaciones y solicitudes de aclaración, casi siempre sin saber qué respuesta sería mejor en cada caso, porque las instrucciones de arriba sólo contemplaban los principios generales del estado de sitio, con total desprecio por las minucias burocráticas de los pormenores de ejecución, que es por donde el caos invariablemente penetra. Un aspecto interesante de la situación, que la vena satírica y la costilla burlona de los más graciosos de la capital no podían dejar escapar, resultaba de la circunstancia de que el gobierno, siendo de hecho y de derecho el sitiador, al mismo tiempo estaba sitiado, no sólo porque sus salas y antesalas, despachos y pasillos, sus oficinas y archivos, sus ficheros y sus sellos, estuvieran radicados en el meollo de la ciudad, y de algún modo orgánicamente lo constituían, sino también porque unos cuantos de sus miembros, por lo menos tres ministros, algunos secretarios y subsecretarios, así como un par de directores generales, residían en los alrededores, esto sin hablar de los funcionarios que todas las mañanas y todas las tardes, en un sentido o en otro, tenían que tomar el tren, el metro o el autobús si no disponían de transporte propio o no querían sujetarse a las dificultades del tráfico urbano. Los chistes, que no siempre eran contados con sigilo, exploraban el conocido tema del cazador cazado, pero no se remitían a esa pueril inocencia, a ese humor de jardín infantil de la belle époque, también creaban variantes caleidoscópicas, algunas radicalmente obscenas y, a la luz de un elemental buen gusto, condenablemente escatológicas. Por desgracia, y con esto quedaban demostrados una vez más el corto alcance y la debilidad estructural de los sarcasmos, burlas, zumbas, guasas, chascarrillos, bromas y más gracietas con que se pretendía herir al gobierno, ni el estado de sitio se levantaba, ni los problemas de abastecimiento se resolvían.