Hemos vuelto
Estoy contentísimo de haber vuelto a casa, pero mis amigos de las vacaciones no están aquí y mis amigos de aquí todavía están de vacaciones y yo estoy completamente solo, y no hay derecho y me he echado a llorar.
—¡Ah, no! —ha dicho papá—. Mañana vuelvo al trabajo y hoy quiero descansar un poco. ¡No empieces a darme la murga!
—Bueno, bueno —le ha dicho mamá a papá—, ten un poco de paciencia con el pequeño. Ya sabes cómo son los críos cuando vuelven de vacaciones.
Y mamá me ha dado un beso, me ha secado la cara, me ha sonado los mocos y me ha dicho que me distrajera sin armar jaleo. Yo le he dicho a mamá que de acuerdo, pero que no sabía qué hacer.
—¿Y por qué no haces germinar una judía? —me ha preguntado mamá.
Me ha explicado que era fantástico, que se coge una judía, se pone en un trozo de algodón mojado y más tarde se ve aparecer un tallo, luego unas hojas y enseguida consigue uno tener una planta de judías preciosa, y que es la mar de divertido y que papá me enseñaría.
Papá, que estaba tumbado en el sofá del cuarto de estar, ha dado un gran suspiro y me ha dicho que fuera a buscar el algodón. Yo he ido al cuarto de baño y no he tirado demasiadas cosas; además, es muy fácil quitar del suelo los polvos de talco con un poco de agua, y he vuelto al cuarto de estar y le he dicho a papá:
—Aquí está el godón, papá.
—Se dice el algodón, Nicolás —me ha explicado papá, que sabe montones de cosas porque a mi edad era el primero de su clase y un ejemplo tremendo para sus compañeros.
—Bien —me ha dicho papá—. Ahora ve a la cocina a por una judía.
No he encontrado ninguna judía en la cocina. Ni tampoco pasteles, porque, antes de marcharnos, mamá lo había vaciado todo menos el trozo de queso de camembert que se le olvidó en la despensa, que por eso hubo que abrir la ventana de la cocina cuando volvimos de vacaciones.
Cuando he vuelto al cuarto de estar y le he dicho a papá que no había encontrado ninguna judía, papá me ha dicho:
—Bueno, pues mala suerte —y se ha puesto otra vez a leer el periódico, pero yo he llorado y he gritado:
—¡Quiero hacer germinar una judía! ¡Quiero hacer germinar una judía! ¡Quiero hacer germinar una judía!
—Nicolás —me ha dicho papá—, te vas a llevar una azotaina.
¡Pero bueno, es que es increíble! ¡Quieren que haga germinar una judía y, en vista de que no hay judías, me van a castigar! Entonces sí que me he puesto a llorar en serio. Y ha venido mamá y, cuando se lo he contado, me ha dicho:
—Ve a la tienda de comestibles de la esquina y pide que te den una judía.
—Eso es —ha dicho papá—, y tómate todo el tiempo que quieras.
De modo que he ido a la tienda del señor Compani, que es el tendero de la esquina y es de lo más majo porque, a veces, cuando voy a su tienda me da bizcochos. Pero esta vez no me ha dado nada, porque la tienda de comestibles estaba cerrada y tenía un papel en el que ponía que era por las vacaciones.
He vuelto a casa corriendo. Papá seguía en el sofá, pero ya no leía; se había puesto el periódico encima de la cara.
—¡La tienda del señor Compani está cerrada! —he gritado—. ¡Conque, de judía, nada!
Papá se ha sentado de golpe.
—¿Eh? ¿Qué? ¿Qué pasa? —ha preguntado.
Así que he tenido que explicárselo otra vez. Papá se ha pasado la mano por la cara, ha dado unos grandes suspiros y ha dicho que él no podía solucionarlo.
—¿Y entonces qué es lo que voy a hacer germinar en mi trozo de el algobón? —he preguntado.
—Se dice en mi trozo de algodón, no de el algobón —me ha dicho papá.
—¡Pero si tú me has dicho que se dice el algodón! —he contestado.
—¡Nicolás! —ha gritado papá—. ¡Ya basta! ¡Ve a jugar a tu cuarto!
He subido llorando a mi cuarto y he encontrado en él a mamá, que estaba ordenando.
—No, Nicolás, no entres aquí —me ha dicho mamá—. Baja a jugar al cuarto de estar. ¿Por qué no haces germinar una judía, como te he dicho?
En el cuarto de estar, antes de que papá se pusiera a gritar, le he explicado que era mamá la que me había dicho que bajase y que iba a enfadarse si me oía llorar.
—Bueno —me ha dicho papá—, pero pórtate bien.
—¿Y ahora dónde encuentro yo una judía para germinarla? —he preguntado.
—No se dice germinarla, se dice… —ha empezado a decir papá, pero me ha mirado, se ha rascado la cabeza y me ha dicho—: Ve a buscar unas lentejas a la cocina. Puedes usarlas en vez de la judía.
Y me he puesto de lo más contento, porque resulta que sí había lentejas en la cocina. Y papá me ha enseñado cómo había que empapar el algodón y ponerle las lentejas encima.
—Ahora —me ha dicho papá— ponlo todo en un platito, en el borde de la ventana, y más tarde saldrán los tallos y las hojas.
Y ha vuelto a recostarse en el sofá.
Yo he hecho lo que me ha dicho papá y me he puesto a esperar, pero no he visto que saliera ningún tallo de las lentejas y me he preguntado qué sería lo que iba mal. Como no lo sabía, he ido a ver a papá.
—¿Y ahora qué pasa? —ha gritado papá.
—No sale ningún tallo de las lentejas —he dicho.
—¿Tú quieres una buena azotaina? —ha gritado papá.
Y yo he dicho que iba a irme de casa, que era muy desgraciado, que no me volverían a ver nunca, que me echarían mucho de menos y que el rollo de las lentejas era un cuento chino, y mamá ha entrado corriendo en el cuarto de estar.
—¿Es que no puedes tener algo más de paciencia con el niño? —le ha preguntado mamá a papá—. Yo tengo que poner orden en la casa y no me queda tiempo para ocuparme de él, así que digo yo que…
—¡Y yo digo que un hombre —ha dicho papá— debería poder tener cierta tranquilidad en su propia casa!
—Cuánta razón tenía mi pobre madre… —ha dicho mamá.
—¡No metas en esto a tu madre, que no tiene nada de pobre, por cierto! —ha gritado papá.
—Eso es —ha dicho mamá—. ¡Encima insulta a mi madre!
—¿Qué yo he insultado a tu madre? —ha gritado papá.
Y mamá se ha echado a llorar y papá se ha puesto a caminar dando gritos por el cuarto de estar, y yo he dicho que, si mis lentejas no germinaban inmediatamente, me iba a suicidar. Y entonces mamá me ha dado una azotaina.
¡Hay que ver lo insoportables que son los padres cuando vuelven de vacaciones!