Acercamiento a la figura de Cormac Mac Art
Richard L. Tierney
Uno de los más sorprendentes fenómenos literarios de este siglo es la figura de Robert E. Howard (1906-1936) quien, a pesar de la desventaja que supuso para él vivir la totalidad de su corta vida en el pequeño y polvoriento pueblo de Cross Plains (Texas) —más de mil millas alejado del resto de los autores, dentro del género de la novela fantástica—, sin embargo produjo una obra considerable de inspirada fantasía épica en prosa y en verso. A lo mejor su gran aislamiento contribuyó a empujar su imaginación viva y colorista hacia una búsqueda de alivio frente a la monotonía bucólica que le rodeaba; en cualquier caso las aventuras de acción que plasmó en las revistas de las décadas de los veinte y treinta, se encuentran, sin lugar a dudas entre las mejores de su género, equiparables a las obras maestras de Burroughs y Merritt, el envolver al lector en una trama excitante o provocar admiración por su descripción de imperios perdidos y edades imaginarias.
Las obras de este autor ocupan así mismo un lugar meritorio entre las obras de la poesía épica que cultivaron un buen número de bardos, desde Robert Service hasta Homero. Howard fue, ante todo, un poeta de la tradición heroica, y algunos de sus relatos merecieron ser considerados como clásicos modernos dentro de dicho género.
En su artículo Robert E. Howard: Los otros héroes (Aguafuertes y Odiseas n° 2, 1973), Ted Pons afirma: «La mayoría de los autores tienden a asociar a Robert E. Howard con sus cuatro principales creaciones: Conan, Solomon Kane, Kull de Atlantis, y el rey tribal Bran Mak Morn... No debemos olvidar, en cualquier caso, otros héroes: aquellos, dentro de este género fantástico, a los que dio vida Howard con su fértil imaginación y hábil pluma...».
Howard parece haber mostrado cierta preferencia por los héroes de ascendencia gaélica. Todos los protagonistas de sus relatos tendían a ser vitales y musculosos en un grado superlativo, indudablemente, pero sus héroes gaélicos poseían una fuerte personalidad e intensidad de carácter que los distinguía de cualquier otro. Howard mismo tenía una fuerte ascendencia irlandesa y se identificaba fuertemente con ella. Asimismo, utilizaba con frecuencia la ¡dea de la reencarnación en sus relatos —aunque es dudoso que se tomara dicha ¡dea en serio, y probablemente la utilizó buscando el efecto poético únicamente—. Sin embargo, todavía es tentador el pensar que Howard —que era él mismo musculoso, de pelo oscuro, de una altura de más de seis pies, como la mayoría de sus héroes— pueda haber jugado con la ¡dea de que los personajes heroicos que surgían tan espontáneamente en su imaginación, fueran reencarnaciones anteriores de su persona.
Sólo por diversión, examinemos esta hipótesis. El héroe favorito de Howard es alto, parecido a un lobo, guerrero de pura raza gaélica, de ojos azules, complexión fuerte, de melena oscura, y con unas cicatrices que le proporcionan un aspecto siniestro; es siempre un bárbaro, sin dar ni esperar cuartel en la batalla, pero dueño de una caballerosidad y unas buenas costumbres que le salvan de ser despiadado.
Lo mismo ocurre con los más poderosos héroes épicos creados por Howard —el Rey Kull de Atlantis y Conan el Bárbaro—. Kull, un bárbaro de la isla continental de Atlantis, llega a ganar el trono de Valusia —el reino más poderoso por entonces de los que había en Europa— gracias a su habilidad con la espada; todo esto ocurrió hace cien mil años, si creemos en el testimonio del viejo sacerdote Gomar en uno de los más apasionantes relatos de Howard, Los Reyes de la Noche. Siglos después, hacia el año 18.000 A.C., Atlantis desapareció, y unos terribles cataclismos cambiaron la faz de la Tierra; nació la Era Hyboria, que dio paso a una civilización gloriosa que sólo surgiría tras miles de años de barbarie que siguió a los cataclismos.
Por aquel entonces, Conan el Bárbaro —un héroe de melena oscura, musculoso, con cicatrices, como Kull— gana el trono de Aquilonia, el más poderoso de los reinos hyborianos. En La Era Hyboria, un artículo que Howard elaboró para describir el marco de las historias de Kull y Conan, se explica que «al Norte de Aquilonia... están los Bárbaros, feroces salvajes...; son los descendientes de los Atlantes...». Así, Conan viene a descender de la misma rama racial que Kull. Por último, casi al final de este artículo, tras describir la destrucción de la Era Hyboria, Howard afirma: «Los ascendientes de los irlandeses y los escoceses, descendían de los clanes de pura sangre bárbara». Así, se establece un vínculo racial entre Kull de Atlantis y Conan el Bárbaro y los otros héroes de melena oscura y rostro siniestro creados por Howard, que vagaron y combatieron a lo largo de unos años de la Historia más o menos conocidos.
Probablemente uno de los más antiguos héroes bárbaros sea, Conan de los saqueadores, que aparece en la historia La gente de la oscuridad. Estando arrasando un pueblo de la costa oeste de Gran Bretaña con sus compañeros los saqueadores de Erin, Conan persigue hacia el interior del bosque a una mujer rubia que ha hecho aflorar su primitivo libido y se encuentra luchando por ella contra los horribles, semihumanos «pequeños hombres» (tan bien descritos primero en los relatos de ficción de horror de Arthur Machen y más tarde elaborados por Howard). Conan de los saqueadores, al igual que su predecesor, no parece tener otra cosa en mente que satisfacer sus apetitos brutales, aunque también sabe hacer gala de una primitiva caballerosidad cuando la ocasión lo requiere. El Rey Kull, por otra parte, a menudo mostraba un carácter melancólico y filosófico unas obsesivas cavilaciones acerca del mundo y sus problemas.
Conan de los saqueadores, probablemente vagó por las islas británicas en algún momento durante el primer milenio antes de Cristo, antes de la llegada de las legiones romanas a las Islas. Cormac de Connacht, que ocupa el siguiente puesto en la serie de héroes gaélicos, aparece en el momento de la última victoria militar que acaba con la dominación de Roma en las islas británicas. De hecho, Cormac es más un observador que un héroe, porque el verdadero héroe del momento es Bran Mak Morn, rey de los pictos. Cormac es una figura relevante en los Reyes de la Noche, probablemente uno de los mejores relatos épico-heroicos de Howard, en el cual el poderoso Rey Kull resurge del pasado para ayudar al pueblo del brezo a aplastar las todopoderosas legiones de Roma. La única otra historia en la que aparece Cormac es Los Gusanos de la Tierra, en la que Bran Mak Morn convence a los pequeños hombres para que le ayuden a la destrucción del cruel y arrogante General romano. (Dicho sea de paso, creo que una fusión de estas dos historias de Bran Mak Morn daría lugar a una película épica digna de Cecil B. de Mille —con alguien como Jack Palance que diera vida al personaje del héroe gaélico Cormac de Connacht).
Poco después de que Bran y Cormac aplastaran a las legiones romanas en Gran Bretaña, Roma misma cayó bajo el poder de los Godos, y el Imperio Romano comenzó a llegar a su fin.
Las Islas Británicas retornaron lentamente al salvajismo de la oscura Edad del Bronce, mientras los pictos, los gaélicos, los sajones y los jutos, luchaban contra los bretones semirromanizados por la supremacía en el poder, al tiempo que primeros signos de actividad vikinga se dejaban sentir por el norte. Fue durante este período, famoso en la historia semimítica por las hazañas del Rey Arturo, cuando surgió el héroe de este libro: Cormac Mac Art. Cormac es un héroe estándar «alto, bien formado, de ancho pecho y fuerte, de cabello oscuro, cortado con forma cuadrada, y rostro oscuro y barbilampiño... Los ojos de este hombre eran estrechas hendiduras, de un grisáceo frío y metálico, y ello, junto a un buen número de cicatrices que cubrían su rostro, le proporcionaba un aspecto siniestro...». Cormac es un vagabundo de los mares, un fuera de la ley que vaga con el vikingo danés Wulfhere-el-Rompe-Cráneos.
Se conoce la existencia de cuatro relatos de Cormac Mac Art. Excepto el de La Noche del Lobo, que apareció publicado en la colección Bran Mak Morn, los demás relatos han sido ubicados en esta colección por vez primera. He reorganizado estos cuatro relatos según el orden que me ha parecido más lógico. En El Templo de la Abominación (sin duda la obra más temprana de Howard en la que aparece este héroe, y el único relato de la serie que trata un tema sobrenatural), Cormac explica a Wulfhere: «Alarico condujo a sus godos a través del foro hace cincuenta años, pero vosotros, bárbaros, aún teméis el nombre de Roma. No tengáis miedo: ya no quedan legiones en Gran Bretaña.» Y continúa diciendo: «La mayoría de los monarcas y gobernantes se están aliando con Arturo Pendragón para efectuar un ataque coordinado contra los sajones». La Noche del Lobo, que he situado en tercer lugar en esta serie, finaliza con la huida de Cormac y Wulfhere junto a su tripulación en un gran barco llamado El Cuervo, que es el nombre de su barco en el cuarto relato, Los Tigres del Mar. Ahora, en Los Tigres... hay una discrepancia: Cormac establece en su relato que hace unos ochenta años Alarico y sus godos saquearon la Ciudad Imperial —ello implica que han transcurrido treinta años desde que ocurrieran los hechos narrados en El Templo de la Abominación. Sin embargo, también afirma que «Damnonia y el territorio que se extiende hasta Caer Odun, está gobernada por Uther Pendragón». Pero según la mitología, Uther precedió a Arturo. He modificado el texto de forma que ahora se lee «ochenta años» en ambos casos, ya que este período es más cercano a aquél en el que ocurrieron las hazañas arturianas. Evidentemente Howard escribió Los Tigres del Mar tanto tiempo después de El Templo de la Abominación, que había olvidado lo que escribió en esta primera historia.
Unos siglos más tarde, Turlogh O’Brien, un lobo irlandés fuera de la ley muy parecido a Cormac Mac Art, aparece en escena. Lucha por su cuenta, fuera de la ley, combatiendo a los vikingos y a los gaélicos por igual, ganando enemistades por donde pasaba. El Hombre Oscuro, relato en el que una imagen sobrenatural de el ya legendario Bran Mak Morn ayuda a Turlogh a destruir a los vikingos que raptaron y asesinaron a una princesa irlandesa, es una de las más bellas historias de Howard. Turlogh posee la misma visión pesimista acerca del mundo que Kull y Cormac; en Los Dioses de Bal-Sagoth Howard escribe acerca de Turlogh «...pero al hombre luchador de pelo oscuro del oeste, le parecía que incluso en el clamor del triunfo, la trompeta, el tambor y los gritos desaparecían en medio del polvo y del silencio de la eternidad. Reinos e Imperios pasan como la niebla sobre el mar, pensó Turlogh... y le parecía que Athelstone caminaba por una ciudad muerta, a través de innumerables fantasmas...». Aquí se trasluce la propia actitud de Howard —la actitud de quien observa el mundo desde lejos, y siente la vida como algo insatisfactorio e irreal.
Otro héroe irlandés aparece en escena en La sepultura del cerro, Red Cumal, que luchó durante el reinado del Rey Brian Boru contra los vikingos en la batalla de Clontarf. Pero Red Cumal no encaja en el prototipo de guerrero al que nos venimos refiriendo, porque se le describe como enorme, con aspecto de oso y barba pelirroja; sin duda, desciende de una de esas tribus de fuertes rasgos celtas que llegaron a Irlanda más tarde que los gaélicos.
Finalmente tenemos a Cormac Fitzgeoffrey, otro guerrero fuera de la ley que acompañó a Ricardo Corazón de León por Tierra Santa en busca de saqueo y aventura.
Cormac, de ascendencia galo-normanda, se asemeja en su físico y en sus actos a Conan, mucho más que cualquiera de los héroes de Howard desde la Era Hyborea. Moreno, lleno de cicatrices y siniestro, con su gran musculatura vestida por una malla metálica, camina entre sus enemigos como un monstruo de acero, con una calavera plateada grabada en su escudo que siembra el terror entre turcos y beduinos, y una espada que los parte en pedazos. Sólo existen tres relatos de este aventurero conamórfico, ninguno de los cuales se ha publicado en forma de libro. Un fragmento inédito (que he completado y titulado La princesa esclava) relata cómo Cormac Fitzgeoffrey luchó en su primera batalla a la edad de, ¡ocho años! Al igual que Conan, muestra escasa tendencia hacia la filosofía acerca de la naturaleza efímera de la vida; viaja a Tierra Santa para luchar contra musulmanes y cristianos indistintamente, pero muestra una caballerosidad básica con todos ellos.
Estos eran los héroes que podríamos llamar las «primeras encarnaciones» de Robert E. Howard. Ciertamente simbolizan una concepción idealizada de sí mismo, y sin duda debió divertirle fantasear sobre la idea de que tales hombres hayan formado parte de sus antepasados a través de los tiempos, remontándose incluso a la prehistoria y a los heroicos tiempos míticos.
Dos de los relatos de este libro estaban incompletos cuando fueron descubiertos entre los efectos de Howard; a juzgar por las apariencias, probablemente los acabara, pero se perdieron los finales más tarde. He escrito las últimas setecientas palabras aproximadamente de El Templo de la Abominación, y las últimas cinco mil doscientas de Los Tigres del Mar. Mientras estaba editando este libro, Glenn Lord descubrió una versión mucho más corta y, presumiblemente, más temprana de El Templo de la Abominación. Las últimas frases de la versión que aquí presentamos fueron tomadas de allí.
El texto de Howard ha permanecido intacto, salvo en las pequeñas modificaciones que ha habido que realizar por errores editoriales o leves incongruencias.
Richard L. Tierney
St. Paul, Minnesota 19 de febrero de 1974