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I. Fragor de espadas y llega un extraño
Con un virulento estruendo de acero, las hojas se cruzaron, centelleando en azul. Por entre los filos, miradas ardientes se desafiaron, la una de un negro pétreo y la otra de un azul volcánico. El aliento silbaba entre los dientes encajados, los pies hollaban la hierba, avanzando, retrocediendo.
El de los ojos negros fintó y atacó tan rápido como una serpiente. El joven de ojos azules desvió el golpe con medio giro de su recia muñeca y su contraataque relampagueó como una nube de tormenta.
-¡Deteneos, caballeros! -Las espadas entrechocaron y un hombre corpulento apareció entre los combatientes, con un estoque enjoyado en una mano y un sombrero de tres picos en la otra.
-¡Se acabó! ¡El asunto está resuelto y el honor satisfecho!¡Sir George está herido!
Con un ademán de impaciencia, el duelista de los ojos negros escondió detrás suyo el brazo izquierdo, del cual fluía la sangre.
-¡Apartaos! -bramó; y anadió con un juramento-: una herida... ¡un rasguño! ¡No resuelve nada! ¡No tiene importancia! ¡Un duelo debe ser a muerte!
-Así sea, apartaos, Sir Rupert -dijo el vencedor sosegadamente aunque sus ojos eran chispas de acero-. ¡Nuestro asunto sólo puede arreglarse con la muerte!
-¡Deponed vuestros aceros, gallitos de pelea! -gruñó Sir Rupert-. ¡Os lo ordeno como magistrado! Señor médico, acercaos a echar una mirada a la herida de Sir George. Señor Jack Hollinster, envainad vuestro filo de una vez! ¡Por el cielo que no habrá un solo asesinato en este distrito, como me llamo Rupert d'Arcy!
El joven Hollinster no respondió ni obedeció la orden del colérico magistrado, pero dejó caer la punta de su espada al suelo y permaneció en silencio, con aire melancólico, contemplando al grupo de hombres con el ceño fruncido y la cabeza levemente gacha.
Sir George había vacilado, pero uno de sus padrinos le susurró unas rápidas palabras al oído y cedió de mal humor. Entregó su espada al que se había dirigido a él y se sometió a los cuidados del médico.
La formidable escena tenía un decorado desolador. Una depresión, poblada de una hierba dispersa y marchita, se extendía hasta una ancha franja de arena blanca cubierta de restos de maderas arrojadas por la marca. Más allá de la playa, el piélago gris se agitaba sin tregua, un ser inanimado sin señal de vida sobre su inhóspito seno, salvo una sola vela suspendida en la distancia. Tierra adentro, por encima de los lúgubres páramos podían divisarse las anodinas cabañas de una aldea.
En un paisaje tan estéril y ruinoso, la aparición del color y la vida sobre aquella playa contrastaba bruscamente. El pálido sol otoñal lanzaba destellos sobre los brillantes filos, las lujosas empuñaduras, los botones dc plata de los abrigos de algunos hombres, y los adornos dorados del sombrero de Sir Rupert.
Los padrinos de Sir George le ayudaban a ponerse su abrigo, mientras el padrino de Hollinster, un vigoroso joven con ropas de elaboración casera, apremiaba a éste para que se enfundara el suyo. Pero Jack, que aún sentía rencor, le apartó con un gesto. De pronto se impulsó hacia delante todavía sujetando su arma y, con una furia desmesurada, dijo:
-¡Sir George Banway, miraos a vos mismo! ¡Un rasguño en el brazo no hará desaparecer el ultraje que ya sabéis! ¡La próxima vez que nos encontremos no habrá ningún magistrado que salve vuestro hediondo pellejo!
El aristócrata se dio la vuelta impetuosamente, blasfemando. Sir Rupert gritaba sobresaltado:
-¡Señor! ¿Cómo osáis...?
Hollinster le gruñó en la cara, les dio la espalda y se marchó a zancadas, envainando la espada de un golpe. Sir George comenzó a seguirle, la sombría expresión deformada, pero su camarada volvió a decirle algo al oído señalando el mar. Banway divisó el sencillo velero que parecía estar pendiendo del cielo y asintió con fiereza.
Hollinster recorría la playa en silencio, con el sombrero en la mano y el abrigo colgando de su brazo. El gélido viento entibiaba sus cabellos sudorosos, pero no sus desbocados pensamientos.
Su padrino, Randel, le seguía sin hacer ruido. A medida que avanzaban por la playa, el entorno se hacía más salvaje y accidentado; rocas gigantescas, grises y cubiertas de musgo, se erigían a lo largo de la orilla, formando frentes abiertos en su lucha por llegar a las olas. A lo lejos, un agresivo arrecife elevaba continuamente un rumor grave.
Jack Hollinster se detuvo, encaró el mar y se puso a maldecir iracundo un buen rato. Su aturdido oyente comprendía que la culpa de sus blasfemias recaía en el hecho de que él, Hollinster, había frustrado su intento de hundir su acero hasta la empuñadura en el negro corazón de aquel canalla, aquel perro, aquel maldito bribón, ¡Sir George Banway!
-Y ahora -gruñó- sé que el muy bellaco nunca volverá a batirse conmigo en leal combate, después de haber probado mi metal, pero por Dios...
-Cálmate, Jack -el honrado Randel se sentía incómodo; era el mejor amigo de Hollinster, pero no entendía los oscuros arrebatos de ira que se apoderaban de su compañero de vez en cuando-. Tú le has vencido ampliamente y con limpieza, él se ha llevado la peor parte. Después de todo, tu no matarías a un hombre por lo que hizo él...
-¿Que no? -saltó Jack-. ¿Que no mataría a un hombre por aquella ofensa vil? Bueno, no un hombre, sino más bien un rastrero pícaro con la apariencia de un noble, ¡cuyo corazón tendré en mis manos antes de que la luna mengüe! ¿Eres consciente de que calumnió públicamente a Mary Garvin, la muchacha que yo amo? ¿De que mancilló su nombre mientras olisqueaba una jarra de vino en la taberna? Vaya...
-Eso lo entiendo -suspiró Randel- tras haber oído todos los detalles no menos de veinte veces. Así como sé que le arrojaste un vaso de vino a la cara, tiraste al suelo de un manotazo su plato de chuletas, le volcaste una mesa encima y le propinaste dos o tres puntapiés. ¡En verdad, Jack, ya has hecho bastante para cualquier hombre! Sir George tiene importantes influencias, y tú no eres más que el hijo de un capitán de barco retirado, incluso contando con tu reconocido valor en el extranjero. Es más, después de todo, Sir George no tenía ninguna necesidad de haberse batido contigo. Bastaría con que hubiese apelado a su rango y hubiese ordenado a sus criados que te azotaran.
-Si llegase a hacerlo -dijo severamente Hollinster, chasqueando los dientes-, le habría colocado una bala en medio de esos malditos ojos negros. Dick, déjame a solas con mis desatinos. Ya sé que tú me aconsejas siempre el camino correcto, el sendero de la tolerancia y la mansedumbre. Pero yo he vivido en lugares donde la única guía y ayuda de un hombre es la espada que lleva colgada del cinto. Mi sangre es rebelde por herencia. Ahora mismo esa sangre está hirviendo inquieta a causa de ese despojo de noble. Él sabia que yo adoraba a Mary, y sin embargo se sentó allí y la ofendió en mi presencia, ¡delante de mis narices, por Júpiter!, mirándome a mí de reojo. Y todo, ¿por qué? Porque él posee tierras, títulos, tesoros, importantes influencias, familiares y sangre noble. Yo soy un pobre e hijo de un pobre, y todo lo que tengo lo llevo conmigo dentro de la vaina que me cuelga del cinturón. ¡De haber tenido Mary o yo un origen noble, el habría respetado...!
-¡Bah! -interrumpió Randel-. ¿Es qué George Banway ha respetado algo alguna vez? Se tiene bien merecida su mala reputación en la comarca. Tan sólo respeta sus propios deseos.
-Y desea a Mary -afirmó taciturno Jack-. Muy bien, tal vez se quedará con ella igual que se ha quedado con muchas doncellas de por aquí. Pero antes tendrá que matar a John Hollinster. Mira, Dick, no quisiera parecer grosero pero quizá lo mejor será que me dejes de momento. En estos instantes no soy un compañero ideal para nadie, y me vendrá bien estar a solas con el aire frío del mar para enfriar mis sentimientos.
-No irás a buscar a Sir George... -vaciló Randel-.
-Te prometo que iré en otra dirección -respondió Jack con impaciencia-. Sir George se fue a su casa a mimar su rasguño. No se dejará ver en un par de semanas.
-Pero, Jack, sus matones son de lo peor que hay. ¿No correrás peligro?
Jack sonrió con astucia.
-No hay nada que temer. Si contraataca de ese modo, será en la oscuridad de la noche, no a la luz del dia.
Randel se encaminó a la aldea, meneando dubitativamente la cabeza, y Jack enderezó sus pisadas en la dirección que marcaba la línea de la playa. Cada paso le alejaba más de las zonas habitadas y le introducía en un difuso mundo de tierras y aguas inservibles. El viento se filtraba por sus ropas, cortando como un cuchillo, pero él seguía sin ponerse el abrigo. El frío halo gris del día reposaba como un sudario sobre su alma. Maldijo la tierra y el clima.
Sus pensamientos divagaron hacia las cálidas regiones del sur que había visitado en sus viajes sin rumbo. Se le apareció un rostro aniñado, sonriente, coronado de rizos dorados, cuyos ojos inspiraban un entusiasmo que superaba el calor de lunas tropicales y era capaz de transformar en agradable y acogedor hasta aquella árida región.
Pero acto seguido surgió otra cara oscura y burlona, sus ojos de un negro profundo y su malvada boca torcida con saña bajo un bigotillo negro. Jack Hollinster le maldijo con energía.
Fue interrumpido por una voz estridente.
-Joven, tus palabras resuenan como el latón y los platillos de una orquesta, llenas de mido y furia, pero sin significar nada.
Jack se giró rápidamente, echando la mano a la empuñadura. Sobre un enorme pedrusco gris se hallaba sentado un desconocido que se puso de pie al volverse Jack, se despojó de una ancha capa negra y la sostuvo sobre el brazo.
Hollinster lo examinó con la mirada. Era de la clase de hombres que reclaman la atención para sí, e incluso algo más. Era unos centímetros más alto que Hollinster, que ya estaba muy por encima de la altura normal. En su constitución no había un solo gramo de grasa ni un exceso de carne, y sin embargo no tenía una apariencia frágil, ni siquiera era demasiado delgado. Al contrario. Sus anchos hombros, grueso pecho y esbeltos miembros indicaban fuerza, rapidez y resistencia; todo ello era indicio de su condición de espadachín, tan claramente como lo atestiguaba el sencillo estoque que colgaba de su cinto. A Jack le recordaba, más que nada, a aquellos escuálidos lobos esteparios que había visto en Siberia.
Pero fue su cara lo primero que llamó y mantuvo la atención del joven. Era algo estirada, estaba afeitada cuidadosamente y tenía una inusual palidez apagada que, juntamente con el ligero hundimiento de sus mejillas, en ocasiones le añadía un aspecto cadavérico, hasta el momento en que se fijase uno en sus ojos. Tenían el fulgor de una vitalidad dinamica y enérgica, férreamente controlada. Al mirar directamente a aquellos ojos, al sentir el golpe helado del extraño poder que emitían, Jack Hollinster fue incapaz de precisar su color. Tenían el gris del hielo eterno, pero también poseían el azul frío de las simas más hondas del mar del Norte. El efecto total del semblante, con aquellas densas cejas ceñidas sobre los ojos, era claramente mefistofélico.
Su vestimenta era estricta y apropiada. Tenía un sombrero flexible, sin plumas. Estaba cubierto por completo de ropajes ajustados de tonos sombríos, sin el contraste de ningún adorno o joya. Ningún anillo ornaba sus fuertes dedos, ningún brillante refulgía en la empuñadura de su estoque, y éste tenía por funda una sencilla vaina de cuero. Sus ropas no se abrochaban con botones de plata, ni sus zapatos con hebillas brillantes.
Lo curioso era que la monotonía de su ropa contrastaba de un modo estrafalario con un ancho fajín tejido al estilo gitano que rodeaba su cintura. Estaba hecho de seda oriental trabajada a mano. Era verde claro, y de él sobresalían unas cachas de puñal y las culatas de dos pesadas pistolas.
Hollinster se quedó contemplando la extraña imagen de aquel hombre armado hasta los dientes y con tan rara indumentaria, preguntándose cómo había podido acercarse tanto. Su aspecto le recordaba a los puritanos, pero sin embargo...
-¿Cómo habéis venido? -inquirió secamente Jack-. ¿Y cómo es que no os he visto hasta que habéis hablado?
-Vine hasta aquí igual que vienen todos los hombres honestos, joven señor -su voz era grave; volvió a enfundarse en la negra capa y se sentó otra vez en el pedrusco-, gracias a mis piernas. Y en cuanto a lo otro, los que están absortos en sus propios asuntos hasta el punto de tomar el nombre de Dios en vano, no ven a sus amigos, para su vergüenza, ni a sus enemigos, para su perjuicio.
-¿Quién sois vos?
-Me llamo Solomon Kane, joven señor, un hombre de ningún lugar, aunque en una época fui de Devon.
Jack frunció el ceño inseguro. Sin saber dónde ni cómo, el puritano había perdido del todo el inconfundible acento de Devonshire. El sonido de sus palabras bien podría haber pertenecido a cualquier zona de Inglaterra.
-¿Habéis viajado mucho, señor?
-He conducido mis pasos por muchos países lejanos.
De pronto brotó una luz en la mente de Hollinster; se quedó mirando a su extraña compañía con un avivado interés.
-¿Acaso fuisteis capitán del ejército francés una temporada, y acaso estuvisteis en...? -mencionó un nombre-.
Las cejas de Kane se ensombrecieron.
-Es cierto. Fui responsable de la desbandada de hombres impíos, dicho sea para vergüenza mía, a pesar de haber sido por una causa justa. En el saqueo del pueblo que habéis mencionado, a cobijo de la causa se cometieron muchos desafueros que me helaron el corazón. Bueno, se ha retirado más de una vez la marea bajo el puente desde entonces, y algún recuerdo bochornoso he ahogado en la mar... Y hablando de la mar, chico, ¿qué conjeturas haces tú de aquel barco que aparece a intervalos desde ayer al amanecer?
-Navega demasiado lejos. No puedo conjeturar nada de él.
La sombría mirada de Kane perforó sus ojos y a Hollinster no le cupo la menor duda de que con aquella intensidad podría atravesar la distancia y distinguir el mismo nombre del barco pintado en su proa. Todo parecía posible para aquellos ojos singulares.
-A decir verdad, está levemente retirado para alcanzarlo con la vista -dijo Kane-, pero por el corte de su jarcia creo que lo conozco. Pienso que me gustaría toparme con el dueño de esa nave.
Jack no dijo nada. No había ningún puerto en los alrededores, pero con tiempo tranquilo, un barco podía navegar pegado a la costa y fondear en el límite del arrecife. El barco probablemente pasaba contrabando. Constantemente tenía lugar un gran volumen de trafico ilícito por aquella abandonada costa a la que rara vez se acercaban los agentes de aduanas.
-¿Alguna vez has oído hablar de Jonas Hardraker, cuyos hombres llaman el Halcón del Mar?
Hollinster se sobresaltó. Aquel espantoso nombre era bien conocido en todas las costas del mundo civilizado, y en muchas de las no civilizadas, pues el hombre que lo ostentaba lo había hecho temible y aborrecido en muchos mares. Jack intentó descifrar el rostro del extraño, pero aquellos melancólicos ojos eran inescrutables.
-¿Ese pirata mal nacido? Lo último que oí de él fue que estaba navegando por el Caribe.
Kane asintió.
-Las mentiras son capaces de adelantar a un navío veloz. El Halcón del Mar navega por donde se halla su barco, y esto sólo su señor Satán lo sabe.
Se puso en pie, arrebujándose más aún en la capa.
-El Señor ha guiado mis pasos hasta muchos lugares insólitos, y por muchos senderos asombrosos -dijo sombríamente-. Algunos eran virtuosos y muchos eran pecaminosos; algunas veces daba la impresión de errar sin rumbo ni destino, mas siempre descubría un buen motivo para ello si lo buscaba con tesón. Y escucha bien lo que te digo, chico: después de las hogueras del averno, no existe fuego más caliente que la llama azul de la venganza, que calcina el corazón del hombre día y noche sin parar hasta que él lo apaga con sangre.
"En el pasado he cumplido con mi deber de aliviar de sus vidas a muchos hombres malvados... El Señor es mi cayado y mi guía, al fin y al cabo; ojalá El haya arrojado mi enemigo a mis manos."
Diciendo esto, Kane se alejó con movimientos felinos, mientras Hollinster se quedaba mirándole perplejo.
II. Alguien llega en la noche.
Jack Hollinster despertó de un sueño atormentado. Se incorporó en la cama y contempló lo que le rodeaba. La luna aún no se había alzado, pero en la ventana de su cuarto se dibujaba la figura de una cabeza y un par de anchos hombros a la luz de las estrellas. Como el siseo de una serpiente, le llegó un "shhh" de aviso.
Deslizando la espada fuera de su funda, se levantó y se aproximó a la ventana. Una faz barbuda con dos ojos que parecían chispas le contemplaba desde el exterior; aquel hombre jadeaba.
-Trae tu e'pada, chico, y sígueme -apremió a Jack en voz baja-. ¡La ha cohío!
-¿Qué pasa? ¿Quién ha cogido a quién?
-¡Sir Yor! -Un escalofrío recorrió la espalda de Jack-. El mandó ella 'apel con tu nombre, pedirla venir a las Rocas, sus secuaces atraparon ella y...
-¿Mary Garvin?
-¡Tan cierto 'omo la vida misma, aamo!
La estancia se le echó encima a Jack. Él habla previsto ser atacado, pero no se le había pasado por la cabeza que la villanía natural de Sir George fuese tan grande de raptar a una muchacha indefensa.
-Maldita sea su negra alma -gruñó para sí mientras daba un tirón a sus ropas-. ¿Dónde está ahora?
-Llevaron ella 'asa Sir Yor, seor.
-¿Y tú quién eres?
-Sólo soy pobre Sam que atiende cuadra para taberna, seor. Yo ver ellos coger ella.
Ya vestido y con la espada desnuda en la mano, Hollinster saltó por la ventana.
-Te lo agradezco, Sam. Si sigo vivo, recordaré esto.
Sam sonrió de oreja a oreja, mostrando sus amarillentos colmillos, y respondió:
-Iré con 'os, aamo; tengo algunas cuentas que arreglar 'on Sir Yor.-Estaba blandiendo una impresionante cachiporra-.
-Pues entonces, ven. Vamos derechos a la morada del canalla.
La antigua mansión de Sir George Banway, donde vivía con sólo unos cuantos sirvientes de semblante maligno y varios compinches peores incluso, se levantaba a tres kilómetros de la aldea, pegada a la playa, pero en la dirección opuesta a la emprendida por Jack en su paseo del día anterior. Se contaban muchas historias escandalosas de aquella enorme mole amenazadora. Se hallaba algo deteriorada y sus partes de madera estaban holladas por el tiempo. De los aldeanos, sólo los que eran bastante granujas para disfrutar de la confianza del propietario habían puesto el pie en su interior. No tenía muro que la rodeara; únicamente había unos setos descuidados y unos pocos árboles esparcidos aquí y allá. Tras la casa se extendían los páramos y frente a ella se observaba una franja arenosa de playa de unas doscientas yardas de ancho que la separaba del rompiente. Las rocas que se erigían ante la casa, en la orilla, eran anormalmente escarpadas y áridas. Se comentaba que existían cavernas asombrosas entre ellas, pero nadie lo sabía con exactitud, debido a que Sir George consideraba de su propiedad aquel trozo de playa en concreto, y había adquirido la costumbre de ejercitar su mosquetón con los individuos que curioseaban por él.
Ni una luz asomaba en la casa cuando Jack Hollinster y su extraño compañero atravesaron el malsano páramo. Una fina bruma había ocultado la mayor parte de las estrellas. A través de ella, el oscuro edificio se elevaba tenebroso, rodeado por deformados fantasmas que eran arboles y setos. Todo lo que estaba de la parte del mar se encontraba cubierto por una mortaja gris, pero en una ocasión a Jack le pareció oír el martilleo apagado de una cadena de amarre. Se preguntó si un barco podría fondear pegado a la temible línea de cachones. El brumoso mar gemía de continuo como si fuera un monstruo dormido que no despierta.
-¡El gallina, seor -susurró Sam-, tendrá brillos apagados, pero estar allí, da igual!
Avanzaron silenciosamente hacia la lóbrega mansión. Jack se percató asombrado de la aparente ausencia de guardias. ¿Acaso Sir George estaba tan seguro de sí mismo que no se había molestado en poner centinelas? ¿O éstos se habían dormido faltando a su deber? Tanteó una ventana con cautela. Las contraventanas eran macizas pero se abrieron con sorprendente facilidad. Mientras esto ocurría, un relámpago de sospecha cruzó su mente, ¡todo era demasiado fácil! Se dio la vuelta justo a tiempo de ver bajar la cachiporra en la mano de Sam. No tuvo ni un segundo para golpear o esquivar. Sin embargo, en aquella imagen fugaz pudo advertir el brillo de triunfo en los rutilantes ojillos. Después, el mundo se le resquebrajó encima y todo fue absoluta negrura.
III. Esta noche la muerte hace su ronda.
Lentamente, Jack Hollinster regresó al mundo consciente. Sus ojos estaban cegados por un resplandor rojo. Pestañeó varias veces. La cabeza le retumbaba y fijar la vista le dolía. Cerró los ojos con la esperanza de apaciguar el tormento, pero el inexorable fulgor le atravesaba las pestañas hasta parecerle que llegaba a su palpitante cerebro. Una mezcla confusa de voces le molestaba en los oídos. Trató de llevarse la mano a la cabeza pero fue incapaz de revolverse. Entonces volvió a sentir la irrupción del dolor y se despertó por completo, sintiéndose enfermo.
Estaba atado de pies y manos, echado en un suelo sucio y oscuro. Se encontraba en una amplia bodega, llena hasta el techo de vasijas, toneles achaparrados y barriles negros de aspecto pegajoso. El techo, situado a una considerable altura, estaba reforzado con planchas de roble. De una de las planchas pendía un farol que emitía aquella luminosidad tan dañina para sus ojos. La bodega quedaba iluminada, pero en sus esquinas oscilaban las sombras. Unas escaleras de piedra subían desde el piso a tina galería sin iluminar que llevaba a otro lugar.
Había muchos hombres en aquel sótano. Jack reconoció el sombrío y burlón semblante de Banway, la faz de Sam, enrojecida por el alcohol, y a dos o tres matones que repartían su tiempo entre la mansión de Sir George y la taberna. Al resto, unos diez o doce hombres, no los conocía. No había duda de que eran marineros: fornidos, con mucho pelo, con pendientes en las orejas y en la nariz, y vestidos con calzones embreados. Pero sus vestiduras eran estrafalarias y grotescas. Algunos tenían pañoletas de colorines atadas a la cabeza, y todos estaban armados hasta los dientes. Saltaban a la vista sus alfanjes de anchas guardas de latón, sus puñales enjoyados y sus pistolas cinceladas en plata. Jugaban a los dados, bebían y soltaban terribles improperios, mientras la luz del farol hacía brillar sus ojos.
¡Piratas! Aquellos no eran honestos marinos, con ese violento contraste de lujo y bellaquería. Vestían pantalones embreados y camisolas de marino, pero unas fajas de seda envolvían sus cinturas; no llevaban medias, pero muchos calzaban zapatos de hebillas plateadas y adornaban sus dedos con anillos de oro macizo. Enormes gemas pendían de más de un arete de oro clavado en sus orejas. No había un solo cuchillo de noble marinero entre sus armas, sino costosas dagas españolas e italianas. Su aspecto discordante, sus fieros rostros, sus modales groseros los marcaban con el sello de sus vergonzosos negocios.
Jack pensó en el barco que había visto antes del atardecer y en el traqueteo del anda en medio de la niebla. De improviso acudió a su mente aquel extraño personaje, Kane, y se sorprendió de sus palabras. ¿Sabía él que aquel barco era pirata? ¿Qué relación tenía con aquellos salvajes? ¿Ocultaba con su puritanismo siniestras actividades?
El que jugaba a los dados con Sir George se volvió de repente hacia el prisionero. Era un hombre alto, esbelto, ancho de hombros... Jack sinfió cómo su corazón daba un brinco. Al punto se desengañó. A primera vista había creído que aquel hombre era Kane, pero luego advirtió que el bucanero, a pesar de asemejarse al puritano en la constitución física, era su antítesis en todo lo demás. Su ropa era escasa pero llamativa, retocada con una faja de seda, hebillas de plata y borlas doradas. Su grueso cinturón estaba erizado de empuñaduras y culatas enjoyadas. Un largo estoque con artesanía de oro y gemas le colgaba de un rico tahalí. En cada fino pendiente centelleaba un rubí rojo cuyo fulgor carmesí contrastaba con la sombría faz.
Su rostro era enjuto, halconado y cruel. Un sombrero de tres picos le coronaba la alta y estrecha frente, encasquetado hasta unas cejas ralas sobre las que asomaba una vistosa pañoleta para el pelo. En la penumbra del sombrero, dos ojos danzaban osados, alternando chispas con sombras. El pico afilado que tenía por nariz se encorvaba sobre la fina cuchillada que tenía por boca, y sobre sus cruentos labios mostraba un lacio bigotillo como los que llevaban los mandarines Manchúes.
-¡Jo, jo; mira, George, nuestro huésped se ha despertado! -gritó el pirata soltando una carcajada maliciosa-. Por Zeus, Sam, creí que le habías dado su ración final. Tiene la mollera más dura de lo que pensaba.
La horda de piratas interrumpió sus pasatiempos y empezó a contemplar a Jack con curiosidad o burlándose de él. El rostro de Sir George se oscureció; sus palabras se dirigieron a Jack, mientras señalaba su brazo izquierdo con el vendaje asomando entre los jirones de la manga.
-Dijiste la verdad, Hollinster, cuando afirmaste que en nuestro próximo encuentro no intervendría magistrado alguno. Sólo que ahora creo que es tu asqueroso pellejo el que sufre.
-¡¡Jack!!
La agonizante voz dolió como un corte de cuchillo, más hondo que los sarcasmos de Banway. Jack, con la sangre convertida en hielo, trató desesperadamente de liberarse; estirando el cuello captó una imagen que por poco detuvo su corazón. Había una muchacha atada a un enorme aro que salía de un pilar de madera. Estaba arrodillada en el repugnante suelo, e intentaba inútilmente llegar a él; tenía el rostro pálido, los ojos dilatados por el miedo, los cabellos dorados en desorden...
-¡Mary... oh, Dios mío! -las palabras salieron como un estallido dc los angustiados labios de Jack. Un bestial estruendo de risotadas fue el acompañamiento de su desgarrado alarido-.
-¡Un trago a la salud de la pareja enamorada! -tronó la voz del alto capitán pirata, que elevaba su espumeante jarra-. ¡Bebed por los enamorados, chicos! Se me antoja que a él le estorba nuestra compañía. ¿Te gustaría estar a solas con la mocita, muchacho?
-¡Canalla del demonio! -aulló Jack, logrando incorporarse sobre sus rodillas con un esfuerzo sobrehumano-. ¡Cobardes todos, traidores, miserables, desalmados! ¡Dioses del averno, ojalá tuviera las manos libres! ¡Soltadme y sabréis todos cómo lucha un hombre! ¡Soltadme, os digo, y me arrojaré a vuestras viles gargantas con las manos desnudas! ¡ Qué se me condene por mi cobardía y por mi tibieza, si no amontono tantos cadáveres como perros hay aquí dentro!
-¡Por Judas! -exclamó uno de los bucaneros-. ¡El chico tiene agallas todavía! ¡Y qué pico de oro, por mis barbas de marino! ¡Qué me aspen, capitán, si no...!
-A callar -cortó Sir George secamente, pues su odio le comía por dentro como un animal vivo-. Hollinster, estás malgastando energías. Ahora sí que no voy a luchar contra ti con el acero nada más. Tuviste tu oportunidad y la desaprovechaste. Esta vez voy a combatir contigo usando armas más apropiadas a tu rango y posición. Nadie sabe dónde has ido ni nadie lo sabrá nunca. Mejores cuerpos que el tuyo han quedado ocultos por las aguas del mar, y otros mejores aún serán ocultados después de que tus huesos se conviertan en lodo en su fondo. En cuanto a ti -se volvió hacia la horrorizada muchacha, que gemía pidiendo compasión-, morarás conmigo un tiempo. En este mismo sótano, tal vez. Y cuando me haya cansado de ti...
-Más vale que te hayas cansado de ella para cuando yo vuelva, dentro de dos meses -interrumpió el capitán pirata con cierta jovialidad maliciosa-. Si en este viaje he de transportar un cadáver, que por Satán es un cargamento engorroso, en el próximo tengo que llevar un pasajero más agradable.
Sir George sonrió con acritud.
-Así sea -respondió-. Dentro de dos meses, es tuya... a menos que muera antes por casualidad. Partirás antes del amanecer con los despojos que deje de Hollinster envueltos en una lona, y los arrojarás al mar lo suficientemente lejos para que nunca lleguen a la orilla. Eso queda claro... después, dentro de dos meses, puedes volver por la chica.
A Jack se le encogía el corazón de oír los aterradores planes.
-Mary, amor mío -dijo con un hilo de voz-, ¿cómo viniste a parar aquí?
-Un hombre me trajo una misiva -respondió ella susurrando, demasiado atenazada por el terror para hablar más alto-. La letra se parecía a la tuya, y tenía tu firma. Decía que estabas herido, y me instaba a verte en las Rocas. Allí fui; estos hombres me atraparon y me trajeron a cuestas a través de un largo túnel.
-¡O' lo dihe, aamo! -gritaba el hirsuto Sam, recreándose en sus palabras-. ¡Confíe en vieho Sam para engañarle! ¡Vino como corderito! ¡Vaya, fue un truco formidable... para un formidable estúpido!
-Amarra el barco -sonó la voz elevada de un pirata enjuto y taciturno; se notaba que era el primer oficial-; es muy arriesgado lo que hacemos para deshacernos de nuestra presa. ¿Qué ocurre si encuentran a la chica aquí y nos delata? ¿Dónde hallaríamos un mercado a este lado del Canal para el botín que logremos en el mar del Norte?
Sir George y el capitán soltaron una carcajada.
-Tómatelo con calma, Allardine. Siempre fuiste un bribón melancólico. Pensarán que la mocita y el chaval se fugaron juntos. Al padre de ella no le cae bien él, según dice George. Ningún aldeano volverá a ver o a oír a ninguno de los dos jamás, y a nadie se le ocurrirá mirar por aquí. Estás desanimado porque estás lejos de la mar. Mi leal compañero, ¿acaso no hemos atravesado el Canal antes, voto a bríos, y no hemos robado mercantes enteros en el Báltico, ante las mismísimas narices de los buques de guerra?
-Puede ser -rumió Allardine-, pero me sentiré más seguro con estas aguas bien lejos a mis espaldas. Ya han pasado los días de la Hermandad por estos lares. El Caribe es mejor para nosotros. Intuyo que se acerca la desgracia. La muerte se cierne sobre nosotros como una tormenta, y no veo ningún canal que atravesar.
Los piratas se retorcieron con inquietud.
-Agorero, ésas son palabras aciagas -clamó uno-.
-El fondo del mar sí que es un aciago lecho -respondió otro-.
-¡Alegría! -rió el capitán, palmeando ruidosamente la espalda de su deprimido colega- ¡Bebed un trago de ron por la novia! Puede ser un mal amarradero, o el Muelle de Ejecución, pero hasta ahora hemos sabido navegar a barlovento de él. ¡Bebed por la novia! La novia de George y mía... aunque la picaruela no parece muy contenta...
-¡ Quietos! -Allardine levantó la cabeza para escuchar mejor-. ¿No habéis oído un grito sofocado ahí arriba?
Se hizo el silencio. Las miradas se volvieron hacia la escalera mientras los dedos tanteaban las hojas de acero con sigilo. El capitán alzó sus musculosos hombros con impaciencia.
-Yo no oigo nada.
-Yo sí. Un grito y un cuerpo que se desplomaba... Te lo aseguro. Esta noche la muerte hace su ronda...
-Allardine -dijo el capitán con energía controlada, mientras golpeaba el cuello de una botella-, te has convertido en una vieja y te sobresaltas por sombras, a decir verdad. ¡Aprende de mi valor! ¿Alguna vez me ves inquieto por el miedo o las preocupaciones?
-Sería mejor que fueras con más cautela -respondió el abatido pirata con voz apesadumbrada-. Arriesgando tu piel hasta el límite noche y día... y con un lobo humano tras tu pista día y noche... ¿Has olvidado la promesa que te hicieron hace casi dos años?
-¡Bah! -rió el capitán, llevándose la botella a los labios-. El rastro es demasiado largo incluso para...
Una sombra negra cruzó su rostro y la botella resbaló de sus dedos para hacerse añicos en el suelo. Como alcanzado por un presagio, el pirata perdió el color y se volvió lentamente. Todos buscaron con la vista las escaleras de piedra que descendían hasta el sótano. Nadie había oído abrirse o cerrarse una puerta, pero allí, en los escalones, había un hombre alto, vestido todo de negro excepto un fajín verde que llevaba a la cintura. Bajo espesas cejas negras, desde la penumbra de un sombrero de puritano, dos frías pupilas brillaban como hielo ardiente. Cada mano sostenía una pesada pistola, ya amartillada. ¡Solomon Kane!
IV. La llama se apaga.
-¡No te muevas, Jonas Hardraker! -dijo Kane con voz inexpresiva-. ¡No te vuelvas, Ben Allardine! ¡George Banway. John Harker, Mike el Negro, Bristol Tom, las manos quietas delante vuestro! ¡Qué nadie toque espada o pistola, a menos que quiera llegar rápido al infierno!
Había casi veinte hombres en aquel sótano, pero en aquellos cañones esperaba la muerte segura de dos de ellos, y ninguno quería ser el primero en morir. De modo que nadie se movió. Sólo Allardine, con la tez del color de la nieve sobre una mortaja, habló con dificultad.
-¡Kane! ¡Lo sabía! ¡La muerte habita el aire cuando él está cerca! ¡Te lo dije hace casi dos años, Jonas, cuando él te dio su palabra, y tú te carcajeaste! ¡Te dije que él vendría como una sombra y mataría como un espíritu! ¡Los indios salvajes de las nuevas tierras no son nada comparados con su astucia! ¡Dioses, Jonas, deberías haberme escuchado!
La tenebrosa mirada de Kane le hizo callar.
-Me recuerdas al viejo Ben Allardine. Tú me conocías antes de que la hermandad de bucaneros se transformara en una indeseable banda de sanguinarios piratas. Yo tenía negocios con tu anterior capitán, como ambos recordamos, en las Tortugas y en el Cuerno. Era un hombre realmente malvado, a quien el fuego del infierno habrá devorado sin duda... a lo cual le ayudé con una bala de mosquete.
"En cuanto a mi astucia... es verdad que he vivido en Darien y he aprendido algo de las artes del sigilo, la vida en la naturaleza y la estrategia, pero tus leales piratas dan las facilidades del ganado para acercarse a ellos sin ser visto. Los que montan guardia en el exterior de la casa no me vieron porque me acerqué silenciosamente a través de la densa niebla, y el intrépido pirata que vigilaba la puerta del sótano armado de espada y mosquete no supo que yo había entrado en la casa; murió en el acto con sólo un corto chillido, como un animal de matadero."
Hardraker estalló en juramentos furiosos.
-¿Qué haces tú aquí? -preguntó-.
Solomon Kane le dedicó una mirada que helaba la sangre por su inflexible certidumbre de perdición.
-Algunos de tus hombres me conocen ya de antiguo, Jonas Hardraker, a quien llaman el Halcón del Mar -la voz de Kane era monótona, pero había una profunda ira tras ella-. Y bien sabes tú por qué te he seguido desde el mar a Portugal, y de Portugal a Inglaterra. Hace dos años hundiste un barco en el Caribe, 'El Corazón Volador', de Dover. En él iba una jovencita, la hija de... bueno, no importa el nombre. Tú te acuerdas de ella. El anciano, su padre, era amigo íntimo mio, y muchas veces, antaño, había tenido yo sobre mis rodillas a su hija cuando era una niña... la niña que creció para ser despedazada por tus malévolas manos, puñetero perro. Cuando el barco se rindió, aquella doncella cayó en tus garras y murió al poco tiempo. La muerte fue más amable con ella que tú. Su padre, que supo su destino por los supervivientes de la masacre, enloqueció y hasta hoy sigue en tal estado. Ella no tenía hermanos, no tenía a nadie excepto al anciano. Nadie podía vengarla...
-¿Excepto tú, Sir Galahad? -se burló el Halcón del Mar-.
-¡Sí, yo, maldito cerdo del demonio! -rugió Kane sorprendentemente. El estruendo de su poderosa voz casi hizo pedazos los tímpanos de los endurecidos bucaneros, que se sobresaltaron y empalidecieron. Nada es más impresionante ni más terrible que ver a un hombre de nervios de acero y rígido autocontrol quebrantar de repente su propio límite e inflamarse en una explosión arrolladora de furia asesina. Por un fugaz instante, mientras se oía el trueno de su voz, Kane era la aterradora imagen de la cólera personificada. Pero enseguida amainó la tormenta y él volvió a ser el que era... frío como el acero, mortal como la cobra-.
Un negro cañón apuntó al centro del pecho de Hardraker, y el otro acechaba al resto de la banda.
-Ponte en paz con Dios, pirata -dijo Kane monótonamente-, pues dentro de un momento será demasiado tarde.
Por primera vez, el pirata se acobardó.
-Gran Dios -sus palabras salían casi sin voz, mientras el sudor empapaba sus cejas-, ¿me vas a matar como a un perro, sin darme una oportunidad?
-Eso es, Jonas Hardraker -contestó Kane, sin temblarle la voz ni el pulso-. Y mi corazón se alegrará. ¿No has comefido tú todos los crímenes habidos y por haber? ¿Acaso no eres un hedor que molesta al olfato de Dios y no representas un borrón en los libros de los hombres? ¿Alguna vez te has apiadado de los débiles o de los desamparados? ¿Te acobardas ante tu destino, miserable gallina?
Haciendo un esfuerzo ingente, el pirata recobró la calma.
-Pues no me acobardo. Pero tú si que eres un cobarde.
Una nube amenazadora cruzó la fría mirada. Kane parecía estar replegándose sobre si mismo, apartándose más todavía del contacto humano. Se mantuvo inmóvil en la escalera, como un meditabundo ser no humano... como un gigantesco cóndor negro a punto de arremeter y matar.
-Eres un cobarde -continuó el pirata, dándose perfecta cuenta, puesto que no era tonto, de que había puesto el dedo en la única fisura del blindaje de Kane: la vanidad. A pesar de que nunca presumía, Kane se enorgullecía del hecho de que dijeran lo que dijeran sus muchos enemigos de él, ninguno le había llamado cobarde nunca-.
-Tal vez merezco morir a sangre fría -siguió diciendo el pirata, clavando su mirada en él -, pero si no me das la oportunidad de defenderme, todos te llamarán miedoso.
-La alabanza o la condena del hombre es vanidad -dijo Kane sombríamente-. Y los hombres saben si soy cobarse o no.
-¡Pero yo no! -chilló Hardraker con satisfacción-. Y en cuanto me dispares, marcharé hacia la eternidad sabiendo que eres un pusilánime, ¡a pesar de lo que los hombres piensen o digan de ti!
Después de todo, Kane, a pesar de ser un fanático, también era humano. Trató de obligarse a sí mismo a creer que no le preocupaba lo que aquel desgraciado dijera o pensara, pero en el fondo sabía que era tan honda su autoestima como hombre valiente que si aquel pirata moría con una mueca de desdén en los labios, él sentiría el aguijón el resto de su vida. Asintió con severidad.
-Así sea. Tendrás tu oportunidad, auiique el Señor sabe que no la mereces. Elige tus armas.
El Halcón del Mar entrecerró los ojos. La habilidad de Kane con la espada era proverbial entre los proscritos y los piratas que recorrían el mundo entero. Con las pistolas él, Hardraker, no teudría ocasión de poner en práctica ningún truco sucio ni de usar su hercúlea fuerza.
-¡Cuchillos! -dijo chasqueando los dientes.
Kane le contempló durante unos momentos con aire abatido, sin que su pistola vacilara; finalmente, una sonrisa contenida se abrió en su oscuro semblante.
-Bastante buena elección; los cuchillos no son armas de caballeros..., pero con uno se puede poner fin al asunto de una forma que no sea rápida ni inocua.
Se volvió hacia los piratas.
-Tirad al suelo vuestras armas -ordenó. Obedecieron de mala gana.
-Ahora soltad a la chica y al joven. -Así lo hicieron. Jack estiró sus miembros entumecidos, y se palpó la herida de su cabeza, cubierta de sangre seca. Cogió en sus brazos a Mary, que no paraba de lloriquear-.
-Que la chica se vaya -susurró, pero Solomon negó con la cabeza-.
-Nunca podría escapar de los guardias dcl exterior.
Kane le hizo señas a Jack para que se quedara en la mitad de las escaleras, con Mary tras él. Le entregó a Hollinster las pistolas y se despojó de su cinturón y de su chaqueta con presteza. Después, los depositó en el escalón más bajo. Hardraker estaba apartando a un lado sus numerosas armas y ya se había quedado en calzones.
-Vigílalos a todos -insistió Kane-. Yo me cuidaré del Halcón del Mar. Si algún otro mueve la mano hacia algún arma, dispara en el acto y al corazón. Si caigo, huye por las escaleras con la chica. ¡Pero mi mente arde con la llama azul de la venganza, y no caeré!
Los dos hombres se aproximaron el uno al otro, Kane a cabeza descubierta y en camisa, Hardraker aún luciendo su pañoleta pero desnudo hasta la cintura. El pirata iba armado con una larga daga turca que sostenía apuntando hacia arriba. Kane blandía un puñal delante suyo como se dispone un estoque. Luchadores experimentados, ninguno apuntaba con su arma hacia abajo según el estilo clásico, lo cual es poco diestro y tosco, salvo en casos especiales.
Iluminada por el apartado farol del techo, se ofrecía una extraña escena de pesadilla; el pálido joven junto a la chica acurrucada detrás de él en las escaleras, los fieros rostros alineados en torno a las paredes, pupilas titilando con intensidad brutal... los destellos de los filos color azul mate... las espigadas siluetas del centro, rodeándose la una a la otra a medida que sus sombras acompañaban sus movimientos, cambiando de postura y de lugar según avanzaban o cedían terreno.
-Acércate y lucha, puritano -se burlaba el pirata, a pesar de retroceder ante el avance firme y precavido de Kane-. ¡Piensa en la mocita, meapilas! (1)
-Ya pienso en ella, hez del purgatorio -contestó Kane-. Existen muchos fuegos, basura, algunos más potentes que otros -¡con qué fatal temblor relucían las hojas a la luz del farol!-, pero, excepto los fuegos del infierno... todos ellos... pueden apagarse... con... ¡sangre!
Y Kane atacó igual que salta un lobo. Hardraker paró la estocada directa y, brincando al frente, golpeó hacia arriba. La punta de Kane rechazó la acometida de la hoja. Empleando sus músculos a modo de resorte, el pirata reculó fuera del alcance de Kane. Este dio inicio a una despiadada oleada de tajos; él siempre era el atacante en todos los combates. Acosaba como una centella la cara y el cuerpo de su oponente, y por unos momentos el pirata tuvo bastante con neutralizar los raudos ataques para lanzar uno él mismo. Aquello no podía durar; una pelea a cuchillo necesariamente es breve y mortal. La naturaleza del arma evita cualquier demostración duradera de pericia en la esgrima.
De improviso Hardraker, aprovechando una oportunidad, atrapó la muñeca armada de Kane asiéndola con fuerza, y al mismo tiempo arremetió con saña contra su vientre. Kane, corriendo el riesgo de quedar malherido en la mano, agarró por la muñeca el brazo asesino de su adversario y detuvo la punta de la daga a un centímetro de su cuerpo. Durante unos momentos, ambos se quedaron como estatuas indagando los ojos del enemigo, empleando toda su fuerza.
Kane no se preocupaba por su estilo de lucha. Había prefendo confiar en aquellos modos que traían una muerte más veloz... el estilo abierto, los brincos de ataque y defensa, el asalto y el quite, cnando se dependía de la propia agilidad de manos, pies y ojos, y se propiciaban las estocadas amplias. Pero si tenía que convertirse en una prueba de fuerza... ¡qué así fuera!
Hardraker ya había comenzado a vacilar. Nunca se había topado con un hombre que se le pudiera equiparar en fuerza bruta, pero en aquel momento le era imposible hacer ceder al puritano. Concentró toda su fuerza, que era descomunal, en sus muñecas y sus musculosas piernas. Kane había invertido la postura de su cuchillo para salvar la situación. En el primer agarrón, Hardraker había forzado a la mano de Kane a apuntar su cuchillo hacia lo alto. En aquellos momentos Solomon sostenía su puñal sobre el pecho del pirata, apuntando hacia abajo. Su objetivo era vencer la resistencia de la mano que sujetaba su muñeca hasta alcanzar con su arma el cuerpo de Hardraker. El Halcón del Mar tenía su daga bajada, enafilada hacia arriba; quería superar la defensa de la izquierda de Kane para abrirse paso hacia su vientre.
Así estaban el uno frente al otro, en tensión, hasta el punto de que sus músculos se endurecieron en nudos torturados por todo su cuerpo, y el sudor les brotó de la frente. Las venas se hincharon en las sienes de Hardraker. Entre el público sólo se oían respiraciones siseantes.
Por un instante estuvieron empatados. Entonces, lento pero inexorable, Kane fue obligando a Hardraker a ceder. Las manos apretadas de los dos no cambiaron sus posiciones relativas, pero el cuerpo del pirata comenzó a tambalearse. Los finos labios del malhechor se hendieron en una sonrisa de esfuerzo sobrehumano en la que no había alegría alguna. Su rostro era una calavera sonriente y los ojos se le salían de las órbitas. Implacable como la Dama de la Guadaña, la mayor fuerza de Kane se iba imponiendo. El Halcón del Mar se inclinaba poco a poco como un árbol cuyas raíces han sido levantadas y se desploma lentamente. La respiración le salía en silbidos entrecortados a causa de su denodada lucha por encontrar la resistencia suficiente, por recuperar el terreno perdido. Pero, centímetro a centímetro, retrocedía y perdía estabilidad hasta que, tras lo que parecieron horas, su espalda se apretó contra la parte superior de una mesa y Kane apareció sobre él como el emisario de la muerte.
Hardraker aún sostenía su daga, su mano izquierda todavía sujetaba la muñeca de Kane. Pero Kane, manteniendo a distancia la punta del puñal con su izquierda, dio inicio al descenso de su arma. Las venas sobresalieron de las sienes de Kane por el esfuerzo. Lentamente, igual que había obligado al Halcón del Mar a tenderse sobre la mesa, compelió su puñal a bajar. Los músculos del brazo del pirata se encogían y se estiraban como cables de acero, pero el puñal seguía su paulatina bajada. De vez en cuando el Halcón del Mar conseguía detener momentáneamente su marcha inexorable, pero en ningún instante lograba hacerlo retroceder ni un milímetro. Forcejeó a la desesperada con su mano derecha, que aún blandía la daga turca, pero la condenada mano de Kane la sujetaba como una prensa de acero.
Por fin el implacable puñal estuvo a un centímetro del pecho del pirata, que respiraba con rapidez, y la mirada fría de Kane se asemejaba al helor del metal azulado. A menos de un centímetro de aquel podrido corazón, el extremo puntiagudo se paró, controlado por la desesperación del réprobo. ¿Qué estaban viendo aquellas dilatadas pupilas? Tenían una expresión vidriosa, de lejanía, aunque estaban clavadas en la punta, como si el centro del universo se hallara ante ellas. Pero, ¿qué más veían?... ¿Barcos que se hundían, engullidos por el oscuro océano? ¿Ciudades costeras iluminadas por llamas rojas, con mujeres chillando y oscuras figuras atravesando su resplandor sangriento? ¿Aguas negras, encrespadas por los vientos y alumbradas por el fucilazo del cielo ultrajado? ¿Humo, fuego y minas... negras siluetas bamboleándose en las vergas... figuras debatiéndose al caer de una plancha tendida sobre la borda... una blanca imagen de niña cuyos pálidos labios musitaban desesperadas súplicas?
De la garganta de Hardraker brotó un terrorífico alarido. La mano de Kane dio un bandazo hacia abajo... la punta del puñal se sumergió en el pecho. Mary Garvin se dio la vuelta, apretando su cara contra la húmeda pared para no ver... tapándose los oídos para no oír.
Hardraker dejó caer su daga. Intentó liberar su mano derecha para apartar el cruel puñal, pero Kane le sujetó. Sin embargo, el boqueante pirata seguía sin soltar la muñeca de Kane. Se agarró a ella, manteniendo a raya a la muerte hasta el último extremo, pero Kane introdujo el puñal en su corazón... centímetro a centímetro. La imagen hizo brotar el sudor de las cejas de los presentes; Kane ni pestañeaba. Él también estaba pensando en una cubierta llena de sangre y en una débil muchacha que imploraba compasión en vano.
Los chillidos de Hardraker se elevaron hasta el límite, convertidos en un berrido estremecedor; no eran los gritos de un cobarde temeroso de la oscuridad, sino el aullido ciego e inconsciente de un hombre agonizando. La empuñadura del cuchillo estaba a punto de tocar el pecho cuando los gritos se tomaron en un terrible gorgoteo ahogado antes de cesar por completo. La sangre manó de la boca lívida y la muñeca que sujetaba Kane colgó fláccida. Sólo entonces se desplomaron los dedos que asían la muñeca de Kane, relajados por la muerte que tan frenéficamente habían tratado de esquivar.
El silencio lo cubrió todo como un sudario blanco. Kane desclavó su puñal de un tirón y un borbotón de sangre fluyó del lugar donde había estado, agotándose en seguida. El puritano lanzó varios tajos al aire mecánicamente para quitar las gotas rojas que se aferraban al filo. Al resplandecer a la luz del farol, a Jack Hollinster le pareció que refulgía como una llama azul... una llama que habían apagado bañándola en escarlata.
Kane estiró la mano y cogió su estoque. Hollinster, saliendo al instante de su aturdimiento, vio a Sam apuntando a traición al puritano con una pistola. Verlo y actuar fue todo uno. Al oír el estruendo del disparo de Jack, Sam gritó y se levantó espantado, lanzando su pistola por los aires. Había estado agazapado justo bajo el farol. Mientras braceaba en medio de su agonía, el cañón de su arma golpeó el farol y lo hizo añicos, sumergiendo todo el sótano en una negrura instantánea.
La oscuridad irrumpió en ruidos estridentes y blasfemos. Volaron las vasijas, los hombres se arrojaron unos sobre otros soltando maldiciones, las espadas chocaron y las pistolas retumbaron mientras los piratas las encontraban palpando a ciegas y disparaban al azar. Alguien aulló de dolor cuando uno de aquellos proyectiles invisibles encontró un blanco. Jack tiraba de la chica hacia arriba de las escaleras. Resbaló y trastabilleó, pero al final llegó a la puerta y la abrió. Un débil resplandor que atravesó la abertura le permitió distinguir a un hombre pegado a su espalda y una difusa riada de figuras trepando a gatas por los peldaños inferiores.
Hollinster se giró, con la pistola que le quedaba apuntando en la dirección de la escalera, y escuchó la voz de Kane:
-Soy yo, Kane, joven señor. Afuera, rápido, con vuestra dama.
Hollinster le obedeció y Kane, cruzando la puerta tras él, se volvió y la cerró en las narices de la horda que subía desde las tinieblas. Corrió el pesado cerrojo y se echó hacia atrás. Al otro lado resonaban chillidos apagados, golpeteos y disparos, y en algunos puntos de la puerta la madera saltaba en astillas por las balas que se hincaban por el otro lado. Pero ningún balazo atravesó por completo la gruesa plancha de madera.
-¿Y ahora qué? -le preguntó Jack al espigado puritano. Se dio cuenta por primera vez del extraño bulto que se hallaba a sus pies, el cadáver de un pirata con pendiente y faja de colores, con su espada y su mosquetón tirados junto a él. Sin duda era el centinela a cuya vigilancia había puesto fin la silenciosa espada de Kane-.
El puritano pateó despreocupadamente el cuerpo inerte para apartarlo del camino, e indicó por señas a los dos amantes que le siguieran. Les guió en sentido ascendente por un corto tramo de peldaños de madera, bajó por un oscuro vestíbulo, penetró en una alcoba y se detuvo. El aposento recibía la luz de una gran vela puesta sobre una mesa.
-Esperen aquí un momento -pidió-. La mayoría de los diablos están encerrados abajo, pero hay guardias libres... unos cinco o seis. Me deslicé entre ellos cuando vine, pero ahora la luna está alta y debemos ser cautelosos. Me asomaré a una ventana a ver si puedo divisar alguno.
Solo con Mary en la cámara, Jack contemplaba a la muchacha con amor y pena. Aquella habría sido una noche agitadísima para cualquier chica. Y Mary, pobrecilla, nunca se había enfrentado a la violencia ni a los malos tratos. Su cara estaba tan lívida que Jack se preguntaba si alguna vez recobraría su color rosado. Sus pupilas estaban dilatadas y con expresión alerta, pero se tranquilizaban cuando miraba a su amante.
Él la tomó, tiernamente entre sus brazos.
-Querida Mary... -empezó a decir cuando, con la vista fija en las espaldas de él, ella grito de terror. Al punto se oyó la rozadura de un cerrojo oxidado-.
Hollinster se giró velozmente. Una abertura negra había surgido donde antes no había más que uno de los paneles de madera que revestían la pared. Ante ella estaba Sir George Banway con sus ojos rebosantes de ira, el traje desordenado y sus pistolas alzadas.
Jack empujó a Mary a un lado y apuntó con su arma. Los dos disparos se confundieron. Hollinster sintió el proyectil hendiendo la piel de su mejilla como el filo al rojo de una navaja. Un pedazo de ropa salió volando del torso de Sir George. Boqueando una maldición, se desplomó... y cuando Jack se volvió hacia la despavorida muchacha, Banway se incorporó. Abría y cerraba la boca como para beber el oxigeno que le hubieran arrebatado, pero parecía ileso y no había ni una mancha de sangre en su cuerpo.
Estupefacto. puesto que sabía que la bala había acertado de lleno, Jack se quedó boquiabierto, sujetando la humeante pistola, hasta que Sir George le hizo caer patas arriba de un puñetazo. En seguida Hollinster se rehizo y se puso en pie, encolerizado, pero en ese breve intervalo Banway agarró a la chica y se la llevo a tirones por donde había venido, cerrando de un golpe el panel secreto. Cuando Solomon Kane volvió, tan rápido como podían llevarle sus largas piernas, encontró a Hollinster delirando y despellejándose los nudillos contra una pared vacía.
Kane se hizo una idea de la situación después de unas cuantas palabras entrecortadas combinadas con juramentos atroces y autoreproches enérgicos.
-La diestra de Satán le acompaña -aventuró el frenético joven . Le alcancé en pleno pecho... ¡y salió indemne! ¡Seré botarate y estúpido!... Me quedé ahí como una estatua en lugar de atacarle con la pistola a modo de cachiporra... ahí parado como un bobo ciego y sordo mientras él...
-Más bobo soy yo, por no habérseme ocurrido que esta casa tendría túneles secretos -dijo el puritano-. Está claro que esta puerta secreta lleva al sótano. Pero esperad un momento... -ordenó a Hollinster, que de seguro habría arremetido contra el panel con el alfanje del marino muerto que Kane había traído-. Aunque abriéramos la puerta secreta y entrásemos en el sótano por ahí, o regresáramos por la puerta que hemos dejado cerrada, nos acribillarán como a conejos. Así que tranquilizaos por un instante, y escuchadme:
"¿Visteis la galería que daba al exterior desde el sótano? Pues bien, me asalta la idea de que tiene que haber un túnel que lleve a las rocas a través de la costa. Banway tiene desde hace mucho tratos con contrabandistas y piratas. Sin embargo, los espías nunca han visto transportarse fardos a o desde la casa. Por consiguiente es necesario que exista un túnel que una la bodega con el mar. Y por tanto, se sigue igualmente que esos bribones, con Sir George, que nunca podrá volver a morar en Inglaterra después de esta noche, correrán por el túnel y subirán al barco. Nosotros debemos cruzar la playa y encontrarnos con ellos cuando salgan a la superficie.
-¡Pues entonces volemos, en el nombre de Dios! -suplicó el joven, secándose el sudor de la frente-. ¡Si alcanzan ese infernal navío, nunca podremos volver a recuperarla!
-Vuestra herida ha vuelto a abrirse -musitó Kane, visiblemente preocupado-.
-No importa; ¡vamos, por Dios!
V. Al alba me dirijo
Hollinster siguió a Kane, que se acercó osadamente a la puerta principal, la abrió y saltó al exterior. La bruma se había retirado y había luna llena; se podían ver los peñascos de la playa a doscientas yardas, y tras ellos, el siniestro buque fondeado cerca de la espumosa línea de cachones. De los vigías de fuera no se veía ni rastro. Si habían huido alarmados por el ruido que venía de la casa, o habían recibido algún tipo de orden, o habían tenido instrucciones de regresar a la playa antes de aquella hora, Kane y Jack nunca lo averiguaron. Pero la verdad es que no vieron a ninguno. Las rocas se alineaban tenebrosas en la playa como oscuras moradas semiderruidas, ocultando lo que pudiera estar pasando en la arena y en las aguas cercanas.
Los dos compañeros corrieron apresuradamente por el espacio que les separaba del mar. Kane no mostró indicios de acabar de atravesar un reñido encuentro entre la vida y la muerte. Parecía estar hecho de muelles de acero, y una carrera suplementaria de doscientas yardas no tenía efecto en su resistencia. Pero Hollinster renqueaba al correr. La consternación, la excitación y la pérdida de sangre le habían debilitado.
Sólo su amor por Mary y una rígida determinación le mantenían activo.
A medida que se aproximaban a las rocas, el sonido de fieras voces inspiró cautela a sus movimientos. Hollinster, casi enloquecido momentáneamente, estuvo a punto de saltar desde las rocas sobre quienquiera que se hallase al otro lado, pero Kane le contuvo. Se acercaron reptando hasta un saliente desde el que miraron hacia abajo.
La luz de la luna les mostró claramente que los bucaneros que se encontraban ya en el barco estaban preparándose para levar anclas.
Debajo de ellos había un puñado de hombres. Ya había un bote tripulado por piratas que se dirigía hacia el navío, mientras otro bote cargado esperaba impaciente su partida, con los remos bajados, hasta que sus jefes acabasen de discutir un asunto en la orilla. Saltaba a la vista que no habían perdido nada de tiempo en cruzar el túnel. Si Sir George no se hubiera detenido para atrapar a la chica, en lo cual la suerte estuvo de su lado, todos los bribones habrían estado ya embarcados. Desde arriba se podía avistar la pequeña cueva, situada tras una enorme roca, que constituía la entrada del túnel.
Sir George y Ben Allardine estaban encarados, discutiendo agriamente. Mary estaba tendida a sus pies atada de pies y manos. Al verla, Hollinster hizo un intento de levantarse, pero Kane le aferró el brazo con fuerza y se lo impidió de momento.
-¡Me llevo a la chica a bordo! -sonó la enfadada voz de Banway-.
-¡Y yo digo que no! -rugió la respuesta de Allardine-. ¡No sacaremos nada bueno de ello! ¡Mirad! ¡Allí en vuestro sótano yace el cuerpo ensangrentado de Hardraker a causa de vuestra chica! Las mujeres no traen más que problemas y disputas entre los hombres... ¡traed a la joven a bordo y tendremos una docena de pescuezos rebanados antes del amanecer! Degolladla ahora, os digo, y...
Intentó agarrar a la chica. Sir George le apartó la mano de un golpe y desenvainó su estoque, pero Jack no se percató de esa acción. Liberandose de la sujeción de Kane, se puso en pie y saltó desde el saliente. Cuando le vieron, los piratas del bote gritaron y, creyendo que eran atacados por un grupo más numeroso, se pusieron a remar, dejando a su colega y a su patrón que cuidaran de sí mismos.
Hollinster golpeó con los pies en la blanda arena y quedó de rodillas por el impacto de la caída, pero levantándose al instante, arremetió contra los dos hombres, que se le habían quedado mirando. Allardine cayó con el cráneo partido antes de que pudiera levantar su espada, y Sir George tuvo que parar el segundo embate del feroz Jack.
Un alfanje es pesado de manejar, y no es apropiado para la esgrima o las acciones rápidas. Jack había demostrado su superioridad sobre Banway con hoja recta, pero no estaba acostumbrado al peso ni a la forma curva del arma que llevaba, y estaba débil y cansado. Banway contaba con todas sus fuerzas.
Jack todavía pudo mantener al noble a la defensiva gracias a la cruda furia de su embestida... después, a pesar de su odio y determinación, comenzó a desfallecer. Banway, sonriendo friamente, le alcanzaba una y otra vez en cara, pecho y piernas... no heridas profundas, sino cortes que, al sangrar, acrecentaban su pérdida general de energías.
Sir George fintó vertiginosamente, preparando su estocada final. Resbaló al pisar la engañosa arena y perdió el equilibrio. El golpe le salió descompensado, abriéndose por completo. Jack, viendo la ocasión a través de sus ojos emborronados por la sangre, concentró toda la fuerza que le quedaba en un último intento desesperado. Dio un brinco frontal y golpeó de lado, haciendo crujir su filo contra el cuerpo de sir George a medio canimo entre la cadera y el sobaco. Aquel golpe debería haber hundido las costillas hasta el pulmón, pero en lugar de eso, la hoja se partió en pedazos como un cristal. Jack, atónito, retrocedió tambaleándose, dejando caer la empuñadura inservible.
Sir George se recobró y atacó con un salvaje alarido de victoria. Pero justo cuando su acero rajaba el aire, derecho hacia el torso descubierto de Jack, una gran sombra surgió entre ambos. La hoja de Banway salió rechazada a un lado con insólita facilidad.
Hollinster, alejándose a rastras como una serpiente con el lomo partido, vio a Solomon Kane cerniéndose como un nubarrón de tormenta sobre Sir George Banway, al tiempo que el largo estoque del puritano, inexorable como los hados, obligaba al noble a ceder terreno, volteando la espada con desesperación.
A la luz de la luna, que arrancaba destellos plateados de los aceros, Hollinster contemplaba el combate, inclinado sobre la quejumbrosa muchacha, intentando desatar sus ligaduras con las manos temblorosas. Había oído hablar del talento de Kane con la espada. Ahora tenía oportunidad de verlo con sus propios ojos; dada su condición de espadachin nato, se descubrió deseando que Kane se enfrentase a un adversario más digno.
Esto era así, ya que a pesar de que Sir George era un espadachín cualificado y tenía fama de duelista mortal por los alrededores, Kane no hacía sino jugar con él. Junto a su gran ventaja en altura, peso, fuerza y envergadura, Kane poseía otras cualidades... su habilidad y su rapidez. Pues, con todo su tamaño, era más rápido que Banway. En habilidad, el aristócrata era un novato a su lado. Kane combatía con un ahorro de energías y una ausencia de calor que privaba a sus acciones de algo de brillantez; no efectuaba paradas espectaculares o estocadas que quitasen el aliento. Pero cada movimiento que hacía era el acertado. Nunca salía perdiendo ni se alteraba; era una combinación de hielo y acero. En Inglaterra y en el continente, Hollinster había visto espadachines más vistosos, más espectaculares que Kane, pero a medida que observaba, se iba convenciendo de que nunca había visto uno tan técnicamente perfecto, tan mañoso, tan mortal como el alto puritano.
Le pareció que Kane podía haber traspasado a su oponente en el primer embate, pero tal no era el propósito del puritano. Se mantenía cerca del otro, siempre amenazándole la cara con su arma, y al tiempo que obligaba al noble a defenderse constantemente, conversaba en un tono carente de pasión, sin perder el hilo de la lucha ni un segundo, como si su lengua y su brazo funcionaran por separado.
-No, no, joven señor, no necesitáis desprotegeros el pecho. Vi cómo la hoja de Jack se estrellaba contra vuestro costado y no arriesgaré la mía, aunque es flexible y da mucho de sí. Bien, bien, no os avergoncéis, señor. Yo también he llevado una malla de acero bajo la camisa a veces, aunque quizás no fuera tan fuerte como la vuestra, que es capaz de desviar una bala a quemarropa. De todas formas, el Señor, en su infinita justicia y compasión, ha hecho de tal forma al hombre que no conserva todas sus partes vitales en el torso. Me gustaría que fuérais más hábil con la espada, Sir George; me siento avergonzado por mataros... pero, bueno, cuando un hombre aplasta a una víbora, no se preocupa de su tamaño.
Aquellas palabras fueron pronunciadas de una forma sincera y seria, no sardónicamente. Jack sabía que Kane no tenía la intención de decirlas como burla. Sir George estaba blanco; acto seguido, su tono se volvió ceniciento a la luz de la luna. Le dolía el brazo de cansancio y se sentía pesado como el plomo; aquel diablo vestido de negro seguía acosándole con la misma dureza, anulando sus esfuerzos más desesperados con facilidad sobrehumana.
De repente, la expresión de Kane se ensombreció, como si tuviera que realizar rapidamente un desagradable cometido.
-¡Basta! -gritó con su vibrante voz, congelando las almas de los que le escuchaban-. Este es mi acto infame... ¡sea hecho cuanto antes!
Lo que siguió fue demasiado veloz para la vista. Hollinster nunca volvió a poner en duda que el manejo de la espada de Kane podía ser brillante cuando él quería. Jack captó un vertiginoso indicio de finta hacia el muslo.. una inesperada ráfaga de acero resplandeciente... Sir George Banway yacía muerto a los pies de Solomon Kane sin una sola convulsión. Un tenue goteo de sangre rezumaba por su ojo izquierdo.
-A través del globo ocular, penetrando en el cerebro -dijo Kane algo triste, limpiando su estoque, en cuya punta brillaba una sola gota de sangre-. No supo qué le había alcanzado y murió sin dolor. Dios conceda que todas nuestras muertes sean tan dulces. Pero mi corazón está afligido, porque era poco más que un joven, aunque malvado, y no se me igualaba con el acero. Bien, el Señor juzgará entre él y yo en el Día del Juicio Final.
Mary gimoteaba en los brazos de Jack, recobrándose de su desvanecimiento. Un curioso resplandor se extendía por toda la zona y Hollinster escuchó un chisporroteo peculiar.
-¡Mirad! ¡La casa arde!
Del negro tejado de la mansión de Banway surgían llamas. Los fugitivos piratas habían provocado un incendio y el fuego brotaba con toda su furia, haciendo empalidecer a la luna. El mar lanzaba destellos sanguíneos ante el fulgor escarlata, y la nave pirata, que se dirigía al mar abierto, parecía estar navegando en sangre. Su velamen reflejaba el brillo rojo.
-¡Ella navega por un océano de sangre! gritó Kane dando rienda suelta a su superstición y a su vena poética-. ¡Ella navega en sangre y sus velas brillan mojadas en sangre! ¡La muerte y la destrucción la siguen, y el infierno va tras su rastro! ¡Qué su caída sea roja y negro su destino!
Y, cambiando de estado de ánimo, el fanático se inclinó sobre Jack y la chica.
-Curaría y vendaría vuestras heridas, muchacho -dijo con amabilidad-, pero creo que no son graves, y estoy oyendo el trote de muchos caballos que se acercan por los páramos, de forma que vuestros amigos pronto estarán aquí. Del sufrimiento adquirimos fuerza, paz y felicidad; tal vez tu sendero corra más recto después de esta noche de terror.
-Pero ¿quién sois vos? -gimió la chica-. No sé cómo agradeceros...
-Ya me habéis compensado con creces, pequeña -dijo Kane con ternura-. Es suficiente para mí veros sana y a salvo de persecuciones. Que vuestra existencia sea próspera y tengáis fuertes hijos y lozanas hijas.
-Pero ¿quién sois? ¿De dónde venís? ¿Qué buscáis? ¿A dónde váis?
-Soy un hombre de ningún lugar -una inalcanzable expresión, casi mística, relampagueó en su mirada-. Yo vengo del crepúsculo y al alba me dirijo, dondequiera que Dios guíe mis pasos. Busco... la salvación de mi alma, tal vez. Vine atraído por las huellas del sendero de la venganza. Ahora debo dejaros. Pronto saldrá el sol y no me gustaría que me hallara desocupado. Puede ser que no os vea jamás. Mi tarea está cumplida; el largo rastro de sangre ha llegado a su fin. El asesino ha muerto. Pero habrá otros asesinos, y otros rastros de venganza y compensación. Yo pongo en práctica la voluntad del Señor. Mientras florezca el mal y los crímenes prosperen, mientras los hombres sean perseguidos y las mujeres agraviadas, mientras los débiles, humanos o animales, sean maltratados, no habrá descanso para mí bajo el firmamento, ni paz en ningún lecho. ¡Hasta siempre!
-¡ Quedaos! - suplicó Jack, derramando inesperadas lágrimas-.
-¡Esperad, señor! -gritó Mary, estirando sus blancos brazos.
Pero la alta silueta se había desvanecido en la oscuridad y ninguno de los dos le oyó marcharse.
Título original: BLADES OF THE BROTHERHOOD. Traduccion Héctor RAMOS.
(1) Broadbrim: palabra despectiva que hace alusión al sombrero de ala ancha que llevaban ciertas sectas protestantes antiguas. La traducción se ha centrado en el espíritu de la narración: el puritanismo de Solomon Kane.
Robert E. Howard (completado por John Pocsik)
I-LA LLAMA ARDE CON FUERZA
"Al nacer, una buja me lanzó monstruosos hechizos, y he pasado mis días recorriendo extraños caminos..." - Solomon Kane
El extraño se detuvo junto al nudoso roble al filo del acantilado, para estudiar la melancólica escena que tenía lugar ante él. A su derecha, los riscos caían en cortado hacia las aguas, una desagradable porción de tierra cubierta por hierbajos dispersos. Escarpadas agujas de granito, emergían de las espumeantes aguas de la base del acantilado, adoptando formas extrañas para oponerse a los rudos cortados. Más allá, el mar emitía un bajo y contínuo murmullo, como si se sintiera inquieto al golpear el arrecife. Un barco sin nombre estaba anclado en una ensenada a alguna distancia de la playa cubierta de maderas esparcidas.
Girándose, escrutó los brezales, con sus rocas dispersas y sus árboles solitarios, tras los cuales, a cierta distancia, podían verse los toscos tejados de una aldea. Y allí, alrededor de una milla más allá de la aglomeración de cabañas... debilmente visible debido a la oscuridad... se alzaba la mansión de Sir George Banway.
La mano del extraño tanteó la empuñadura de su estoque. El cortante viento atravesaba sus ropajes como un cuchillo, haciéndole ceñirse más la capa. Gotas de humedad caían del ala de su caído sombrero sin plumas. Más alto que la mayoría de los hombres, era de complexión delgada; sus anchos hombros, robusto pecho, y largos brazos, denotaban fuerza y agilidad en la esgrima. No había botones dorados en su ajustado ropaje, ni hebillas de plata en sus zapatos, ni centelleantes gemas en la empuñadura de cuero trenzado de su estoque. Un puñal y dos pistolas de duelo colgaban a su costado.
Pero si la apariencia del hombre era tal que demandaba atención, más aún ocurría con su rostro, bastante alargado, bien afeitado, y de una profunda palidez que le otorgaba un aspecto cadavérico... hasta que uno miraba los ojos. Centelleaban con una vibrante vida, rígidamente contenida. De qué color eran, ningún hombre habría sido capaz de decirlo, pues tenían algo del gris del cielo en tormenta y del azul del antiguo hielo. Unas espesas cejas se alzaban sobre ellos y el efecto general de sus rasgos era vagamente siniestro. Era tan frío y adusto como parecía.
El frío ambiente del día pesaba como un sudario sobre su alma mientras pensaba en el hombre que había venido a matar. En su mente se formó la imagen de otra ciudad costera, muy parecida a esta, pero iluminada por las rojas llamas de su propia destrucción; de vagas figuras saltando y blasfemando ante el súbito rugir de los cañones; y de mares agitados por el viento y los relámpagos de un cielo tormentoso. El nublado paisaje marino desapareció por un instante, mientras contemplaba de nuevo el humo, el fuego, el caos inconcebible, cuerpos colgando e patíbulos, femeninas formas cuyos labios lanzaban mudas plegarias mientras brazos musculosos las arrojaban a una cubierta ensangrentada.
Con su rostro contorsionado por el odio, Solomon Kane alzó un cerrado puño ante el amplio cielo. Los musculos de su cuello se tensaron con la violencia de su pasión.
-Escúchame, Dios,- dijo con voz terrible. -La llama azul de la venganza arde en mi corazón noche y día, sin permitirme descanso. Debe ser apagada en sangre, en la sangre de esa víbora, conocida por los hombres como George Banway. Mataré a ese hombre antes del alba o si no, por los sabuesos del odio, que Satanás me lleve a las ardientes profundidades del Infierno. ¡Lo juro por mi alma!
Un solitario grito de gaviota le respondió y el viento aulló tristemente. El fuego que había ardido en los ojos de Kane se fue apagando hasta convertirse en un suave latido. Su cara se relajó en su habitual calma exterior. Mientras la luz comenzaba a expirar, descendió colina abajo y a través de la pradera hacia la Mansión ahora oculta por la naciente niebla.
II-UN HOMBRE LLEGÓ EN LA NOCHE
Lentamente, Jack Hollinster regresó a la consciencia. Un resplandor rojo cegaba sus ojos y la cabeza le retumbaba agónicamente. Cerró los ojos, esperando que el dolor cesara, pero la luz atravesaba sus pestañas sin piedad. ¿Donde estaba? ¿Qué había ocurrido? Una mezcla de risas e insultos llegó hasta sus oídos. Alzando su cabeza, abrió de nuevo los ojos. El recuerdo de la traición regresó súbitamente: se despertó por completo.
Atado de pies y manos, yacía en el suelo de una amplia celda en la que había apilados gran cantidad de barriles y toneles. El alto techo se hallaba reforzado por enormes vigas, ennegrecidas por el humo, en una de las cuales colgaba la lámpara que iluminaba parcialmente la sala. A un extremo comenzaban unas anchas escaleras de piedra; al otro, una arcada con barrotes conducía a las tinieblas.
Había muchos hombres en la celda. Jack vió el rostro burlón de Banway, los rasgos ebrios y traidores de Sam, y la inescrutable máscara de los dos mulatos que eran los únicos sirvientes de Sir George. Al resto - unos diez o doce hombres - no los conocía, pero supo lo que eran.
¡Piratas! ¡De modo que sus sospechas sobre las actividades nocturnas de Banway habían acertado, despues de todo! No eran marinos honestos, aquellos, con sus pantalones de cuero y sus camisas de seda. No vestían medias, pero muchos llevaban zapatos del más fino cuero trabajado a mano. Costosos anillos relucían en sus rechonchos dedos; gemas, anudadas con trozos de cintas de brillantes colores, centelleaban en los pendientes de sus orejas. No había una sola daga de marinero entre ellos, sólo elaborados y elegantes sables españoles y estoques italianos, incrustados de joyas. Sus grotescos atuendos, caras marcadas, y salvaje comportamiento les señalaban con la marca del que se dedica a la rapiña.
Un hombre que jugaba a los dados ante Sir George se volvió hacia el cautivo.
-¡Ho, George, nuestra presa se ha despertado!- gritó maliciosamente. -Por Zeus, Sam, pensaba que le habías dado lo suyo, pero tiene una cabeza más dura de lo que habíamos imaginado.
La tripulación pirata cesó de jugar y beber para contemplar al joven con curiosidad y burla. El rostro saturnino de Sir George se oscureció mientras caminaba hacia él. Extendiendo su brazo derecho para que el vendaje pudiera ser visto a través de la elaborada seda, sonrió torvamente. La luz de la lámpara arrancó reflejos en su sedoso cabello.
-Dijiste la verdad, Hollinster, cuando afirmaste que ningún magistrado intervendría en nuestro próximo encuentro. Solo que ahora, me da la impresión de que será tu maldito pellejo el que sufrirá por lo que me hiciste hoy.
-¡Jack!
La repentina y agónica voz cortó más profundo que las burlas de Banway. Su corazón latió violentamente mientras miraba en torno suyo hasta ver a una chica, atada a una argolla en un soporte de roble, tendida en el suelo cercano. Se arrastraba hacia él, con su rostro blanco y sus ojos medio cerrados por el miedo. Su pelo dorado estaba despeinado y su vestido rasgado...
-¡Mary! ¡Oh Dios mío!- gritó con angustia. Una oleada de risas brutales siguió a sus palabras.
-Brindemos a la salud de la enamorada parejita,- bramó un hombre alto con un sombrero ladeado y una nariz ganchuda. Alzó una espumeante jarra. -¡Bebamos por los amantes, compañeros! Se me antoja que no le gusta nuestra compañía. Seguro que querría quedarse a solas con la moza, ¿eh, chico?
-¡Basura! ¡Canalla mugriento!,- escupió Jack, luchando con sus ataduras mientras Banway le miraba asombrado. -¡Dioses! ¡Si mis brazos estuvieran libres! ¡Soltadme, si hay alguno entre vosotros que tenga algo de hombría y me lanzaré a vuestras gargantas con las manos desnudas!
Los labios de Banway se contrajeron en una mueca.
-Estás gastando tu aliento, loco estúpido. ¡Cállate! En ningún otro momento me enfrentaré a ti con el acero desnudo. Debería haberte aplastado contra el suelo aquella noche que osaste golpearme en la posada, pero eso habría desvelado mi secreto. Asi que, por fuerza, tuve que ceder a batirme en duelo contigo y una vez más me heriste. Pero a la tercera pagarás por todas, Hollinster: esta noche acabaré lo que tú empezaste.
Su mano se cerró en la camisa de Hollinster y acercó su rostro.
-Tu no sabes quién soy yo realmente, ¿Verdad? Si lo supieras, habrías huído de este lugar hace mucho tiempo y me habrías cedido gustoso a la chica. Pero por haberte entrometido, vas a morir como lo hacen las betias salvajes... bajo garras y colmillos. El mar oculta muy bien los cuerpos como el tuyo, y seguirá haciendolo cuando tus huesos se hallan reducido a limo. Y en cuanto a ella...- señaló a la chica, -habitará conmigo en esta casa por un tiempo. Creo que será una interesante montura que cabalgar. Luego, cuando me canse de ella...
-Mejor dámela a mi, Halcón del Mar, cuando yo regrese,- interrumpió de súbito el hombre del sombrero ladeado. -Si tengo que llevar fiambres en este viaje (que, Satanás lo sabe, es una carga fastidiosa), debería tener un pasajero más agradable la próxima vez. ¿Trato hecho, Señor Aristócrata?
Sir George le miró torvamente.
-Así se hará, Hardraker. En dos meses será tuya, a menos que antes haya muerto a mi lado. Pero, Jonás,- añadió con voz metálica, -no me enfurezcas. He cambiado desde los viejos tiempos de la Hermandad. He aprendido los secretos de las esferas... secretos que son sólo mios... y que algún día pueden hacerme Amo de toda Inglaterra.
-No sacarás nada bueno de tus asuntos mágicos, Halcón del Mar,- replicó Hardraker con un ligero titubeo en su voz. -Haciéndonos robar esos libros, y esas botellas y trayéndote ese, ese...- Señaló hacia la arcada. Algunos de los hombres se agitaron incómodos. Los ojos brillaron y una o dos de las peludas cabezas se agitaron asintiendo.
-Una cosa es robar a los muertos, pero otra cosa es tratar con ellos, como haces tu,- terminó suavemente, quedando en silencio mientras Banway continuaba mirándole como si fuera la primera vez que lo veía. El resto de los hombres, reanudaron sus actividades, aunque con un notorio menor entusiasmo.
La mente de Jack se agitaba por lo que había oído. Se volvió hacia la chica.
-Mary, cielo, ¿cómo te trajeron aquí?
-Un hombre me trajo una misiva,- susurró ella. -Había un mensaje escrito en él con una letra que era como la tuya y con tu firma. Me contó que habías sido herido cerca del faro y me pidió que fuera con él. Pero al entrar en esta casa, Sir George hizo que sus hombres me sujetaran y me trajeron aquí abajo.
-¡Como te dihe, Aaamo!- murmuró Sam ebriamente. -¿Le dihe o no que ella estaba aquí? confía en el viejo Sam, para engañarle. Y vino como un corderito, muchachos. Aunque sabía que tendría que luchar contra Sir Yorch. Oh, fue un truco raro...¡Para un loco aún más raro!
-¡Un momento!- dijo un hombre armado, de ojos tristes, que era , evidentemente, el primer oficial. -Bastante peligroso es seguir nuestro camino, traer aquí el botín y conseguirle a el Halcón del Mar las impías cosas que nos hace buscar. ¿Y qué pasa si la chica se escapa y se chiva a las autoridades? Sería el patíbulo para todos nosotros.
Sir George se rió.
-Tómalo con calma, Allardine. Siempre has sido un bribón melancólico desde que navegas para mi. Nadie sabe que han venido aquí y nadie lo sabrá. Los aldeanos pensarán que se han fugado: he oído que al padre de ella no le hace gracia su amistad. No volverán a ser vistos en esta tierra. Además, puedo convocar ciertos poderes no soñados que harían que ningún hombre sospechara o husmeara por aquí.
-Puede ser. Pero me sentiré más seguro cuando deje atrás estas casa y estas aguas. Los días de la Hermandad se están terminando por estos lares. El Caribe es mejor. Aquí siento el mal tocando mis huesos. La muerte se cierne sobre todos nosotros con sus negras alas agitándose y ni siquiera tus brujerías podrán mantenerla apartada de nosotros...
Hardraker bajó de un golpe su jarra, golpeó suavemente la espalda del oficial, y le envió trastabillando por la habitación de un poderoso puñetazo. -¡Eso es de mal agüero, hombre! El cadalso; eso es todo lo que debemos temer, y siempre hemos podido capearlo.
Señaló a Banway.
-Es él, el que tiene que temer. Teniendo tratos con cadáveres y espíritus. ¿Has olvidado acaso que tienes a un lobo humano tras tu pista, Señor Aristócrata? ¿Has olvidado las palabras que te lanzó hace dos años, antes de que pensaras que lo habías matado?
Sir George empalideció ligeramente. Miró nervioso de Hardraker al atónito Hollinster y de nuevo atrás. La salvaje sangre de las palabras del capitán pirata habían amenazado momentáneamente con borrar su barniz civilizado.
-¡Hardraker, pones a prueba mi paciencia! Todos vosotros, escuchadme. No temo a nada, ¿comprendeis? a nada. ¿Acaso no lo he probado anteriormente? ¿Te gustaría morir junto con el muchacho, Jonás? Entonces cierra tu sucia boca. Os digo que el rastro es demasiado largo. Demasiado largo y debil incluso para...
Una larga sombra se alzó sobre él, haciéndole mirar alrededor. Su cara se quedó blanca; su boca colgó abierta. Los demás se giraron y todos los ojos miraron a la escalera. Nadie había oído la puerta abrirse o cerrarse, pero allí, en las escaleras, había un hombre alto, ataviado del más absoluto negro. Sus ojos brillaban como carbones encendidos bajo sus espesas cejas. Empuñaba una pistola en cada mano.
-¡Solomon Kane!- masculló Allardine.
III-EN LA CRIPTA
-No te muevas, George Banway,- dijo Kane con voz átona. -Ni tu, Jonás Hardraker. Todos vosotros, mantened las manos extendidas. Que ningún hombre piense en tocar su espada o su mosquete si desea seguir con vida.- Descendió lentamente por las escaleras, hasta la luz.
-¡Kane! Lo sabía,- musitó el primer oficial. -La muerte está en el aire cuando él ronda cerca. Se acerca como una sombra y golpea como un espectro. Oh, los indios del Nuevo Mundo no son nada sigilosos comparados con él...
La sombría mirada que el Puritano le lanzó, le hizo callar.
-Me recuerdas de antiguo, ¿No es así, Ben Allardine? Me conociste antes de que la Hermandad de Bucaneros se convirtiera en un grupo de corta-pescuezos bajo el mando del Halcón del Mar. ¿Pero cuantos de vosotros recordáis esos días? En cuanto a mi sigilo... en Darien uno aprende el arte del sigilo así que no tuve dificultad en deslizarme tras los guardias entre la niebla. Lo cierto es que tu imponente pirata era un poco torpe: estúpido y descuidado, al igual que el hombre que apostaste en lo alto de las escaleras. Pero ya no cometerán más errores, te lo aseguro.
Sir George había, para entonces, recuperado de algún modo su compostura. Caminó cautelosamente hacia delante, manteniendo la mirada en el largo cañón de la pistola de Kane, que seguía todos sus movimientos. Habló en calma, casi conversando.
-¿Qué ha venido a hacer aquí, Señor? ¿Por qué ha entrado en mi casa de semejante manera?
Un odio concentrado ardió en los ojos del Puritano e, incluso más aterradora, una calmosa sangre fría, no exenta de satisfacción.
-Para matarte, George Banway.- La pasión asomaba tras su modulada voz. -Ahora escúchame. Sabes bien por qué he estado buscándote en las aguas de Portugal y de allí a Inglaterra. Hace dos años atacaste un barco en las Tortugas: el "Flying Heart" se llamaba. Yo estaba en el barco, acompañando a una joven, la hija de (no importa el nombre) hasta Dover. Su padre era un amigo muy querido; durante mucho tiempo, en años pasados, había yo mecido a su hija sobre mis rodillas. Tus hombres tomaron la nave y masacraron sin piedad a todo hombre de a bordo. Fue tu primer oficial quién me derribó mientras intentaba abrirme camino hasta tu asesina garganta. Caí con tres pies de acero en mi interior, pero antes de perder la consciencia vi lo que tú y tu tripulación le hizo a las mujeres. La muerte fue más gentil que vosotros, con esa chica. Cuando recobré el sentido a la mañana siguiente, encontré su cuerpo destrozado entre los muertos, y aunque la cubierta estaba anegada y yo medio muerto por la fiebre y la pérdida de sangre, juré que te seguiría, incluso hasta la entrada del averno si fuera necesario, para obtener mi venganza.
Kane suspiró.
-Ha sido un rastro muy largo de seguir. He viajado entre gentes impías, a través de ciudades desiertas que mostraban el signo de tu visita. Pero ahora, la caza se terminó. Tienes una falta más que añadir a las tuyas, pues cuando el padre de la chica supo de la masacre y del destino de su hija, se volvió loco y así ha estado hasta ahora. No tenía hijos, nadie que la vengara...
-¿Excepto tu, Sir Galahad?- ironizó Banway .
-¡Si, yo! ¡Maldito hijo de puta!- El inesperado estallido de Kane rompió el silencio. Por un instante, el Puritano perdió su férreo control, viéndose cegado por un estallido de furia. En ese instante, Hardraker actuó. Agarró una pistola de la mesa y, sin apenas tomarse tiempo para apuntar, presionó el gatillo.
La bala arañó la mejilla de Kane y se estrelló en el muro con un chirriante sonido. Simultáneamente, la pistola de su mano izquierda rugió su letal respuesta. La cabeza de Hardraker se echó hacia atrás. La sangre manaba de un agujero en el centro de su frente. Cayó contra la mesa, destrozándola. Su sangre se mezcló en el suelo con el vino derramado.
El otro negro cañón apuntó al corazón de Banway.
-La tuya será una muerte más cruel,- dijo mientras su dedo apretaba el gatillo.
Lo que ocurrió a continuación hizo que Jack Hollinster dudara de sus sentidos. Retrocediendo, Sir George dibujó un triángulo en frente suyo con los dedos. La cámara se oscureció y un suave zumbido comenzó a sonar, incluso antes de que la figura quedara completada. El brazo del Puritano fue salvajemente levantado en el aire, como agarrado por una fuerza invisible. La pistola, cayendo de su mano, aterrizó en el suelo a cierta distancia. Todos los piratas quedaron paralizados con un supersticioso espanto, pero no así Kane. Saltó hacia delante con la agilidad de un lobo, con la luenga hoja de acero de su puñal lanzando destellos en la mortecina luz.
-Norte nulada, lameshta-. El dedo de Banway trazaba constantes patrones entrelazados.
El sonido creció de intensidad, casi con ira. Kane fue detenido en medio del aire, volteado brutalmente, obligándole a expulsar agónicamente el aire de sus pulmones, y lanzado hacia delante hasta estrellarse con las escaleras. Su cráneo golpeó sonoramente contra la piedra. Mientras su visión se nublaba y látigos de fuego azotaban su cerebro, creyó vislumbrar una forma azulada y espectral cerniéndose sobre él. Entonces Banway le abofeteó la cara con punzantes golpes.
-¡Vamos, mojigato! ¡Despierta! ¿o debo hacerme a la idea de que te he vencido?- Le pateó con saña el costado.
Los ojos de Kane's se abrieron de súbito y los hombres que lo sujetaban retrocedieron, espantados de su mirada.
-¡Tiene la mirada de Satanás! ¡Mirad sus ojos!
-Mejor mátale aquí mismo, Banway, -avisó Allardine. -Cada momento que respira es un momento perdido. Recuerdo haber oído contar a un hombre cómo Kane yacía casi muerto en el potro de las mazmorras Españolas, y cuando fueron a cargar su cuerpo para quemarlo, se levantó de entre los cadáveres y partió el cuello al Inquisidor. Yo digo que le mates ahora. Permítenos dejar este lugar maldito e ir a aguas más limpias. Hardraker ya está muerto y algunos más pueden irse a las tinieblas antes de que el alma de este hombre sea juzgada.
El rostro de Sir George se iluminó con el triunfo. Ninguno de los presentes se atrevió a mirarle a los ojos, que brillaban igual que los del Puritano. Estudió cuidadosamente cada rostro antes de hablar.
-Los planes han cambiado, Allardine. Ahora tu estás al mando. Puedes quedarte o irte, lo que tu elijas. He decidido conservar a mi lado a Hollinster por un tiempo para que pueda ver con qué festivos deportes entretengo a mis invitadas.
Hizo una señal a sus sirvientes, que rudamente, empujaron a Kane a sus pies y le arrastraron hacia el arqueado portal. Los barrotes de su puerta brillaron a la oscilante luz de la lámpara. El noble agarró una larga estaca de madera de entre los cofres, enrrolló a su alrededor un trapo mojado en aceite, y lo encendió. Su rostro era como la máscara mortuoria de un Mandarín en las tinieblas.
-Ven conmigo o vete, Allardine: no me importa gran cosa. Recuerda sólo, lo que has visto aquí esta noche y sabe que yo soy tu amo, sobre todas las cosas. Cada día, mientras tú te halles mendigando tu triste botín, yo me haré más fuerte en las artes necrománticas. De modo que no se te ocurra pensar en traicionarme o, por todos los Diablos que daré contigo estés donde estés. Lleva a la chica a mi cámara y enciérrala allí... y no le toquéis un pelo de la cabeza, ninguno de vosotros. Dejad aquí abajo a Hollinster: quiero que escuche los alaridos finales de Kane... eso si el Puritano tiene aún garganta con la que gritar.
El primer oficial hizo una seña a dos de sus hombres para que se llevaran de la estancia el cuerpo de su anterior capitán.
-No tragaré con este trabajo del demonio, Halcón del Mar. Vamos, muchachos; tenemos tarea pendiente. Volveremos en dos meses y no será demasiado pronto.
Sir George les observó en contenido silencio mientras subían las escaleras, llevando con ellos a la chica atada. Ninguno se dió la vuelta para contemplar el pequeño grupo que dejaban atrás.
Jack llamó a Mary, pero su voz carecía de fuerza alguna. Su corazón era como un órgano muerto en su interior mientras se preguntaba qué sería de ellos en las manos de este brujo. Apareció de súbito en su mente, el recuerdo del hombre que había sido encontrado, espantosamente mutilado, en el patio de Banway, una mañana de invierno. El cuerpo había sido casi partido por la mitad y grandes goterones de sangre congelada manchaban la nieve en una gran extensión a su alrededor. Al ser interrogado, el aristócrata dijo que sus perros habían atacado al aldeano, pero había muchos rumores en la aldea que señalaban cuán curioso era que Sir George nunca comprase carne para dichos sabuesos, y lo extraño que era que las bestias no hubieran sido nunca vistas u oídas. La influencia del noble había conseguido que dichos rumores no pasaran de ahí.
Banway desbloqueó la puerta y encabezó la marcha por un largo corredor, semejante a un túnel. Las sombras que su antorcha arrojaba sobre los muros semejaban antiguos gnomos. El pavimento sonaba a hueco. Sintiéndose ligeramente mareado, Kane no hizo movimiento alguno para liberarse. Había tanteado sus ataduras mientras entraban en el túnel y las había hallado fuertes y bien anudadas. El hombre a su izquierda llevaba una pistola apuntando a su sien: no corrían riesgos. La ira del Puritano aún ardía en su interior, pero ahora, en su mente, se imponía la frenética necesidad de acabar con Banway antes de que pudiera hacer daño a la indefensa pareja.
Llegaron al final del túnel, donde una pesada losa cubría parte del suelo. Cediendo la pistola a Sir George, el sirviente de la izquierda se agachó y la levantó. Una repugnante miasma y un suave siseo flotaron fuera del agujero.
-Estas son mis criptas, Kane,- dijo Banway con suave voz. -¿Has oído hablar de las "Mazmorras Bajas de las Ratas"? Hay un túnel que las comunica con el mar. Cuando la marea está alta, como ahora, puedo inundar la cámara entera sólo con abrir la trampilla. Ah, pero la asfixia no es la muerte que he planeado para ti.
Se detuvo para ver qué efecto estaban teniendo sus palabras, pero los ojos de Kane eran estanques de puro fuego.
-Pretendía poner a Hollinster aquí abajo, aunque se me antoja que habría ofrecido un pobre espectáculo con sus débiles brazos. Tu eres un jugador más interesante, más parejo a tu verdugo. De todos modos, no importa cuán fuerte seas, no hay escapatoria. Da gracias a que no acabara con tu existencia con el Conjuro del Gusano. Te ofrezco la muerte de un luchador: en eso soy compasivo.
Hizo una señal con la pistola y el otro mulato obligó a Kane a asomarse a la abertura. Un nauseabundo olor a pescado, mezclado con hedores de algas podridas llegó desde la oscuridad. En algún lugar, a lo lejos, se escuchaba un suave retumbar.
-Soltadle.- La voz de Sir George estaba teñida por un miedo que se imponía a su confianza y bravuconería. Uno de los sirvientes cortó las ataduras con un cuchillo. Mientras Kane comenzaba a masajear sus doloridos brazos para restaurar la circulación, el aristócrata, de súbito, arrojó la antorcha a la cámara inferior. Algo allí abajo se apartó de la luz, cobijándose en la oscuridad.
- "Fiat lux." ¿Alguna última palabra, mojigato?
-Si, desecho del Purgatorio,- replicó Kane. -Crees que podrás librarte de mi haciendo esto, pero has de saber que he jurado matarte antes del alba, y mantendré mi palabra aunque deba quedar tres veces maldito y tres veces condenado. Eres un hedor ante las narices de Dios, una negra mancha en los libros de los hombres. Hazme caso, pues tu vida se esfuma lentamente a cada grano que cae del reloj de arena.
-¡Echadle abajo!- aulló Banway. La mano que sujetaba la pistola estaba temblando.
Los sirvientes le dieron un empujón y Kane cayó en el agujero, aterrizando como un gato, sobre sus pies y manos. Se levantó y miró los rostros que se mostraban en la abertura circular. Sir George ya no sonreía.
-Piensa en la moza, Kane; puede que eso te ayude a morir bien. Y piensa tambien en la otra moza.
La tapa volvió a encajarse sobre la abertura. Una ancha losa fue depositada encima, dejando a Solomon y a su odio sumidos en las tinieblas.
IV-CAMBIO EN LA MAREA
No estaba solo. Un hombre le observaba desde más allá del pequeño círculo de luz que arrojaba la antorcha. Era una cabeza más alto que el Puritano e increiblemente demacrado. Su piel tenía esa enfermiza palidez de los que han sido confinados en la oscuridad demasiado tiempo. No había rastro alguno de pelo en la totalidad de su cuerpo desnudo. Sus brazos tenían una longitud antinatural, con nudosos músculos que indicaban una gran fuerza pese a su esquelética delgadez. Tras mirar los ojos de aquel hombre, Kane juzgó que debía estar medio loco.
Se estudiaron el uno al otro durante un tiempo antes de que Kane se fijara en el resto de la estancia. La cámara era grande y de techo bajo. Un bosque de delgadas columnas soportaba el techo abovedado. El suelo se encontraba casi oculto entre montañas de cieno y amplios charcos de agua en los que flotaban las algas junto con los cuerpo medio devorados de numerosos pescados. El aire estaba cubierto por los nauseabundos hedores del mar en decadencia. Había una puerta de metal oxidado, de grandes proporciones, al final del muro más lejano; tras ella parecían escucharse truenos lejanos. Entonces, sus ojos regresaron al hombre, que había comenzado a hablar.
-Saludos, forma de vida. Seas quien seas.- La calidad de su voz impresionó al Puritano. Mostraba gran dificultad en formar las palabras, como si su garganta no hubiera sido usada en mucho tiempo para el lenguaje de los hombres. Estaban desagradablemente distorsionadas, como las palabras que saldrían de los descompuestos labios de los marineros enterrados bajo el limo de las profundidades marinas.
Kane levantó la antorcha y la colocó en la argolla de un pilar cercano. Caminó de vuelta hacia su compañero, notando con repulsión sus largas uñas y y la mugre que cubría su escamosa piel.
-¿Quién eres? ¿Qué relación tienes con el amo de este lugar?
-¿Y eso a ti que te importa?- replicó el otro con un gruñido. Por primera vez Kane vió las lágrimas que bajaban por sus mejillas. Pero cualquier piedad que el Puritano pudiera haber sentido hacia esta sufriente criatura quedaba eliminada por la impía ansia y maldad antigua que reflejaban sus ojos.
Continuó hablando, con voz densa y borboteante.
-Por lo visto, me encerró aquí abajo hace ya muchos años. No puedo recordar cuántos. Sólo recuerdo que fui capturado en las Islas del Norte... odiado, maltratado y temido... hasta que sus hombres vinieron y me llevaron consigo. Él sabía lo que yo era, y no me temía...
-¡Pero basta ya de explicaciones! No me importan los recuerdos: son algo maldito y repugnante que me acosa noche y día. No es malo mi destino. Me alimenta bien, como verás, pues todo lo que entra en esta cripta se convierte en mi presa. Así es como es, extranjero. Contempla.
Con la garra de su dedo índice señaló al enorme portalón, que comenzaba a levantarse lentamente. El agua del mar penetró a través de la estrecha abertura en una espumeante ola que llegó hasta los pies de Kane para luego retroceder. Por un instante quedó asombrado, antes de que un gutural graznido le hiciera contempar una visión espeluznante.
El morador de la cripta cambiaba de forma delante suyo. Su rostro se alargaba y engordaba y sus ojos brillaban como perlas muertas. Donde antes estuviera su nariz, ahora había dos hendiduras. A cada lado de su cuello, una aleta se movía rítmicamente. Su piel adoptaba tonos verdosos, mientras gruesas escamas la cubrían. Alzó una mano y el Puritano observó sus dedos palmeados. De un modo grotesco, se arrastró hacia la luz. La hendidura de una boca se abrió, revelando brillantes colmillos como agujas.
-Oomo te dihe, ehtoy cambiando,- gorgoteó con su hinchada garganta.
-¡Esto es obra de Satanás!- jadeó Kane, retrocediendo. El agua manaba salvajemente entre los pilares y el rugido de la cámara se incrementaba. La criatura se giró y se sumergió en el agua, revelando por un instante las aletas que sobresalían a su espalda. ¡Así que era esto de lo que hablaba el maldito Banway! Kane había oído hablar de dichos seres: humanoides marinos, hombres que se convertían en cosas menos que humanas, cuando la marea estaba alta y el agua cercana.
Un remolino tiraba de sus piernas mientras el agua le llegaba hasta las rodillas. No había rastro del humanoide en la rápida marea ascendente. Kane comenzó a dirigirse hacia la oscilante antorcha, que la espuma amenazaba con extinguir.
Un cuerpo escamoso emergió de súbito del agua, en frente suyo. Le rodearon fuertes brazos y unas garras se curvaron para hundirse en su carne. El rostro era una burda mueca de su anterior humanidad. Sólo los ojos brillaban con la misma ansia. Se movió con rapidez para esquivar aquello, pero el hombre-pez lo hizo aún más rápido, saltando tras de él y azotándole con sus afiladas zarpas. Un antebrazo golpeó a Kane en un lado del cuello, haciéndole trastabillar. Cayó hacia atrás, y las frías aguas se cerraron sobre su cabeza.
Mientras intentaba levantarse, un pesado cuerpo se apretó contra él. Unas garras se hundieron profundamente en su pecho. El humanoide le agarró del pelo con su otra mano y le sumergió la cabeza en el agua. incapaz de respirar, Kane explotó en una furiosa actividad. Golpeó con sus pies y sus puños, y sintió que la presa del monstruo se relajaba ante susgolpes como martillos. Retrocedió dando badazos. Manaba sangre de su mano desgarrada.
El agua le llegaba a la cintura, mientras se dirigía hacia la antorcha... su última oportunidad. Sus dedos se cerraron alrededor de la dura madera y la extrajo de la argolla. Un salvaje chapoteo sonó justo detrás suyo. Giró el tizón en remolino, alrededor suyo, con toda la fuerza que pudo conseguir. El extremo encendido golpeó contra el cráneo del hombre-pez. Sus ojos se cerraron de dolor y tropezó hacia atrás. Sin dar a la criatura una sola oportunidad de escapar en el agua, Kane esgrimió la antorcha como un demente; lanzó un sin número de demoledores golpes a la cabeza y costado de la criatura. La madera sonaba sordamente contra la endurecida piel. Las chispas y las llamas herían la piel del humanoide. Pero entonces, el pie del Puritano resbaló en el cieno. Cayó hacia delante y perdió la antorcha, que se extinguió.
Un brazo se enrrolló alrededor de su cuello, empujándolo hacia abajo. Sus propios dedos buscaron y hallaron las palpitantes hendiduras de las agallas. Comenzó a estrangular a la bestia, que a su vez le estrangulaba. Atrapados en aquel abrazo mortal, chocaron contra los pilares, pero ninguno se percató de ello. Era una batalla de pesadilla, de agudos colmillos e inhumano dolor, bárbara y a muerte. El Puritano, notando que su fuerza menguaba con rapidez, envió sus últimas energías a sus poderosos dedos. Sus labios se oprimieron en una fantasmal mueca de esfuerzo sobrehumano. Una luz cegadora resplandecía ante sus ojos y su corazón retumbaba sonoramente bajo las aguas. Su boca se abrió para lanzar un desafío a los súbditos de Satanás...
Se encontró a si mismo pataleando débilmente en el agua, aspirando grandes bocanadas de aire. Sus músculos estaban entumecidos por el agua fría. Un brazo del humanoide muerto le golpeó suavemente, por efecto de la corriente. Kane quedó sorprendido al percatarse de que sus dedos aún apretaban el nervudo cuello. Los relajó y disgustado, empujó el cadáver lejos de si. Cada movimiento que hacía le causaba un dolor extremo, pero sabía que debía salir de allí antes de que se ahogara.
El agua se había elevado por encima de la parte superior de la trampilla marina, y estaba extrañamente quieta bajo las bóvedas, ahora que el rugido había cesado. Todo lo que podía escuchar era el golpeteo de pequeñas olas contra los muros. Sin embargo, la rápida corriente le indicaba que el mar continuaba entrando tan veloz como antes, y pronto alcanzaría el techo abovedado.
Nadó entre los pilares, buscando con presteza la reja que señalaba su única vía de escape. Tras lo que parecieron siglos, sus dedos asieron las barras de hierro. Murmuró una silenciosa plegaria y presionó hacia arriba con un volcánico torrente de energía. Sus músculos se tensaron por el esfuerzo mientras pateba furiosamente en el agua. El agua llegó hasta su boca haciéndole toser. Pero la reja se movió poco a poco hacia arriba hasta que fue capaz de introducir los dedos en el corroído metal y en el borde de la abertura. Se alzó con un último estallido de fuerza y la verja y la losa cayeron hacia un lado con un fuerte estampido. Kane se arrastró lejos de la remolineante oscuridad hasta yacer en el suelo como un muerto empapado.
V-LA LLAMA SE EXTINGUE
George Banway soltó la cortina y se apartó de la ventana. Por unos momentos, quedó absorto en sus pensamientos ante la degastada pared, forrada de madera, las funestas colgaduras y la mesa cubierta de polvo sobre la que reposaba un voluminoso astrolabio. Uno de los muros estaba completamente atestado de libros, de todas las formas y tamaños. El seco aroma de los años llenaba la sala como un incienso acre. Quitándose el jubón, comenzó a desabotonarse la camisa, con cierta ira.
-¡Se van! ¡Pandilla de cobardes!- dijo a la chica, que yacía ante él en el diván. -Se van porque no pueden comprender lo que he hecho, y me temen. Pronto, ah, pronto Inglaterra estará a mi disposición, para tomarla. Ahora que he quitado de mi camino a ese cazador negro, no tengo nada que temer... ni de hombres ni de demonios.
Rió mientras se servía una copa de vino.
-La mirada de la cara de Galahad cuando le eché al agujero... realmente tenía intención de amenazarme. Dame un beso por él, chica; dame un beso por tu muchacho y tu rescatador.
Se acercó a ella y presionó brutalmente sus labios contra los suyos. La joven intentó apartar la cabeza, pero él la sujetaba con mano de hierro. Cuando el brujo alzó su cabeza, había sangre en sus labios.
-¡Por Dios que eres una fierecilla, pequeña furcia! ¡Te aplicaré un correctivo... ahora mismo!
La levantó y la precipitó en la losa de mármol blanco como la leche que se alzaba en el centro de la cámara. En cada esquina había unos candelabros en forma de estrella, que contenían esbeltas velas de color escarlata. La acostó sobre la tela de terciopelo púrpura que cubría la superficie del bloque.
-Esta sala es, tambien, mi capilla, moza, y este es mi altar que no ha sido labrado por martillo alguno. ¿Has oído hablar de la Venus Negra? No, supongo que no. Bien, pues sabe que quienquiera que arrebate a una doncella su virginidad sobre este altar y ofreca el acto a la Nigra Mulier recibirá el triple de su poder mágico.
Apoyó en el altar un volumen ribeteado de oro, semejante a un libro de misas, y pasó las páginas rápidamente. Mary Garvin se estremeció, cerrando sus ojos con horror tras vislumbrar el dibujo de una bruja, obscenamente gorda, posando con descaro ante la atención del Amo del Sabbat.
La frente del noble estaba perlada de sudor, mientras encendía los candiles y la lámpara de plata con forma de Hidra. Una vez hecho esto, se quitó la camisa. Su peludo pecho estaba marcado con las cicatrices de muchos combates; en su pecho derecho aparecía tatuada la marca de la bestia. A Mary le dió un vuelco el corazón y lloró amargamente.
Sin apenas prestarle atención, Banway levantó los brazos y entonó solemnemente:
-Infames amores incubi succubique veniunt accepti tibi, Nigra Mulier. Sic quoque meus amor veniat.
Su mano se cerró sobre la boca de ella, antes de que la muchacha pudiera gritar, mientras la otra agarraba el frente de su vestido y lo desgarraba hasta la cintura.
-Meus amor...- Se detuvo, mirándola, con los ojos rasgados de lujuria.
-¡Banway!
El grito sonó en el silencio como el estampido de una pistola. El brujo se tensó y miró alrededor, incapaz de controlarse por un momento. Jack Hollinster estaba en la entrada, con un pesado mandoble en la mano. A sus pies yacía la forma ensangrtentada de uno de los sirvientes. Su rostro era una visión terrible, pero no hizo movimiento alguno para entrar en la habitación.
-¡Hollinster! ¿Cómo has salido del sótano? ¿Sigues pensando en detenerme? Loco, te sacaré el corazón por esto.
Alzó su mano e inscribió un círculo en el aire.
-Lameshta.
La espada explotó en un millar de fragmentos. La ya inútil empuñadura cayó a la alfombra de las doloridas manos del joven. Banway se acercó. Pese a su furia, sonreía...
Mary gritó.
-¡Corre, Jack! Te matará...
-Tus miembros están atados y no puedes moverte ni agitarte,- entonó el brujo con voz cantarina. A Jack le invadió el miedo cuando intentó alzar el brazo y descubrió que no podía.
-Ahora, Hollinster, muere como un perro delante de tu chica...
Solomon Kane cruzó la puerta, junto al paralizado joven. Su vestimenta estaba hecha harapos y manchada de un profundo rojo rubí; su cabello grisáceo estaba pegado a su frente con sangre seca. Pero sus ojos ardían con la misma luz fría que habían mostrado antes.
-¡Kane!- jadeó Banway con un asustado susurro. -No, es...
Hubo una súbita ráfaga de luz y entonces Sir George Banway cayó a los pies del puritano, con un ligero espasmo. Manaba saliva de su boca; Un tenue hilo de sangre escapaba de su ojo izquierdo. Por un instante, una llamita azul pareció arder sobre la cabeza del muerto, antes de desvanecerse.
-A través del globo ocular, hasta el cerebro,- dijo Kane malhumorado, limpiando la hoja de su estoque en una cortina. -No merecía una muerte tan rápida y fácil. Me pesa el corazón por haberlo hecho así.
Levantó la mirada hasta Jack, libre ya de su hechizo, desataba a la muchacha y la calmaba mientras la cubría con su chaqueta. La sala estaba extrañamente fría, y la casa crujió a su paso mientras descendían por las escaleras principales, pasaban por la entrada al sótano y junto al otro mulato muerto, y salían por la puerta principal al fresco y sano aire de la noche.
Se detuvieron en el patio, ante la ominosa y amplia mansión. Una luna creciente brillaba fríamente a través del azulado velo de la niebla, revelando las fantasmales formas de los árboles y setos. Caminaron perdidos en sus propios pensamientos hasta que al fin, el Puritano habló.
-Navegó en un océano de sangre y se entrometió en Cosas viles, no terrenales. Dios ha otorgado que la muerte y la destrucción le sigan al infierno por toda la eternidad. Roja será su ruina; ¡Y negra su condenación!
Su talante sombrío se fue tan rápido como había venido. Sonrió con ternura a la pareja. Cuando puso sus manos en los hombros de Jack, el joven sintió su poder.
-Pronto llegarán vuestros amigos, Jack, y los recuerdos de esta casa serán olvidados. Tras las fatigas regresan la fuerza, la paz y la felicidad. Quizás vuestros caminos corran más rectos, tras esta noche de horror.
La muchacha asió su mano.
-No sabemos como agradercerle...
-Bastante me lo habéis agradecido ya, niña.- respondió Solomon con su voz profunda y vibrante. -Es suficiente para mi veros a salvo y libres de todo mal. Casaos y tened hijos sanos y fuertes, e hijas de sonrosadas mejillas.
-Pero, Señor, ¿Quién sois vos? ¿Qué buscáis?
Una mirada mística resplandeció en los ojos del Puritano; su voz mostró un tinte de tristeza.
-No soy más que un hombre sin tierra, antaño de Devon. Del ocaso he venido, y al amanecer debo irme... donde quiera que el Señor guíe mis pasos, ya sean sucios o hermosos caminos. Quizás busque la salvación de mi alma, quizás no. Llegué aquí siguiendo un rastro de venganza. Ahora debo dejaros, pues la aurora no está lejos y no quisiera que me encontrara inactivo. Si, mis pies están cansados de errar y los años pasan rápido, pero mientras los hombres sean perseguidos y las mujeres vejadas, mientras sufran los débiles de la tierra, no podrá haber descanso para mí bajo el cielo azul, ni paz en el lecho o en la mesa. Os deseo lo mejor.
-¡Quedaos!- Exclamó Jack con un nudo en la garganta.
-¡Oh, por favor, esperad un momento, Señor!- sollozó Mary.
Pero la alta figura se había desvanecido en las tinieblas y el único sonido que se escuchaba era el golpeteo de las gotas de niebla sobre las hojas muertas.