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CORDILLERA DE LA BASE AÉREA DE NELLIS, NEVADA
26 horas, 2 minutos tras la modificación
—¿Crees que funcionará? —preguntó Kelly.
Turcotte se estaba embadurnando la cara con corcho quemado de forma que el color de su rostro, ya de por sí oscuro, se volviera negro.
—Es un buen plan. El mejor que hemos tenido hasta el momento.
Kelly se quedó mirándolo.
—Apenas hemos tenido planes hasta ahora.
—Por eso es el mejor —repuso Turcotte—. Creo que tenemos una oportunidad. Es todo lo que se puede pedir. Tenemos dos oportunidades para ello. Una de las dos funcionará. No creo que nos estén esperando, lo cual, como ya he dicho antes, es nuestra ventaja. —Miró el cielo que estaba oscureciendo—. Es extraño, el general Gullick debería estar esperándonos, pero no lo hará.
—¿Por qué debería y no lo hace? —preguntó Kelly, algo confundida.
—Debería porque es lo que se espera que hará —dijo Turcotte comprobando la recámara de su pistola—. Pero no lo hará porque lleva demasiado tiempo con el culo metido en ese bunker subterráneo. Ha olvidado el sentimiento de estar en el campo y en acción.
Cerró el compartimiento de las balas, colocó una bala en la recámara y volvió a colocar el arma en la funda de pistola que llevaba al hombro.
—¿Lista?
—Lista —dijo Kelly. Miró a los demás. Von Seeckt estaba sentado en el asiento de copiloto, y Nabinger se hallaba detrás. La camioneta estaba aparcada en la cuneta de una carretera de tierra situada en el extremo del perímetro de la base. Por la parte oeste de la carretera, unas grandes señales advertían que a partir de allí era zona de acceso restringido. A seis kilómetros y medio, al oeste, una gran montaña se recortaba contra el sol poniente.
—Cuidaos —advirtió Turcotte.
—¿No deberíamos sincronizar los relojes o algo así? —preguntó Kelly—. Es lo que hacen en las películas. Y en este plan el tiempo es muy importante, por lo menos, lo que he captado de él.
—Buena idea. —Turcotte despegó el velero que tapaba su reloj—. En dos minutos serán las ocho en punto.
Kelly comprobó su reloj.
—Muy bien, bueno, comprobado, o como se diga. —Levantó la mano y la apoyó en el hombro de Turcotte—. Puedes contar con nosotros. Estaremos allí.
—Lo sé —contestó Turcotte sonriendo—. Buena suerte.
Se dio la vuelta y se marchó atravesando la oscuridad, perdido en la sombra de la montaña.
—Vamos —ordenó Kelly.
Nabinger cambió de sentido la camioneta y se marcharon en dirección norte.
ÁREA 51
Después de media hora, los músculos de Turcotte habían cogido el ritmo de la carrera. Poco después de abandonar la camioneta había tenido que acomodarse algunas armas y equipo que llevaba en su chaqueta de combate, pero ahora todo lo que llevaba ya no hacía ruido, tal como le habían enseñado en la academia años antes. El único ruido que se oía era el de su propia respiración.
La rodilla iba aguantando bien; procuraba mantener su paso corto para reducir la carga. Se desplazaba por la base de la montaña hacia la que había partido. Examinó la colina con el rabillo del ojo. Por fin distinguió lo que buscaba. Una fina cola de animal se levantó y Turcotte se emocionó. Al cabo de quinientos metros volvió a la posición original. Turcotte se detuvo y tomó aliento. Miró hacia arriba. Tenía mucho camino por delante. Empezó a correr.
TEMPIUTE, NEVADA
En la salida del Alelnn, un bar de la ciudad de Tempiute, había un teléfono. Era la misma ciudad en que Johnny Simmons se había reunido con Franklin la semana anterior. El principal atractivo de la ciudad era su proximidad al Área 51, y el Alelnn era un punto de encuentro de todos los avistadores de ovnis deambulantes que pasaban continuamente por ahí.
Kelly aparcó la camioneta al lado del teléfono y se apeó, seguida por Von Seeckt, apoyado en su bastón. Se dirigieron al teléfono. Él comprobó sus bolsillos y luego miró a Kelly. Ésta negó con la cabeza.
—Utilice mi tarjeta de teléfono.
Kelly repitió rápidamente las instrucciones y el número que Turcotte le había dado antes.
LAS VEGAS, NEVADA
Faltaba muy poco para las diez y Lisa Duncan estaba sentada ante el estrecho escritorio de su suite del hotel, mirando la cadena CNN, cuando el teléfono sonó. Lo tomó a la tercera llamada esperando oír la voz de su hijo al otro lado. En lugar de ello una voz con un acento muy particular, que ella reconoció inmediatamente, empezó a hablar.
—Doctora Duncan, soy Werner von Seeckt. El general Gullick le ha mentido con respecto a lo que ocurre en el Área 51 y en la instalación de Dulce en Nuevo México.
—Profesor Von Seeckt, yo…
—Oiga, no tenemos mucho tiempo. ¿Ha oído hablar alguna vez de la vinculación de Nightscape con el Área 51?
—Sí. Están llevando a cabo una tarea psicológic…
—Hacen mucho más que eso ahí —interrumpió Von Seeckt—. Secuestran gente y les lavan el cerebro y estoy seguro que hacen cosas peores. Llevan a cabo mutilaciones de ganado y muchas más cosas.
—¿Como cuáles?
—¿Qué le parecería la operación Paperclip? —preguntó Von Seeckt, omitiendo la respuesta a esa pregunta.
—¿Qué sabe sobre Paperclip? —dijo Duncan mientras cogía su bolígrafo y un bloc de papel del hotel.
—¿Sabe qué está ocurriendo en el laboratorio de Dulce? ¿Los experimentos con memorias implantadas?
—Volvamos a Paperclip —indicó Duncan tras escribir «Dulce» en el bloc de notas—. Eso me interesa. ¿Hay alguna conexión entre Paperclip y lo que está ocurriendo en Dulce?
—No sé exactamente qué está ocurriendo en Dulce —dijo Von Seeckt—, pero acabo de rescatar a un periodista que había sido retenido prisionero ahí y se suicidó por lo que le hicieron.
—Yo no… —empezó a decir Duncan.
—Para contestar a sus preguntas… —Von Seeckt la interrumpió de nuevo—. ¿El nombre del general Karl Hemstadt le dice alguna cosa?
—Me parece que he oído ese nombre en algún sitio —dijo Duncan anotando el nombre.
—Hemstadt fue jefe de la Wa Pruf 9, la sección de armas químicas de la Wehrmacht. Fue reclutado para Paperclip. Lo vi en mil novecientos cuarenta y seis en Dulce. Durante la guerra fue el responsable del abastecimiento de gas a los campos de exterminio. También participó en muchos experimentos con nuevos gases y, evidentemente, ese tipo de experimentación tuvo que aplicarse a seres humanos para comprobar su eficacia.
»A partir de mil novecientos cuarenta y seis me fue denegado el acceso a Dulce y no volví a oír nada sobre Hemstadt. Sin embargo, no creo que desapareciera sin más. Aquel hombre era importante y esa gente no desaparece sin ayuda de gente poderosa, de gente del gobierno. —Von Seeckt hizo una pausa y luego dijo—: Aquí hay alguien más con quien debería hablar.
Al cabo de unos instantes, en la línea sonó una voz de mujer.
—Doctora Duncan, mi nombre es Kelly Reynolds. El capitán Mike Turcotte me dio su nombre. Ha intentado contactar dos veces con usted con el número que le dio. Pero las dos veces le dijeron que el número estaba desconectado. Me ha dicho que usted no debe fiarse de nadie.
—¿Dónde está ahora el capitán Turcotte? —preguntó la doctora Duncan.
—Va de camino al Área 51.
—¿Por qué me están contando todo esto? —preguntó Duncan.
—Porque queremos reunimos con usted en el Cubo, en el Área 51, esta noche. No debe informar de su llegada al general Gullick ni a ningún miembro de Majic-12.
—¿Qué es lo que está ocurriendo? —quiso saber la doctora Duncan.
—Vaya al Cubo esta noche. No más tarde de la medianoche. Entonces se lo explicaremos.
La línea se cortó.
La doctora Duncan colgó lentamente el auricular. Cogió otro papel. Éste tenía una cubierta que lo identificaba como procedente del departamento de justicia e indicaba que era la segunda copia de dos que se habían hecho. Lo abrió y lo examinó rápidamente. En la página sesenta y ocho encontró lo que buscaba: efectivamente, el general Karl Hemstadt figuraba como participante en la operación Paperclip.
Cogió toda la documentación y la tiró dentro de su cartera. A continuación se encaminó hacia la puerta. Tenía que tomar un taxi.
TEMPIUTE, NEVADA
Von Seeckt se dirigió con Kelly hacia la camioneta.
—¿Qué le parece? —preguntó ella.
—Picó en cuanto le mencioné Paperclip —dijo Von Seeckt.
—¿Cree que avisará a Gullick? —preguntó Kelly en cuanto se sentó en el asiento de conductor. Von Seeckt se sentó a su derecha. Nabinger estaba detrás, mirando la tabla rongorongo.
—No —dijo Von Seeckt—. Ella no es uno de ellos. El asesor presidencial generalmente se considera un elemento externo. Al fin y al cabo aquel asiento es un compromiso político que puede cambiar cada cuatro años. Estoy seguro de que ella no fue informada por completo.
—Bueno, pronto lo sabremos —dijo Kelly poniendo en marcha la camioneta y disponiéndose a abandonar el aparcamiento.
ÁREA 51
Turcotte hizo un agujero para la cabeza en el centro de la fina manta plateada de supervivencia y la dejó caer sobre sus hombros. Envolvió su cuerpo con la manta y la ajustó con una cuerda. Le colgaba hasta las rodillas de modo que parecía un poncho. Aunque estaba diseñada para mantener el calor durante una acción de emergencia, Turcotte confiaba en que le impidiera ser identificado por los sensores térmicos que formaban parte del perímetro externo de seguridad en el Área 51. Sin duda aparecería en ellos, especialmente el calor que se desprendía de su cabeza, pero confiaba en que la señal sería mucho más pequeña que la de un hombre y que los controladores creerían que era un conejo u otro animal pequeño y no le prestarían atención.
A lo que ya no podía dejar de prestar atención era al dolor en la rodilla. Se inclinó y sintió la hinchazón. Aquello no iba bien. Pero también sabía que no tenía otra opción. Comprobó la hora. Iba adelantado con respecto a lo programado, así que podía ir más despacio. No lo beneficiaría atravesar pronto la montaña con o sin manta térmica. Continuó ascendiendo por la montaña, a un ritmo que mantenía el dolor al mínimo.
BASE DE LAS FUERZAS AÉREAS DE NELLIS, NEVADA
—Quiero ver al oficial de guardia —dijo Lisa Duncan al sargento sentado tras el mostrador en el centro de operaciones de vuelo de la torre de la base de las fuerzas aéreas Nellis.
—¿Usted es? —preguntó el sargento sin mucho interés.
La doctora Duncan sacó su cartera y dejó ver la identificación especial que le habían entregado para su misión.
—Soy la asesora científica del Presidente.
—¿El presidente de…? —empezó a decir el sargento pero luego se detuvo al comprobar el sello de la tarjeta—. Discúlpeme, señora. Voy a buscar al mayor inmediatamente.
El mayor estaba impresionado tanto por la tarjeta de identificación como por lo que ella quería.
—Lo siento, señora, pero el área Groom Lake está totalmente fuera de los límites de todos los vuelos. Aunque si yo pudiera llevarla en helicóptero a esta hora de la noche, ellos no me autorizarían a volar dentro de ese espacio aéreo.
—Mayor —dijo la doctora Duncan—, es imprescindible que yo vaya esta noche a Groom Lake.
—Podría llamar —propuso el oficial de guardia mientras se dirigía hacia el teléfono— y ver si autorizan un vuelo y luego…
—No —interrumpió la doctora Duncan—. No quiero que sepan que voy a ir.
—Entonces, lo siento. —El mayor negó con la cabeza—. No puedo hacer nada.
—¿Para quién trabaja usted? —preguntó la doctora Duncan con voz fría.
—Mmm…, bueno, trabajo en la sección de operaciones del coronel Thomas.
La doctora Duncan negó con la cabeza.
—Más arriba.
—El comandante de la base es…
—Más arriba.
El oficial de guardia miró con nerviosismo al sargento que había hablado primero con la doctora Duncan.
—Esta base está bajo la comandancia de…
—¿Quién es su comandante en jefe? —preguntó la doctora Duncan.
—El Presidente, señora.
—¿Quiere hablar con él? —preguntó Duncan inclinándose sobre el mostrador y tomando un teléfono.
—Si yo quiero hablar con… —repitió el mayor con torpeza—. No, señora.
—Entonces le sugiero que me consiga un helicóptero inmediatamente para llevarme donde yo quiera ir.
El mayor miró de nuevo la tarjeta de identificación que yacía en el mostrador y luego se giró hacia el sargento:
—Consígame el PR de guardia.
—¿El PR? —preguntó Duncan.
—Pararrescate —le explicó el mayor—. Siempre tenemos una tripulación para casos de emergencia.
—¿Tienen helicóptero?
—Sí, señora, tienen un helicóptero. —El mayor miró al sargento que estaba al teléfono—. Y saben cómo conducirlo.
EL BUZÓN, CERCANÍAS DEL ÁREA 51.
—Aquí es —dijo Von Seeckt—. El Buzón.
Había unos seis vehículos aparcados en la cuneta de la carretera de piedras y un grupo de gente esparcido. Algunos de ellos, bien pertrechados, estaban sentados en tumbonas, mientras que otros permanecían de pie, examinando el horizonte con una gran variedad de binoculares y aparatos de visión nocturna.
—Apague las luces —indicó Von Seeckt.
Kelly pulsó el botón y, con las luces de aparcamiento, se dirigió a la cuneta de la carretera. Puso el freno de mano y luego bajó. Von Seeckt se reunió con ella, mientras que Nabinger permaneció en la parte trasera de la camioneta.
Kelly se encaminó hacia una pareja que estaba cómodamente sentada frente a un par de telescopios con una nevera entre sus sillas.
—Disculpen —empezó a decir Kelly.
—¿Sí, cariño? —contestó la anciana.
—¿Conocen a un hombre conocido como el Capitán?
La mujer hizo un chasquido.
—Aquí todos le conocen. —Señaló a una camioneta aparcada a unos seis metros—. Está ahí.
Kelly se dirigió hacia allí con Von Seeckt. La furgoneta estaba aparcada de tal modo que el extremo posterior señalaba a las montañas que marcaban los confines del Área 51. Las puertas traseras estaban abiertas de par en par y de ellas sobresalía un telescopio muy grande. Tras él, un hombre sentado en una silla de ruedas oprimía su cara contra el visor. Se retiró en cuanto Kelly entró. Era un hombre negro, con las extremidades inferiores cubiertas con una manta sobre su regazo. Tenía el pelo cano y aparentaba tener unos sesenta años.
—Soy Kelly Reynolds.
El hombre se limitó a mirarlos.
—Soy una amiga de Johnny Simmons —continuó diciendo.
—Así que recibió la cinta —gruñó el hombre.
—Sí —dijo Kelly.
—Pues tardasteis bastante. ¿Dónde está Simmons?
—Ha muerto. —Kelly señaló hacia el oeste—. Intentó infiltrarse en el Área 51 y lo pillaron. Fue conducido a Dulce, en Nuevo México. Lo liberamos pero se suicidó.
El anciano no pareció sorprendido.
—He oído decir que en Dulce hacen cosas muy raras a la gente.
—Le voy a contar rápidamente toda la historia —dijo Kelly acercándose a él—. Luego necesitaremos su ayuda.
BASE AÉREA DE NELLIS, NEVADA
El oficial vestido con el traje de vuelo le tendió la mano.
—Teniente Hawerstaw a sus órdenes, señora.
—Llámame Lisa —dijo la doctora Duncan.
—Soy Debbie —dijo el oficial sonriendo. Señaló a la otra persona vestida con traje de piloto—. Éste es mi copiloto, el teniente Pete Jefferson; nuestros PR son el sargento Hancock y el sargento Murphy.
Los dos hombres estaban colocando material en la parte trasera del Blackhawk UH-60.
—¿Qué están cargando? —preguntó la doctora Duncan.
—Nuestro equipo estándar de salvamento —repuso Hawerstaw.
—Sólo necesito que me llevéis hasta Groom Lake —dijo la doctora Duncan.
—Son procedimientos operativos estándares —explicó Hawerstaw—. Siempre llevamos nuestro equipo cuando volamos. Nuestra misión principal, aparte de llevar a los asesores científicos del Presidente, consiste en rescatar tripulaciones que han sufrido un accidente. Nunca se sabe si nos pueden dar la orden posterior de llevar a cabo una misión —sonrió—. Por cierto, por lo que me ha contado el oficial de guardia, vamos a llevar a cabo una misión secreta en el espacio aéreo del Área 51. ¿Quién sabe con lo que nos podemos topar? He oído historias muy extrañas sobre ese sitio.
—¿Tienes algún inconveniente en llevar a cabo esta misión? —preguntó la doctora Duncan poniéndose la máscara de la profesionalidad.
—Ninguno. He recibido órdenes de mi oficial de guardia, que representa al comandante del puesto, para conducirla a donde usted desee. —Hawerstaw se colocó su casco y luego dijo—: Tengo las espaldas cubiertas. —Abrió la puerta del lado del avión.
—Por cierto, odio ver esas grandes áreas en las que no se puede volar. Es un reto poder verlas. Tengo verdaderas ganas. —Abrió el brazo hacia la parte de atrás—. Suba a bordo.
CERCANÍAS DEL ÁREA 51
Kelly tomó aliento y luego dijo en voz alta:
—Discúlpenme, señores. Tengo algo que decir que creo que les interesará a todos.
Todos los avistadores de ovnis se giraron a mirarla, pero nadie se movió hasta que la voz del Capitán exclamó tras ella:
—Acercaos.
Se arremolinaron formando un círculo de figuras en la oscuridad.
—Esta gente necesita nuestra ayuda —comenzó a decir el Capitán—. Sabéis que llevo mucho tiempo aquí observando. Veintidós años, para ser exactos. Pues bien, esta noche haremos algo más que mirar.
Mientras el Capitán hablaba, explicando lo que Kelly le había pedido, una figura se separó del grupo y se marchó en la oscuridad. Cuando el coche se marchó con los faros apagados nadie se dio cuenta, cautivados por lo que el Capitán estaba diciendo.
ÁREA 51
Las luces de la parte superior del complejo Groom Lake no estaban encendidas a la derecha de Turcotte cuando dejó de bajar la montaña que acababa de atravesar. Ante él se extendía la pista y, detrás de ella, la ladera de la montaña bajo la que, según había dicho Von Seeckt, se encontraba la nave nodriza.
«Hasta aquí, todo perfecto», pensó Turcotte. Pero para el resto del camino iba a precisar ayuda. Comprobó su reloj. Quince minutos. Turcotte se dispuso a trabajar en su rodilla apretando los dientes; para ello tenía que hacerse unos masajes con los dedos para que los tendones no se volviesen rígidos.
BASE AÉREA DE NELLIS
El sargento Hancock enseñó a Lisa Duncan cómo colocarse el casco y hablar por la radio que llevaba incorporada.
—Listos para despegar —anunció la teniente Hawerstaw—. ¿Listos ahí detrás?
—Todo dispuesto —respondió Duncan.
—Vamos a volar a trescientos metros hasta que nos acerquemos al límite. Luego bajaré lentamente. Esto va a resultar un poco brusco, pero quiero permanecer fuera de sus pantallas el mayor tiempo posible. Así tendremos más posibilidades de llevarla a Groom Lake.
A continuación el Blackhawk se elevó y se dirigió hacia el norte.
CERCANÍAS DEL ÁREA 51
—He conseguido algo —dijo Nabinger con la tabla de madera que había sacado de los archivos de Dulce. Mientras los otros efectuaban las llamadas e iban y venían, no había dejado de trabajar en la traducción.
—Precisamente ahora no tenemos tiempo para ello —repuso Kelly. Señaló su reloj de pulsera—. Empieza el espectáculo.
Tomó la carretera de tierra y se volvió hacia el este. La camioneta del Capitán la seguía, y a continuación los restantes vehículos de los avistadores de ovnis. Avanzaban por la carretera. Pasaron las señales de aviso y luego cruzaron el primer par de detectores de láser.