Capítulo 25

Lucy y yo empezamos el día siguiente con una vacilación, consecuencia de la prudencia, que me hacía sentir incómodo. En nuestra relación había penetrado un nuevo factor que ninguno de los dos sabía abordar. Nos habíamos acostado juntos, pero no hicimos el amor. Aunque parecía dormida, tuve la impresión de que fingía. Quería hablar con ella de Joe, quería que no estuviera en su contra, pero no sabía si eso era posible. Cuando por fin me decidí a tomar la iniciativa, ya tenía que irse al trabajo.

—¿Vas a ver a Joe hoy? —me preguntó mientras salía.

—Sí. Seguramente luego.

—¿Le darás recuerdos?

—De tu parte. Puedes acompañarme si quieres.

—Tengo que ir a trabajar.

—Claro. Ya lo sé.

—Aunque quizá...

—¿Luce?

Me miró.

—Sea lo que sea Joe, yo soy como él.

Probablemente no le apetecía oír eso.

—Supongo que lo me que preocupa es que todo esto no te llena de inquietud. Aceptas la situación como si fuera normal, y no lo es.

No se me ocurrió nada que decir que no pareciera interesado, así que no dije nada.

Lucy cerró la puerta y se marchó a trabajar.

Otro día maravilloso.

Quise llamar a la secretaria de Charlie Bauman para contarle lo que ya había hecho, pero pensé que no debía de haber llegado todavía. Charlie se lo diría, pero yo también quería decírselo. Además quería ponerme en contacto con el FBI y con los sheriffs del estado de California para consultar sus bases de datos sobre niños desaparecidos y huidos de casa. Quería saber si podían sacar algo con sólo dos nombres de pila, Trudy y Matt, y también mirar qué había sobre una furgoneta Dodge negra en los informes de vehículos robados. Decidí llamar primero a Dolan, y se puso Williams.

—Eh, Williams, ¿está Dolan?

—¿Por qué?

—Quiero hablar con ella.

—No la he visto. ¿Quieres saber lo que le he oído decir a Krantz?

—No va a ser nada muy agradable, ¿verdad?

—Dice que seguramente estabas metido en el asunto con ese cabrón de Pike. Dice que si puede incriminarte, a lo mejor Pike y tú podéis haceros compañía en chirona. —Williams soltó una sonora carcajada.

—Oye, Williams.

—¿Qué?

—Eres el negro más blanco que he visto en mi vida.

—¡Vete a la mierda!

—Lo mismo digo.

Colgué. El día estaba resultando un desastre. Sólo faltaba que se me muriera el gato.

Me disponía a darme una ducha cuando sonó el timbre. Era Samantha Dolan, con toda la pinta de tener resaca.

—Acabo de llamarte.

—¿Y estaba?

—¿Sabes una cosa, Dolan? Hoy no es buen día para bromas.

Pasó de largo y se metió en casa, una vez más sin estar invitada, y asomó la cabeza en la cocina. Llevaba una americana azul marino con una camiseta blanca debajo y vaqueros, y gafas de sol italianas, ovaladas. La camiseta parecía muy blanca debajo de la chaqueta oscura.

—Sí, bueno, yo también tengo días así. No has arreglado las baldosas.

—No quisiera parecer maleducado, pero ¿qué haces aquí?

—¿Te preocupa que la mujercita se ponga celosa?

—Hazme el favor de no llamarla «la mujercita».

—Lo que tú digas. ¿Me das un zumo o un vaso de agua? Estoy bastante seca.

La acompañé a la cocina y serví dos vasos de zumo de mango. Cuando le di el suyo se quitó las gafas de sol. Tenía los ojos inyectados en sangre y me llegó una vaharada de tequila.

—Joder, son las ocho de la mañana, Dolan. ¿No empiezas a darle muy temprano?

Los ojos enrojecidos me taladraron.

—¿Es asunto tuyo cuándo empiezo a darle?

Me encogí de hombros.

Dolan volvió a ponerse las gafas.

—He estado pensando en lo que dijiste anoche: que a lo mejor el asesino está relacionado con Pike a través de García. Puede que hayas puesto el dedo en la llaga, pero desde luego no podía llamarte desde la oficina para comentarlo.

—¿Eso significa que vas a ayudarnos?

—Eso significa que quiero comentarlo.

El gato empezó a entrar por la trampilla de la puerta, pero se detuvo al verla.

Dolan le soltó un bufido.

—¿Qué coño estás mirando?

El gato ladeó la cabeza, sin dejar de mirarla.

—¿Qué le pasa a este gato?

—Creo que está desorientado. Sólo le cae bien otra persona en todo el mundo: Joe Pike. Quizás es por las gafas.

—Qué suerte tengo —replicó Dolan con cara de pocos amigos—. Me confunden con un matón de cien kilos con corte de pelo militar y sin tetas.

Se quitó las gafas y miró al gato como si fueran a salírsele los ojos de las órbitas.

—¿Mejor así?

El gato ladeó la cabeza hacia el otro lado.

—¿Por qué pone la cabeza así?

—Le pegaron un tiro.

Se puso en cuclillas y le tendió la mano.

—No, Dolan, que muerde.

—Samantha.

—Samantha.

El gato la olisqueó. Se acercó a ella lentamente y siguió olfateándola.

—A mí no me parece tan malo —dijo. Le rascó la cabeza y se terminó el zumo—. No es más que un gato.

Miré al animal y luego a ella. En todos aquellos años le había visto arañar a cien personas, y jamás había dejado que le tocara nadie más que Joe y yo.

—¿Qué?

—Nada —contesté.

Sacó un paquete de Marlboro del bolsillo.

—¿Te importa que fume?

—Pues sí. Si no hay más remedio, podemos salir al porche.

Salimos. La neblina gris del día anterior seguía flotando en el aire, pero se había diluido algo. Dolan fue hasta la baranda y contempló el cañón.

—Se está bien. Tienes sillas aquí fuera. Tienes barbacoa.

Encendió el Marlboro y expulsó una gran nube de humo que se mezcló con la neblina. Qué bien.

—Bueno, ¿en qué pensaste ayer? —pregunté.

—Yo no estaba en el cuerpo cuando pasó aquello con Wozniak y Pike, pero Stan Watts sí. Le pregunté. ¿Sabes qué pasó?

—Sí.

Habían visto salir de un parque a una niña, Ramona Ann Escobar, con un hombre que según la policía era un conocido pedófilo y pornógrafo infantil llamado Leonard DeVille. Pike y Wozniak se habían enterado de que alguien había visto a DeVille entrando en el motel Islander Palms y se habían acercado a investigar. Al entrar en la habitación, no encontraron a Ramona. Pike nunca me había hablado de aquello, pero recordaba, por haberlo leído en los periódicos, que Wozniak, que tenía una hija pequeña, al parecer había temido que DeVille le hubiera hecho daño a la niña. Sacó el arma y dejó sin sentido a DeVille. Pike creyó que Wozniak podía hacer daño al sospechoso e intervino. Hubo una refriega durante la cual se disparó el arma de Wozniak, y éste murió. Asuntos Internos investigó el caso, pero no acusó de nada a Pike. Lo que no decían los artículos que había leído era que casi todos los agentes del cuerpo sí le echaban la culpa de la muerte de Wozniak y le odiaban aún con más fuerzas porque le había matado para defender a un hijo de puta como Leonard DeVille, un pedófilo.

—Total —concluyó Dolan—, que si buscas a alguien que le guarde rencor puedes empezar por unos doscientos policías.

—Eso no me lo creo.

—El odio es un sentimiento muy constante, guapo. Todavía hay agentes en activo que siguen odiando a Pike por lo que le pasó a Wozniak.

—Piensa un poco lo que dices, Dolan. ¿Tú crees que hay por ahí un poli que le tiene tanto rencor que está dispuesto a matar a un inocente como Dersh para colgarle el muerto a Pike?

—Lo de inocente lo dirás tú. Si alguno de esos vaqueros cree que Dersh es un asesino en serie, a lo mejor considera que es un sacrificio insignificante. Y si no es un poli, seguramente será uno de los doscientos o trescientos mamones que arrestó Pike. Eso supone un buen número de sospechosos.

Me encogí de hombros.

—No puedo meterme en eso, Dolan. Hay tantas variables que si intento tenerlas todas en cuenta más me vale quedarme quietecito en casa a esperar que Krantz resuelva el caso.

—Ya sabía que no iba a convencerte algo así.

—¿A ti te convence?

—No, por supuesto. Joder, cómo pega el sol.

Se quitó la americana y la colgó del respaldo de una de las hamacas. Llevaba la Sig en una pistolera colgada del cinturón de los vaqueros, sobre la cadera derecha, y sus brazos tostados por el sol parecían fuertes. La camiseta blanca resplandecía tanto que me hizo entornar los ojos.

—Tengo que quedarme con lo que tengo delante, o sea Wozniak y Karen García, y cómo se conocieron todos. Tengo que descubrir todo lo que pueda sobre Wozniak y DeVille, y sobre lo que pasó en aquella habitación. Quiero el informe de la investigación, el del incidente y todo lo que tuviera Asuntos Internos.

Antes de que hubiera terminado, Dolan ya estaba negando con la cabeza.

—Desde ahora te digo que mejor te olvides de los documentos de Asuntos Internos. Están protegidos. Necesitarías una orden judicial.

—Necesito el expediente personal de Wozniak y el informe del caso de DeVille. Voy a hablar con Joe a ver qué dice.

—Por pedir que no quede, ¿eh?

—¿Qué otra cosa puedo hacer?

Dio otra fuerte calada al cigarrillo.

—Supongo que nada. Voy a hacer unas llamadas. Puede que tarde un poco.

—Te agradezco la colaboración, Samantha.

Apoyó los codos en la barandilla y dirigió la mirada hacia el cañón.

—No tengo nada mejor que hacer. ¿Sabes qué me ha mandado Bishop? Que haga las llamadas de trámite de los robos del año pasado. ¿Sabes qué es eso?

—No.

—Cada tres meses repasamos los casos sin resolver para que no se apolillen. Llamas al inspector que consta en la documentación, le preguntas si se ha enterado de algo nuevo, te dice que no y lo apuntas. Eso podría hacerlo una secretaria, joder. Y cada vez que veo a Bishop me pone mala cara y se larga.

No supe qué contestar.

Apuró el cigarrillo y lo dejó caer en el vaso del zumo.

—Lo siento, Samantha.

—No tienes que sentir nada.

—Te acorralé y tuviste que contarme lo del grupo operativo, igual que te acorralo ahora. Te pido perdón por eso. Yo no le habría dicho a Krantz que lo sabía ni que había mantenido aquella conversación en tu coche aquella mañana.

—En esta vida todo acaba sabiéndose, guapo. Ahora estoy pisando terreno resbaladizo, pero si hubiera mentido aquel día y se hubieran enterado, seguro que ya me la habría pegado. Ya te he dicho que si me porto como una buena chica cuando corresponde, puede que Bishop me permita quedarme.

Asentí.

—Me siento como una borracha de mierda.

—¿Porque ya te has tomado un par de copas?

—Porque me apetece una ahora.

Siguió mirándome fijamente.

—No me he tomado una copa por esta mierda del caso, idiota.

La observé, pensando que no hacía falta que hubiera venido a mi casa, que habría bastado con telefonear. Me di cuenta de que había llamado al timbre apenas unos minutos después de que se hubiera ido Lucy.

Dolan estaba apoyada en la barandilla, con la espalda estirada, tirante, y la camiseta blanca tensa. Estaba guapa. Se dio cuenta de que la miraba y cambió el peso de una pierna a otra, balanceando el culo. Aparté la vista, pero no fue fácil. Pensé en Lucy.

—Elvis.

Sacudí la cabeza.

Dolan se acercó, me rodeó el cuello con los brazos y me besó. Noté el sabor del tabaco, del tequila y del mango, y quise devolverle el beso. Puede que incluso lo hiciera durante un instante.

Entonces aparté sus brazos de mi cuello.

—No puedo, Samantha.

Retrocedió de inmediato. Se ruborizó, y dio media vuelta y entró corriendo en casa. Un instante después oí cómo aceleraba el BMW y se alejaba.

Me toqué los labios y me quedé allí fuera durante mucho tiempo, pensando.

Luego entré en casa y llamé a Charlie Bauman.