Capítulo II

Año 1982

—¿Cómo que en la calle?, ¿te da igual que te vean? —le increpó Eloísa.

Héctor se ruborizó por la rabia contenida al ser atacado por Eloísa.

—Eloísa, en Burjasot no nos conoce nadie.

—Hablas de Burjasot como si fuese la Alemania del Este antes de que tiraran el dichoso muro ése. Burjasot está a un paso, además, te recuerdo que el hecho de que tú no conozcas, o creas no conocer a nadie en Burjasot, no quiere decir que no te conozcan a ti. Además, pueden conocer a Inés. Hasta es posible que en el bufete tengáis clientes de Burjasot. ¿Me equivoco?

—Está bien, iré con más cuidado, pero a ti también pueden verte. ¿No? —Intentó defenderse él como buenamente pudo.

—Yo no voy por la calle dándome arrumacos con Jacob.

—Bien, pero Jacob tiene vecinos y os pueden ver, además, te recuerdo que antes vivíamos en Ontinyent. ¿No se mosqueará nadie si te ven deambular por allí?

—No es lo mismo, la gente podrá imaginarse lo que le venga en gana, pero no podrá decir que me han visto en una situación delicada. Además, te recuerdo que todo esto ha sido idea tuya.

—Pues bien que te has acostumbrado enseguida y bien que lo estás disfrutando.

—¿No se trataba de eso? ¿Acaso no tenía que disfrutar? Se supone que esto lo has maquinado para que nuestro matrimonio no naufrague, aunque pienso que tu única finalidad era acostarte con esa zorra y buscabas una excusa para que yo no te dijera nada. Ahora resulta que has tenido un gatillazo y te molesta que Jacob esté disfrutando de tu mujercita mientras tú te tienes que aliviar en el baño.

Héctor no contestó, eso le pasaba por haberle dado tantos detalles a Eloísa, había sido un imbécil y empezaba a estar harto de la situación, cuando aún no habían transcurrido quince días desde que aquel proyecto fantasioso pasó a ser una realidad.

—¿Qué piensas hacer al respecto? —continuó Eloísa mientras Héctor le daba la espalda.

—¿Al respecto de qué?

—De lo que estamos hablando. ¿Te parece bien ir paseándote por ahí tan descuidadamente?

—Ya te he dicho que iré con más cuidado.

—¿Eso es todo?

—¿Qué más quieres que haga? No puedo borrar lo del pasado viernes. Además, sigo convencido de que no nos reconoció nadie.

—¿Y en el bufete?

—¿Qué pasa en el bufete?

—Eso es lo que yo te pregunto, ¿actúas con discreción allí o pasas de todo?

—Ya está bien —cada vez le costaba más controlar su rabia.

Eloísa no bajaba la guardia y parecía seguir dispuesta a profundizar en la llaga abierta. Héctor intentó ignorarla y se metió en su pequeña biblioteca privada. Era el único lugar de la casa en el que se acostumbraba a respetar mínimamente su intimidad. Eloísa estuvo tentada a seguirle, pero se contuvo. Por ese día era suficiente.

Héctor se sentó en el sillón de la biblioteca después de coger un libro cualquiera de las estanterías y se puso a ojearlo sin llegar siquiera a concentrarse en el contenido. Hacía calor, a pesar de que la biblioteca estaba cubierta de corcho que la aislaba algo del exterior. No cabía duda de que tenía que poner aire acondicionado como en el resto de la casa. En invierno aquel reducto se convertía en una nevera y en verano uno empezaba a sudar nada más entrar. En definitiva, que no había cristiano que pudiera leer tranquilamente, salvo unos pocos días al año en los que la temperatura pasaba desapercibida.

Año 2000

Llegó a la Plaza de Cánovas en coche, conducía una berlina de BMW que había sustituido a su viejo Mercedes. Pudo aparcar en la zona azul sin demasiados problemas, a pocos metros del restaurante donde había quedado con su amigo.

Cuando entró en Cánovas, Tasio lo estaba ya esperando en la barra saboreando un café corto y fuerte, sin azúcar. Se acercó y se dieron un fuerte y afable apretón de manos.

—¿Cómo te va? —le preguntó Héctor.

—Ya ves, a tu disposición como siempre.

—Ya será menos.

—¡Te diré!, tenía previsto irme unos días de vacaciones y aquí estoy, a ver qué es eso tan confidencial que quieres contarme.

—Vamos a una de las mesas —dirigiéndose a uno de los camareros pidió un gin tonic de Larios.

—Es sobre Eloísa —notó como Tasio se sorprendía, aunque no dijo nada.

—¿Tenéis problemas?

—No exactamente, mira… —no sabía cómo plantearle la situación—. Bueno, el caso es que Eloísa se comporta de una forma algo violenta últimamente, y temo que haga alguna tontería. ¿Recuerdas aquel asunto antiguo que te encargué investigar cuando ella estaba liada con Jacob y yo con Inés?

—Sí, claro, pero aquello terminó hace varios años. ¿No?

—Hombre, la relación terminó, pero todavía quedan coletazos, y precisamente de ello es de lo que te quería hablar. Temo que Eloísa haga una locura. Además, ahora sabes que estoy escribiendo mi biografía novelada, y creo que ha sido otra tonta idea mía, porque ha resucitado muchas cosas y creo que puede ser el desencadenante de alguna tragedia.

—¿Tan grave es?

—Quizá no, pero puede que sí. Necesito tu ayuda para averiguarlo y si puede ser para evitarlo.

—¿Qué debo hacer entonces?

—Necesito que sigas a Eloisa durante un par de semanas a todas partes. Algo como lo que hiciste en 1982 cuando te encargué aquel primer trabajo, pero más a fondo porque ahora no estamos hablando de sexo sino de cosas más graves. Y por supuesto, además de la discreción que siempre te pido, te pido también un cariño especial en esta investigación. Gástate lo que haga falta y si es necesario, siempre que sea de confianza, búscate ayuda.

—Prefiero trabajar solo y ahora no tengo nada entre manos. ¿Cuándo empiezo?

—Ya mismo, nos veremos los lunes y los jueves a estas horas aquí mismo, salvo que encuentres algo realmente importante, en cuyo caso te ruego que te pongas en contacto conmigo de inmediato.

—Hecho. De todos modos, yo necesitaré más datos por tu parte. Quiero saber qué es lo que temes, qué está ocurriendo en tu casa, si actualmente tenéis algún lío por ahí, o cualquier otra cosa, creas que esté relacionada o no con el asunto.

—Sin problemas, si quieres te puedo hacer ahora mismo un pequeño resumen y conforme vaya avanzando la investigación, profundizamos todo lo que quieras.

Héctor acabó de un solo trago la mitad del gin tonic que le quedaba y dejó un billete de mil pesetas sobre la mesa. Salieron sin esperar el cambio.

Héctor subió a su BMW y salió en dirección al puerto. Tasio se fue caminando hasta su casa mientras pensaba en lo que había estado comentando con Héctor. Héctor y Eloísa siempre habían hecho una pareja muy extraña, llevaban ya casados veinticinco años, lo sabía, porque además de que él estuvo en la boda, Héctor le había hablado el otro día de que estaba preparando las bodas de plata, ¿o no eran las de plata? Bueno, el caso es que estaba seguro de que hacía un montón de años que estaban casados. Tenían un solo hijo que tendría poco menos de esos veinticinco años, porque la pareja se casó de penalti, como entonces se llamaban a estas cuestiones de ir tres a la boda. El chaval se dejó pronto los estudios y estuvo unos años a la sombra de su padre, el chico prometía, pero evidentemente no le gustaba estudiar. Ahora trabajaba en una empresa relacionada con la informática. La verdad es que el sistema educativo, al menos aquí en España, siempre ha sido muy deficiente, y no se ha sabido adaptar a las distintas necesidades de cada persona. A uno intentan hacerle aprender de memoria una serie de estupideces que no le servirán para nada en un futuro, ni en su vida ni en el mundo laboral, y pocas cosas prácticas se pueden aprender. De ahí que mucha gente termine su carrera con grandes desconocimientos de cosas necesarias por una parte, y con un bagaje de conocimientos inútiles por otra, conocimientos que sin duda irá olvidando poco a poco en el transcurso del tiempo, precisamente por su total inutilidad. Cuántas horas perdidas en los estudios con los codos sobre la mesa con el único fin de aprobar un examen inútil.

Héctor y Eloisa fueron durante un tiempo una pareja envidiada por los demás, a pesar de haberse casado tan jóvenes, la cosa les funcionó bien durante mucho tiempo, luego vino la crisis, la primera de las crisis porque luego vinieron otras. A los seis o siete años de casados se liaron con sus respectivos amantes y ahí empezaron sus problemas, aunque posiblemente, de no haber derivado la cosa por ahí, hubieran acabado separándose como tantas otras parejas a las que se les había agotado la magia del amor. Nunca se sabe qué puede resultar mejor, una vez tomada una decisión que no tiene marcha atrás. Héctor le encomendó entonces una investigación para que siguiese a Eloísa. Fue muy desagradable, porque algunas de las sospechas de Héctor eran ciertas y así se lo tuvo que informar. En realidad, aunque todo había parecido idea de Héctor, Eloísa ya estaba liada con Jacob mucho antes de ocurrir aquello. Los desenfrenos sexuales con Jacob eran continuos y Eloísa parecía insaciable. Luego apareció en escena Hervé un divorciado más joven que Jacob, de origen francés que acabó liándose con el propio Jacob. Esto enfrió algo la relación de Eloísa con él, aunque no dio fin a la misma. Jacob jugaba a dos barajas y lo mismo se acostaba con uno como con la otra. Finalmente Hervé y Jacob formaron pareja estable y se fueron a vivir juntos. Eloísa acabó con su relación sexual con Jacob, aunque mantuvo su amistad con él, y Héctor siguió liado un tiempo con Inés. Pero claro, aquello no podía durar. A Eloísa se la comían los celos y todo eran presiones para que Héctor abandonase a Inés. Eloísa lo amenazaba con liarse con el primero que pillase, aunque a esas alturas a Héctor ya le daba todo igual, o al menos eso era lo que parecía. Eloísa quería saber cada detalle de su relación con Inés, le increpaba cada día, y no lo dejaba dormir hasta que Héctor no le había dado el parte diario. Relación que por otra parte había sido también muy problemática según el propio Héctor le había contado a él. Durante mucho tiempo Héctor e Inés no pudieron hacer el amor porque la erección le era totalmente imposible con ella, a pesar de que con Eloísa seguía funcionando perfectamente. Héctor llegó a pensar que estaba poseído por algo desconocido que le impedía las relaciones fuera del matrimonio. Además, cada vez de forma más inconsciente, deseaba a su mujer de una manera desasosegada y descontrolada, estaba como poseído. Ella hacía con él lo que le venía en gana y finalmente le dio el temido ultimátum. Héctor se lo contó un día entre llantos; Eloísa lo había obligado a abandonar a Inés, sin más explicaciones y finalmente claudicó, no se pudo negar, necesitaba a Eloísa de forma pasional e incontrolada. Eloísa lo había rodeado de algo que él desconocía y que no comprendía, y no podía estar sin ella. A Héctor le costó sincerarse con él, pero finalmente se lo contó todo. De ahí que conociera con tanto detalle las relaciones sexuales de su amigo con Eloísa y con las otras, porque hubo otras después de Inés, pero las cosas fueron de otro modo.

Héctor se había convertido en el perro faldero de Eloísa y sexualmente era un completo esclavo. Lo hacían cuando a ella le venía en gana y como ella quería, y en más de una ocasión compartieron cama con otras personas para satisfacción de las fantasías sexuales de ella. Eloísa, además, tuvo alguna que otra aventura fuera del matrimonio, aventuras que luego le contaba en la cama a Héctor, lo humillaba y a veces incluso lo obligaba a que le hiciese el amor cuando todavía olía a otro hombre. Todo esto, en vez de repugnarle a Héctor, lo excitaba, hacía que cada vez deseara más a Eloísa, y ella se aprovechaba de la situación, hacía lo que le venía en gana y utilizaba sexualmente a su marido como le apetecía. Muy complicada, cuanto más lo pensaba Tasio, más complicada le parecía la extraña pareja. Y ahí estaban, veinticinco años después felizmente casados, al menos en apariencia. Ahora le había pedido que la siguiera de nuevo, pero se notaba preocupación en la voz de Héctor, en realidad, Tasio había adivinado y sabía que no se equivocaba, que lo que pretendía Héctor era proteger a su mujer, no sabía bien de qué, pero era evidente que quería protegerla de algo. Héctor seguía enamorado y encoñado con Eloísa. Tasio prefirió iniciar la investigación sin ideas preconcebidas, por lo que de momento no le preguntó nada más a Héctor, quería seguirla un par de días, y luego ya preguntaría más cosas, era su forma de actuar, sabía que cuando empezaba una investigación con alguna idea preconcebida, inconscientemente dejaba de lado senderos importantes y se cegaba por lo que creía que era el centro de la investigación, cuando en realidad no era más que un faro fantasma que lo hacía apartarse de la realidad. ¿Qué le preocuparía a Héctor? ¿Podría estar relacionado con el contenido de su autobiografía? Sabía que Héctor nunca daba sus libros a leer a nadie antes de publicarlos, salvo a Eloísa que leía cada día lo que Héctor había escrito. Eloísa era su musa y su mayor seguidora, y según muchas veces le había confesado a Tasio, sus novelas cambiaban de rumbo cada día por los comentarios que le hacía Eloísa. Algunas novelas eran más de ella que de él. Es cierto que él era quien sabía plasmar las ideas sobre el papel de forma que les daba un encanto y una coherencia que sus lectores adoraban, pero no era menos cierto que muchas ideas eran de ella, y que muchas de las novelas que había iniciado con ideas de él mismo, acababan convirtiéndose en algo totalmente distinto a lo que había pensado inicialmente conforme se acercaban al desenlace, pero eso no lo sabía nadie. Según le dijo Héctor, estas cosas sólo se las contaba a su mejor amigo, y Tasio era su mejor amigo, y Tasio desde luego no se lo contaba a nadie. ¿Qué contendría la autobiografía que leída por Eloísa hubiera podido provocar alguna situación alarmante? Conociendo la vida que habían tenido, no era de extrañar que si Héctor había sido demasiado sincero en algunas cuestiones, la imagen de Eloísa podía quedar dañada, aunque por otra parte, la dependencia de Héctor era tal, que Tasio no imaginaba posible que pusiera en la autobiografía algo que pudiera perjudicarla a ella. La autobiografía era novelada y simplemente estaba basada muy ligeramente en la realidad, o al menos eso era lo que Héctor le había dicho, pero en el fondo estaba convencido de que en ese maldito libro se encontraba la clave de todo. Ya lo tenía planeado, seguiría a Eloísa un par de días para hacerse una primera visión de conjunto, y luego le pediría a Héctor que le dejase leer lo que había escrito hasta la fecha, de aquel libro. No aceptaría un no por respuesta, al fin y al cabo, aquello estaba relacionado con la investigación, y Héctor no podía negarse a darle facilidades en beneficio de lo que pudiera averiguar.

Eloísa estaba en el baño, con la bañera llena de agua cuasi hirviendo y con cuatro dedos de espuma provocada por una mezcla de gel, sales de baño, champú y depilador. Eloísa pasaba horas dentro de la bañera, la relajaba, podía soportar temperaturas que a otras personas les parecían abrasadoras, de hecho nunca podía bañarse con Héctor porque a él le gustaba el agua más bien fría, o al menos no tan enormemente caliente como a ella. Los poros se le abrían y limpiaba su piel con profundidad, cada centímetro, depilándose las piernas, los brazos y los sobacos, y aquella línea de pelos que le bajaban desde la parte inferior del ombligo hasta el comienzo del pubis. Una línea de pelos que parecía una fila de hormigas que se dirigían al hormiguero que era la misma zona umbilical. Eloísa odiaba esos pelos, por lo que continuamente los estaba eliminando, pero éstos se empecinaban en su intento por volver a aparecer, cada vez más lustrosos y con mejor cara. También tenía pelos en la espalda, encima del culo, en el pequeño hueco que se formaba en el centro de la espalda. Éstos eran más finos y suaves, pero eran los más molestos porque le costaba quitárselos por su posición de retaguardia. Se la veía feliz, el cuarto de baño parecía el centro de Londres en un día de niebla intensa, al espejo le costaría recuperar su propiedad reflejante, cubierto como estaba de una espesa capa de vaho húmedo.

Eloísa a veces se depilaba también el pubis y con su pequeño cuerpo parecía una niña, aunque esta operación no la hacía muy a menudo porque cuando volvían a salirle los pelos se pasaba varios días rascándose y además algunos de ellos le pinchaban entre las piernas.

Cuando salía del baño se secaba con cuidado todo el cuerpo y se ponía sus cremas de rejuvenecimiento en la cara y en las tetas, y leche hidratante en todo el cuerpo, se pintaba las uñas de las manos con esmalte rojo, y cuando estaba inspirada hacía lo mismo con las uñas de los pies. Tenía unos pies griegos que no le gustaban, el dedo índice sobresalía de forma exagerada sobre los demás. A ella le hubiera gustado tener unos pies egipcios, más armónicos, con el dedo pulgar más largo y los otros en orden descendente. Aunque en realidad era más cómodo tener pies griegos que egipcios porque la mayoría del calzado estaba diseñado para este tipo de pies, a pesar de que había leído en alguna parte que estadísticamente sólo un 12.5 por ciento de la población tenía los pies griegos.

Se pintó las uñas de los pies, sí, hoy se las iba a pintar. Con una piedra pómez se limó unas pequeñas impurezas de los talones, y se retocó con una maquinilla de afeitar de Héctor los bordes del pubis, perfilándolos y convirtiéndolo en un perfecto triángulo isósceles. Se puso un poco de desodorante en los sobacos que le escocieron, miró la etiqueta y efectivamente era de los que contenían alcohol, nunca se acordaba de mirar que no tuvieran alcohol cuando los compraba.

Se puso unas braguitas blancas tipo tanga, con encajes delicados en su parte delantera, y decidió no ponerse sujetador. Tenía unos pechos pequeños que le permitían poder hacer eso de vez en cuando sin que peligrase demasiado su estabilidad, aunque con la edad ya habían empezado a caérsele ligeramente. Se miró en el espejo y no vio nada más que vaho. Salió del cuarto de baño y se miró en el espejo del dormitorio, un espejo de cuerpo entero. Se bajó delicadamente las bragas para comprobar el acabado de su depilación y se las volvió a poner. Estaba satisfecha. Tenía cuarenta y seis años, pero seguía teniendo un cuerpo de niña ya adolescente, pequeño pero bien formado, con cuarenta y pocos kilos. Todavía podía ponerse el traje de boda, después de veinticinco años, apenas había engordado un par de kilos. Estaba satisfecha consigo misma.