Él se puso tenso por dentro. Quería aceptar la oferta, pero frunció el ceño.

—¿Qué quieres? ¿Solo que nos acostemos juntos?

—Será solo físico —le confirmó ella—. Y no se enterará nadie.

Hayden se preguntó si estaba hablando en serio. Su cuerpo estaba de acuerdo, pero la idea era una locura. Aunque Lucy no parecía estar de broma.

—La investigación...

—Ya ha ocurrido algo entre nosotros. No creo que esto lo empeore más. Dime, ¿te has convencido de la inocencia de Graham después de acostarte conmigo?

—No.

Graham era culpable, de eso no tenía ninguna duda, y lo único que lo haría cambiar de opinión sería alguna prueba irrefutable.

—¿Va a cambiar algo en la investigación porque nos acostemos juntos?

—No —volvió a contestar él.

La integridad lo era todo en su trabajo.

—Entonces, no pasa nada —insistió Lucy—. Podemos tener una aventura.

—Una aventura —repitió él.

No tenía sangre suficiente en la cabeza para continuar con aquella conversación. Toda había bajado en cuanto le había dado el primer beso a Lucy.

—Es un plan estupendo —le dijo ella, como si fuese evidente.

Él se levantó y se acercó a la ventana. Con algo de suerte, el movimiento le aclararía un poco la mente.

No fue así.

—¿A ti te parece bien? —le preguntó por fin—. Que sea solo algo físico.

La deseaba más de lo que había deseado nunca a una mujer, pero jamás la utilizaría.

Ella frunció el ceño y se miró las manos, como si no supiese qué decir.

—En estos momentos no quiero una relación seria. Tú dices que estás centrado en tu hijo y en tu trabajo, pues yo estoy centrada en mi carrera.

Hizo una pausa y miró a su alrededor.

—Debido a quiénes son mi padre y mi padrastro, tengo que trabajar el doble que cualquiera para demostrar mi independencia, para demostrar lo que valgo. Y, si te soy sincera, lo último que necesito es una relación con un hombre rico y mayor que yo, conocido y con muchos contactos.

Hayden respiró hondo. Había pensado en sus motivos para no tener una relación, pero no en los de ella. Ambos tenían mucho que perder, pero, aun así, Lucy lo deseaba tanto que quería proponerle aquel plan.

Volvió a acercarse al sofá en el que estaba sentada y se colocó en el bracero. Tomó sus manos.

—Tendremos una aventura con fecha de caducidad, que será cuando yo me marche de la ciudad.

Consiguió mantener la voz firme a pesar de lo nervioso que estaba.

—Entonces, ¿quieres? —le preguntó ella con cautela.

—Lucy, quiero mucho más de lo que puedo decirte, pero tengo ciertas condiciones.

Le soltó las manos y volvió a levantarse.

—Para empezar, mantendremos la norma de que nadie puede enterarse. Y también la de que esto no puede influir en nosotros.

—Hecho —se limitó a contestar.

Hayden sintió un escalofrío. Se aclaró la garganta antes de continuar.

—Otra norma es que no lo hagamos aquí, en mi suite. Es donde llevo a cabo mi investigación y donde me reúno con otras personas. Solo nos acostaremos en tu casa, y solo durante el día, mientras Josh esté con su niñera. Así podremos mantener las distancias entre lo nuestro y la investigación.

—Tiene sentido —admitió ella muy seria.

Él se arrodilló delante; no quería que hubiese ningún malentendido con sus siguientes palabras.

—Prométeme que, si te sientes incómoda, o que si la situación te supera, me lo dirás.

Ella asintió. Tomó su rostro con ambas manos.

—Te lo prometo si tú me lo prometes también a mí.

—Claro —respondió él, que casi no podía hablar, teniéndola tan cerca.

—Mañana puedo trabajar desde casa.

A Hayden se le aceleró el pulso.

—Yo no tengo ninguna reunión por la mañana. Iré a las nueve y media.

Lucy se humedeció los labios y él gimió.

—Pero como no te marches ahora mismo, vamos a tener que empezar ya.

Ella hizo un gesto travieso, tomó su bolso y prácticamente corrió hacia la puerta.

Hayden se quedó solo, preguntándose cómo iba a sobrevivir hasta las nueve y media.

A las nueve y diez minutos de la mañana llamaron a la puerta de la suite de Hayden. La única cita que tenía era con Lucy, veinte minutos más tarde, para empezar con su aventura. Sintió calor. Estaba vestido y preparado, para Lucy, desde las ocho. La niñera había llegado a las nueve y él se había pasado los diez últimos minutos ordenando papeles, deseando que el tiempo pasase más deprisa.

Cuando abrió la puerta, Angelica Pierce estaba al otro lado, ataviada con un vestido ajustado y rojo. Sus labios hinchados de botox esbozaron una sonrisa.

—Hayden, querido —lo saludó alegremente.

—Buenos días, Angelica —contestó él, sonriendo de manera profesional y evitando que se le notase lo mucho que le molestaba aquella visita.

—¿Habíamos quedado?

—No, no —respondió ella, entrando en la habitación—. Estaba por la zona y he pensado pasar a ver si podía ayudarte en algo.

—¿Quieres ayudarme? —le preguntó él, metiéndose las manos en los bolsillos.

—¡Por supuesto! Esta historia nos afecta a todos los periodistas. Cuanto antes se resuelva, mejor.

Se sentó en el sofá y tocó con la mano el lugar que había a su lado.

—Ven a sentarte, Hayden, para que podamos hablar.

Ver a Angelica en el sofá en el que había estado besando a Lucy menos de doce horas antes no le gustó.

—Lo siento, pero tengo que marcharme a una reunión.

—Oh, querido, seguro que puedes hacerme un hueco —le dijo ella, estirando el cuello y bajando el hombro para exhibirse.

A pesar de que estaba deseando echarla de allí, Hayden analizó su postura y se dio cuenta de que era una clara invitación. De acuerdo con lo que sabía de Angelica, era posible que esta reaccionase muy mal si la rechazaba. Y si eso ocurría, podía bajar la guardia y contarle algo...

—Angelica —le dijo en tono educado, pero firme—. Lo siento, pero tengo que marcharme.

Ella se levantó del sofá y se puso frente a él, demasiado cerca. Hayden retrocedió y ella se acercó más.

—Hayden, será mejor que no perdamos el tiempo —empezó ella—. Sé que estás interesado en mí, y yo también me siento atraída por ti.

—Angelica —respondió él, cruzándose de brazos—. No. No va a haber nada entre nosotros, ni ahora ni nunca.

Ella se quedó en silencio unos segundos.

—Es por ella, ¿verdad? —le dijo, señalándolo con el dedo, furiosa.

—¿Por quién?

—Por Lucy Royall —espetó Angelica—. El otro día solo querías hablar de ella. Estás enamorado, ¿verdad?

Hayden se sintió incómodo. Había pensado que Angelica expresaría su rabia contra él, no contra Lucy. Se preguntó si la habría puesto en la línea de fuego.

Angelica debió de ver algo en su rostro que lo delató, porque sonrió satisfecha.

—No te preocupes, querido, os ocurre a todos. Pensáis que la princesa es perfecta, pero yo te voy a dar un consejo, como amiga: tu amorcito te está investigando. Está recogiendo información para después emitir un reportaje sobre ti en ANS. Me lo contó el propio Graham Boyle anoche.

A Hayden se le detuvo el corazón. ¿Era posible que Lucy hubiese jugado con él? No, se negaba a pensar que fuese una manipuladora. Aunque, en el fondo, no la conocía tanto. Sintió náuseas y un gusto amargo en la boca. Tal vez sí fuese capaz de haber planeado algo así. ¿Formaría la aventura sexual parte de su plan?

En cualquier caso, no iba a compartir ninguno de sus pensamientos con Angelica.

—Creo que debes marcharte —le dijo, acercándose a la puerta.

—Por supuesto —respondió ella, volviendo a transformarse—. Llámame cuando quieras hablar. Y recuerda que puedo ayudarte. Mientras tanto, no le cuentes a la princesa nada que no quieras que salga en televisión.

Tres minutos después, Hayden estaba en su coche de alquiler, de camino a casa de Lucy. Habían planeado aquello como una visita romántica, pero iba a utilizarla para obtener información, empezando por la verdad.

Capítulo Siete

Eran casi las diez de la mañana cuando Lucy vio llegar el coche de Hayden. Con mariposas en el estómago, estudió su vestido color crema, fácil de quitar, debajo del cual llevaba un conjunto de lencería color lavanda. Le había parecido adecuado para el inicio de una aventura, aunque se había cambiado dos veces de ropa y también había tenido dudas acerca de aquella. Si Hayden no hubiese llegado en ese momento, habría vuelto a subir las escaleras para cambiarse otra vez.

Con el pulso acelerado, fue a abrirle la puerta.

—Llega usted tarde, señor Black —le dijo en tono pícaro, pero entonces vio su expresión y le preguntó—: ¿Qué ocurre?

Él entró, fue al salón y luego se giró hacia ella con ambas manos en las caderas.

—¿Me estás investigando?

Lucy se quedó sin aire en los pulmones.

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó en un susurro.

—Hemos puesto normas, pero se nos ha olvidado la de no recoger información para hacer un reportaje mientras nos acostábamos juntos.

A ella se le doblaron las rodillas, pero avanzó.

—Hayden...

Él no la escuchó, atravesó la habitación y se apoyó en el marco de la ventana, que daba al pequeño patio que había en la parte trasera de la casa.

—Yo he sido claro y sincero con respecto a mi investigación. Sabías lo que estaba haciendo desde el principio, te conté que sospechaba de Graham y que pensaba que tú querías encubrirlo —le dijo, girándose a mirarla—. Al parecer, no merezco lo mismo.

—De acuerdo, estás enfadado —le dijo ella, acercándose—. Y admito que tienes derecho a estarlo.

Él rio con incredulidad.

—Qué generosa por tu parte.

—Pero tu investigación podría arruinar la vida de un hombre. De un hombre inocente.

Su padrastro, que durante diez años había sido bueno y generoso con ella.

—Graham podría perder su empresa, su reputación y su libertad —continuó—. Y hay personas de ANS dispuestas a tenderle una trampa. ¿Pensabas que no íbamos a tener un plan B, dada la situación?

—Pensaba que Boyle y ANS tenían un plan, por supuesto, pero no imaginé que tú estarías al frente —le contestó él, pasándose la mano por el pelo y fulminándola con la mirada—. Me parece una manera despreciable de tratar al hombre con el que te estás acostando, Lucy.

—Tienes razón. Lo siento.

Se dejó caer en el mullido sofá y se puso un cojín en el regazo.

—Pero tienes que entender que cuando Graham me pidió que lo hiciera, solo te había visto una vez. No sabía si podía confiar en ti.

Él levantó una mano.

—¿Ahora confías en mí?

—Sí —respondió ella suspirando—. No sé desde cuándo, pero sí.

—Entonces, ¿por qué no me lo contaste ayer? ¿O la semana pasada? ¿Después de que nos acostásemos juntos?

Era justo que Hayden le preguntase aquello. Ella también se lo había preguntado.

—Supongo que tenía la esperanza de que tú descubrieses al cabecilla de la trama y que la investigación se terminase antes de que se preparase el programa.

—¿Y si las cosas no salían así, y si la investigación se prolongaba? —le preguntó él—. ¿Ibas a contármelo antes de que se emitiese el programa? ¿O ibas a dejar que me enterase al mismo tiempo que todo el mundo?

—Te prometo que te habría advertido. Y tengo que decirte que lo siento mucho, Hayden, pero ponte en mi lugar un momento. Mi jefe, que además es mi padrastro y una persona a la que quiero, me pide que trabaje en un proyecto secreto que podría salvarlo. A ti te acababa de conocer. No iba a cambiar de bando como de camisa.

Hayden la comprendió.

—Estabas dividida entre tu familia y tu amante.

Ella bajó los hombros.

—Esto nuestro está rebasando todos los límites, ¿no crees?

Hayden soltó el aire y fue a sentarse en la mesita del café que había delante de ella. Sus rodillas se rozaron.

—Sí. De hecho, he estado pensando que debía pasarle el caso a otra persona de la empresa.

—No —le dijo ella, tomando sus manos—. No lo hagas, por favor.

Él inclinó la cabeza.

—Pero yo pienso que Graham es culpable. Para ti sería mejor que el caso lo llevase otro.

—A lo mejor piensas que es culpable, pero eres honesto y honrado. En cuanto encontremos las pruebas que exoneren a Graham, las respetarás. Tú eres nuestra esperanza, Hayden.

Todo aquello era cierto, pero había algo más. Lucy no estaba preparada para dejarlo marchar. Todavía no.

Hayden la miró fijamente y ella contuvo la respiración mientras esperaba a que tomase una decisión. Por fin lo vio asentir y se sintió aliviada. Sonrió y le soltó las manos, y algo en su interior le dijo que había reaccionado de manera exagerada, solo porque quería que un determinado detective se dedicase al caso. No obstante, no lo pensó.

Hayden se pasó la mano por el mentón recién afeitado.

—Has dicho que hay personas en ANS dispuestas a tenderle una trampa a Graham. ¿Por qué piensas eso?

La cosa iba mejor. Lucy se levantó y fue descalza hasta la cocina. Allí, sirvió agua con gas en dos vasos y le tendió uno a Hayden. Este se inclinó sobre la encimera y a ella se le secó la garganta. Su belleza oscura y masculina se veía realzada por el color claro del mármol y el blanco de los armarios. Lucy no solía invitar a gente a su casa, solía ver a sus amigos fuera, así que Hayden era el primer hombre que entraba en su cocina. A lo mejor, si hubiese habido otros, no se habría sentido tan abrumada por su presencia.

Bebió un sorbo de agua para humedecerse la garganta y poder volver a hablar.

—Tú mismo dijiste que había alguien que manejaba los hilos. Sea quien sea no quiere que lo atrapen y pretende cargarle el muerto a otra persona.

Dio otro sorbo y se quedó pensativa.

—¿Quién te ha contado lo de mi investigación?

—Angelica —admitió él—. Ha venido al hotel, me ha intentado seducir y luego me ha advertido que no confíe en ti.

A Lucy se le detuvo el corazón al oír que había intentado seducirlo, pero consiguió que eso no la afectase a la hora de pensar en la investigación.

—Estoy segura de que es ella la que está detrás de todo esto.

—Es probable —admitió Hayden, dejando el vaso en el fregadero y volviendo a apoyarse en la encimera.

—Entonces, ¿piensas que Graham es inocente?

—No —dijo él sacudiendo la cabeza—. Tenía que estar al corriente de todo lo que estaba ocurriendo, a lo mejor hasta han trabajado juntos, pero sospecho que Angelica fue quien lo planeó.

Lucy se cruzó de brazos.

—Ya verás, cuando termines la investigación, que Graham es inocente.

—Escúchame —le dijo él, tomando su mano y entrelazando los dedos con los de ella—. Hay otra cosa que me inquieta de lo que Angelica me ha contado.

—¿Lo de que ha intentado seducirte? —le preguntó ella sonriendo.

En el fondo, se alegraba de oír que Hayden había rechazado a otra mujer.

Él negó con la cabeza como si aquello no tuviese ninguna importancia.

—No. No es eso, sino el odio que siente por ti. Ni siquiera ha intentado ocultarlo.

—Siempre me ha odiado —dijo Lucy, encogiéndose de hombros.

Era algo que había aceptado una semana después de haber empezado a trabajar en ANS. Angelica trataba muy mal a las personas que estaban por debajo de ella, y parecía sentir un especial placer arremetiendo contra la hijastra del jefe. Y no era la única, Marnie y Mitch también la trataban mal.

Hayden tiró de ella para acercarla más.

—Esto iba más allá del odio. Mucho más allá.

Lucy tragó saliva. Hayden no era un hombre que se preocupaba por cualquier cosa.

—Ah.

—¿Por qué te odia tanto? ¿Habéis tenido algún encontronazo?

—No sé. Yo siempre he pensado que es porque soy la hijastra del dueño y no les gusta que trabaje con ellos.

—Podría ser, pero ¿por qué es Angelica más vengativa que el resto? Si es capaz de manipular al menos a dos personas en un caso tan complicado de escuchas ilegales, y conseguir que estas no la delaten, será mejor que no la infravaloremos.

—A mí nunca me haría nada —le dijo Lucy, a pesar de no estar muy convencida.

—Lucy, te aseguro que sé mucho del tema, por experiencia. Angelica Pierce te haría daño si pudiese. Y quiero poder protegerte. Di en ANS que tienes que mantenerte cerca de mí mientras llevas a cabo la investigación.

Lucy sintió un escalofrío. ¿Cómo que Angelica le haría daño si tuviese la oportunidad? ¿Qué clase de persona era? Siempre había sabido que era una periodista sin ninguna ética a la hora de obtener información, pero aquello era algo distinto...

Apartó las manos de las de Hayden y se abrazó por la cintura.

Luego levantó la barbilla. Una cosa era segura: Angelica no iba a poder con ella.

—No soy una niña que necesite protección. Estaré bien sola.

—Sé que no eres una niña —le dijo él, pasándole un dedo por el brazo antes de abrazarla—. Deja que te proteja.

Lucy sintió calor por todo el cuerpo, pero intentó no perder el control.

—No es tu trabajo —le dijo.

Él le acarició los costados y, al llegar a la altura de la cadera, la agarró por ella y la acercó más.

—Quiero protegerte. Quiero que estés bien.

Lucy no quería que su amante pensase que era una damisela en peligro, que necesitaba que la rescatase. ¿No se daba cuenta?

Apoyó las manos en su pecho y se apartó para poder mirarlo a los ojos, para que Hayden la entendiese bien.

—Hayden, no quiero que me veas como alguien a quien tienes que proteger.

—Te veo de muchas maneras —respondió él—. Te veo valiente y decidida. Te veo como mujer. Y también veo que una persona que puede estar loca la tiene tomada contigo. También veo que no puedo dejar de pensar en hacerte el amor otra vez. Y que...

—Para —le pidió ella, humedeciéndose los labios—. Vuelve a eso.

—¿A que una persona que puede estar loca la tiene tomada contigo? —le preguntó Hayden sonriendo.

Ella se apretó contra su cuerpo.

—No, lo otro.

—¿Que no puedo dejar de pensar en hacerte el amor otra vez? —sugirió con voz ronca.

Lucy se quedó sin aliento.

—Eso es. Háblame de ello.

—Pienso en ti de día y sueño contigo por las noches —le dijo Hayden, cambiando de postura para apoyar a Lucy contra la encimera.

—Empieza con los sueños.

Él sonrió sensualmente.

—En mi sueño favorito, estoy en mi cama de Nueva York y tú entras por la puerta y te metes conmigo en ella.

Lucy se estremeció solo de pensarlo.

—¿Y qué llevo puesto en ese sueño?

—Nada —respondió él—. Por eso es uno de mis sueños favoritos.

Ella cerró los ojos y notó cómo se le aceleraba el corazón.

—¿Y qué ocurría cuando me metía contigo en la cama?

Él rozó la mejilla de Lucy con su barbilla y le dio un beso en la oreja.

—Que yo me pasaba el resto de la noche haciéndotelo pasar muy bien.

—¿Y me lo pasaba bien?

—Sí —le dijo él, mordisqueándole el cuello—. Muy, muy bien. Cuando me desperté, me sorprendió no tenerte a mi lado.

Lucy se excitó con aquella historia tan sencilla, y sabiendo que Hayden Black había soñado con ella.

Lo abrazó por el cuello.

—Parece que el sueño estaba destinado a hacerse realidad.

—Estoy trabajando en ello —dijo Hayden, mirando a su alrededor—. ¿Hay algún dormitorio en esta casa?

—Al otro lado del pasillo. Háblame ahora de qué pensabas cuando estabas despierto —le sugirió ella, mordiéndose el labio inferior.

Hayden la tomó en brazos y fue hacia el pasillo.

—La mayoría de mis pensamientos eran de arrepentimiento.

—¿Cómo que de arrepentimiento? —le preguntó Lucy—. ¿Te arrepientes de haberme hecho el amor?

—Sí, de eso y de muchas más cosas.

—¿Como cuáles?

—Me arrepiento de que fuese tan rápido —le susurró él al oído—. No pude hacer todo lo que quería.

La tumbó en la colcha azul clara y luego subió a la cama y se cernió sobre ella.

—De no haber probado la piel que hay debajo de tu colgante de diamante.

Le desató el cinturón que le sujetaba el vestido y se lo abrió. Ella contuvo la respiración mientras Hayden la acariciaba a través del sujetador de encaje y luego inclinaba la cabeza para hundirla entre sus pechos. El calor de su boca y de su lengua hizo que le ardiera la sangre, y cuando sus dientes mordieron suavemente la curva de sus pechos, arqueó la espalda para ofrecerle más.

Cuando Hayden levantó la cabeza, tenía los ojos tan oscuros como la noche y llenos de deseo.

—De no haber sentido la piel satinada del interior de tus muslos —añadió, bajando una mano por su cuerpo y haciéndole levantar una rodilla.

Luego la besó en el vientre, en la cadera, en la pierna y en la rodilla que tenía levantada mientras seguía acariciándole la parte interna del muslo, muy cerca de las braguitas.

—No me pude entretener donde me habría gustado —continuó, acercando más la mano—. Y odio arrepentirme de las cosas, así que, si no te importa, voy a rectificar la situación ahora mismo.

—Por supuesto —respondió Lucy casi sin aliento.

Durante lo que a ella le parecieron horas, Hayden la estuvo torturando, la llevó al límite una y otra vez y fue quitándole la ropa mientras tanto. Al mismo tiempo, Lucy le acarició el musculoso abdomen, los fuertes hombros y brazos, el vello que cubría sus muslos, todas las partes de su cuerpo a las que llegaba, y lo desnudó hasta que lo único que hubo entre ellos fue un preservativo. Aquello no iba a durar eternamente y Lucy lo sabía, pero, por el momento, era suyo. Ese día y varios más, era la dueña de su cuerpo. Allí, en su cama, toda la atención de Hayden era para ella. Y no había otro lugar en el mundo en el que quisiera estar en ese momento. Tal vez jamás volvería a haberlo.

Hayden se detuvo, la miró fijamente a los ojos y luego la besó en los labios. Toda la pasión y el deseo confluyeron en un beso perfecto.

—Lucy —dijo con voz ronca al separar los labios de los suyos—. Nunca había deseado tanto a alguien.

Sacudió la cabeza, como si ni siquiera él pudiese creerlo.

—A nadie —repitió.

Luego le levantó la rodilla y, sin dejar de mirarla a los ojos, la penetró. Lucy gritó su nombre y a él le brillaron los ojos y empezó a moverse, despacio al principio, y más rápidamente después. Ella arqueó la espalda, deseando que aquello durase siempre, necesitándolo más de lo que habría creído posible. Cuando llegó al límite, Hayden la besó en los labios para hacerla explotar. Poco después él también llegaba al clímax y decía su nombre con voz ronca. Después salió de ella, pero la abrazó, y Lucy pensó que jamás se había sentido tan segura, tan deseada. Nunca se había sentido tan ella. ¿Volvería otro hombre a parecerle suficiente?

Esa tarde, Lucy se sentó en el despacho de Graham con Rosebud a sus pies. Tomó una fotografía enmarcada de la caja que tenía en el regazo. Era una fotografía de ella misma con quince años, entre Graham y su madre, sonriendo. Su padre le había hecho una copia y se la había enmarcado, y se la había regalado al llegar, unos minutos antes.

—Muchas gracias por esto —le dijo ella emocionada.

—Sé que todavía la echas de menos —respondió él, también con algo de emoción en la voz.

Lucy tocó el rostro de su madre en la fotografía.

—Sí.

Graham le hacía muchos regalos, pero aquel era especialmente valioso.

—Bueno, ¿cómo va tu investigación? —le preguntó este, sentándose en su sillón y cambiando de tema, como hacía siempre que una conversación le resultaba demasiado emotiva—. ¿Podemos preparar ya la producción?

Ella se metió un mechón de pelo detrás de la oreja e intentó no ruborizarse.

—Me temo que no.

—¿No has averiguado nada? —preguntó Graham, frunciendo el ceño.

Su mente se vio bombardeada por imágenes de todas las cosas que había averiguado sobre Hayden Black: cómo eran los músculos de su abdomen, cómo era apoyar la mejilla en el pelo de su pecho, la expresión de su rostro cuando llegaba al clímax dentro de ella...

—No parece tener ningún secreto oculto. Es un buen hombre que se acaba de quedar viudo con un niño pequeño y que es muy concienzudo con su trabajo.

Había averiguado cosas de poco calado, como que tenía una relación incómoda con los padres de su difunta esposa y que había salido mucho de fiesta de estudiante, pero no era suficiente para hacer un reportaje. Ni siquiera tenía sentido mencionarlas en ese momento.

—Tiene que haber algo —dijo Graham.

—Lo cierto es que algo hay —respondió ella—. ¿Confías mucho en Angelica Pierce?

Graham respondió sin vacilar.

—Es una buena periodista, con instinto.

—Pues le ha dicho a Hayden que yo lo estaba investigando.

—Maldita sea.

—Pensé que no ibas a contárselo a nadie —admitió Lucy.

Aquello era lo que más le había sorprendido de todo.

—Anoche vino a verme y me dijo que estaba preocupada por las consecuencias que la investigación de Black podía tener en la cadena. Le dije que no se preocupase. Que ella misma presentaría la noticia.

Tomó un lápiz y golpeó furiosamente el escritorio.

—¿Ha ido a ver a Black? —inquirió.

—Esta mañana.

—Ha debido de pensar que podía utilizar eso para influenciarlo.

Lucy se mordió el labio, todavía sorprendida de que Graham intentase explicar la actuación de Angelica, que estuviese poniendo excusas por ella. ¿No se daba cuenta de lo que ocurría?

—No creo que debas volver a confiar en ella hasta que esto se termine —le aconsejó ella.

—Tonterías. Angelica nunca mordería la mano que le da de comer. Siempre antepondría los intereses de ANS a todo lo demás —respondió Graham—. ¿Cómo se lo ha tomado Black? ¿Se ha enfadado mucho?

—No, va a seguir permitiendo que lo ayude con la investigación. Le he convencido de que mi comportamiento será ético.

Graham sonrió como si pensase que Lucy le había mentido a Hayden, y eso la entristeció. A su padrastro no parecía importarle que Angelica fuese una mujer despiadada, la respetaba como periodista estrella. Y acababa de decir que le parecía bien que ella engañase a alguien. Lucy siempre había sabido que su padrastro era un duro hombre de negocios, pero no había esperado lo mismo de los periodistas de ANS.

Si ella se negaba a ser así, tal vez no tuviese futuro como periodista. Se le encogió el estómago solo de pensarlo.

—Tengo que volver con Hayden —dijo, tomando su bolso y poniéndose en pie—. Le he dicho que iba a ayudarlo esta tarde.

Graham frunció tanto el ceño que Lucy pensó que se parecía a Rosie.

—No te estarás acercando demasiado a él, ¿verdad? No se te ocurra empatizar con tu objetivo. Sería un grave error.

Ella pensó en Hayden desnudo en su cama unas horas antes, sonriéndole al verla entrar en la habitación con una bandeja con café y tostadas.

Se llevó la mano a la garganta.

—No, no me estoy acercando demasiado —contestó.

—Bien —le dijo Graham—. Sabía que podía contar contigo.

Pero Lucy había empezado a dudar. Ya no sabía quién podía contar con ella y, lo más importante, con quién podía contar ella.

Miró la fotografía en la que aparecía con Graham y con su madre fijamente y luego se la metió en el bolso. Puso los hombros rectos e intentó apartar aquellos pensamientos de su mente. Graham podía contar con ella y ella con él. Eran familia.

Acarició a Rosie por última vez, abrazó rápidamente a Graham y se marchó.

Hayden estudió las dos fotografías que tenía en la pantalla del ordenador y se sintió triunfante. El parecido era evidente. Sin apartar la vista del ordenador, tomó el teléfono y marcó el número de Lucy.

—¿Puedes venir? —le preguntó en cuanto hubo descolgado.

Durante los últimos días, habían establecido una rutina consistente en pasar algo de tiempo personal en casa de ella, pero cada día a una hora distinta, y en que Lucy pasase por su suite por la tarde o por la noche para trabajar en la investigación. En esos momentos solo eran las siete de la mañana, así que Lucy no tardaría en ir a ANS y aquel descubrimiento no podía esperar todo un día.

Ella no dudó al responder.

—Por supuesto. ¿Qué ocurre?

Él, que prefería no revelarle nada por teléfono, le contestó:

—He descubierto algo que quiero que veas.

—Llegaré lo antes posible.

Cuando Lucy llegó, Hayden había hecho una presentación con las imágenes que le habían enviado de su despacho y había sentado a Josh en la trona para darle el desayuno. Nada más abrir la puerta, le dio un beso a Lucy y después se puso en modo trabajo.

—¿Qué tienes? —le preguntó ella con curiosidad.

Le dio un beso a Josh en la cabeza y se sentó en la silla que Hayden había colocado junto a su sillón.

Hayden notó que Lucy apoyaba la mano en su muslo y todo su cuerpo respondió.

Se quedó helado. Se suponía que aquello era solo una aventura. ¿No se estaría implicando emocionalmente? No, no era capaz. Él era un padre soltero de Nueva York y ella, una heredera de veintidós años de Washington. Intentó no pensar en su mano y encendió la pantalla del ordenador para que Lucy viese las imágenes mientras él le daba a Josh una cucharada de compota.

—Después de mucho buscar, he encontrado una fotografía de una chica llamada Madeline Burch —dijo, haciendo aparecer una fotografía de una adolescente castaña y de ojos marrones—. Rowena Tate me dijo la otra noche en el aeropuerto que tanto ella como una amiga suya sospechaban de Madeline Burch. Me dio una fotografía de esta, pero la resolución no era buena, así que he tenido que buscar una mejor. La he mandado a mi despacho y allí han trabajado un poco en ellas.

Le dio otra cucharada a Josh con una mano y tocó el ratón con la otra. La misma chica apareció con el pelo rubio, otro clic más y la chica tenía los ojos de un azul muy claro. Una imagen después, los labios un poco más gruesos.

—Si a Madeline le teñimos el pelo, le ponemos lentillas y le retocamos los labios y la nariz —le explicó a Lucy—, su imagen nos resulta mucho más familiar.

—Angelica —murmuró ella, quitándole la cuchara de Josh de la mano para ocuparse de darle la compota ella.

—Exacto. Angelica Pierce es en realidad Madeline Burch. No tenemos nada de información de Madeline desde dos años después de su graduación. Y algo similar ocurre con Angelica, aunque esta ha intentado falsificar algunos datos.

Lucy golpeó con una uña el cuenco de fruta.

—Toda una reconversión.

—Sí. Lo que yo me pregunto es si lo hizo para poder empezar de cero, tal vez para aumentar las posibilidades de conseguir un trabajo ante la cámara...

—¿O si esconde algo? —terminó Lucy en su lugar.

Hayden asintió.

—He hecho un par de llamadas y parece que nadie del colegio ha seguido en contacto con Madeline. La crio solo su madre, que ha fallecido y, al parecer, no tiene más familia. Varias mujeres recuerdan que Madeline se jactaba de tener un padre rico cuyo nombre no podía desvelar, pero nadie sabe quién era. He pedido en mi despacho que me busquen su partida de nacimiento, pero en ella tampoco aparece el nombre de su padre.

—Apuesto a que no encontramos a nadie que conociera a Angelica Pierce de niña.

—No, por el momento no he encontrado a nadie —admitió él, pensativo—. De hecho, a excepción de ti, nadie habla mal de ella. Troy Hall y Brandon Ames solo tienen alabanzas, aunque yo estoy seguro de que Angelica les ha tendido una trampa.

Cuando Josh terminó de comerse la compota, Hayden le limpió la cara y Lucy se llevó el cuenco al fregadero.

—Tiene que estar haciéndoles chantaje —comentó.

—Estoy de acuerdo.

Hayden bajó a Josh de la trona, le dio un abrazo y lo dejó en el sofá con sus juguetes.

—Si se ha esforzado tanto en reinventarse, es muy capaz de tenderle una trampa a alguien y dejar pistas falsas.

—¿Sabes? —le dijo Lucy un tanto incómoda—. He hablado con mi padrastro y le he mencionado que Angelica te había contado que yo te estaba investigando, pero él sigue confiando en ella.

Hayden estudió su rostro y se dio cuenta de que Lucy estaba sinceramente sorprendida de que Graham Boyle siguiese confiando en Angelica Pierce después de que esta lo hubiese traicionado. Entonces pensó que a él también le sorprendía que Lucy siguiese pensando que su padrastro era inocente. No trataba de encubrirlo. En realidad, no tenía ni idea de que Boyle estaba detrás de las actividades ilegales de ANS. Le enfadó que Boyle tuviese a alguien tan bueno como Lucy en su vida, y que corriese el riesgo de arrastrarla a su sórdido ambiente. Lo que Boyle tenía que haber hecho era mantener a Lucy alejada de ANS. Esta se merecía algo mejor.

Se dejó caer en su sillón, delante del escritorio. Si le contaba a Lucy lo que estaba pensando, no lo creería. Continuaría defendiendo a Boyle con mucha más vehemencia de la que este se merecía, así que, en su lugar, comentó:

—Angelica ha conseguido llegar lejos gracias a su habilidad para convencer a la gente de que confíe en ella.

Lucy tomó su bolso y sacó de él una magdalena. Tomó un trozo y se lo tendió.

—Es de limón y semillas de amapola. La he comprado de camino aquí.

Él aceptó el trozo y se lo metió en la boca, luego volvió a mirar las imágenes que tenía en su ordenador. Al parecer, Angelica tenía todas las cartas de la baraja. Todo la señalaba a ella, pero no tenían ni una prueba. Todavía.

Lucy se frotó las manos y se acercó.

—¿Qué podemos hacer? No podemos quedarnos esperando a que cometa un error.

—Voy a ir a Fields, Montana. Todo este lío empezó allí, en el lugar donde nació el presidente. Apostaría a que fue allí donde Angelica empezó a pinchar teléfonos. Si puedo conseguir las pruebas que encontró ella, la atraparé.

Fields era el lugar en el que Ted Morrow había dejado embarazada a Eleanor Albert y el lugar del que habían desaparecido esta y su bebé, Ariella. La ciudad se había llenado de periodistas desde que Morrow había anunciado que se presentaba a las elecciones, y desde que había saltado la noticia de Ariella Winthrop, detectives y policías se habían movilizado también. Estos habían descubierto la existencia de escuchas telefónicas y de pirateo de ordenadores y, a raíz de aquello, había surgido la investigación del Congreso. Hayden seguía preguntándose si las personas que habían ordenado las escuchas habían estado buscando inicialmente un bebé.

En el vídeo que recogía a Hall y a Ames contratando a los piratas informáticos, estos habían pedido específicamente la confirmación de que había un bebé. ¿A quién se le había ocurrido buscarlo? Había llegado el momento de ampliar un poco el círculo de su investigación para que esta incluyese a más habitantes de Fields. Lucy había oído una conversación en la que se mencionaba a Nancy Marlin, amiga de Barbara Jessup, y él decidió que empezaría por ahí.

—¿Cuánto tiempo estarás fuera? —le preguntó Lucy.

—Un par de días.

Aunque no quería dejarla sola en Washington, desprotegida. Había hablado en serio al decirle que pensaba que Angelica podía hacerle daño, y no quería correr ningún riesgo, así que le hizo una propuesta.

—Ven conmigo.

Capítulo Ocho

Lucy miró a Hayden, dividida entre su corazón y su cabeza. Después de haber compartido su cama con él, un par de días separados le parecían una eternidad, así que la idea de acompañarlo a Montana le resultó tentadora, pero tuvo la sensación, por su tono de voz, de que detrás de aquella invitación había algo más.

Se levantó para poner cierta distancia entre ambos y le preguntó:

—¿Por qué quieres que vaya contigo?

—Estamos trabajando juntos, así que yo creo que tiene sentido —le dijo Hayden, encogiéndose de hombros—. ¿Puedes tomarte un par de días libres del trabajo?

Podía, porque Graham quería que se centrase en investigar a Hayden, así que, cuanto más tiempo pasase con él, mejor. No obstante, la expresión de Hayden seguía siendo demasiado seria. Parecía preocupado.

—Hace un par de días estabas enfadado conmigo por no haber sido sincera acerca de mis motivaciones. Me dijiste que tú siempre lo habías sido conmigo. Vuelve a serlo, por favor —le pidió, cruzándose de brazos—. ¿Por qué quieres que te acompañe?

Hayden empujó la silla hacia atrás y se levantó, pero no se acercó a ella. Respetó la distancia que esta le había impuesto.

—No quiero dejarte en la misma ciudad que Angelica si yo no estoy. No me fío de ella, está obsesionada contigo.

—Llevo años en la misma ciudad que Angelica.

Él sacudió la cabeza.

—Sí, pero ahora está muy nerviosa. Sabe que el cerco se está estrechando.

—Y tú piensas que tienes que protegerme.

—Por supuesto que sí —admitió Hayden, frotándose la nuca—. Es mi investigación lo que ha llevado a Angelica a ese estado. Así que también es mi responsabilidad velar por tu seguridad.

¿Responsabilidad? Otra vez esa palabra. A Lucy se le encogió el estómago. Lo último que quería era que su amante la viese como alguien de quien era responsable. Se preguntó si se debería a la diferencia de edad.

Lucy se puso recta.

—Puedo cuidarme sola.

—Lo sé, Lucy, pero si estoy en lo cierto con respecto a Angelica, es capaz de cosas mucho peores de las que pensamos.

Se acercó y la abrazó, y luego le susurró al oído:

—¿Te he dicho ya que Josh se quedará en Wa-shington con la niñera? ¿Y que he reservado dos habitaciones en un hotel nuevo, con balneario? Una para nosotros y otra para disimular. La nuestra también tiene jacuzzi.

La besó en la oreja y después tomó el lóbulo con la boca, haciendo que Lucy se estremeciese.

—Hayden... —suspiró ella, notando que empezaba a derretirse.

—Haré que te alegres de haberme acompañado.

A Lucy no le cabía la menor duda, pero tenía que decidir si debía ir o no. Hayden la agarró por la cintura y metió la mano por debajo de la blusa para acariciarle la piel desnuda. Ella sintió calor y todas sus dudas se disiparon.

—De acuerdo —aceptó, apoyándose en él—, pero no vuelvas a decirme lo que piensas que quiero oír. Prométeme que serás siempre sincero conmigo.

—Prometido —le dijo él, besándola en los labios para sellar sus palabras.

El recepcionista del hotel Fields Chalet le dio a Lucy la llave de su suite y esta le dio las gracias con una sonrisa. Luego se apartó para que Hayden se registrase también. Había estado nerviosa desde que habían salido de Washington. Durante el vuelo, y en ambos aeropuertos, Hayden y ella habían actuado como si su relación fuese meramente profesional, y así seguían.

Miró a su alrededor; los enormes ventanales tenían unas espectaculares vistas a las montañas. Lucy había estado en Fields antes, esquiando, pero siempre se había quedado en casa de su tía, que estaba en la montaña y siempre tenía de todo, así que había bajado poco a la ciudad. Como Hayden quería entrevistar a mucha gente, habían decidido alojarse en aquel hotel situado en la calle principal.

Durante la niñez del presidente, Fields había sido una ciudad tranquila, habitada sobre todo por rancheros y comerciantes locales. Pero había cambiado mucho con el tiempo. El resto del país, incluida la tía de Lucy, Judith, había descubierto aquel impresionante destino de montaña y la localidad había empezado a crecer.

Hayden la siguió y Lucy notó su calor en la espalda. Había sido una tortura no poder tocarlo en todo el viaje.

—¿Quieres que te acompañe a tu habitación? —le preguntó este en tono educado, tomando su maleta.

—Gracias —respondió ella—. Eres muy amable.

Fueron hacia los ascensores y Lucy sintió un cosquilleo por todo el cuerpo. Estaba deseando tocarlo, besarlo. Hayden apretó el botón y, una vez dentro del ascensor, permitió que sus ojos brillasen de deseo.

—Espero que no tenga ningún plan para ahora mismo, señorita Royall —le dijo en voz baja.

Ella se estremeció.

—¿Tienes algo en mente?

—Sí.

Las puertas se cerraron y Lucy se giró inmediatamente hacia él.

—Hayden...

Antes de que le diese tiempo a decir más, él la había empujado contra la pared y, con las caderas pegadas a las suyas, la estaba besando apasionadamente. Lucy se derritió por dentro. Dejó caer el bolso al suelo para poder utilizar las manos para acariciarlo: los hombros, los bíceps, el cuello, todas las partes de su cuerpo a las que llegaba. Él se estremeció y eso hizo que Lucy lo desease todavía más. Arqueó la espalda para apretar las caderas contra las suyas y estaba pensando en sacarle la camisa de los pantalones cuando se oyó un pitido y las puertas se abrieron.

Hayden gimió y se apartó.

—No podía esperar ni un segundo más. El viaje ha sido demasiado largo y te he tenido demasiado cerca, sin poder besarte.

Ella tragó saliva e intentó hablar.

—Ahora tenemos que llegar hasta la habitación. ¿Vamos a la tuya o a la mía?

—A la que sea —le dijo él.

Lucy tembló de deseo.

—En ese caso, a la que esté más cerca.

Él hizo una mueca.

—Te echo una carrera.

Salió del ascensor y sujetó las puertas hasta que Lucy recogió su bolso y lo siguió, y después recorrió el pasillo con las maletas de los dos a toda velocidad. Cuando Lucy llegó adonde se había detenido, Hayden ya estaba abriendo una puerta con la tarjeta. Se giró hacia ella, la agarró de la cintura y la hizo entrar.

La pesada puerta se cerró detrás de ellos y Lucy tuvo un par de segundos para mirar a su alrededor. Era una lujosa habitación con chimenea de gas y unas bonitas vistas de las montañas. Hayden volvió a besarla, retomando lo que habían estado haciendo en el ascensor, y ella ya no perdió el tiempo. Le desabrochó el cinturón, se lo sacó de los pantalones y lo tiró lejos.

Iba a bajarle la cremallera de los pantalones cuando Hayden le hizo echar las manos hacia atrás para quitarle la camisa por la cabeza.

—Necesito sentir tu piel, probarla.

Pasó la boca por su hombro, le acarició el cuello con los dientes y la lengua.

Ella gimió y retrocedió un paso para apoyarse en la pared que tenía detrás. Hayden la siguió y volvió a besarla en los labios. Lucy le sacó la camisa de los pantalones, como había querido hacer en el ascensor, y él se apartó unos segundos para quitársela por la cabeza. Cuando volvió a pegar su pecho desnudo a ella, Lucy gimió de deseo y tuvo que hacer un esfuerzo para respirar. El vello oscuro le acarició la mejilla mientras Hayden se quitaba los pantalones y los calzoncillos y luego le levantaba la falda y le bajaba las braguitas.

—¿Tienes protección? —le preguntó Lucy en un momento de lucidez.

Él levantó la mano, en la que tenía un sobre plateado.

—Me he metido un par de preservativos en el bolsillo, en caso de emergencia.

—Pues esto es una emergencia —le dijo ella quitándoselo de la mano, abriéndolo y poniéndoselo.

En cuanto hubo terminado, Hayden la levantó para que lo abrazase con las piernas por la cintura. Ella se apoyó en la pared y lo ayudó a penetrarla.

Hayden se quedó inmóvil y la miró con tanto deseo que a Lucy se le aceleró el pulso todavía más.

—No sé si sabes que hay una cama a solo unos metros de aquí —susurró.

—Está demasiado lejos —respondió él, empezando a moverse en su interior y dejando de pensar.

Lo único que podía hacer era sentir, pasar los labios por su garganta, notar cómo iba creciendo la tensión en su interior, hasta que fue tanta que Lucy no pudo contenerse más y se dejó estallar por dentro. Unos segundos después, Hayden dijo su nombre y se estremeció, y ella lo agarró con fuerza mientras intentaba recuperar la respiración. No quería dejarlo marchar. Jamás.

Jamás.

De repente, sintió frío. ¿Jamás? Aquello era solo una aventura. Era algo físico y con una duración limitada.

Bajó las piernas al suelo y dejó que él la condujese hasta la cama. Se preguntó si había expuesto su corazón. Hayden la ayudó a meterse debajo de las sábanas y luego la abrazó. Lucy cerró los ojos con fuerza e hizo caso omiso al cosquilleo que sentía en el vientre. Disfrutaría mientras estuviesen juntos. Y ya se preocuparía por su maltrecho corazón cuando tuviese que hacerlo.

Un par de horas después, Hayden aparcó el coche de alquiler delante de una pequeña casa con el porche adornado con coloridas macetas y plantas. Vio en el buzón un cartel con el nombre de Jessup y supo que habían encontrado la casa de la mujer que había trabajado para la familia del presidente.

Su instinto le decía que era allí donde Angelica Pierce había iniciado su odisea de pinchazos telefónicos.

Lucy se desabrochó el cinturón y se giró hacia él.

—¿Qué estamos buscando?

Hayden se colocó la corbata y se preguntó si era sensato haber llevado a Lucy. En un principio, solo había pensado en llevársela de Washington, lejos de Angelica, pero para convencerla a acompañarlo le había dicho que iba a ayudarlo en la investigación.

—¿Hayden?

—Dime que puedo confiar en ti —le pidió él.

Ella se sonrojó.

—¿Dudas de mí?

—Sé que estás dividida entre dos lealtades.

—Ya te he demostrado que puedes confiar en mí. No le hablé a Graham de Nancy Marlin cuando tú me pediste que no lo hiciera —le contestó ella—. Estoy del lado de la verdad, Hayden.

Él se relajó un poco y aceptó sus palabras.

—De acuerdo, pero que te quede claro que esta entrevista es confidencial.

—No hay ningún problema, pero tengo que confesarte que estoy deseando ver cómo entrevistas a alguien.

—Suelo hacer las entrevistas solo, pero si hay algo que quieras preguntar, dímelo.

—¿Quién soy yo, el poli bueno o el poli malo? —preguntó Lucy en tono de broma, sonriendo.

Y Hayden tuvo que hacer un esfuerzo para no abalanzarse sobre ella y besar sus bonitos labios.

—Barbara Jessup no ha hecho nada malo, así que yo creo que, en esta ocasión, podemos prescindir del poli malo. Aunque si todavía tienes ganas de jugar cuando terminemos aquí y volvamos al hotel...

Ella se echó a reír y abrió la puerta del coche.

—Primero vamos a hacer la entrevista.

Barbara Jessup era una mujer mayor, con el pelo cano cuidadosamente recogido en un moño y una sonrisa agradable. Hayden hizo las presentaciones en la puerta y le explicó que Lucy trabajaba para ANS y que también estaba trabajando como asesora en el caso.

Barbara los hizo pasar al salón, donde los esperaba una bandeja con galletas caseras, una cafetera y una tetera. Hayden ya había hablado con ella por teléfono y había conseguido que accediese a ayudarlo. Así que después de unos breves minutos hablando de trivialidades, fueron directos al grano.

Hayden colocó su grabadora encima de la mesa y la encendió, luego tomó su bloc de notas y un bolígrafo.

—¿Habló usted con Angelica Pierce, periodista de ANS?

—Sí. Varias veces. La primera cuando el presidente todavía era senador. Siempre supe que ese chico llegaría lejos —comentó orgullosa.

—¿Y después volvió a hablar con ella, hace poco tiempo?

Barbara tomó el plato de galletas y les ofreció mientras seguía hablando.

—Más o menos cuando fue elegido presidente. La señora Pierce me dijo que tenía que hacerme varias preguntas más.

Hayden aceptó una galleta y la dejó en su plato. Necesitaba tener las manos libres para tomar notas.

—¿Le habló usted de Eleanor Albert y del bebé?

Barbará cambió de postura, incómoda.

—En la primera entrevista, me preguntó por la época del colegio y por sus amigos y quiso saber si todavía quedaba en Fields alguno con el que pudiese hablar. Yo le di varios nombres y, cuando hablamos de Eleanor, le dije que no sabía dónde estaba, y que no la había vuelto a ver desde que dio a luz a su bebé y se marchó de la ciudad.

Como él había sospechado, Angelica se había encontrado por casualidad con la información y había empezado a trabajar en la noticia.

—¿Mencionó usted que el bebé podía ser del presidente?

—¡Por supuesto que no! —dijo Barbara—. ¡Jamás habría traicionado a la familia, aunque supiese la verdad!

—Y estoy seguro de que ellos se lo agradecen —le contestó él sonriendo de verdad. Le caía bien Barbara Jessup—. Cuando Angelica Pierce vino por segunda vez, ¿volvió a preguntarle por el bebé?

—Por supuesto que lo hizo, pero le contesté que yo no sabía nada.

—¿Pero sabía más de lo que le había contado a Angelica?

—Sé muchas cosas de muchas personas, también del bebé, pero eso no significa que se las vaya a contar a una periodista —respondió Barbara, mirando a Lucy.

Esta frunció el ceño y Hayden sonrió.

—Como le he dicho, Lucy nos está ayudando con la investigación. Puede confiar en ella. ¿Y tiene amigos o familiares que sepan las mismas cosas que usted sabe acerca de Eleanor y del bebé? ¿Habló de ello con alguien por teléfono cuando Angelica se marchó?

Ella se quedó pensativa un instante.

—Llamé a mi amiga Nancy Marlin y le conté cómo había ido la entrevista.

—¿Nancy sabía la historia del bebé?

Hayden había previsto preguntar por Nancy Marlin, ya que Lucy había oído a Angelica y a Marnie hablando de ella, pero era mejor que su nombre surgiese espontáneamente durante la conversación.

—Trabajó un verano para los Morrow, justo el verano que Eleanor se marchó, así que sabía, o sospechaba, tanto como yo.

Hayden vio algo en la mirada de Lucy, algo casi imperceptible que casi cualquier otra persona habría dejado pasar, pero él había aprendido a conocerla y era evidente que esta había pensado lo mismo que él.

Volvió a clavar la vista en Barbara Jessup y le sonrió de manera afectuosa.

—Esto es muy importante, señora Jessup. Intente pensar en esa llamada de teléfono, por favor. ¿Alguna de las dos mencionó durante esa conversación la posibilidad de que ese bebé fuese de Ted Morrow?

Ella se llevó la mano a la boca y abrió mucho los ojos.

—¿Es todo culpa mía? —preguntó—. Ni siquiera estaba segura de que fuese su hijo. Oh, Dios mío, ¿qué he hecho?

Lucy se cambió de sofá para sentarse al lado de Barbara e intentó reconfortarla apoyando la mano en su brazo.

—No, señora Jessup. No es culpa suya. Usted lo hizo muy bien cuando la entrevistaron. Supo guardar los secretos de los Morrow.

Hayden estaba seguro de que, después de que Ted Morrow hubiese sido elegido presidente, Angelica, como muchos otros periodistas, había vuelto a buscar alguna noticia diferente que pudiesen sacar en televisión. Era probable que hubiese revisado las entrevistas que había hecho anteriormente y que hubiese buscado más información acerca de Eleanor Albert. Entonces, se habría enterado de que esta había salido con Morrow. No había nada que hablase de que Eleanor había tenido un bebé, ni de Eleanor después del instituto, por lo que Angelica no habría podido averiguar si el niño podía haber sido del presidente.

Así que había vuelto a Fields a entrevistar a las mismas personas otra vez y a ponerles micrófonos en el teléfono. Y había tenido un golpe de suerte cuando había oído a Barbara y a su amiga Nancy hablar del bebé y mencionar que era posible que fuese hijo de Ted Morrow. Entonces, lo más probable era que Angelica les hubiese pedido a Ames y a Hall que contratasen a los piratas informáticos y que espiasen a los familiares y amigos de Ted Morrow y de Eleanor Albert. Todas las piezas del puzle estaban empezando a encajar.

—Siento decirle, señora Jessup, que es probable que tenga el teléfono pinchado y que alguien haya escuchado sus conversaciones privadas.

—Pues eso está muy mal —dijo la mujer.

Lucy lo miró a los ojos solo un instante, pero Hayden supo que ambos pensaban igual. Eso lo reconfortó.

—Estoy de acuerdo —comentó—. Y trabajaré duro para conseguir que el responsable se enfrente a la justicia. Mientras tanto, voy a mirar su teléfono. Y, si me da una lista de las personas con las que piensa que hablaron Angelica y su equipo, comprobaré sus teléfonos también.

—Es usted un buen hombre, señor Black —comentó Barbara. Luego miró a Lucy y le dio una palmadita en la mano—. No lo dejes escapar.

Lucy abrió la boca, atónita. Hayden, que se estaba llevando la taza de café a los labios, vaciló. Si Barbara Jessup había sospechado de su relación, tendrían que ser mucho más cuidadosos.

Y aunque pudiese admitir que entre Lucy y él había algo, ninguno de los dos iba a retener al otro a su lado. Lo que ellos tenían era temporal. Físico y temporal.

Antes de que a Lucy le diese tiempo a responder, Hayden se levantó y fue hacia el teléfono que había en un rincón de la habitación.

—Empezaré por este.

Después de entrevistar a Barbara Jessup, Hayden y Lucy pararon a comer. Mientras él esperaba a que les hiciesen los sándwiches, Lucy encontró una bonita mesa en la acera. El ambiente de la ciudad era interesante, había una mezcla de cosas tradicionales con otras nuevas, y Lucy no tardó en quedarse ensimismada observando a la gente.

—¿Lucy? ¿Eres tú?

Ella se giró en la silla y vio a su tía, una mujer alta y elegante, que acababa de salir de la tienda de esquí que había al lado. Lucy se puso en pie y le dio un abrazo.

—Tía Judith —la saludó, apretándola con fuerza.

Su tía retrocedió, sacó un pañuelo de su bolso y se limpió los ojos.

—No sabía que estabas en Fields, cariño. Tenías que haberme avisado.

Lucy parpadeó porque también tenía los ojos empañados. Tenía que hacer más por ver a la familia de su padre, un par de veces al año no era suficiente. Era cierto que estaba muy ocupada, y que todo había sido más sencillo antes de la muerte de su padre, pero la familia era importante.

—He venido por trabajo —le contó, prometiéndose a sí misma que volvería a visitarla pronto—. Si no, te habría llamado.

Judith sonrió.

—¿Cuánto tiempo vas a quedarte?

—Solo esta noche.

—Pues tienes que venir a cenar a casa.

Ella miró hacia la cafetería, donde Hayden estaba esperando que le sirviesen.

—He venido con un compañero de trabajo.

—Tráelo —le dijo Judith—. Philip y Rose están aquí, así que seremos un agradable grupo.

Lucy vio acercarse a Hayden con el rabillo del ojo. ¿Cómo reaccionaría frente a la invitación? Había dejado muy claro lo que pensaba de la familia de su exmujer, no había querido heredar su dinero. De hecho, había despreciado su lujosa forma de vida. Tía Judith era la hermana de su padre, una Royall de la cabeza a los pies, y era una mujer rica, con gustos caros.

Se apartó de su tía y se giró hacia Hayden, que dejó los sándwiches y las bebidas sobre la mesa.

—Judith, este es Hayden Black. Hayden, mi tía, Judith Royall-Jones.

Hayden le tendió la mano.

—Es un placer conocerla.

—Lo mismo digo, señor Black. Le estaba diciendo a Lucy que lo trajese a cenar esta noche a casa.

Hayden se giró hacia Lucy con una ceja arqueada y ella sacudió la cabeza. Quería ahorrarle una situación que podía parecerle incómoda.

—No vemos mucho a Lucy, así que no voy a aceptar un no por respuesta —añadió Judith, entrelazando su brazo con el de Lucy y sonriendo.

Parecía muy segura de cuál iba a ser la respuesta de Hayden.

Este miró a su tía y después a ella, y luego sonrió de manera encantadora.

—En ese caso, será un placer.

Capítulo Nueve

Esa noche, Hayden condujo el coche de alquiler por la carretera de la montaña hasta la casa de la tía de Lucy.

Habían pasado la tarde visitando a los amigos de Barbara Jessup a los que Angelica había entrevistado y comprobando sus teléfonos. La mayoría estaban pinchados. Hayden quería entrevistar a un par de personas más a la mañana siguiente, y luego, a la hora de comer, Lucy y él tomarían un vuelo de vuelta a Washington, pero antes de eso tenía que cenar con parte de la familia de Lucy.

Miró hacia el asiento del copiloto y vio a Lucy mirando por la ventanilla. Parecía perdida en sus pensamientos.

—¿Quién va a estar en la cena? —le preguntó él.

Lucy se giró a mirarlo y se metió un par de mechones de brillante pelo detrás de la oreja.

—Tía Judith y tío Piers, es su casa. Y mi primo Philip y su esposa, Rose. No ha dicho que fuese a venir nadie más, pero con Judith nunca se sabe.

Alargó la mano y la apoyó en el muslo de Hayden.

—Siento haberte metido en esto —le dijo.

—No pasa nada. Además, a lo mejor quiero conocer a parte de tu familia.

Era cierto, sentía curiosidad por los Royall. Durante su matrimonio, siempre había pensado que Brooke había sido tan caprichosa porque había crecido en una familia muy rica. Pero la de Lucy tenía mucho más dinero y esta no se había comportado de manera caprichosa ni petulante en ningún momento.

Era evidente que ambas mujeres habían sido criadas de manera muy distinta.

Puso la mano encima de la suya.

—Pero si lo sientes, puedes compensarme más tarde.

Ella se echó a reír.

—Trato hecho.

Lucy le indicó cómo llegar y, al tomar el camino que llevaba directamente a la casa, Hayden silbó sorprendido.

—No me esperaba semejante mansión.

Era enorme. Tenía cuatro pisos construidos sobre la ladera de la montaña. Había ventanales y madera por todas partes, de muchas ventanas salía un suave destello dorado y una alfombra de flores serpenteaba entre los caminos. Parecía una casa sacada de un cuento de hadas.

—A tía Judith le gusta vivir bien —comentó Lucy en tono irónico.

Él se echó a reír. Eso era evidente, solo hacía falta ver la casa.

Judith los recibió en la puerta. Tomó las manos de Lucy y se las apretó cariñosamente.

—Lucy, cariño, no sabes la ilusión que me ha hecho verte hoy en la ciudad.

—A mí también —respondió esta en tono cariñoso.

—Señor Black —añadió Judith, sonriendo afablemente a Hayden—. Me alegro de que esté aquí.

Él le dio la mano. Era una mujer alta, con el pelo canoso y brillante y los ojos castaños, similares a los de Lucy. Le había caído bien.

—Llámeme Hayden.

—En ese caso, tú tienes que llamarme Judith. Entrad, por favor.

Los guio por la casa, que estaba llena de ventanales y madera. Pasaron por delante de varias chimeneas encendidas. Los suelos estaban cubiertos por gruesas alfombras que ayudaban a mantener la casa caliente en una fresca noche de primavera.

Llegaron a una gran biblioteca con las paredes amarillas claras, flores frescas en jarrones y estanterías hasta el techo. Allí había tres personas, todas con una copa en la mano. Hayden las reconoció por las descripciones que Lucy le había hecho; eran Piers, Philip y Rose. Piers y Philip se acercaron a abrazar a Lucy y Judith hizo las presentaciones.

Unos minutos más tarde, Hayden tenía un Martini en la mano y estaba charlando con Philip acerca de esquí y de vino tinto. De vez en cuando su mirada se cruzaba con la de Lucy, que estaba al otro lado de la habitación, y se perdía un poco en la conversación, pero, al parecer, disimulaba bastante bien y Philip no se había dado cuenta.

Estaban hablando de cómo escoger un buen merlot cuando Judith los interrumpió para decirles que la cena estaba lista.

El salón tenía unas espectaculares vistas de la ciudad. Hayden se sentó con Lucy a un lado y Rose al otro, y le sirvieron unos champiñones estofados, que eran uno de los platos favoritos de la familia. Después llegó el plato principal y el grupo continuó charlando animadamente.

—Dime, Hayden —le dijo Judith en tono dulce después de que hubiesen terminado el plato principal—. ¿Estás casado? ¿Soltero?

Este se aclaró la garganta antes de contestar.

—Viudo.

—Oh, cómo lo siento —comentó Judith en tono comprensivo, pero dispuesta a seguir con el tema.

Hayden cambió de postura en la silla y se preparó para desviar la conversación.

—Hayden tiene un niño pequeño —Lucy intervino a su lado.

Él contuvo una sonrisa; Lucy intentaba protegerlo de su familia. Era una buena mujer.

—¿Cuántos años tiene? —preguntó Judith.

Hayden dio un sorbo a su copa de vino.

—Acaba de cumplir uno.

—Qué edad tan bonita —dijo Judith—. Todavía me acuerdo de cuando Philip tenía un año. Era tan dulce... se pasaba el día arrancando flores para regalármelas.

Philip miró a Lucy desde el otro lado de la mesa, parecía divertido y exasperado al mismo tiempo, pero Judith, que o no se había dado cuenta o no le importaba, continuó:

—Cuando Philip tenía un año, siempre iba con alguna de sus hermanas. Siempre se aprovechaba de que era el pequeño.

—Un chico listo —le dijo Hayden a Philip sonriendo.

—¿Cómo se llama tu hijo? —le preguntó este.

—Joshua. Josh.

Se le encogió el pecho de lo mucho que lo echaba de menos. No había pasado una noche sin él desde la muerte de Brooke y estaba deseando verlo al día siguiente.

Judith se inclinó hacia delante.

—¿Tienes una fotografía suya?

Hayden sacó una de la cartera y se la pasó a Rose, que estaba sentada a su lado, después de mirarla él un instante.

—Ahora tiene un par de meses más, pero está muy parecido. Un poco más grande.

—Es precioso —comentó Rose, pasando la fo-to.

Hayden se sintió orgulloso. Tenía el mejor hijo del mundo.

—Supongo que le estarás buscando una nueva madre —le dijo Judith, sonriendo para disimular la falta de tacto.

—Mamá —intervino Philip—. Ha perdido a su mujer hace poco tiempo. Déjalo descansar.

—No pasa nada —dijo Hayden—. Solo han pasado tres meses, pero, no, no voy a buscar una nueva madre. No quiero volver a casarme.

Resistió el impulso de mirar a Lucy para ver cómo reaccionaba, pero esta sabía que su relación era temporal, así que aquello no debía haberle pillado por sorpresa.

—Tal vez con el tiempo... —empezó Judith, pero se interrumpió al ver que Hayden negaba con la cabeza.

—No es una cuestión de tiempo, ni de que se cure la herida. Se trata de Josh. A lo mejor os parece egoísta, pero no estoy preparado para compartir la toma de decisiones relativa a Josh otra vez.

Judith lo miró con interés.

—¿No estabas de acuerdo con la manera que tenía tu esposa de criar al niño?

—En absoluto —admitió él con toda sinceridad, cosa que pareció gustar a Judith—. De hecho, se me dejó fuera de la mayoría de las decisiones. Como es evidente, yo tenía que haber intentado imponerme y no lo hice. No quiero arriesgarme a que vuelva a ocurrir.

—¿Y el amor? —preguntó Judith—. El amor no se puede controlar.

—Me importa más Josh que el amor —le contestó Hayden—. Sé que no soy un padre perfecto. Todavía tengo mucho que aprender, pero tengo claro lo que quiero para él y no lo arriesgaría, ni siquiera por amor.

—Tía Judith —dijo Lucy—. Estaba pensando en enseñarle a Hayden el jardín antes del postre. Es precioso incluso de noche. Además, yo creo que ya ha soportado bastantes preguntas por esta noche.

Todos se echaron a reír, incluida Judith.

—Por supuesto, salid —dijo, señalando la puerta.

—Vamos —susurró Lucy.

Hayden la siguió por un pasillo hasta una pequeña habitación en la que había botas, abrigos y otras cosas. Le alegró poder estar un rato con ella a solas. Su familia era muy agradable, pero prefería estar con ella.

Lucy tomó dos abrigos de las perchas y le dio uno.

—Por la noche hace frío.

Él la ayudó a ponerse el suyo y luego se abrigó antes de salir. El jardín estaba lleno de flores, muchas cerradas porque era de noche, pero aun así parecía un lugar mágico bajo la luz de la luna.

—Siento que Judith te haya interrogado —le dijo Lucy mientras andaban por un camino—. La intención es buena, pero está acostumbrada a ser la matriarca y a hacer y decir lo que le apetece.

Él la agarró de la mano y entrelazó los dedos con los suyos. Le encantaba tocar su piel.

—No me ha importado. Me recuerda a mi madre. Un poco cotilla, pero buena gente.

Siguieron andando, y luego se detuvieron y Lucy señaló el cielo.

—Mira la luna. Me pregunto si está menguante o creciente. Se me olvidan estas cosas, viviendo en la ciudad.

—Está muy bonita —susurró él—, pero no es lo más bonito esta noche.

Apoyó la palma de la mano en su mejilla y le acarició el labio inferior con el dedo pulgar. Era preciosa. Incandescente. Y cuando lo miraba con deseo, hacía que se sintiese perdido. Hayden inclinó la cabeza y la besó en los labios. No podía dejarse llevar en el jardín de su tía, así que cuando vio que el beso empezaba a volverse más apasionado, se apartó.

—Lucy, tenemos que parar.

—Tienes razón —admitió ella, cerrando los ojos, sin soltarlo.

—Y no podemos entrar en casa todavía. Si te viesen como estás ahora, con las mejillas sonrojadas y los labios henchidos, sabrían sin duda lo que hemos estado haciendo.

Aunque él se habría sentido muy orgulloso de poder entrar en la casa y proclamar que acababa de besarla apasionadamente bajo la luz de la luna.

Cualquier hombre se habría sentido orgulloso de estar con Lucy. Pero su relación tenía unas normas y debía mantenerse en secreto, a pesar de que eso le gustase cada día menos. Se pasó una mano por el pelo.

—¿Y si charlamos un par de minutos? Hasta que se nos quite la cara de tontos.

Ella metió las manos en los bolsillos del abrigo y lo miró.

—¿Piensas de verdad lo que le has dicho a Judith de que no quieres volver a compartir a Josh? ¿Que quieres ser siempre padre soltero?

—Sí.

Le había dado muchas vueltas al tema durante los tres últimos meses. Era lo mejor para todo el mundo, estaba seguro.

—Es un poco triste —comentó ella—. No quiero pensar que vas a estar solo el resto de tu vida.

A Hayden no le gustó que se compadeciese de él. Era su decisión y estaba contento con ella.

—No será el resto de mi vida, solo mientras Josh sea pequeño. Y no estaré siempre solo. Lo que no quiero es volver a casarme.

Ella miró hacia la ciudad.

—Me sigue pareciendo triste.

Hayden le hizo girar el rostro con un dedo.

—Solo piensas que es triste porque tienes un gran corazón.

—Tú también tienes corazón —le respondió ella.

Hayden tuvo la sensación de que Lucy le quería decir algo más. Tal vez aquella fuese su manera de expresarle que no tenía por qué estar solo, que ella quería que su relación continuase.

Se le encogió el pecho. No podía permitir que pensase esas cosas porque no quería decepcionarla.

—Tal vez una vez tuve un gran corazón —dijo él con cautela. Necesitaba que Lucy lo entendiese—, pero ya no lo es. El tuyo todavía es fresco y puro.

Le puso la mano en el pecho y sintió los latidos de su corazón.

—Demasiado puro para que alguien como yo lo contamine. Odio admitirlo, pero cuanto antes salga de tu vida, mejor para ti. Aunque no puedo negar que te echaré mucho de menos.

—Y yo a ti —admitió ella, respirando hondo—. A lo mejor si voy a Nueva York...

—No, lo mejor es cortar por lo sano. ¿Recuerdas nuestras normas? No crear vínculos emocionales, solo físicos. Si seguimos con esto, se convertirá en algo que ninguno de los dos queremos. En algo que puede llegar a ser amargo, y no quiero que nada estropee los recuerdos que me voy a llevar de ti.

—Yo también te recordaré siempre —contestó ella.

Hayden vio cómo se le humedecían los ojos y no pudo evitar volver a besarla bajo la luz de la luna.

Quería crear todos los recuerdos posibles hasta el inevitable momento de la separación.

Lucy y Judith llevaron los platos del postre a la cocina una hora después.

—Gracias por invitarnos. Ha sido estupendo veros.

Su tía le dio un abrazo.

—Ojalá nos viésemos más.

Después de varios segundos, la soltó y empezó a apilar los platos.

—Qué pena que ese hombre tuyo no quiera volver a casarse.

—No es mío —le dijo Lucy, abriendo el grifo para enjuagar las copas de vino.

—He visto cómo te mira, Lucy. Es tuyo, aunque sea solo de manera temporal. Además, no te quedaba pintalabios cuando habéis vuelto del jar-dín.

Sin pensarlo, Lucy se llevó la mano a los labios, luego la bajó y vio sonreír a Judith. Cerró el grifo y se apoyó en la encimera para mirar a su tía.

—Es temporal. Y aunque a él le interesase algo más, yo no creo que quisiera. Estoy cansada de cómo me trata la gente solo por ser hija de papá y de Graham, así que lo último que necesito es estar con un hombre mayor que también es rico.

—Pues a mí me gusta —comentó Judith.

—A mí también —admitió ella, mordiéndose el labio inferior.

Era la primera vez que admitía que le gustaba Hayden. Tal vez estuviese incluso empezando a quererlo, pero de nada servía definir sus sentimientos. Sintiese lo que sintiese, su aventura pronto se terminaría.

Judith le sonrió.

—Si hay algo que he aprendido a lo largo de los años con respecto a las relaciones, es que gustarse lo suficiente es lo único que importa en realidad —comentó, colocándole a Lucy un mechón de pelo detrás de la oreja y frotándole el brazo—. Es lo único que importa.

Ella le devolvió la sonrisa, pero no respondió.

Judith llevaba treinta y dos años felizmente casada con el que había sido su novio del instituto, así que para ella las cosas eran bastante sencillas. Para el resto del mundo, las relaciones eran algo complicado que unas veces salía bien y otras, no.

Tal vez, si hubiese conocido a Hayden diez años después, lo suyo habría podido funcionar. Ella ya tendría una estabilidad, sabría quién era sin tener que estar respaldada por un hombre fuerte, y Hayden tendría un hijo de once años y no se mostraría tan reacio a tener una mujer en su vida. Quizás su diferencia de edad no importase tanto si ella tuviese treinta y dos años y él, cuarenta y dos.

Pero las cosas eran como eran y desear que fuesen distintas no la iba a ayudar lo más mínimo cuando Hayden y Josh se marchasen de Washington.

Cuatro días después, Hayden tomó a Lucy por la cintura y cerró el grifo de la enorme ducha con el codo.

Habían hecho el amor en la cama de esta, y luego él le había sugerido que se diesen una ducha antes de irse a trabajar, pero al ver el cuerpo desnudo de Lucy cubierto de agua, el resultado había sido inevitable. Por suerte, aquello era solo una aventura, porque Hayden no estaba seguro de poder sobrevivir a una relación estable con ella.

Lucy lo miró satisfecha.

—Tienes una imaginación maravillosa, Hayden Black.

—Me gusta complacer —respondió él sonriendo y haciendo un esfuerzo para salir de la ducha.

Le dio una toalla azul a Lucy, pero se arrepintió al ver que se envolvía en ella. Suspiró resignado. Era una pena tapar un cuerpo así.

Ella lo miró con una ceja arqueada.

—¿Vas a secarte, o vas a esperar a que se escurra toda el agua?

—Solo estaba admirando las vistas —respondió él, empezando a secarse—. ¿Qué tienes que hacer hoy?

Lucy salió a su dormitorio y sacó un conjunto de lencería blanco de un cajón.

—Tengo que seguir investigándote. Graham quiere preparar el programa la semana que viene, tengamos material suficiente o no.

Dejó caer la toalla y se puso las braguitas blancas. Hayden tragó saliva.

—Buena suerte.

No le hacía ninguna gracia que fuesen a hablar de él en televisión, pero era el precio que tenía que pagar por su trabajo. No tenía ningún oscuro secreto que ocultar. Y si se inventaban alguna historia, ya lidiaría con ella cuando llegase el momento.

—Dame alguna pista —le pidió ella, poniéndose el sujetador y empezando después a cepillarse el pelo—. ¿Copiaste en un examen de Historia en el instituto? ¿Participaste en una pelea callejera?

—Está bien. Solo te contaré que organicé un boicot de la cafetería del colegio.

Ella lo miró a los ojos a través del espejo.

—Por favor, dime que hiciste algo radical, como quemar una bandera.

—Ocho niños resultaron intoxicados en la misma semana y nadie quiso investigar qué había pasado. Así que boicoteamos la cafetería hasta que el colegio mandó a alguien a indagar. Despidieron a un par de trabajadores que no estaban haciendo bien las cosas y endurecieron las medidas de higiene.

—Sí, eso es justo lo que necesitamos —respondió ella en tono irónico—. Vas a parecer un héroe, luchando por la justicia y por la verdad desde niño.

Tal vez hubiese dicho aquello en tono de broma, pero era evidente que se sentía orgullosa de él, y a Hayden le gustó.

Sonrió.

—Es todo lo que tengo.

—Bueno, a lo mejor puedo darle un giro a la historia —le dijo ella, acercándose al armario para sacar una blusa verde clara. Se la puso—. ¿Qué vas a hacer tú hoy?

Él se puso los pantalones, los calcetines y los zapatos y tardó un momento en decidir qué quería contarle a Lucy. Esta le había demostrado que podía confiar en ella, pero aquella información era de otro nivel. Iba a ir a ver a un juez para que le diese permiso para espiar a Angelica Pierce. Y esta no podía enterarse por ningún medio.

Lucy se puso unos pantalones color crema y se los abrochó antes de colocar los brazos en jarras.

—¿Alguna misión supersecreta? —bromeó.

Él se pasó una mano por la mandíbula.

—Tal vez sea mejor que no te lo cuente.

—Estás de broma, ¿no? —dijo ella con incredulidad—. Yo he hecho todo lo que me has pedido, incluido no contarle a Graham que Angelica es Madeline Burch. ¿Por qué no confías en mí ahora?

Lucy tenía razón, pero aquello era diferente.

—Me has ayudado mucho con la investigación, pero lo que quieres es limpiar el nombre de Graham. Si en un momento dado tienes que elegir, elegirás a Graham frente a mí.

—Por supuesto que voy a apoyar a Graham —respondió Lucy con cautela—. Es inocente. ¿Me estás diciendo que tienes pruebas contra él?

Hayden negó con la cabeza.

—No, pero no creo que tarde en encontrarlas. Si tienes que elegir entre la verdad y tu padrastro, ¿qué elegirías, Lucy?

—¿Ahora estás cuestionando mi integridad? —le preguntó ella enfadada.

—La mayoría de las personas tienen un punto de inflexión en alguna parte, pero no saben dónde está hasta que llegan a él.

—¿Y tú, el famoso detective, también lo tienes? —inquirió Lucy, mirándolo fijamente.

Después de unos segundos, su mirada se enterneció.

—Josh —añadió.

Hayden asintió. Todo su cuerpo estaba en tensión.

Había permitido que Brooke criase al niño a su manera a pesar de no estar de acuerdo. Y no había nada más importante que él. Ni una mujer, ni su carrera, ni siquiera su propia vida.

Josh era su punto de inflexión.

El de Lucy era Graham. Y este estaba metido en asunto con Angelica. Hayden no tenía la menor duda.

—Sé sincera —le pidió a Lucy, sentándose en el borde de la cama—. Si Graham hubiese hecho algo ilegal, no pinchar teléfonos, sino algo completamente distinto. Si hubiese hecho algo ilegal y eso le hubiese hecho daño a otra persona, ¿lo delatarías?

Lucy frunció el ceño.

—No se puede responder a esa pregunta sin saber qué se supone que ha hecho.

—Con esa respuesta me lo dices todo.

Quería decir que Lucy habría encubierto a Boyle, dependiendo del delito.

Ella se cruzó de brazos y golpeó el suelo con el pie.

—Respóndeme ahora tú a mí.

—Claro.

—¿Lo que vas a hacer hoy es legal?

—Por supuesto —respondió él, sorprendido por la pregunta.

—¿Es ético? —insistió Lucy.

—Para mí, sin dudarlo.

Lucy se sentó a su lado en la cama.

—Entonces, cuéntamelo y te prometo que te ayudaré.

Hayden la miró y barajó sus opciones. Luego, tomó la decisión: podía confiar en ella.

—Voy a conseguir la orden de un juez para poner a Angelica bajo vigilancia.

—¿Eso es todo? —preguntó Lucy con escepticismo.

—Si se entera a través de Boyle, no servirá de nada tenerla controlada. Así que debo ser extremadamente cuidadoso. No obstante, tengo pruebas sobre Angelica para pedirle al juez la orden. Si las tuviese sobre Boyle, también la pediría.

—La palabra clave es si. Si tuvieras pruebas sobre él —argumentó Lucy—. No las tienes porque no existen.

—Seguro que vigilando a Angelica averiguamos algo de Boyle —le dijo él—. ¿Todavía quieres ayudarme?

—Por supuesto —contestó Lucy sin dudarlo—. Quiero estar allí cuando Angelica se incrimine e incrimine a quien la haya ayudado.

—Yo también.

Capítulo Diez

-Hola, Roger —dijo Lucy, saludando al guardia que vigilaba ANS esa noche antes de dirigirse con Hayden hacia los ascensores.

Era poco después de la medianoche, así que solo había algún trabajador en los estudios donde se grababan programas nocturnos.

Era el único momento del día en que Hayden podía ir a intervenir el teléfono de Angelica. En cuanto el juez le había dado la orden, Hayden había pedido a varios técnicos de su empresa que pinchasen las líneas de Angelica, pero no quería dejar nada a la suerte en aquel caso, lo que significaba ponerle él mismo un micrófono en el teléfono del trabajo.

Las puertas del ascensor se cerraron y se quedaron solos, pero Lucy ya le había advertido a Hayden que había cámaras. Estaba nerviosa. Aquello tenía que funcionar. Tenían que averiguar con quién estaba trabajando Angelica y limpiar el nombre de Graham.

—Hoy ha hecho un día precioso —comentó.

Era sospechoso, ir en el ascensor tan callados. Si alguien los sorprendía, le diría a Graham que había hecho de agente doble y que había llevado a Hayden al despacho para enseñarle parte de la información que había conseguido, a ver si así se ponía nervioso y le desvelaba algo más.

—Sí, ha hecho calor y buena temperatura, estupendo para Josh —respondió él con naturalidad.

Aunque era normal que estuviese más tranquilo que ella. No tenía tanto que perder. Para él era otro caso más, mientras que la familia de Lucy estaba en juego.

El ascensor llegó a la octava planta, en la que a esas horas no había nadie. El despacho de Angelica estaba al fondo del pasillo, junto al de otros periodistas veteranos, mientras que Lucy tenía un escritorio en uno de los cubículos situados en el centro de la planta.

—Por aquí —dijo, guiándolo por un pasillo de paredes de cristal. La luz de la luna iluminaba lo suficiente para no necesitar luz artificial, una suerte, porque así no llamarían la atención.

—¿Cuál es tu escritorio? —le preguntó Hayden en voz baja.

Ella se lo enseñó.

—Está más recogido que el resto —comentó él.

—Me gusta ser ordenada —respondió ella, observando que todo estaba en su sitio.

Hayden arqueó una ceja.

—Yo soy ordenado, pero mi escritorio está peor que este.

—Tu escritorio siempre está limpio —dijo Lucy.

Lo mismo que la suite que utilizaba como despacho para la investigación.

—En realidad, ese no es mi escritorio. El de Nueva York tiene montones de documentos y bandejas llenas de papeles, como tiene que estar un escritorio.

Ella se acordó de la pila de libros sobre bebés que había visto en la habitación de Josh y el modo en que Hayden extendía los papeles sobre la mesa cuando ella lo ayudaba por la noche con la investigación. El caos organizado le pegaba más que el orden absoluto y le gustó haber podido conocer esa parte, más íntima, de él.

—¿Dónde está el despacho de Angelica? —le preguntó él.

—Allí —respondió ella, señalando la habitación que había al otro lado del estrecho pasillo—. Mi escritorio está orientado de tal manera que veo su sonriente cara a todas horas.

Oyeron un pitido del ascensor y ambos se quedaron inmóviles. Las puertas se abrieron y la voz aguda de Angelica invadió el aire.

—No, eso no puede ser. Si quieres participar en la noticia tendrás que presentarme el informe a las ocho de la mañana. Fin de la discusión.

Luego, un momento después, habló consigo misma.

—Imbécil.

Todo se quedó en silencio y solo se oyeron los tacones de Angelica golpeando el suelo. Iba hacia ellos.

Lucy miró a Hayden y se le aceleró el pulso. Si Angelica los veía era posible que sospechase de lo que estaban haciendo y les estropease el plan.

Hayden la agarró del brazo para que se agachase y ambos se metieron en silencio debajo del escritorio. El espacio era tan poco que Lucy tuvo que ponerse sobre su regazo y apoyar la mejilla en su pecho. El corazón de Hayden estaba tan acelerado como el suyo.

Los pasos de Angelica llegaron a su despacho, que estaba a escaso metro y medio de allí, y separados solo por una mampara. Encendió la luz y esta salió por la puerta, pero debajo del escritorio seguían estando en relativa oscuridad. Hayden le acarició el brazo y a ella se le puso la carne de gallina. Se miraron a los ojos y Lucy se estremeció.

—Te deseo —le dijo él en un susurro.

—Estás loco —contestó ella.

Hayden sonrió y le desabrochó el primer botón de la blusa. Ella no supo si reír o derretirse. Cuando sus labios la tocaron, dejó de pensar.

Pero entonces oyeron más pasos. Hayden dejó de besarla y volvió a abrocharle el botón.

—Luego —le dijo al oído.

—Gracias por venir —dijo Angelica.

Como tenía la puerta abierta, se la oía con toda claridad. Hayden sacó su teléfono y le dio a un botón. Lucy supuso que iba a grabar la conversación.

—¿Qué es tan importante que no podía esperar a mañana?

Lucy se estremeció al oír la voz de Graham, pero Hayden la tenía abrazada y no la dejaba moverse. Que Graham se reuniese con Angelica a aquellas horas no pintaba bien, aunque Graham trabajase siempre hasta tarde. Seguro que había una explicación.

—Algo que hace mucho tiempo que quiero decirte —continuó Angelica.

—Bueno, pues suéltalo. No tengo toda la noche —respondió Graham.

—¿No? —le preguntó Angelica con voz melosa—. ¿Ni siquiera para tu hija?

—¿Qué demonios...? —preguntó Graham—. ¿Me estás diciendo...?

Hayden hizo que Lucy levantase el rostro y lo mirase, pero ella se encogió de hombros. No sabía más que él, pero aquello no le estaba gustando nada.

—Mamá siempre decía que había heredado tu barbilla —comentó Angelica—. Seguro que te has fijado alguna vez.

—¿Madeline?

—Madeline —repitió Angelica riendo—. Hace mucho tiempo que no utilizo ese nombre.

—Llevas cinco años trabajando aquí. ¿Por qué no me has dicho antes que eras tú?

—¿Y darte así la oportunidad de que me rechazases por segunda vez?

—¡Yo no te rechacé! Te apoyé económicamente. Me aseguré de que no te faltase nada.

Lucy sintió náuseas. Lo único que hacía que no se derrumbase fue la mano de Hayden acariciándole el pelo. ¿Angelica era hija de Graham? ¿Eran hermanastras? ¿Por eso la odiaba tanto?

—Sí, lo tenía todo —le respondió Angelica—. Salvo un padre. Al parecer, estabas guardando todo el cariño para tu querida Lucy.

Hayden agarró a Lucy con más fuerza.

—Esto no tiene nada que ver con Lucy —rugió Graham.

—Tienes razón —admitió Angelica—. Solo tiene que ver contigo. De hecho, es el único motivo por el que estoy en ANS.

—¿Qué estás diciendo? Por supuesto que estás aquí por mí, yo te traje de NCN.

—Tengo entendido que tienes problemas con el Congreso. Y me parece que no se van a conformar con detener a Brandon Ames y a Troy Hall. Están buscando al cerebro de la trama.

Hubo un breve silencio, y luego Graham lo rompió:

—Fuiste tú.

Angelica se echó a reír.

—No hay ninguna prueba.

—Tú manipulaste a Ames y a Hall. Sacaste lo peor que había en ellos.

—Creo que me confundes con alguien, pero, sea quien fuere, no le debió de costar mucho sacar lo peor de esos dos.

—¿Y Marnie? Tú la trajiste aquí.

—No me sorprendería que estuviese implicada —admitió Angelica—. Está desesperada por llegar a lo más alto.

—Y tú la manipulaste para que me presentase el plan.

—No, yo no la manipulé. Debió de ser idea su-ya.

Graham suspiró.

—Mira, no quiero hablar de todo eso. No ahora que he vuelto a encontrarte.

—Claro, estabas buscándome desesperadamente —dijo Angelica en tono sarcástico.

—Siento no haberlo hecho. Aunque al menos yo no soy como el idiota del presidente, que abandonó completamente a su hija y no quiso saber nada de ella. Yo te pagué una manutención.

—¿Me pagaste? —inquirió ella—. Vas a seguir pagando. Buena suerte.

—Angelica... —dijo Graham, claramente confundido.

—Adiós, papá —lo interrumpió ella.

Y se volvió a oír el sonido de sus tacones por el pasillo.

Lucy se zafó de Hayden, salió de debajo de la mesa y corrió al despacho de Angelica. Graham estaba inmóvil, completamente pálido. Lucy se quedó a un par de pasos de él, sin saber qué hacer o qué decirle. Ambos se quedaron en silencio.

Finalmente, Graham se dejó caer en el sillón de Angelica.

—Lo has oído todo —comentó.

—Sí —le respondió Lucy.

—Lucy, lo siento mucho. Lo siento por todas las personas que han sufrido o que van a sufrir por culpa de esto, pero, sobre todo, lo siento por ti —le dijo, bajando la vista a los zapatos—. Te quiero más que a nada en el mundo.

Ella deseó abrazarlo y decirle que todo iría bien, pero habría mentido.

—Lo sabías —le dijo—. Llevo todo este tiempo defendiéndote, creyendo en ti, y tú autorizaste todas esas actividades ilegales.

—No sé qué decir.

—Deberías empezar por decir que lo sientes por Ariella Winthrop, por haber permitido que se enterase de la identidad de su padre en directo, apareciendo en una cadena nacional de televisión.

—Eso fue un desafortunado efecto secundario.

A Lucy se le encogió el estómago al verlo tan poco arrepentido.

—¿También fue mala suerte que el nombre de Ted Morrow resultase manchado?

—No —admitió él, apretando la mandíbula.

—¿Tanto lo odias?

—Lo cierto es que he estado enamorado dos veces en mi vida. Una, de tu madre. La otra, de Darla Sanders, en el instituto. Pensé que ella me quería también, que teníamos un futuro juntos, pero Ted Morrow me la quitó. Y el muy cerdo ni siquiera se casó con ella.

Lucy abrió la boca, pero volvió a cerrarla. No podía creer lo que acababa de oír.

—¿Le guardas rencor por algo que sucedió hace treinta años?

—Bueno, en realidad lo hice porque la gente tiene derecho a saber quién es su presidente.

Lucy apoyó las manos en las caderas.

—La gente también tiene derecho a esperar que se cumplan las leyes.

Él sonrió de medio lado.

—Eres igual que tu madre, Lucy. Y estoy orgulloso de ello.

El cumplido no la reconfortó como había ocurrido en otras circunstancias, sino que hizo que se sintiese a punto de estallar.

Se frotó las sienes e intentó controlarse. No quería caerse redonda en el despacho de Angelica, necesitaba respuestas.

—¿Y Angelica? —le preguntó—. ¿De quién es hi-ja?

Él suspiró.

—La crio su madre, pero parece ser que heredó mi crueldad.

Hayden entró en el despacho y Lucy dejó de respirar. Se había olvidado de que estaba fuera, escuchándolos.

—¿Qué está haciendo él aquí? —rugió Graham.

Hayden se metió las manos en los bolsillos y se quedó inmóvil.

—He venido con Lucy.

Graham la miró.

—¿Tú lo has traído aquí?

Ella miró a Hayden; no estaba segura de cuánto podía contar. Lo vio encogerse de hombros y asentir. Lucy abrió la boca, pero no supo qué decir. No sabía cómo explicarlo. Hayden volvió a asentir, animándola.

Ella se giró hacia su padrastro.

—Hayden sospechaba de que Angelica y tú estabais implicados en las escuchas ilegales. Yo le aseguré que tú no tenías nada que ver, y lo estaba ayudando porque quería limpiar tu nombre.

—¿Espiándome? —preguntó Graham indignado.

Lucy no estaba acostumbrada a que su padrastro la hablase así, así que tuvo que hacer un esfuerzo para tranquilizarse.

—Graham, no teníamos ni idea de que estarías esta noche en el despacho de Angelica.

Él pareció comprender.

—La estabais espiando a ella.

Hayden asintió.

—Sí.

—Supongo que usted también ha oído toda la conversación —le dijo Graham.

—Sí.

—¿Y tiene suficientes pruebas contra nosotros?

—Contra usted, sí. Angelica no ha admitido nada.

Hayden tomó un sujetapapeles de cristal que había encima del escritorio, lo miró y volvió a dejarlo en su sitio.

—Si cooperase con nosotros para descubrirla, podríamos ayudarlo.

Graham gimió y se tapó los ojos con la mano.

—No puedo hacerlo. Angelica tiene razón, le he fallado como padre. Así que lo único que puedo hacer ahora es protegerla.

—No será suficiente para salvarla —le advirtió Hayden.

—Ya veremos —respondió Graham—. ¿Qué va a pasar ahora?

—Angelica, Marnie y usted serán llamados a declarar ante el comité del Congreso, que tendrá la información que yo les voy a dar y que podrá hacer las preguntas adecuadas.

—¿Por qué no hacemos un trato, Black? —dijo Graham a regañadientes—. Yo lo confieso todo y usted deja fuera de esto los nombres de Angelica y de Madeline...

—No tengo autoridad para llegar a ese acuerdo con usted, pero se lo trasladaré a las personas adecuadas.

—Gracias —le dijo Graham, pasándose las manos por el rostro con nerviosismo—. ¿Y después de que testifique?

Hayden no se inmutó.

—Es posible que tenga que enfrentarse a una pena de cárcel, y tendrá que vender ANS. Las autoridades no permitirán que siga siendo el dueño de una cadena de televisión.

—No —dijo Lucy, negándose a aceptar que su padrastro pudiera ir a la cárcel.

—Lucy, cariño, a lo mejor no voy a la cárcel.

—No —repitió ella, mirando a Hayden—. Si se puede hacer un trato para proteger a Angelica, también se tiene que poder hacerlo para proteger a Graham.

—No es lo mismo —dijo Hayden—. No tenemos nada para negociar con la libertad de Graham. ¿Qué quieres que haga?

—No lo sé, tú eres el experto en esto —le dijo ella, tomando sus manos y entrelazando los dedos con los de él—. Puedes salvarlo. Es la única familia que tengo. Por favor.

—Lucy, lo siento mucho —le respondió Hayden con voz tensa—. No puedo hacer nada.

Ella le soltó las manos, puso la espalda recta y se centró en lo que era más importante.

—¿Puede al menos marcharse a casa?

Hayden se aclaró la garganta.

—Sí, pero tendrá que presentarte ante el comité probablemente en un par de días.

Se giró hacia Graham y le preguntó:

—No va a marcharse de la ciudad, ¿verdad?

—Por supuesto que no —respondió Lucy en su lugar, acercándose a su padre—. Vamos, Graham, te llevo a casa.

Este tenía los hombros caídos y la mirada perdida.

—Rosie está arriba, en mi despacho.

—Hayden, ¿puedo confiar en que saldrás del edificio sin detenerte en ningún sitio en el que no debas parar? —le preguntó Lucy.

Hayden frunció el ceño confundido.

—Por supuesto.

—Entonces, adiós. Ya no vamos a emitir ese reportaje sobre ti, así que puedes estar tranquilo. Y por fin tienes lo que querías. Supongo que nuestro trabajo juntos termina aquí.

Él la miró fijamente.

—Supongo que sí.

Hayden se dio la media vuelta y salió del despacho. Lucy observó cómo iba hasta los ascensores sin mirar atrás.

Con cada paso que daba, algo se rompía en su interior. Habían dejado claro que lo suyo era solo temporal. Y su tiempo se había terminado, pero cuando Hayden entró en el ascensor, ella se sintió vacía, rota.

Cerró los ojos para contener la emoción y luego se giró hacia Graham. Su padrastro la necesitaba. Entrelazó su brazo con el de él y lo ayudó a levantarse.

—Buscaremos a Rosebud e iremos a casa.

—Lucy —le dijo él, permitiendo que viese por primera vez emoción en sus ojos—. Lo siento de verdad.

—Ya lo sé, Graham. Todo va a ir bien —le respondió ella, a pesar de estar notando cómo se le moría el corazón.

Las dos únicas personas a las que quería en el mundo iban a dejarla. Una, probablemente, por la cárcel; la otra, por su vida en Nueva York.

Le había mentido a Graham, nada iba a ir bien. Nunca jamás.

Capítulo Once

Sentada en un taburete de la cocina, todavía en pijama, Lucy vio las noticias de la mañana con una taza de café entre las manos. La declaración de Graham del día anterior estaba en todos los medios. La Comisión Federal de Comunicaciones le había ordenado la venta de ANS si no quería que la cadena perdiese la licencia. Lo que todavía no sabía nadie era que Liam Crowe, magnate de los medios de comunicación, ya le había hecho una oferta. Eso se anunciaría a lo largo del día.

También estaban informando de que Marnie Salloway iba a declarar en unas horas, ya que Graham había dicho que esta había sido la que le había informado de todos los avances del caso. Tal y como Lucy había imaginado, Graham no había nombrado a Angelica ni una sola vez, y tampoco se le había preguntado por ella. El comité había aceptado el trato que Graham le había propuesto, incluido que mantuviesen su relación con Angelica en privado, lo que significaba que los medios no sabían nada... todavía.

Lucy contuvo las lágrimas por Graham. Se había quedado con él la noche que Hayden y ella habían oído su conversación con Angelica, la noche en que toda su vida se había venido abajo. Lo había llevado a casa y había dormido en una de las habitaciones de invitados. O había fingido dormir, porque casi no había podido pegar ojo desde entonces. Lo habían detenido la tarde anterior y ella había ido a buscar a Rosie. No había conseguido dormirse hasta las tres de la madrugada y acababa de amanecer y ya estaba despierta otra vez.

No podía dejar de pensar en el horrible futuro que le esperaba a Graham, acerca de su implicación en las escuchas ilegales, en que era el padre de Angelica. Era demasiado. Se sentía como si todo en lo que había creído fuese falso.

Y cuando había conseguido no pensar en Graham, su mente la había llevado una y otra vez a un tema en el que prefería no pensar.

Hayden.

Cerró los ojos, vio su imagen y notó cómo se le rompía el corazón. Lo quería, no podía seguir negándolo. Y nunca se había sentido peor en toda su vida. ¿No se suponía que el amor era algo edificante?

Seguía sin gustarle la idea de tener una relación con un hombre mayor, pero eso se había visto eclipsado por los acontecimientos de la última semana. Lo cierto era que su amor por Hayden se había contaminado con la detención de Graham.

Hayden le había dicho en Montana que no quería que nada estropease los recuerdos que tenía de ella, pero había ocurrido.

Lo único que podía hacer era intentar volver a verlo antes de que atrapase a Angelica, terminase la investigación... y se marchase. A lo mejor él no quería volver a verla, después de cómo le había hablado la otra noche, y ya nada volvería a ser lo mismo, pero, no obstante, quería intentarlo. Lo llamaría ese mismo día. A lo mejor podían poner unas normas nuevas. O tal vez se estuviese engañando a sí misma y fuese imposible retomar su aventura.

Su teléfono sonó y ella alargó la mano para responder. No tenía ganas de hablar con casi nadie, pero tenía que estar pendiente de Graham.

Vio el número de Hayden en la pantalla y se quedó sin respiración.

—¿Te he despertado? —le preguntó este en cuanto descolgó.

—No, ya llevo un rato despierta.

—¿Puedo hablar contigo?

—Ya estás hablando.

—En persona.

Lucy cerró los ojos con fuerza. Quería hablar con él cuando estuviese preparada, tal vez cuando tuviese la cabeza un poco más despejada. Quizás después de dos o tres cafés más.

—Podemos vernos en un par de horas.

—Estoy en la calle, delante de tu casa.

A Lucy se le aceleró el corazón, se levantó de la banqueta y se acercó a la ventana. Apartó las cortinas y vio su coche de alquiler en la calle.

—Ya lo veo.

—¿Puedo subir unos minutos?

—No es buen momento, Hayden —le dijo ella.

Todavía estaba en pijama y solo se había tomado una taza de café.

—Tiene que ser ahora —le contestó él.

—Bueno —cedió Lucy, suspirando.

Colgó el teléfono y corrió a su habitación. No le daba tiempo a cambiarse, pero se puso la bata de satén azul.

Cuando abrió la puerta, se encontró con que Hayden tenía a Josh, casi dormido, en brazos. Él iba vestido con traje oscuro, camisa azul clara y corbata. A Lucy se le encogió el estómago. Solo podía pensar en desnudarlo.

—Siento venir tan pronto —le dijo él.

—Entra —respondió ella, inclinándose a darle un beso a Josh en la mejilla—. ¿Quieres un café?

—No, gracias —le dijo Hayden, se inclinó a acariciar a Rosie y dejó a Josh en el suelo, junto a la perra—. No voy a quedarme mucho rato.

Ella se sirvió otro café y le dio un sorbo. Lo necesitaba.

—Así que vienes pronto y también te vas a marchar pronto.

—He venido a despedirme —le dijo él, sin ningún rastro de emoción en la voz.

A ella se le encogió el estómago. Dejó la taza en la encimera antes de que se le cayese. ¿Se marchaba? ¿Ya?

—Hayden —empezó, y tragó saliva—. Siento lo que te dije la otra noche. Estaba disgustada.

—No me marcho por eso, Lucy. Me marcho porque tengo que hacerlo.

—¿Antes de que se termine la investigación?

—Es lo mejor. Me he implicado demasiado. John Harris, que es uno de los mejores detectives de mi empresa, llegará esta misma noche. Él será más imparcial, que es lo que hace falta ahora.

Frunció el ceño y miró a Josh, que estaba acariciando a Rosie.

—Lo que ha hecho falta siempre.

—¿Y tú te marchas de Washington?

Lucy había sabido que aquel momento tenía que llegar, pero era demasiado pronto. No estaba preparada.

Él asintió y apretó la mandíbula.

—Mi vuelo sale dentro de un par de horas. Ya he hecho las maletas.

Ella tomó aire e ignoró el dolor que sentía en el pecho.

No tenían un futuro juntos, así que tal vez fuese mejor que se marchase cuanto antes.

Levantó la barbilla y consiguió sonreírle de manera educada.

—Gracias por pasar a decirme adiós.

Él se pasó la mano por el pelo.

—Odio que nos tratemos con tanta frialdad.

—No se puede tener todo, Hayden. Lo nuestro siempre fue temporal —le dijo ella—. Gracias por organizarlo todo para que Graham pueda dejar a Angelica fuera del escándalo. Quiero que se haga justicia con ella, pero sé que Graham se habría odiado a sí mismo si hubiese sido él quien la hubiese delatado.

Hayden asintió, pero parecía distraído.

—Atraparemos a Angelica.

—Pero no serás tú quien lo haga —comentó Lucy.

—No —admitió él, encogiéndose de hombros—. Será John Harris quien se ocupe del caso, pero yo lo seguiré desde Nueva York.

—Así que te marchas.

—Me llevo a mi hijo a casa. Es lo que tengo que hacer.

—¿Y tan fácil te resulta dejarme?

—No es nada fácil, Lucy —admitió él—, pero, sí, me marcho. No puedo darte lo que necesitas.

Aquello fue la gota que colmó el vaso.

—¿Quién eres tú para decirme lo que necesito?

—Soy un hombre cínico y cansado del mundo. Un viudo hastiado. Jamás podré amar abiertamente, ni con la intensidad con la que lo hice en el pasado. Mi corazón no es capaz de hacerlo. Es como un coche viejo, de segunda mano. Y tú te mereces a alguien lleno de vida. Optimista. Enérgico. Como tú.

A Lucy le entraron ganas de reír con ironía, pero no lo hizo. Hayden estaba volviendo a decirle lo que necesitaba. Y nunca había estado más equivocado. De repente, Lucy lo vio todo muy claro, tal vez por primera vez. Su amor no estaba manchado, solo había obstáculos que debía superar. Pero amar era cosa de dos.

—Te equivocas —le dijo—, pero si no quieres quedarte a mi lado y creer en lo que podríamos tener, tal vez sea mejor que te marches ahora.

Él se pasó una mano por los ojos.

—Lo he hecho mal desde el principio.

—Me he enamorado de ti, ¿lo sabes? —le dijo ella en tono natural, porque pensó que era justo que lo supiera.

Él se quedó completamente pálido.

—Lo siento, Lucy. Lo siento mucho.

¿Lo sentía? A Lucy empezó a temblarle el labio inferior. Si volvía a decirle que lo sentía, no sería capaz de contenerse más.

—No es culpa tuya —replicó—. Sino mía.

Hayden la miró fijamente.

—Otro motivo más por el que debo marcharme. Así ya no le haré más daño a nadie.

Ella deseó pedirle que se quedara, pero se negaba a suplicarle. Le había dado la oportunidad de decidir quedarse con ella cuando le había dicho que lo quería, y él se había limitado a disculparse.

No iba a llorar. Lo único que le quedaba era su dignidad. Se acercó al fregadero y tiró el café, luego se giró hacia él con una máscara de tranquilidad en el rostro.

—Bueno, pues ya está —dijo, cruzándose de brazos.

—Sí —contestó él—. Espero verte en televisión. Probablemente como presentadora de noticias, o como lo que tú quieras. Tienes talento, Lucy.

Después de lo ocurrido con Angelica, Marnie y Graham, solo por querer conseguir audiencia, la idea le provocó náuseas.

—No lo creo. Voy a presentar mi dimisión hoy mismo.

—¿Y a qué te vas a dedicar? —le preguntó Hayden.

—No lo sé. Creo que me voy a tomar un par de meses libres para decidir qué quiero hacer con mi vida.

En esos momentos, no estaba en condiciones de tomar decisiones vitales.

—Hagas lo que hagas, tendrás éxito, estoy seguro —le aseguró él en tono amable.

—Tú también lo harás muy bien con Josh —comentó ella con toda sinceridad—. Tiene mucha suerte de tenerte como padre.

Josh se había colado en su corazón y, aunque no volviese a verlo, siempre lo llevaría allí.

Hayden asintió y se aclaró la garganta.

—Tenemos que marcharnos si no queremos perder el vuelo.

Avanzó hacia ella, que apartó el rostro porque no podía seguir mirándolo.

—Lucy —le susurró él, tomando su rostro con la mano. Luego, sin aviso, la abrazó y la besó apasionadamente.

Ella perdió el control por completo y le devolvió el beso. Lo abrazó por el cuello y tiró de él, no quería dejarlo marchar, deseaba que aquel momento durase eternamente. Notó que las lágrimas le inundaban los ojos y corrían por sus mejillas, pero no pudo contenerlas.

Hayden se apartó demasiado pronto y apoyó la frente en la de ella. Después, sin mediar palabra, le dio un beso en la frente, tomó a Josh del suelo y se marchó.

Ella cerró los ojos, escuchó alejarse sus pisadas y oyó cómo abría y cerraba la puerta. Y solo entonces se dejó caer al suelo de la cocina y se puso a llorar desconsoladamente.

Capítulo Doce

Un par de horas después, tras haber hecho un enorme esfuerzo, Lucy atravesaba la puerta abierta de una habitación fría, pintada de verde claro. Graham ya la estaba esperando allí. Parecía mucho más pequeño, tenía los hombros caídos, estaba inexpresivo, con la mirada clavada en las manos esposadas.

Iba vestido con un pijama naranja, despojado de su posición y su riqueza. No le habían dado la opción de pagar una fianza, ya que habían pensado que, dada su riqueza y la falta de familia, corría el riesgo de fugarse.

Lucy se sentó en la silla de plástico marrón y Graham levantó la vista por primera vez. Era evidente que le daba miedo el rechazo, y a ella se le encogió el corazón. Jamás se le había ocurrido que pudiese dudar de su amor y de su lealtad.

—Muchas gracias por venir, eres un cielo —le dijo.

—Eres mi padrastro y te quiero —respondió ella.

—¿A pesar de lo ocurrido?

—A pesar de todo, sí. Siempre has estado ahí para mí, y ahora soy yo la que está aquí, apoyándote.

Graham se tapó el rostro con las manos y cuando las bajó, tenía los ojos húmedos.

—Lo siento, Lucy.

—No puedo decir que me parezca bien lo que has hecho con ANS —respondió ella—, pero eso es solo una parte de ti. También eres el hombre que me acogió y me quiso al casarse con mi madre, y que me cuidó cuando ella faltó. Eres el hombre que siempre ha querido lo mejor para mí.

—¿Cómo está Rosebud? —le preguntó él.

Rosie se había pasado la noche llorando, echándolo de menos, así que Lucy había tenido que permitir que durmiese con ella.

—Te echa de menos, pero he intentado mantenerla ocupada, así que creo que está bien.

—Gracias por llevártela.

—A mí también me ha venido bien su compañía —admitió ella.

—Lucy —empezó Graham con cautela—. Entre Hayden y tú hay algo, ¿verdad?

Ella estuvo a punto de negarlo, pero ya no tenía sentido.

Tragó saliva para poder contestar.

—Para mí lo hubo, sí.

—¿Lo quieres? —le preguntó Graham.

De repente, a Lucy le costó respirar.

—No es fácil. Hay...

—Sí que es fácil —la interrumpió él—. ¿Lo quieres?

—Sí —susurró ella.

—Deja que te diga algo. Cuando echo la vista atrás, hay cosas en mi vida que me hubiese gustado hacer de otra manera, pero de lo que más me arrepiento tiene que ver con tu madre.

Eso la sorprendió.

—Pensé que la querías.

—Y la quise. Mucho. Más de lo que ella pensaba. Tenía que haberla mimado más. Fue el amor de mi vida, y yo me pasé el tiempo levantando imperios. Pensé que teníamos todo el tiempo del mundo, pero solo pudimos estar juntos siete años. Fue demasiado breve. Ya no está, y tampoco tengo la cadena, así que sacrifiqué mi tiempo con tu madre por nada.

—Ella sabía que la querías —le dijo Lucy—. Lo sabía.

—Gracias —dijo Graham en tono nostálgico—. Ahora te toca a ti.

Lucy no lo entendió.

—¿Pero no odias a Hayden? Es el que ha hecho que estés aquí.

—Por mucho que lo odie a él, te quiero más a ti. Y lo daría todo porque fueses feliz, cariño.

—Gracias —le dijo ella. Tenía un nudo en la garganta.

Graham la miró a los ojos sin molestarse en ocultar sus emociones.

—Si es amor, Lucy, lucha por él. No dejes que nada se interponga en tu camino.

—¿Y si él no quiere?

—Entonces es un idiota, tal y como yo sospechaba —le contestó su padrastro—, pero si lo amas, intenta que sea tuyo. La vida es demasiado corta, demasiado impredecible para desperdiciar ni un solo segundo.

Lucy miró fijamente al hombre que tenía delante. No era el mismo hombre al que había conocido. Nunca le había hablado de su madre, nunca se había abierto de aquella manera. A pesar de todo, eso le resultó esperanzador.

—Tiene un hijo —le contó—. Hayden Black es viudo y tiene un hijo de un año, se llama Josh.

Graham frunció el ceño.

—Eres demasiado joven para ser madre.

Hace poco tiempo atrás, ella habría pensado lo mismo, pero desde que había conocido a Josh, veía la maternidad de una forma completamente diferente. Como algo de lo que podría disfrutar si tuviese la oportunidad. Y era evidente que ya quería a Josh.

—Es un niño muy especial. Y le encanta Rosie —continuó.

—No me has preguntado por Angelica —comentó su padrastro.

Lucy dudó.

—Eso es asunto tuyo. No quiero entrometerme.

—Jamás debí abandonarla de niña —admitió él—. Pensé que con darle dinero era suficiente, pero no lo fue. A lo mejor, si hubiese criado yo a Madeline, las cosas habrían sido diferentes.

Ella se mordió el labio inferior. Tal vez Angelica hubiese sido diferente si Graham la hubiese educado, pero ya no merecía la pena hablar del pasado, así que comentó:

—Los bebés son maravillosos.

—Es evidente que quieres a Josh —dijo Graham, señalándola con el dedo—. No quiero que cometas los dos mismos errores que cometí yo. ¿Estás dispuesta a renunciar al hombre al que amas y al niño que quieres que sea tuyo?

Ella se echó hacia atrás en la silla y se cruzó de brazos.

—No lo sé, pero te prometo que lo pensaré.

Su padrastro asintió satisfecho.

—Sé que harás lo correcto. Como siempre.

Luego echó su silla hacia atrás y se levantó.

—Ahora, vete. No quiero que desperdicies tu tiempo haciéndole compañía a un viejo.

—Volveré —le dijo ella, controlando las lágrimas para que Graham no la viese llorar—. Pase lo que pase con tu sentencia, estaré ahí.

Cuando llegó al coche no pudo seguir conteniendo las lágrimas. Apoyó la cabeza en el volante y las dejó salir. Lloraba por Graham y también por sí misma.

Recordó las palabras que su padrastro le había dicho. Tenía razón. Quería a Hayden. Era sencillo, y muy complicado al mismo tiempo.

Le daba igual que Hayden dijese que su corazón no tenía capacidad para amar. Todo se podía superar si estaban juntos. Si había aprendido algo de Graham, era que no debía vivir con remordimientos. Que debía hacer cambios en su vida mientras pudiese. Aunque hablar con Hayden no fuese a servirle de nada, al menos tenía que intentarlo.

Se miró el reloj; todavía era temprano para tomar un vuelo. Sacó su teléfono, llamó a su agente de viajes y compró un billete para Nueva York. Tenía el tiempo justo para ir a casa a buscar un par de cosas y salir hacia el aeropuerto. No podía llevarse a Rosie, así que tenía que volver a Washington esa misma noche. Sintió un cosquilleo en el estómago. Sabía lo que quería e iba a intentar conseguirlo.

De camino a casa pensó en lo que le iba a decir a Hayden. Tenía que explicarle que tenían que crear juntos una nueva familia para Josh y tener más hijos juntos.

Aparcó delante de su casa, tomó su bolso y abrió la puerta del coche. Salió y dudó un instante. Había alguien sentado en las escaleras de su casa. Dos personas. Su corazón se detuvo. Dos personas a las que quería. Hayden se levantó y tomó a Josh, pero no se acercó a ella.

A Lucy le temblaron las rodillas y se apoyó en el coche para guardar el equilibrio. Él la miró a los ojos, pero su mirada no lo delató. ¿Se le habría olvidado algo?

El plan había sido decirle lo que quería para su futuro, pero eso tenía que ocurrir después de que le hubiese dado tiempo a ordenar sus ideas. No obstante, Hayden estaba allí y ella tenía que aprovechar la oportunidad.

Se colgó el bolso al hombro y cerró el coche. Luego respiró hondo y se apartó del vehículo. Empezó a andar. Al acercarse, Josh gritó y alargó los brazos, pero Hayden no lo soltó.

—Hola —la saludó. Tenía el ceño fruncido.

Ella se puso recta y sonrió.

—¿Se te ha olvidado algo?

—Sí.

Eso la desanimó, pero intentó controlarse.

—Entra.

Lucy abrió la puerta. Si conseguía que entrasen, a lo mejor conseguía que Hayden escuchase lo que le tenía que decir. Rosie acudió a saludarlos entusiasmada.

Mientras pensaba lo que iba a decir, Lucy entró en el salón. Era un buen lugar para dejar a Josh en el suelo. Una vez allí, se giró y puso los brazos en jarras.

—Antes de que te lleves lo que hayas olvidado, me gustaría...

—A ti —le dijo él muy serio.

Dejó a Josh en el sofá y Rosie se acercó a él. Luego Hayden la miró a los ojos.

—Te he olvidado a ti. En cuanto despegó el avión, supe que había cometido un error. Un error colosal. Cuando llegamos a Nueva York, compré directamente un vuelo de vuelta.

Lucy se puso a temblar.

—¿Quieres que continuemos con nuestra aventura? —le preguntó esperanzada.

—Quiero algo más que una aventura. Lo quiero todo, Lucy —le dijo, tomando sus manos y apretándoselas con fuerza—. Quiero vivir contigo.

—¿Y Josh? —le preguntó ella temblando—. No podría estar contigo y no tener relación con él. Y tú dijiste que jamás volverías a compartirlo.

—Me equivoqué —admitió él—. Una de las cosas que pensé en el avión fue que criar a Josh contigo no tendría nada que ver con criarlo con Brooke. Lo mejor para Josh es tener un padre y una madre que lo quieran. No obstante, sé que es mucho pedir. Deberías...

Ella le pudo un dedo en los labios.

—¿No irás a decirme otra vez lo que debo hacer?

Él sonrió.

—No.

—Bien. Porque quiero a Josh. Cuando te marchaste, lo eché de menos tanto como a ti. Os quiero a los dos.

Hayden tragó saliva, se arrodilló y tomó sus manos.

—Lucy Royall, cásate conmigo. Conmigo y con Josh.

Ella se sintió feliz, pero solo sonrió.

—Antes de responder a eso —le dijo con voz dulce—, quiero que pongamos una serie de normas.

—De acuerdo —dijo Hayden riendo.

—Para empezar, no vuelvas a pensar que sabes lo que me conviene.

—Está bien. De todas maneras, creo que no tenía ni idea.

—Además, vendré a Washington una vez por semana para ver a Graham pase lo que pase con su sentencia.

—Ya imaginaba que no querrías separarte mucho de él, así que iba a hacerte una propuesta. Voy a abrir una oficina de la empresa en Washington, si quieres que nos quedemos aquí. También podríamos vivir la mitad del tiempo en cada ciudad.

—¿De verdad?

—Aprendí un par de cosas de mi primer matrimonio. En esta ocasión, quiero que seamos una pareja de verdad. Graham forma parte de tu vida, así que también estará en la mía. Estoy seguro de que aprenderé a apreciar sus virtudes —dijo Hayden—. Por ejemplo, me gusta de él que te quiera tanto.

Lucy se emocionó y lo abrazó por la cintura.

—No pensé que podía quererte todavía más —le dijo, llorando de alegría—. No sé si sabes que, hace una hora, Graham me ha dicho que luchase por ti. Había comprado un vuelo para ir a Nueva York e iba a intentar convencerte de que nos dieras una oportunidad.

Él se echó a reír.

—Quién me iba a decir que tendría que darle las gracias a Boyle por algo bueno —le dijo, abrazándola—. De todas maneras, esta casa es demasiado grande para una persona sola, te ayudaremos a llenarla. Por cierto, ¿por qué una casa tan grande?

—Creo que siempre he estado esperando poder tener una familia.

—Pues ya la tienes —le dijo Hayden—. Josh, Rosebud y yo.

Rosebud se acercó al oír su nombre. Lucy miró al animal, después a Josh y por último a Hayden. Y sonrió.

—La familia perfecta.

—¿Tienes alguna norma más? —le preguntó Hayden mirándola a los ojos.

—Pues...

—Porque yo también tengo mis normas.

La llevó hasta el sofá y se sentaron con Josh, Lucy en el regazo de Hayden y el niño en el de Lucy.

—La primera, que no nos esconderemos. Si quiero besarte en un parque, o en medio de la calle, lo haré.

Ella intentó contener una sonrisa.

—Creo que puedo aceptar esa norma.

Aburrido por la falta de acción, Josh se fue a la otra punta del sofá y empezó a acariciar a Rosie.

—Segunda norma —continuó Hayden—. Podremos hacer el amor donde queramos, no solo en tu casa.

Ella le dio un beso en la barbilla.

—También estoy de acuerdo —le contestó.

—Entonces, yo creo que podemos casarnos.

Hayden la estaba mirando con tal intensidad, con tanto amor, que Lucy se sintió completamente feliz. Cuando la besó, supo que aquel era el único lugar en el que quería estar, con el hombre al que amaba y que la amaba a ella. Formaban la familia perfecta.

Si te ha gustado este libro, también te gustará esta apasionante historia que te atrapará desde la primera hasta la última página.

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