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Liberarse de los secretos de familia: Requisito previo para
cualquier psicoterapia.
Entrevista con SERGE TISSERON.
Serge Tisseron, psicoanalista y autor especialmente reconocido por sus obras sobre Hergé y sus orígenes, descubrió la importancia del secreto de familia en la propia historia, ya que la muerte de uno de sus abuelos estuvo rodeada de un gran misterio muy dañino. La interrupción del secreto de familia iba en contra de todo lo que le habían enseñado los teóricos el psicoanálisis freudiano, para quienes el secreto de familia no existía, ago que, sin duda, tenía alguna relación con el hecho de que la familia del propio Freud ocultaba numerosos secretos nocivos.
Apoyándose en la teoría del fantasma de Nicolás Abraham y María Torok, que fueron los primeros en explorar el campo clínico del secreto de familia mortífero, el que engendra sufrimiento para toda la línea sucesoria, Serge Tisseron renueva, con gran vivacidad, nuestra comprensión del psicoanálisis.
Hay más familias de las que no pensamos que ocultan secretos; secretos que pesan tanto en la vida psíquica de sus miembros que estos enferman, se convierten en delincuentes o toxicómanos o entran en una incomprensible espiral de fracasos. ¿Qué es un secreto de familia? No hay que confundirse: muchos secretos son legítimos y sanos y, aunque nuestra cultura no siempre los acepte, nos aseguran a todos libertad de pensamiento. Los secretos de familia resultan en la exclusión de varios miembros, en general los más jóvenes, de la confianza de grupo. Paradójicamente, normalmente nacen del deseo de los padres de proteger al niño ocultándole, por ejemplo, que otro miembro de la familia ha tenido un hijo fuera del matrimonio, o se va a morir, o está en la cárcel o simplemente está en el paro… los ejemplos son infinitos. Y siempre, en todos los casos, es como si el niño al que se ha aislado supiera, inconscientemente, la verdad y se las arreglará para entenderlo a través de una enfermedad o una conducta marginal con un único objetivo: demostrar que él también se está muriendo o es un delincuente o un parado, creyendo que así recuperará la confianza «perdida». ¿Qué hay que hacer para reparar la existencia de un secreto así? ¿Y para acabar con la maldición? ¿Qué se puede decir, qué hay que callar, hasta qué edad? En su libro, No secrets de famille, el Dr. Serge Tisseron propone algunas pistas bastante interesantes que le hemos pedido que comparta con nosotros.
—Como pedopsiqiatra, ¿cómo se interesó por las historias familiares?
Serge Tisseron: Todo empezó cuando era psiquiatra y psicoanalista de niños, durante los años ochenta. De repente, un día tuve la impresión de que las tablas de interpretación que había aprendido relativas a los cuadros infantiles no bastaban para explicar todos sus elementos.
—¿Qué tablas de interpretación utiliza?
S.T.: En aquella época, aplicaba la tabla tradicional de la representación de las pulsiones parciales en los cuadros infantiles, creada por Melanie Klein, y la de Françoise Dolto sobre la imagen inconsciente del cuerpo. Sin embargo, me dí cuenta de que había algunos cuadros que no correspondían con ninguna de estas referencias.
Durante las terapias, muchos niños dibujaban los problemas que escuchaban en casa pero de los que nadie les había hablado. En otras palabras, los niños dibujaban elementos de la historia familiar de los que tenían prohibido hablar con palabras y que, sin embargo, presenciaban. Este fue el punto de partida de mis trabajos.
—¿Y qué camino ha seguido?
S.T.: Ya antes me había hecho preguntas sobre este tema. Si los niños dibujan cosas de las que no pueden hablar, a lo mejor los adultos también lo hacen. A lo mejor los profesionales del dibujo explican, a través de su arte, las cosas de las que, de pequeños, no podían hablar. Entonces, decidí verificar esta hipótesis analizando alguna obra gráfica.
—¡Y volvió a leer las historias de Tintín!
S.T.: Los secretos giran en torno a historias que tienen un principio, un desarrollo y un final. Por lo tanto, tenía que decantarme por algún autor que dibujara historias completas. Las litografías no explican historias, solo ofrecen instantáneas aisladas. Entonces por lógica fui a parar a los cómics. Como conocía bien Las aventuras de Tintín porque las había leído de pequeño, empecé la investigación por ahí.
—¿Y qué descubrió?
S.T.: Demostré que había un secreto de familia solapado en toda la obra. Hergé, el creador de Tintín, era nieto de una madre soltera y todos le habían dibujado una imagen de su abuelo, cuya identidad siempre se mantuvo en secreto, como de alguien muy prestigioso. Por lo tanto, en su vida había un peso muy grande por intermediación de su padre, que siempre estuvo resentido con su madre por ocultarle el nombre de su progenitor. Además, los biógrafos del famoso dibujante confirmaron esta información. Así pues, Hergé expresó en imágenes el secreto que, de pequeño, no pudo expresar con palabras.
—Pero expresarse con imágenes no es una técnica nueva.
S.T.: Los psicoanalistas afirman que lo que se suele expresar con dibujos son los conflictos entre los deseos y las prohibiciones que van asociadas a ellos. Desde este punto de vista, son una especie de compromisos. Mi opinión es que el niño, y en ocasiones el adulto, también dibuja lo que le está prohibido decir con palabras, sencillamente porque debe obedecer una norma familiar. El dibujo no siempre expresa los deseos prohibidos, excepto el de entender y conocer lo que puede suceder en una familia alrededor de un acontecimiento. A partir de esta idea escribí Tintín et les secrets de famille en 1987.
—En la actualidad, la familia tradicional ha desaparecido. ¿Ha cambiado la definición de familia?
S.T.: La definición no creo. Sin embargo, la necesidad que nos lleva a definirla ya no es la misma. Antes, la familia existía, nadie la ponía en duda y, por lo tanto, no había ninguna necesidad de definirla. Se cultivaba el recuerdo de los antepasados y, alrededor de padres e hijos, se juntaban hermanos, tíos y abuelos. Hoy en día, las nuevas formas de vida han puesto patas arriba todo esto y lo más habitual son las familias de divorciados casados en segundas nupcias, parejas de hecho o monoparentales. Además, cada vez nacen más niños por fecundación in Vitro, con un donante anónimo o no, y el número de adopciones también ha crecido. Por lo tanto, me parece esencial recordar que toda familia se define con dos ejes complementarios: un eje horizontal y un eje vertical.
El eje horizontal lo componen todas las personas que, en un momento dado, pueden estar en contacto físico o virtual, vía Internet por ejemplo. Los miembros de una misma familia pueden estar repartidos por Canadá, Argentina, China y África pero, mediante Internet, pueden ponerse en contacto los unos con los otros, contacto entre seres vivos. Aunque sea un contacto virtual, el carácter humano de los protagonistas define la relación. Sin embargo, toda familia también se define por un eje vertical, representado por los ascendientes y la genealogía que integra cada ser humano en una filiación.
Todos descendemos de un hombre y una mujer, que también nacieron de un hombre y una mujer, y así sucesivamente. Es importante recordar que estos dos ejes son básicos para la construcción física del niño. Nadie se define únicamente a partir de sus contemporáneos o de sus ascendientes. Todos necesitamos de ambos.
—En nuestra sociedad, la familia, que ha sido vilipendiada durante los últimos años y considerada como una carga, esta revalorizada. ¿Cómo explica este cambio?
S.T.: La familia, que hoy está revalorizada, es muy distinta a la que se atacaba hace unos años.
La que se despreciaba era la familia patriarcal tradicional, alimentada por la hipocresía y el autoritarismo, con un padre declarado casi un dios por el mero hecho de ser el padre, aunque fuera alcohólico o incestuoso. Desde los años cuarenta, este tipo de familia ha sido ampliamente criticada. La familia que hoy se ha revalorizado exalta los valores de la proximidad, la autenticidad y la sinceridad. A mí, más que revalorización de la familia, me gusta hablar de nuevas formas de organización familiar, de nuevas relaciones entre padres e hijos.
—El tema del secreto de familia está cada vez más estudiado, sobre todo en cine con películas como Celebración de Thomas Vinterberg, que habla del trauma que deja el incesto, o más recientemente Atando cabos de Lasse Hallstrom, cuyo protagonista es un hombre en busca de sus raíces que descubre, entre otras cosas, que desciende de una familia de náufragos. ¿En una moda?
S.T.: En mi caso no, porque empecé a interesarme por este fenómeno hace más de treinta años, a finales de los setenta. Hay que entender que, en aquella época, nadie, y mucho menos los psicoanalistas, creía que el origen de los problemas psicológicos podía estar en los secretos de familia. El reconocimiento actual proviene, básicamente, de dos factores. El primero es sencillamente, la evolución de las costumbres. Había un gran número de problemas que, apenas hace veinte años, seguían siendo tabú mientras que hoy todos hablamos de ellos con toda libertad, entre ellos, por ejemplo, los hijos adulterinos, los hijos concebidos antes del matrimonio o adoptados (eventualmente por parejas homosexuales); asimismo, en el aspecto patológico, también se ha avanzado en el atrevimiento a hablar de enfermedades mentales, depresiones, toxicomanías, alcoholismo, etc. La prensa dirigida al gran público ha tratado todos estos temas, les ha vuelto a dar su dimensión social y no solo una dimensión individual. Por lo tanto, el sentimiento de vergüenza que se desprendía de estos fenómenos ha desaparecido.
—¿Y el segundo factor?
S.T.: Muchos especialistas del psiquismo empezaron a interesarse por estas cuestiones. Hace treinta años, cuando hablaba con mis colegas del problema de los secretos de familia, suscitaba un escepticismo muy educado, en el mejor de los casos, y en el peor, un brote de agresividad.
Afortunadamente hoy en día el impacto de los secretos de familia está reconocido. Sin embrago, es interesante remarcar que el progreso no ha venido por los propios terapeutas, sino por la evolución social. Como siempre, los terapeutas solo vieron esta evolución y se subieron al carro.
—¿Me esta diciendo que la sociedad se dio cuenta de la importancia de los secretos de familia antes que los terapeutas?
S.T.: Exacto. Según Freud, el padre del inconsciente, los secretos de familia no existían. Por lo tanto, todos los psicoanalistas que bebieron su teoría, y solo dios sabe lo numerosos que eran en los setenta, nunca los tuvieron en cuenta. En el medio analítico de aquella época, había respuestas ya formuladas, como esta: la historia de los padres y de la línea de descendencia se inscribe en el inconsciente del niño. Por lo tanto, cada uno tiene el conocimiento inconsciente de la herencia familiar, incluso de la más sombría. Conclusión: aunque una familia tenga un secreto de familia, de todas formas será un secreto a voces por todos conocido.
—¿Se inspiró en las teorías de Nicholas Abraham y María Torok, los psicoanalistas que se sitúan en el origen de las nociones clave de los efectos de un secreto de familia a través de las generaciones (la clínica del fantasma)?
S.T.: Para realizar la investigación sobre Tintin et lespsychanalystes, efectivamente me inspire en su teoría. Sin embargo, más tarde vi que esta teoría no resolvía todos los problemas y que se tenía que ampliar con otras construcciones teóricas. En resumen, Nicholás Abraham y María Torok fueron los primeros en tener en cuenta que los secretos vergonzosos, y las mentiras que los acompañan, pueden crear desgastes psicológicos importantes en las siguientes generaciones; es la teoría de la cripta y del fantasma. Por otro lado, no mencionan en forma alguna a través de que mecanismo los secretos «rebotan» de generación en generación y envenenan la vida de las familias. ¿Cómo se transmite ese secreto que parece contagioso y que los niños, los niños pequeños, llevan siempre consigo? Como no habían abordado esta cuestión, algunos terapeutas imaginaron que, quizás, este secreto contenido en el inconsciente de los padres saltaba, como una pulga invisible, al inconsciente de los hijos. Y esta teoría ha ido evolucionando hasta lo absurdo.
—¿Qué complemento ha aportado usted? ¿En qué se basa su propia teoría de los secretos de familia?
S.T.: Si vivimos una situación de la que no podemos hablar porque está prohibido o nos resulta doloroso, desarrollamos otras formas de expresión: actitudes extrañas, frases equívocas, etc., que nuestros hijos perciben inconscientemente. Cuando en el clan familiar se impone el silencio, los niños se fabrican las imágenes. Con los dibujos expresan lo que no pueden decir con palabras pero que, de todos modos, han interiorizado a partir de los gestos y los comportamientos que observan a su alrededor. En mi libro Psychanalyse de la bande desciñe, de 1987, bauticé este mecanismo como la teoría de los tres niveles de simbolización. A partir de entonces, no he hecho más que precisarla, definirla y extraer las consecuencias.
—¿Cómo hace sufrir a los miembros de una familia la ley del silencio que rodea un secreto?
S.T.: Es muy sencillo. El ser humano está hecho de manera que siempre hay algo, una fuerza interior, un instinto, que lo obliga a hacerse representaciones de las situaciones que atraviesa. Todo el mundo lo ha hecho alguna vez. Si va por la carretera y ve un accidente, cuando llega a casa se lo cuenta a toda la familia, con muchos gestos incluso con un croquis. Es una característica humana; desde el momento en que vivimos un acontecimiento importante, le damos una representación que puede adoptar formas múltiples. La vida familiar está permanentemente bajo el signo de estos cambios.
Ahora bien, cuando los miembros del grupo viven algo de manera muy intensa y no les pueden otorgar representación verbal, van a traducirlo inconscientemente. Si, por ejemplo, a alguien lo atacan por la calle y no lo comunica, va a experimentar el miedo de otra manera: no querrá salir de noche y se excusará diciendo que está cansado. Los otros miembros de la familia se preocuparán porque esa actitud les parecerá incomprensible. También hay otras actitudes ambivalentes que pueden resultar tóxicas, como la de la madre que le quería ocultar a su hijo que lo habían adoptado. Cada vez que se hablaba de adopciones en la televisión, la madre la apagaba o cambiaba de canal. El silencio, detrás de sus actitudes, creó una dinámica muy particular en el seno de la familia y engendró duros conflictos.
¿Y qué sucede cuando un niño percibe que hay un no-dicho, un secreto en la familia?
S.T.: Cuando un niño sospecha que sus padres maquillan o distorsionan la realidad y que, por ello, sufren, empiezan a barajar varias hipótesis. En una pareja sucede lo mismo. Su pareja llega a casa cada noche de buen humor y de repente, un día, llega totalmente perturbado. Le pregunta qué le pasa y le dice que nada, entonces usted empezará a hacer preguntas. Pero volvamos al niño. Si sospecha que le ocultan algo, se hará tres tipos de preguntas. Para empezar se preguntará: «¿Es culpa mía? ¿He hecho algo mal sin darme cuenta?».
A continuación, la siguiente pregunta será: «¿Es que mis padres han hecho algo de lo que se avergüenzan y no se atreven a explicármelo?».
Y al final, se dirá: «A lo mejor solo son imaginaciones mías».
De este modo, el niño entra en una espiral de dudas cada vez más generalizada. Si lo que le ocultan es importante, acabará dudando de lo que escucha, de lo que ve, de lo que entiende y de lo que piensa. Este sufrimiento es terrible para el niño y puede presentar problemas más o menos serios, desde dificultades en el aprendizaje hasta determinados comportamientos sicóticos.
—Los secretos de familia, ¿magnifican sus efectos a medida que van pasando de generación en generación?
S.T.: En general, los efectos se agravan en las dos primeras generaciones y después disminuyen. Sin embargo, hay que tener en cuenta que cada niño se desarrolla en un ambiente relacional bastante amplio. Está en contacto con la niñera, con los tíos y las tías, etc. Si choca con actitudes incomprensibles de su padre, siempre podrá acudir a alguien de su entorno como, por ejemplo, su madre, para saber que le pasa a su padre. A lo que ella podrá contestar que no acaba de superar el despido o que a veces está de mal humor porque de pequeño sufrió mucho, que no puede hablar de eso pero que, a lo mejor, algún día se abrirá a ellos. Al descubrir que no es culpa suya, el niño se tranquiliza y se libera.
—¿Quién puede ejercer este papel corrector con un niño?
S.T.: Dentro de este sistema correctivo, los abuelos tienen un papel muy importante. Siempre que un padre «portador de un secreto» cría a su hijo, los abuelos pueden, al menos, explicarle que su padre o su madre se comportan de una manera extraña por algo que no tiene nada que ver con él y de lo que no es responsable. Hoy en día, y gracias a la agitación mediática alrededor de estos no-dichos, cada vez hay más personas sensibilizadas con que hay que aplicar correctivos.
—Y si nadie libera a un niño de la culpa que él puede sentir, ¿qué les sucederá a las generaciones venideras?
S.T.: Entonces el secreto atraviesa las generaciones. El adulto que, de pequeño, sufrió las consecuencias de un secreto de familia está destinado a desarrollar, en su papel de padre o madre, un sistema de comunicación distorsionado. Por ejemplo, si una mujer fue víctima de un incesto cuando era pequeña, su hijo puede intuir lo que le esconde, aunque sin tener la confirmación. En la segunda generación, cuando esta niña sea madre, puede desarrollar una actitud ansiosa con respecto a la sexualidad sin saber por qué y puede llegar a ser exageradamente protectora con su propia hija. El secreto ya no es solo «indecible», sino también innombrable. Entonces, el niño puede desarrollar auténticos problemas de personalidad.
—¿Hay secretos en todas las familias?
S.T.: ¡Por supuesto! Todas las familias guardan secretos. Existirán siempre. Sin embargo, me parece importante hacer la distinción entre los secretos buenos y los malos. No todos son nocivos. A veces, la familia lleva a cabo un embellecimiento de la verdad, una especie de mitología que refuerza la cohesión familiar. El secreto de familia tóxico posee tres características: se oculta, está prohibido saberlo y provoca sufrimiento en un miembro de la descendencia cuyos hijos pueden descubrir. Por supuesto, obvia decir que no todo lo que se oculta a los niños obedece forzosamente a estas tres características.
Por ejemplo, la vida sexual de los padres se mantiene en secreto; el niño tiene prohibido asomarse para ver que pasa en el dormitorio de los padres aunque, al mismo tiempo, y a pesar de ocultárselo, es una fuente de felicidad para los padres y el niño lo nota y, por lo tanto, se despreocupa.
Es muy distinto cuando el clan familiar se impone el silencio sobre algún suceso. Una desavenencia aparentemente sin importancia por una herencia puede resultar terrible para uno de los miembros del clan y envenenar su vida y la de sus hijos. La gravedad reside en la importancia del secreto, claro está, pero también en el desgaste emocional y en la constancia por preservarlo. En todas las familias puede haber elementos mantenidos en secreto, pero que no provocan demasiadas emociones, que preocupan poco. Estos, por ejemplo, no son demasiado graves. La intensidad de la participación emocional de los padres en el secreto es lo que marca el nivel de gravedad. Por lo tanto, es esencial diferenciar entre los secretos nocivos y los que no lo son.
—¿Hay terrenos más propicios que otros para desarrollar secretos nocivos?
S.T.: Los más propicios son los que giran alrededor de los orígenes y la muerte. Así pues, hablaríamos de la adopción, la fecundación in Vitro, los hijos adulterinos, pero también de un duelo no realizado, la locura de un paciente, el alcoholismo, la sobredosis, los suicidios, etc. Todo lo que pueda manchar la imagen de una familia. Con el deseo de mostrar respeto, también se ocultan las muertes de hijos a edades tempranas, los ingresos en psiquiátricos…
—El contenido de los secretos de familia, ¿ha cambiado con el tiempo?
S.T.: Todo lo que se sale de la norma social se presta al secreto. Por lo tanto, desde hace unos años los secretos han cambiado, de acuerdo con el tiempo y la evolución de las costumbres. En la época del amor libre y las familias recompuestas, una madre soltera ya no se siente en el ojo del huracán social. Del mismo modo, los cambios de mentalidad también han participado en sacar de la esfera de los secretos aspectos que, tradicionalmente, estaban relacionados con ella: la enfermedad mental, la toxicomanía, el alcoholismo, la adopción. Sin embargo, van apareciendo otros nuevos, como la fecundación in Vitro o el sida. También existe cierta tendencia a mantener el desempleo en secreto; para no alertar a la familia, algunos hombres se van de casa cada mañana como si fueran a trabajar.
—La psicoterapia parece que ayuda a sus pacientes a reconocer los síntomas del peso de los secretos. ¿Cómo lo hace exactamente?
S.T.: Las personas que acuden a mi consulta, sufren angustia, insomnio, crisis de cólera, depresión, desencanto con la vida. Y no se les indigesta el pasado, sino el presente, que ya no responde. En estos casos, lo importante es permitir que el paciente reconozca la singularidad de su síntoma. Otras personas, frente a situaciones similares, habrían podido reaccionar de otra manera. Por ejemplo, no todo el mundo cae en una depresión cuando atraviesa una crisis profesional. Esta manera de reaccionar conecta a la persona con su propia historia psíquica, familiar o relacionar. Para que esta persona se dé cuenta y pueda saber por qué reacciona así, podemos analizar juntos la relación que tenían con sus padres de pequeña. Nos podemos centrar en los momentos en los que tuvo la sensación que le escondían algo. Cuando se producen estas interferencias activas (cuando ole hacen creer al niño que lo que ha visto u oído no existe, que es fruto de su imaginación) es cuando este desarrolla los tipos de reacción de los que estoy hablando.
—Concretamente, ¿qué sucede en una sesión de psicoterapia?
S.T.: Usted sabe perfectamente que, siguiendo un mecanismo teorizado por Freud, el paciente atribuirá al terapeuta sentimientos e intenciones de su propia historia; es decir, que va a colocar al terapeuta en la situación de ser unas veces su padre y otras, su madre. Sin embargo, hay otra forma de transferencia, descrita primero por Hermann y luego por Bowlby, que podríamos denominar la transferencia filial. El paciente sitúa al terapeuta como el niño que él mismo fue. Entonces, el terapeuta tiene el sentimiento de no entender lo que el paciente explica o de entenderlo parcialmente o de imaginar que ha hecho algo vergonzoso.
Cuando el profesional se encuentra en uno de estos tres casos, puede pensar que el paciente, inconscientemente, le ha hecho vivir lo que él mismo vivió. Después se lo explica al paciente, y eso permite a este último encarar su vida personal y psíquica de manera totalmente distinta.
Por lo tanto, la herramienta de la psicogenealogía es la transferencia y la relación terapéutica es solo una especie de cámara de repetición del pasado. Mi trabajo como terapeuta consiste en ayudar a la persona a reconocer las actitudes mentales y relacionales que se ha fabricado por aquel o aquella cuyo secreto ha heredado. Tiene que darse cuenta de que, como persona adulta, ya puede liberarse de esa carga familiar y utilizar sus propios recursos para recuperar las riendas de su destino.
—¿Existe alguna posibilidad, por mínima que sea, de que un secreto de familia deje entrever la verdad?
S.T.: El secreto de familia no se opone a la verdad porque la verdad no existe. Quiero decir que nadie la conoce. Si su abuela le dice: «Tu abuelo no murió por muerte natural», nadie sabe si se lo están inventando. El secreto no se opone a la verdad, se opone a la comunicación. La razón es lógica: cuando un niño crece en el seno de una familia con secretos, evidentemente tiene la impresión de que existe algo que él no puede saber pero, sobre todo, cree que ser adulto es tener secretos, evidentemente tiene la impresión de que existe algo que él no puede saber pero, sobre todo, cree que ser adulto es tener secretos. Así pues, empezará a fabricarlos y a disimular informaciones, algo que se opondrá a la comunicación auténtica que debería tener con todos los que tiene alrededor, incluidos los padres.
—Pero ¿no es importante en una terapia una forma de verdad?
S.T.: La verdad de cada uno, sí, pero la verdad histórica objetiva, no. ¡De la primera, nunca nadie puede estar completamente seguro! Sin embargo, romper la ley del silencio y revelar el secreto constituye un buen principio para una posible curación. Si un paciente entiende algo importante, por fin ha encontrado su verdad.
Evidentemente, es recomendable intentar hacer coincidir nuestra verdad con la de la historia familiar. En una terapia, el paciente se deja llevar por las construcciones psíquicas. Pueden ser inventadas y, por lo tanto, algunas veces erróneas, pero son esenciales. Le permiten dar sentido a situaciones que, hasta entonces, no lo tenían. Todo ser humano intenta, constantemente, encontrar un sentido a las situaciones que vive. Si no lo consigue, se perturba y se convierte, al final, en un ser perturbador. Por lo tanto, si un paciente llega a descubrir que una angustia o un miedo pueden relacionarse con algo que le ocultaron, se libera. Aunque, cuidado, no hay nada que demuestre que sus padres le ocultaron algo porque, a lo mejor, ellos también eran víctimas de un secreto que se remontaba varias generaciones atrás. Pero podrá explicar a sus hijos por qué, por ejemplo, le incomodan determinadas situaciones, como las escenas de violación en el cine, por ejemplo. Tendrán una justificación.
—¿Ha podido establecer una relación entre determinadas patologías y los secretos de familia?
S.T.: No. Si alguien hubiera podido hacerlo, los secretos de familia se habrían tenido en cuenta desde finales del siglo XIX. Si la teoría de la psicopatología los ha obviado durante tanto tiempo es, precisamente, porque no provocan ningún síntoma. Sin embargo, los secretos agravan todos los síntomas. Si un niño crece en una familia donde desarrolla una falta de confianza hacia él y si, además, presiente un secreto de familia, sus problemas se acentuarán. Si un niño crece en una familia donde le hacen desarrollar, debido a su organización edipiana, problemas fóbicos u obsesivos y si, además, hay un secreto de familia, desarrollará mucho más su conducta patológica. Si lo prefiere, el secreto de familia empeora todos los problemas, pero no crea ninguno en especial. Impide que un niño se cure, aunque el punto de partida de los síntomas son debidos a más causas. Sin embrago, la experiencia demuestra que una patología grave suele ir acompañada de un secreto. La razón es sencilla. Para estructurarse psíquicamente, el niño debe tener la imagen de un padre simbólico agradable, que garantice la ley de prohibición de incesto, por ejemplo. Y lo mismo con la figura materna. De ello depende su capacidad de autogobernarse. En una familia con un secreto, estas figuras desaparecen y, de repente, el niño está menos preparado para hacer frente a los síntomas y evitar que evolucionen.
Para terminar, detrás de los síntomas graves suele esconderse un secreto de familia, pero el síntoma no es específico del secreto. Está relacionado con la psique del propio niño.
—¿Pueden darse, con los secretos de familia, fenómenos de repetición de sucesos de una generación a otra?
S.T.: en nuestros días, la repetición de los secretos de familia prácticamente no existe. Sencillamente porque si, en la actualidad, una chica da a luz a los dieciséis años, igual que su madre, su abuela y su bisabuela, no se encontrará en la misma situación social que ellas, porque el punto de vista de la sociedad sobre estos temas ha cambiado. La joven madre recibirá ayudas del estado, las asistentes sociales se ocuparán de ella, incluso puede que hasta su madre se encargue de bebé… Y la situación no se va a esconder, por lo que no va a generar ningún secreto de familia como hubiera podido suceder antaño. En resumen, puede haber una tendencia a repetir determinados comportamientos, pero tendrán una importancia relativa y unas consecuencias totalmente distintas, básicamente por la evolución de la sociedad y las costumbres.
—Sin embargo, las repeticiones que sus pacientes le describen son ciertas, ¿no?
S.T.: Algunas repeticiones se pueden explicar por las preocupaciones de un padre que acaban por transmitirse al hijo. Por ejemplo si una madre fue violada a los diez años, se arriesga a tener miedo a que a su hija le suceda lo mismo a esa edad. La niña lo percibe y puede tener cierta tendencia a hacer lo que la madre tanto teme. Sin embargo, también hay que desconfiar un poco de todas las construcciones de coincidencia que se construyen a posteriori. A menudo, los pacientes me confían su sentimiento de estar viviendo una repetición. Me dicen, por ejemplo:
«He caído en la repetición, mi primer hijo murió a los seis meses y, hablando con mis padres, he descubierto que a ellos les pasó lo mismo, y también a mis abuelos». Podría decir que esta familia es víctima de una neurosis generacional. Pero, en lugar de eso, les animo a que se comuniquen respecto a estos sucesos. Y al final, por norma general, la persona acaba dándose cuenta de que sus padres, e incluso sus abuelos, le habían mentido sobre la fecha real de la muerte de su primer hijo para coincidir con ella y liberarla. Para mí, lo que suele pasar es que alguien que se cree presa de la repetición y empieza a buscar información, ella misma se la fabrica. Sin mencionar que la idea de la repetición, por muy morbosa que pueda resultar, es muy gratificante para padres y abuelos: «Mi nieto repite lo que yo viví. ¡Debe de quererme tanto!».
Así pues, aunque los abuelos lo confirmen, una investigación un poco rigurosa puede desmentir tales creencias. Y entonces, cada uno se sentirá libre para vivir su propia vida sin ninguna amenaza sobre su cabeza.
—Después de haberle escuchado, todos nos preguntaremos si en nuestras familias habrá habido secretos. ¿Qué hay que hacer para intentar descubrir la verdad?
S.T.: En primer lugar, hay que hacer preguntas, pero sin maltratar al interlocutor que, generalmente, es uno de los padres. No hay que olvidar que cuando empezamos a abordar un secreto con nuestros mayores, nunca se sabe si lo han fabricado ellos o han sido sus víctimas. Por lo tanto, hay que evitar decir: «¡Me has ocultado algo!». Al contrario, es preferible empezar con: «Tengo la impresión de que en nuestra familia, un día, alguien oculto algo». A menudo, la respuesta del padre es «¿Tú también? ¡A mí me pasa lo mismo!». Y entonces, se convierte en un cómplice para intentar buscar la respuesta.
Otra razón para no maltratar al interlocutor es que nunca sabemos si se disimula el secreto por principio o si realmente se trata de algo grave y traumático, como un incesto, por ejemplo. Intentar hacer hablar como sea a un padre, que también puede ser víctima, puede hundirlo del todo. Siempre hay que abordar estos temas con precaución, porque nunca sabemos que terreno pisamos.
—¿Algún otro consejo?
S.T.: Siempre hay que interesarse por la historia social. Los secretos tienen, forzosamente, dos puertas de entrada: la del lado de los comportamientos individuales y la del lado de los comportamientos colectivos. Cuando alguien se interesa por el colectivo, se da cuenta de que en un momento determinado, en una religión determinada o en una época determinada de la historia, muchos secretos giraban alrededor de los mismos individuos. Por ejemplo, las chicas que, durante la primera mitad del siglo XX, servían en casas nobles o burguesas, a menudo quedaban embarazadas del señor de la casa o de su hijo. En todas las familias, aquello era una deshonra y una vergüenza, y desencadenó muchos secretos.
Cada familia lo ocultaba como algo privado cuando se trataba de un fenómeno social de aquella época.
Y para terminar, un último consejo, y el más importante para un psicoanalista. Es indispensable abordar la cuestión de las consecuencias que los secretos han tenido en el paciente. No le sirve de nada entender que su bisabuela fue violada por un gitano. Le será más útil entender por qué, inconscientemente, ha desarrollado un síndrome que le impide ver películas, escuchar música o leer libros relacionados con los gitanos. Es decir, que lo interesante de los secretos de familia no es entender el acontecimiento verdadero (aunque, repito, nunca nadie tendrá un conocimiento exacto de lo que sucedió), sino saber a que sistema relacional perturbado se han sometido de niño y cómo ese sistema le ha creado prohibiciones, reticencias a abordar determinados problemas, actitudes relacionales, etc.
Al investigar el secreto, podemos conseguir, por fin, una información que confirme que lo que creíamos era cierto: «Sí, a tu abuela o a tu bisabuela la violó un gitano. No, tu abuelo era hijo ilegítimo. Sí, tienes un hermanastro, un hijo del primer matrimonio de tu padre y que este te ha ocultado». A partir de esa confirmación, podemos, como decía, construir nuestro mundo sobre algo sólido. Tenemos la oportunidad de replantearnos la vida a la vista de todas las construcciones mentales que no habíamos hecho de pequeños pero que nunca nadie nos había confirmado.
Nos diremos, por ejemplo: «Si siempre tengo tendencia a sentirme culpable cuando reflexiono sobre el problema de la filiación, es por este suceso». En ese momento, podemos empezar a liberarnos de las cadenas.
Conocer los secretos de familia no libera a nadie de su carga, pero le permite comprometerse con un proceso terapéutico con mucha más eficacia. Empezar una psicoterapia con un secreto de familia sobre nuestras espaldas, sin saberlo, es correr el riesgo de hacer un largo análisis sin avanzar, cuando, sin el secreto, lo habríamos. Pienso que las personas que han perdido el tiempo en un diván durante muchos años eran, a menudo, víctimas de secretos de familia. Además, nunca recibieron la ayuda del terapeuta para descubrirlos porque este aprendió su trabajo con una teoría psicoanalítica según la cual los secretos no existen.
Como quizás sabe, Freud creció en una familia con secretos y tuvo mucho cuidado en dejarlos de lado en toda su teoría…